Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228172
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 23: ¿Te quieres casar conmigo?

Su casa se le hacía oscura y solitaria, así que Isabella pasaba muchas horas en el taller, negándose a atender ninguna llamada personal que no fuera de su madre.

No aceptó ninguna invitación a actos sociales y le confesó a Renne que el compromiso con Edward había sido una farsa para hacer caer a Demetri.

Los días se convirtieron en semanas e Isabella se dijo que estaba bien, pero comía poco y dormía menos. Todas las noches soñaba que estaba Edward, en su cama y se despertaba bañada en sudor.

Sola.

Menos mal que tenía el trabajo para distraerse. Una mañana, la llamó su madre para invitarle a cenar y, aunque a Isabella no le apetecía nada salir, se sintió obligada a decir que sí.

Poco antes de las siete de la tarde, duchada y arreglada, bajó al vestíbulo de su edificio y vio el coche de su madre, que la estaba esperando en la calle.

—Cariño, estás preciosa.

¿De verdad?

No lo había hecho adrede. Simplemente, se había puesto un pantalón de fiesta de color verde esmeralda, zapatos de tacón y se había dejado el pelo suelto.

—¿Adónde vamos?

—Es una sorpresa.

Eran casi las siete y media cuando Renee la condujo a un restaurante pequeño e íntimo donde el maître las saludó con educación y las sentó en una mesa con un ramo de flores espectacular.

Isabella se dio cuenta de que eran las únicas personas que iban a cenar y así se lo hizo saber a su madre.

—Siéntate, cariño, yo tengo que ir hablar un momento con el maître.

Isabella se sentó y se fijó en que todas las mesas tenían una vela. Al cabo de unos segundos, se acercó un camarero y le dijo que le iba llevar agua y la lista de vinos. Lo cierto era que Isabella no tenía mucha hambre, pero, tal vez, una copa de vino le diera fuerza y le abriera el apetito. ¿A qué olía? ¿Champiñones salteados? ¿Pan con hierbas?

Su madre estaba tardando un rato. ¿Y dónde se había metido el camarero? Al sentir un movimiento, levantó la mirada y se quedó de piedra al ver a Edward  caminando hacia ella, alto y muy masculino.

Entonces, se dio cuenta de que había sido víctima de una conspiración, pero, ¿con qué objetivo?

Isabella se quedó mirando a Edward. Era incapaz de dejar de mirarlo.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—Si te hubiera invitado a cenar, ¿habrías aceptado?

—Probablemente no.

—Ahí tienes la respuesta —Contestó el sentándose frente a ella.

—¿Para qué?

—Para vernos, para tomarnos una copa de vino juntos, para disfrutar de la comida y para hablar.

—No tenemos nada de  que hablar.

—Sí, tenemos muchas cosas de la que hablar.

—Edward...…

—Venga, por favor, nos tomamos una copa vino, ¿eh? —insistió el, haciéndole una señal al camarero—. Tú eliges.

Ella  accedió, se tomó su tiempo y terminó eligiendo un vino blanco. Había música de fondo muy agradable y Edward  no parecía tener prisa por pedir la cena, así que Isabella buscó un tema de conversación.

—¿Y mi madre?

—Ella sólo tenía que traerte hasta aquí. ¿Te gusta este sitio?

—Sí… ¿has reservado el restaurante entero?

—Sí.

—¿Por qué?

—Ten paciencia.

—¿Qué juego te traes entre manos?

—No es ningún juego.

En aquel momento, apareció el camarero, les sirvió el vino y le entregó a Isabella un estuche, que Isabella procedió a abrir. En su interior, había una rosa con una tarjeta en la que se leía: con amor, Edward.

Isabella sintió que el corazón le daba un vuelco, pero se dijo que sólo era un detalle, un detalle muy bonito que se llevaría a casa. La pondría en un florero con agua hasta que se le hubiera caído el último pétalo.

El camarero volvió y ambos pidieron su cena. Mientras daban buena cuenta de ella, Isabella se percató de que Edward  sonreía más de la cuenta. Al instante, se dijo que más le valía no mirarle tanto la boca pues se moría por besarlo.

—¿Estás bien? —le preguntó el.

—Sí, claro, muy bien —mintió Isabella, obviando que ni comía ni dormía—. ¿Y tú?

—Ya me ves —contestó Edward, encogiéndose de hombros.

Era evidente que Edward  tenía algo en mente para haber organizado aquella cena e Isabella se estaba poniendo cada vez más nerviosa, así que probó el vino para ver si se relajaba, pero entonces recordó que apenas había comido un yogur aquella mañana, así que cambió al agua.

Isabella no quiso tomar postre. Edward  pidió un sorbete, le ofreció una cucharada y, cuando ella se negó, apartó el sorbete y se quedó mirándola muy serio.

—Le pedí a una mujer que se casara conmigo y me rechazó —le contó.

Isabella no contestó.

—Por circunstancias de la vida, terminó en mi casa y en mi cama —continuó Edward —. Me has cambiado la vida, Isabella —añadió con ternura—. Amarte es mucho más de lo que creía posible.

Isabella no se podía creer lo que estaba escuchando.

—Nada de lo que te dije te convenció para que te quedaras —concluyó el, apretando los dientes—. Era lo más importante de mi vida y no me salió bien. Te quiero. A ti. Te acepto tal y como eres y quiero compartir la vida contigo, te quiero a mi lado para siempre —continuó Edward arrodillándose ante ella—. ¿Te quieres casar conmigo? Por favor, deja que te ame todos los días de tu vida —añadió, sacándole el anillo de diamantes del bolsillo y colocándoselo en el dedo—. Aquí es donde debe estar.

Isabella sintió que una lágrima le resbalaba por la mejilla. No podía hablar. Se quedó observando fascinada cómo Edward se ponía en pie, la tomaba de la mano, la apretaba contra su cuerpo y la besaba.

Isabella lo abrazó con fuerza y lo besó también, perdiendo la noción del tiempo.

—Te quiero —le dijo sencillamente.

—Quiero pedirte otra cosa —añadió Edward.

—Sí —contestó Isabella.

—Pero si no sabes lo que te voy a pedir —se rió Edward.

—Me da igual, la respuesta sigue siendo sí.

Edward  volvió a besarla.

—Cuando volvamos a casa, quiero que seamos como marido y mujer.

Capítulo 22: Despedida Capítulo 24: Boda y Luna de miel

 
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