Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228166
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 5: La amenaza

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El equipo de Arabelle estaba ya sentado en una mesa cuando llegaron Isabella y Alice. Sobre la mesa, había champán y comida para picar.

Edward se puso en pie y le indicó la silla que había a su lado y antes de que a Isabella le diera tiempo de negarse, Alice ya se había sentado enfrente la había dejado sin opción.

Brindaron con champán varias veces, se rieron mucho e Isabella sintió que el corazón le daba un vuelco cuando Edward tocó su copa de champán con la suya y se quedó mirándola a los ojos.

Lo tenía sentado demasiado cerca, sentía su muslo a tan sólo unos centímetros y su potente masculinidad. Isabella sentía sentimientos ambivalentes corriendo por sus venas, susurrándole al oído lo que podría ser si tuviera el valor de dejarse llevar.

Sin embargo, no se atrevía. Tenía miedo de abrirle el corazón, su vulnerable corazón, a un hombre que podría destrozarla. Era mucho más inteligente por su parte reprimirse y no tener nada con ningún hombre y, menos todavía, con Edward Cullen.

A medianoche, las chicas comenzaron a irse y, tras despedirse con abrazos en la acera, Edward se ofreció a llevar a Isabella a casa.

—No, voy a llamar a un taxi.

—De eso, nada.

¿Eran imaginaciones suyas o todo el mundo se había evaporado con discreción y rapidez? Incluso su madre.

—No digas tonterías.

Edward  la tomó de la mano.

—Tengo el coche aparcado aquí cerca.

—¿Eres siempre así de marimandón?

—Digamos que le he prometido a tu madre que te iba a dejar en casa sana y salva.

Y así fue cómo Isabella se encontró sentada en un lujoso vehículo. ¿Habría sido porque había bebido demasiado champán o porque la habían manipulado?

El habitáculo del coche pronto se llenó de los acordes de una música maravillosa, Isabella echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos mientras pensaba en la velada, en la ropa, en las modelos, en el jurado, en la victoria.

Y en el beso de Edward.

La palabra que se le ocurrió fue «increíble».

¿Qué tal amante sería?

No tenía ninguna intención de descubrirlo.

No, no debía adentrarse en aquel territorio pues su intuición le advertía que jamás sobreviviría con las emociones intactas.

Además, ¿cómo olvidar la amenaza de  Demetri Baxter cuando le había dicho que no iba a casarse con él?

«Si se te ocurre salir con otro hombre, te mato», le había dicho.

Durante dos años, había conseguido no acercarse a ningún otro hombre porque no había querido.

Isabella se aseguró que nada había cambiado, pero lo cierto era que no era así.

Algo había cambiado y no sabía qué hacer al respecto.


Capítulo 4

—Despierta, bella durmiente.

Isabella giró la cabeza y se encontró con los poderosos rasgos de Edward. Habían llegado a su casa.

—No estaba dormida.

—Entonces, ¿estás soñando despierta? —sonrió Edward.

—Gracias —contestó Isabella soltando el cinturón de seguridad y alargando la mano para abrir la puerta.

—De nada.

Isabella no pudo moverse pues Edward le tomó el rostro entre las manos y la besó. A continuación, la soltó e Isabella salió del coche a toda velocidad para no caer en la tentación de quedarse, pasarle los brazos por el cuello y apretarse contra él.

No, no podía ser.

Edward  esperó hasta que Isabella pasó la caseta de seguridad y entró en el ascensor. Entonces y sólo entonces, puso el coche de nuevo en marcha y se alejó.

Mientras entraba en casa, Isabella se dijo que había sido una gran noche, una celebración maravillosa, ganar era lo mejor del mundo.

Al día siguiente, era domingo y no tenía necesidad de poner el despertador porque no tenía que madrugar.

Una dosis de cafeína seguida de una buena ducha caliente, algo de comer y un par de analgésicos y otra taza de café la ayudaron un poco.

Durante la última semana antes del certamen no había tenido tiempo para nada y su casa estaba bastante desordenada, así que dedicó la mañana a recoger ropa y poner una lavadora antes de vestirse y dirigirse al taller.

Hacía sol, así que Isabella se puso las gafas nada más salir a la calle. Mientras andaba, se fijó en que todos los cafés estaban llenos. A la gente le encantaba tomar el brunch el domingo por la mañana y apenas había sitio para aparcar en el paseo marítimo.

Del océano llegaba una suave brisa que agitaba suavemente las numerosas sombrillas que había en la playa. Para mucha gente el fin de semana invitaba a la relajación, a tomar el sol, a nadar y a comer fuera de casa.

Isabella se dijo que, cuando hubiera terminado de poner en orden el taller, se regalaría una buena comida. Al llegar, abrió la puerta, dejó el bolso y el teléfono móvil sobre la mesa y comenzó a recoger. Tenía que actualizar su agenda, mirar las citas que tenía, poner un asterisco en los posibles eventos y pasar los números de contacto.

A continuación, examinó de cerca las prendas que habían desfilado por la pasarela la noche anterior pues algunas necesitarían tintorería y unos toques de aguja. En general, las modelos solían ser cuidadosas, pero, de vez en cuando, con las prisas una uña podía engancharse en un dobladillo o en un escote.

Al cabo de un rato, había revisado todas las prendas y se sentía aliviada, pues solamente un par de ellas iban a necesitar una reparación mínima. Para terminar, puso juntas las que iba a llevar a la tintorería.

Isabella se acercó a la nevera y sacó una botella de agua mineral que casi se bebió de un trago.

Casi había terminado.

Mientras degustaba el agua, hizo un repaso mental de la maravillosa noche, visualizó cada prenda en cada categoría y, de repente, frunció el ceño.

Faltaba el vestido de fiesta rojo.

Isabella sintió que se le formaba una bola de tensión en la boca del estómago.

No podía ser, pero sabía con una horrible certidumbre que sí, que el vestido faltaba y que lo más probable era que se lo hubiera llevado Tanya.

Maldición.

Lo que le salía de las entrañas era descolgar el teléfono, llamar a la modelo y echarle una buena reprimenda, pero no podía hacerlo. Iba tener que conformarse con contactar con la agencia de Tanya, explicar lo sucedido, pedir que se le devolviera el vestido y ofrecer otro a cambio.

En ese momento, sonó su teléfono móvil, Isabella descolgó, saludó y recibió la callada por respuesta, así que miró la pantalla por si se había quedado sin batería, pero vio que estaba bien. Colgaron. A los pocos minutos, el teléfono volvió a sonar con el mismo resultado y, cuando Isabella intentó activar la función de rellamada, se le informó de que el número era privado y no tenía acceso.

Qué raro.

Isabella siguió con su actividad, marcó el teléfono de la agencia de las modelos y le contestó el contestador automático. Claro, era domingo. Llamó a la directora de la agencia y le dejó un mensaje.

Enfadada, decidió que lo único que podía hacer era cerrar el taller, irse a comer y volver a casa. Eligió una cafetería, pidió la comida y eligió un periódico de los que el local ofrecía a su clientela. El camarero le llevó un té con leche y, apenas lo había probado, cuando su teléfono móvil volvió a sonar.

—¿Debería decirle que eres una zorrita frígida?

La persona que había hablado colgó antes de que a Isabella le diera tiempo de responder. Isabella cerró los ojos y, cuando los abrió, tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlar la furia y la sorpresa que se había formado en lo más profundo de su ser.

¿Demetri?

¿Después de dos años?

Isabella se estremeció de pies a cabeza.

¿Por qué? ¿Por qué ahora?

A menos que…

No, era imposible que nada de lo que hubiera hecho o dicho hubiera sacado a la bestia negra que habitaba bajo la fachada encantadora de su ex prometido.

Su mente buscó mientras recordaba las palabras que acababa de oír.

Entonces, lo comprendió.

Los fotógrafos del certamen de moda. ¿No sería que alguno de ellos había captado el momento en el que la boca de Edward y la suya se habían encontrado?

Isabella se apresuró a pasar las páginas del periódico hasta llegar a la sección de social. Una vez allí, comprobó que, efectivamente, había una fotografía suya y un titular que lo dejaba todo claro, pues especulaba con que Edward Cullen  e Isabella Swan  eran pareja ya que se les había visto juntos últimamente en varias ocasiones.

Maldición.

La prensa siempre inventando. ¿Es que no se daban cuenta del daño que hacían?

¿Pareja?

Isabella apretó los puños.

¿Podría exigir que corrigieran aquel titular?

¡Sí, claro, cuando los burros volaran! El editor del periódico se reiría en su cara.

Isabella no sabía exactamente el efecto que aquella fotografía, el titular y el texto iban a tener e su vida. Tampoco que su ex prometido era un camaleón con mucha práctica capaz de encolerizarse al extremo.

El camarero le llevó la comida, Isabella se quedé mirando la ensalada César y se obligó a comérsela, pero, al rato, después de tomar unos cuantos bocados, la apartó, pues se le había quitado el apetito.

Tras pagar, se acercó a casa andando. Estaba nerviosa y tan tensa, que le dolía el cuerpo entero. Hasta que no se vio completamente a salvo en su casa no comenzó a tranquilizarse.

La luz del contestador automático estaba parpadeando, así que se dispuso a escuchar los mensajes. Uno de su madre, otro de Alice, unas cuantas personas dándole la enhorabuena y la voz de Demetri……

—Te estoy vigilando.

¿Cómo demonios habría conseguido su número privado? No figuraba en el listín telefónico. Isabella sintió que la rabia se apoderaba de ella mientras buscaba el número de Edward  y lo marcaba.

Capítulo 4: El beso Capítulo 6: Quiero salir contigo

 
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