2ª PARTE EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 14/08/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 61
Visitas: 65661
Capítulos: 26


Grandes sorpresas les aguardan a Edward y Bella mientras intentan hacer frente a lo que les ha deparado la vida. Los demonios del pasado amenazan con destrozar la apasionada relación que han construido, a pesar de que se juraron que nada les separaría. Una pérdida, devastadora y terrible, sumada a la posibilidad de un nuevo futuro les abre los ojos y les hace ver lo que es realmente importante pero ¿podrá esta pareja de enamorados seguir adelante y dejar atrás las dolorosas historias que los persiguen?
Un acosador sigue merodeando entre las sombras, tramando una conspiración aprovechando el ajetreo y la distracción de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Bella y Edward están a punto de perderlo todo a medida que aumenta la situación de peligro. ¿Se verán superados por las circunstancias o lucharán con las escasas fuerzas que les quedan para salvarse el uno al otro y ganar el mejor premio del mundo: una vida juntos?

 

BASADA EN EYES WIDE OPEN DE RAINE MILLER

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 15: CAPÍTULO 14

Capítulo 14

 

Me detuve ante la casa de ladrillo rojo en Hampstead donde había crecido y aparqué en la calle.

—Esta es la casa de mi padre.

—Es preciosa, Edward. Un elegante hogar inglés, justo como lo había imaginado. El jardín es muy bonito.

—A papá le gusta trabajar la tierra con las manos.

—Siempre he admirado a las personas con mano para las plantas. Me gustaría tener un jardín algún día, pero no sé demasiado sobre el tema. Tendría mucho que aprender —dijo ella desde el coche con cierta melancolía—. ¿Te sientes bien cuando vienes? ¿Lo consideras aún tu hogar? —Me pareció que hablaba con nostalgia.

—Bueno, sí. Es el único que tuve hasta que conseguí el mío. Y sé que mi padre estaría encantado de enseñarte lo que hiciera falta. El jardín de mi madre está en la parte de atrás de la casa. Eso sí que quiero que lo veas. —Recorrí con la mirada a Bella; estaba preciosa, como siempre, con un vestido de flores y unas botas moradas. Dios, me encantaba que llevase botas. La ropa se podía ir, pero las botas podían quedarse… siempre—. ¿Estás nerviosa?

Asintió.

—Lo estoy… y mucho.

—No tienes por qué, nena. Todos te quieren y piensan que eres lo mejor que me ha pasado. —Le di un suave beso en los labios, saboreando su dulzura antes de que tuviésemos que estar en público y de que la constante necesidad de tener mis manos sobre ella hubiese de ser contenida durante las horas siguientes. Es un asco ser yo en esos momentos—. Y lo eres —añadí.

—Oh, vamos… Recuerdo cuando mi padre te interrogó… y cómo te falló la voz —dijo riéndose—.

Su cara no tenía precio, ¿verdad?

—Supongo. En realidad no recuerdo su cara. En lo único que podía pensar era en lo agradecido que estaba por tener miles de kilómetros entre nosotros, ya sabes, para evitar que me cortara las pelotas.

—Pobrecito mío —me consoló mientras se reía con una mano sobre el estómago.

— ¿Te encuentras bien? ¿Cómo se está portando nuestra frambuesa esta tarde?

Bella me acarició la mejilla.

—La pequeña frambuesa está cooperando por ahora, pero nunca sé lo que vendrá en un rato. Por alguna razón la noche es mi enemiga. Tan solo tengo que tomármelo con calma.

—Estás preciosa esta noche. Mi padre va a estar entusiasmado. —Le cogí la mano, le di un beso en la palma y después la presioné contra su vientre.

—Vas a hacerme llorar si sigues por ese camino. —Me cubrió la mano con las suyas.

—No. Nada de lágrimas hoy. Es un momento feliz. Piensa en lo feliz que estaba tu padre anoche cuando se lo dijimos. Bueno, al menos lo estuvo después de percatarse de que se hallaba demasiado lejos como para castrarme. —Le guiñé rápidamente el ojo.

—Te quiero, Cullen. Me haces reír, y eso es mucho. Terminemos con esto.

—Sí, jefa. —Salí, di la vuelta al coche, saqué a mi chica y la acompañé hasta la puerta. Llamé al timbre y esperé. Sentí un cálido roce en mi pierna. El gato había crecido desde la última vez que vine.

Soot, tío. ¿Qué tal estás? —Le cogí en brazos y le presenté a Bella—. Este es Soot, el autoproclamado dueño de mi padre. Podría decirse que él le ha adoptado.

—Ohh…, qué gatito tan lindo. Qué ojos más verdes. —Bella se acercó a acariciarle cuando Soot agachó la cabeza hacia su mano—. Es muy amistoso, ¿eh?

—Sí que lo es.

La puerta se abrió y se interrumpió ese momento que estábamos viviendo. La tía de Bella, Marie, estaba en el porche de mi padre con una sonrisa de bienvenida.

—Sorpresa —dijo Marie—. Me apuesto lo que sea a que no esperabais verme aquí, ¿verdad?

Yo reí incómodo, en realidad me había pillado algo desprevenido, pero me recuperé enseguida a pesar de mi asombro.

—Marie, si esta no es la sorpresa más agradable del mundo, no sé cuál podría ser. ¿Estás ayudando a mi padre con la cena?

—Exacto —respondió ella—. Por favor, entrad.

Nos saludó a los dos con besos y abrazos. Bella y yo intercambiamos una rápida mirada.

Apostaría todo mi dinero a que Bella estaba tan sorprendida como yo de ver a Marie ahí.

En cuanto atisbé a mi padre, supe que ocurría algo. Se limpió las manos con un trapo de cocina y nos saludó. Un cálido abrazo y un beso en la mano para mi chica y un más bien frío gesto con la cabeza hacia mí. Soot saltó de mis brazos y se marchó a alguna parte.

—Marie y yo ya habíamos quedado para cenar aquí esta noche antes de que llamaseis para venir — explicó mi padre.

¿De verdad? Bella y yo intercambiamos otra mirada y resultó obvio que estábamos tratando de disimular. ¿Así que papá y Marie estaban…? Bien. Seguía pensando que Marie era muy atractiva para ser una mujer madura. La idea de que mi padre tal vez estuviese molesto por haberle interrumpido su noche romántica cruzó por mi mente. Bueno, mierda.

— ¿Por qué no lo dijiste entonces? —pregunté—. No teníamos por qué venir esta noche.

Mi padre sacudió la cabeza hacia mí y se quedó en silencio. Si no le conociese tanto, diría que me estaba ignorando. Pero solo a mí, no a Bella. Le dirigió una cálida sonrisa y dijo:

—Creí que debíais venir esta noche, hijo.

¿Qué demonios? ¿Sabía ya algo? Iba a partir un par de cabezas si mi hermana o Fred se habían ido de la lengua. Le miré fijamente. Él se quedó impávido.

Marie rompió la tensión. Gracias, joder.

—Bella, querida, ven a ayudarme con el postre. Bizcocho de frambuesa, y va a estar de muerte.

Me entraron ganas de sonreír cuando dijo «frambuesa» y mi mirada se encontró al instante con la de Bella. Me guiñó un ojo y siguió a Marie a la cocina.

— ¿Por qué estás así de seco, papá? ¿Hemos interrumpido tu noche o algo? Podías haberme dicho que hoy no te venía bien, lo sabes.

Mi padre apretó la mandíbula y levantó ambas cejas, haciéndome saber quién mandaba en esa pequeña discusión. Es increíble cómo un padre tiene ese poder. Era capaz de llevarme a mi adolescencia y recordarme cuando me sentaba y me echaba la bronca por meterme en algún lío.

—En realidad sí has interrumpido mi noche, pero eso no tiene nada que ver. Siempre me alegro de ver a mi hijo. No, lo que no me puedo creer es que tenga que esperar a que me llames, Edward. —Me apuñaló con la mirada.

— ¿Podemos dejar de hablar en código? Obviamente estás molesto por algo.

—Oh, sí, algo —respondió cortante.

— ¿Qué quieres decir con eso? —solté un gallito. ¡Joder! Estaba metido en un lío. ¿Lo sabía mi padre? ¿Cómo?

—Creo que lo sabes, hijo. De hecho, sé que lo sabes.

— ¡Lo sabes! —Sí, mi voz seguía cambiando de tono como un cantante de ópera en escena—.

¿Cómo es posible?

Suavizó un poco su expresión.

—Parece ser que un montón de cosas son posibles, hijo. Imagina mi sorpresa cuando llamé a Hannah y mi nieta me contó alegremente que el tío Edward y la tía Bella están embarazados.

¡Oh, Dios! Me froté la barba de inmediato.

—Así que el pequeño monstruo te lo contó, ¿verdad?

—Desde luego. —Mi padre aún mantenía una expresión severa—. Zara tiene bastante que decir al respecto.

Me agarré las manos en señal de rendición.

— ¿Qué quieres que diga, papá? Ha sucedido sin más, ¿vale? No fue intencionado, ¡y te puedo asegurar que nos sorprendió tanto como al resto!

Se cruzó de brazos, sin parecer afectado por haberme pillado desprevenido.

— ¿Cuándo es la boda?

Miré al suelo, de repente avergonzado. No tenía respuesta para él.

—Estoy en ello —murmuré.

—Por favor, dime que te casarás enseguida. —Levantó la voz—. ¡No puedes esperar a que nazca el bebé como hacen algunos famosos!

— ¿Puedes bajar la voz? —le rogué—. Bella está…, bueno, se siente recelosa con respecto al compromiso. Le da miedo… por su pasado.

Mi padre me lanzó una mirada que mostraba bastante bien lo que opinaba de mi explicación.

—Demasiado tarde para eso, hijo —resopló—. Ya estáis todo lo comprometidos que podéis estar.

Tener a vuestro hijo sin los beneficios de un matrimonio legal será incluso más aterrador, te lo aseguro. Para ti y para Bella. —Sacudió la cabeza—. Olvidad el pasado, tenéis que pensar en el futuro. —Me miró como un perro miraría un filete—. ¿Le has propuesto matrimonio siquiera? No veo ningún anillo en su dedo.

—Ya te he dicho que estoy en ello —le contesté. Y, joder, de verdad que lo estoy, papá.

—El tiempo no espera, Edward.

— ¿De verdad, papá? Gracias por el consejo. —Mi sarcasmo me habría supuesto un bozal en la boca durante mis años mozos. Ahora solo recibí una mirada severa y más frialdad. De repente se me ocurrió que tal vez ya había compartido nuestra noticia—. ¿También lo sabe Marie? —pregunté altivamente.

—No. —Mi padre me regaló otra mirada hostil unida a una hacia el cielo antes de dirigirse a la cocina con Bella y Marie.

Observé cómo se marchaba enfadado y decidí que poner algo de distancia ahora sería lo mejor.

Carecía de sentido tener una pelea familiar y enfadar a todo el mundo. Mejor lo sufría yo solo. Planté mi culo en el sofá y deseé un cigarro. O un paquete entero.

Es gracioso lo diferente que reaccionaron nuestros padres a nuestras noticias. Charlie Swan se alegró por nosotros, después del asombro inicial, creo. No nos exigió una fecha de boda, sino que simplemente quería ver que éramos felices y que yo quería a su hija y estaba dispuesto a cuidar de ella

y de nuestro hijo. Incluso sugirió venir a hacernos una visita a finales de otoño, algo que entusiasmó a Bella.

La madre de Bella tampoco preguntó por la fecha de la boda. La señora Exley era otro cantar, de verdad, pero el caso es que yo no le gustaba, y estoy seguro de que no le agradaba tampoco el hecho de convertirse en abuela. Era su problema. Un silencio helador fue lo que recibimos del otro lado de la línea cuando llamamos para darle la noticia. Bella no había querido decírselo a su madre por Skype como había hecho con su padre, y ahora entendía el porqué. Su madre nos habría dedicado un par de miradas malvadas al oír nuestras noticias y mi dulce chica no necesitaba verlas en absoluto. Ya había sido bastante malo consolarla después de colgar el teléfono. Sí, había marcado los límites y le había dado mi opinión. La madre de Bella era una amargada criticona que claramente se preocupaba más de su posición social que de su hija. Por suerte, nuestros encuentros serían mínimos.

Así que sí, la instantánea hostilidad de mi padre ante la falta de fecha para la boda me había pillado por sorpresa. Sobre todo cuando un mínimo de paciencia habría puesto fin a sus preocupaciones.

Tras unos momentos Soot encontró mi regazo y se puso cómodo. Se quedó mirándome con sus ojos verdes mientras yo le acariciaba el brillante pelaje y me preguntaba cómo era posible que en una noche agradable hubiese acabado recibiendo la corona al rey de los idiotas en un cojín de terciopelo.

—Tengo un plan —le dije al gato—. Lo tengo, solo que aún no se lo he dicho a nadie.

Soot me guiñó uno de sus ojos verdes en señal de total entendimiento y ronroneó.

Edward me retiró la silla de la mesa y me ayudó a levantarme.

—Quiero enseñarle a Bella el jardín —anunció.

—Pero ¿no deberíamos ayudar a recoger la mesa? —pregunté.

—No, por favor, querida, deja que Edward te enseñe el precioso jardín de su madre. Quiero que lo veas. —El tono de Carlisle era contundente. Ni siquiera me planteé discutirlo.

Miré a Edward y le agarré la mano.

—Bueno, de acuerdo, si no os importa. El salmón y la bearnesa estaban deliciosos. Estoy asombrada con tus dotes para la cocina, Carlisle. —Le guiñé un ojo a Marie—. Sabía que mi tía era la reina de la cocina, pero tú me sorprendes.

Carlisle se encogió de hombros.

—Tuve que aprender. —Al instante me sentí mal por recordarle a todo el mundo la pérdida de la madre de Edward. Él había perdido a su madre cuando era un niño, pero Carlisle había perdido a su mujer y a su alma gemela. Era algo muy triste, pero Carlisle había tenido muchos años de práctica lidiando con momentos incómodos como este y no le dio ninguna importancia—. Marie y yo hemos sido un gran dúo esta noche, creo. Yo hice el pescado y el arroz y ella la ensalada y el postre. —

Carlisle le guiñó un ojo a mi sonriente tía. Me pregunté si estaban… saliendo; era una idea rara que estuviesen teniendo una relación de pareja, pero me haría feliz si fuese cierta. Tal vez fueran solo amigos, pero desde luego se les veía muy tiernos juntos. Me pregunté qué opinaría Edward de ver a su padre con una mujer.

Edward me colocó la mano en la espalda y me guio al exterior. Soot iba delante de nosotros antes de saltar a la base de ladrillo de una enorme jardinera que flanqueaba un apartado banco rodeado de consueldas de un morado intenso y lavanda azul claro.

—Esto es precioso, justo como un jardín inglés sacado de una postal. —Me encogí de hombros hacia Edward, al que notaba muy tenso para una simple visita al jardín. Tenía la mandíbula apretada y la mirada fija—. ¿Te resulta duro ver a tu padre con Marie? —pregunté con tacto.

Negó con la cabeza.

—En absoluto. Marie es muy atractiva —dijo sonriendo—. A por ella, papá.

—Bueno, es un alivio. Estaba un poco preocupada. Parecías… tenso durante la cena.

Me llevó hacia el banco del jardín y me envolvió con sus brazos, enterrando su cabeza en mi cuello.

— ¿Parezco tenso ahora? —murmuró entre mi pelo.

—No tanto —contesté mientras le acariciaba el cuello—, pero tus músculos están muy tensionados.

¿Cuándo se lo vamos a decir? Pensé que a estas alturas ya lo habríamos hecho.

—Lo haremos cuando regresemos dentro. Necesito un momento a solas contigo primero.

—Me tomaré ese momento a solas contigo. —Sonreí a su hermosa cara, que me miraba intensamente; la iluminación de las luces del jardín se reflejaba en sus ojos azules como diminutas chispas. Se acercó a mí y me besó y me devoró con su experta técnica. Noté un pequeño cosquilleo en el estómago y me sentí tan afectada como durante el momento en que nos miramos por primera vez a los ojos aquella noche en la Galería Andersen a principios de mayo.

Edward me besó en el jardín de su padre durante mucho más que unos segundos, pero yo podría haber estado toda la noche. Sus labios y su lengua seguían siendo igual de mágicos que el primer día. Edward me hacía sentir especial cuando me besaba. Ningún otro hombre me había hecho sentirme tan amada en mi vida.

Poco después se retiró y me sujetó la cara entre sus manos. Me acarició los labios con el pulgar y me deslizó el labio inferior lo bastante como para enviarme un mensaje. Un gesto que decía «eres mía» y que despertaba sensaciones extrañas en mi interior. De todos modos, el simple roce de Edward lo conseguía y ya estaba familiarizada con esa sensación. Tan solo me hacía quererle más, si es que eso era posible.

—Te compré una cosa cuando estábamos en Hallborough. Lo encontré en una tienda de antigüedades cuando recorrí el pueblo y supe que era para ti. He esperado hasta el momento adecuado para dártelo. —Sacó un pequeño paquete rectangular del bolsillo de su chaqueta y lo depositó en mi regazo.

—Oh… ¿Tengo un regalo? —Cogí el paquete y le quité el bonito papel azul. Era un libro. Un libro muy viejo y muy especial. Mi corazón se aceleró al darme cuenta de lo que Edward me había dado—.

Lamia, Isabella, la víspera de santa Inés y otros poemas de John Keats… —Me impactó tanto que me atraganté.

— ¿Te gusta? —La expresión de Edward era vacilante y me di cuenta de que tal vez tenía dudas sobre el regalo, de si me gustaría o no. Una primera edición de Keats debía de costar una fortuna, y esta lo era. Tenía la cubierta de piel verde y todavía se veían las letras doradas en relieve en el lomo. Para mí era una obra de arte.

— ¡Oh, Dios mío! Sí, puedes estar seguro, cariño. Es precioso, un regalo maravilloso. Lo querré siempre. —Lo abrí con cuidado y lo acerqué a una de las lámparas del jardín para poder verlo—. Hay una dedicatoria. «Para mi Marianne. Siempre tuyo, Darius. Junio de 1837». —Me llevé la mano al cuello y miré a Edward—. Era el regalo de unos enamorados. Darius amaba a Marianne y le dio el libro.

—Como yo te quiero a ti —dijo él suavemente.

—Oh, Edward. Me harás llorar otra vez si sigues haciendo estas cosas.

—Bueno, no me importa que llores, de verdad. Nunca me ha importado. Especialmente si no son lágrimas de tristeza. Puedes llorar de alegría siempre que quieras, nena. —Se inclinó y posó la frente en la mía—. Adoro el sabor de tus lágrimas —dijo antes de apartarse.

—Yo también te quiero —susurré al tiempo que le acariciaba la mejilla—. Y me haces regalos demasiado caros.

—Nunca, nena. Te daría el mundo si pudiese. Nunca me has pedido nada. Eres muy generosa y me haces mejor persona con tu espíritu. Me maravillas la mayor parte del tiempo. De verdad —asintió para enfatizar sus palabras _. No miento.

—Ahora me toca a mí preguntar si eres real.

Su mirada me recorrió asintiendo de nuevo.

—Creo que me volví real cuando te conocí.

Se me cayó el corazón a los pies en el momento en que Edward se levantó del banco y se arrodilló frente a mí. Me cogió la mano.

—Sé que soy un poco bruto a veces y que he irrumpido en tu vida, pero te quiero con todo mi corazón. No lo dudes nunca. Eres mi chica y te quiero y te necesito conmigo para siempre. Habría querido un futuro contigo independientemente de las circunstancias. El bebé es tan solo una señal más de que es lo correcto. Estamos haciendo lo correcto, preciosa. Estamos bien juntos.

No podía hablar, pero coincidía con él. Estábamos bien juntos.

Todo lo que podía hacer era mirar sus preciosos ojos y enamorarme más de todo lo que representaba Edward Cullen. Mi increíble hombre.

Los caminos que tomamos en la vida nunca están claros y nadie puede predecir el futuro, pero la noche en que vi a Edward supe que había algo especial en él. Cuando fui a su piso la primera vez para estar con él, lo supe. También supe que la decisión me cambiaría la vida. Para mí lo había hecho. Él era todo lo que podía soñar en un compañero, e incluso más de lo que nunca pude haber imaginado. El momento nunca es bueno. Uno tiene que lidiar con lo que viene cuando entra en tu vida.

Edward era sencillamente… la persona adecuada para mí. Le apreté la mano. Era la única respuesta que podía darle teniendo en cuenta que mi corazón latía tan deprisa que estaba segura de que podría salir volando si él no me sujetase.

—Bella Swan, ¿me harías el hombre más feliz de la Tierra casándote conmigo? Sé mi mujer, la madre de nuestro hijo. —Inclinó la cabeza y susurró el resto—: Hazme real. Solo tú puedes hacerlo, nena. Solo tú…

—Sí —asentí con rapidez.

No sé cómo me las ingenié para decirle siquiera esa única palabra. Me oí hablar en alto, pero lo único que podía hacer era mirarle. Mirarle arrodillado ante mí y sentir el amor que me brindaba.

Había muchas otras cosas que podía haber dicho, pero no lo hice. Quería disfrutar del momento para después recordar cómo me sentí cuando Edward me pidió que le hiciese real.

Entendía lo que quería decir con eso. Lo entendía porque yo sentía lo mismo. Él me sacó de la oscuridad y me llevó a la luz. Edward me había devuelto mi vida.

Algo frío y pesado se deslizó por mi dedo. Cuando bajé la mirada para ver lo que era me encontré con que tenía el anillo más bonito del mundo colocado en el cuarto dedo de mi mano izquierda. Una amatista enorme, antigua y hexagonal, de color morado oscuro e incrustada en platino con diamantes, brillaba hacia mí. Lo llevé hacia la luz del jardín para poder verlo bien. Era imponente, precioso y demasiado lujoso para mí, pero me encantaba porque lo había elegido Edward. Me tembló la mano y las lágrimas comenzaron a brotar. Era incapaz de contenerlas. Estaba bien que me acabara de decir que no le importaban mis lágrimas porque caerían sobre él en cuestión de segundos.

Esas eran definitivamente lágrimas de felicidad.

—Quie… quiero ca… casarme contigo. Lo quie… quiero. Te quiero muchísimo, Edward. —Mis palabras salieron entre sollozos. Estaba tan abrumada que no podía asimilarlo todo, y estoy segura de que mi estado hiper hormonal tampoco ayudaba.

Edward me agarró la mano y la besó, y el familiar roce de su mejilla unido a sus cálidos labios me consoló de una manera que no podría describir con palabras. Simplemente me hizo sentir querida, tal y como siempre hacía. Ahora era suya, y recibí ese hecho con los brazos abiertos. Me había llevado un tiempo conseguirlo, pero había llegado hasta aquí. Había aceptado el amor de Edward y le había ofrecido todo mi ser a cambio. Por fin.

Nunca creí que fuese posible ser tan feliz en la vida.

 

El pelo jugaba con mi piel. Una lengua cálida se movía alrededor de mi pezón

Convirtiéndolo en un duro y sensible bulto. Me arqueé hacia su boca y gemí de placer, lo que parecía excitarle más. Alguien estaba bien despierto y dispuesto a hacer que me corriese antes del desayuno.

La mejor manera de empezar el día.

Abrí los ojos y le miré fijamente; mi despertar era como una señal de tráfico dando permiso para seguir adelante. Me encantaba despertarme con Edward así: su peso apretándome, sus caderas colocadas entre mis piernas, sus manos clavando las mías a la cama. Sus ojos se encendieron cuando me llenó con una decidida estocada. Expresé mi placer y me arqueé para juntarme a él todo lo posible. Poseyó mi boca con su lengua y encontró otra parte de mi cuerpo que reclamar.

Me gustaba que Edward me reclamara. Me encantaba.

Se movió despacio y constante, marcando el ritmo con las profundas embestidas que terminaban con un pequeño giro de cadera. Contraje los músculos internos, sabedora de que le ayudaría y me llevaría al clímax más rápido. Lo deseaba con todas mis fuerzas últimamente.

—Aún no, nena. Tienes que esperarte esta vez —me dijo gruñendo—, me correré contigo, y yo te diré cuándo.

Cambió nuestra posición rápidamente, colocándome a mí arriba, pero no estaba satisfecho con que yo le cabalgara. Edward se incorporó, se sentó y me agarró fuerte de las caderas para poder maniobrar conmigo sobre su sexo, empujándome muy profundo con cada movimiento, nuestras caras a meros milímetros y nuestros cuerpos conectados. Él podía ver todo lo que decían mis ojos: cuánto le amaba, cuánto le necesitaba, cuanto le deseaba.

—Ooooh, Dios… —Me estremecí, intentando desesperadamente controlar el placer que estaba a punto de consumirme, consciente de que resultaba imposible porque Edward era un maestro en el arte de dármelo. Era un maestro también dirigiendo el sexo. Su naturaleza dominante brotaba con toda su fuerza, controlando cuándo correrme. Me hacía esperar. Hoy era una de esas ocasiones. Sin embargo, no tenía dudas de adónde me llevaría. La espera solo hacía que lo que viniese al final fuese mucho mejor.

—Cuando estoy dentro de ti es como estar en el paraíso —dijo; acto seguido sus labios encontraron de nuevo los míos y sus palabras quedaron silenciados por el momento—. Estás tan húmeda para mí… y tu sexo tan contraído… Adoro tu coño, nena. —Esperaba esa parte del ritual en la que me decía cosas obscenas. Nada me excitaba más que lo que salía de su boca. Bueno, tal vez lo que de hecho hacía con ella. Y con su pene. Edward podía soltar la palabra «coño» y conseguir que no sonase sucia.

De todas formas, esa palabra no tenía el mismo significado entre los británicos. No era tan horrible como en Estados Unidos. Los comentarios eróticos de Edward me volvían loca de deseo.

Le dejé entrar en mí y que me poseyese, y sentí cómo la fusión de nuestras lenguas cobraba intensidad a medida que adentraba su sexo en mí y controlaba mis movimientos, levantándome y dejándome caer una y otra vez contra su excitado pene. Noté cómo se endurecía y recé para que se ahogara dentro de mí.

—Por favooor… —rogué con un gemido que él acalló con su boca y su lengua.

— ¿Mi preciosa quiere correrse?

—Sí, ¡me muero de ganas!

Sus manos abandonaron mis nalgas, desde las que me había ido dirigiendo, y subieron para pellizcarme los pezones.

—Di mi nombre cuando lo hagas. —Las agudas sensaciones me invadieron, dejando salir la enorme ola de placer que había estado conteniendo y permitiendo que me inundara.

—Edward, Edward, Edward… —grité, y me derrumbé sobre él, sin ser capaz de controlar mi cuerpo.

Perdí la conciencia tras eso, pero me di cuenta de cómo se corría. Oí sus duros gruñidos y sentí el calor de su eyaculación emanando en mi interior, lo que me hizo recordar que así fue cómo concebimos a nuestro bebé. Justo así. Nuestros cuerpos conectados en un frenesí maravilloso hasta que el nirvana ocurrió y nada más importó.

Me levantó y giró la cadera despacio para recibir los últimos momentos de placer de este encuentro.

Ronroneé contra su pecho sin querer moverme de ahí. Nunca.

—Buenos días, señora Cullen —dijo mientras sonreía con dulzura.

—Mmmmm…, lo han sido, ¿verdad que sí? —Me moví sobre sus caderas y me contraje aún excitada, alrededor de su sexo, dentro de mí—. Todavía no soy la señora Cullen.

—Cuidado, preciosa —jadeó—. No te deshagas de mí antes de que pueda convertirte en una mujer honrada.

Me reí.

—Creo que yo corro más peligro que tú. Dios, me vuelves loca. —Le acaricié los labios y la nariz con la mía, disfrutando del tiempo que pasábamos juntos y de la idea de que Edward era totalmente mío durante un ratito antes de que tuviese que irse a trabajar.

Se encontraba tan tenso con las Olimpiadas y trabajaba tanto que yo estaba decidida a ayudarle en lo que pudiese. Empezar el día con sexo maravilloso era una de las formas, y yo también disfrutaba de sus beneficios.

—Me encanta volverte loca. Te quiero. —Me besó suave y dulcemente—. Y serás la señora Cullen dentro de nada, así que tal vez deberías acostumbrarte a que te lo llame.

—De acuerdo, creo que puedo hacer eso por ti. —Extendí la mano izquierda, miré el anillo otra vez y me fijé en que el morado oscuro de la piedra parecía casi negro con la luz gris de la mañana—. Y yo también te quiero. —Aún me asombraba un poco verlo ahí, en mi mano. Estaba comprometida con

Edward y de verdad íbamos a casarnos. Y de verdad iba a tener su bebé. ¿Cómo ha podido pasar todo esto? Seguía teniendo que recordarme que no se trataba de un sueño.

— ¿De verdad te gusta el anillo? —me preguntó suavemente—. Sé que te gustan antiguos y este era tan poco usual que pensé que te gustaría más que uno moderno. —Tenía mi cara entre sus manos y me acariciaba las mejillas con el pulgar—. Pero si quieres uno distinto, tan solo dilo. Sé que no es un anillo de pedida convencional y quiero que estés feliz.

Me cubrí la mano izquierda con la derecha de forma protectora.

—Me encanta mi anillo y nunca lo vas a recuperar —bromeé—. ¿Sabes?, según la luz, a veces parece casi negro. Una piedra negra, igual que tu  Cullen. —Le sonreí.

Me devolvió la sonrisa al comprenderlo.

— ¿Bien?

—Muy bien, señor Cullen. Tiene un gusto exquisito para los regalos, que son demasiado lujosos pero que me encantan igualmente. Me estás malcriando.

Movió las caderas bajo mi cuerpo, recordándome que aún estábamos unidos.

—Tengo derecho a hacerlo, y no he hecho más que empezar, nena. Espera un poco —contestó guiñándome un ojo.

—Yo no te he hecho ningún regalo —dije mientras tiraba de las sábanas amontonadas bajo mis rodillas.

—Mírame. —Su voz era seria y había dejado de bromear.

Alcé la mirada y me encontré con sus ojos de un azul centelleante.

—No digas eso. No es cierto. Tú me has dado esto. —Me cogió la mano y la posó sobre su corazón —. Y esto. —Colocó su mano sobre la mía—. Y esto. —Colocó nuestras manos sobre mi vientre y las dejó ahí—. No hay regalos mejores, Bella.

Capítulo 14: CAPÍTULO 13 Capítulo 16: CAPÍTULO 15

 
14444072 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10761 usuarios