Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228160
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 2: Admirada

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Había menos tráfico, así que no tardó demasiado en llegar al hotel en el que se iba a celebrar la gala.

Después de dejarle el coche al portero, avanzó hacia el ascensor y llegó al salón donde ya había algunos invitados charlando y tomando champán. El cóctel que se servía antes de cenar era la oportunidad perfecta para que los miembros del comité se pasearan por el salón y se aseguraran de que los invitados estaban bien informados de cuál era el próximo evento en el calendario social.

Aquella velada prometía mucho dinero para niños sin hogar.

Edward  paseó la mirada por el salón, observó a los demás invitados, saludó a algunos de los que tenía cerca y se fijó en una mujer joven qué poseía una estructura ósea facial elegante, una boca muy bonita y unas preciosas manos que movía con gracia. Era castaña y llevaba el pelo recogido de una manera que a Edward le hizo desear poder quitarle las horquillas para ver cómo le caía el pelo sobre los hombros.

Aquella mujer era la elegancia personificada.

Parecía un poco nerviosa y Edward se preguntó por qué cuando era obvio que sabía desenvolverse en esa clase de eventos. La conocía perfectamente. Se trataba de Isabella, la hija de una diva de la sociedad llamada Renne y de su difunto esposo, Charlie Swan  

Aquella mujer atractiva, menuda y delgada, de casi treinta años, tenía fama de ser muy fría con los hombres. Con o sin razón, lo único que se sabía a ciencia cierta era que había cancelado su boda con Demetri Black el día antes del enlace.

De aquello hacía dos años y parecía que la joven había vuelto a interesarse por las reuniones sociales a las que acompañaba a su madre viuda. Muchos hombres habían intentado salir con ella, pero que Edward  supiera ninguno la había conseguido.

Familia impecable, buenas maneras y conocedora del protocolo

Social.   Isabella Swan sería una buena esposa.

Lo único que le quedaba era dar el primer paso, empezar el cortejo y hacerle su propuesta.

 

Edward  se dio cuenta de que Renne dejaba a su hija un

momento y comenzaba a avanzar hacia él.

—Edward, cuánto me alegro de verte.

—Hola, Renne —contestó Edward, tomándole las manos y besándola

en la mejilla.
—Si has venido solo, tal vez te apetezca unirte a Bella y a mí.
Edward  inclinó la cabeza.
—Gracias.
Permitió que Renne lo precediera y puso una mirada enigmática en el mismo momento en el que Isabella presintió que se acercaba. Se dio cuenta por cómo ladeaba la cabeza. Había sido un movimiento sutil, pero 
suficiente. Una frágil gacela que olía el peligro, pero, por supuesto, Isabella Swan  sabía fingir y, en un abrir y cerrar de ojos, había esbozado una sonrisa muy practicada en su rostro.

Observar a las personas y fijarse en su lenguaje corporal eran dos

artes que a Edward  se le daban muy bien.

—Buenas noches, Edward  —consiguió saludarlo Bella con mucha

Educación maldiciendo en silencio que se le hubiera acelerado el pulso.

Aquel hombre tenía algo que hacía que se le erizara el vello de la

nuca sin saber por qué.

 

Edward Cullen era alto, atractivo, de cuerpo musculoso,

mandíbula cuadrada y expresión enigmática en sus ojos.

Llevaba un traje hecho a medida impecable. Aquel hombre era muy masculino y tenía un aura de poder indestructible, pero había que estar loca para no darse cuenta de la falta de escrúpulos que se escondía bajo aquella superficie.

—Hola, Isabella.

 

No había intentado tocarla, pero tuvo la sensación de que estaba

esperando el momento. Aquello no tenía sentido.

 

—Me parece que estamos en la misma mesa —le dijo ella como quien

no quería la cosa.

Sí era cierto que era capaz de mantener una conversación ligera con facilidad y, además, podía hacerlo también en italiano y francés, pues había vivido un año en cada país estudiando moda.

En presencia de aquel hombre tenía que estar constantemente  pensando en disimular lo que sentía, pues le parecía que era capaz de leerle el pensamiento.


—¿Y eso te parece un problema?
¿Qué pasaría si le contestara que sí?
—Será un placer cenar contigo —sonrió Isabella.
Edward sabía que estaba mintiendo.

—Uno de los miembros del comité me está llamando —intervino

Renne—. Ahora mismo vuelvo.

Isabella se sintió abandonada y vulnerable. Se dijo que podía escapar poniendo una buena excusa, pero no le serviría de nada, pues no conseguiría engañar a Edward.

Era inevitable que sus caminos se cruzaran. El imperio Cullen  siempre donaba dinero a unas cuantas instituciones benéficas y lo normal era que Edward se presentara en todas las galas con una mujer despampanante colgada del brazo.

Sin embargo, aquella era la tercera semana consecutiva en la que iba a una fiesta para recaudar fondos sin compañera.

 

¿Y qué?

La idea de que quisiera verla deliberadamente era de locos, pues eran completamente opuestos y, además, ella no quería saber nada de los hombres.

Isabella se estremeció de pies a cabeza al recordar la noche de hacía dos años cuando sus sueños se habían visto truncados de manera tan cruel.

Había sobrevivido y había seguido adelante, entregándose por completo a sus estudios y a su trabajo. Actualmente, necesitaba muy pocas cosas y no tenía ningún sueño que cumplir.

—Cariño —dijo una voz femenina en tono felino—. No esperaba verte por aquí esta noche.

—Tanya —saludó Edward  intentando sonreír.

La modelo nacida en Austria era una de las modelos más codiciadas por los diseñadores internacionales a pesar de su mal carácter. Por lo visto, era una pesadilla trabajar con ella, pero poseía una magia especial para desfilar por la pasarela.

—¿Conoces a Isabella? —le preguntó Edward . La modelo clavó sus ojos  azules en Isabella.


—¿Tendría que conocerla de algo? —preguntó haciendo un mohín.
—Isabella es diseñadora de moda.
—¿De verdad? —preguntó con una clara falta de interés.

Si lo hubiera querido hacer adrede, no le habría salido mejor. Era obvio que a aquella mujer no le interesaba en absoluto la profesn a la que se dedicara Isabella. Aquella noche era para divertirse y el único objetivo que tenía era él.

¿Y quién la iba a culpar? ¡Aquel hombre era el soltero de oro! —Pues tu nombre no me suena de nada. ¿Cómo te apellidas? —Swan —contestó Edward en tono frío.

—Mis diseños llevan la etiqueta «Bells» —le informó Ilana—.

Llevas uno —añadió.

Efectivamente, la modelo llevaba un maravilloso vestido de seda rosa fucsia que se ajustaba a sus curvas de maravilla.


—Me lo vendieron como original —dijo la modelo.
—Fue un regalo —la corrigió Isabella.
—No sé, mi agente se encarga de los detalles sin importancia.
—Tu agente hace lo que tú le dices que haga —insistió Isabella.

Formaba parte de los jueguecitos de la modelo. Los diseñadores la adoraban y hacían la vista gorda con sus caprichos. Regalarle un original no significaba nada. Era puro marketing… publicidad… ventas.

Tanya le puso una mano con la manicura perfectamente hecha a

Edward  en el pecho y sonrió de manera seductora.
—Me voy a asegurar de que estemos en la misma mesa.
—No —contestó Edward, retirándole la mano.
¿Simplemente no? Qué conciso.

—Bueno, tú te lo pierdes —contestó la modelo—. Si cambias de opinión, ven a buscarme —se despidió mezclándose con los demás invitados.

En aquel momento, abrieron las puertas del comedor e indicaron a los invitados que fueran sentándose. Edward  agarró a Isabella del codo y la guió hacia, el salón en el que iba a tener lugar la cena y en el que había cientos de mesas.

Isabella sentía sus dedos cálidos en la piel desnuda. Aquella simple caricia la hacía estremecerse y amenazaba con hacerle perder el equilibrio. No le hacía ninguna gracia sentirse así, así que intentó apartarse.

—¿Hay alguna razón para que te muestres tan afectuoso conmigo? — le espetó.

Edward  enarcó una ceja.
—Me gusta tu compañía.

—Me encantaría que me dijeras a qué jueguecito estás jugando —le advirtió Isabella.
—¿Me creerías si te dijera que a ninguno?
—¿Se supone que me tengo que sentir halagada?
Aquello hizo reír a Edward.
—¿Acaso no lo estás?

—Siento decirte que no —contestó Isabella mientras una preciosa

azafata los guiaba hacia su mesa.

Una vez allí, no se sorprendió en absoluto de que la tarjeta con su nombre estuviera precisamente al lado de la de Edward . Isabella se dijo que no le costaría mucho conversar, sonreír y guardar las apariencias. En definitiva, fingir. Aquello se le daba muy bien.

—¿Qué quieres beber?

Había una botella de vino sobre la mesa, pero Isabella  apenas había

comido aquel día, y no quería beber para que no se le subiera la cabeza.

—Agua, gracias —contestó.

Edward le sirvió una copa de agua y se sirvió él otra. A continuación,

brindó por la buena suerte y sonrió encantado.

La mesa se fue llenando, Renne se unió a ellos. Los que no se conocían se presentaron y tuvo lugar el discurso de bienvenida de antes de la cena por parte del presidente de la asociación que los había invitado

Los camareros comenzaron, a continuación, a servir la cena mientras un ponente detrás de otro se iba sucediendo en el estrado.

 

Isabella tenía muy presente al hombre que tenía sentado a su lado… la colonia que llevaba, el olor a ropa limpia y su propio olor masculino.

Aquel hombre tenía algo realmente peligroso que amenazaba con destruir la armadura que Isabella había erigido en tomo a sí misma para poder sobrevivir. Cuando estaba en su presencia, se sentía acorralada, como si no pudiera bajar la guardia en ningún momento.

Una voz interior le dijo que Edward Cullen  no significaba absolutamente nada para ella. Se dijo que tenía que conseguir ignorarlo, pero seguía teniendo la sensación de que aquel hombre era peligroso y de que no podía relajarse.

Isabella comió mecánicamente, sin realmente saborear nada de lo que se llevaba a la boca. No le gustaba en absoluto que la gente estuviera evidentemente especulando sobre ellos al verlos sentados juntos ni que Tanya no dejara de mirarlo.

¿Acaso estaba empeñado en negar públicamente cualquier relación

que hubiera tenido con la glamurosa modelo?

—No.

La reacción de Edward, que había emitido en voz baja, sorprendió momentáneamente a Isabella  pero no fingió que no sabía a qué se refería.
—¿De verdad? —le preguntó enarcando una ceja.
—No.

La reiteración había sido expuesta con una inflexibilidad que Isabella no pudo ignorar y no le gustó nada el nudo que se le formó en la boca del estómago. Le hubiera gustado preguntarle a Edward  qué demonios estaba haciendo, pero no fue capaz de pronunciar las palabras, así que se giró hacia la persona que tenía a su otro lado y comenzó una conversación superficial.

Aun así, no podía escapar a la presencia de Edward. No podía soportar que tuviera la habilidad de ponerla nerviosa.
¿Se daría cuenta?
¡Por favor, que no fuera así!

La cena se le hizo a Isabella interminable pero, por fin, habló el último ponente y comenzaron a sonar los acordes de una música que fue señal para algunos de ponerse en pie y charlar con los ocupantes de otras mesas y para otros de que la velada había terminado.

En cualquier momento, su madre se pondría en pie, agradecería a los invitados sus aportaciones, les desearía buenas noches y ella quedaría libre de la perturbadora presencia de Edward.

Desgraciadamente, Edward expresó su intención de acompañarlas

hasta el vestíbulo

—No es necesario.

—Claro que sí —insistió Edward  agarrándola del codo de nuevo—. Estoy considerando la posibilidad de donar dinero para la Fundación de la Leucemia y me gustaría hablar con tu madre.

—Qué generoso por tu parte —sonrió Renne—. Estoy a tu disposición para ayudarte en lo que necesites.

—Maravilloso —contestó Edward —. Me parece que sería una buena idea que aceptarais venir a cenar conmigo para hablar de los detalles — propuso—. ¿Qué os parece el jueves de la semana que viene?

—Gracias.

Isabella era consciente de que su madre organizaría su agenda social para poder ir a cenar con Edward Cullen. Cuando llegaron al vestíbulo, Edward  le hizo una señal al portero para que llevaran su coche y en breves instantes apareció un Volvo plateado.

—A las siete —se despidió Edward escribiéndole en una tarjeta su

dirección.  

A continuación, le dio una propina al aparcacoches, se sentó al volante y desapareció. Segundos después, le entregaron a Isabella su BMW azul oscuro.

—Qué invitación tan maravillosa —comentó su madre una vez en el interior del coche—. Es maravilloso que Edward  me haya pedido ayuda.
—Sí, por supuesto, debes ir a cenar con él.
—Nos ha invitado a las dos —le recordó su madre.
—Mamá, no —contestó Isabella parando coche en un cruce.
Su madre se quedó mirándola pensativa.
—¿No piensas cambiar de parecer?

Por supuesto que no. ¡Cuánto menos viera a Edward Cullen mejor!

Capítulo 1: Mi vida Capítulo 3: Reencuentro

 
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