Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228171
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 12: Viviendo juntos

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No había hecho más que salir de la casa cuando Edward  se reunió con ella.

—Te acompaño a casa.

—No digas tonterías —contestó Isabella

—No es negociable. Te sigo.

A Isabella se le pasó por la cabeza discutir con Edward, pero se dijo que no serviría de nada, así que llegó a su coche, desconectó la alarma, se puso al volante y comenzó a conducir.

La tentación de quitárselo de encima fue demasiado grande como para no caer en ella, así que Isabella buscó un atajo callejeando.

Estaba a menos de un kilómetro de su casa cuando otro coche chocó contra ella y la envió contra el bordillo. Isabella pisó el pedal del freno con todas sus fuerzas, sintió el impacto, oyó el metal y sintió que el airbag se hinchaba mientras el coche se paraba.

El susto la dejó inmóvil durante varios segundos y, luego, oyó voces masculinas. A continuación, alguien abrió la puerta del copiloto, le desabrochó el cinturón de seguridad y luego todo sucedió muy deprisa.

Allí estaba Edward, agarrándola firmemente de la mano y haciendo llamadas desde su teléfono móvil. En un abrir y cerrar de ojos, Isabella comenzó a escuchar sirenas… llegó una ambulancia y un coche patrulla de la policía.

—No necesito una ambulancia —protestó.

Pero su protesta cayó en oídos sordos, la pusieron en una camilla y la llevaron al hospital más cercano.

Recordaba haberle asegurado a alguien que estaba bien. Después, todo se hizo surrealista. Preguntas, urgencias, examen médico, radiografías. Edward  estaba a su lado.

—Estoy bien —le aseguró.

No tenía ninguna fractura, sólo golpes, el susto y la recomendación de que se quedara ingresada una noche en observación como medida preventiva.

—Preferiría irme a casa.

—Yo creo que sería mejor que te quedaras aquí —le dijo Edward, que había colocado a un guardaespaldas en la puerta—. ¿Quieres que avise a tu madre?

—No, por favor, no la llames. Tiene que tomar mañana un avión a primera hora de la mañana para ir a ver a su hermana a Melbourne —contestó Isabella—. Ya se lo contaré cuando vuelva.

—No sé si va a poder ser.

Isabella palideció al comprender.

—¿Han hecho fotografías?

—Sí.

—Maldición.

Isabella cerró los ojos y Edward  la besó en la boca.

—Intenta dormir un poco.

Aquello era lo último que Isabella recordaba. Cuando se despertó a mañana siguiente, las enfermeras estaban haciendo sus turnos y Edward estaba sentado en una silla junto a su cama.

Isabella recordó lo que había sucedido la noche anterior y estiró el cuerpo para ver dónde le dolía. Lo único que tenía un poco peor era la zona en la que se le había clavado el cinturón de seguridad y el hombro. Por lo demás, se encontraba bien.

—¿Qué tal estás?

Isabella se giró hacia Edward y dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Todavía estás aquí.

—¿Te creías que me iba a ir?

Edward  había revivido varias veces el momento del impacto, la urgencia que había sentido de sacar a Isabella del coche para alejarla del peligro y la sospecha de que aquello no había sido un accidente.

—Me voy a vestir y me voy —anunció Isabella.

—Después de desayunar y cuando el médico te haya dado el alta.

—Me he quedado a dormir por consejo médico, ero ahora me quiero ir —le advirtió Isabella. --Pide un taxi, por favor.

—No, te llevo yo.

—Me las puedo arreglar sola.

—Pero no lo vas a hacer.

Isabella lo miró desafiante, pero no volvió a abrir la boca hasta que Edward  paró el coche frente a su casa.

—No hace falta que…

—Protestar no te va a servir de nada —la interrumpió Edward  bajándose del coche, rodeándolo y abriéndole la puerta.

Isabella decidió que lo mejor era capitular, así que salió también del coche, dejó que Edward  la acompañara hasta su casa y, una vez allí, se giró hacia él.

—Gracias —le dijo.

—Haz las maletas.

—¿Perdona?

—Ya me has oído. Mete en una bolsa de viaje lo que necesites para unos cuantos días. No te vas a quedar aquí sola —dijo Edward  en un tono que no admitía negociación.

—No —contestó Isabella.

Edward se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y se quedó mirándola.

—Anoche alguien quiso darte un buen susto —le recordó mirándola a los ojos—. Estarás más segura en mi casa que aquí.

—¿Y lo que yo quiera no cuenta?

—Ahora mismo, no. ¿Haces tú la bolsa o te la tengo que preparar y yo?

—¡Eres el hombre más insoportable que he conocido en mi vida! —exclamó Isabella.

No le apetecía discutir y sabía que tenía todas las de perder, así que decidió que, por lo menos elegiría ella la ropa que se quería llevar. Metió unas cuantas prendas esenciales en una bolsa de viaje, cerró la cremallera, recogió su ordenador portátil y su agenda y se giró hacia Edward.

—¿Satisfecho?

—Por ahora.

Cuando llegaron a casa de Edward, Isabella se dio cuenta de que la primera vez que había ido estaba tan furiosa, que no se había fijado en las espaciosas estancias, en los altísimos techos y en la preciosa escalera curvada que llevaba a la segunda planta.

Isabella siguió a Edward  escaleras arriba hasta una preciosa suite con una cama enorme, vestidor con espejo y una cómoda. Estaba decorada en colores neutros con un toque de color aquí y allá en los cojines y en las cortinas. La suite disponía de un baño propio perfectamente equipado.

—Estoy seguro de que estarás cómoda —dijo Edward, dejando su bolsa y su ordenador sobre una silla.

—Gracias —contestó Isabella

—Quiero que bajemos un momento para presentarte a Judith y a John, el matrimonio que se encarga de la casa y del jardín.

Al entrar en la cocina, Isabella vio a una mujer de sonrisa fácil y a un hombre al que inmediatamente reconoció como el guardaespaldas que había asustado a Demetri.

—No quiero que bajo ninguna circunstancia vayas a ningún sitio sin Ben o sin mí —le dijo Edward —¿Entendido?

—Señor, sí, señor —se burló Isabella, haciendo un saludo militar.

—No te lo tomes a broma, Isabella —le advirtió Edward—. Judith, por favor, llévenos una infusión y algo de comer al estudio. Isabella y yo tenemos que hablar de ciertas cosas.

Efectivamente, hablaron del coche, del seguro y de la policía. Por lo visto, iban a tener que ir los dos a la comisaría para firmar las declaraciones.

—Hay una cosa más —le dijo Edward, entregándole el periódico de la mañana—. Léelo —añadió abriéndolo por una página en concreto.

Isabella se inclinó hacia delante y leyó.

"Prometida de multimillonario tiene  un      accidente de coche"

Isabella palideció.

—¿Prometida? Vas a exigirles que se retracten, por supuesto.

—No inmediatamente.

—¿Cómo que no? —se indignó Isabella

Edward  se arrellanó en su butaca y la observó en silencio.

—¿Quieres hacerle creer a Demetri que estamos prometidos para que vuelva a actuar y pillarlo? ¿Es eso?

Podría funcionar. Tal vez. De ser así, Demetri sería denunciado, sentenciado, recibiría tratamiento psiquiátrico y no lo volvería a ver.

—Quiero que todo el mundo crea que hemos dado un paso adelante en nuestra relación.

—¿A qué te refieres exactamente?

—Tenemos que seguir adelante con el tema del compromiso. Nadie, ni siquiera tu madre, debe saber que no es cierto. Tu seguridad es lo primero y es más fácil ayudarte si te vienes a vivir aquí.

Isabella lo miró con incredulidad.

—¿Quieres que me venga a vivir aquí contigo?

—¿Te supone un problema?

¿Vivir con él, compartir la vida con Edward Cullen? De repente, Isabella sintió el estómago lleno de mariposas.

—No sé si me gusta demasiado la idea —contestó—, pero estoy dispuesta a quedarme un par de días —concedió.

Dos días. Era imposible que pasara algo en dos días. Además, se había llevado el ordenador portátil y la agenda, así que podría trabajar en la suite y bajar solamente para las comidas.

—Muy bien —contestó el—. Vamos a ir a firmar las denuncias a la comisaría de policía para que luego puedas comer y descansar.

Capítulo 11: Un matrimonio de conveniencia Capítulo 13: Pesadilla

 
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