2ª PARTE EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 14/08/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 61
Visitas: 65649
Capítulos: 26


Grandes sorpresas les aguardan a Edward y Bella mientras intentan hacer frente a lo que les ha deparado la vida. Los demonios del pasado amenazan con destrozar la apasionada relación que han construido, a pesar de que se juraron que nada les separaría. Una pérdida, devastadora y terrible, sumada a la posibilidad de un nuevo futuro les abre los ojos y les hace ver lo que es realmente importante pero ¿podrá esta pareja de enamorados seguir adelante y dejar atrás las dolorosas historias que los persiguen?
Un acosador sigue merodeando entre las sombras, tramando una conspiración aprovechando el ajetreo y la distracción de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Bella y Edward están a punto de perderlo todo a medida que aumenta la situación de peligro. ¿Se verán superados por las circunstancias o lucharán con las escasas fuerzas que les quedan para salvarse el uno al otro y ganar el mejor premio del mundo: una vida juntos?

 

BASADA EN EYES WIDE OPEN DE RAINE MILLER

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 12: CAPÍTULO 11

 Capítulo 11

 

Por los informes que ha mandado el doctor Greymont, estoy de acuerdo con sus conclusiones de que está de unas siete semanas, señorita Swan. —El médico ya tenía una edad y a mí me habían enseñado a respetar a mis mayores, pero no me gustaba nada dónde tenía las manos ahora mismo. El doctor Thaddeus Burnsley le había metido una sonda de ecografía envuelta en un preservativo por la vagina y buscaba con determinación el latido del corazón de nuestro bebé.

Menos mal que estaba concentrado en el monitor y no en su sexo. Resultaba bastante incómodo, pero, joder, era parte del proceso, así que más me valía acostumbrarme. Aunque no tengo ni idea de cómo alguien podía hacer ese trabajo. ¿Todo el día mujeres embarazadas con sus partes íntimas expuestas? Dios santo, el hombre debía de tener mucho aguante. Fred nos lo había recomendado, así que ahí estábamos, en nuestra primera consulta. Edward Cullen y Bella Swan, futuros padres del bebé Cullen, que nacerá a principios del año que viene.

—Entonces ¿debió de ser sobre mediados de mayo? —Bella levantó la mirada hacia mí. Le guiñé el ojo y le tiré un beso. Sabía lo que estaba pensando. Estaba calculando que la había dejado embarazada casi de inmediato. Además tendría razón. El cavernícola que llevaba dentro estaba bastante orgulloso de sí mismo e hice el metafórico gesto de Tarzán golpeándome el pecho. Menos mal que fui lo bastante inteligente como para mantener la boca cerrada.

—Eso parece, querida. Ah, ahí está. Escondido, como les gusta hacer cuando son tan pequeños.

Justo ahí. —El doctor Burnsley dirigió la atención hacia una pequeña mancha blanca en mitad de una mancha negra más grande en la pantalla que latía a toda prisa, mientras flotaba en su mundo acuoso y daba a conocer su existencia.

Bella soltó un pequeño jadeo y yo le apreté la mano. Los dos nos quedamos paralizados por lo que significaba lo que estábamos viendo. Lo que te dice un test de embarazo se convierte en algo muy diferente cuando puedes verlo con tus propios ojos e incluso oírlo con tus propios oídos. Estoymirando a otra persona. Que hemos hecho juntos. Voy a ser padre. Bella será madre.

—Tan pequeñito —dijo ella en voz baja.

No podía imaginarme cómo estaba asimilando Bella todo esto, porque yo me sentía más que abrumado. No sé por qué, pero de repente me di cuenta de que esto era real y de que íbamos a ser padres nos gustara o no. Las palabras exactas de Hannah.

—Aproximadamente del tamaño de un guisante y todo indica que muy fuerte. Tiene un latido robusto y los niveles están correctos. —Pulsó un botón, imprimió una hoja con imágenes y sacó la sonda—. Por lo que parece, sale de cuentas a principios de febrero. Puede vestirse y luego les espero en mi despacho. Tenemos que hablar un poco más.

El doctor le dio las imágenes a Bella y se marchó.

— ¿Cómo estás, cariño?

—Intentando asimilarlo todo —dijo ella—. Es diferente verlo de verdad… o verla… —Se sentó en la camilla y miró las imágenes, estudiándolas—. Aún no puedo creerlo. Edward, ¿por qué estás tan tranquilo?

—En realidad no lo estoy —respondí con sinceridad—. Joder, me tiemblan las piernas. Quiero un cigarro y un trago y estoy seguro de que serás brillante en todo y yo seré un idiota y un completo inútil.

—Guau. Eso es muy diferente a lo que decías el fin de semana. —Me sonrió. Ya habíamos pasado por esto con Fred. Sabía que no estaba enfadada. Lo habíamos hablado y los dos habíamos perdido los papeles en distintos momentos y lo habíamos superado. Esta era solo la primera visita oficial al médico y habría muchas más. Los dos habíamos aceptado que el sol seguía saliendo y la tierra seguía girando, así que lo mejor sería seguir adelante.

Me acerqué y eché un vistazo a las imágenes.

—Así que del tamaño de un guisante, ¿eh? Es asombroso que ese mocoso pueda ponerte tan enferma.

Me dio un golpecito en el brazo.

— ¿Acabas de llamar mocoso a nuestro bebé? ¡Por favor, dime que no te he oído decir eso! —se burló.

— ¿Ves? Ya lo estoy haciendo. Un idiota y un completo inútil que insulta a nuestro bebé tamaño guisante. —Me clavé el pulgar en el pecho.

Ella se rio y se inclinó hacia mí. La rodeé con los brazos y le levanté la barbilla, muy contento de ver un brillo en sus ojos. Si podía hacerla reír, sabía que lo estaba llevando bien. Bella no sería capaz de fingir sus sentimientos conmigo. Si estuviera triste o pasándolo realmente mal con esto, yo lo sabría seguro. Joder, los dos estábamos aterrorizados, pero sabía sin ninguna duda que a ella se le daría muy, muy bien la maternidad. No había ni un asomo de inseguridad en mi mente de que no fuera a ser así. Sería una madre perfecta.

—Te quiero, madre de nuestro bebé tamaño guisante. —La besé y le acaricié la mejilla con el pulgar, mientras pensaba que estaba radiante.

—Gracias por ser como eres conmigo. Si fueras diferente…, no creo que pudiera quererte como te quiero, ¿sabes? —susurró lo último.

Yo también susurré y asentí con la cabeza.

—Sí que lo sé.

Ella bajó de un salto y se puso la ropa interior de encaje y luego los pantalones marrón claros y los zapatos.

—Veré lo que puedo hacer para que te lleves mejor con el guisante. —Hizo un gesto señalándose el vientre—. Tengo contactos.

Ahora me hizo reír ella a mí.

—Está bien, desvergonzada, vamos a hablar con el doctor Sonda-Plátano para ver si podemos irnos de aquí.

—Qué gracioso. ¿Te he dicho alguna vez lo sexi que sonáis los británicos cuando decís «plátano?».

—Lo acabas de hacer. —Le agarré el trasero y la volví a besar—. Te daré mi plátano si quieres.

Abrió la boca sorprendida y me dejó sin habla. Mi chica alargó la mano y la llevó a mi paquete. Me dio un buen tirón y apretó sus bonitas tetas contra mi pecho.

—Tu plátano necesita espabilarse un poco si quieres hacer algo bueno con él.

—Dios, mi hermana tenía razón. Las hormonas hacen que las mujeres embarazadas os muráis por un pene. Tanto sexo podría matarme.

Ella se encogió de hombros y se dio la vuelta para salir de la sala de reconocimiento.

—Sí, pero sería una forma divertida de morir, ¿no?

La agarré de la mano y la seguí, dándole gracias a los dioses por las hormonas del embarazo y sonriendo, no me cabe duda, como un bobo.

—Todo parece estar muy bien. Quiero que empiece a tomar vitaminas prenatales y apruebo los antieméticos que le recetó el doctor Greymont, así que continúe tomándolos mientras los necesite.

¿Ha dejado de tomar la otra medicación? —preguntó el doctor Burnsley de esa forma suya tan eficiente.

—Sí —contestó Bella—. El doctor Greymont dijo que lo más probable haya sido que mis antidepresivos reaccionaran con mis píldoras anticonceptivas y así es como…

—Pueden ser reactivas, sí. Por eso las instrucciones recomiendan doble precaución. Me sorprende que el farmacéutico no le recomendara otra medicación.

—No recuerdo si lo hizo, pero no es bueno tomarlas estando embarazada, ¿verdad?

—Correcto. Ni alcohol ni tabaco ni medicamentos aparte de las vitaminas y los antieméticos que la ayudarán a sobrellevar el próximo mes. Después verá que su apetito aumentará y tendrá menos problemas con las náuseas, así que no los necesitará. Pero de verdad quiero que consuma más calorías.

Está muy delgada. Intente ganar algo de peso si puede.

—Está bien. ¿Y el ejercicio? Me gusta correr unos cuantos kilómetros por las mañanas.

Buena pregunta. Estaba impresionado por sus inteligentes y razonadas preguntas mientras continuaba repasándolo todo con el médico y simplemente me quedé allí sentado escuchando e intentando no parecer demasiado estúpido. Tampoco se me escapó la parte del tabaco. Escuché ese mensaje alto y claro. Tenía que dejarlo. Era imperativo que dejara el maldito tabaco. No podía fumar cerca de Bella o el bebé por el bien de su salud. Si no lo hago, ¿en qué lugar me dejaría eso? Sabía que era algo que tenía que pasar, pero no sabía cómo me las arreglaría.

—Ahora mismo puede continuar con todas sus actividades normales, incluidas las relaciones sexuales.

La larga pausa del médico en este punto me hizo pensar en mi hormonal novia y en todas las formas en que podía ayudarla. Ella, por otra parte, estaba preciosa ruborizándose y me excitó; garantizando que el resto de mi jornada laboral en la oficina pasaría demasiado lento mientras me torturaba con montones de pensamientos eróticos sobre lo que me esperaría al llegar a casa. Soy un cretino consuerte.

—Y el ejercicio con moderación siempre es saludable.

Oh, le daré mucho ejercicio, doctor.

El doctor Burnsley echó otra ojeada a su gráfica.

—Pero aquí veo que trabaja en una galería restaurando cuadros. ¿Está expuesta a disolventes y sustancias químicas de esa naturaleza?

—Sí. —Bella asintió con la cabeza y luego me miró—. Constantemente.

—Ah, bien, eso es un problema. Es dañino para el desarrollo del feto que inhale vapores que contengan plomo, y como trabaja con piezas muy antiguas, eso es justo con lo que estará en contacto.

Las pinturas domésticas modernas no son un problema, son los compuestos químicos más antiguos los que son preocupantes. Tendrá que dejarlo de inmediato. ¿Puede solicitar que le asignen otro tipo de trabajo durante su embarazo?

—No lo sé. —Ahora parecía preocupada—. Es mi trabajo. ¿Cómo les digo que no puedo tocar disolventes durante los próximos ocho meses?

El doctor Burnsley levantó la barbilla y ofreció una agradable expresión que no nos engañó ni por un momento.

— ¿Quiere un bebé sano, señorita Swan?

—Por supuesto que sí. Es que no me esperaba… —Se agarró a los brazos de la silla y respiró hondo —. Encontraré la forma de solucionarlo. Es decir, seguro que no soy la primera restauradora que se queda embarazada. —Hizo un gesto con la mano y luego se la pasó por el pelo—. Hablaré con mi tutor de la universidad a ver qué pueden hacer.

Bella le dedicó una falsa sonrisa que me informó de que no estaba contenta con ese pequeño contratiempo, pero no iba a discutirle sus consejos médicos. Mi chica era sensata con las cosas que importaban.

Sabía lo importante que era su trabajo para ella. Le encantaba. Era brillante en lo que hacía. Pero si había peligro con los químicos, entonces el trabajo tendría que esperar por el momento. El dinero nunca había sido un problema entre nosotros. En realidad nunca habíamos hablado de ello. A todos los efectos ya se había mudado a mi piso y no había duda de hacia dónde nos dirigíamos en el futuro.

Sería mi esposa, y lo que era mío sería suyo. Íbamos a tener un hijo. Nuestro camino estaba claro, pero los aspectos prácticos aún no los habíamos resuelto. Yo sabía lo que quería, pero ahora mismo era un momento tan infernal que literalmente no tenía ni un minuto para profundizar en la logística. No hasta que pasaran las Olimpiadas, por lo menos.

Después de que la bomba del fin de semana del embarazo nos cayera encima, volvimos corriendo a Londres y de vuelta al trabajo. Ni siquiera se lo habíamos dicho aún a nuestros padres, y le había pedido a mi hermana y Fred que nos guardaran el secreto, bajo pena de muerte si divulgaban la noticia antes que nosotros.

Estábamos intentando asimilarlo todo y a mí además se me acumulaban las obligaciones de mi empresa, ya que estábamos a tan solo veintiún días para los Juegos. Ahora mismo no teníamos tiempo para organizar nada. Deseaba un cigarro. O tres.

Una vez que salimos de la consulta del médico la rodeé con el brazo y le besé la coronilla.

—Ha sido divertido, nena. El doctor Burnsley es un tío encantador, ¿no crees?

—Sí, es genial —dijo de forma sarcástica con los brazos cruzados debajo del pecho.

—Oh, venga, no ha estado tan mal —exclamé con zalamería—. Utilizó la sonda-plátano contigo.

— ¡Oh, Dios mío, eres un idiota! —Me dio un empujón en el hombro y se rio en silencio—. ¡Solo tú podrías hacer un chiste sobre una situación tan delicada y que sea gracioso!

—Pero ha funcionado, y de eso se trataba —le dije mientras caminábamos.

—Estoy un poco preocupada por mi trabajo. Nunca pensé en la posibilidad de tener que dejarlo. —

Parecía triste.

—Pero tal vez una excedencia sería algo bueno. Te daría tiempo para planificar lo que está en camino. —Bajé la vista hasta su tripa pero intenté ser optimista y no darle demasiada importancia.

Mejor no ahondar mucho ni recordarle que iba a tener que renunciar a algo que le encantaba durante los próximos meses—. Sé que a mí me encantará tenerte más en casa y seguro que necesitarás mucho descanso. A lo mejor de esta forma puedes empezar un proyecto o algo en lo que hayas querido trabajar pero no hayas tenido tiempo antes.

—Sí —contestó evasiva. Me pareció ver los engranajes de su bonita cabeza dándole vueltas a las ideas. Era difícil saber cuáles eran, porque si Bella no estaba de humor para compartirlas conmigo, entonces era evidente que yo no lo sabría—. Ya se me ocurrirá algo.

—Por supuesto que sí. —La estrujé y la acerqué un poco más a mí. Odiaba tener que dejarla y volver a la oficina. Quería pasar horas en la cama enredados el uno en el otro. En realidad eso era lo único que quería.

Me detuve en la acera y la giré hacia mí.

—Pero, por favor, no te preocupes demasiado por eso. Yo os voy a cuidar a los dos. —Puse las manos en su vientre—. Tú y el moco… so…, eh, o sea…, guisante, ahora sois mi principal prioridad.

Ella sonrió y a continuación le empezó a temblar el labio inferior y sus preciosos ojos, que se veían muy marrones verdoso bajo el cielo de verano, se humedecieron. Bella puso una mano sobre las mías. Observé cómo le caía por la hermosa mejilla una lágrima solitaria.

Esbocé una sonrisa. Me encantaba tenerla de esa manera. Que necesitara que cuidara de ella y saber que me dejaría hacerlo. En realidad no exigía mucho. Solo su amor y que aceptara el mío y mis cuidados.

Ella puso los ojos en blanco avergonzada.

—Mírame. ¡Ahora mismo soy una trastornada emocional!

—Te estoy mirando y se te ha olvidado algo, nena: eres una preciosa trastornada emocional. —Le sequé la lágrima con el pulgar y lo lamí—. Quiero decir, si vas a darlo todo y a ser una trastornada, también podrías estar preciosa mientras lo haces. —La hice reír un poco—. Ahora, ¿te apetece un sándwich para almorzar? —Miré el reloj—. Ojalá tuviese más tiempo para algo un poco mejor que comida para llevar.

—No, está bien. Yo también tengo que irme. —Suspiró y luego me sonrió—. Tengo que explicarlo todo en el trabajo, por lo que parece. —Me cogió la mano y la entrelazó con la suya mientras caminábamos.

Resultó que estábamos justo enfrente de la tienda de peces de agua salada cuando salimos del delicatessen con nuestros sándwiches y nos sentamos en un banco a comer. Se lo señalé a ella y le pregunté si le importaba parar un segundo en cuanto terminásemos de comer porque quería encargar la revisión de los seis meses de mi pecera.

Bella volvió a mirar la tienda y sonrió.

—Fountaine’s Aquarium. —Su sonrisa se hizo más amplia mientras daba otro bocado a su sándwich de pavo.

— ¿Qué? ¿Qué es lo que te hace sonreír como el Gato de Cheshire?

No respondió a mi pregunta, sino que me hizo una ella a mí.

—Edward, ¿cuándo compraste a Simba?

—Hace seis meses, te lo acabo de decir.

—No, ¿qué día te lo llevaste?

Lo pensé un momento.

—Bueno, ahora que lo preguntas, creo que de hecho era Nochebuena. —La miré y ladeé la cabeza de manera inquisitiva.

— ¡Eras tú! ¡Eras tú! —Se le iluminó la cara—. Yo estaba buscando un regalo para mi tía Marie y hacía un frío helador. Todavía tenía que andar bastante, así que me metí ahí para refugiarme del frío unos minutos y dentro se estaba muy bien. Oscuro y calentito. Miré todos los peces. Vi a Simba. —Se rio para sí misma y negó con la cabeza con incredulidad—. Incluso le hablé. El dependiente me dijo que estaba vendido y que el dueño iba a venir a recogerlo.

De repente caí en la cuenta.

—Estaba nevando —dije asombrado.

Ella asintió con la cabeza lentamente.

—Yo fui a la puerta para salir y enfrentarme al frío otra vez y tú entraste. Olías muy bien, pero no te miré porque no podía apartar la vista de la nieve. Había empezado a nevar mientras yo estaba dentro de la tienda entrando en calor…

—Y tú estabas estupefacta cuando miraste por la puerta y viste la nieve. Me acuerdo… — interrumpí su historia—. Ibas de morado. Llevabas un sombrero morado.

Ella solo asintió con la cabeza, preciosa, y tal vez un poco petulante.

Juro que Bella podría haberme tirado contra los adoquines con el meñique si hubiera querido, así me quedé de pasmado con lo que me dijo. Vaya con los designios del destino.

—Te vi salir a la nieve y mirarte en el reflejo de la ventanilla de mi Range Rover antes de marcharte.

—Lo hice. —Se puso la mano en la boca—. No puedo creer que fueras tú… y Simba, y que incluso hablásemos, dos extraños el día de Nochebuena.

—Apenas puedo creer que estemos teniendo esta conversación —repetí; el asombro todavía era evidente en mi voz.

—Y estaba tan, tan bonito cuando salí… —Me miró radiante mientras lo recordaba—. Nunca olvidaré esa imagen.

—Así que olía bien, ¿eh?

—Muy bien. —Agitó ligeramente la cabeza—. Recuerdo que pensé que la chica que pudiera olerte todo el tiempo tendría mucha suerte.

—Dios, me perdí que me olieras durante meses. No sé si me alegro de saber esto o no —bromeé, pero en realidad lo decía bastante en serio. Habría estado bien conocernos antes de todo este lío. A lo mejor ya estaríamos casados…

—Oh, cariño, eso es muy bonito —me dijo mientras negaba con la cabeza como si estuviera loco pero me quisiera de todas formas.

—Me encanta cuando me llamas «cariño».

—Lo sé, y por eso lo digo —susurró bajito de esa forma suya tan dulce. La que hacía que me volviese loco por poseerla y tenerla tendida y desnuda debajo de mí para poder tomarme mi tiempo y abrirme paso dentro de ella, haciéndola correrse y correrse un poco más, gritando mi nombre…

— ¿En qué estás pensando, cariño? —preguntó, e interrumpió mis desvaríos eróticos, justo como debería haber hecho.

Le dije la pura verdad, en un susurro, por supuesto, para que nadie más pudiera oírme.

—Estoy pensando en cuántas veces puedo hacer que te corras cuando llegue a casa esta noche del trabajo, te tenga desnuda y esté encima de ti.

Bella no respondió con palabras a mi pequeño discurso. En vez de eso, su respiración se entrecortó y tragó fuerte, haciendo que el hueco de su garganta se moviera lentamente mientras el rubor empezaba a invadirle la cara. Se me hizo la boca agua…

La suave brisa hacía que los mechones de su bonito pelo castaño bailasen por su cara de vez en cuando, por lo que tenía que apartarlos cada cierto tiempo. Bella tenía algo especial, una alegría devivir muy característica. Cuando la tenía a mi alcance de esta forma, era difícil mirar hacia otro lado.

Sabía que también era difícil para otros. No me gustaba que la gente se fijara en ella y la mirara. Eso me daba miedo, y sabía por qué. El hecho de despertar interés la hacía vulnerable y la convertía en objetivo fácil, y eso era algo totalmente inaceptable para mí.

Mis ojos rastrearon el patio por costumbre y analicé a los clientes del delicatessen mientras entraban y salían. Hacía un buen día de julio y estaba abarrotado. Las Olimpiadas iban a convertir este lugar en una aglomeración de enormes proporciones. Eso también me preocupaba. Miles de personas iban a venir a Londres de vacaciones. Cada día llegaban más atletas y equipos. Gracias a los dioses, no tenía que encargarme de ellos. Mis clientes VIP ya supondrían bastante trabajo y dolor de cabeza.

Aún era cauteloso todo el tiempo con Bella, y tenía una muy buena razón para serlo: hasta que no supiera quién había mandado el mensaje a su teléfono, no iba a correr ningún riesgo. Sobre todo con Emmett en Estados Unidos. Volvía el sábado con lo que esperaba fuesen algunas pistas sobre quién era ese hijo de puta. Si me llevaban de vuelta al equipo del senador Oakley, entonces iba a hundir a ese pedazo de cabrón. Conocía a unos cuantos en el Gobierno y pediría favores si fuera necesario.

Ponerme a prueba amenazando a Bella era como golpear a una serpiente de cascabel. Estaba preparado para hacer cualquier cosa con tal de protegerla.

— ¿Has terminado? —pregunté cuando me di cuenta de que había dejado de darle mordiscos a su sándwich.

—Sí. Ahora tengo que ir pasito a pasito. —Se puso la mano en el estómago—. Literalmente.

—Lo sé, pero tienes que comer. Te lo ha dicho el doctor Sonda-Plátano. Lo he escuchado claramente y él es una autoridad absoluta en estos temas. —La miré arqueando las cejas.

—Bueno, estoy bastante segura de que el médico también evitaría la comida si pasara tanto tiempo como yo inclinado sobre un inodoro vomitándolo todo después de comer algo.

—Pobrecita, y tienes mucha razón, preciosa. —Me incliné para besarla en los labios—. ¿Qué te he hecho?

Ella se burló y me devolvió el beso.

—Creo que es bastante obvio, teniendo en cuenta dónde acabamos de pasar la última hora.

—Pero los medicamentos ayudan, ¿verdad? —Le acaricié la mejilla y mantuve cerca nuestras caras.

Joder, cómo odiaba ver sufrir a mi chica.

Ella asintió con la cabeza.

—Sí. Hace milagros. —Se puso de pie para ir a tirar el envoltorio de su sándwich a la papelera.

Incluso ese pequeño gesto llamó la atención de los que estaban cerca. Localicé al menos a tres hombres y a una mujer que la observaron. No me extraña que los fotógrafos quisieran que posara para ellos. Malditos cretinos.

Bella era completamente ajena a todo eso, lo que la convertía en un ser aún más excepcional.

Entramos en Fountaine’s Aquarium y sonreímos cuando cruzamos el umbral, al recordar el día que hablamos como dos extraños y el destino tuvo algunas cosas que decir. La tienda estaba concurrida y tuvimos que hacer cola hasta que otro dependiente vino al mostrador a ayudar.

Junto a nosotros había una mujer que llevaba a su hijo en una mochila como en una especie de cabestrillo. Recordé que Hannah utilizaba un artilugio similar con Zara cuando era un bebé. Excepto que a este niño no le gustaba. Ni siquiera un poquito. Estaba bastante seguro de que si el chavalín pudiese hablar, el aire de la tienda se habría llenado de «Que te den y vete a tomar por culo». Gritaba y daba patadas, intentando escabullirse. La madre lo ignoraba sin más como si no hubiese nada de malo en llevar a un minihumano a la espalda llorando, retorciéndose y chillando tan alto que podría hacer añicos el cristal del escaparate.

Busqué la complicidad de Bella y me puso los ojos como platos. ¿Estaba pensando lo mismo que yo? ¿Hará eso nuestro bebé? Oh, por favor, Dios, no.

Avanzamos en la cola y solo teníamos a una persona delante de nosotros cuando el niño de cara roja y grandes pulmones se puso a berrear con todas sus fuerzas. Creí que me iba a explotar la cabeza. La mujer retrocedió y me puso al pequeño demonio en la cara. La tienda era tan estrecha que me arrinconó contra el mostrador sin poder moverme. Eché la cabeza hacia atrás todo lo que pude y pensé que quizá hubiera sido mejor llamar a la tienda y concertar el servicio por teléfono.

Bella estaba haciendo un gran esfuerzo para no reírse de mí cuando la situación degeneró aún más, lo que nunca pensé que fuera posible. Oh, era muy posible. La criatura se tiró un pedo a menos de treinta centímetros de mí. No solo poseía el poder de arrancar la pintura de las paredes, sino que sonó muy suelto, lo que confirmó que no podía haber sido una simple ventosidad. Ese chiquillo estaba retorciéndose en su caca y yo estaba demasiado cerca ahora mismo. La madre se dio la vuelta y me echó una mirada furiosa como si hubiese sido yo. ¡Dios, sácame de aquí!

Bella estaba temblando a mi lado con la mano sobre la boca cuando el dependiente me preguntó en qué podía ayudarme. Intenté no saltar sobre el mostrador y suplicarle una máscara de oxígeno. No sé cómo pude gestionar mi pedido con los gritos y el repugnante olor, y luego Bella se apresuró hacia la puerta diciendo que me esperaba fuera. Sí, sal, nena, antes de que te asfixies. ¡Corre, corre yno mires atrás! Es una chica lista, eso no es ningún secreto.

Cuando conseguí escapar de la tienda, Bella estaba en la acera mirando el tránsito peatonal. Me vio y se echó a reír. Me pasé la mano por el pelo y tomé una enorme bocanada de aire. Puro, fresco.

Aire londinense. Bueno, puede que puro no, pero al menos ya no me lloraban los ojos. O puede que sí, veía borroso y me moría por un cigarro.

— ¿Estás bien? —le pregunté, pensando si esa ofensiva en la tienda la había hecho vomitar.

— ¿Y tú? —siguió riéndose de mí.

—La madre que lo parió. ¡Por todos los santos, eso ha sido aterrador! ¡Dime que era una encarnación de Satán! —Asentí con la cabeza—. ¿No es así?

Aún riendo, se agarró de mi brazo y me llevó caminando hacia el coche.

—Pobre Edward, que ha tenido que aguantar a un bebé maloliente —se rio.

—Vale, ¡eso no era un bebé maloliente! —Era más bien una forma realmente efectiva de disminuir la tasa de natalidad—. Dios santo, no creo que existan las palabras adecuadas para describir lo que eraeso. —

Oh, estás asustado. —Puso cara de falsa preocupación.

—Joder que si estoy asustado. ¿Por qué no lo estás tú? —Bella se rio aún más fuerte—. Por favor, dime que nuestro pequeño guisante nunca se comportará así.

Temblando de la risa, se puso de puntillas para besarme y me volvió a decir lo mucho que me quería.

—Creo que necesito una foto de este momento, cariño. Sonríe para mí.

Sacó el móvil e hizo una foto, mientras seguía riendo de esa forma suya tan hermosa que me recordaba el regalo que me había hecho la vida cuando decidió que ella también me quisiera.

Capítulo 11: CAPÍTULO 10 Capítulo 13: CAPÍTULO 12

 
14443813 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10760 usuarios