Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228168
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

 <-->

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 9: Saliendo

<!-- /* Font Definitions */ @font-face {font-family:"Cambria Math"; panose-1:2 4 5 3 5 4 6 3 2 4; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:roman; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-1610611985 1107304683 0 0 415 0;} @font-face {font-family:"Book Antiqua"; panose-1:2 4 6 2 5 3 5 3 3 4; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:roman; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:647 0 0 0 159 0;} /* Style Definitions */ p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal {mso-style-unhide:no; mso-style-qformat:yes; mso-style-parent:""; margin:0cm; margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:12.0pt; font-family:"Times New Roman","serif"; mso-fareast-font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:ES; mso-fareast-language:ES;} p {mso-style-noshow:yes; mso-style-priority:99; margin:0cm; margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:12.0pt; font-family:"Times New Roman","serif"; mso-fareast-font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:ES; mso-fareast-language:ES;} p.Texto, li.Texto, div.Texto {mso-style-name:Texto; mso-style-unhide:no; mso-style-parent:"Normal \(Web\)"; margin-top:0cm; margin-right:0cm; margin-bottom:6.0pt; margin-left:0cm; text-align:justify; mso-pagination:widow-orphan; font-size:12.0pt; font-family:"Book Antiqua","serif"; mso-fareast-font-family:"Times New Roman"; mso-bidi-font-family:"Times New Roman"; mso-ansi-language:ES; mso-fareast-language:ES; mso-bidi-font-weight:bold;} .MsoChpDefault {mso-style-type:export-only; mso-default-props:yes; font-size:10.0pt; mso-ansi-font-size:10.0pt; mso-bidi-font-size:10.0pt;} @page Section1 {size:612.0pt 792.0pt; margin:70.85pt 3.0cm 70.85pt 3.0cm; mso-header-margin:36.0pt; mso-footer-margin:36.0pt; mso-paper-source:0;} div.Section1 {page:Section1;} -->

Isabella se despertó temprano, se preparó una infusión y se sentó cómodamente en una butaca cerca del ventanal que daba a la terraza desde la que se veía la bahía.

Hacía un precioso día de principios de verano, el sol brillaba con fuerza y reflejaba en la superficie del océano. Los más madrugadores ya estaban en la playa. A Isabella  le encantaba aquella vista siempre cambiante que había desde su casa.

Media hora después, se había cambiado de ropa e iba andando hacia el trabajo. Diseñar un vestido para reemplazar al rojo no iba resultar fácil porque iba a tener que ser mejor que el anterior, que había ganado el premio del Certamen de la Moda.

Isabella  estuvo trabajando toda la mañana, descartando ideas y al mediodía le pareció que tenía algo que le gustaba, así que se permitió irse a comprar un sándwich vegetal para comer.

Nada más poner un pie en la calle, tuvo la sensación de que alguien la observaba. Al instante, pensó en Demetri  y se estremeció de miedo. Aun así, siguió andando sin mirar atrás, como si nada la hubiera perturbado.

No se volvió a sentir bien hasta que no hubo vuelto al taller, pero la tarde no se dio bien, Pues una costurera se puso enferma y una máquina se averió.

Para cuando llegó la hora de irse a casa, Isabella estaba cansada y nerviosa. Cada vez que sonaba el teléfono, se le hacía un nudo en la boca del estómago y le pedía a Alice  que contestara, pero no fueron más que llamadas de negocios y Renee.

Lo único que quería era irse a casa, darse un buen baño de espuma y descansar, pero, gracias a Edward Cullen, los medios de comunicación se habían fijado en ella y Demetri la acechaba.

«Te estoy vigilando».

¿La habría estado esperando en la puerta de su casa aquella mañana? ¿La habría seguido hasta el trabajo? ¿La estaría esperando sentado en su coche a que saliera y cerrara el taller?

La idea de que estuviera planeando otro ataque era insoportable. Podría haberse quedado en el taller, pues tenía muchas cosas que hacer, pero prefirió salir con Alice  y con las dos ayudantes.

Al hacerlo, vio un Volvo plateado apartado frente al taller y a Edward apoyado en la puerta del copiloto.

—Hola —la saludó, haciendo que Isabella se pusiera todavía más nerviosa.

Aquel hombre siempre llevaba unos trajes impecables que resaltaban su cuerpo y su masculinidad y… aquella boca de pecado que besaba con sensualidad y le enviaba a una a la estratosfera…

Durante unos breves minutos, Isabella se olvidó de quién era y de dónde estaba y se encontró transportada a un lugar donde no existía el miedo ni la inseguridad, sólo la promesa de la pasión y el hombre que se la podía dar si ella se atrevía a dejarlo hacer.

Isabella se dio cuenta de repente de que Alice  y las chicas se habían ido.

—Hola —contestó, intentando sonar serena.

Edward, que parecía relajado pero alerta al mismo tiempo, se acercó a ella aunque Isabella hubiera preferido que no lo hiciera porque la alteraba y, en aquellos momentos, ya se sentía suficientemente alterada preguntándose si Demetri estaría en uno de los coches aparcados, observándolos…

—Había pensado que, quizás, te apeteciera salir a cenar.

—Tengo otros planes —contestó Isabella—. Gracias, pero…

Edward  la miró intensamente y se fijó en que estaba pálida y tenía ojeras.

—¿Gracias, pero?

—Edward…

—Dame ese gusto.

—No puedo —contestó Isabella apartándose un mechón de pelo de la cara.

—¿Te tienes que ir a lavar el pelo? —le preguntó Edward  en tono divertido—. ¿O es que tienes que limpiar la casa y escribirle a tu tía Sally?

—No tengo ninguna tía que se llame Sally.

—¿Eso es bueno?

—Ni bueno ni malo, no digas tonterías.

—Sólo será media hora —insistió Edward.

Isabella era consciente de que debería decir que no porque, si Demetri los estuviera observando y la viera irse sola, a ella por un lado y a Edward  por el otro, creería que había ganado.

¿Y qué? ¿Dejaría entonces de agobiarla? No claro que no. Lo que tenía que hacer era ir a denunciarlo a la policía. Claro que lo único que le dirían sería que pidiera una orden de alejamiento y que interpusiera una demanda si Demetri se acercaba.

Maldición. Lo cierto era que tenía hambre y media hora no era mucho tiempo, así que seguro que no pasaba nada.

—Está bien —accedió.

Así fue cómo avanzaron por Campbell Parade, eligieron una cafetería que a los dos les gustó, se sentaron dentro y pidieron la cena.

—¿Qué tal te ha ido el día? —le preguntó Edward.

—No muy bien —contestó Isabella mientras observaba cómo Edward  echaba azúcar en el café.

Aquel hombre tenía unas manos preciosas, unas manos de las que había disfrutado cuando le habían acariciado la nuca y el rostro.

Stop.

Recordar sus caricias la volvía loca, así que Isabella probó el café para ganar tiempo y lo observó por encima del borde de la taza.

A Edward  se le daba muy bien actuar con aquella apariencia enigmática. Demasiado bien, pues todo el mundo sabía que bajo aquella fachada de persona relajada había una mente muy astuta.

—Una de las chicas se ha puesto enferma y una máquina se ha estropeado —le explicó Isabella encogiéndose de hombros—. Muchas cosas que hacer y poco tiempo lo de siempre —añadió, decidiendo que era mejor que la conversación no se pusiera demasiado seria—. ¿Y tú?

—Lo de siempre también, una reunión importante y algunas llamadas…

Nada que no pudiera hacer con una mano a la espalda. El camarero les llevó el risotto de setas, espinacas y piñones con queso parmesano que habían pedido.

El arroz resultó estar delicioso e Isabella comió encantada, fijándose en Edward  y en lo guapo que era. Tenerlo tan cerca era realmente insoportable y fue todo un alivio cuando terminó de cenar y pidió otro café con la esperanza de poder irse después de haber pagado su parte.

Pero las cosas no salieron así, pues Edward insistió en que la idea de invitarla a cenar había sido suya y pagó él, así que Isabella le dio las gracias y, cuando salieron a la acera, anunció que tenía mucho trabajo y que tenía que irse a casa. Podría haberse ido inmediatamente y Edward  no se lo habría impedido, pero, por alguna extraña razón, sus pies no obedecieron a su cerebro.

—Te llevo en coche —se ofreció Edward.

—No hace falta, vivo a un par de manzanas de aquí.

—Voy precisamente en esa dirección —insistió Edward, sonriéndole divertido.

—¿Siempre eres así de…?

—¿Insistente? Sí, cuando quiero algo, Voy a por ello.

—Para que lo sepas, no me gustan nada los hombres que siempre hacen lo que ellos quieren.

—¿Quieres que nos quedemos aquí discutiendo?

—¿Y si te dijera que lo que quiero en realidad es no volverte a ver?

—Sabría que estás mintiendo.

Aquellas palabras hicieron que Isabella se quedara sin respiración y se sintiera vulnerable, emocionalmente desnuda ante un hombre que, por lo visto, la conocía demasiado bien.

—Pierdes el tiempo —le advirtió Isabella, comenzando a alejarse, pero Edward  la agarró de la mano y la condujo hacia su coche.

Isabella dejó que le abriera la puerta del copiloto, se introdujo en el vehículo y se abrochó el cinturón de seguridad, pensando que en unos cuantos minutos estaría sana y salva en casa.

El trayecto discurrió en silencio y, al llegar a casa, ya con la llave de seguridad en la mano, Isabella se dispuso a salir del coche.

—¿No se te olvida algo? —le dijo Edward.

Isabella se giró hacia él y Edward se acercó y la besó.

Oh, aquello no podía ser. Isabella no quería sentir lo que estaba sintiendo, el deseo, la necesidad, la incapacidad de confiar y el miedo, el miedo de dejar que un hombre, especialmente aquel hombre, tirara abajo las barreras que había puesto para protegerse el corazón.

Cuando Edward  le puso una mano sobre el brazo, Isabella no pudo evitar que se le escapara una exclamación de dolor.

—¿Qué te pasa? —se extrañó Edward.

—Nada —mintió Isabella—. Es que tengo un morado.

Edward le levantó la manga y, aunque su expresión facial no cambió, Isabella fuera consciente de lo que estaba viendo. Cinco dedos perfectamente marcados sobre su piel. Edward   la miró a los ojos y le acarició la mejilla.

—¿Quién te ha hecho esto?

Isabella no contestó.

—¿Tu ex prometido? —insistió Edward.

—No tienes derecho a interrogarme —contestó Isabella, abriendo la puerta y saliendo del coche.

Una vez en la acera, sintió un gran alivio de haberse librado de Edward, alivio que no le duró mucho porque el se bajó del coche y se acercó a ella de nuevo. ella se giró y se quedó mirándolo muy seria.

—No —le dijo simplemente.

No me toques, no me sigas. Aquél era el mensaje. Edward  enarcó una ceja y la miró a los ojos.

—Creo que sería más fácil que me contaras qué ha sucedido.

Era imposible que Edward lo supiera porque nadie lo sabía y darle pruebas sería una locura.

—No, no sería más fácil —contestó Isabella.

Edward  se quedó mirándola en silencio y se dio cuenta de la ansiedad que la embargaba por dentro.

—Lo que tú prefieras.

¿Por qué, de repente, Isabella se sentía tan nerviosa? Aquello no tenía sentido. Tenía que desearle buenas noches e irse y eso fue exactamente lo que hizo. Edward  no se lo impidió, que era lo que ella había esperado.

Una vez en casa, Isabella decidió hacer algo que mantuviera su mente ocupada. Tras ponerse el camisón y quitarse el maquillaje, se cepilló el pelo, encendió el ordenador y se concentró en las prendas en las que estaba trabajando para la próxima colección de invierno.

A continuación, le mandó un correo electrónico a su madre contándole lo que había hecho aquel día, una costumbre que ambas habían iniciado tras la muerte de su padre y que, aunque se suponía iba a ser temporal, les había gustado y seguían manteniendo.

A las once de la noche, Isabella apagó las luces y se metió en la cama. Estaba tan cansada que, nada más apoyar la cabeza sobre la almohada, se quedó dormida.

Capítulo 8: Pensando Capítulo 10: Te protegere

 
14439913 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10757 usuarios