Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228164
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 6: Quiero salir contigo

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—Buenos días, Isabella —contestó Edward al tercer timbrazo.

—¿Tienes idea de los problemas que ese fotógrafo y las suposiciones de su periódico me han causado? —le espetó Isabella, agarrando el teléfono con fuerza.

—Estaré en tu casa en diez minutos. En diez minutos, Isabella.

Edward colgó y, cuando Isabella volvió a llamarlo no contestó, lo que hizo que Isabella maldijera a voz en grito.

¡Maldición!

Si a Edward  se le ocurría presentarse en su casa y Demetri la estaba vigilando… sin pensarlo dos veces, recogió el bolso y las llaves y bajó al vestíbulo. Cuando vio aparecer el coche de Edward , estaba tan nerviosa, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no salir corriendo hacia él.

No debía perder la calma, se repitió una y otra vez mientras caminaba hacia el coche, abría la puerta y se sentaba en el asiento del copiloto.

—Por favor, vámonos.

Edward  quería pedirle una explicación y lo iba a hacer, pero, de momento, hizo lo que Isabella le pedía. Al llegar a Double Bay, paró el coche.

—Vamos —le dijo.

—No quiero…

—Te tienes que relajar, así que vamos a comer algo y me cuentas qué te pasa.

—Ya he comido —contestó Isabella

Edward  bajó del coche, lo rodeó y le abrió la puerta.

—Seguro que te apetece tomarte un postre.

Unos minutos después, entraron en un restaurante encantador donde el maître saludó a Edward  con deferencia, los sentó y mandó al sommelier.

Isabella pidió agua y Edward la imitó. A continuación, leyó rápidamente el menú y pidió para los dos.

—No…

El camarero se alejó y Edward  se quedó mirando intensamente a Isabella , dándose cuenta de que estaba muy nerviosa. Apenas se podía controlar.

—Cuéntame por qué la fotografía que ha aparecido en el periódico de hoy te apuesto así —le pidió.

¿Por dónde empezar? ¿Y hasta dónde contarle? Lo suficiente, simplemente lo suficiente para que entendiera.

—Mi ex prometido me… amenazó cuando suspendí la boda —le explicó Isabella

—¿Y tienes miedo de que vea esa fotografía?

Isabella no contestó inmediatamente.

—¿Ya la ha visto?

—Sí.

—¿Problemas?

Isabella tomó aire, lo soltó lentamente y asintió con la cabeza.

—¿Qué te ha dicho? —quiso saber Edward.

—Por favor, no quiero entrar en detalles, pero tienes que creerme.

—¿Consideras que estás en peligro?

Isabella no sabía si reírse o llorar. ¿Las llamadas telefónicas amenazadoras se podían considerar peligrosas? Por lo visto, las amenazas, siempre y cuando fueran verbales, eran simplemente una molestia.

¿Sería capaz Demetri de hacerle algo, de hacer realidad sus amenazas? ella no lo sabía. ¿Le serviría de algo explicarle a Edward que su ex prometido estaba desequilibrado mentalmente? No, no cambiaria nada, pues el daño que había hecho aquella fotografía ya estaba hecho.

El camarero les llevó la comida e Isabella jugueteó con ella mientras Edward comía tranquilamente.

—Quiero salir contigo —declaró.

Isabella  sintió que el corazón se le paraba.

—No me parece buena idea.

—¿Por las amenazas de tu ex?

—Tal vez he perdido la confianza en el género masculino.

—Eres lo suficientemente inteligente como para saber que no todos los hombres somos iguales.

—Todos queréis lo mismo.

—¿Sexo? Hay mucha diferencia entre sexo y hacer el amor.

—¿De verdad?

—Un hombre que no sabe cómo darle placer a su mujer es un desconsiderado.

—¿Quién va a dudar de un hombre con tu vasta experiencia?

Edward  se rió e Isabella sintió que su risa la desequilibraba y, durante un momento de locura, se imaginó haciendo el amor con él. Seguro que sería como alcanzar el nirvana, pero sabía que aquello no duraría. Era imposible, pero, ¡qué experiencia!

—Tengo entradas para una cena con espectáculo para el martes por la tarde. Me encantaría que vinieras conmigo. ¿Qué te parece a las seis y media?

¿Edward  le estaba pidiendo salir?

—No creo que…

—A las seis y media —insistió Edward , pidiendo la cuenta.

Isabella, una mujer económicamente independiente, sacó la cartera del bolso, pero Edward  no le permitió pagar. Mientras conducía su Bentley hacía Bondi, Isabella permaneció en silencio.

¿Una cita con Edward? Si Demetri los viera juntos, se enfadaría muchísimo y sólo Dios sabía lo que sería capaz de hacer. Tenía que decirle que no, así que, en cuanto Edward hubo parado el coche frente a su casa, así se lo hizo saber.

—Si prefieres, nos vemos directamente en la ciudad —propuso Edward —. No pienso aceptar un no por respuesta —añadió diciéndole el nombre de un restaurante—. Quedamos allí a las siete menos cuarto.

A continuación, se inclinó sobre ella y la besó levemente.

—Cuídate —le dijo.

Aquella noche, Isabella no durmió bien y al día siguiente se levantó muy nerviosa. A mediodía, se sentía fatal.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Alice.

—Me duele la cabeza —sonrió Isabella.

—Dime la verdad.

—Te lo digo en serio. Muchos nervios y pocos sueños.

En aquel momento, llamaron al timbre y Alice fue a contestar, volviendo con otro precioso ramo de flores. Durante la mañana, habían llegado varios.

—Es para ti —anunció.

En aquella ocasión, se trataba de rosas de color crema y amarillas y llevaban una tarjeta en la que se leía «hasta mañana por la noche, Edward».

Eran preciosas Y le recordaron a Isabella  que tenía que llamarlo aquella noche para cancelar la cita.

Cuando el teléfono sonó, Alice anunció que era la agencia de Tanya. Tras una conversación breve y tensa, le contó lo que Isabella ya suponía.

—Tanya ha dicho en la agencia que el vestido fue un regalo, que en vez de cobrar en dinero se llevó el vestido.

—Es su palabra contra la nuestra.

Aquello significaba que iba a tener que quitar el vestido de fiesta rojo del desfile de la próxima temporada y reemplazarlo por otro igual de espectacular.

Durante la tarde, se sucedieron varias llamadas. Entre ellas, dos cuyo interlocutor colgó y una de Edward que Isabella decidió no contestar y que le ganó una mirada confusa por parte de Alice.

—¿Estás loca? —le preguntó su socia, colgando el teléfono.

Isabella no necesitaba en aquellos momentos la complicación de tener un hombre en su vida y, menos, a Edward Cullen.

—No quiero ninguna relación —le explicó.

—Pero es un hombre guapísimo y sensual —Protestó Alice, poniendo los ojos en blanco—. Basta con mirarlo para derretirse.

—¿Tú crees? —sonrió Isabella.

—¿Tú, no?

—No —mintió ella.

—Me parece que Edward  no te va a dejar opción.

Imposible. Isabella tenía la situación controlada. Podía elegir. Bueno, la verdad era que no estaba tan segura porque Edward Cullen no había llegado a los treinta y muchos años con un éxito profesional sin precedentes sin utilizar la manipulación. Aquel hombre se dedicaba a comprar empresas y a reconstruirlas y estaba acostumbrado a la lucha encarnizada.

¿Y qué?

Ella había tenido que reconstruir su mundo emocional y su vida y lo había conseguido, demostrando que era una mujer autosuficiente y fuerte, una superviviente.

Después de aquella desastrosa noche que había precedido al día en el que se suponía que se tenía que casar, se había prometido no volver a confiar en un hombre jamás.

Entonces, ¿por qué demonios tenía dudas ahora? ¿Por qué aquel hombre la había besado? Sí, porque sus besos habían desenterrado emociones olvidadas y la habían hecho desear cosas imposibles.

Aquello no era justo.

—¿Qué te parece si en el próximo desfile ponemos música funky? —le propuso Alice —. Voy a elegir unas cuantas canciones y tú me dices.

—Me parece bien.

En aquel momento, volvió a sonar su teléfono. Isabella reconoció aliviada el número de su madre y sonrió mientras descolgaba el auricular.

—Cariño, ¿por qué no te vienes a cenar conmigo esta noche? —le propuso Renee--. Yo cocino. Solas tú y yo.

—Sí, mamá, me apetece mucho —contestó Isabella sinceramente—. Estaré allí a las seis y media. Yo llevo el vino.

Al llegar a casa de su madre, un piso espacioso que daba a la bahía, Isabella sintió que la tensión de la última semana comenzaba a desaparecer mientras sonreía a su progenitora con cariño.

Olía de maravilla e Isabella reconoció uno de los platos preferidos de su madre, pollo al vino con verduras y de postre una tarta deliciosa, todo ello acompañado con una copa de Chardonnay y café.

Durante la velada, hablaron de un montón de eventos sociales a los que iban a acudir juntas, pero su madre no mencionó en ningún momento a Edward  Cullen ni la fotografía que había aparecido publicada en el periódico del domingo.

—Supongo que habrás estado muy ocupada —comentó Renee—. ¿Estás durmiendo bien?

«Qué sutil, mamá, qué sutil», pensó Isabella.

—Sí, estoy bien —mintió.

No, no estaba bien. ¿Cómo iba a estarlo cuando la sombra de Demetri planeaba sobre su vida a intervalos demasiado frecuentes?

Isabella salió de casa de su madre bastante tarde El cielo amenazaba lluvia y, de hecho, comenzó llover mientras conducía. No había tráfico, así que no tardó en llegar a casa acompañada por los acordes de la música que llenaban el interior de su BMW.

Una vez allí, mientras recordaba lo placentera que había resultado la cena con su madre, la buena comida y la mejor conversación, aparcó el coche, cerró la puerta y se dirigió al ascensor.

Capítulo 5: La amenaza Capítulo 7: Atacada

 
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