Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228158
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 24: Boda y Luna de miel

Isabella llevaba dos semanas sin él y no quería esperar ni una sola noche más, así que no protestó.

—Tengo la licencia y un cura esperándonos en la habitación de al lado junto con tu madre y Alice —la silenció Edward.

Isabella lo miró sorprendida.

—¿Tan seguro estabas?

—No —contestó Edward  con expresión vulnerable. Lo cierto era que se había pasado muchas noches en vela reuniendo el valor suficiente como para planear aquella noche y agonizando ante la posibilidad de que ella no quisiera pasar la vida junto a él.

—Si prefieres una boda por todo lo alto, lo haremos así.

—No, ésta es perfecta —contestó ella besándolo en la mejilla.

Edward  hizo entonces una señal al maître y, en un abrir y cerrar de ojos, había velas y orquídeas blancas por toda partes, apareció el cura acompañado por Renee y Alice, ambas al borde de las lágrimas. En una ceremonia sentida y sencilla, el cura convirtió a Isabella y a Edward en marido y mujer. Fue emocionante y espiritual y muy especial.

Sus promesas fueron sencillas, pero profundas… amarse y respetarse durante toda la vida. Cuando llegó el momento de que el novio besara a la novia, Edward  se inclinó ante su esposa con tanta reverencia, que a Isabella se le saltaron las lágrimas.

Después, hubo champán y risas, un violinista que interpretó canciones de amor y más comida. Renee hizo fotografías con su cámara y a las once abandonaron todos juntos el restaurante.

—¿Tienes algo que decirme? —le preguntó Edward  a Isabella mientras conducía hacia casa.

—Que te quiero —contestó Isabella, mirándolo—, mucho.

—no mas que yo.

Al llegar a casa, Edward  la llevó directamente a su dormitorio y le hizo el amor con tanta reverencia, pasión, ternura y deseo, que Isabella terminó llorando de felicidad y quedándose dormida entre sus brazos.

En aquella ocasión, Edward  también se durmió.

Al día siguiente, se levantaron tarde, se ducharon juntos, se vistieron de manera informal y bajaron a desayunar a la terraza. Hacía un día precioso, brillaba el sol y una suave brisa jugaba con los árboles.

El día anterior, Isabella había accedido a convertirse en la esposa de Edward Cullen   porque no quería vivir ni un solo minuto de su vida sin él, había decidido arriesgarse. ¿Y si le salía mal?

—Saldrá bien —le aseguró el.

—¿Siempre me lees el pensamiento? —sonrió ella.

—Me encanta discernir lo que estás pensando.

—¿Tan transparente soy?

—Sólo para los que te queremos.

Isabella se quedó mirándolo intensamente, pero no consiguió saber en qué estaba pensando.

—Tú enmascaras tus pensamientos muy bien.

—Es que tengo mucha práctica —le explicó el—. A mi padre se le daban muy bien los negocios, pero su vida matrimonial era un desastre.

A continuación, le explicó a Isabella en pocas palabras cómo había sido su infancia, una infancia compartida con varias madrastras a las que no les importaba en absoluto y con un padre al que raramente veía, una infancia que lo había convertido en el hombre que era.

—Con el ejemplo de mi padre, me parecía lo más normal del mundo que el matrimonio fuera una asociación conveniente para ambos miembros basada en la confianza y en la fidelidad.

—Sin ningún tipo de ingrediente emocional.

—Exactamente. Me parecía que podía funcionar.

—Pero yo no estuve de acuerdo.

—Efectivamente —sonrió el.

—Aun así, quisiste protegerme.

—Sí.

—Y te debo la vida.

—Pero te fuiste de todas maneras —se apenó Edward  

Isabella comprendió que él también había sufrido.

—¿Te parece mal que me fuera? Lo hice porque quería que me quisieras. Amar y ser amado es el regalo más grande del mundo. No tiene precio.

Edward  se puso en pie y se acercó a ella por detrás, le colocó las manos sobre los hombros y las deslizó hasta sus pechos en una caricia íntima y personal.

—Te quiero —le dijo al oído.

Isabella deseó en aquel momento darle a aquel hombre la familia que nunca había tenido. Hijos, muchos hijos de pelo oscuro que se parecieran a su padre y niñas morenas a las que él adoraría y protegería.

—Tenemos que subir a hacer el equipaje —anunció Edward.

—¿Ah, sí?

—Sí, nos vamos a una pequeña isla griega.

—Muy bien.

—¿No vas a preguntar nada? —se rió Edward.

—No, lo único que necesito saber es que vamos a ir juntos —contestó Isabella.

Edward  la besó y la miró a los ojos.

—Cuenta con ello —le dijo—. Tú y yo. Para siempre —añadió, tomándola en brazos.

—¿Adónde me llevas ahora?

—A la cama.

Isabella se rió mientras le pasaba los brazos por el cuello.

—¿Pero no habías dicho que tenemos que hacer el equipaje?

—Dentro de un rato —contestó Edward  subiendo las escaleras.

—Pero él avión…

—Nos esperará.

—¿También puedes hacer que un vuelo comercial espere?

—No es un vuelo comercial, es mi jet privado.

—Ah.

Aquella fue la última palabra que Isabella pronunció durante algún tiempo. Después de comer, pararon en su casa para recoger ropa y se dirigieron al aeropuerto. En pocos minutos, estaban a bordo del avión privado de Edward , cómodamente sentados.

—Ahí está —anunció Edward.

Isabella se apretó contra él y miró por la ventana. Efectivamente, se trataba de una isla muy pequeña, tan pequeña que, según lo que le explicó Edward , tendrían que aterrizar en una mayor y tomar un barco para llegar a ella.

—Pertenece a la familia de mi padre desde hace siglos. A mi padre le encantaba venir. A dos de sus mujeres les daba terror que estuviera en mitad de la nada y otra le exigió que construyera un moderno edificio para hacer soportable las estancias.

En un rato, estaban en una pequeña embarcación saltando sobre las olas del mar Egeo. Llegaron a la preciosa isla donde el aire era fresco y limpio y olía a sal. Desde la playa, Isabella vio un edificio blanco cubierto de vegetación.

Una vez dentro, Edward les presentó a los guardeses, que se retiraron dejándolos a solas.

—¿Sueles venir a menudo?

El dormitorio principal era enorme, con cristaleras desde el techo hasta el suelo, una cama muy grande, dos baños y dos vestidores.

—Es un lugar idílico para relajarse y descansar.

¿Habría llevado a otras mujeres a aquella isla?

—No —dijo el.

—No sabes lo que estaba pensando.

—Claro que lo sé —contestó Edward, acercándose a ella y besándola de tal manera, que Isabella sintió que el deseo se apoderaba de ella y le daban ganas de tirarlo sobre la cama y poseerlo—. ¿Damos una vuelta? —propuso sin embargo.

—Preferiría quedarme aquí contigo —contestó el.

—Anda, por favor, te prometo que luego lo retomaremos donde lo hemos dejado.

Edward  se rió, la tomó de la mano y bajaron a la playa, tomando un sendero que llevaba a una cueva de rocas. Isabella se quitó las sandalias y se remangó los pantalones.

—Te aconsejo que hagas lo mismo con tus pantalones si no quieres echar a perder unos preciosos Armani con la sal del agua.

Edward la miró divertido, enarcando las cejas e Isabella se dijo que llevaba demasiado tiempo trabajando y rodeado de mujeres sofisticadas que habían perdido la sencillez y el gusto por la vida espontánea.

Edward  se quitó los calcetines, los zapatos y los pantalones mientras Isabella no le quitaba los ojos de encima y sonrió satisfecha. A continuación, lo agarró de la cintura y juntos volvieron caminando por la orilla del mar hacia la casa.

—¿Quieres beber algo fresco?

—Lo único que quiero eres tú —contestó ella

Edward  sonrió de manera sensual, la tomó de la mano y la llevó escaleras arriba.

—Te habías quedado con las ganas, ¿eh? —se rió.

—No te lo puedes imaginar —se rió ella entrando en el dormitorio.

En aquella ocasión, ella llevó las riendas, lo hizo jadear de placer hasta que el corazón le latía tan aceleradamente, que Edward  creyó que se le iba a salir del pecho. Isabella se tomó todas las libertades que quiso y lo acarició con las yemas de los dedos, con los labios y con la lengua allí donde le apeteció.

Cuando Edward  estaba a punto de explotar, la penetró y dejó que tomara él el control. El  así lo hizo y la llevó al orgasmo, haciéndola gritar y siguiéndola a continuación en un orgasmo común mucho más potente que cualquiera que habían compartido hasta el momento.

Después, se quedaron abrazados en la cama, Isabella suspiró mientras Edward  le hacía cosquillas por la espalda.

En la isla pasaron días maravillosos e idílicos, nadando, explorando las cuevas cercanas, sin obligaciones sociales y sin necesidad de vestirse de fiesta, comiendo sólo cuando tenían hambre y haciendo el amor al atardecer.

Isabella perdió la noción del día que era, pero se dio cuenta de que podría estar muy bien embarazada de Edward. Por supuesto, tendría que esperar a que se lo confirmara el médico, pero quería compartir su alegría con su marido, contarle que, tal vez, habían hecho posible un milagro entre los dos.

Le dio la noticia durante la última noche que pasaron en la isla y se lo dijo mientras paseaban a la luz de la luna por la orilla del mar.

La reacción de Edward  fue tal y como Isabella había esperado.

—Lo eres todo para mí, amor mío —le dijo el tomándola entre sus brazos—. Eres el aire que respiro, el amor de mi vida, no lo dudes jamás. – y con esta noticia solo me haces mayormente feliz.

—Soy tuya —contestó Isabella sinceramente—. Ahora y para siempre.

 

 


ok chikas pz llego el final.... espero k les haya gustado tanto como ami .....

les deseo un

feliz año nuevo!!!!!!!!!!!!!!!!!

Capítulo 23: ¿Te quieres casar conmigo?

 
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