Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228176
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 13: Pesadilla

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Sucedió después de medianoche… un caleidoscopio de imágenes que interrumpieron el apacible sueño de Isabella convirtiéndolo en una pesadilla tan real que la hizo debatirse y luchar para protegerse.

El rostro masculino era el de Demetri, sus rasgos estaban contorsionados por la rabia, olía a alcohol y no paraba de insultarla y de pegarla, le había roto la ropa y la había tirado al suelo. Isabella se había golpeado la cabeza y gritó de dolor mientras luchaba desesperadamente.

—Tranquila.

Aquella voz era diferente, Isabella la oía muy lejos, pero sabía que era de una persona que la podía ayudar.

—Isabella

Las imágenes se evaporaron mientras Isabella se daba cuenta de que estaba en una habitación que no era la suya. No estaba sola. Aquello hizo que se escabullera contra el cabecero de la cama.

De repente, se dio cuenta de que la persona que estaba junto a ella era Edward  y comenzó a relajarse. No había sido más que una pesadilla, pero una pesadilla tan vívida, que había revivido la realidad desde el momento en el que Demetri había aparecido en la puerta de su casa el día antes de su boda.

—Estoy bien.

Edward se mordió la lengua. Era evidente que no era cierto. Se había despertado al oír un grito femenino, se había puesto el primer pantalón que había visto y había salido corriendo. Al entrar en la habitación de Isabella y verla debatiéndose en una pesadilla, había suspirado aliviado aunque le hubiera gustado poder abofetear al hombre que le causaba tanto sufrimiento.

—¿Te sucede a menudo? —le preguntó.

«Calma. Céntrate».

Isabella recuperó el ritmo respiratorio normal, como le habían enseñado a hacer y se forzó a mirar a Edward a los ojos.

Hasta la noche anterior, había estado bien.

—Normalmente, hay algo que desencadena las pesadillas.

—¿Quieres que hablemos de ello?

—Ya he hablado con terapeutas y lo he intentado todo. Te aseguro que ya no voy llorando por ahí. De momento, he conseguido no ir de víctima por la vida —contestó ella.

Se necesitaba tiempo para volver a confiar. Había personas que jamás lo conseguían.

—¿Quieres que te traiga algo para que puedas volver a dormirte?

Isabella no quería dormir porque, a veces, su subconsciente volvía a llevarla exactamente al punto de la pesadilla donde se había despertado.

—Voy a leer un rato —anunció.

Lo cierto era que la presencia de Edward  la excitaba más de lo que quería admitir. Sólo llevaba puestos unos vaqueros, no llevaba camisa. Verle el torso desnudo y musculoso era insoportable.

Edward  se fijó en que estaba pálida y le entraron ganas de tumbarse a su lado y de abrazarla asegurándole que su ex prometido jamás le volvería a hacer daño.

—Si necesitas algo, ven a buscarme —le dijo sin embargo.

«Ni por asomo», pensó ella.

Una vez a solas, encendió el ordenador y le mandó un correo electrónico a su madre. Se leyó de cabo a rabo una revista de moda que llevaba en el bolso y deseó estar en su casa para poder ver la televisión.

Cualquier cosa menos quedarse dormida, pero el sueño la estaba venciendo y, finalmente, no pudo más y se dejó llevar… volviendo a parecer exactamente en el mismo punto de la pesadilla en el que se había despertado.

De repente, se despertó con la respiración entrecortada y se preguntó si habría gritado. Cerró los ojos, los volvió a abrir y se dijo que tenía que hacer algo, así que se levantó de la cama y bajó la cocina para prepararse un té.

Minutos después, el agua ya se había calentado. Isabella se acercó a un armario con puertas de cristal para servirse una taza cuando notó que el vello de la nuca se le ponía de punta.

—¿No podías dormir? —le preguntó Edward tiempo que lo veía reflejado en el cristal.

—Perdona por haberte despertado.

En cuanto la alarma había avisado de que había una presencia desconocida en la cocina, Edward se había levantado y, en aquella ocasión se había puesto una camiseta.

—¿Quieres una taza de té? —le preguntó Isabella.

Merecía la pena verla con el pelo completamente alborotado a causa de la pesadilla y una camiseta de algodón, pero a Edward  no le hacía ninguna gracia que la misma mujer lo hubiera despertado dos veces en la misma noche. Sobre todo, porque no estaba compartiendo la cama con él ni parecía que quisiera hacerlo.

Cualquier otra mujer se habría puesto lencería exótica, se habría maquillado un poco, se habría soltado el pelo y se habría puesto perfume en puntos concretos.

—Edward…

¿Té a las cuatro de la madrugada? Bueno, ¿por qué no?

—Sí, solo y con una cucharada de azúcar.

Isabella se lo sirvió y se lo acercó.

—¿Y ahora qué? —le preguntó Edward, probando el brebaje—. ¿Hablamos de arte o del estado de la nación?

—Prefiero que me hables de tu vida personal —contestó Isabella—. Háblame de tu familia, de lo que te gusta y de lo que no te gusta. Ya que todo el mundo va a creer que nos vamos a casar, debo saber ciertas cosas sobre ti.

Edward  procedió a contarle algunas cosas, sin entrar en mucho detalle. Le contó que su padre estaba obsesionado por el trabajo y le habló sus esposas y de sus amantes.

—Ahora te toca a ti —le dijo mientras Isabella se terminaba el té.

—Ya lo sabes casi todo.

Una infancia feliz, viajes maravillosos al extranjero, un trabajo que le iba muy bien… y un hombre que había dado al traste con su confianza.

—Demetri Baxter. ¿Dónde y cómo lo conociste?

—En el veterinario —contestó ella a pesar de que no le apetecía nada aquel tema de conversación—. Mi gata se había puesto enferma y su perro había resultado gravemente herido en una pelea y lo tenían que sacrificar —recordó—. Me pareció un hombre atento, educado y simpático y creí que era amor, así que nos comprometimos y comenzamos a preparar la boda —añadió, tragando saliva—. Sus amigos le hicieron una despedida de soltero, se presentó en mi casa completamente borracho de madrugada y se enfadó muchísimo porque no me quisiera acostar con él… mi madre lo canceló todo porque yo se lo pedí —concluyó apesadumbrada.

—Y no interpusiste demanda por vía penal.

Isabella recordó las súplicas de Demetri.

—Su madre estaba mal del corazón.

—Por supuesto, seguirá viva —aventuró Edward.

—¿Cómo lo has adivinado?—sonrió Isabella.

—Y, mientras, su hijo sigue amenazándote si te casas con otro hombre.

—Más o menos.

—¿Eso es todo?

Isabella asintió, se puso en pie y se acercó al fregadero para fregar su taza. Edward  la siguió cuando Isabella se giró, le tomó el rostro entre manos y la besó suavemente.

—Vete a la cama e intenta dormir un poco, ¿de acuerdo?

Isabella asintió y, tras subir juntos la escalera Edward enfiló hacia su habitación e Isabella se fue hacia su suite.

Como debía ser.

Entonces, ¿por qué justo antes de quedarse dormida no podía parar de pensar en él?

Capítulo 12: Viviendo juntos Capítulo 14: Mi prometida

 
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