Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228162
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 10: Te protegere

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El día amaneció como cualquier otro e Isabella se encontró tan ocupada que, para cuando Alice y las ayudantes anunciaron que se iban, todavía le faltaba darle los últimos retoques al nuevo vestido de fiesta, así que decidió quedarse un ratito más.

Hacía una tarde preciosa. Mientras Isabella cerraba el taller, el sol se ponía en el horizonte del océano. Se había quedado más tiempo del que había previsto pero se sentía satisfecha porque había adelantado mucho trabajo y sabía que el vestido le hacía sombra al rojo que Tanya se había apropiado.

Isabella sonrío encantada y elevo el puño al cielo en señal de júbilo. A continuación, llamó a Alice para contárselo y decidió tomarse un café mirando el mar para celebrarlo.

Cuando estaba a punto de abandonar la cafetería que había elegido, tuvo la extraña sensación de que alguien estaba observándola y un escalofrío recorrió su espalda. Todavía no era de noche, así que no tenía que tener miedo y, además, vivía cerca. En aquel momento, sonó su teléfono móvil y contestó sin pensar.

—Hola, zorra.

Isabella estaba harta de aquello, así que no colgó.

—¿Te da miedo dar la cara?

—¿Cómo te sientes sabiendo que te estoy vigilando?

—Deberías comenzar a vivir tu vida porque estás enfermo.

—Me lo estoy pasando en grande.

Isabella colgó y, apenas le había dado tiempo de respirar un par de veces cuando le llegó un mensaje de texto lo suficientemente explícito como para saber, sin ningún género de dudas, de quién era.

Esperó diez minutos para levantarse e irse pues no quería darle a Demetri la satisfacción de ver cómo le había estropeado el momento.

Cuando transcurrió aquel tiempo, Isabella se puso en pie diciéndose que no iba a pasar nada que había gente por todas partes y que, además tenía una alarma personal con un ruido tan estridente, que era capaz de despertar a los muertos.

Una vez en la acera, se apartó el pelo de la cara, pues hacía viento y, en aquel momento, escuchó un ruido a sus espaldas. Al girarse, vio que un hombre estaba intentando reducir a Demetri, que consiguió zafarse de él y cruzar la calle a toda velocidad.

—¿Quién demonios es usted? —le preguntó Isabella al hombre.

—Me llamo Benjamin Jackson y me ha contratado el señor Edward Cullen para que la proteja. Soy guardaespaldas —le explicó el desconocido.

—Así que tendría que darte las gracias.

—Sólo hago mi trabajo.

—Me lo tendrías que haber dicho antes, Benjamin.

—Debo ser discreto.

—Ya, pero asustarme no es sinónimo de discreción —le dijo Isabella muy enfadada.

—Perdón —se disculpó el guardaespaldas—. La acompaño a casa andando —se ofreció.

—No voy a casa.

—En ese caso, la acompaño al coche.

Y así lo hizo.

Isabella se montó en su coche y condujo unas cuantas manzanas. A continuación, paró el vehículo y llamó a su madre para pedirle la dirección de Edward . Cinco minutos después, estaba conduciendo hacia casa de el.

Estaba realmente enfadada y no creía que fuera a ser capaz de mantener la conversación en un tono civilizado.

Al llegar al número de la calle que su madre le había indicado, se bajó del coche y se identificó a través de un sofisticado sistema de seguridad. Se trataba de una casa de dos plantas rodeada de unos jardines maravillosos. La verja se abrió al cabo de unos segundos e Isabella avanzó hacia la entrada principal. Le abrió la puerta Edward  en persona que no parecía en absoluto sorprendido, lo que hizo que Isabella se enfadara todavía más.

—¿Cómo te atreves?

Edward  enarcó una ceja y se hizo a un lado para invitarla a pasar.

—Si no te importa, preferiría que no mantuviéramos esta conversación en la puerta de la casa.

Isabella lo fulmino con la mirada y entró. Odiaba su indolencia, lo odiaba todo en él.

La puerta se cerró e Isabella se giró hacia Edward.

—¿Quién demonios te ha dado permiso para meterte en mi vida?

—¿Qué pasa con el hola? —contestó Edward, indicándole una estancia situada a la derecha.

—Has contratado a un guardaespaldas —le espetó Isabella—. ¿Por qué?

—Pasa, te serviré una copa y hablaremos.

—Esta visita no es una visita de cortesía —le dijo Isabella, intentando calmarse.

—Ya lo veo.

—¡Por lo menos, me lo podrías haber dicho!

—No, porque sabía cuál iba a ser tu reacción.

—¡Me ha dado un susto de muerte!

—¿Demetri Baxter?

—¿Te creías que…? ¿Quién?

—Ya me has oído.

Isabella palideció. ¿Cómo era posible que lo supiera? Claro que, ¿cómo no lo iba saber? Para un hombre como Edward Cullen era muy fácil desenterrar la información que necesitaba. Le habría bastado con hacer un par de llamadas para dar con su historial médico en el que quedaba constancia del ingreso en el hospital privado al que su madre la había llevado cuando el día antes de su boda Demetri la había maltratado. Por supuesto, también había un informe policial, aunque Isabella había elegido no presentar demanda por vía penal.

Toda aquella información existía y, aunque no estaba al acceso de cualquiera, tampoco era difícil obtenerla si uno tenía los contactos adecuados.

—Podría llevarte a juicio por entrometerte en mi vida privada —le advirtió Isabella.

—Haz lo que quieras —contestó Edward, encogiéndose de hombros.

Sin pensar lo que hacía, Isabella alargó el brazo y le dio un bofetón.

—¡Maldita sea! —gritó apretando los puños y golpeándolo allí donde pudo.

En el pecho, en el hombro, en el brazo. Edward ni se movió, la dejó hacer durante unos segundos. A continuación, la agarró de las muñecas.

—¡Suéltame! —protestó Isabella.

—Ya basta, para, te vas a hacer daño —contestó Edward.

Isabella estaba muy enfadada… con Demetri. Con Edward y, sobre todo, con aquella situación. No quería vivir así, siempre alerta, sabiendo que podía pasar cualquier cosa…

—¿Por qué? —le preguntó más calmada.

—Porque necesitabas ayuda —contestó Edward.

—¿Así de simple?

—Sí.

Isabella tomó aire y suspiró.

—Dile a tu guardaespaldas que me deje en paz.

—Difícil.

—¿Cómo? No tienes más que llamarlo por teléfono y ya está.

—No.

Isabella lo miró con los ojos encendidos como esmeraldas.

—No lo entiendes.

Edward recordó la sensación que se había apoderado de él mientras leía el informe en el que se describían las lesiones que Isabella había sufrido.

—El guardaespaldas va a seguir protegiéndote y yo, también.

Isabella cerró los ojos.

—No, no puedes hacer esto —le dijo.

Edward  se moría por tomarla entre sus brazos para asegurarle que todo iba a ir bien.

—Claro que puedo.

—No quiero a ningún hombre en mi vida.

—Pues lo siento mucho porque así están las cosas —contestó Edward.

Isabella tomó aire, apretó los dientes e intentó controlarse.

—Me voy —anunció muy seria.

—¿Quieres que salgamos a cenar?

Isabella lo miró con incredulidad.

—¿Estás loco?

—No, tengo hambre.

—No —contestó Isabella.

Lo único que quería era salir de aquella casa, distanciarse de aquel hombre que la desasosegaba tanto.

—Una buena comida, una copa de vino… —insistió Edward, encogiéndose de hombros.

¿Una cena para dos, conversación, fingir que todo iba bien y que sólo eran amigos?

—No —contestó ella, abriendo la puerta y saliendo de la casa.

Como final a una escena de una película le había quedado bien, pero, a medida que se acercaba con el coche a su casa, se iba poniendo cada vez más nerviosa.

Isabella llegó a casa mirando por el retrovisor, pero había mucho tráfico y era difícil saber si alguien la seguía. Pasó un mal momento mientras metía el coche en el garaje y cruzaba hacia el ascensor, pero, por fin, con el spray de pimienta en la mano, consiguió llegar a su piso sana  y  salva.

Capítulo 9: Saliendo Capítulo 11: Un matrimonio de conveniencia

 
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