2ª PARTE EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 14/08/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 61
Visitas: 65648
Capítulos: 26


Grandes sorpresas les aguardan a Edward y Bella mientras intentan hacer frente a lo que les ha deparado la vida. Los demonios del pasado amenazan con destrozar la apasionada relación que han construido, a pesar de que se juraron que nada les separaría. Una pérdida, devastadora y terrible, sumada a la posibilidad de un nuevo futuro les abre los ojos y les hace ver lo que es realmente importante pero ¿podrá esta pareja de enamorados seguir adelante y dejar atrás las dolorosas historias que los persiguen?
Un acosador sigue merodeando entre las sombras, tramando una conspiración aprovechando el ajetreo y la distracción de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Bella y Edward están a punto de perderlo todo a medida que aumenta la situación de peligro. ¿Se verán superados por las circunstancias o lucharán con las escasas fuerzas que les quedan para salvarse el uno al otro y ganar el mejor premio del mundo: una vida juntos?

 

BASADA EN EYES WIDE OPEN DE RAINE MILLER

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 14: CAPÍTULO 13

 

Capítulo 13

 

Edward me tomó en brazos. Levanté la mirada y sentí esa ola de emoción de nuevo cuando sus ojos azules se encontraron con los míos. Le amaba tanto que entendía lo que se decía del miedo. Había oído a otras personas hablar sobre ello. Lo había leído en libros. Ahora lo comprendía. El miedo que sientes cuando por fin entregas tu corazón a otra persona. Te hace muy vulnerable ante la pérdida. Si nunca amas a nadie, entonces no te herirán cuando no seas correspondido o cuando te abandonen.

Yo por fin tenía la experiencia práctica para comprenderlo.

Era un asco.

Edward sintió lo que acababa de averiguar. Creo. Me estudió con sus intuitivos ojos, que se veían muy azules en ese momento, y agachó la cabeza para besarme. Me besó frente a la ventana mientras me tenía desnuda en sus brazos. Me derretí en él y sucumbí a mis malditas emociones.

Me llevó a través del vestíbulo hasta la habitación y se separó del beso para dejarme sobre la cama.

Entonces me vio.

—Oh, nena…, no llores —susurró al tiempo que me acariciaba la cara y se acomodaba a mi lado.

No podía evitarlo. Había demasiado guardado en mi interior como para dejarlo ahí.

—Es solo que te quiero tanto, Edward… —Sollocé, y entonces cerré los ojos en un intento de escapar un poco de mis emociones.

Él tomó las riendas de la situación, echándose sobre mí para que nuestros cuerpos se alinearan de la cabeza a los pies, y comenzó a besarme. Por todas partes.

—Yo te quiero más —me susurró mientras sus labios seguían el rastro de mis lágrimas y las borraba. Continuó hacia la mandíbula, el cuello y la garganta, y el cálido tacto de su lengua sobre mi piel me proporcionaba algo de fuerzas para controlar mis ansias de llorar—. Sé lo que necesitas y siempre estaré aquí para dártelo. —Su mano subió para sumergir los dedos en mi cabello mientras su boca me agarraba un pezón y me lo lamía. Y así, sin más, me llevó a otro mundo. Un lugar donde yo era valiosa y donde podía olvidarme de la época en la que no me atrevía a soñar con ser querida así.

Edward jugueteaba con la lengua en mis pezones, pellizcándolos con los labios, tirando de ellos y endureciéndolos hasta dejarlos ligeramente doloridos a la vez que me agarraba el cabello con fuerza.

Al tirarme del pelo se me arqueaba el pecho hasta que se encontraba con su boca. Necesitaba lo que me hacía, lo necesitaba tanto…

Cuando apartó la cabeza de mis pechos, protesté por la pérdida de su boca y el placer que me daba.

Edward quería mirar lo que me hacía con las manos. Le encantaba mirar nuestros cuerpos durante el sexo. No había ni una parte de mí que no hubiese visto bien o no hubiese tocado de una manera u otra.

Me daba confianza cuando me miraba y sabía que le gustaba lo que estaba viendo.

— ¿Te gusta cuando te lamo tus preciosas tetas y hago que se te endurezcan los pezones? — preguntó mientras me tiraba del pelo.

— ¡Sí! Me encanta que me las lamas. —Empezaba a sentirme desesperada.

— ¿Te gusta cuando las muerdo? —Clavó los dientes sobre una, no tan fuerte como para hacerme verdadero daño, pero lo suficiente para provocarme una sacudida de placer junto a una punzada de dolor que me hizo gemir—. Creo que tomaré eso como un sí —murmuró—. Eres tan sexi cuando haces esos ruidos, joder…

Me mordió el otro pezón, lo que me hizo jadear y tener ansias de más. Edward me había mostrado, sin la más mínima duda, que yo era una persona sexual. Cuando me tenía en ese estado, hasta yo me incluía en la categoría de ninfómana.

Su mano me soltó el pelo cuando bajó para abrirme bien las piernas y poder mirar mi sexo.

—Pero esto es lo que quiero ahora —dijo con voz ronca mientras acariciaba mi hendidura y esparcía la humedad de mi anterior orgasmo hacia atrás para lubricar mi otra abertura. Habíamos estado trabajando en eso durante un tiempo y Edward me estaba preparando poco a poco para llegar hasta ahí. Nunca había practicado sexo anal con nadie; él sería el primero. Era bonito ser virgen de ese modo y darle algo que no le había ofrecido a nadie más.

Hundió dos dedos dentro de mí y me miró al hacerlo.

—Quiero esto, nena. Quiero estar en cada parte de tu cuerpo porque eres mía y siempre lo serás.

El ardor de la presión al llenarme hizo que me doblara ante la invasión.

—Lo sé —jadeé contra sus labios, que acariciaban los míos. Sus palabras solo me ayudaban a sentir más lo que necesitaba saber de él, así que me centré en eso y me dejé llevar a un lugar seguro en mi cabeza. Eres mía y siempre lo serás.

—Relájate para mí. Déjame entrar, haré que te encante. —Empezó a acariciarme suavemente con los dedos, adentrándose un poco más con cada penetración—. Nena…, es tan jodidamente estrecho… Lo quiero esta noche.

—Hazlo —resollé, y eché la cabeza hacia un lado—. Quiero que… por fin lo hagas…

Edward me agarró de la barbilla y me giró la cabeza para que le mirara a medida que hundía más los dedos en mi interior y tomaba posesión de mi boca con la suya, empujando hondo la lengua con fuertes espirales.

—Te quiero —dijo con brusquedad—, tanto que no sé qué hacer sin ti la mayor parte del tiempo, pero sé que quiero hacer esto. —Sacó sus dedos y luego volvió a deslizarlos en mi culo virgen. —

Grité por la intensidad de la penetración, que me quemaba por todo el cuerpo—. Tengo que conocer cada parte de ti, Bella. Soy avaricioso y he de tenerlo todo, nena. —Empezó a acariciar lentamente mi clítoris con el pulgar a la vez que me penetraba con los dedos—. Tengo que estar dentro de tu hermoso y perfecto culito porque eres tú y quiero saber qué se siente al estar ahí.

Me estremecí bajo su cuerpo y su tacto, incapaz de decir algo más que un simple sí. En cuanto di mi consentimiento, tiró de mí y me dio la vuelta. Se tomó su tiempo hasta colocarme como él quería. Tiró de mis caderas hacia atrás, así que me apoyé sobre las rodillas. Mis brazos estaban estirados e intentaban agarrarse al cabecero de la cama, y tenía las rodillas separadas, y después… nada. Podía escucharle respirar y sabía que me estaba estudiando de nuevo. Mi Edward tenía un toque de voyeur que solo conseguía excitarme más al saber que estaba satisfaciendo sus fantasías.

Me quedé expectante cuando me envolvió, su pecho presionando sobre mi espalda, su boca en mi oído.

— ¿Estás segura? —preguntó con el cálido roce de sus labios mientras me lamía el lóbulo de la oreja.

—Sííííí. —Dejé escapar mi respuesta con un largo jadeo.

Sus labios se encontraron con mi nuca y me recorrió la columna en una deliciosa caricia. Cuanto más se acercaba a su destino, más se encendía mi cuerpo con sensaciones que me nacían bajo el vientre. Empecé a temblar.

—Tranquila, preciosa, te tengo. —Me presionó con la mano en los riñones y después me acarició una de las nalgas—. Eres bellísima de esta manera —murmuró, y rodeó el otro cachete para agarrarme la cadera—. Absolutamente bella y perfecta.

Noté que se movía detrás de mí y escuché abrirse el cajón de la mesilla de noche. Escurridizas gotas de lubricante cayeron sobre mi piel mientras él lo extendía.

—Respira por mí, ¿de acuerdo? Voy a tener mucho cuidado.

Asentí para hacerle saber que le oía, pero no podía hablar. Todo lo que pude hacer fue tomar aire e imaginarme cómo sería sentirle ahí.

La punta de su pene se adentró entre mis pliegues y se deslizó de manera placentera a lo largo del clítoris, encendiéndome de tal manera que me eché hacia atrás en busca de más contacto.

—Sí, nena. Lo vas a tener. —Empujó contra mí con su sexo. La presión era enorme y no pude evitar que se me contrajeran los músculos—. Relájate y respira. —Empujó de nuevo y la punta estaba dentro, de modo que mi hendidura se estiró para acomodarse a su tamaño—. Una vez más, nena. Ya casi está. Voy despacio pero firme, ¿de acuerdo? —Sus manos me sujetaban las nalgas mientras su pene se adentraba más, impulsado por el deseo de ambos de completar esta unión. Había algo de dolor, pero era una sensación muy erótica que liberó algo dentro de mí. Quería sentirlo. De verdad.

Necesitaba entenderlo, así que necesitaba entregarme más a Edward.

La inmensa presión aumentaba y producía una respuesta en mí que me llevaba hacia el orgasmo.

Empujé hacia su sexo para hacerle saber que podía continuar.

—Ahhhh…, oh, Dios —dije temblando mientras él embestía de nuevo, sintiendo cómo la dilatación se transformaba en un dolor incalculable y mi cuerpo empezaba a arder. Entonces, de repente, me llenó por completo con una embestida aguda que le llevó muy dentro de mí. Cerré los ojos cuando gritó y la sensación me dejó helada.

— ¡Joderrr, qué gusto! —Se quedó quieto y me acarició las nalgas—. Nena…, oh, fóllame… ¿vale?

Edward estaba teniendo problemas a la hora de hablar y yo lo entendía. Yo tenía problemas para mantenerme quieta y podía notar cómo regresaban los temblores. Las convulsiones no eran causadas por el dolor, sino reacciones involuntarias al increíble asalto a mi zona erógena. El dolor era mínimo porque Edward me había preparado poco a poco para esto, tratándome con cuidado, como hacía con todo.

—Mira, estás temblando. —Me acarició las caderas con veneración—. Pararé si me lo pides. Nunca querría hacerte daño, nena —dijo claramente, pero yo podía oír la tensión en sus palabras—. Qué gusto. Es…, es…, joder, es increíble! —Podía notar que sentía lo mismo que yo ahora que se había detenido, a la espera de mi reacción. Edward y yo siempre habíamos conectado muy bien en lo que al sexo se refiere. No sé por qué todo era tan fácil, pero así era y siempre lo había sido.

—Es… estoy bien —tartamudeé—. Quiero que sigas.

— ¡Joder, te quiero! —gruñó bruscamente.

Edward se separó despacio, volví a sentir chispas en mi interior y después empujó hondo de nuevo.

Cada penetración era lenta y controlada. Cada entrada un poco más profunda que la anterior. Me asombró cómo aumentaba el placer en mi interior a medida que él tomaba un ritmo constante. Sus manos me sujetaban y su sexo era mi dueño en todo momento, hasta el final.

Algo crecía en mi interior y se dirigía hacia algo explosivo, y podía ver que Edward se encontraba en la misma situación apremiante. Empezó a decir frases sucias y respiraba de manera agitada mientras una de sus manos se deslizaba hacia mi clítoris para acariciarlo en círculos.

Su tacto en ese cúmulo de sensaciones me volvió loca.

— ¡Voy a correrme! —sollocé. Cuando agaché la cabeza contra las sábanas para recibir esa avalancha de placer sentí una dureza inhumana crecer dentro de mí mientras sus embestidas continuaban con un ritmo incesante.

— ¡Oh, jodeeerrr! ¡Yo también! —gritó entre las estocadas que nos unían una y otra vez.

Me sacudí debajo de su cuerpo y me corrí, sin poder moverme siquiera, capaz tan solo de dejarme llevar mientras él continuaba con su propósito. Un momento después noté cómo se separaba de mí y me daba la vuelta, mi cuerpo aún tembloroso tras la explosión de placer más increíble que había experimentado en mi vida.

— ¡Mírame! —ordenó.

Abrí los ojos y los fijé en su mirada azul y feroz. Su aspecto era magnífico. Parecía un Dios pagano, resbaladizo por el sudor y con todos los músculos en tensión cuando se arrodilló entre mis piernas, se sujetó el pene y eyaculó sobre mis pechos y garganta. ¡Estaba tan guapo en ese momento!

Un segundo más tarde escuché correr el agua de la bañera y abrí los ojos. Sentía el cuerpo pesado, adormilado y satisfecho. Edward estaba allí, observándome, con expresión seria e intensa mientras sus dedos jugaban con mi pelo.

—Aquí está mi chica. —El gesto severo se suavizó cuando se inclinó para acariciarme los labios con la nariz—. Te quedaste dormida después de hacer que te corrieras.

—Creo que necesitaba una pequeña siesta después de eso.

Frunció el ceño.

— ¿Ha sido demasiado? Lo sien…

Le callé tapándole la boca.

—No —dije sacudiendo la cabeza—. Si hubiese sido demasiado lo habría dicho.

— ¿Te gustó? —preguntó con suavidad mientras se atisbaba un gesto de preocupación en sus preciosas facciones.

—Oh…, sí.

— ¿Te hice daño? —El tono de preocupación de su voz hacía que me derritiese más y más.

—Solo de manera agradable —contesté con sinceridad.

El ceño fruncido desapareció y lo sustituyó una mirada de alivió.

— ¡Oh, joder, Dios, gracias! —exclamó mirando al cielo como si estuviese rezando, y luego volvió a mí, lo que resultaba absurdo: ¿agradecer al cielo por el sexo anal y soltar un taco al dar las gracias cuando yo había dado mi consentimiento?—. Porque de verdad quiero hacerlo de nuevo alguna vez. —

Se le veía tan aliviado y es posible que hasta un poco engreído. Yo estaba contenta de haberle hecho feliz y satisfecha de demostrarle, de nuevo, que podía confiar en él con mi corazón y mi cuerpo. Se superaba a la hora de cuidarme. No me había dado cuenta de lo mucho que él quería hacerlo y de lo bueno que era. Tanto sexual como emocionalmente.

Edward era muy honesto con ciertas cosas, a veces tanto que su franqueza me ruborizaba. Sin embargo, para mis adentros sabía que era una de las razones por las que funcionaba tan bien conmigo.

Aunque también tenía que reírme un poco. Solo Edward conseguía sonar dulce al hablar acerca de sus esperanzas de tener más sexo anal y sin que sonara grosero o brusco.

¿Cómo narices lo hacía?

Mi sucio, malhablado y romántico caballero inglés. La combinación perfecta, en mi opinión.

—Vale… —le dije, y me acerqué para besarle.

Me besó durante un rato de manera suave y delicada, como solía hacer. Me moría de ganas por la sesión de besos que seguía al sexo. Edward siempre quería besarme después, y parecía que me estuviese haciendo el amor otra vez, solo con sus labios y su boca. Me abrazó y me sujetó bajo su esculpido cuerpo, sus caderas entre las mías, sus labios por todo mi cuerpo: mis labios, mi garganta, mis pechos… No paraba hasta que se sentía completamente satisfecho.

Edward sabía cómo pedirme las cosas. Y estoy bastante segura de que sus instintos son solo órdenes innatas y primarias que no puede evitar complacer. Lo creo porque a mí me ocurre lo mismo. Quiero aceptar todo lo que me da, y entregarme durante el sexo es una manera de darle a Edward esas cosas que me pide con tanta franqueza. Además me excita mucho. Adoro las cosas que dice y que me pide cuando estamos sumidos en el acaloramiento del sexo.

Levantó los labios y me miró con ojos vidriosos.

—Te quiero tanto que a veces me asusta. No…, me asusta casi todo el tiempo. —Sacudió la cabeza —. Odio dejarte sola aquí tanto tiempo. No está bien. —Suspiró profundamente—. Lo odio con todas mis fuerzas. Me he convertido en una especie de loco, y espero que todo esto no sea… demasiado. Que yo no sea demasiado. —Me tocó la frente con la suya—. Cuando te veo tengo que estar contigo así. —

Me recorrió el pecho con la mano y la posó sobre los restos de su orgasmo, que parecían haber sido limpiados de mi piel en algún momento. Tal vez lo hizo mientras yo dormía. Me había quedado tan fuera de mí después del abrumador clímax que no tenía ni idea.

—Bueno, yo no me quejo. —Le agarré la cara—. Me gusta tu versión de loco, si así es como lo llamas, y, para que lo sepas, me sentía muy sola esta noche, te echaba de menos y me preocupaba todo, pero entonces llegaste a casa y parecía que ibas a morir si no me tenías y…, bueno, era lo que necesitaba para sentirme mejor. Cuando estoy sola con mis pensamientos tiendo a preocuparme por cosas que no debería. La duda aparece. Tú eres la primera persona que realmente me ha ayudado con mis dudas. Cuando me tocas y me demuestras cuánto me deseas haces que desaparezcan.

Se quedó mirándome, con los ojos muy abiertos.

— ¿Eres real? —Me preguntó al tiempo que me acariciaba la cara con los dedos con ternura—, porque siempre te desearé.

Edward ya me había hecho esa pregunta con anterioridad y me encantaba.

—Cuando dices cosas como esas se me acelera el corazón.

Me posó la mano sobre el pecho.

—Puedo sentir tu corazón. También es mi corazón.

—Es tu corazón, y yo soy muy real, Edward —asentí—. He querido todo lo que hemos hecho juntos y mi corazón ahora te pertenece. —Le acaricié la cara, a tan solo unos centímetros, mientras me ahogaba en sus ojos.

Edward suspiró hondo, pero sonaba más a alivio que a preocupación.

—Vamos, preciosa, date un baño conmigo. Necesito lavarte y abrazarte un rato. —Me cogió y me llevó al baño de mármol travertino y me metió en la bañera. Tras colocarse detrás de mí, me estiré y me apoyé sobre su firme pecho. Sus brazos se movían para mojarme los pechos y hombros.

—Llamé a Jake esta noche —dije después de un rato.

Edward puso jabón en una esponja y la deslizó por mi brazo.

— ¿Cómo está Black? ¿Quiere hacerte más fotos?

—No hemos hablado de eso.

—Pero lo hará. —La respuesta de Edward no era nada nuevo. No le gustaba que posase y tampoco llegaba a entender lo mucho que yo lo necesitaba. No le solía sacar el tema porque no quería que se enfadase y se volviera de nuevo irracional. Cada vez que iba a una sesión de fotos se volvía loco, así que era mejor no recordárselo.

—Creo que Jake empieza a sospechar, y estoy segura de que Alice también lo haría si me viese en persona, pero solo hemos hablado por teléfono.

Edward me pasó la esponja por el cuello.

—Es hora de decírselo, nena. Quiero hacer el anuncio y ha de ser a lo grande. Eso lo tengo claro.

— ¿Cómo que a lo grande?

— ¿Prensa londinense? ¿Invitados famosos? ¿Un lugar pijo? —Me puse tensa en sus brazos. Me abrazó fuerte y susurró—. Ahora no te vaya a entrar el pánico, ¿de acuerdo? Nuestra boda ha de ser un… acontecimiento de interés para que se entere todo el mundo.

— ¿Incluso el senador?

—Sí —dijo e hizo una pausa—. Creemos que Fielding también está muerto. Lleva desaparecido desde finales de mayo.

— ¡Oh, Dios! Edward, ¿por qué no me lo contaste? —Me eché hacia delante y me giré para mirarle de manera acusadora.

Me abrazó más fuerte y presionó los labios contra mi cuello. Estaba intentando tranquilizarme, supongo, y por suerte para él sus tácticas normalmente funcionaban. Edward era capaz de calmarme solo con un ligero roce.

—Me lo acaban de confirmar. Lo sospeché cuando estábamos en Hallborough y tú estabas tan enferma… No te enfades. Tuve que contarle todo a Emmett. Sabe que vamos a tener un hijo. Y antes de que te enfurezcas conmigo, has de saber que está muy contento por nosotros. Sabes todo lo que tienes que saber, Bella. —Me besó en el hombro—. No más secretos.

Mi cerebro empezó a asimilarlo todo y la mera idea me puso la piel de gallina.

— ¿Te preocupa que intenten ir a por mí y crees que si nuestra relación y nuestra boda se convierten en un acontecimiento famoso entonces no se atreverán? —Podía oír el miedo en mi voz y lo odiaba.

No podía imaginar que el senador Oakley me quisiese muerta. ¿Qué había hecho yo mal excepto salir con su hijo? Era Lance Oakley quien había hecho todo el daño, ¡no yo! ¿Por qué tenía que vivir con miedo por algo que no hice? Yo era la víctima aquí y, por mucho que me repugnase la idea, era la verdad.

—No puedo arriesgarme contigo y no lo haré, nunca. —Edward me besó en el cuello y me pasó la esponja por el vientre—. Siempre te digo que eres maravillosa porque lo eres. ¿Lo entiendes entonces?

—Sí, lo entiendo. Entiendo que un poderoso partido político puede que quiera matarme, pero eso no significa que me tenga que gustar la idea de que nuestra boda sea una tapadera. —Noté cómo Edward se ponía tenso a mi espalda y me imaginé que no estaba contento con lo que estaba diciendo.

—Ya te lo he dicho, haré lo que haga falta para protegerte, Bella. Te prometo que el lugar y la lista de invitados no cambian para nada lo que siento. No para mí. En absoluto —dijo bajando la voz —. Y quiero que el hecho de que vayamos a tener un bebé sea parte del anuncio. Eso te convierte en una joya aún más valiosa. —Me sacudió ligeramente—. Algo que ya eres.

Sí, mi chico no estaba feliz en absoluto. Sonaba algo herido, y me sentí culpable una vez más por ser una desagradecida. Supongo que era un punto a tratar con mi terapeuta. Aunque apreciaba mucho que Edward se quisiera casar conmigo y se hiciera responsable de nuestro hijo, odiaba que las amenazas de a saber quién fueran el motor de su proposición.

—Lo siento. Sé que no te lo estoy poniendo fácil, Edward. Ojalá pudiese pensar distinto sobre esto —lo deseo con todas mis fuerzas—, pero deberías saber que no es el sueño de toda chica celebrar una boda porque puede que alguien quiera matarla.

—Lo quiero hacer por muchas otras razones —gruñó—, y lo sabes. —Edward tiró del tapón y salió de la bañera. Me ofreció la mano para ayudarme a salir y parecía un poco enfadado, un poco herido… y guapísimo así de desnudo y mojado.

Sí, un bebé por accidente también es otra de las razones.

Acepté su mano y dejé que me sacara de la bañera. Acercó una toalla y empezó a secarme de arriba abajo. Cuando llegó al vientre se arrodilló y me besó justo ahí, donde el bebé estaría creciendo.

Sollocé y sentí que las lágrimas brotaban otra vez, incapaz de controlar mis emociones y preguntándome cómo iba a sobrevivir a todo eso. ¿Por qué tenía que ser tan débil?

Levantó la mirada.

—Pero te amo, Bella, y quiero estar contigo. ¿No es eso suficiente?

Perdí el control. Completa y totalmente, por una maldita millonésima vez. Lágrimas, sollozos, hipos, todo al completo. Edward se había llevado todo el paquete emocional esta noche. Pobrecito.

Sin embargo, mi llanto no parecía inmutarle y me metió en la cama, se echó a mi lado y me acercó a él. Hundió los dedos en mi cabello y sencillamente me abrazó sin pedir más, sin preguntas ni indagaciones. Me dejó en paz, ofreciéndome generosamente su apoyo y fuerza sin pedirme nada a cambio.

Estaba pensando. Podía escuchar cómo giraba la maquinaria dentro de su cabeza reflexionando sobre mí. En realidad Edward hacía eso mucho, pensar sin decir nada.

Yo también lo estaba haciendo. Recordaba algo que la doctora Roswell me había dicho una vez.

Cuando le expresé mis miedos acerca del futuro contestó: «Lo superarás paso a paso y con el día a día, Bella».

Era otro cliché, sí, pero uno que daba en el clavo, como Edward decía a veces. Justo en el clavo.

Superaré esto paso a paso y Edward estará ahí para ayudarme.

—Es suficiente, Edward —le susurré. Sus dedos seguían en mi pelo—. Es suficiente para mí. Estar contigo es suficiente.

Me besó con suavidad y ternura, su lengua deslizándose poco a poco como si no hubiera nada en el mundo que pudiese preocuparnos en ese momento. Noté las palmas de sus manos sobre mi vientre y las mantuvo ahí, cálidas y protectoras.

—Vamos a estar bien, nena. Lo sé. Los tres.

Le acaricié el pecho con la nariz.

—Cuando lo dices, te creo.

—Lo estaremos. Lo sé. —Me levantó la cara y se dio unos golpecitos con el dedo en la cabeza—.

Tengo premoniciones, igual que tú tienes esos super poderes a la hora de razonar de los que me hablaste una vez. —Me guiñó el ojo.

— ¿De verdad? —añadí con más sarcasmo, solo para que supiese que ya no estaba molesta por lo de la boda y que podía llegar a aceptarlo.

—Sí. Tú, yo y nuestro pequeño guisante seremos felices para siempre.

Negué con la cabeza.

—Ya no tenemos un guisante.

— ¿Qué pasó con el guisante? No me digas que te lo has comido. —Fingió asombro.

— ¡Idiota! —Dije dándole en las costillas—. El guisante ahora es una frambuesa.

— ¿De dónde has sacado esa información? —preguntó arqueando una ceja.

—De una página web llamada Embarazo puntocom. Deberías echarle un vistazo. Te dice todo lo que necesites saber sobre frutas y verduras.

—Me encanta cuando juegas conmigo —dijo después de reírse mientras me cogía de la barbilla—.

Sobre todo cuando veo ese brillo en tus ojos y pareces feliz. Es todo lo que quiero: que seas feliz conmigo, con nosotros, con nuestra vida en común.

—Tú me haces feliz, Edward. Siento cómo estoy últimamente. Soy un despojo de hormonas llorando por todo, deprimida, poniendo las cosas difíciles, arghh… Odio cómo sueno incluso disculpándome ahora mismo.

—No. No eres así para nada. No necesitas disculparte, nena. Todo lo que tienes que hacer es decir que sí al anuncio de nuestro compromiso. Lo he escrito hoy. Está preparado para ser enviado.

Parecía convencido de su petición y me di cuenta en ese momento de que el miedo que me daba el matrimonio, el bebé, el acosador, todo lo que me asustaba, había desaparecido por completo. Seguir adelante con nuestra vida era la única opción ahora.

—De acuerdo. Estoy lista.

— ¿Lo estás? —Edward estaba más que sorprendido—. Así, sin más, ¿ahora estás preparada?

—Sí, lo estoy. Sé que me quieres y que cuidarás de nosotros. Por fin le admití a la doctora Roswell que te necesito. Te quiero y te necesito. —Le acaricié la mejilla—. Hagámoslo.

Recibí una de esas espectaculares y raras sonrisas de Edward que hacían que todo mereciese la pena.

De verdad adoraba hacer a este hombre feliz. Me llenaba, me hacía sentir bien.

—Necesitamos decírselo a tus padres y familiares. ¿Cómo y cuándo quieres dar la noticia? —me preguntó con dulzura.

—Hmmm…, buena observación. —Miré el reloj de la mesilla, que señalaba la una de la mañana—.

¿Qué tal ahora? —dije.

— ¿Ahora? —Se le vio inseguro durante un momento antes de caer en la cuenta—. Quieres decírselo primero a tu padre. —Podía notar cómo hacía cálculos mentales—. Son las cinco de la tarde de un viernes, ¿crees que podrás dar con él?

—Estoy bastante segura de que sí. Vístete.

— ¿Eh?

Salí de la cama y empecé a ponerme unos pantalones de yoga y una camiseta.

—Quiero decírselo por Skype. —Sonreí con satisfacción, muy contenta con mi idea—. Dudo que le gustara oír que va a ser abuelo contigo desnudo a mi lado, viéndote cómo estás ahora —dije mientras le miraba su cuerpo desnudo y musculoso—. Así que vístete, por favor. No puedo garantizarte que no quiera hablar contigo en cuanto le diga lo que me has hecho.

—Princesa, estás tan guapa… Me encanta verte cara a cara por aquí. ¿A qué debo este honor, y qué narices haces despierta a la una de la mañana?

Sonreí a mi padre y sentí mariposas en el estómago ante la idea de contarle nuestras noticias. De algún modo sabía que se alegraría por mí. Nunca me había juzgado en el pasado y no lo haría ahora.

—Dios, te echo de menos. Daría lo que fuera por tenerte frente a mí para esto, papá. —Mi guapo padre llevaba una toalla de piscina alrededor del cuello y el pelo mojado.

—Acabo de hacer diez largos y me siento genial. Mi fin de semana ha empezado muy bien. El tiempo ha sido muy agradable y me he podido dar un baño en la piscina. Ojalá estuvieses aquí para disfrutarlo conmigo.

—A mí también me gustaría. ¿Te estás tomando las pastillas para la tensión como se supone que debes hacer?

—Por supuesto que sí. Tu viejo padre está en plena forma.

—Oh, por favor, estás lejos de ser un viejo, papá. Cuando imagino a un viejo, tú no eres la imagen que me viene a la cabeza. Incluso recibí un mensaje de Jess por Facebook en el que me decía que te ve en el gimnasio y que eres encantador. Seguro que tienes que quitarte a las mujeres de encima cuando entrenas.

Se echó a reír y evitó mi comentario. Siempre me preguntaba por esa parte de su vida. Nunca hablaba de citas ni mujeres, así que no sabía mucho. Debía de sentirse solo a veces. Los humanos no hemos sido hechos para estar solos. Deseaba que encontrase a alguien que le hiciera feliz.

—Jess es una chica muy dulce. Sobre todo hablamos de ti, Bella. No me has contestado a mi pregunta. ¿Por qué estás levantada tan tarde?

—Bueno, Edward y yo tenemos algo importante que contarte y no quiero que pase más tiempo antes de hablar contigo.

—Vale…, estás sonriendo, así que creo que deben ser buenas noticias. —Levantó la barbilla y miró de manera engreída.

Mi seguridad flaqueó un poco, hasta que sentí que Edward se acercaba a mi espalda y se sentaba. Me puso las manos en los hombros y se echó hacia delante para que mi padre pudiese verle en la pantalla.

—Eh, Edward, así que vas a pasar con mi hija por el altar, ¿eh? ¿Es lo que queríais anunciarme?

—Ehh…, bien, mmm…, queríamos decirte un par de cosas en realidad, Charlie.

—Bien, me muero de ganas de oírlas —dijo mi padre, encantado de tener a Edward sufriendo por Skype, con una enorme sonrisa en la cara. Dios, esperaba que se alegrara una vez lo supiera.

Me lancé a ello. Me estaba tirando en plancha al fondo de la metafórica piscina que era mi vida.

—Papá, vas a ser abuelo.

Noté que los dedos de Edward se agarraban más fuerte a mis hombros y vimos cómo la enorme sonrisa de mi padre se transformaba en una cara de completo asombro.

 

Capítulo 13: CAPÍTULO 12 Capítulo 15: CAPÍTULO 14

 
14443795 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10760 usuarios