2ª PARTE EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 14/08/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 61
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Capítulos: 26


Grandes sorpresas les aguardan a Edward y Bella mientras intentan hacer frente a lo que les ha deparado la vida. Los demonios del pasado amenazan con destrozar la apasionada relación que han construido, a pesar de que se juraron que nada les separaría. Una pérdida, devastadora y terrible, sumada a la posibilidad de un nuevo futuro les abre los ojos y les hace ver lo que es realmente importante pero ¿podrá esta pareja de enamorados seguir adelante y dejar atrás las dolorosas historias que los persiguen?
Un acosador sigue merodeando entre las sombras, tramando una conspiración aprovechando el ajetreo y la distracción de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Bella y Edward están a punto de perderlo todo a medida que aumenta la situación de peligro. ¿Se verán superados por las circunstancias o lucharán con las escasas fuerzas que les quedan para salvarse el uno al otro y ganar el mejor premio del mundo: una vida juntos?

 

BASADA EN EYES WIDE OPEN DE RAINE MILLER

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Capítulo 5: CAPÍTULO 4

Capítulo 4

 

 

Edward me guio a lo largo de la costa por un sendero escarpado que dominaba el mar de la bahía de Bristol, con su centelleante agua azul titilando en un millón de fragmentos brillantes a causa del viento. Lo seguimos durante un buen rato hasta que el camino viró hacia el interior. El sol brillaba y el aire era fresco. Se podría pensar que el esfuerzo físico despejaría mis dispersos pensamientos y los pondría en orden, pero no hubo suerte. No. Mi cabeza simplemente continuaba dando vueltas.

¿Comprometernos? ¿Irnos a vivir juntos? ¿¡Matrimonio!? Necesitaba organizar una cita con la doctora Roswell para cuando regresáramos a Londres.

Mientras observaba a Edward delante de mí, el modo en que se movía, su agilidad natural y su sigilo, sus músculos definidos impulsando su cuerpo hacia delante, al menos apreciaba también esas vistas.

Mi chico, mis vistas. Sí, el paisaje y mi hombre estaban muy bien.

Lo cierto es que me encantaba estar ahí y estaba contenta de que me hubiera llevado, a pesar del rumbo que había tomado nuestra conversación de la noche anterior. Edward había bajado esta mañana alegre y cariñoso, como si no hubiéramos discutido algo importante. En realidad me molestaba mucho que él pudiera soltar algo como lo de casarse sin más, ¡ni que fuera tan sencillo como sacarse el carné de conducir!

Sin embargo, me gustaba que saliera a correr conmigo. Si no llovía, salíamos a correr por las mañanas en la ciudad cuando me quedaba a dormir en su casa. Edward mantenía un ritmo competitivo y yo esperaba que él no me tratara con mano suave solo porque podía hacerlo.

El sendero serpenteaba junto al litoral e iba descendiendo hacia la costa y la playa que se extendía debajo, hasta que al final llegamos a un cabo pedregoso. Edward se giró y me dirigió una sonrisa de modelo de portada, algo que me afectaba cada vez que lo hacía. Tenía una sonrisa espléndida que hacía que me derritiera. Eso significaba que él era feliz.

— ¿Tienes hambre? —me preguntó mientras me detenía.

—Sí que tengo. ¿Adónde vamos?

Señaló un diminuto edificio con forma de mirador situado en lo alto de las rocas.

—El Ave Marina. Dan unos desayunos geniales en ese pequeño lugar.

—Suena muy bien.

Puso mi mano en la suya y la llevó hasta sus labios, besándola con rapidez.

Yo le sonreí y observé su precioso rostro. Edward era un regalo para los ojos, pero me resultaba curioso que él pareciera no pensar mucho en ello. Quería saber más sobre esa mujer de la noche anterior, Priscilla. Sé que se había acostado con ella en algún momento del pasado; se limitó a decir:

«Salimos una vez juntos». No había que ser un genio para saber que había aceptado libremente tener sexo con ella. En el bar no paró de ponerle las zarpas encima. No me gustaba nada su mirada.

Demasiado depredadora. Paul no obstante parecía interesado. Los vi juntos fuera, en la acera, después de que evacuaran la Nacional.

— ¿En qué estás pensando, nena? —Preguntó Edward dándome un golpecito en la punta de la nariz—.

Puedo ver moverse el engranaje ahí debajo. —Me besó en la frente.

—En muchas cosas.

— ¿Quieres que hablemos de ello?

—Creo que deberíamos —dije asintiendo—. Creo que no tenemos opción, Edward.

—Sí —respondió, al tiempo que sus ojos perdían el brillo de felicidad que habían tenido hasta ese momento.

La camarera pelirroja le miró de arriba abajo mientras nos sentaba junto a la ventana, algo a lo que me había habituado cuando salía con Edward. Las chicas no disimulaban demasiado su interés. Yo siempre me quedaba pensando en cómo actuarían otras chicas o qué le dirían si yo no estuviera presente. ¡Ja! «Este es mi número, por si quieres venir a mi casa y tener un poco de sexo rápido y sucio. Haré todo lo que quieras». Argh.

Esperó hasta que ella se marchó y entonces fue directo al grano.

—Bueno…, volviendo a nuestra conversación de anoche. ¿Te sientes más receptiva a la idea?

Bebí primero un poco de agua.

—Creo que todavía estoy conmocionada por el hecho de que quieras… —vacilé.

—No tienes por qué tener miedo a pronunciar las palabras, Bella —dijo mordaz, sin parecer ya tan feliz conmigo.

—Bien. No me puedo creer que quieras «casarte» conmigo —contesté marcando el gesto de las comillas y observando cómo se le contraía la mandíbula.

— ¿Por qué te sorprende?

—Es demasiado pronto y apenas hemos empezado a salir juntos, Edward. ¿No podemos seguir tal y como estamos?

Su gesto se endureció.

—Seguimos estando como estábamos. No sé adónde te crees que estamos yendo, pero te puedo asegurar que será a un lugar en el que estaremos juntos —contestó entornando los ojos, que brillaron un poco—. Todo o nada, Bella, ¿o es que ya lo has olvidado? Anoche dijiste que querías lo mismo.

Juraría que estaba más que un poco frustrado conmigo.

—No lo he olvidado —susurré, y hojeé la carta que tenía frente a mí.

—Bien.

Él cogió la suya y no dijo nada durante un minuto o dos. La camarera al final regresó y anotó la comanda de nuestros desayunos de una forma bastante desagradable, tonteando con Edward a lo largo de todo el tortuoso proceso.

Fruncí el ceño en cuanto se giró y se marchó con paso tranquilo.

Edward continuaba mirándome, sin pestañear, mientras hablaba.

— ¿Cuándo vas a entender que no me importan las mujeres como esa camarera ni cómo intentaba flirtear conmigo mientras tú estás aquí sentada? Ha sido de muy mal gusto y lo detesto. Cosas así me han pasado durante toda mi vida adulta y puedo asegurarte con sinceridad que es terriblemente molesto —dijo mientras alargaba la mano por encima de la mesa y me cogía la mía—. Yo ahora quiero que solo una mujer flirtee conmigo, y tú sabes quién es esa mujer.

—Pero ¿cómo puedes estar tan seguro de algo tan importante como el matrimonio? —pregunté retomando nuestro tema.

Empezó a rozar su pulgar sobre la palma de mi mano, en un gesto que iba más allá de lo sensual.

—He decidido lo que quiero contigo, nena, y no voy a cambiar de opinión.

—Lo sabes. Sabes que jamás cambiarás de opinión sobre mí o sobre querer estar conmigo — pronuncié esas palabras con un tono ligeramente socarrón, pero eran cuestiones que le planteaba de verdad. Dios, si me lo estaba proponiendo, entonces yo tenía que escuchar el porqué de las cosas—.

No tengo ningún buen ejemplo en el que inspirarme. El matrimonio de mis padres era una farsa.

—No cambiaré de opinión, Bella —dijo entornando los ojos, en los que pude atisbar algo de dolor

—. Tú eres todo lo que quiero y necesito. Estoy seguro de eso. Solo deseo hacerlo oficial ante el mundo de forma que pueda protegerte de la mejor manera que sé. La gente se casa por mucho menos.

—Bajó la mirada a nuestras manos y volvió a alzarla hacia mí—. Te quiero.

Mi corazón se derritió ante la explosión de intensidad que provenía de él y me sentí de nuevo una verdadera bruja. Ahí estaba Edward, desnudando sus sentimientos, contándome lo mucho que yo significaba para él, y yo se lo estaba haciendo pasar mal.

—Sé que me quieres, y yo también te quiero. —Asentí y giré la mano para sostener la suya, sintiendo mis palabras con todo mi corazón—. De verdad. Nadie más ha sacado eso de mí antes… excepto tú.

—Bien.

Ahora parecía vulnerable, y yo quería consolarle, hacerle ver que me importaba. Porque era la verdad. Edward me importaba. Muchísimo. Le acaricié la palma de la mano con un dedo, rozándole de un lado a otro.

Las últimas veinticuatro horas habían sido una locura y yo solamente estaba tratando de mantener la calma. Lo que Edward me proponía me agobiaba, pero también me hacía sentir amada. Era un buen hombre que deseaba comprometerse conmigo, y que únicamente pedía lo mismo a cambio. ¿Por qué tenía tantos problemas para admitirlo? La verdad era algo que entendía demasiado bien, aunque odiara reconocerlo al haberla enterrado en lo más profundo de mi cabeza. Estar con Edward me obligaba a enfrentarme a mis demonios.

—Me mudaré contigo. ¿Qué tal eso para empezar?

—Es solo eso, un comienzo —contestó de manera seca—. Te expliqué que en cualquier caso esa parte era innegociable.

—Lo sé. Me dijiste muchas cosas, Edward —respondí sin poder evitar el sarcasmo en mi voz, pero le sonreí, sentado frente a mí con toda su belleza masculina, tan confiado y seguro.

Me devolvió la sonrisa.

—Y cada palabra que he dicho iba en serio.

La camarera apareció con nuestra comida justo en ese momento, sonriendo e inclinándose sobre la mesa de un modo descarado que hizo que se me revolvieran las tripas. Los huevos y el beicon que colocó frente a mí ya no parecían tan apetecibles. Alargué primero la mano hacia la tostada.

No pude evitar volver a entornar los ojos mientras se marchaba pavoneándose, contoneando las caderas para conseguir el máximo efecto. Edward rio con suavidad y me tiró un beso.

—Hablemos un poco más de este plan tuyo cuando volvamos a Londres, ¿vale? Quiero disfrutar de nuestro tiempo aquí, juntos el fin de semana, y olvidar el mensaje de anoche, y pasarlo bien… —Y no pude evitar añadir con un ligero tono mordaz—: Aunque contemplar cómo se te abalanzan las mujeres no es que sea pasarlo bien que digamos.

Se rio con más fuerza.

—Bienvenida a mi mundo, nena. Dios, si ayuda a mi causa ponerte celosa, quizá debería dar un poco más de alas a mis admiradoras —dijo señalando en dirección a la camarera.

Le miré echando chispas por los ojos.

—Ni se te ocurra, Cullen —contesté apuntando hacia su entrepierna—. No ayudará para nada a tu causa ni a conseguir lo que tanto te gusta.

Mordió el último trozo de beicon e ignoró mi amenaza, al tiempo que me abrumaba con ojos sensuales y pausados.

—Me gusta mucho tu yo celoso. Me pone cachondo —dijo en voz baja.

¿Qué no te pone cachondo? Sentí cómo el hormigueo de la excitación se agitaba en mi interior mientras me escudriñaba con la mirada. Edward podía excitarme con el más mínimo gesto. Noté cómo se le contraían los músculos bajo la camisa, y quería arrancársela y proceder a lamerle su precioso y esculpido torso, para después bajar hacia su abdomen y a esa V que culminaba en su grandiosa…

— ¿En qué estás pensando ahora? —me preguntó arqueando la ceja, e interrumpiendo mis perversas fantasías.

—En cómo me gusta salir a correr contigo —contrarresté, orgullosa de mi concisa réplica cuando me cazó comiéndomelo con los ojos sin ningún tipo de vergüenza, peor de lo que había hecho la pelirroja que nos había servido el desayuno.

—Ya —dijo totalmente escéptico—. Yo creo que estabas soñando con desnudarme y echar un polvo.

Estaba horrorizada y me quedé mirando mi comida, mientras me preguntaba por qué estaba tan sexual esos días. Mis hormonas debían de estar alteradas otra vez. Por-su-culpa.

—Hablando de sueños… —Pensé que ese era un buen momento para cambiar de tema y dejé que mi comentario flotara en el aire un instante entre los dos.

Sus ojos se oscurecieron y frunció el ceño.

—Sí, tuve otra pesadilla. Lo siento mucho por molestarte mientras dormías. De verdad. No sé por qué he empezado a tenerlas otra vez después de todo este tiempo.

—Quiero saber de qué tratan esos sueños, Edward.

Se hizo el distraído y cambió otra vez de conversación.

—Pero tienes razón, nena, no debería haber sacado el tema de vamos-a-casarnos de forma tan repentina. No estuvo bien soltarte eso en mitad de la noche, a pesar de que sigo convencido de que es nuestra mejor opción. Podemos hablar más sobre ello cuando volvamos a la ciudad y te hayas mudado a mi piso. Ya te dije que el suceso de la otra noche en la Galería Nacional me hizo enloquecer — continuó moviendo la cabeza lentamente—. Cuando no podía encontrarte…, fue lo peor Bella. No puedo pasar por eso otra vez. Mi corazón no puede soportarlo.

Le miré fijamente, frustrada de que estuviera cerrándose en banda una vez más, y endurecí mi postura.

— ¿Por qué no quieres hablarme de tus pesadillas? Mi corazón no puede soportar eso.

Bajó la mirada y después la alzó, implorándome con los ojos.

—Cuando volvamos a casa. Te lo prometo —dijo jugando con mi mano, acariciando mis nudillos con mucha delicadeza—. Pasémoslo bien juntos este fin de semana como tú quieres, sin sacar a colación nada desagradable. ¿Por favor?

¿Cómo podía negarme? Su mirada aterrorizada me era suficiente para darle una tregua. Unos pocos días más sin saberlo no importaban. No obstante, sí sabía algo, que cualesquiera que fuesen los hechos que había sufrido Edward, habían sido terribles de verdad, y me producía pánico siquiera imaginarlos.

Dijo que eran de su época en la guerra, y recordé las palabras que Emmett me dirigió una vez: «Él es un milagro andante, Bella».

Sí, es un buen milagro. Mi milagro.

Para regresar a la casa tomó un sendero distinto ya que quería mostrarme los alrededores. Ese camino era mucho menos agotador, y lo agradecí; pero por alguna razón estaba otra vez cansada. Sentí que me sonrojaba al reconocer el porqué: muchísimo sexo la noche anterior. Otro milagro, teniendo en cuenta que había empezado y terminado la noche vomitando. Argh. Aunque Edward se había portado muy bien conmigo. Era verdaderamente un hombre atento y solícito, y con una gran sensibilidad para no haber crecido con una madre al lado. Tendría que darle las gracias a su padre, Carlisle, cuando le viera de nuevo por haber hecho tan buen trabajo.

La zona se volvió más boscosa a medida que nos alejábamos de la costa. El sol se filtraba entre las hojas verdes y las ramas, trazando dibujos de luces y sombras en el suelo. Todo el lugar resultaba apacible. Un pequeño cementerio oculto bajo unos robles muy antiguos parecía un sitio perfecto para detenerse un rato. El lugar parecía sacado de una novela gótica, con las ramas sobresaliendo y las lápidas profusamente decoradas.

Edward esperó a que le alcanzara en la puerta y extendió la mano. Nada más tocarle, me acercó contra su cuerpo, envolviéndome.

— ¿Quieres echar un vistazo por aquí y descansar un poco? Pensé que te apetecería, teniendo en cuenta lo que te gusta la Historia.

—Me encantaría. Esto es precioso —dije mirando a mi alrededor—. Tan tranquilo y sereno.

Caminamos por el terreno, leyendo en las lápidas los nombres de las personas que habían vivido y muerto en la zona. Una cripta de mármol señalaba el lugar donde reposaban los restos de la familia Greymont, los antepasados del marido de Hannah, Freddy. Distinguí los nombres de Jeremy y Georgina y recordé que eran las personas que Hannah había mencionado del bellísimo retrato que había descubierto esta mañana en la escalera. Los del Mallerton. Supe sin la menor duda que el cuadro de sir Jeremy y su preciosa Georgina era el original, y esperaba que la familia me permitiese tomar algunas fotografías solo para catalogarlas. Quizá podría traer a Jacob aquí y hacer algunas buenas fotos. Alice querría verlo y la Mallerton Society estaría muy interesada en cualquier cosa relacionada con el estatus actual de la pintura. Mi mente se agitaba con todas las posibilidades mientras dejábamos el cementerio privado y continuábamos hacia el interior por el camino del bosque.

Llegamos a una imponente puerta de hierro, del tipo que se ven en las películas que ganan Oscars.

Sujeto en el hierro había un cartel de una agencia inmobiliaria que anunciaba el lugar como Stonewell Court.

— ¿Conocías esta casa? —pregunté.

Negó con la cabeza.

—Nunca había venido por este camino. Parece que está en venta. —Probó con la aldaba de la puerta

y, para nuestra sorpresa, esta se abrió con un desagradable chirrido—. Echemos un vistazo. ¿Quieres?

— ¿Crees que no pasará nada?

—Claro que no —dijo encogiéndose de hombros y mirando el cartel.

—Entonces sí.

Di un paso adelante para seguirle al interior. La oxidada puerta se cerró tras nosotros con un ruido metálico. Le cogí la mano a Edward y me acerqué más a él mientras descendíamos por el serpenteante camino de gravilla. Parecía que volvíamos a dirigirnos hacia la costa.

Se rio con dulzura.

— ¿Te da miedo que nos metamos en algún lío?

—Para nada —mentí—. Si alguien viene detrás de nosotros por entrar sin permiso, pienso hacerles saber que todo fue idea tuya y que tú dijiste que no pasaba nada.

Traté con todas mis fuerzas de permanecer seria, esperando poder aguantar la risa unos segundos más.

Hizo que nos detuviéramos en el sendero y me miró fingiendo estar enfadado.

—Muy bonito. ¡Vas a abandonarme con tal de salvar tu precioso y pequeño trasero!

—Bueno, me aseguraré de ir a la cárcel a visitar tú precioso y sexi trasero —dije con suavidad, enfatizando la pronunciación británica de «trasero» mientras pensaba que sonaba mucho más elegante cuando la decía él. Era pésima intentando imitar el acento británico.

Bajó el brazo para meterme mano y me hizo cosquillas en el costado con la otra mano.

—Oh, ¿lo harás ahora? —preguntó pronunciando lentamente. Me rompió la compostura con facilidad haciéndome cosquillas sin piedad.

— ¡Sí! —grité, zafándome de su sujeción y corriendo entre los árboles.

Él salió detrás de mí, riendo todo el tiempo. Podía sentirle acercarse y me esforcé más para mantenerle a distancia, apurando la extensión del camino de entrada a la casa con cada zancada.

Edward me alcanzó justo cuando girábamos por una curva del camino y se las apañó para tirarnos a ambos con dulzura sobre la suave hierba, rodando sobre mí y haciéndome cosquillas sin parar. Yo me retorcía y me zarandeaba, intentándolo todo para escapar, pero era un ejercicio inútil contra su fuerza.

—No tienes escapatoria, nena —dijo en voz baja al tiempo que me inmovilizaba sin esfuerzo alguno las muñecas con una mano y me sostenía la barbilla con la otra.

—Por supuesto que no —susurré a su vez, sintiendo ya el rubor del calor, excitándome de manera salvaje. Edward hacía que pasaran todo tipo de cosas en mi cuerpo. Ya me había habituado a ello.

Sus ojos se encendieron con pasión mientras su boca descendía hacia la mía, abriéndola por completo para cubrirme los labios y devorarlos. Yo gemí de placer y le dejé entrar. Edward sabía besar.

No me gustaba imaginar lo mucho que habría practicado, pero valoré su talento mientras su lengua me exploraba a fondo. La presión de su peso sobre mí no hacía sino acentuar mi estado.

Atacó mi labio inferior, mordisqueándolo y lamiéndolo, antes de soltarlo con un suave ruido de succión.

—Has huido de mí —me regañó, con su boca sobrevolando justo encima de la mía.

—Me manoseaste el culo —dije con un tono indignado—, lo que hace que salga corriendo, por cierto. No creas que voy a olvidar también esto, Cullen.

—No puedo resistirme a tu culo, jamás. Ahí está, lo dije como tú —añadió mientras me lamía el lóbulo de la oreja—. A ti en cambio te gustan mis besos.

—Sinceramente, podría vivir sin tus besos —mentí, poniendo una cara inexpresiva que no podría sostener más de dos segundos.

—Está bien…, de modo que no te importará si no te beso nunca más? —bromeó, inclinando su frente para tocar la mía cuando giré la cabeza. Entonces mis ojos vislumbraron la casa y no pude evitar quedarme mirándola. Edward siguió mi ejemplo y suspiró—. Santo cielo.

Los dos nos quedamos contemplando la grandiosa fachada de una bellísima casa georgiana de piedra gris que se alzaba justo en el saliente del litoral dominando el mar. Me quitó el aliento, con sus hileras de ventanales, su tejado alto, angosto, puntiagudo. No era una mansión enorme pero estaba situada en un lugar perfecto y tenía un diseño elegante. Apostaba a que la vista desde las ventanas que daban al mar era sobrecogedora.

Edward se apartó para ponerse de pie en primer lugar y después me ayudó a mí a levantarme.

—Guau. —No tenía más palabras que decir en ese momento.

—Está aquí oculta, tan en secreto… No tenía ni idea de que sería así…, o ni siquiera de que existiera —dijo entrelazando su mano con la mía—. Vayamos a echar un vistazo. Quiero contemplar las vistas desde la parte trasera.

—Me has leído el pensamiento —contesté mientras le daba una juguetona palmada en el culo con la otra mano.

—Y tú estás muy pero que muy traviesa hoy.

Me agarró la mano con la que le había azotado y la llevó hasta sus labios para besarla, como había hecho tantas veces conmigo en el pasado, pero era algo de lo que nunca me cansaba y que jamás dudaba que haría. Edward poseía un conjunto de dones que combinaba el chico-malo- dios del sexo con un caballero romántico y cortés; algo tan inusual y cautivador que yo era incapaz de resistir la atracción. Le sonreí y no dije nada.

—Tendré que pensar un buen castigo acorde con tus delitos.

—Haz lo que te plazca —le respondí con descaro mientras rodeábamos la casa hacia los jardines.

Los jardines de la parte posterior eran increíbles. Podía imaginar a los antiguos propietarios haciendo fiestas aquí en días soleados, con la vista de la costa de Gales al otro lado de la bahía. Pensé en la de horas que habrían pasado pintando esta escena que yo contemplaba justo ahora. Me apostaría todo a que muchas.

Paseé más lejos por el césped, hasta donde este se encontraba con las piedras de la costa. Ahí, incrustada en la base, había una estatua de un ángel. No, esperad. No era solo un ángel, sino más bien una sirena con alas de ángel, con finos detalles y tranquila en medio del viento. En la base de la estatua había un nombre tallado: Jonathan.

Edward se acercó por detrás y se abrazó a mí con fuerza, su barbilla descansando encima de mi cabeza.

—El nombre de tu padre —dije a media voz—. La estatua es cautivadora. Una sirena alada. Es increíble, y nunca había visto nada parecido. Me pregunto quién sería Jonathan.

—Quién sabe. Este sitio tiene como mínimo doscientos cincuenta años de antigüedad y no creo que haya estado ocupado, incluso aunque no haya estado a la venta estos últimos años. Hannah y Freddy deben de saber si hubo gente viviendo aquí.

— ¿Quién no querría vivir en una casa tan hermosa? —dije mientras me giraba para mirarle.

—No lo sé, nena. No me malinterpretes, me encanta la ciudad, pero el campo también tiene su encanto —argumentó admirando de nuevo la casa—. Quizá murió alguien, o eran demasiado mayores y no podían mantenerla.

—Puede que tengas razón. No obstante, es triste que algo así se desprenda del legado familiar.

Imagina si Hannah y Freddy hubieran perdido Hallborough.

—Habría sido trágico. Ella ama esa casa, y es el lugar perfecto para criar niños.

—Toda esta zona es fascinante. Estoy muy contenta de haber venido hoy por aquí y haber descubierto este camino. Es como encontrar un lugar secreto y escondido. —Me puse de puntillas para besarle—. Gracias otra vez por traerme aquí. Es maravilloso estar fuera contigo.

Edward me rodeó con sus brazos y me besó justo debajo de la oreja.

—Sí, lo es —susurró.

Comenzamos el regreso a Hallborough, con el brazo de Edward rodeándome suavemente. Incliné la cabeza hacia él, feliz por confiar y por las fuerzas que me daba. De pronto algo pasó por mi cerebro.

Era la imagen de los dos, como estábamos justo aquí en este momento, con el enorme brazo de Edward sobre mis hombros, cerca de mí. Supe entonces que al final se saldría con la suya. Tendría todo lo que me había pedido. Mudarme con él, comprometernos y, seguramente, incluso la boda.

Dios mío.

Edward era un verdadero as jugando sus cartas.

 

 

Capítulo 4: CAPÍTULO 3 Capítulo 6: CAPÍTULO 5

 
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