2ª PARTE EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 14/08/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 61
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Capítulos: 26


Grandes sorpresas les aguardan a Edward y Bella mientras intentan hacer frente a lo que les ha deparado la vida. Los demonios del pasado amenazan con destrozar la apasionada relación que han construido, a pesar de que se juraron que nada les separaría. Una pérdida, devastadora y terrible, sumada a la posibilidad de un nuevo futuro les abre los ojos y les hace ver lo que es realmente importante pero ¿podrá esta pareja de enamorados seguir adelante y dejar atrás las dolorosas historias que los persiguen?
Un acosador sigue merodeando entre las sombras, tramando una conspiración aprovechando el ajetreo y la distracción de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Bella y Edward están a punto de perderlo todo a medida que aumenta la situación de peligro. ¿Se verán superados por las circunstancias o lucharán con las escasas fuerzas que les quedan para salvarse el uno al otro y ganar el mejor premio del mundo: una vida juntos?

 

BASADA EN EYES WIDE OPEN DE RAINE MILLER

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Capítulo 3: CAPÍTULO 2

Capítulo 2

 

 

Cuando salíamos a patrullar veíamos todo tipo de mierdas horribles. La democracia es algo que la mayoría de la gente en realidad nunca tiene la oportunidad de apreciar. Supongo que para gran parte del mundo eso es algo bueno, pero aun así les da que pensar a aquellos que ni siquiera saben lo que tienen en la vida. Lo que más me molestaba es la enorme pérdida de potencial. La gente reprimida y aterrada pierde todo su potencial, tal y como les gusta a los dictadores del tercer mundo.

Ya la habíamos visto pidiendo por las calles de Kabul antes, pero nunca con el niño. Los militares tenían prohibido interactuar con las mujeres afganas. Era demasiado peligroso, y no solo por las tropas, los hombres excitados son las criaturas más predecibles y estúpidas del planeta. Buscan sexo y se meten en líos casi todo el tiempo. Tenía sentido asumir que era una prostituta. No es común en Kabul pero existen burdeles, aunque yo nunca he estado en uno. Sin embargo, algunos hombres corrieron el riesgo, así de estúpidos que son, pensando con la polla. Yo me apañaba con el porno y con algún polvo a escondidas con alguna «colega» del ejército cuando se podía hacer en secreto.

Despertaba el interés de las mujeres del ejército y tenía bastantes ofertas. La discreción era la clave para tener sexo en la base. Las soldados tenían motivos para ser precavidas, pues los hombres las superaban ampliamente en número.

El nombre de la mujer era Leyya y murió de forma inhumana. Los talibanes la ejecutaron en mitad de la plaza de la ciudad por sus delitos. El principal delito era trabajar para dar de comer a su hijo.

Los gritos del niño nos alertaron. Tenía unos tres años y estaba sentado entre la sangre de su madre en medio de la calle. Más tarde me pregunté si alguien de esa ciudad lo habría recogido, o si le habrían dejado morir ahí junto al cuerpo ultrajado de su madre. En realidad no tenía sentido preguntárselo.

Me ponía enfermo dejarle ahí cuando habían descartado la posibilidad de una bomba suicida.

Joder, tardaron siglos en darnos permiso. Fui yo quien salí a apartarle del cadáver. Fui corriendo y le cogí en brazos. Él no quería separarse de ella y agarró con fuerza el burka, arrastrándolo por la cara de su madre mientras le levantaba. Le habían rajado la garganta de oreja a oreja y tenía la cabeza casi colgando. Deseé con todas mis fuerzas que fuera lo bastante pequeño para no recordar a su madre así.

Tuve un presentimiento terrible casi de inmediato. Una sensación heladora me invadió mientras le sacaba de ahí corriendo. Y de repente dejó de llorar. Oí un silbido y entonces… sangre. Demasiada sangre para un niño tan pequeño. Un segundo más tarde todo se volvió un caos…

—Cariño, estás soñando —me dijo una voz con suavidad al oído. Me giré hacia la voz, tratando con dificultad de encontrarla. El sonido me calmó como nada antes lo había hecho. Quería esa voz. Y entonces de nuevo—: Edward, cariño, estás soñando.

Abrí los ojos, cogí aire mientras la miraba y asimilé sus palabras.

—Ah, ¿sí?

—Sí, murmurabas y te movías de un lado a otro. —Me puso una mano en la nuca y me miró fijamente—. Te he despertado porque no quería que soñaras algo terrible.

—Joder, lo siento. ¿Te he despertado? —Seguía sintiéndome desorientado, pero estaba despejándome rápidamente.

—No pasa nada. Quería despertarte antes de que se volviera… peor. —Sonaba triste y sabía que intentaría que le hablara sobre este sueño como hizo la última vez.

—Lo siento —repetí. Me sentía avergonzado por molestarla otra vez con esta mierda.

—No tienes que disculparte por soñar, Edward —dijo con firmeza—. Pero me encantaría que me contases de qué se trata.

—Oh, nena. —La acerqué más a mí y le acaricié la cabeza y el cabello con la mano. Posé los labios en su frente e inhalé. Solo respirar su aroma me ayudaba muchísimo, al igual que el tacto de su pecho contra mi acelerado corazón a medida que la sujetaba cerca de mí. Era real, estaba aquí, ahora. A salvo conmigo.

Estaba excitado. Excitado y empalmado contra su suave piel.

—Sigo sintiendo mucho haberte despertado —dije pegado a ella cuando mis labios encontraron los suyos. Adentré la lengua en su boca, hondo y con fuerza, decidido a conseguir más. En este momento solo me podía ayudar Bella. Ella era la única cura.

Y lo lamentaba, pero esto ya me había sucedido antes con ella. Despertarme en mitad de la noche necesitando sexo para quitarme la hiper ansiedad o lo que fuera que me hubiera sucedido esa noche en mis sueños.

—Todo está bien —me consoló con voz ronca contra mi boca.

Su respuesta me volvió loco. Casi todo lo que hacía me excitaba. Me gustaba ser controlador, pero me encantaba cuando Bella me demostraba que era receptiva y que me deseaba del mismo modo que yo la deseaba a ella. De forma instintiva supe que le atraía. Era otro ejemplo de la gran comunicación que teníamos. Ojalá todos los aspectos de nuestra relación fueran así de fáciles. La parte del sexo la habíamos resuelto muy rápido, desde el principio. Sí, el sexo siempre había sido salvaje y maravilloso entre nosotros.

Le di la vuelta, la coloqué debajo de mí y le separé bien las piernas con las rodillas, abriéndola mientras agachaba la cabeza. Aparté las mantas y bajé los ojos a su precioso y receptivo cuerpo, en el que iba a estar enterrado muy hondo en cuestión de segundos. Joder, gracias, Dios.

—Bien, porque necesito follarte hasta que te corras diciendo mi nombre —afirmó de ese modo tan característico suyo—. Entonces voy a sacar la polla de tu precioso coño y voy a follarte tu bonita boca.

Y a observar tus dulces labios envolverla y lamerla hasta que me dejes seco. —Sus ojos se encendieron y su torso escultural se movía mientras respiraba entrecortadamente a medida que se colocaba—. Sí, nena, voy a hacer todo eso.

Edward y su sucia boca. Era una locura, pero esas palabras obscenas provocaban algo en mí.

Me excité por la expectación de lo que haría conmigo y gemí cuando embistió contra mí fuerte y hondo, llenándome tanto, acercándonos tanto, que mi mente volvió a pensar en lo que me había dicho antes. Casémonos. No era una pregunta, sino una orden que solo Edward podría dar y salirse con la suya, tal y como había hecho tantas otras veces desde que nos conocimos.

Edward tenía mis muñecas sujetas con una mano y me recorría el cuerpo con la otra mientras cabalgaba sobre mí con fuerza. Lo hacía a un ritmo frenético, casi enfadado. Sin embargo, sabía que no estaba enfadado conmigo. Luchaba contra su sueño. Necesitaba sacárselo de la cabeza. Entendí perfectamente lo que pasaba. No me importaba. Era una participante completamente entregada en esta forma de autodisciplina.

Me tenía abierta del todo y ahondaba en mi dulce sexo con su pene con una perfección tal que no tardé mucho en forcejear contra un orgasmo, sintiendo mis músculos contraerse listos para la explosión que me llevaría al paraíso en una supernova de calor y luz.

Me pellizcó el pezón, que estaba mucho más sensible de lo normal, y el dolor me cegó durante un instante. Grité cuando el clímax empezaba a recorrer mi cuerpo. Calmó la zona delicada con su lengua y dijo:

— ¡Di mi nombre! Tengo que oírlo.

— ¡Edward, Edward, Edward! —coreé contra sus labios mientras él sumergía la lengua en mi boca y se tragaba mis palabras. Me estremecí y contraje los músculos internos alrededor de su sexo, inmovilizada y totalmente entregada. Y más satisfecha que nunca. Él tomaba el control de mi placer y nunca me soltaba. Pero él no había terminado. Recordaba lo que me había dicho antes.

Edward gruñó un sonido muy primitivo y se separó de mí. Protesté por la pérdida pero agradecí que me tirara en la cama y sentir el calor de su pene llenando mi boca a medida que él reajustaba el lugar de penetración. Podía sentir el sabor de mi esencia mezclada con la suya y el erotismo fue enorme. Le agarré las caderas y le empujé más hondo hasta el final de mi garganta. Justo después de que mis labios acariciaran su sexo sentí salir la explosión de semen. Los sonidos que emitió eran carnales y extrañamente vulnerables para ser así de controlador. Siempre me sentía poderosa cuando Edward se corría. Lo conseguí.

Él me estaba mirando, observándolo todo tal y como él quería, nuestros ojos conectados mucho más allá del acto físico.

—Oh, Dios —susurró mientras salía de mi boca y volvía a acercarse a mí para abrazarnos con fuerza. Me envolvió de nuevo, esta vez con cuidado, se deslizó dentro de mí hasta encajar a la perfección ambos cuerpos antes de que su erección desapareciera. Podía sentir los latidos de su corazón fundiéndose con los míos.

Me sujeté a él y dejé que siguiera. Me besó y me tocó durante un buen rato, con la necesidad de seguir dentro de mí más tiempo, diciéndome que me quería y haciéndome sentir amada. Entendía tanto a este hombre y su modo de pensar… Tanto… excepto por una cosa que quería saber de él y que desconocía por completo.

El pasado de Edward seguía siendo un misterio para mí tal y como lo había sido siempre.

—Me encanta que me hayas traído aquí. —Volví a sentir que me invadía el sueño, y estaba decidida a hablar con él de sus pesadillas al día siguiente, pese a ser consciente de que no le gustaría, pero que le den, iba a hacerlo de cualquier modo. Me pregunté si él sentía lo que yo. Edward tenía la asombrosa habilidad de predecir mis intenciones.

—Y a mí me encantas tú.

Me colocó entre sus brazos y me acarició el pelo. Inhalé su olor a clavo, sexo y colonia y me dejé llevar, sabiendo que estaba en los brazos del único hombre que había conseguido que me quedara ahí.

Al amanecer me desenredé con mucho cuidado del cuerpo que estaba envuelto en mí. Edward tan solo suspiró en su almohada y se enrolló entre las mantas. Debía de estar agotado del estresante altercado de la Galería Nacional de anoche y de las tres horas posteriores al volante rumbo a la costa. Y no podía olvidar el tiempo dedicado al sexo una vez que llegamos aquí. O su pesadilla. Y el sexo de después. Su mirada y su naturaleza controladora fueron igual que cuando tuvo la pesadilla la otra vez.

Yo sabía lo que me decía. La reacción no había sido tan extrema como la anterior, pero sentí que Edward se había esforzado mucho en controlarse para no dejarse llevar tanto como la última vez. Mi pobre pequeño… Nunca se lo diría, pero me dolía verle herido; sobre todo porque no podía hacer nada al respecto, ya que él se negaba a compartirlo conmigo. Los hombres eran muy pero que muy frustrantes.

Me enjaboné la piel con fuerza con el gel de ducha y me apresuré para terminar, dispuesta a vestirme y salir de la habitación sin despertar a Edward de su necesitado sueño.

Me metí el teléfono en el bolsillo de los vaqueros y salí de puntillas de la habitación, cerrando la puerta con cuidado al salir. Me quedé de pie y miré hacia el vestíbulo desde el ala en el que estaba situada nuestra habitación, en una esquina de la casa. Este lugar era increíble, una mezcla entre el

Pemberley del señor Darcy y el Thornfield Hall del señor Rochester. No podía esperar a hacer un tour oficial, todavía fascinada con el hecho de que la hermana de Edward y su marido fueran los dueños de este lugar.

Bajé la mitad de las escaleras y me paré en seco. En la pared estaba el cuadro más impresionante del mundo. Lleno de vida y sin duda de un artista que conocía bien. Un retrato pintado nada más y nada menos que por la mano de sir Tristan Mallerton estaba colgado en la pared de esta casa privada.

Guau. Esta familia está tan fuera de mi liga…

Saqué el teléfono y llamé a Alice.

—No te creerás lo que estoy mirando ahora mismo —le dije a un adormilado «dígame» que solo podía ser de mi compañera de piso aunque no desprendiera para nada la seguridad que le caracterizaba.

— ¿Oh? ¿Qué puede ser? Y es un poco temprano, ¿no?

—Lo siento, Alice, pero no podía resistirme. Se te caería la baba si vieras esto…, oh…, un Mallerton de mitad de siglo a menos de treinta centímetros de mis ojos. Podría tocarlo si quisiera.

—Es mejor que no hagas eso, Bella. Cuenta —me ordenó, y ya sonaba más a ella misma.

—Bueno, debe de ser de unos tres por dos metros y es preciosísimo. Un retrato familiar de una mujer rubia, su marido, y sus dos hijos, un niño y una niña. Ella lleva puesto un vestido rosa y unas perlas que parecen de la colección de joyas de la realeza de la Torre de Londres. Él parece tan enamorado de su mujer. Dios, es precioso.

—Mmmm, ahora no lo ubico. ¿Puedes preguntar si te dejan hacerle una foto para verlo?

—Lo haré en cuanto conozca a alguien al que le pueda preguntar.

— ¿Ves su firma?

—Claro. Es lo primero que busqué. Abajo a la derecha, T. MALLERTON con esas mayúsculas tan distintivas suyas. Es sin lugar a dudas auténtico.

—Guau —soltó Alice con voz neutra.

— ¿Estás bien? Anoche fue una locura y no te volví a ver después de que saltara la alarma. No me encontraba muy bien y Edward estaba estresadísimo por otras cosas que pasaron.

— ¿Qué cosas?

—Hum, no sé muy bien todavía. Me llegó un mensaje muy raro a mi móvil antiguo y Edward lo tenía con él. La persona que fuera mandó una locura de mensaje y la canción de…, eh…, ese vídeo que me hicieron.

—Mierda, ¿hablas en serio?

—Sí. Eso me temo. —Solo contarle eso hacía que se me revolviera un poco el estómago. No quería enfrentarme a eso ahora. Ignorar las cosas me había funcionado en el pasado y volvería a hacerlo ahora. Estaba segura.

—No me sorprende que Edward estuviera estresado, Bella. ¿Por qué no lo estás tú?

—No lo sé. Solo prefiero creer que nadie va detrás de mí y que es solo una falsa alarma que desaparecerá cuando acaben las elecciones. Confía en mí, Edward está a cargo de todo.

—Sí, bueno, está bien que alguien lo haga —refunfuñó. Decidí en ese momento que no iba a contarle lo de la «propuesta» que me hizo Edward la noche anterior. Necesitaba un café antes de afrontar algo de esa magnitud. Mejor esperar antes de contarle el ultimátum de Edward de que tenía que irme a vivir con él. Alice no tendría ningún problema en decirme lo que pensaba. Y en este momento no necesitaba oír ninguna advertencia.

—Oye —le pregunté—, no me has contestado a mi pregunta. ¿Estás bien? Anoche fue un caos. Sé que intercambiamos mensajes y que todo estaba bien, pero aun así… —Silencio—. ¿Alice? —la llamé otra vez, aumentando la intensidad al utilizar su nombre completo.

—Estoy bien. —Su voz sonaba plana y sabía que se estaba conteniendo.

— ¿Dónde fuiste? Quería presentarte al primo de Edward, pero eso nunca pasó, obviamente.

—Me distraje… y entonces saltó la alarma esa y tuve que salir como todo el mundo. Esperé en la calle durante un rato hasta que recibí tu mensaje. Una vez que supe que estabas a salvo encontré un taxi y me fui a casa. Lo único que quería era una ducha y meterme en la cama. Fue una noche muy rara. —Sonaba más a como era ella, pero yo tenía que preguntarme si me estaba poniendo alguna excusa—. Jacob también llamó. Lo vio todo en las noticias y estaba preocupado por nosotras. Hablé con él durante un buen rato.

—Vale…, ya veo. —Alice era muy cabezota y si no estaba de humor para hablar sobre algo, el teléfono no ayudaba mucho. Tenía que verla en persona.

—Pero quiero conocer al primo de Edward y su casa llena de Mallertons algún día. A lo mejor lo puedes organizar —dijo en lo que parecía una ofrenda de paz.

—Sí, a lo mejor. Lo comentaré con Edward.

En cuanto esas palabras salieron de mi boca me di cuenta de que ya no estaba sola. Me giré y vi la cara solemne de la niña más guapa del mundo, con unos ojos azules que me recordaban mucho a otro par que conocía bien.

—Lo he pillado, Alice. Te llamo luego y veo qué puedo hacer con lo de la foto del cuadro. Besos.

Colgué y me metí de nuevo el teléfono en el bolsillo. Mi compañera de carita seria seguía mirándome. Le sonreí. Me devolvió la sonrisa, con sus largos rizos enmarcando una cara que estaba segura de que algún día se convertiría en una gran belleza. Me moría de ganas de verla con Edward.

—Soy Bella. —Saqué la mano—. ¿Cómo te llamas? —pregunté, aunque lo sabía de sobra.

—Zara. —Me cogió la mano y apretó—. Sé quién eres. El tío Edward te quiere y ahora bebe cerveza  por ti. Le oí a mamá decirle eso a papá.

No pude evitar soltar una risita.

—Yo también sé quién eres, Zara. Edward me dijo lo mucho que admira que lidies así de bien con tus hermanos.

— ¿Te dijo eso?

—Ajá —afirmé mientras ella me miraba asombrada—. ¿Dónde vamos?

Zara no compartió esa información conmigo, pero le dejé que tirara de mí de todas formas, y fuimos serpenteando por habitaciones y pasillos hasta que vi las luces de una acogedora cocina y me invadió lo que era con total seguridad un olor maravilloso a café.

—Mamá, la tengo —anunció Zara mientras tiraba de mí hasta entrar en la cocina.

—Ah, ya lo veo, cariño —contestó una mujer morena muy guapa que solo podía ser la hermana de Edward, Hannah. Esta me sonrió mientras respondía a su hija y esa expresión me recordó a Edward durante un segundo. No había duda del parecido, pero ella se semejaba más a su padre, pensé, que

Edward. Hannah tenía el mismo pelo y la piel clara, pero sus ojos no eran azules como los de Edward.

Tenía los ojos grises. Y era menuda mientras que Edward era estilizado y alto. Resultaba interesante cómo la genética conseguía mezclar los genes según fueras hombre o mujer para crear combinaciones que tenían todo el sentido del mundo—. Bienvenida, Bella. Es un placer conocerte —dijo, al tiempo que se echaba hacia delante y me analizaba rápidamente—. Hannah Greymont, madre de la pequeña secuestradora que está ahí y hermana mayor de un hombre que nunca imaginé que me pondría en esta situación. Me he dado cuenta de que sigue siendo una caja de sorpresas.

Me reí por lo que acababa de decir y me gustó su honestidad de inmediato mientras nos dábamos la mano de manera efusiva.

—Lo mismo digo, Hannah. Llevo mucho tiempo deseando hacer este viaje. Edward habla con tanto cariño de ti. Conocí a vuestro padre. Es todo carisma, como seguro que sabes.

—Sí, la verdad es que sí. Ese es mi padre sin duda alguna. —Me señaló una taza de café y extendió la mano hacia la mesa donde estaban el azúcar y la leche—. Él me contó lo mucho que te gusta el café.

—Sonrió y le guiñó el ojo a Zara.

—Gracias. —Inhalé profundamente el delicioso aroma del café y le guiñé también el ojo a la niña —. Tu hija me ha dicho que ahora Edward bebe cerveza mexicana por mi culpa.

Ella abrió la boca fingiendo estar enfadada con Zara.

— ¡No me digas que ella…! —La niña se rio—. Mi hermano está prácticamente irreconocible, Bella. ¿Cómo narices lo has hecho y dónde está, por cierto?

Le eché azúcar y leche al café.

—Bueno, puedo decir con toda la sinceridad del mundo que no tengo ni idea. Edward…, ah…, está siempre tan concentrado… Salvo ahora. —Me reí—. Estaba destrozado y le dejé dormir. Entre el viaje de ayer y lo… rara que terminó la noche… —Miré a Zara, que estaba asimilando cada palabra de nuestra conversación, y pensé que cuanto menos dijera, mejor. Los oídos pequeños pueden ser muy grandes, y la verdad era que no les conocía, a pesar de lo encantadores que se mostraban conmigo.

—Sí, me lo contó cuando me llamó. —Se encogió de hombros y negó con la cabeza—. Está claro que hay mucho loco ahí fuera. Y sobre lo de la concentración de E, no es nada nuevo. Siempre ha sido así. Mandón, testarudo y un poco insufrible de niño.

Sonreí y me apoyé en la encimera que tenía enfrente, donde parecía que estaba haciendo pan. Así que Hannah era cocinera.

—La casa… es increíble. Justo acabo de hablar con mi compañera de piso sobre el Mallerton que está colgado en las escaleras.

—Has encontrado a sir Jeremy Greymont y a su Georgina, los antepasados de Freddy… Y estás en lo cierto, el artista es Mallerton.

Afirmé con la cabeza y le di un sorbo al café.

—Estudio restauración de arte en la Universidad de Londres.

—Lo sé. Edward nos lo ha contado —Hannah hizo una pausa antes de añadir—. Para nuestra sorpresa.

Ladeé la cabeza de forma interrogante y acepté el desafío.

— ¿Sorprendida de que os hablara de mí?

Asintió poco a poco con una ligera risita.

—Ah, sí. Mi hermano nunca me ha hablado de ninguna chica ni ha traído a alguien a mi casa un fin de semana. Todo esto es —hizo un gesto con las manos— muy diferente para Edward.

—Mmmm, para mí también es muy diferente. Desde el momento en que le conocí fue muy difícil llevarle la contraria. —Di otro trago—. Imposible, en realidad.

Me sonrió.

—Bueno, me alegro por él, y me alegro de haberte conocido por fin, Bella. ¿Siento que os quedan muchas cosas por vivir?

Hannah lo formuló como una pregunta y tenía que reconocer que era muy intuitiva, pero desde luego no iba a contarle la locura de pedida de matrimonio que Edward me propuso la noche anterior. Ni de broma. Todavía necesitábamos una larga charla sobre esa idea. Así que me encogí de hombros.

—Edward está muy… seguro de las cosas que quiere. Nunca ha tenido problemas en decírmelo. Creo que a mí me cuesta más escucharlas que a él decirlas. Tu hermano puede ser muy duro de pelar.

Se rio de mi afirmación.

—También lo sé. La palabra «sutileza» no está en su vocabulario.

—Ni que lo digas. —Mis ojos percibieron una foto en un estante del armario. Una madre con dos niños, un niño y una niña. Me pregunto si… Me acerqué más y miré durante largos segundos a quienes no tenía duda de que eran Edward y Hannah con su joven y preciosa madre, sentados sobre un muro como si estuvieran casi posando, aunque lo más seguro es que fuera la magia de haber capturado el instante perfecto—. ¿Sois vosotros dos con vuestra madre?

—Sí —respondió Hannah con suavidad—. Justo antes de que falleciera.

El momento fue un poco extraño. Sentía mucha curiosidad mientras me impregnaba de la imagen de Edward con cuatro años y de la mujer que le había dado la vida, pero no quería ser maleducada y traer tristes recuerdos. Aun así, la curiosidad impedía que apartara la mirada. La señora Cullen era increíblemente hermosa, de una manera aristocrática, elegante pero con una sonrisa cálida. Llevaba el pelo recogido y un vestido muy elegante de color burdeos y unas botas altas negras. Tenía un estilo increíble para la época. No quería dejar de mirar. En la foto Edward estaba apoyado sobre ella, acurrucado en su brazo y con la mano en su regazo. Hannah estaba sentada al otro lado, con la cabeza inclinada hacia el hombro de su madre. Era un momento dulce y cariñoso congelado en el tiempo.

Había muchas preguntas que quería hacer, pero no me atrevía. Eso me parecía inoportuno e indiscreto.

—Era muy guapa. Os parecéis mucho. —Y la verdad era que Hannah se parecía a la mujer de la foto, pero a quien yo quería mirar era al pequeño Edward, durante mucho, mucho tiempo. Su carita redondeada e inocente y su cuerpecito en esos pantalones cortos y jersey blanco me daban ganas de abrazarle.

—Gracias. Me gusta cuando la gente dice eso de mí. Nunca me canso de escucharlo.

—Los dos os parecéis a ella —dije, mirando todavía la fotografía; deseaba cogerla con la mano pero no quería arriesgarme a pedírselo.

—Nuestro padre nos dio una copia de la foto a cada uno. —Hannah me miró dubitativa—. ¿No la habías visto antes?

Negué con la cabeza.

—No, no está enmarcada en su casa. Tampoco la vi cuando fui a su oficina.

Sentí una punzada al mencionar su oficina; la última vez que puse un pie en ese lugar no terminó nada bien. Me enfadé y le dejé, reacia a escuchar nada de lo que tuviera que decirme. Incluido su «te quiero». Podía recordar la expresión de su cara herida fuera del ascensor cuando las puertas se cerraron. Recuerdos dolorosos y desagradables. Edward no me había pedido que me pasara por ahí desde que habíamos vuelto y yo tampoco me había ofrecido. Era raro. Como si estar los dos en su oficina fuera una herida que todavía estaba abierta. Pero, bueno, quizá con el tiempo podríamos volver a sentirnos cómodos en las oficinas de Seguridad Internacional Cullen, S. A.

—Mmm…, interesante…, me pregunto dónde la tendrá. —Hannah volvió a su pan y levantó un paño de un cuenco. Yo le di un sorbo al café y seguí estudiando la foto—. Edward estuvo sin hablar casi un año después de su muerte. Un día de repente dejó de hablar. Creo que fue la conmoción de ver que ella no volvía…, y le llevó tiempo aceptarlo, incluso a pesar de ser un niño de tan solo cuatro años — dijo Hannah con suavidad mientras amasaba el pan.

Guau. Mi pobre Edward. Me dolía solo escuchar esa historia. La tristeza de las palabras de Hannah era enorme y luché para no decir nada que sonara estúpido. Ojalá supiera de qué había muerto su madre.

—No puedo ni imaginarme lo duro que debió de ser para todos vosotros. Edward habla con tanto cariño de ti y de tu padre. Me contó que cuando vuestra madre falleció os unisteis más y os apoyasteis mucho.

Hannah asintió mientras seguía amasando.

—Sí, así fue, es verdad. —Dio un golpe a la bola de masa y cubrió el cuenco con el trapo de nuevo para dejarlo crecer—. Creo que al fin y al cabo ayudó que fuera así de repentino. No fue una larga enfermedad o tristes angustias sobre algo que no se puede cambiar, y con el tiempo Edward volvió a hablar. Nuestra abuela fue maravillosa. —Sonrió con tristeza a Zara—. Falleció hace seis años.

No sabía qué decir, por lo que me quedé en silencio y le di un sorbo al café, esperando que me contara más sobre la historia familiar.

—Accidente de coche. De madrugada. Mi madre y mi tía Rebecca regresaban a casa del funeral de su abuelo. —Hannah se volvió hacia Zara, que se había bajado de su silla y estaba saliendo de la cocina—. No despiertes al tío Edward, cariño. Está muy cansado.

—No lo haré —le contestó Zara a la vez que me miraba y se despedía de mí con la manita. Se me derritió el corazón mientras me despedía y me guiñaba un ojo.

—Tienes una niña encantadora. Es tan independiente. Me encanta.

—Gracias. A veces es un poco difícil, y es más curiosa de lo que resulta recomendable. Sé que tratará de sacar a Edward de la cama para conseguir sus chucherías.

Me reí con la imagen de esa escena. Ojalá pudiera verlo.

—Y tienes dos hijos más, dos niños, he oído. No sé cómo te las apañas con todo.

Sonrió, como si pensar en sus hijos le despertara sensaciones bonitas. Me daba cuenta de que Hannah era una gran madre y la admiraba por eso.

—Tengo mucha suerte de tener a mi marido y disfruto de contar con huéspedes aquí. Conocemos a gente muy interesante. A algunos nos encantaría no volver a verles nunca, pero en general está muy bien —dijo bromeando—. Y a veces no sé cómo me las apañaría sin Freddy. Se ha llevado a los niños como voluntarios a un desayuno benéfico con los boy scouts. Vendrán en un ratito y conocerás al resto del clan.

— ¿No tenéis más huéspedes?

—Este fin de semana no. Mi hermano y tú. Por cierto, ¿qué puedo ofrecerte para desayunar?

Me acerqué más y miré el pan.

—Oh, por ahora estoy bien con el café. Esperaré a Edward. Hasta entonces, ¿puedo echarte una mano con el pan? Me encanta hornear. Me servirá como terapia después de la locura de anoche.

Sonrió y se apartó un mechón de pelo de la cara con la muñeca.

—Estás contratada, Bella. Los delantales se encuentran detrás de la puerta de la despensa y quiero oírlo todo sobre la locura de anoche.

—Eso está hecho —dije mientras iba a por el delantal.

—No soy estúpida. He aprendido con los años que la ayuda es siempre buena. —Me miró con sus dulces ojos grises—. No me lo preguntes dos veces.

 

Capítulo 2: CAPÍTULO 1 Capítulo 4: CAPÍTULO 3

 
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