2ª PARTE EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 14/08/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 61
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Capítulos: 26


Grandes sorpresas les aguardan a Edward y Bella mientras intentan hacer frente a lo que les ha deparado la vida. Los demonios del pasado amenazan con destrozar la apasionada relación que han construido, a pesar de que se juraron que nada les separaría. Una pérdida, devastadora y terrible, sumada a la posibilidad de un nuevo futuro les abre los ojos y les hace ver lo que es realmente importante pero ¿podrá esta pareja de enamorados seguir adelante y dejar atrás las dolorosas historias que los persiguen?
Un acosador sigue merodeando entre las sombras, tramando una conspiración aprovechando el ajetreo y la distracción de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Bella y Edward están a punto de perderlo todo a medida que aumenta la situación de peligro. ¿Se verán superados por las circunstancias o lucharán con las escasas fuerzas que les quedan para salvarse el uno al otro y ganar el mejor premio del mundo: una vida juntos?

 

BASADA EN EYES WIDE OPEN DE RAINE MILLER

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Capítulo 20: CAPÍTULO 19

Capítulo 19

 

Mi móvil dejó de sonar justo cuando salía del vestidor. Por el tono del teléfono me di cuenta de que era Rose llamándome desde el trabajo, así que dejé que saltara el buzón de voz sin escuchar el mensaje. En su lugar le escribí rápido: «No puedo hablar… Estoy en sesión fotos. Te llamo después.

Bs».

Puse el móvil en silencio pero lo dejé encendido como me había dicho Edward (por algo sobre la aplicación del GPS que él había activado), me lo metí en el bolsillo de la bata y me olvidé de él. Tenía trabajo que hacer y debía concentrarme.

Las extensiones de pelo me hacían cosquillas en la espalda y el suelo sobre el que estaba sentada se encontraba muy frío. Hoy no llevaba puesto el tanga de hilo, pero sí unas preciosas medias negras con lazos rosas alrededor de la parte superior de los muslos.

Simón, mi fotógrafo durante esta sesión, vestía de una forma poco convencional —sus vaqueros azul eléctrico ajustados, combinados con una camisa verde limón y unos botines blancos de charol, casi me hacían necesitar algo para proteger mi retina —y me obligaba a probar unas poses que jamás había intentado antes. Solo podía temblar ante lo que diría Edward cuando echara un vistazo a las pruebas.

Las odiaría nada más verlas y después trataría de comprar las imágenes para que nadie más pudiera tenerlas.

Sentía ráfagas de adrenalina: saber que estaba haciendo algo un poco extraño que me inspiraba miedo. Me gustaba ponerme a prueba y quería que esas fotos salieran bien, ofrecer al artista el servicio más profesional que pudiera.

Daba la espalda a la cámara, con las piernas bien abiertas, las rodillas ligeramente flexionadas, los pies sobre el suelo, las palmas de las manos agarradas a la parte interior de las pantorrillas para mantener las piernas separadas. Se suponía que debían ser fotos provocadoras, pero cualquiera que pasara frente a mí ahora mismo vería mis partes femeninas exhibidas en plan porno. Definitivamente,

Edward no aprobaría esto. Pero no me preocupaba. Aquí había reglas y todo el mundo las seguía… o no te volvían a llamar para otro trabajo.

Las puntas de las extensiones llegaban casi al suelo, tapándome de hecho el culo, lo cual era algo bueno, ya que no quería que se me viera en las fotos.

Se lo dije a Simón y él se rio de mí.

—Bella, cariño, si alguien tiene un culo elegante, esa eres tú.

—Bueno, gracias, Simón, pero no, gracias, ya has entendido la idea. Nada de sonrisa vertical esta vez, por favor.

—Prometido, todo lo que se verá será una insinuación de tus curvas y tus largas piernas esculpidas.

Estás absolutamente radiante, amor. ¿Vitaminas nuevas? —preguntó distraído mientras disparaba la cámara.

—Bueno, en realidad sí.

—Oh, compártelas conmigo, por favor —dijo—. Necesito cualquier secreto de belleza que tengas.

Se me escapó una carcajada.

—No creo que quieras lo que estoy tomando, Simón…, a no ser que desees tener pecho.

—Ay, querida, por favor, dime que no te vas a poner implantes. ¡Tus tetas son perfectas como están!

Me reí de cara a las cortinas que tenía frente a mí, deseando poder ver su rostro.

—Ejem…, no, no me voy a poner implantes. Van a crecer de forma natural.

— ¿Eh? ¿Qué tratamiento es ese?

Podía asegurar que estaba completamente desorientado sobre el lugar al que quería llegar. Gay o no, Simón era un hombre, y ellos la mayoría de las veces simplemente no entienden las sutilezas en estos asuntos. Supongo que tiene algo que ver con tener pene.

—El tipo de tratamiento en el que al final tienes un bebé.

Sonreí y deseé más que nunca poder ver ahora su cara.

— ¡Oh, Dios mío! Te han hecho un bombo, ¿no?

—Esa debe de ser una de las expresiones más desagradables que se os ha ocurrido a los británicos, pero sí.

—Felicidades, cariño. Espero que sean buenas noticias.

—Lo son.

Me quedé callada un minuto, pensando en todo lo que había cambiado mi vida en tan poco tiempo, mientras luchaba contra las emociones que parecían cocerse a fuego lento bajo la superficie estos días.

Tal vez podía culpar a las hormonas que bullían en mi interior, pero en cualquier caso era una lucha diaria que debía mantener.

Simón seguía haciendo fotografías, dirigiéndome con sutiles cambios de postura y después de iluminación, dándome conversación, fiel a su estilo. Hablaba sin cesar mientras trabajaba.

—Entonces ¿te vas a casar con tu novio?

—Sí, el 24 de agosto es nuestro gran día. Lo celebraremos en el campo, en la mansión Somerset de su hermana.

—Suena muy pijo —dijo Simón mientras pensaba otra posición—. ¿Puedes inclinar la cabeza hacia atrás y mirarme?

—Sí…, eso también —contesté fríamente—. ¿Quieres venir, Simón?

—Cariño, ¡pensaba que no me lo preguntarías nunca! Es la excusa perfecta para un traje nuevo — masculló, cambiando bruscamente de tema; pasó a hablar sobre seda italiana y algo sobre un traje verde que había visto en una tienda de Milán que sería perfecto para una boda campestre.

Pensé en mi padre y en que él no podría llevar un traje nuevo para mi boda. No estaría ahí para llevarme al altar. No tenía a nadie que hiciera eso ahora por mí. Tampoco se lo pediría a Frank. Mi madre ya lo había intentado, pero de ninguna manera. Iría por el pasillo de la iglesia yo sola, no con él. No tenía nada contra Frank, pero él no era mi padre en ningún sentido de la palabra. Era el marido de mi madre y nada más.

Una oleada de tristeza me sobrevino de repente e hice todo lo posible por esconderla, pero mi postura debió de mostrar signos de fatiga ya que Simón me preguntó: «¿Necesitas un descanso, corazón?».

Asentí, pero no podía hablar. Todo lo que pude hacer fue tragar saliva.

En ocasiones, cuando una persona muestra algo de ternura y tú estás en un estado vulnerable, todo sale a borbotones sin importar cuánto te esfuerces por tratar de retenerlo dentro de ti. Eso es lo que me pasó cuando Simón dejó la cámara, se acercó a mí por detrás y me puso la mano en el hombro, en un simple gesto de apoyo y consuelo.

—He oído lo de tu padre. Lo siento mucho, amor. Debes de estar pasándolo fatal.

—Gracias…, aún está muy reciente. Algunas cosas me hacen recordar… y le echo de menos tant… Y en ese momento Edward irrumpió en la habitación con el aspecto de un gladiador listo para la arena.

— ¡Bella! ¡Qué coj…! —Mi voz se interrumpió. Se alzó y se extinguió en un rápido y mortal silencio en cuanto miré con atención a mi chica completamente desnuda, con las piernas abiertas, y un pijo con sus manos sobre ella.

Reaccioné y me moví. Eso es prácticamente todo lo que recuerdo. Levanté a Bella en volandas y mandé al tipo de la camisa verde al fondo de la sala.

— ¡Edward! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?

— ¡Tratar de encontrarte! ¿Por qué no contestas al jodido teléfono?

— ¡Estaba trabajando! —chilló. Permanecía de pie totalmente desnuda excepto por unas medias negras y algo que le hacía tener el pelo más largo.

—Has terminado aquí. De hecho, ¡toda esta porquería se ha acabado! —dije agitando las manos mientras me acercaba a ella—. Vístete, te vas.

—No me voy, Edward. ¿Qué coño te pasa? ¡Ahora estoy trabajando!

Oh, sí, ¡te vas, cariño! De hecho, estoy seguro de que te vas, porque te voy a sacar yo mismo de aquí.

El fotógrafo vestido de mil colores decidió hacer algo justo entonces y sacó el móvil.

—Llama a seguridad…

Yo soy la seguridad cuando se trata de ella —dije señalando en dirección a Bella mientras le quitaba el móvil y cortaba la jodida llamada—. Bella ha terminado aquí. Llama a mi oficina si quieres una compensación por los problemas causados. Pagaré muy a gusto.

Saqué mi tarjeta y se la lancé. Dio vueltas a través del espacio que nos separaba y aterrizó en el suelo junto a sus pies. Pensaba que estaba siendo extraordinariamente pacífico, teniendo en cuenta que…

Miró a Bella, que estaba ahí de pie, contemplándonos con la boca abierta. ¡Y todavía desnuda, joder!

— ¡No la mires, cabrón! —le grité.

Chilló como una nena y volvió la cabeza a un lado, encogido de miedo.

—Simón, siento muchísimo est… —dijo Bella caminando hacia él.

—Oh, no, ¡no lo sientes! —exclamé cogiéndola del brazo mientras la hacía girar para tapar su cuerpo con el mío—. ¿Quieres ponerte algo encima? ¡Estás desnuda, joder, por el amor de Dios!

Bella me miró furiosa, lanzándome cuchillos con los ojos, y cogió su bata. Había estado en una mesa auxiliar todo el tiempo, fuera del alcance de la cámara. No había reparado en ella hacía un momento. Se la puso y se la ciñó a la cintura, al tiempo que sus brazos y sus manos hacían movimientos secos y abruptos mientras me miraba de reojo, dos puñales marrones que echaban llamas hacia donde yo estaba. Metió la mano por debajo de su pelo y se detuvo ahí un momento antes de extraer una peluca larga y ondulada de color castaño. La dejó con cuidado sobre la mesa. Entonces me dio la espalda y dobló primero una pierna y luego la otra, quitándose las medias y dejándolas bien dobladas sobre la mesa junto a la peluca.

Podía asegurar que estaba más que furiosa por lo que había hecho, pero a mí sencillamente me daba igual. Al menos estaba bien. No podía asegurar lo mismo sobre su amigo fotógrafo, pero Bella estaba a salvo, conmigo, y no en manos de secuestradores. Estaba desnuda en una habitación a solas con un hombre que le estaba sacando fotos, pero al menos mi peor pesadilla no se había hecho realidad. Ella estaba aquí y podía verla.

El regreso a casa fue bastante silencioso. Solo algún suspiro, el sonido de nuestros cuerpos en los asientos y poco más. Bella no hablaba y yo no estaba tampoco con ánimo de discutir. Por no mencionar lo que saldría de mi boca tal y como me sentía en ese momento. Mejor dejarlo enfriar un rato.

Una vez que llegamos al piso, ella fue derecha al baño, se encerró y me dejó fuera. Pude escuchar correr el agua, pero ningún otro sonido. Puse la oreja en la puerta y escuché. No quería oírla llorar sola si eso es lo que estaba haciendo, pero yo seguía cabreado. Esto de posar como modelo debía acabarse.

Ya no podía soportarlo más y me volvía completamente irracional imaginarla posando desnuda para que otros la vieran. Y que fantasearan con follársela… ¡o algo peor!

Había un millón de cosas que necesitaba hacer en ese momento. Lugares a los que debía ir y gente con la que debía reunirme, pero ¿llegué siquiera a sopesar dejar a Bella en casa y volver a la oficina?

Negativo. No iría a ningún sitio ahora mismo.

En lugar de eso caminé hacia el balcón y me acomodé en una tumbona desde donde podría ver cómo la ciudad cambiaba del día a la noche. Y fumar un cigarrillo, y otro, y otro. No me fue de mucha ayuda. Es curioso cómo algo que solía apaciguarme cuando me sentía agitado ya no surtía efecto.

Esperé a que Bella saliera del baño, pero cerró la puerta. No parecía que ella fuera a dar el primer paso esta noche.

Cuando no pude soportar un segundo más mi autoimpuesta soledad, volví dentro para tratar de razonar con ella.

— ¿Bella? —Silencio—. Déjame entrar.

Forcejeé con el pomo de la puerta y, para mi sorpresa, giró. Por suerte, no me había dejado fuera y sin poder abrir.

Abrí la puerta y la encontré sentada en el borde del taburete del tocador pintándose las uñas de los pies, con el pelo recogido con una pinza y vestida con la bata amarilla de seda que le iluminaba la cara. No me miraba, sino que continuaba afanándose con el esmalte de uñas de color rosa oscuro como si yo no estuviera ahí.

— ¿Podemos hablar? —pregunté finalmente.

— ¿De qué? ¿De lo mal que me has tratado en mitad de una sesión de fotos que da la casualidad que es mi trabajo y de cómo prácticamente has dado una paliza al fotógrafo? Por no mencionar el daño que has causado a mi reputación en este negocio —dijo con sequedad.

—No quiero que sigas en ese negocio.

Cerró el esmalte de uñas y lo colocó en el tocador.

—Eso es todo lo que quieres hablar, ¿eh?

—Necesitaba saber dónde estabas y no cogías el teléfono. —Dejé que pasara un momento para algún tipo de explicación, pero no me dio ninguna—. Bien, admito que llegué muy nervioso y que perdí los estribos, pero estaba siguiendo unas pistas que me hicieron entrar en pánico. —Me pasé una mano por el pelo y la mantuve ahí—. Y estabas desnuda, joder, Bella.

—Seguramente no me vuelvan a llamar después de esto. Ahora nadie me querrá.

Oh, esos cretinos seguirán queriéndote. Me puse frente a ella y le cogí la barbilla con la mano, obligándola a mirarme.

—Bien. Espero que no te llamen. —Ella siguió callada pero con los ojos encendidos—. Lo digo en serio, Bella. No vas a posar desnuda nunca más.

Ahí está, ya lo había dicho.

—Es mi decisión, Edward. No tienes derecho a decir que no puedo hacerlo.

—Ah, ¿sí? —Dije alzando su mano izquierda—. ¿Y qué significa este anillo entonces? Vas a ser mi esposa, la madre de mi hijo, una persona que no quiero que pose desnuda ¡nunca más! —añadí devolviéndole la mirada cegada de cólera—. Es mi última palabra.

Quitó de golpe la mano y soltó:

—No lo pillas. ¡Tú no entiendes NADA sobre mí!

Gritando y con pinta de estar cabreada hasta lo indecible, me empujó para evitar que me acercara demasiado.

¡Una mierda! Intenté controlarme mientras trataba de pensar en la manera de volver al tema en cuestión. Me vino a la mente una idea de cómo podría lograrlo. Podía quitarle la bata de seda amarilla y hacerle el amor durante una semana, y entonces podríamos tener esta conversación, o discusión, o lo qué demonios fuera esta mierda. Podría funcionar.

En lugar de eso la levanté de la silla por los hombros, apretándole los brazos a los lados para que no pudiera resistirse. Aun así siguió luchando, a pesar de que la tenía firmemente sujeta contra mi pecho, nuestras caras a un centímetro, sus suaves curvas fundiéndose conmigo, haciendo que mi sexo se endureciera.

— ¡Estoy intentando comprender por qué mi chica necesita quitarse la ropa y dejar que la gente vea fotografías así de ella! —dije con más rabia de la que quería…, y entonces estampé mi boca contra la suya.

Primero me abrí camino dentro de ella con la lengua. Tendría más después, pero por ahora solo necesitaba entrar en su interior como fuera. Necesitaba que me aceptara aún más. Ella seguía gritando como una loca, pero yo sentí su reacción en el momento en que nos besamos. Era todavía mi chica y los dos lo sabíamos, mientras yo le sostenía la mandíbula y le agarraba con fuerza la boca. Labios, lengua y dientes trabajando unidos para enviar un mensaje muy claro. Eres mía y sé que tú quieres sermía.

Apenas estaba empezando a poseerla. Esta sesión terminaría de un modo y solo de uno: con mi sexo enterrado dentro de su dulce sexo en un frenesí orgásmico.

Tampoco hay excusas para lo que hice después. La tomé. Tomé lo que es mío y me salí con la mía.

Ella me entregó todo su cuerpo. La parte espiritual tendría que ser considerada después. «Primero el polvo, luego la charla» había funcionado con nosotros antes y confiaba en que ahora también lo haría.

La alcé y la llevé a nuestra cama. Ella me miró con los ojos encendidos mientras la tumbaba, le quitaba la bata de seda y le soltaba el pelo de la pinza. Sus pechos subían y bajaban y sus pezones se erizaban mientras yo me deshacía de mi ropa y me quedaba desnudo, con mi sexo tan duro que podría estallar cuando brotara el semen por primera vez.

Estaba a punto de averiguarlo y más que dispuesto a asumir el riesgo, porque iba a haber una segunda vez, y posiblemente una tercera. Estaríamos así un rato.

Cubrí el precioso cuerpo desnudo de Bella, que solo yo debería ver, y me la follé. Me la follé de forma salvaje. Ella también me folló de manera salvaje. Follamos hasta que los dos nos corrimos. Y entonces follamos otra vez, hasta que ya no necesitamos más. Hasta que no quedó nada sino sumirnos en una nebulosa después de todos los orgasmos, los dos agotados físicamente por el placer que nos había abrasado con su calor y embriagado con su aroma… hacia una completa inconsciencia.

Me despertó la pesadilla. Era una conocida, en la que veía mi vídeo y quería morirme. Era una imagen espantosa que tenía fija en mi cerebro y había permanecido intacta en mí a lo largo de los años. No creo siquiera que sea posible borrarla; estaba condenada a llevar esa imagen conmigo a lo largo de mi vida. Me pregunté, y no era la primera vez, si los tres habrían pensado en alguna ocasión sobre el vídeo después de lo sucedido. No había conocido a los otros dos, pero Lance ¿habría sentido alguna vez algún remordimiento por lo que me había pasado? ¿Por lo triste que era mi vida después de que llevaran a cabo su hazaña? ¿Habría pensado alguna vez sobre ello? Qué desagradable. Qué sucio ydesagradable.

Intenté que la crisis fuera silenciosa en medio de la noche, pero Edward lo oía todo. Habíamos tenido un sexo explosivo y habíamos liberado un poco de rabia y frustración a través de nuestros cuerpos, pero el asunto principal seguía pendiendo en el aire como una bandera. No habíamos resuelto prácticamente nada.

Edward se agitó a mi lado y se acercó a mí. Sentí cómo sus fuertes brazos me rodeaban y sus labios me besaban en la cabeza. Me acariciaba el pelo y me abrazaba mientras yo lloraba.

—Te quiero muchísimo. Me mata verte triste. Preferiría que estuvieras enfadada conmigo antes que hacerte daño así, nena.

—No pasa nada. Sé que me quieres —susurré entre sollozos, enjugándome los ojos.

—Así es —dijo mientras me daba un dulce beso—. Y siento haber actuado así hoy con el fotógrafo.

—Hizo una pausa—. Pero no me gusta nada y no quiero que lo hagas más.

—Lo sé…

—Entonces… ¿dejarás de posar? —dijo con una voz llena de esperanza. Lástima que yo fuera a quitársela.

—No creo que pueda, Edward. No puedo dejarlo…, ni siquiera por ti.

Esperó después de que aquellas palabras salieran de mis labios. Era doloroso decirle eso pero tenía que oírlo de mi boca. La verdad en ocasiones es difícil de escuchar, y supuse que así sería para Edward, pero quería que tuviera la versión no censurada. Se lo debía.

— ¿Por qué no, Bella? ¿Por qué no puedes dejar de posar? ¿Por qué no lo harías por mí?

Esas malditas lágrimas aparecieron de nuevo.

—Porque… —lloriqueé—, porque esas fotos que me hacen a… ahora son tan… tan bo… nitas.

Son… ¡algo hermoso de mí!

Edward se pegó a mí mientras lloraba. Parecía entender que ese era un gran paso para mí. Hubiera querido que la doctora Roswell estuviera aquí para presenciarlo.

—Lo son. Tienes razón, Bella. Tus fotos son increíblemente hermosas. —Me besó con dulzura, moviendo la lengua lentamente contra la mía—. Pero tú siempre has sido hermosa —murmuró junto a mis labios.

Ahhh, pero él no tenía razón. Edward nunca había visto eso, de modo que él no sabía lo mismo que yo.

—No. No me entiendes. —Me sequé las lágrimas—. Está bien, pero tú no entiendes por qué necesito tener fotos bonitas mías.

Suspiré con fuerza contra su pecho al tiempo que mis dedos empezaron a remolinear alrededor de sus pectorales.

—Explícamelo para poder entenderlo entonces.

No sé cómo me salieron las palabras, pero de alguna forma lo conseguí. En mitad del llanto, que se hacía más fuerte, y debido a su callada fuerza y paciencia mientras me abrazaba y me acariciaba el pelo, al fin le conté a otra persona mi terrible verdad.

—Porque ese vídeo mío era muy… feo. Las imágenes eran feas. ¡Yo estaba fea en él! Y si tengo algo bonito con lo que reemplazar esa fealdad, puedo olvidarme de lo que pasó poco a poco.

Edward me puso debajo de él y se apoyó sobre mí, sosteniéndome la cara frente a la suya.

—No hay nada tuyo que sea feo —me dijo.

—Sí. En ese vídeo lo había.

Se quedó en silencio, sus ojos mirando de un lado a otro mientras me estudiaba.

— ¿Es por eso, nena? Esa es la razón por la que intentaste… suicidarte…

— ¡Sí! —respondí sollozando contra el pecho de Edward, y dejé que me agarrara fuerte. Ahora sabía mi verdad. Mi complejo. Mi problema. Mi motor diario, que suponía que permanecería conmigo para siempre. Recé para que pudiera aceptarme a pesar de todo.

Me abrazó durante mucho tiempo sin hablar. Estaba sopesando lo que había compartido con él. Yo había aprendido que ese era su método. Que Edward era increíblemente honesto y franco con sus opiniones y sus necesidades, y muy reflexivo.

—No es la sesión de fotos lo que odio. Entiendo que todos vosotros sois profesionales haciendo vuestro trabajo. El fotógrafo solo te usa como un objeto de su arte. Tu maravillosa imagen —dijo acariciándome con la palma en dirección a la cadera—. Sé que el tipo de hoy no andaba detrás de ti.

Estaba viendo tu cuerpo como arte.

—Además Simón es completamente gay, no solo gay, por si no te habías dado cuenta.

Soltó una pequeña carcajada.

—Me di cuenta, nena. Si su ropa no me había dado una pista, sus grititos lo confirmaron.

—Pobre Simón. Le había invitado a la boda, ¿sabes? Quería llevar un traje nuevo italiano de color verde otoño que había visto en una tienda en Milán —dije ligeramente en broma.

—Tremendo. —Suspiró—. Le llamaré mañana y le pediré perdón.

—Gracias.

Pero Edward no estaba exteriorizando sus sentimientos. Tenía algo más que quería decir.

—Lo que odio es que la gente vea tu cuerpo en las fotos. Los hombres te ven. Hombres como yo te ven desnuda y quieren follarte. Bella, esa es la parte que odio, porque no quiero que nadie te mire así y tenga esos pensamientos sobre ti. Te quiero solo para mí. Es egoísta, pero es así.

—Oh…

—Así que ahora sabes lo que siento al respecto —dijo tranquilo, su voz conduciendo su honesta verdad directa hasta mi corazón.

—Te he escuchado, Edward, y espero que tú me hayas escuchado a mí cuando te he contado cómo me siento y por qué poso como modelo.

Se acercó a mí con sus labios, acariciándome despacio, suave, diciéndome con el tacto, no con palabras, que me entendía. Después de un rato bien empleado en besarme a conciencia, finalmente se echó para atrás y me rozó la mejilla con el pulgar. Había hecho eso desde que empezamos. Había hecho eso incluso la primera vez que me besó. Me encantaba ese gesto.

Me preguntaba qué estaría pensando ahora. Mientras me examinaba detenidamente con esos profundos ojos azules suyos, se apoyó de lado con el codo para poder mirarme. Imaginaba que todavía no había terminado de hablar. Esperé. Podía esperar toda la noche si tenía que mirarle a él. Edward desnudo en la cama era una imagen de la que jamás me cansaría. Era la belleza masculina personificada. Sus brazos, su pecho, sus abdominales y su erótica pelvis, todo él era un delicioso festín para mis ojos.

Es divertido que él dijese lo mismo de mí. Pero mi cuerpo cambiaría a medida que el niño creciera.

Me pondría gorda, como les pasa a todas las mujeres embarazadas. ¿Me desearía Edward de la misma forma que lo hacía ahora?

—Tengo que contarte algo que ocurrió hoy. Me asustó de verdad y tiene en gran parte la culpa de lo que pasó en tu sesión de fotos… y de lo que me sucedió a mí —dijo y me alisó el pelo detrás de la oreja.

Eso tiene más sentido. Debería haber sabido que algo había sacado a Edward de sus casillas de forma irracional. Algo le había pasado para desencadenar ese comportamiento.

—De acuerdo…, cuéntamelo.

En la oscuridad de la habitación, compartió conmigo los últimos sucesos: las fotos del acosador que había recibido y el conocimiento de que esa persona era americana y que había estado todo el tiempo observándome. Observándonos y sacando fotos de nuestros movimientos diarios. Ahora estaba realmente asustada… y entendía mejor por qué Edward había estado tan aterrorizado e irracional durante la sesión de fotos. Esta situación no estaba mejorando. Estaba empeorando. A saber qué les detendría. O incluso si yo superaría esto con vida. Todo lo que podía hacer era pensar en mi bebé y en Edward y saber que haría lo que fuese, cualquier sacrificio, con tal de superar esto juntos.

Hablamos sobre seguridad y sobre GPS, protección y precauciones. Todos los medios que garantizaran mi seguridad en las próximas semanas, hasta que la boda pudiera celebrarse y toda la atención de Edward se centrara únicamente en mí. Me explicó las cosas claramente y yo le escuché. Los dos terminamos entendiéndolo y cuando volví a quedarme dormida lo hice contra su pecho, con sus fuertes brazos rodeándome. Sabía que estaba en las mejores manos en las que podía estar y que el hombre que me abrazaba además me amaba. Edward me necesitaba tanto como yo a él.

Al menos sacamos eso en claro.

 

Capítulo 19: CAPÍTULO 18 Capítulo 21: CAPÍTULO 20

 
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