2ª PARTE EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 14/08/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 61
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Capítulos: 26


Grandes sorpresas les aguardan a Edward y Bella mientras intentan hacer frente a lo que les ha deparado la vida. Los demonios del pasado amenazan con destrozar la apasionada relación que han construido, a pesar de que se juraron que nada les separaría. Una pérdida, devastadora y terrible, sumada a la posibilidad de un nuevo futuro les abre los ojos y les hace ver lo que es realmente importante pero ¿podrá esta pareja de enamorados seguir adelante y dejar atrás las dolorosas historias que los persiguen?
Un acosador sigue merodeando entre las sombras, tramando una conspiración aprovechando el ajetreo y la distracción de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Bella y Edward están a punto de perderlo todo a medida que aumenta la situación de peligro. ¿Se verán superados por las circunstancias o lucharán con las escasas fuerzas que les quedan para salvarse el uno al otro y ganar el mejor premio del mundo: una vida juntos?

 

BASADA EN EYES WIDE OPEN DE RAINE MILLER

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Capítulo 18: CAPÍTULO 17

Capítulo 17

 

Me sentí aliviada cuando Edward vino a mi lado de donde quisiera que hubiese estado. Lo necesitaba, y todo parecía más fácil de llevar cuando él estaba cerca. Eso me hacía sentir muy débil, algo que yo aborrecía, pero no podía evitarlo y estaba demasiado exhausta como para importarme. Él era el único salvavidas que tenía aquí. Quería volver a casa. A Londres, a mi casa.

Cuando subió llevaba consigo dos platos de comida.

—Te he traído un poquito de todo —dijo.

—Oh, gracias…, pero ahora no tengo nada de hambre. No puedo comer eso —contesté mirando la fruta y el cruasán.

Frunció el ceño y apretó los dientes. Supe que estaba a punto de tener una discusión.

—Tienes que comer algo. ¿Qué has tomado hoy además de un poco de té? —musitó—. Piensa en el bebé…

—No puedes obligar a nadie a comer. Créeme, lo sé por experiencia —la altiva voz de mi madre interrumpió nuestra discusión.

Nada de opiniones tipo: «Edward tiene razón, Bella, tienes que comer porque tu bebé necesita comida aunque tú no tengas hambre», o comentarios como: «Ahora comes por dos, cariño». En fin… ¿qué podía esperar?

Vi a Edward girar la cabeza y clavarle la mirada a mi madre. Creo que le salía un poco de humo de las orejas, pero no perdió el control como pensaba que podría hacer. Simplemente se quedó helado y la ignoró.

—Ven, siéntate conmigo y toma algo —me dijo con una voz delicada acompañada de la firme intención de llegar hasta el final.

¿Cómo iba a decirle que no? No podría. Lo que hacía lo hacía porque se preocupaba por mí. Yo necesitaba comer, a pesar de que mi apetito fuera inexistente. Edward tenía razón. Tenía alguien más en quien pensar además de en mí. Sobre todo ahora.

Miré a mi madre y mis ojos deambularon a lo largo de su aspecto en ese momento impecable, tanto el vestido como el peinado, para el funeral de su ex marido. ¿Por qué demonios habrá siquiera venido a la misa? Apenas había hablado con mi padre después de que me mudara a Londres. Puede que hasta ni sintiera pena por él. ¿Podría? No tenía ni la más remota idea. Me apenaba darme cuenta de que no podría jurarlo, porque no la conocía lo suficiente para hacerlo. Mi madre y yo no estábamos tan unidas como para eso. No compartíamos nuestros sentimientos o secretos. Nunca supe por qué se divorció de pronto de mi padre, o si incluso alguna vez le había querido. No sabía siquiera por qué se habían casado. ¿Cómo se habían conocido? ¿Dónde le había pedido él matrimonio? ¿Anécdotas de sus citas?

No tenía nada.

Me giré y fui con Edward hacia la mesa, con mi corazón cada vez más lejos de ella a cada paso que daba.

—Eres tan guapa —dijo Edward en voz baja mientras yo trataba denodadamente de ingerir un poco de la comida que me había traído—, por dentro tanto como por fuera.

Intenté tragar el melón dulce, que por cómo sabía en mi lengua debía de ser seguro un trozo de serrín húmedo.

—Quiero irme a casa —le dije.

—Lo sé, nena. Yo quiero llevarte a casa. No hay muchas más cosas de las que preocuparse. Dado que tu padre lo tenía todo en fideicomiso, podemos volver en unos meses y ocuparnos de todo entonces. El señor Murdock dijo que en cualquier caso lo mejor sería esperar un poco…, no se deben tomar decisiones sobre algo tan personal así de primeras —explicó poniendo su mano sobre la mía.

Sí. Peter Murdock era el compañero de negocios de mi padre en la firma de abogados. O… lo había sido. Lo mejor es un fideicomiso testamentario, decía siempre mi padre. Ahora yo contaba con una casa en Sausalito, todo el dinero y las inversiones de mi padre; todas las posesiones materiales que había adquirido en sus cincuenta y un años ahora me pertenecían.

Yo no quería nada de eso. Solo quería que mi padre volviera.

Una voz amiga interrumpió mis pensamientos.

—Bella…, oh, cariño, estás aquí.

Me volví y vi a Jessica con los brazos abiertos. Fui hacia ella y abracé a mi amiga con fuerza. Jess y yo íbamos juntas al colegio. Primer grado, en la clase de la señorita Flagler. Prácticamente inseparables curso tras curso hasta el último año de instituto. Hasta las vacaciones del Día de Acción de Gracias, para ser exactos.

Sí, Jessica había estado conmigo el día que me ocurrió eso. Había sido una verdadera amiga cuando la había necesitado, pero después de lo sucedido yo no había estado muy predispuesta a las amistades.

Necesitaba marcharme. Algo necesario en mi proceso de recuperación. Habíamos seguido en contacto a lo largo de los años desde que estaba en Londres, pero no nos habíamos visto desde hacía más de cuatro años. Ella seguía estando bronceada y atlética, con su pelo rubio cortado como un hada como complemento perfecto a su complexión pequeñita. Me emocionó que apareciera aquí para darme el pésame.

—Lo siento muchísimo, Bella. Tu padre… era simplemente el hombre más dulce del mundo…

Me gustaban mucho nuestras conversaciones siempre que nos veíamos en el gimnasio. Le encantaba hablar de ti.

—Oh, Jess… —Sentí que se me humedecían los ojos y que mis emociones se amontonaban—.

Gracias por venir, significa muchísimo para mí verte aquí. Él te tenía mucho cariño. Pensaba que eras muy dulce. —Nos abrazamos otra vez y la contemplé bien—. Es maravilloso verte de nuevo. —Me volví a Edward—. Jess, este es Edward Cullen, mi prometido. —Alcé la mano y mostré mi anillo de compromiso—. Edward, esta es Jessica Stanley, mi amiga desde primer grado.

—Es un placer, Jessica —dijo Edward mientras se estrechaban la mano. Me pregunté si recordaría que Jess era con quien fui a la fiesta aquella terrible noche de mi vida. Si lo recordaba, no mostraba signo alguno de ello. Edward disimulaba muy bien en estas situaciones.

Entonces Jessica se giró hacia su acompañante e hizo las presentaciones. Otra cara de mi pasado.

Karl Westman estaba junto a Jess. Guau…, demasiadas emociones. Necesitaba un momento para asimilarlo, estaba demasiado abrumada. Ver antes al padre de Lance Oakley había sido de locos. Me había dejado tan desconcertada que apenas se me había quedado nada de lo que me había dicho. Mi madre había pasado más tiempo hablando con el senador que yo. ¿Y ahora Karl estaba también aquí?

—Bella, siento muchísimo tu pérdida —dijo Karl mientras daba un paso para abrazarme.

—Hola, Karl. Ha pasado mucho tiempo.

Me sentía incómoda, pero sabía que debía de estar siendo igual de incómodo para él. Compartíamos una parte pequeña de nuestro pasado, pero no era eso lo que hacía que a mi corazón hecho pedazos lo estuvieran estrujando al máximo. Era por el hecho de que nosotros cuatro, que ahora estábamos aquí de pie, lo sabíamos. Y también habíamos visto el vídeo o teníamos conocimiento de su existencia.

Quería irme a casa ahora más que nunca.

—Gracias por venir hoy. Es muy amable por tu parte.

—Es un placer.

Karl concluyó el abrazo y yo escudriñé dentro de sus ojos oscuros. No vi nada dañino en ellos. Solo amabilidad y quizá algo de curiosidad. Eso debía de ser normal, ¿no? Nos habíamos conocido en una competición de atletismo cuando estábamos en mitad de secundaria y luego salimos juntos al comienzo de mi último año de instituto. Habíamos tenido citas que terminaban como solían hacerlo todas mis citas en aquellos tiempos: sexo furtivo en lugares privados. Él me gustaba mucho. Karl era entonces un chico muy mono y ahora era un hombre atractivo. Ambos compartíamos una pasión por Hendrix y habíamos tenido muchos debates sobre su música. Jess tenía toda la razón cuando me puso en un mensaje en Facebook que Karl seguía siendo «sexi». Siempre me había tratado bien. Nada quever con cómo me había tratado Lance Oakley.

Lance estaba en la universidad y yo era pequeña y estúpida. Hacía toda una vida de eso. Hacía todo un mundo. ¿Sabía Karl que él fue la causa de que Lance se enfadara tanto como para drogarme ydespués grabarme con sus colegas aprovechándose de mí sobre una mesa de billar? Si yo no hubierasalido con Karl, quizá Lance y sus amigos no habrían grabado ese vídeo la noche de la fiesta. Lasposibilidades eran infinitas. Y si hubiera…, y si pudiera… Sí, no me hacía ningún bien seguir por esecamino.

—Me lo dijo Jess, desde luego —dijo y me rodeó con el brazo en un gesto cariñoso y familiar—, y quería darte el pésame en persona.

Jessica le miró y le hicieron chiribitas los ojos. No hacía falta ser un genio para ver que mi vieja amiga se había enamorado profundamente de Karl Westman. Y a él también parecía gustarle.

Esperaba de corazón que les fuera bien. Hacían muy buena pareja.

Forcé una sonrisa y realicé la mejor actuación de mi vida.

—Me alegro un montón de veros. Ha pasado muchísimo tiempo.

Edward me apretó contra su costado mientras charlábamos con ellos. Era un gesto posesivo por su parte, que a estas alturas ya me resultaba muy familiar. Me acariciaba el brazo arriba y abajo mientras ponía toda su atención en Jess y Karl. Sobre todo cuando Karl nos dijo que su empresa le iba a mandar a los Juegos Olímpicos para un viaje de negocios y que deberíamos quedar cuando estuviera en Londres. Mmm…, me temo que eso no sucederá, Karl.

Edward se aseguró de mencionar nuestra inminente boda, y la fecha, mientras unía su mano a la mía y la alzaba hasta sus labios para besar la parte posterior. Tenía el mismo efecto que un perro haciendo pis en una farola, solo que hecho con mucha elegancia y siendo yo la metafórica farola. Edward se las apañaba para salirse con la suya con semejante comportamiento y hacerlo parecer galante. Siempre lo hacía.

Y, otra vez, me preguntaba si habría sido capaz de sospechar mi «pasado» con Karl. Juraría que había podido imaginárselo. El sexto sentido de Edward era superagudo cuando se trataba de otros hombres y yo. Al recordar su arrebato cuando me encontré con Paul Langley en la calle frente a la cafetería, reconocí que los vívidos celos de Edward se disparaban respecto a mis relaciones pasadas con otros hombres. Yo por supuesto que tenía un pasado, eso estaba claro. Había habido algunos hombres en mi vida, y él debía aceptarlo. Aunque quisiera no podía cambiarlo. Pero Edward también tenía un pasado, y aceptar que había cosas que no se podían cambiar era parte del aprendizaje para confiar en una relación. Ambos tendríamos que dejar a un lado algunas cosas. Yo no iba a dejar de hablar con gente como Paul y Karl solo porque Edward se pusiera celoso con cualquier hombre que hubiera estado conmigo antes que él. Yo no estaba con ellos ahora, estaba con él.

Traté de quitarle importancia. Daba igual. El pasado era simplemente eso: pasado…, había terminado… de una vez por todas. E incluso aunque sufría por dentro y estaba totalmente destrozada por la pérdida de mi padre, aún entendía que había cosas muy importantes. Todo esto me había abierto mucho los ojos, y así se quedarían. La pérdida de un ser querido te hace cambiar al instante tus prioridades, eso había aprendido.

Mi padre se había ido, pero mi mente estaba bien.

Sabía qué importaba y qué no. Ahora mi mundo era la persona que me apretaba contra su cuerpo vigoroso para protegerme con sumo cuidado y la personita que estaba creciendo en mi interior.

Tener a Bella durmiendo sobre mí en el vuelo de regreso a Londres me hizo sentirme mejor de lo que había estado en días. Ella estaba totalmente agotada, y tan exhausta que se había quedado dormida casi de inmediato después de sentarnos en nuestros asientos. Tampoco la culpaba. La despedida de su madre había sido… dolorosa, a falta de una descripción mejor. Yo mismo estaba exhausto por la experiencia. Dios, esa maldita mujer no me gustaba ni una pizca. Me esperaba un jodido infierno con esta suegra. Y no había nada en el mundo que pudiera hacer al respecto. Mi dulce chica tenía una bruja como madre. Era muy guapa en plan diseñador chic, pero una bruja abominable al fin y al cabo.

Imaginé a Charlie Swan recibiendo ahora sus alas de santo por haberla soportado todo ese tiempo.

Reprimí un escalofrío.

Su queridísima madre había intentado que Bella prolongara su viaje y me dejara ir a casa solo. Me rechinaron los dientes al recordarlo. ¡Como si yo hubiera permitido tal cosa! Seguro que habría intentado influirla para que me dejara o para que regresara a Estados Unidos.

Al final Bella no le hizo caso a su madre. Simplemente se dio la vuelta y dijo que volvería a casa a Londres para casarse conmigo y tener a nuestro bebé. No creo que jamás me haya sentido más orgulloso de nadie como de mi chica cuando pronunció esas palabras y me miró.

Bella abrió los ojos y yo capté ese momento de inocencia, ese despertar feliz e inconsciente de todas las cosas malas que le habían ocurrido en su vida…, como perder a un ser querido. Solo duraba una décima de segundo, en cualquier caso. Lo sé por experiencia.

Sus ojos brillaron en un primer momento y entonces se nublaron, mostrando el dolor de su realidad durante unos segundos antes de cerrarlos para protegerse de pensamientos dolorosos y poder superar el resto de ese viaje en el que estábamos tan expuestos. Viajar en primera clase era mejor que en turista, pero aun así estábamos en una cabina, rodeados de extraños y sin ninguna privacidad. Bella había mantenido la compostura hasta ese momento. Todavía no se había venido abajo, y debo decir que me preocupaba bastante, pero no había nada que pudiera hacer. No podía sufrir en su lugar.

Tendría que hacerlo ella a su modo y a su tiempo.

La azafata vino para tomar nota de nuestras cenas. Salmón o pollo a la parmesana encabezaban esa noche el menú. Miré a Bella y obtuve un minúsculo movimiento de cabeza y una cara triste. Lo ignoré y le dije a la azafata que los dos tomaríamos salmón, pues recordé cuánto le había gustado cuando cenamos con mi padre y Marie.

—Tienes que comer algo, cariño.

Asintió con la cabeza y sus ojos se humedecieron.

— ¿Qué…, qué voy a hacer ahora?

Le cogí la mano y la presioné contra mi corazón.

—Vas a volver a nuestra casa y pasarás un tiempo descansando y haciendo lo que te haga sentir mejor. Irás a ver a la doctora Roswell y hablarás con ella. Vas a trabajar en tu investigación para la universidad cuando te sientas con fuerzas para ello. Organizarás la boda con las chicas y con Jake.

Iremos a ver al doctor Burnsley para concertar una segunda cita y para averiguar qué tal va nuestra aceituna. Vas a dejar que te cuide y a seguir adelante con tu vida. Con nuestra vida.

Ella escuchó cada palabra. Absorbió cada una de ellas y yo estaba contento por haberle dado algo que creo que necesitaba escuchar. En ocasiones, tener a otra persona que te diga que todo va a salir bien es lo que realmente necesitas para superar los momentos más duros. Sé que Bella necesitaba escucharlo, tanto como yo decirlo.

—Y yo estaré junto a ti en cada paso del camino. —Me llevé su mano a los labios—. Te lo prometo.

— ¿Cómo sabes lo de la aceituna? —dijo sonriendo un poquito.

—Puse la página de Embarazo en mis favoritos y la visito religiosamente, como tú me recomendaste. Esta semana es del tamaño de una aceituna, y la semana que viene de una ciruela pasa.

—Le guiñé el ojo.

—Te quiero —susurró en voz muy baja, y se pasó la mano por el pelo.

—Yo también te quiero, preciosa. Mucho, muchísimo.

La azafata llegó con toallitas húmedas y el servicio de bebidas. Yo pedí vino y Bella zumo de arándanos con hielo. Esperé a que diera un sorbo. No quería tener que obligarla a comer, pero recurriría a tácticas persuasivas si tenía que hacerlo.

Para mi sorpresa y alivio, pareció gustarle el zumo de arándanos.

—Esto sabe muy pero que muy bien. —Dio otro sorbo—. Se me están pegando tus palabras.

—Puedo asegurarte que todavía suenas como mi chica americana, cariño.

—Lo sé, quiero decir que se me está pegando tu manera de hablar, como decir «esto sabe bien» en lugar de decir «esto está rebueno». Se me está pegando de estar tan cerca de ti —dijo.

—Bueno, dado que jamás te vas a librar de mí, entonces supongo que significa que en poco tiempo conseguiré que hables como una británica nativa.

—Bueno, puedes intentarlo, desde luego. —Bebió un poco más de zumo y pareció algo más animada.

—Para cuando nazca la aceituna, serás una yanqui irreconocible, estoy seguro.

Su cara se iluminó.

—Me acabo de dar cuenta de algo guay.

— ¿De qué se trata? —pregunté intrigado pero feliz de verla más animada de lo que había estado en muchos días.

—Aceituna tendrá acento inglés —dijo arrugando ligeramente la nariz—. Me resulta un poco extraño…, pero supongo que me acostumbraré a ello… y me gusta.

No pude evitar reírme.

—Serás la mejor mamá aceituna del mundo.

Me sonrió un momento, pero entonces la sonrisa desapareció tan rápido como había aparecido.

—No como la mía, eso desde luego.

El dolor y la angustia sonaron alto y claro en sus palabras.

—Siento haberlo mencionado —dije moviendo la cabeza; no quería hablar mal de su madre, pero me resultaba muy difícil no hacerlo.

—Quieres decir haberla mencionado.

—Eso también —argumenté. En realidad no quería meterme en las complejidades de la relación de Bella con su madre, pero si era eso de lo que quería hablar, entonces podría sin duda darle mi opinión. Solo esperaba no tener que hacerlo.

Me libró de ello haciéndome otra pregunta.

— ¿Y qué hay de tu madre, Edward?

—Bueno, apenas la recuerdo. Lo único que tengo son los recuerdos que despiertan las fotografías.

Creo que puedo acordarme de cosas de ella, pero quizá solo lo imagino cuando veo las fotos y escucho las historias de ella que me cuentan mi padre y Hannah.

—Dijiste que te habías tatuado las alas en tu espalda por tu madre.

No, no quería hacer esto ahora mismo.

Casi suspiré, pero justo conseguí retenerlo. Sabía que era mejor dejarla al margen en ese momento.

Bella me había preguntado antes por el tatuaje y sabía que ahora ella quería que yo compartiera eso, pero simplemente no me sentía todavía preparado para ello. No aquí, en un vuelo público bajo  circunstancias trágicas. No era para mí el momento, ni el lugar adecuados para dejar salir esas emociones.

El salmón apareció justo entonces y me salvó.

Bella siguió bebiendo zumo y evitando la comida, que no estaba para nada mal para ser comida de avión.

—Toma —dije ofreciéndole el tenedor con un trocito de pescado, tras decidir que si ella no iba a comer por su cuenta, entonces tendría que alimentarla yo mismo.

Escudriñó el trozo con cuidado antes de abrir la boca para recibirlo. Lo masticó lenta y pausadamente.

—El salmón está bueno, pero yo quiero saber por qué las alas te recuerdan a tu madre.

De modo que es así como quieres jugar, ¿eh? Chantaje emocional a cambio de comer… Le ofrecí otro trozo de pescado.

Mantuvo los labios cerrados.

— ¿Por qué ese tatuaje, Edward?

Respiré hondo.

—Son alas de ángel, y dado que me la imagino así, me pareció muy apropiado tener las alas a lo largo de la espalda.

—Es una idea bonita —sonrió.

Le tendí otro pedazo tierno de salmón, que esta vez aceptó sin rechistar.

— ¿Cómo se llamaba tu madre?

—Laurel.

—Es bonito. Elisabeth. Elisbeth Cullen… —repitió.

—Yo también lo creo —le dije.

—Si aceituna es una niña, creo que tenemos el nombre perfecto para ella, ¿no crees?

Sentí cómo se me movía la garganta para tragar saliva. Y no se debía a comer salmón. Su propuesta significaba algo para mí…, algo profundo y muy personal.

— ¿Harías eso?

—De verdad que me encanta el nombre de Elisabeth, y si tú quieres, entonces… Sí, por supuesto — respondió, con sus ojos un poco más brillantes que antes.

Yo estaba conmocionado, completamente agradecido por su generosidad y buena voluntad al brindarme un regalo tan bonito, sobre todo en un momento de tristeza tan terrible para ella.

—Me encantaría llamar a nuestra niña Elisabeth por mi madre —afirmé con sinceridad antes de sostener en alto un pequeño pedazo de pan.

Ella cogió el trozo de pan y lo masticó lentamente, sin quitar en ningún momento los ojos de mí.

—Bueno, entonces ya está decidido —dijo con una voz triste y meditativa.

Imaginé lo que debía de estar pensando, así que fui a ello.

— ¿Y si aceituna es un niño?

—Sí, sí, sí. —Comenzó a llorar—. Quiero… llamarle Charlie… m… mas —consiguió decir antes de desmoronarse justo encima del océano Atlántico, en una cabina de primera clase, en el vuelo nocturno 284 de British Airways, de San Francisco a Londres-Heathrow.

La acerqué a mí y la besé en la frente. Después la abracé y dejé que hiciera lo que finalmente necesitaba. Lo hizo en silencio y nadie se fijó en nosotros, pero aun así me dolía tener que presenciar cómo atravesaba el siguiente paso del duelo.

La azafata, que llevaba una insignia con el nombre de «Dorothy» y tenía un leve acento irlandés, se percató y acudió rápidamente para ofrecernos ayuda. Le pedí que se llevara la cena y que nos trajera una manta más. Dorothy pareció entender que Bella estaba afligida y se apresuró a retirar la comida, apagar las luces y traer una manta para taparnos. Cuidó mucho de nosotros durante el resto del vuelo y me aseguré de agradecerle sinceramente su amabilidad cuando desembarcamos varias horas después.

Durante el resto del vuelo abracé a mi chica contra mi pecho hasta que agotó sus lágrimas y se durmió. Yo también descansé, pero a ratos. Mi mente se movía hacia todas partes. Tenía abundantes preocupaciones y solo podía esperar y rezar para que el farol que me tiré cuando amenacé a Oakley en el funeral funcionara. Estaba preparado para hacer todo lo que había prometido si alguien daba un paso hacia Bella, que sabía que estaría muy vigilada de aquí en adelante.

No sabía quién era el responsable de las muertes de Montrose y Fielding. No sabía si Charlie Swan se había implicado en ese lío y si había sido asesinado. No sabía quién había mandado ese mensaje al móvil antiguo de Bella, ni quién había dado el aviso de bomba la noche de la gala Mallerton. No sabía muchas cosas de las que necesitaba algunas respuestas.

Sentía miedo dentro de mí.

Un miedo insano, como una locura, que me tenía aprisionado y me calaba hasta los huesos.

 

Capítulo 17: CAPÍTULO 16 Capítulo 19: CAPÍTULO 18

 
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