Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228156
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 15: Noche de amor

Oyó un ruido de repente, pisadas detrás de ella, así que comenzó a caminar más rápido y terminó corriendo. Era de noche, las farolas de la calle estaban encendidas, pero no había nadie cerca. Su edificio estaba justo enfrente, pero, cuanto más corría, más lejos lo tenía. Las pisadas se acercaban cada vez más. Isabella sabía que, de un momento a otro, sentiría unas manos en la espalda que la tirarían al suelo. No quería que le pegaran otra vez. Un grito desesperado nació de su garganta, pidió socorro, pero no había nadie…

—Isabella

Isabella comenzó a dar puñetazos al aire, intentando zafarse de las manos que la tenían aprisionada.

—¡Suéltame! —gritó.

Al instante, sintió el cuerpo de alguien sobre el suyo.

—Tranquila —le dijo una voz al oído—. Es una pesadilla.

Oh no.

—No me lo puedo creer —se lamento ella con voz trémula mientras se apartaba de Edward  y se quitaba el pelo de la cara.

No podía soportar que la viera así de vulnerable. Hacía tiempo que no necesitaba pastillas para dormir, pero al día siguiente iría al médico para que se las recetara.

—¿Quieres que hablemos de ello?

—¿Nos vamos a poner a hacer terapia, Edward?

—Lo que haga falta.

—¿Para que no vaya deambulando por la casa activando el sistema de infrarrojos?

—Sí —sonrió Edward.

Su presencia le daba cierta seguridad. Por un momento, Isabella se entregó a la locura de preguntarse cómo se sentiría disfrutando de su protección, compartiendo su vida, su cama, cómo sería despertase en mitad de la noche sabiendo que lo tenía al lado.

Cómo sería amarlo y sentirse amada por él.

Pero no debía olvidar que lo que Edward  le ofrecía no era amor.

¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Acaso era porque era de noche? Aquello de jugar a fingir era peligroso porque le hacía pensar demasiado y desear demasiado, desear algo que jamás tendría.

—Creo que sería mejor que te fueras.

¿Aquella voz era suya? ¿Aquella voz que era casi un susurro, producto del deseo?

—Pídeme que me quede…

Isabella lo miró con los ojos muy abiertos.

—No puedo —contestó.

—¿Tienes miedo? —le preguntó Edward.

«No por la razón que tú crees», pensó Ilana. Bastaría con que Edward  la besara para que estuviera perdida. Si lo hacía, sabía que jamás volvería a ser la misma. ¿Se daría cuenta Edward  de su batalla interna?

—Lo que tú quieras —le dijo él.

Ella no podía hablar, no podía dejar de mirarlo a los ojos. Pasaron los minutos y la habitación se evaporó, sólo existía el, la tensión eléctrica y la sensación de que estaba al borde de un precipicio.

Un paso atrás y estaría a salvo, pero, si diera un paso adelante… ¿volaría o caería? ¿Cómo lo iba a averiguar si nunca se arriesgaba?

El  se puso en pie, la miró, se giró y avanzó hacia la puerta. Ella  sintió que el corazón se le disparaba. Sería una cuestión de segundos y Edward  se habría ido y ella se sentiría más sola que nunca, pero las palabras no le salían de la boca.

Cuando vio que Edward  ponía la mano en el pomo de la puerta…

—Quédate —susurró—. Por favor —añadió.

—¿Estás segura? —le preguntó el  girándose hacia ella—. Si me quedo, no habrá marcha atrás.

Isabella cerró los ojos, los volvió a abrir y se dio cuenta de que tenía la respiración entrecortada.

Su mente y su cuerpo eran dos entidades separadas.

Aquello era una locura. ¿Qué estaba haciendo? Edward  la miró a los ojos y avanzó hacia ella cuando llegó a la cama, alargó el brazo y le tendió la mano.

—Ven —le dijo.

¿Quería que se levantara de la cama?

Isabella reposó su mano en la de Edward  y así lo hizo.

—Mírame —le dijo Edward , acariciándole la mejilla.

A continuación, deslizó la mano hasta su mandíbula, acarició la curva de su labio inferior e inclinó la cabeza hacia ella. Sus labios se tocaron con una caricia suave que dejó a Isabella con el deseo de algo más. Fue ella la que abrió la boca, fue ella la que buscó la lengua de el con la punta de la lengua y la que comenzó la exploración con un mordisquito.

Edward le apartó un mechón de pelo de la cara y acarició la cicatriz que tenía en la base de la nuca, aquélla que, según el informe médico, se había producido por llevar una cadena alrededor del cuello.

A continuación, deslizó los labios por su garganta y percibió cómo a Isabella se le ahogaba la respiración cuando buscó la cicatriz con la boca.

Fue una caricia evocadora, suave, seguida de un beso abrasador en la boca. Edward  le acarició la espalda, la columna vertebral y la cintura mientras Isabella se dejaba hacer y absorbía su aroma masculino al acariciarle los hombros, los brazos a las costillas.

No era suficiente. Quería tocarlo, quería sentir su piel desnuda, quería explorar su cuerpo.

—Fuera ropa.

La voz de Edward sonaba grave, Isabella buscó el borde de la camiseta que Edward  llevaba y se la quitó. Ahora ya lo tenía desnudo de cintura para arriba y no dudó en tocarlo. Al principio, lo hizo tímidamente… en el pecho… alrededor de uno de los pezones y luego el otro, explorando… luego, siguiendo la necesidad de saborearlo, sacó la lengua y le masajeó los pezones en círculos con ella hasta que notó que se endurecían.

Edward la besó con pasión, le acarició con la yema del dedo pulgar la base del cuello y siguió bajando, hasta su escote. Isabella sintió que un primitivo sortilegio se apoderaba de ella y, allí donde Edward  la tocaba, sentía que el deseo se apoderaba de ella.

Sentía las manos de Xandro en la cintura y, poco a poco, le fue levantando el camisón de algodón hasta que se lo quitó y sus pieles desnudas entraron en contacto. Al principio, Isabella sintió la necesidad de cubrirse los pechos, pero Edward no se lo permitió.

—Apaga la luz —le indicó entonces.

—No —contestó el muy serio—. Me gusta mirarte. Eres preciosa.

Ella  bajo la mirada y sonrío tímidamente.

—Tú todavía no estás desnudo del todo —protestó.

—Eso se arregla en un momento —contestó el bajándose la cremallera de los pantalones despojándose de ellos.

Era maravilloso verlo completamente desnudo excitado. Le gustaba tanto, que ella a no dudó alargar el brazo, fascinada por la forma y la textura de su pene y por el envoltorio de aspecto sedoso.

—Despacio, pedhaki mu —le indicó Edward  retirándole la mano y llevándosela a los labios—. No querrás que esto se acabe antes de haber empezado.

A continuación, comenzó a besarle los pechos hasta hacerla gritar de placer.  Ella  sintió sus dedos en la cintura, alrededor de su ombligo, antes de seguir hacia su vello púbico y el interior de sus muslos.

Ella  ahogó una exclamación cuando el, le separó las piernas y los labios vaginales y comenzó a explorar sin prisas, haciendo que Isabella se apretara contra su mano pues cada vez quería y necesitaba más. Sus caricias hicieron que se lubricara tanto, que le permitiera introducir dos dedos en el interior húmedo de su cuerpo. Cuando Edward  encontró su clítoris, Isabella dio un respingo de placer. Las sensaciones eran salvajes, tan intensas que no podía controlarlas.

Cuando Edward  se arrodilló ante ella y recorrió el mismo camino con la boca bajando y bajando hasta llegar al vello púbico, no pudo evitar gritar.

Isabella se agarró a él y permitió la invasión, indicándole con una voz que no reconocía como propia que siguiera mientras un fuego líquido abrasaba su cuerpo y llegaba el clímax, saltando en mil pedazos, disfrutando de aquella exquisita sensación que aquel hombre le había regalado.

Con infinito cuidado, Edward  comenzó a trazar una hilera de besos por todo su abdomen, subió entre sus pechos, se paró en su esternón y se apropió de su boca mientras la tomaba en brazos y la depositaba en la cama.

Isabella le pasó los brazos por el cuello mientras Edward  colocaba una rodilla entre sus muslos para separarlos. A continuación, se colocó sobre ella.

Isabella se dijo que debería decirle algo, pero era demasiado tarde, pues ya estaba sintiendo la invasión, los tejidos apretados que se iban acomodando a lo desconocido, la barrera, algo de dolor………

De repente, se dio cuenta de que Edward  se había quedado muy quieto.

—¿Por qué no me lo has dicho? —le preguntó tras maldecir en un idioma que ella no entendió.

Isabella giró la cabeza, pero Edward  la obligó a volver a mirarlo.

—¿Qué más da? —grito Isabella con lágrimas en los ojos.

Edward tomó aire y apretó los dientes.

—Habría tenido cuidado para no hacerte daño —contestó retirándose.

—No —le dijo Isabella

—Isabella…

—No pares —le pidió a pesar de que le costaba mucho—. Por favor —insistió.

Edward  se quedó quieto unos segundos, pero terminó besándola en la boca lenta y apasionadamente y volviendo a introducirse en su cuerpo por completo.

A Isabella le gustó, le gustó muchísimo.

—¿Estás bien? —le preguntó el.

Isabella  le puso la mano en la nuca y atrajo su cabeza hacia sí, se apoderó de su boca y lo hizo jadear de placer. Instintivamente, basculó la pelvis para animarlo y Edward  comenzó a moverse. Al principio lo hizo lentamente y, luego, a medida que Isabella fue uniéndose a sus movimientos, fue acrecentando el ritmo. Exultante, Isabella dejó que Edward  la llevara de nuevo hacia el orgasmo.

Después, la abrazó con fuerza. Isabella cerró los ojos y se sumergió en un profundo sueño ..... mientras el hombre que tenía a su lado permanecía despierto toda la noche......

Capítulo 14: Mi prometida Capítulo 16: Libertad

 
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