Un caballero tiene derecho a reclamar las propiedades de su enemigo.
El banquete de aquella noche se celebró en honor de Edward, que, en calidad de campeón, estaba sentado a la derecha de Emmett en la mesa principal. Isabella estaba situada a la izquierda de su hermano, y al otro lado de ella estaba James, con los hombros caídos, el rostro sombrío y absorto en sus pensamientos. La presencia de otros nobles y de sus esposas, a los que se había invitado a cenar con Edward en la mesa principal, mantuvo la conversación animada.
Edward hizo un esfuerzo consciente por ignorar a Isabella, pero a pesar de su determinación, no conseguía dejar de mirar en su dirección. Recordó lo suave y flexible que había sentido el cuerpo de ella bajo el suyo y la forma en que le había embriagado la fragancia de su feminidad cuando le metió la mano entre los muslos. Ahora deseaba haberla poseído allí, en el suelo de la tienda y saciado su frenética lujuria. Puede que así la hubiera expulsado de su mente y de su cuerpo.
Emmett se inclinó para hablar con él y, de mala gana, llevó sus pensamientos a terreno menos peligroso.
-El banquete de esta noche no es nada comparado con el de mañana, con ocasión de la boda -alardeó Emmett-. Isabella es mi única hermana, ahora que Irina está muerta, y James es mi mejor amigo. No he reparado en gastos. Al día siguiente viajarán a Masen y luego me quedaré solo.
-¿No teméis por la seguridad de Isabella? -preguntó Edward con estudiada indiferencia. -Tengo entendido que la muerte de Irina tuvo lugar en circunstancias extrañas.
Emmett, tan rubio como Edward moreno, frunció el ceño.
-Eso son sólo habladurías malintencionadas. Irina murió a causa de una dolencia estomacal. Nunca fue demasiado fuerte.
-Si no recuerdo mal, Irina gozaba de una salud excelente -Lo contradijo Edward.
-Sucedió hace mucho tiempo -elijo Emmett, encogiéndose de hombros. -¿Vos la queríais, no? Si, ahora lo recuerdo. Ibais a fugaros con ella, pero padre se enteró y os desterró del castillo. Consideraos afortunado, Edward; con Irina como esposa no habríais obtenido ni fama ni gloria.
Edward cerró los puños. Le horrorizaba que Emmett tuviera en tan pobre consideración a Irina y que ahora entregara a Isabella al mismo hombre que podría ser el responsable de la muerte de la primera. Se atrevió a echar un vistazo a Isabella y se encontró con sus ojos. Se sostuvieron la mirada, la de ella cargada de desesperación y la suya de helado reproche. Entonces, ella desvió la vista hacia su plato y Edward sintió una sensación desconocida en su interior y se maldijo en silencio por bajar la guardia. Utilizó el cuchillo y la cuchara con destreza, mientras intentaba olvidar el desafío de los ojos verdes de Isabella.
Al término de la copiosa cena se llamó a los cómicos. Isabella se levantó de la silla y se despidió, pero James se puso en pie de un salto y le susurró algo al escudero que tenia detrás de la silla. El escudero asintió y siguió a Isabella fuera del salón. Tanto Edward como Emmett miraron a James con recelo.
-Quiero asegurarme de que mi prometida descanse esta noche, sin interrupciones -explicó James. Su mirada descansaba en Edward al hablar. -Le he dado instrucciones a mi escudero para que monte guardia a la puerta de la habitación de Isabella hasta que salga para la boda.
Emmett observó a James durante unos instantes y luego asintió con la cabeza.
-Es un detalle por tu parte, James. Me complace saber que mi hermana estará en buenas manos. Isabella puede ser un poco rebelde de vez en cuando, pero cambiará.
-Así es. -Estuvo de acuerdo James-. Cambiará. Me encargaré de ello.
Edward entrecerró los ojos mientras se le ocurrían varios métodos que podría usar James para domar a Isabella y ninguno de ellos especialmente agradable.
Isabella paseaba arriba y abajo por su habitación, llena de rabia. ¿Cómo se atrevía James a colocar una guardia ante su puerta? ¿Cómo osaba tratarla como a una prisionera? Ni siquiera estaban casados todavía. ¿Cómo la trataría cuando estuviera bajo su total dominio? Decidiendo poner a prueba la autoridad de James, abrió la puerta con osadía y el escudero se puso alerta de inmediato.
-¿En qué puedo ayudaros, milady?
-Haz el favor de apartarte. Deseo salir. -ordenó Isabella con su tono de voz más autoritario.
-Lo lamento, milady. Lord James ha ordenado que no se os permita salir de vuestro cuarto hasta que llegue lord Emmett, por la mañana, para escoltaros hasta la iglesia. No puedo dejar pasar a nadie excepto a vuestra doncella.
Isabella cerró la puerta en las narices del joven de un portazo, rabiando de cólera. Atrapada. Estaba atrapada en aquella habitación, sin posibilidad de huir. Al margen de lo mucho que aborreciera la idea de convertirse en la esposa de James, había agotado todas las posibilidades. Edward había sido su última esperanza. Estaba perdida… perdida. Tanto daba si, a la mañana siguiente, la campana de la iglesia repicaba por su fallecimiento en vez de anunciar su boda.
Edward estaba despierto antes del amanecer. No había pegado ojo en toda la noche. Durante las horas en vela rebuscó en su cerebro alguna explicación al odio que le profesaba James, sin lograr descubrirla. Nada tenía sentido.
Los pensamientos de Edward se dirigieron hacia la boda que iba a tener lugar al cabo de unas horas. Cuando las campanadas tocaran la hora sexta y Emmett escoltara a Isabella a la iglesia, dónde James estaría esperando para recibir a la novia. Siguiendo la costumbre, la ceremonia tendría lugar en la escalinata de la iglesia, y la celebraría el sacerdote de la aldea. Después, tanto los invitados como los aldeanos, compartirían el banquete. Los invitados se reunirían en el gran salón, mientras que a los aldeanos y a los criados del castillo disponían de largas mesas situadas en el patio interior.
Edward se bañó en el río que pasaba por detrás de su tienda y se vistió con cuidado. Fiel a la imagen del Caballero Negro, escogió una túnica de terciopelo negra y calzas negras. En vista de que la ocasión exigía una nota de color, las amplias mangas de la túnica a medio muslo, teman tiras de satén de color amarillo. Unos suaves zapatos de cuero con la puntera ligeramente puntiaguda, complementaban su indumentaria. Como toque final, Edward se puso una capa larga hasta las caderas, de terciopelo púrpura con cuello alto de paño rojizo. Cuando las campanas de la iglesia dieron las seis, montó a Zeus y recorrió la corta distancia hasta el pueblo. Desmontó, le entregó las riendas a su escudero, quien le había acompañado todo el camino y se unió a la muchedumbre esperando la llegada de la novia.
Edward miró a James y una sonrisa burlona curvó sus labios. Vestido ostentosamente con una túnica de satén color pavo real, calzas verdes en una pierna y escarlatas en la otra, y una capa corta de terciopelo escarlata, esperaba a su prometida en las escaleras de la iglesia junto al sacerdote. Tenía la cara roja como si la noche anterior, hubiera estado bebiendo durante mucho tiempo y su expresión era de regocijada anticipación.
Un suspiro colectivo se elevó de la muchedumbre cuando Isabella apareció ante su vista. Iba montada a lomos de un caballo blanco como la nieve. Emmett, ataviado con colores tan vivos como el novio, sujetaba las riendas. La mirada de Edward se desvió hacia ella, se fijó en las galas de su boda y perdió el habla. La belleza de Isabella rivalizaba con la de la luna y las estrellas.
La túnica interior estaba hecha de hilos de oro y encima de esta muda un vestido de talle alto de terciopelo color azul real, con una amplia falda que cubría la grupa del caballo como si de una manta brillante se tratara. El cuello alto tenía un reborde de armiño y las amplias mangas estaban ceñidas con una ancha cinta de la misma codiciada piel. El tocado estaba formado por una redecilla color crema adornada con perlas y el largo velo flotaba suelto sobre sus hombros y su espalda.
Los ojos de Edward no se entretuvieron demasiado tiempo en las galas, sino que se dirigieron irremediablemente hacia su rostro y allí se detuvieron. Parecía cansada, como si la noche anterior hubiera dormido poco. ¿Tan poco como él, quizá? Tema ojeras y le temblaba la boca, lo sorprendió mirándola y le sostuvo la mirada. Luego apartó la vista bruscamente, como si supiera que no podía esperar ayuda alguna por su parte.
Edward entrecerró los ojos cuando Isabella llegó a la escalinata de la iglesia y Emmett la ayudó a desmontar, estremeciéndose cuando James la sujetó del brazo con más fuerza de la necesaria, arrastrándola a su lado.
La ceremonia dio comienzo. Edward contempló, curiosamente distante, cómo James e Isabella pronunciaban los votos matrimoniales. Cuando las últimas palabras se desvanecieron, lo equivocado de la unión cayó con tanta fuerza sobre él que tuvo que alejarse para no hacer algo que luego pudiera lamentar. Quería apartar a Isabella de los brazos de James, aunque no tenía ni idea de lo que iba a hacer con ella después. Intentó convencerse de que Isabella no significaba nada para él, que no la apreciaba más ahora que antes. A pesar de eso, la consideraba demasiado buena para James, y sin embargo seria James quien la desnudaría, quien sostendría su cuerpo entre sus brazos y quien reclamaría su virginidad.
Sombríos y peligrosos pensamientos echaron raíces en su cerebro, tan vergonzante s que temió por su cordura. No quería que James fuera el primero para Isabella, pero por desgracia poco podía hacer para evitarlo. Se había negado a ayudarla a huir de este matrimonio, y ahora era demasiado tarde. ¿O no?
El banquete dio comienzo inmediatamente después de la ceremonia. Emmett sacó el vino francés y tanto hombres como mujeres bebieron tanto como quisieron de la potente bebida. Los invitados no tardaron en volverse bulliciosos. Chistes obscenos y consejos soeces acerca de la noche de bodas y la desfloración de la novia, no tardaron en llegar a la mesa principal, con poca consideración hacia los delicados oídos de la ruborizada novia. Edward contuvo la lengua, bebiendo más vino del que debía. Deseaba emborracharse para no tener que pensar en el pesado cuerpo de James reclamando la delicada belleza de Isabella.
Durante la celebración, que duró hasta bien entrada la noche, la falta de moderación se adueñó del castillo. Edward estaba bebido, pero no lo bastante borracho como para no notar que la doncella de Isabella la estaba conduciendo hacia la cámara nupcial. Entonces, James dijo algo obsceno acerca de la virginidad de su novia y lo que tenía intención de hacerle. Edward supo que Isabella debió oírlo, ya que su paso vaciló un instante antes de que cuadrara los hombros y siguiera andando. Algo oscuro y frío amenazó con apoderarse de Edward, casi ahogándolo. Alguien tenía que responder por las injusticias que su padre, su abuelo y su hermano habían cometido con su madre y con él.
James tenía que pagar.
Era consciente de que debía abandonar la fiesta, pero continuó bebiendo, pensando y mirando a James con los ojos entrecerrados. Mientras las sombras de la noche se extendían, Emmett y los invitados comenzaron a desaparecer. Edward se sorprendió de que James todavía no se hubiera reunido con su novia. De haber sido él el novio de Isabella, hubiera estado impaciente por consumar los votos matrimoniales. Miró a James y no hacía falta ser adivino para darse cuenta de que, repantigado en la mesa con sus caballeros de más confianza, estaba completamente ebrio. El tono de su voz se había vuelto agudo y los chistes que circulaban por la mesa eran obscenos.
Sir Jacob se acercó a Edward, y dándose cuenta de hacia dónde miraba dijo:
-Ya es hora de irse. Olvida a James. Nos vamos de este lugar bastante más ricos que cuando llegamos.
-Míralo -dijo Edward con indignación. -Deja a la novia esperando mientras él se divierte. Está tan bebido que le va a costar moverse de la silla. -Lanzó una seca carcajada. -Puede que James no esté en condiciones de estar a la altura cuando por fin se reúna con su novia.
-Eso no es cosa tuya, Edward -aconsejó Jacob-. Vámonos. Edward estaba medio levantado del banco cuando vio que James cruzaba los brazos sobre la mesa y apoyaba la cabeza en ellos. -Mira Jacob. James se ha dormido y sus amigos lo están dejando para acostarse en el salón.
Jacob le dirigió una mirada preocupada.
-¿Qué estás tramando, Edward? Conozco esa expresión, amigo mío. Se avecinan problemas y no significa nada bueno para James.
-¿Cuánto tiempo crees que permanecerá dormido? -preguntó Edward mientras la misma idea descabellada que se le había ocurrido con anterioridad regresaba con renovada fuerza.
-Estás borracho -exclamó sir Jacob-. No estás pensando con claridad.
Edward esbozó una torva sonrisa.
-Mi cerebro funciona bastante bien, amigo mío. Me parece que James no se merece tener una noche de bodas. Puede que yo ocupe su lugar en la cama de Isabella.
Jacob se levantó de un salto, con la cara contorsionada por el miedo.
-¿Estás loco? Has tentado al destino muchas veces en el pasado, pero esto sobrepasa cualquier otra cosa que hayas hecho antes. James te matará. ¿Y qué pasa con la dama? ¿Crees que ella va a permitir que la violes? Se te ha subido el vino a la cabeza. -Cogió a Edward del brazo-. Ven conmigo. Es evidente que estás pensando con la cabeza que tienes entre las piernas y no con la que hay sobre tus hombros.
-Nada de eso, amigo mío, por primera vez desde hace días, estoy pensando con claridad. Que yo me apodere de la virginidad de su novia, es la clase de venganza que James va a entender.
-¿Y qué pasa si James despierta mientras tú estás... ehh... reclamando la virginidad de su novia?
-Tú te encargaras de que no se despierte -respondió Edward mientras se levantaba y se acercaba al estrado. Jacob lo siguió, pegado a sus talones. Edward se detuvo junto a la silla de James, escuchó un momento sus ronquidos y lanzó un bufido de disgusto. -Si mi hermano se despierta antes de que yo vuelva, usa la empuñadura de tu espada para que se vuelva a dormir. Nadie va a enterarse. Sus escuderos y sus soldados ya se han ido a la cama.
-Debo estar tan loco como tú, para participar en esta locura. ¿Cuánto tiempo tengo que esperar aquí?
Edward lanzó un vistazo hacia las escaleras que llevaban a la cámara nupcial y sonrió. Lo que iba a hacer no sería una violación. Lo que tema en mente era más bien una sutil seducción. Quería que Isabella gozara.
-Por lo menos dos horas. Tres, si consigues mantener a James inconsciente tanto tiempo.
Jacob enarcó sus rubias cejas.
-¿Tres horas para desflorar a una doncella? Debes estar perdiendo facultades Edward. Sé que lo haces en la mitad de tiempo. ¿Qué tiene Isabella que la hace tan especial?
-La conozco desde que era pequeña. No le tengo ningún cariño especial, pero, en nombre de la amistad, no será una violación.
La mirada que Jacob le dirigió a Edward, estaba cargada de reproche.
-Lo que vas a hacer no está bien.
-Depende de cómo lo mires -dijo Edward, tomando otro largo trago de vino para fortalecer su decisión. -Mejor yo que James. Isabella me lo agradecerá.
Isabella se paseaba por la habitación, sintiendo un odio tan intenso hacia su marido que era como si le estuvieran retorciendo una daga en el vientre. James acudiría a ella esa noche. Esperaría que estuviera desnuda y aguardándolo en la cama. Si ella lo desobedecía o luchaba, podía golpearla o herirla seriamente. Le separaría las piernas y la desgarraría, haciéndole daño. Y tenía el derecho legal de hacerlo tan a menudo como deseara. La idea de tener un hijo de James le provocaba arcadas. Sin embargo, por su propio bien, esperaba concebir esa misma noche. Puede que sólo la dejara en paz después de dejarla embarazada.
Cuanto más tarde se hacía, más nerviosa se iba poniendo. Se había bañado previamente para prepararse para la desfloración. Luego Thelma había cogido su ropa y la había acostado. Pero Isabella se levantó en cuanto se fue su doncella y se puso un camisón para cubrir su desnudez. Luego empezó a pasear y a hacer planes. Llegó y se fue la hora de completas. Estaban a punto de llegar maitines cuando oyó pasos al otro lado de la puerta. Se apresuró a mojar la vela y esperó con nerviosismo a que su marido la violara, legalizando su matrimonio a los ojos de la iglesia.
La puerta se abrió y se cerró. Oyó caer el pestillo de la cerradura y se acurrucó en el rincón más oscuro entre la cómoda y la cama. El suave sonido de la ropa al desnudarse, llevó una exclamación a sus labios. Supo que él la había oído, ya que sintió más que vio, que miraba en su dirección. Se pegó a la pared, esperando a que él la cogiera y la arrastrara al lecho conyugal.
Se preguntó débilmente por qué él no hablaba o indicaba lo que esperaba de ella, pero su mente estaba tan ocupada con los espeluznantes detalles de la cama matrimonial, que no pensaba con claridad. Entonces oyó pasos apresurados y supo que en pocos minutos James le arrebataría la inocencia. Algo se rebeló en su interior. Dominada por el miedo y la determinación, agarró la jarra de agua que estaba sobre la cómoda y se puso en pie, lista para defender su virtud.
El rostro de él se perfiló en las sombras cuando un rayo de luna entró por la ventana. El aire se le quedó atrapado en la garganta. La luz se reflejo en su cuerpo, definiendo cada músculo de su bien fortalecido cuerpo de guerrero. Él permaneció inmóvil, intensa y descaradamente viril. Avanzó un paso hacia la luz y ella vio sus brillantes ojos plateados destacando entre las fuertes líneas de su cara.
¡Edward! No era James. Empezó a darle vueltas como loca la cabeza, mientras recorría su cuerpo con la mirada, abriendo mucho los ojos cuando estos toparon con su virilidad. Estaba duro y excitado, con el sexo asomando entre una espesura de pelo negro y desvió con esfuerzo la mirada hacia su cara.
El nombre de él fluyó de sus labios con una exclamación de sorpresa.
-No lo entiendo. ¿Dónde está James?
-Ven donde pueda verte -pidió Edward, pronunciando con dificultad las palabras.
Ella aferró la jarra.
-Estás bebido. O loco. O ambas cosas. James te matará si te ve aquí conmigo.
-Tu marido está demasiado borracho para servirte esta noche, de modo que voy a ocupar su lugar.
-Estás loco. A no ser que... -Se interrumpió y salió a la luz de la luna, dónde él pudiera verla, con expresión llena de esperanza-. ¿Has venido a llevarme a Escocia?
Edward la miró fijamente, con la boca repentinamente seca como el polvo. Su piel brillaba a través de la tela transparente del camisón, los montículos y valles de su suave cuerpo convertidos en un paisaje de luz y sombras. Los pezones de coral presionaban impúdicamente contra el tejido y una oscura y seductora zona entre sus piernas lo estaba llamando. Sonrió de oreja a oreja y, de mala gana, volvió a mirada a la cara, con renuencia.
-¿Tengo aspecto de querer llevarte? No, señora, pero tengo la intención de privar a tu marido de su noche de bodas. De ser cierto lo que sospecho, él se ha apoderado de mis derechos de nacimiento. De modo que le voy a quitar la virginidad a su esposa como represalia por todo lo que él me ha robado a mí.
-¿Vas a deshonrarme? -jadeó Isabella, dispuesta a lanzarle la Jarra.
-Deja la jarra, Isabella. No voy a violarte, voy a hacerte el amor.
No vas a ser tú la deshonrada, sino tu marido.
-Es lo mismo -contestó Isabella, enojada.
-¿Sigue sin gustarte tu matrimonio o has cambiado de idea?
-¡No! Odio a James, pero eso no justifica lo que quieres hacer esta noche.
Le tiró la jarra. Edward la atrapó con facilidad y la depositó con cuidado en el suelo. Llegó hasta ella en dos cortos pasos, la agarró por la cintura y la acercó hacia sí de golpe.
-Lo que deseo hacer esta noche te hará feliz, lo juro.
-¡Bastardo! -siseó Isabella-. No es a mí a quien deseas. No sientes nada por mí. Sólo soy el instrumento de tu venganza. ¡No lo vaya permitir, Edward! Fuera de aquí.
-Mucha gente me ha llamado bastardo -contestó Edward con los dientes apretados. -Juro que algún día demostraré que se equivocan. -Le dirigió una sonrisa ladeada. -¿Crees que no te deseo? Sólo tienes que mirarme para saber la lujuria que siento por ti, Isabella de Swan.
-¡No te gusto! A pesar de mi negativa, sigues culpándome de haberos traicionado a Irina y a ti -gritó Isabella, debatiéndose entre sus brazos.
-Olvida a Irina -dijo Edward, tambaleándose. -Quiero tumbarte en el suelo y llenarme las manos con tus pechos desnudos. Quiero sentir esas largas y blancas piernas alrededor de mis caderas cuando me sumerja profundamente en tu interior.
Por la sangre de Dios, estaba más borracho de lo que pensaba.
Se le pasó por la cabeza que tenía que estarlo para hacer algo tan carente de honor. Pero ahora que estaba allí, no había vuelta atrás.
Bajó la mirada hacia ella. La luz de la luna había convertido sus ojos en dos burbujeantes lagunas de fuego verde. Pero lo que más cautivó a Edward fueron sus labios. Maduros y sensuales, lo llamaban, lo provocaban, lo incitaban a degustar su dulzura. Ella debió sospechar sus intenciones ya que abrió la boca para protestar, pero para Edward aquel gesto fue una invitación descarada y bajó la boca con fuerza hacia la suya.
Un gemido le subió a la garganta cuando se dio cuenta de que ella sabía tan dulce como había imaginado. Enredó los dedos en su pelo y profundizó el beso, introduciendo la lengua en su boca en una sutil imitación de lo que quería hacerle más abajo. La besó con avidez, con ferocidad, moviendo salvajemente su boca contra la de ella.
Ella gimió y, de alguna manera, consiguió apartar la boca. -¡Detente, Edward!
-No, ahora no. Eres demasiado tentadora para que un simple mortal se resista.
Isabella sabía exactamente a qué se refería Edward. La tentación funcionaba en ambos sentidos. Aunque le asqueara la razón que había detrás de la seducción de Edward, su cuerpo se había convertido en traidor desde el instante en que la besó. Se preguntó si era posible odiar y querer al mismo tiempo. Las caricias de él eran fuego puro que la consumía. Sus manos estaban por todas partes, explorando toscamente su espalda, su cintura, sus caderas y sus nalgas, marcándola, abrasándola y reclamándola.
Recuperando sus fuerzas, empezó a golpearlo en la espalda cuando la levantó en brazos y la llevó a la cama matrimonial, inmovilizándola con su duro cuerpo. El abarcó su pelo con los dedos, levantándole la barbilla con los pulgares mientras trazaba un sendero de fuego con la lengua, desde la garganta hasta los pechos, donde acarició un pezón a través de la tela del camisón. Amasó sus pechos con las manos e Isabella siseó una protesta cuando él rasgó el camisón desde el cuello hasta el dobladillo y lo tiró a un lado. Enseguida sus manos estuvieron en cada centímetro de la piel desnuda de ella, y, aunque intentó resistirse, Isabella sintió que algo se derretía en lo más profundo de su interior. Cuando le separó las piernas y se colocó entre ellas, recuperó el sentido y luchó desesperadamente para quitárselo de encima.
-¡Edward! ¡Basta! Estás bebido. En realidad no quieres hacer esto.
-Te equivocas, milady. Esto es exactamente lo que quiero hacer. Ella observó la decisión en sus ojos y supo que había perdido. Su rígida excitación se apoyó sobre ella, impresionándola con la dura prueba de su deseo. Él era todo calor y aterradora dureza. Soltó el aliento con un silbido cuando él le cogió la mano y la arrastró entre ambos, cerrándola en torno a su erguida virilidad.
-¿Crees que no te deseo? Comprueba cuánto.
Los dedos de Isabella se curvaron por reflejo en torno a su pene.
Tal acción le hizo tomar vida propia; acero cubierto de seda. Era muy grande. La fuerza y la virilidad palpitaron contra la palma de la mano de ella cuando él lanzó un ronco gemido. Se preguntó si le haría daño. Decidió que no, al menos no tanto como James. Asustada por la dirección que tomaban sus pensamientos, apartó la mano.
Entonces su boca se cerró otra vez sobre la de ella, hambrienta, exigiendo una respuesta y obteniéndola a pesar de la renuencia de Isabella a caer en su seducción. La besó hasta que ella pensó que iba a desmayarse, hasta que obtuvo una respuesta. Alentado al parecer, profundizó el beso. Ella suspiró contra su boca cuando la acarició en la cara interna de los muslos con las yemas de los dedos. Después sintió una sensación completamente nueva cuando deslizó un grueso dedo en su interior. Isabella creyó que él se había estremecido, pero se dio cuenta de que lo que había sentido era su propia reacción. Gimió cuando él deslizó el pulgar sobre ella, hasta encontrar el sensible lugar que había encendido su pasión. Continuó besándola mientras sus caricias alimentaban el fuego abrasador que ardía en su interior, convirtiendo su cuerpo en un infierno. Era incapaz de razonar, aunque en un pequeño rincón de su cerebro, sabía que debía oponer más resistencia. Pero lo único que podía sentir era el líquido placer fluyendo por su cuerpo.. , creciendo e intensificándose.
A pesar de la perversidad del momento, Isabella estaba experimentando la pasión por primera vez en su vida y disfrutaba de ello. De haberle importado realmente su marido, habría luchado con Edward con uñas y dientes, pero despreciaba a James. No pensó en las consecuencias ni en la severidad del castigo cuando James se enterara de lo que había pasado esa noche en su lecho conyugal. Todos sus sentidos estaban a rebosar con el olor y el sabor del hombre que, con malicia, le hacía cosas tan maravillosas.
Con los sabios dedos de Edward excitándola y sus besos apoderándose de su mente, James dejó de existir. Esta vez, cuando metió los dedos entre los dos cuerpos y los cerró en torno a la erección de él, acariciando su palpitante dureza, no necesitó halagos.
-¡Por la sangre de Dios! -La ronca exclamación de Edward pareció arrancar de lo más profundo de su ser. -Me estás poniendo seriamente a prueba, milady. -Sus ojos parecían plata fundida. -¿Me deseas, Isabella?
-Esto no está bien -afirmó Isabella después de una larga pausa. -Ambos iremos al infierno por la locura de esta noche. Pero no puedo evitarlo, Edward de Cullen, te deseo. Que Dios me perdone.
-No necesitas perdón alguno -le espetó Edward casi con rabia. -Eres inocente. Una ingenua, demasiado inexperta para detenerme. Díselo a James si pregunta por tu falta de virginidad.
Isabella sabía que James iba a reaccionar con violencia cuando supiera que le habían escamoteado su virginidad, pero se había adentrado demasiado en la pasión para seguir pensando en eso. Más tarde, después de experimentar el placer que Edward le ofrecía, sería libre de odiarlo por deshonrarla. Sin embargo, ahora lo único que importaba era seguir disfrutando con las cosas que le estaba haciendo. Por intuición sabía que el lecho de James no le proporcionaría ningún placer y quería, con desesperación, experimentarlo con Edward, aunque sólo fuera esta vez.
Dejó de pensar cuando Edward volvió a tocarla entre las piernas. -Estás húmeda y lista para mí, dulzura.
Entonces deslizó las manos bajo sus nalgas desnudas y la colocó para penetrarla. Ella lo sintió, suave como el terciopelo, duro y caliente, presionando contra su entrada. Emitió un suspiro tembloroso y esperó a que llegara el dolor.
-Relájate -susurró Edward contra su oído. -Nunca fue mi intención hacerte daño. Dolerá, pero intentaré que sea lo más leve posible.
Entonces la penetró, estirándola y llenándola con su dureza. Le dolió más de lo que esperaba y gritó. Percibiendo su agonía, salió casi por completo de ella y luego volvió a penetrarla, rompiendo su virginidad con una limpia embestida. Isabella sintió un dolor agudo y desgarrador y lanzó un aullido. Completamente unido a ella en ese momento, Edward se quedó inmóvil de repente.
-No me moveré hasta que me digas que lo haga -dijo con voz ronca. Se incorporó, sujetándose con los codos y la miró. -Sé que debes sentirte extraña al ser poseída completamente por un hombre.
Ella sollozó y de pronto Edward recuperó la sobriedad. El llanto de Isabella le libró de golpe de la borrachera. Por desgracia era demasiado tarde para borrar lo sucedido. ¡Por la sangre de Dios! Debía de haberse vuelto loco para presentarse allí de esa forma. Por mucho que odiara a James, jamás habría hecho algo tan infame de no haber estado bebido.
-Eres muy grande -jadeó Isabella mientras se movía cuidadosamente bajo él. -El dolor ya no es tan fuerte.
Los pensamientos de Edward se centraron en la inocente mujer que tenía debajo. Le había arrebatado la virginidad y ahora le tenía que dar algo a cambio.
Como no podía devolver la membrana rasgada, se sintió obligado a proporcionarle placer.
Se movió lenta y deliberadamente dentro de ella, penetrándola profundamente una y otra vez, imponiendo un ritmo que Isabella no tardó en imitar. Se arqueó para salir a su encuentro, invitándolo a que la penetrara más, más fuerte, más rápido. El se apresuró a obedecer, palpitando en ella mientras Isabella enroscaba los dedos en su pelo, sujetándole la cabeza y ofreciéndole los labios.
Le hirvió la sangre cuando la besó en la boca, la garganta y los pechos, mientras ella se retorcía contra él, enloquecida, ofreciéndole más de sí misma mientras él le chupaba y lamia los pezones. Lo oyó gemir y el sonido la estremeció. Se aferró a algo que estaba más allá de su alcance, pero no sabía lo que era.
-Ya casi has llegado -dijo Edward con voz ronca. -No voy a abandonarte, dulzura. Vamos. Ven conmigo.
Isabella empezaba a preguntarse dónde quería él llevarla cuando algo se rompió en su interior. De repente se vio inundada de placer, girando en un remolino de pura sensación. Sus piernas se enroscaron instintivamente alrededor de él, atrayéndolo más, recorrida por una oleada tras otra de indescriptible placer con cada embate. Todavía estaba perdida en las convulsiones del orgasmo cuando él echó la cabeza hacia atrás, cerró con fuerza los ojos, enseñó los dientes con un gruñido salvaje, y liberó su simiente. Ella notó el caliente líquido inundando su matriz y permitió que el placer del momento la llevara al olvido.
Pasó una eternidad antes de que abriera los ojos y viera a Edward, incorporado sobre los codos, mirándola con una extraña expresión en el rostro. Lo empujó, en un intento de quitárselo de encima y oyó su suspiro cuando salió de ella.
-No debería haberlo hecho -dijo él. Isabella lo miró fijamente, asombrada por su arrebato de conciencia. -Estaba borracho -explicó sin convicción. -Lo único que puedo decir en mi defensa es que James me provocó. -Le dirigió una ancha sonrisa. No puedo decir que no haya disfrutado haciendo el amor contigo, Isabella de Swan.
A Isabella le entraron ganas de pegarle, y lo habría hecho, de no haberla asustado los insistentes golpes en la puerta de su habitación.
-Edward. Es hora de irse. James se está despertando.
-Es sir Jacob -explicó Edward mientras se levantaba de la cama y se ponía rápidamente la ropa que se había quitado poco antes. -Tranquilo Jacob, ya voy -grito en dirección a la puerta.
-Date prisa Edward -le urgió Jacob-. Me encontraré contigo en los establos.
Edward dirigió una última mirada a Isabella y sintió una inexplicable emoción en su interior. Ella estaba boca arriba en medio del desorden del lecho conyugal, una sensual criatura de labios hinchados y ojos de mirada ausente a causa de la pasión. Tenía el aspecto de una mujer a la que habían hecho el amor dejándola completamente saciada. También parecía enfadada.
-¡Vete! -le ordenó furiosa. -James te matará si te encuentra en mi habitación.
-¿Te importaría? -preguntó Edward.
-¡No! Te odio, Edward de Cullen. Casi tanto como a James.
Me has quitado la inocencia sólo por vengarte de tu hermano.
-No te he quitado nada, milady. Niégalo si quieres, Isabella de Swan, pero me deseabas. Te entregaste de buen grado. A quien he engañado ha sido a James, no a ti.
-¡Vete al diablo, Edward! -lo maldijo Isabella-. Te mereces el apodo de Caballero Negro, porque tu corazón es tan negro como tu indumentaria.
Edward no dijo nada en su defensa mientras salía por la puerta y la cerraba suavemente tras él.
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¡¡¡¡¡¡¡¡¡NO ME MATEN!!!!!!! PORFAVOR, NO QUIERO MORIR JOVEN Y SIN HABER AMADO JAJAJAJA, SE QUE ME ESTARAN RECORDANDO HASTA EL MAS ANTIGUO DE MIS ANTEPASADOS JAJAJAJA, "CALMA", ESTO ES SOLO PARA DARLE DRAMA A LA HISTORIA....... OK, BUENO PRIMERO, QUE HORROR SE CASO CON JAMES, Y PEOR AUN LO QUE HA HECHO EDWARD ES UNA SALVAJADA, (ADORO AL CABALLERO NEGRO) PERO AUN ASI, COMO PUDO NO AYUDARLA CUANDO SE LO PIDIO, DESPUES SE METE EN SU CAMA Y PARA REMATAR SE LARGA.....QUE NO PIENSA QUE CUANDO JAMES SE ENTERE LA VA A MATARRRRRRRRR, AAAAAAAAA DIOSSSSS!!!!!!!!! QUE CREEN QUE PASE???????, VAMOS CUENTENME QUE CREEN QUE VALLA A PASAR CUANDO LLEGUE JAMES A LA HABITACION?????? YA SABEN QUE COSAS INESPERADAS PUEDEN SUCEDES APUESTO A QUE ESTO NADIE SE LO ESPERABA.
GRACIAS GUAPAS, LAS VEO MAÑANA (SI SIGO VIVA) YA QUE UNA DE USTEDES ME AMENAZO CON BUSCARME HASTA DE BAJO DE LAS PIEDRASS Y ACABAR CONMIGO JAJAJA
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