Deep Passion (+ 18)

Autor: vickoteamEC
Género: Angustia
Fecha Creación: 22/05/2012
Fecha Actualización: 15/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 25
Comentarios: 154
Visitas: 39353
Capítulos: 18

T E R M I N A D A

El amor profundo y sincero se refugia en un extraordinario sentimiento de pasión. Desbordante y descontrolada pasión, aquella que te hace perder la cabeza, la misma en la que juegas el corazón.

 

 

Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, la trama es propiedad de mi alocada imaginación.

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Capítulo 9: COMPROMISO

 

CAPITULO VII

 

 

PARTE I

 

El viaje a la casa Black le parecía eterno a Alice. No sabía precisar si era por el frío, la angustia o la desesperación de ver a Isabella; pero conforme avanzaban la sensación en su pecho se hacía más y más palpable. La pobre Alice estaba cada vez más ansiosa, los nervios no la abandonaban y a pesar de sentir el frío azotando su rostro no se retractaba de haber subido a la parte de enfrente del coche, al lado de Frederic.

—Alice, entra de nuevo. Está comenzando a nevar— propuso Frederic por enésima vez.

—No— respondió ella con firmeza.

Alice se acurrucó un poco más al costado de su acompañante y cubrió casi totalmente su rostro con la capucha de su capa. Dejó su mente vagar y que su corazón latiera desbocado por la apabullante sensación de que algo pasaba con su hermana, con su dulce Bells.  Frederic haló las riendas haciendo que los caballos descendieran la velocidad, inmediatamente Alice se irguió y descubrió su rostro para ver el motivo por el cual casi se detenían. Frente a ellos quedó una completa caravana de coches y guardias a caballo; sin saber ni siquiera por qué, el temor en ella se instaló más a fuego y su respiración quedó en la nada cuando logró distinguir un poco más adelante el coche en el que había visto partir a Bella.

—Frederic, ese es el coche de Isabella— dijo con voz temblorosa.

— ¿Estás segura?

—Sí, alcánzalos. Quiero ver qué pasa con ella.

Cuando sus ojos enfocaron bien no le quedó duda alguna, ese era el coche Black en el que había visto partir a su Bells horas atrás. La respiración de Alice se agitó, algo le decía que aquello no era una simple precaución, su corazón hizo eco en sus oídos e involuntariamente se aferró al brazo de Frederic.

—Tranquila— le susurró él con dulzura. Acercó el coche lo suficiente como para entablar conversación con uno de los guardias—. Disculpe, ¿pasa algo?

—Lo siento, no puedo darle información— contestó el jinete.

— ¿Pasa algo con la señorita Swan? ¿Dónde está Isabella? — preguntó Alice desesperada.

—Lo siento, señorita, no…

—Soy su doncella. Le suplico encarecidamente que me informe cualquier cosa que esté sucediendo con mi señorita— el tono persuasivo y a la vez feroz, pero más que nada la penetrante mirada de súplica de Alice fue lo que lo hizo ceder.

—Permítame— se excusó y aceleró el galope hacia un hombre fornido que iba al frente, su superior, supuso.

El gran hombre hizo girar su caballo para emparejarse al lado del coche de Alice Y Frederic. Ambos galoparon a paso lento y entablaron conversación sin dejar de seguir la caravana.

— Buen día, soy el guardia al mando ¿Ustedes son sirvientes de la señorita Swan? — dijo el hombre a caballo.

—Sí yo soy su… su doncella— dijo Alice.

— ¿Cuál es el motivo de su viaje? El señor Black dijo que la señorita Swan viajaría sola, no esperan su visita— dijo aquel hombre sin miramientos.

—Fue un viaje inesperado. Cuando ya  se había marchado la señorita su doncella notó que la ama Swan había dejado parte de su equipaje y es de suma importancia para su comodidad que le facilitemos sus valijas olvidadas— informó Frederic imparcial.

—Entiendo— dijo el jinete.

— ¡Por el amor de Dios! ¿Qué sucede con la señorita Isabella? ¿Por qué custodian así su coche? — la exasperación e incertidumbre de Alice la hicieron explotar en gritos desesperados que estaban a nada de convertirse en resuellos.

—Lo siento, chicos. Su ama fue secuestrada. Atacaron al chofer, quedó inconsciente y se la llevaron.

— ¿¡Qué!? — el grito sorprendido de Alice asustó a uno de los caballos, haciendo que el coche se tambaleara de un lado a otro y Frederic luchara un momento por recuperar el control.

—Pero… ¿la están buscando?, ¿tienen alguna pista? — preguntó Frederic ante el rostro de asombro y los sollozos inminentes de su bella dama.

—Estamos haciendo todo lo posible, algunos de mis hombres están internados en el bosque y otros tantos recorren los caminos para intentar dar con ella y su captor.

—Tranquila, mi bella dama— susurraba Frederic pasando un brazo alrededor de Alice y manejando dificultosamente el coche con el otro.

—Permítanme ayudarlos— propuso el hombre.

Poco después el jinete al mando puso a uno de sus hombres a conducir el coche Swan, mientras que Frederic y Alice estaban en el interior. Él trataba de tranquilizarla y le permitió llorar tanto cómo su miedo se lo pedía.

Un hueco de terror se instaló dolorosamente sobre el estómago de Alice, sentía un vacío desolador atravesándole el pecho, era como si la hubieran dividido en dos lacerantes, supurantes y lastimeras: una se quedaba ahí con ella y la otra junto a su hermana. Sus brazos y piernas eran lánguidas, su garganta ya estaba seca por tantos suspiros y sus mejillas no perdían humedad ocasionada por el mar de lágrimas que no cesaba. ¿Dónde estaba su querida Bells? ¿Qué le estarían haciendo? ¿En qué condiciones la tendrían? Por mucho tiempo vivió temiendo un momento como ese, cuando por fin sucedió, la desolación y el dolor llegaron más profundamente… como jamás imaginó.

—Ya, Alice, tranquila. Verás que pronto estará de nuevo en el imperio— trataba de consolarla Frederic, el cual no había despegado sus brazos alrededor de la vulnerable mujercita.

—Si algo le pasa o… si… ella…

—No digas eso, verás cómo todo irá bien.

Alice quería creer sus palabras, pero no tenía ni la más mínima idea de cómo terminaría aquella situación. Algo le decía que no debía preocuparse, pero su terquedad era más fuerte y sólo podía sucumbir a su miseria, dejándose llevar por el momento. Debía recordar agradecer después las dulces palabras, mimos y abrazos de su amigo. Él le ofreció su hombro y ella sin dudar se acercó a desahogar su incertidumbre y tristeza.

 —Alice, mírame— pidió él tomando el trastornado rostro de Alice entre sus manos—. No estás sola, yo voy a estar a tu lado, ya verás cómo todo se soluciona.

—Gracias, Frederic— dijo ella con la voz enronquecida.

—Oh, mi bella dama. Cómo me gustaría ser parte de tu vida, tu protector, el hombre que cuide de ti— Alice apenas y pudo responder a sus palabras con una leve sonrisa.

— ¿Por qué eres tan bueno conmigo?

—Lo siento, no pensaba incomodarte…— Frederic se alejó un poco de ella, pero Alice levantó sus manos para acunar su rostro y acariciar la áspera mejilla de él.

Su inocente caricia le cosquilleaba en la palma de la mano a causa de la barba apenas notoria de Frederic, su mirada era sincera, sus frases siempre dulces; en pocas palabras un hombre maravilloso que jamás pensó que podría llegar a conocer. ¿Qué tanto podía perder estando a su lado? Sabía de antemano que tendría su apoyo incondicionalmente, su cariño y su reconfortante compañía cada que ella lo necesitara. Era un príncipe en un traje de sirviente, guapo, tierno y en más de una ocasión había dejado entrever sus buenas intenciones hacia Alice. Necesitaba a alguien que la sostuviera en momentos difíciles, justo cómo ahora. ¿Sería Alice capaz de arrastrar sus miedos lejos de la hermosa realidad que humildemente le ofrecía Frederic? ¿Podría confesar su verdad y olvidar los demonios de su pasado?

—Frederic, no te alejes, por favor.

—Nunca, mi bella dama. Nunca— él se acercó para dejar un beso en su frente y rodeó nuevamente su cintura con sus brazos. Alice suspiró, se apretó un poco más en torno a él y se dejó reconfortar.  

— ¿Frederic?

— ¿Sí?

—Sé ese hombre.

— ¿Qué? — dijo él separándose un poco para poder verla a la cara.

—Sé parte de mi vida, sé mi protector y quien cuide de mí. Por favor— ante la hermosa mirada de súplica Frederic le dio una magnífica sonrisa, de las que derriten el corazón y hacen suspirar de alivio.

—Por supuesto, Alice— ella sonrió con sinceridad y acarició de nuevo la mejilla del hombre que a partir de ese momento era parte de su vida.

Frederic deslizó una mano por el cuello de Alice, en una delicada caricia llevó sus dedos hasta su nuca y se envolvieron en una burbuja en la que se hipnotizaron con sus miradas. Él poco a poco se fue acercando, Alice sentía que no podía más, todo en su interior estaba por explotar, sintió el suave roce de los labios de él en la comisura de su boca, luego ella giró un poco el rostro para encontrarse con los labios de Frederic. Dejó que él guiara el delicioso vaivén de sus labios, era algo que Alice jamás pensó que pudiera sentir, ese cosquilleo tan placentero en su estómago mientras sus labios eran acariciados tan dulcemente por los de Frederic o ese hormigueo en sus manos a causa del deseo de enredar sus dedos entre el cabello de él. Por un segundo sus preocupaciones desaparecieron abriendo paso a un sentimiento de paz y esperanza que estuvo a punto de eclipsar todo lo demás.

El coche se detuvo y más que dejarse llevar Alice abrió los ojos y se separó de Frederic. Con ese movimiento su mágica burbuja reventó, dando paso a sus miedos y a la tristeza provocada por la incertidumbre.

—Vamos— dijo Frederic ofreciendo su mano para que Alice se apoyara al salir del coche.

El invierno ahora más evidente, durante el resto del viaje todas las superficies se cubrieron de una espesa capa de nieve

Entraron a la casa Black, no era la primera vez que Alice estaba ahí, por lo que no tenía por qué reparar en detalles. Sin preámbulos comenzó una desesperada búsqueda por Jacob. Caminó por los pasillos hasta que llegó a su despacho, en él había un grupo de hombres proponiendo y siguiendo las órdenes que daba Jacob al compás de los ademanes de sus brazos. Se detuvo en seco cuando se encontró con el rostro congestionado de Alice, despachó a todos con un asentimiento y los hombres salieron disparados hacia sus labores recién asignadas.

—Alice…— Jacob abrió los brazos mientras caminaba hacia ella, después de un momento Alice salvó la distancia entre ellos para refugiarse en los brazos de Jacob y llorar amargamente sobre su pecho—. Tranquila, juro que la traeré de vuelta a costa de lo que sea.

—Tengo tanto miedo— logró decir ella entre sollozos.

—Calma, Alice. Tu hermana estará bien.

Alice pasó un día tortuoso, hizo caso omiso a las súplicas de que se tranquilizara, sólo podía reproducir en su cabeza miles de escenarios en los que su querida hermana estaba mal. Temía tanto a Aro, igual o más que su hermana, ellas habían sido testigos del alcance de su maldad, de cómo había planeado fríamente la muerte de sus padres y cómo las situaciones la habían orillado a ocultarse tras la sombra de Isabella.

Su estado cayó en otro aún más deplorable cuando uno de los hombres de Jacob llegó con malas noticias; las huellas del caballo en el que había huido el captor de Bella fueron borradas lentamente por la nieve, hubo un punto en el que no pudieron seguir el rastro. Eso terminó por colapsar los nervios de la pobre Alice. No comió, apenas y bebió algo, secó su cuerpo con lágrimas y dejó marchar su sueño, atrayendo sólo un pensamiento obscuro tras otro.

El amanecer se comenzó a asomar por detrás de las montañas, apenas y  lograba apreciarse un color más claro en el cielo. Alice prácticamente no había dormido nada, una de las sirvientas de Jacob la acompañó al vestíbulo, ayudándola a guiar sus pasos y la sentó en un sillón en el recibidor principal. Poco después Jacob, igual de desvelado que ella pasó por el lugar, observando el estado de desgaste de Alice.

— ¿Cómo estás? — susurró a la pequeña figura compungida y desolada en el mullido sillón.

—Mal— dijo con voz ronca—. ¿Dónde está Frederic?

—Salió en la madrugada con un grupo de mis hombres— ella asintió y luego suspiró con cansancio—. Deberías regresar a la cama e intentar dormir un poco.

—No, yo no me muevo de aquí hasta que Bella entre por esa puerta— sentenció con su voz desquebrajada, la nariz congestionada y roja y su cabeza a punto de explotar.

—Señor, no ha querido probar bocado— informó la sirvienta.

—No quiero nada— insistió Alice.

—Niña, debe comer algo. Se le va a secar la tripa— insistió la amable señora.

—No quiero.

—No le hagas caso, ve a la cocina y prepárale un té con galletas o algo— ordenó Jacob.

—Sí, señor— la mujer se fue dejando a Alice mirando a la nada, tratando de reconfortarse a sí misma. Mientras Jacob continuaba su camino hacia su estudio para continuar con las estrategias de acción, él apenas tenía unos minutos de haber regresado de un patrullaje en los alrededores.

No muy lejos de ahí Bella y Edward galopaban hacia la casa Black en el caballo prestado de Emmett, Isabella pasó la mayor parte del viaje pensando en todas las explicaciones que tendría que darle a Jacob, de seguro estaba preocupado y haciendo sólo Dios sabe qué tantas cosas para encontrarla. En uno de los vaivenes el caballo se sacudió haciendo que la cintura de Bella rozara contra los fuertes brazos que la rodeaban, haciéndolos estremecer al unísono, reavivando la ardiente hoguera de sensaciones que amainaban el frío invernal.

—Hoy luces especialmente encantadora— murmuró Edward en su oído, haciéndola estremecer por completo.

—Hum… gracias.

—Bella, tenemos que hablar.

—Lo sé. Primero debemos llegar a un acuerdo con Jacob, tengo que verlo y hacerle entender nuestra situación.

— ¿Nuestra?

—Sí, nuestra— Bella se inclinó sobre el cuello del animal para ver el rostro de Edward—. ¿O es que ahora te irás? — por más miedo que pudiera sentir, por más que ella rogara por tenerlo siempre a su lado, no podría obligarlo a quedarse.

— ¿Cómo crees que te dejaré después de que te he encontrado? — Isabella le sonrió aliviada y con la mirada más dulce y enamorada que tenía para él.

El silencio los envolvió en una reconfortante esperanza, tendrían mucho que hablar y mil cosas que aclarar antes de continuar con lo que nunca había terminado. Por fin lograron divisar la imponente construcción de la casa Black, Isabella tomó una respiración profunda y trató de concentrar sus latidos desbocados en otra dirección, una que no la hiciera marear de tantas sensaciones. Cuando los guardias la vieron abrieron paso hasta que pudieron adentrarse en la propiedad.

Veían gente yendo y viniendo de un lugar a otro, había un caos de guardias y demás personas, Bella se recriminó mentalmente. Lo que ella jamás esperó encontrar al atravesar el umbral era a su dulce hermanita sentada en el recibidor, pero sobre todo, en un estado tan deplorable cómo ese. Suspiró pesadamente, sintiendo el nudo en su garganta, todos los pasos se detuvieron al mismo tiempo para clavar la mirada en la pareja pasmada en la puerta. Alice alzó el rostro, encontrándose con los ojos suplicantes de su hermana, la cual agachó la mirada por la pena que sintió al ver a su pequeña en tan mal estado.

— ¡Bella! — chilló Alice, poniéndose de pie de un salto y haciendo que la señora del servicio casi derramara el té sobre ella. Bella miró a Alice e intentó sonreírle.

Jacob escuchó el grito de ella y se apresuró hacia la entrada, ¿podría ser verdad? ¿En qué condiciones llegaba? ¿Cómo había regresado? El asombro era palpable en su mirada, examinó a Bella, lucía encantadora, cómo siempre; pero Bella estaba tan concentrada en Alice que ni siquiera lo escuchó llegar. Jacob vio que justo detrás de ella estaba el centro de sus preocupaciones y su desvelo. Sintió una ira descomunal atravesando su cuerpo, se crispó de coraje y apretó los puños a punto de lanzársele a Edward.   

— ¡Cullen! — espetó con la mandíbula tensa.

— ¡No! — dijo Bella interponiéndose entre Edward y Jacob—. Por favor, Jacob. No lo hagas, déjame atender a Alice y luego hablamos. Pero, por favor, no peleen— los vio alternadamente con súplica en la mirada. Jacob bajó la guardia y salió dando grandes zancadas.

El coraje recorría hasta la más pequeña partícula de Jake, “¡idiota, Cullen!”, pensó. ¿Se imaginaba todo lo que tuvo que pasar la noche anterior por su culpa? Aún no podía creer lo campantes y frescos que entraron en su casa. Prefirió salir a dar una vuelta a caballo mientras despejaba su mente, de seguro todo tendría una explicación; además, no quería despotricar en contra de Bella antes de saber sus motivos. Lo más probable es que ella no tuviera nada que ver, ¡pero esa no era la manera de hacer las cosas! ¿Qué rayos le había pasado por la cabeza al insensato hombre que la había secuestrado cómo un vil delincuente? Jacob se montó sobre su dominante corcel y cabalgó a todo galope hacia la ubicación de su portavoz, tenían que abortar la misión de búsqueda inmediatamente.

 —Alice— llamó Bella a su pequeña hermana, que aún estaba consternada y hecha una estatua en su sitio.

Alice pestañeó varias veces permitiendo que sus lágrimas se regaran incesantes por sus mejillas, el alivio, el dolor, la angustia y la incertidumbre se esfumaron como por arte de magia al ver el rostro de su hermana, sólo quedó en ella un profundo sentimiento de alivio.

—Oh, Bella— dijo sollozante para prenderse al cuello de su hermana y liberar la tensión en su llanto.

Isabella no pudo decir absolutamente nada, se limitó a abrazarla y acompañarla en su llanto. Sentía que la había herido profundamente, lo peor de todo es que había sido sin querer. Su pobre pequeña, su hermanita, su bebé; tenía la huella de insomnio debajo de sus ojos, el rostro compungido, el cabello revuelto, su pequeña doncella, su preciosa hermanita había sufrido pensando lo peor. Su corazón se encogió al pensar la noche espantosa que debió pasar mientras ella se reencontraba con su amado Edward. Definitivamente habría muchas cosas de las cuales tendrían que hablar.

—Niña Isabella, no ha comido y no ha dormido nada— informó la señora del servicio que atendía a Alice anteriormente.

En la casa Black nada se sabía de la cercana relación de la señorita Isabella y su adorable doncella, pero tampoco se cuestionaba sobre el asunto. Todos los sirvientes sabían el trato especial, pero nadie tenía confirmado el motivo.

—Gracias, ¿podrías indicarme la habitación de Alice y disponer otra para el señor Cullen?

—Por supuesto, señorita Swan.

—Permíteme— dijo Edward rodeando el cuerpo de Alice y alzándolo en vilo para soportar su cansado cuerpecito.

La señora guió los pasos de los chicos hasta la habitación que Alice había ocupado, en el trayecto intercambió un par de palabras con Isabella, la cual le pidió que llevara el té y las galletas a la habitación y que preparara un caldo de pollo para más tarde. Cuando entraron Bella corrió las mantas para que Edward pudiera recostar a la pequeña Alice, la sirvienta se disculpó con ellos y salió rápidamente en busca del té.

—Bella, tenemos que…— comenzó a decir Edward.

—Lo sé, Edward. Pero no es el momento. Déjame un momento a solas con mi hermana, más tarde te busco. Por favor— él asintió, se acercó y dejó un beso en la frente de Bella.

—Lo siento— admitió Edward apenado.

—Más tarde hablamos— prometió ella, luego se giró de nuevo hacia su pequeña hermana y volcó su atención en ella. La señora del servicio dejó la bandeja sobre la mesita auxiliar y salió para guiar a Edward hacia una habitación.

—Pequeña, ven— dijo Bella ayudándola a sentarse—. Bebe esto— dijo sirviendo y ofreciendo una taza a Alice.

Ella dio un par de sorbos, luego rechazó el té y se enganchó en un fuerte abrazo a Isabella.

—Tuve tanto miedo— confesó Alice con voz temblorosa.

—Lo siento mucho, mi pequeña— dijo Bella con pesar.

—Pensé… yo… creí…

—Shhh, ya estoy aquí. Ahora, por favor, come algo. Me tiene muy preocupada tu estado, no quiero que caigas enferma.

—Pero…

—Sé que tenemos que hablar y te prometo que lo haremos. Pero más tarde, ahora descansa— Alice asintió, probó un poco de las galletas y unos cuantos sorbos más de té.

Isabella se puso de pie, rebuscó entre las pequeñas valijas del equipaje de Alice y sacó un pijama. Con suma paciencia la ayudó a deshacerse del pesado vestido, quitó las horquillas de su cabello para deshacer el desbaratado peinado y cepilló amorosamente los cabellos azabaches de su hermana. Poco después Isabella se recostó junto a ella, permitiéndole a su Alice que se acomodara entre sus brazos y cayera en un profundo sueño. Isabella acarició la espalda y cabeza de su hermana hasta que estuvo totalmente tranquila y dejó de removerse. Con un pesado suspiro se pudo de pie con sumo cuidado, besó la frente de Alice y salió en busca de Edward.

Después de preguntar a una de las empleadas logró dar con la habitación de Edward. Dio un par de toquecitos tímidos antes de escuchar un educado “pase” desde el interior.

—Hola— dijo Bella captando la total atención de Edward.

— ¿Estás lista para hablar? — ella asintió—. Bien.

—Edward… em… yo…

—Tranquila. Entiendo perfectamente el nerviosismo— ella asintió—. ¿Qué quieres que pase?

— ¿Tú qué quieres que pase?

—Pregunté primero— Edward sonrió haciendo que Bella soltara una leve risita.

—Yo quiero…— Isabella bajó la mirada mientras jugaba con la tela de su falda—. Ha sido mucho tiempo lejos y ahora que lo sabes todo…

—Isabella, mírame— ella alzó la vista con la duda tatuada en la profundidad de sus ojos—. Sé por un momento la Bella que yo conocí, la de siempre y contéstame esto… ¿Quieres que esté a tu lado? — ella mordió su labio y asintió.

—Sí— contestó Bella en un susurro.

—Bella, estos años no he hecho otra cosa más que esperar saber de ti, te encontré sin querer, al principio me confundiste pero ahora no pienso alejarme de ti. Ahora menos que nunca me voy a ir.

—No lo hagas, por favor— dijo ella conectando su mirada con aquella que la tenía tan loca y perdidamente enamorada.

— ¿Has olvidado el amor que nos juramos antes de separarnos cuatro años atrás? — ella negó—. Yo igual.

—Edward, tengo miedo— aceptó ella dejándose envolver por los brazos de su amado.

— ¿De qué? ¿Es que no entiendes que haré lo mejor que esté en mí para que nada te pase? ¿Qué doy todo lo que tengo y todo lo que soy para protegerte de todo mal? A ti y a Alice.

—No merezco nada de esto.

—Sí lo mereces. Has pasado por mucho, te has sacrificado. Es hora de que alguien comience a retribuir un poco todo lo que haces por los demás.

—Te he extrañado tanto— suspiró y recargó la mejilla sobre el hombro de Edward.

—Ésta es la mujer que amo. Mi dulce, vulnerable, sencilla y especialmente hermosa Isabella.

Escuchar esas palabras en voz de su Edward hizo que su corazón diera un brinco de alegría, que la sensación de confort envolviera su ser y el amor hacia él se desbordara por sus poros.

—Te amo— admitió ella incorporándose para pegar su frente con la de él, cerrando sus ojos.

Por fin, después de cuatro años, después de tantos pesares podían cumplirlo. Y ahí estaban, con su amor expuesto, sus sentimientos a flor de piel, sus frentes juntas y sus alientos entremezclados por la cercanía. Sólo un movimiento bastaba para sellar con una perpetua muestra de su infinito amor el silencioso pacto de pertenecerse que acababan de decirse con una fugaz mirada.

  

PARTE II

 

Y así lo hicieron.

Giraron levemente sus rostros sintiendo una revolución que perturbaba sus sentidos, el simple roce de sus labios los hizo sentir cómo sus entrañas se agitaron gustosas por el anhelado contacto; no hizo falta mucho para que la delicada sensación de sus lenguas reencontrándose, avariciosas, llegara cómo una explosión más, provocando una fiebre que nacía en su boca y se extendía a lo largo de su cuerpo. Ese beso que era salvaje pero a la vez delicado, mejor que cualquier viejo recuerdo o ensoñación; sólo hizo que la extensión de su piel se erizara alerta a la más mínima provocación, que poco a poco un intenso ardor fluyera cómo hierro fundido por sus venas, codiciando más y más. La pasión acumulada por el paso de los años amenazaba con explotar en una lujuriosa demostración de amor, en un exótico baile no sólo de sus cuerpos… sino también de sus almas.

En un impreciso momento, la suavidad de la cama se convirtió en lo único que sostenía sus cuerpos de desfallecer y dar de lleno en un golpe sordo contra el piso. Las manos de ambos no se detuvieron en ningún instante, se deleitaban con los contornos dibujados por los bordes de la tela que los vestía. ¡Pero cuánto habían deseado ese momento!

Un intenso alboroto proveniente de la primera planta de la casa se extendió hasta los oídos de Isabella. Ella puso atención y olvidó por un momento el momento que estaba viviendo con su amado Edward; recordó a su pequeña acostada al otro lado del corredor y no necesitó más para postergar sus anhelos para más tarde.

—Edward— murmuró débilmente en un sofocado resuello.

— ¿Hummm?

—Va… vamos a ver qué… es eso— dijo con dificultad.

— ¿No podemos dejarlo para más tarde?

—Recuerda que tengo que hablar con Jacob— Edward bufó sobre su piel y se apartó reticente de su amada Bella.

—Está bien— dijo con derrota y la ayudó a arreglar su aspecto. No pudieron evitar soltar una risita cómplice al recordar las incontables ocasiones en las que habían hecho eso mismo en el pasado: arreglar sus ropas mutuamente para enfrentar a la importuna sociedad.

—Gracias— dijo Bella cuando Edward dio el toque final con su cabello, complementó su agradecimiento con un beso fugaz.

— ¿Quieres que vaya contigo? — ofreció él.

—Necesito hacer esto sola— al ver en sus ojos Edward se dio cuenta que la mujer delicada, la chica sencilla, su amor… seguía ahí, presente, impasible, cómo siempre.

—Está bien— aceptó él dejándola ir. Aunque estaría alerta y cerca por si ella necesitaba cualquier cosa.

Isabella se deslizó con precaución por los pasillos de la casa que conocía cómo si fuera la suya, bajó uno a uno cada escalón hasta que escuchó la imponente voz de Jacob, tomó un par de respiraciones profundas antes de enfrentarse a la furia hecha hombre. Se plantó al final de la escalera mirando el movimiento de personas, esperó paciente a que Jacob notara su presencia. Cuando él lo hizo le indicó con un movimiento de cabeza que lo siguiera, guiándola hasta su despacho; cuando entraron el cerró la puerta y la encaró con una expresión indescifrable.

El silencio se extendió entre ellos, siendo testigo de su duelo de miradas.  Jacob tenía el regaño tatuado en los ojos, el desconcierto y la incredulidad; mientras que Bella tenía la firmeza de no arrepentirse y la disculpa. El tiempo pasaba y no hacían otra cosa más que verse el uno al otro.

— ¡Ya! Di algo— pidió Bella un tanto desesperada.

— ¿Cómo pudiste ser tan inconsciente? ¿Has visto cómo se puso Alice? — contestó él comenzando a moverse inquieto por la habitación.

— ¡No tenías por qué decirle! ¿Para qué la llamaste? — Jacob detuvo su andar y la vio incrédulo.

— ¿Qué? ¡Yo no la llamé! ¡Ella llegó sola! — Bella le dio una mirada de desconcierto—. Sí, así cómo lo escuchas. Alice llegó a ésta casa por su propio pie. Dijo que tenía un presentimiento y no dudó en salir tras de ti, se encontró con la caravana que protegía mi coche y ahí se enteró de todo— ella bajó la mirada, poniendo en orden los puntos que tenía que tratar con él.

—Ella no me dijo nada.

—Supongo que no. Está lo suficientemente afectada cómo para olvidar algunas cosas— tras esas palabras ella lo vio de nuevo—. Espero que no le pase nada más por tu inconsciencia— sentenció.

— ¡No digas esas cosas, Jacob! —el silencio los atrapó de nuevo, impacientándolos cada vez más.

— ¿Estamos aquí para no decir nada? — dijo él.

—No.

— ¿Entonces?

—No fue mi culpa. Fue Edward el que…

—Lo sé. Esa parte de la historia ya me la contaron.

—Siento mucho que hayas tenido que buscarme, que Alice se haya puesto así. Pero…— Jacob clavó la mirada en ella.

— ¿Pero?

—Pero no me arrepiento. Si él no se hubiera atrevido a llevarme de esa manera nunca hubiéramos hablado y no estuviéramos… juntos.

— ¿Qué?

—Le conté todo. Está dispuesto a ayudarme, protegerme y a partir de ahora estará conmigo. Espero de todo corazón que seas capaz de entender eso— dijo ella con firmeza. Jacob la miró, se acercó, puso sus manos en sus hombros y la miró directo a los ojos.

—Estás feliz con él— afirmó.

—Sí. Lo amo— Jacob asintió.

—Tenemos que hablar todos juntos. Las cosas han cambiado.

—Lo sé.

—Ve por ellos, esto es algo que nos compete a todos— Isabella asintió, antes de irse tomó las manos de Jacob entre las suyas, le dedicó una sonrisa sincera y dio un leve apretón a sus manos.

—Gracias— él correspondió con una leve sonrisa.

—Anda, aquí los espero.

Isabella recorrió los pasillos de regreso hacia las habitaciones con un peso menos sobre su espalda. Primero fue hacia Edward, le indicó el lugar y le pidió que se adelantara mientras ella buscaba a su hermana. Entró en la habitación de Alice, encontró la cama vacía y antes de entrar en pánico la buscó por la habitación.

— ¿Alice?

— ¿Sí? — contestó mientras salía del baño.

—Jacob quiere hablar con nosotros.

— ¿Quiénes nosotros? — preguntó con recelo.

—Edward, tú y yo— su hermanita sólo la miró y asintió.

Poco después la reunión comenzaba en el despacho de Black; la cual comenzaría con un denso silencio, miradas entre unos y otros y una alianza forjándose en el horizonte.

— ¿Y bien? — inquirió Edward.

—Ahora estás con ella— musitó Jacob un tanto receloso, aún estaba muy reciente el inesperado secuestro.

—Sí. Siento mucho haber hecho las cosas así, el que hayas tenido que movilizar a tus hombres, el haberte preocupado, Alice…

—Menos mal que lo sientes— dijo Alice un tanto furiosa.

—Alice— regañó Bella.

— ¡No te atrevas a hablarme en ese tono! Aún no los he perdonado, ¿tienes una idea de lo que pasé el día de ayer?

—Alice, lo siento. No me fue mi culpa…— intentó disculparse Isabella.

—No lo fue. Pero aún así estoy enojada con ustedes. Jacob, no hemos venido aquí para hablar de lo que siento, de lo que ellos tienen juntos o de quién está enojado o enamorado de quién. Así que vayamos a lo que importa de éste asunto— demandó guiando el curso de la reunión.

—Tienes razón, Alice. Ya tendremos tiempo Edward y yo de hablar con más calma— dijo Jacob viéndolo fijamente.

—Cuando gustes— contestó el aludido.

—Entonces… contamos con tu apoyo para ir contra Aro— al escuchar el nombre Bella se estremeció levemente, gesto que Edward notó e instintivamente no dudó en estirar su brazo para rodear la cintura de Bella en un acto de protección.

—Por supuesto, cuentan conmigo para cualquier cosa. Quiero que me pongas al tanto de la situación, que coordinemos esfuerzos y ten por seguro que si hace falta cualquier cosa, lo que sea, puedes contar con ello.

—Lo más importante es la integridad de Bella y de Alice— dijo Jacob.

—Por supuesto.

—Momento— interrumpió Alice—. Si Edward está de nuevo con Bella… ¿qué pasa con el compromiso entre ustedes? — dijo viendo a Jacob y Bella alternadamente.

Isabella se encontró con la mirada de Jacob, sólo para encontrarse con que estaba igual de perdido que ella, luego viró el rostro para observar a Edward; éste al sentir el gesto de su amada la observó, acunó tiernamente su rostro con la mano libre y dijo sin dejar de verla.

—Creo que lo mejor es que sigan en pie con su propuesta.

— ¿Qué? — dijo Jacob con duda.

—Sí, sólo cómo una apariencia. Piénsalo cómo una estrategia, Jacob. Si sabemos cuidarnos la espalda, podré ser cómo un as bajo la manga en todo esto y Aro no me verá venir.

—Edward tiene razón— apoyó Alice.

— ¿Bella? — dijo Jacob haciendo que ella lo mirara—. ¿Tú qué dices? — asintió no muy convencida.

—Hagamos esto— afirmó para darle veracidad a su anterior gesto.

—Bien— dijo Jacob—. No te preocupes, Edward; ella podrá ser mi esposa pero tengo muy claro que será tu mujer.

—Gracias— contestó él.

—Bienvenido “a bordo” — dijo Jake extendiendo su mano hacia Edward, éste la tomó con firmeza y así sellaron un pacto que tenía un solo fin: proteger a las Swan.

Poco después de la reunión pasaron al comedor para la cena, hablaron de trivialidades y mientras que ellos entablaban una conversación secreta con claves que podrían pasar desapercibidas por cualquiera; era una suerte que uno y otro entendieran a la perfección aquellos términos usados a modo de segundo lenguaje.

A la hora de separarse Jacob y Edward se encaminaron de nuevo hacia el despacho, había muchas cosas en las que debían coordinarse y detalles que ultimar antes de que las Swan y Edward partieran al día siguiente rumbo al imperio. Alice le pidió a Bella que la dejara un momento, ya que quería hablar con Frederic y prometió hablar después con ella para ponerla al tanto de las novedades. Isabella fue hacia su habitación, pero poco después se escabulló por los pasillos hacia la habitación de Edward; a tientas llegó hasta la cama, gateó hasta el centro de ésta y se acomodó entre las mantas para refugiarse del frío, ya que la chimenea estaba apagada.

En su reunión, Edward convino que unieran esfuerzos con su futuro primo, Emmett; ya él estaba al tanto de la situación y para ser una persona ajena al asunto, estaba bastante bien informado gracias a los cotilleos de su servidumbre. Recordando que un ejército necesita de los más fuertes aliados y a sabiendas del poder e influencia de McCarthy, Jacob aceptó. Lo más seguro era que Emmett no pusiera objeciones y diera su apoyo incondicional para formar la unión Black-Cullen-McCarthy. La reunión se extendió hasta media noche, para cuando terminaron se dirigieron a sus respectivas habitaciones exhaustos.

Edward caminó hacia la chimenea iluminado por una lámpara que consiguió en uno de los pasillos, la encendió tratando de entrar en calor lo más pronto posible, frotó sus manos y se dirigió hacia la cómoda en la que había puesto el pijama prestado que le habían dado temprano. Se cambió rápidamente cerca del fuego,  se encaminó rápidamente a la cama y a pesar de notar algo raro en ella sabía de antemano el por qué, o mejor dicho, el quién. Se metió entre las mantas tanteando hacia el centro de la cama, Bella respingó cuando sintió las cálidas manos de Edward buscándola en la penumbra, luego se acurrucó para refugiarse en el calor que emanaba de su cuerpo.

—Estás muy fría— dijo Edward frotando los brazos de Bella por debajo de las mantas. Sintió el castañeo de los dientes de ella y la acercó más a él—. Tranquila, ya estoy aquí.

Bella abrió los ojos encontrándose con un mar esmeralda que la sumergía en una burbuja de amor tan personal, tan suya. Se estiró un poco para encontrarse con aquellos labios que le pertenecían, sintiendo con ese simple gesto que estaba en el mejor lugar, protegida, en donde nada ni nadie podría hacerle daño. Las manos de Bella tomaron vida, delineando el cuerpo de su amado Edward, llegó un momento en el que nada más importó, sólo ellos dos y su pasión. Edward tomó las manos de Bella entre las suyas y las apartó cuidadosamente de su cuerpo.

—Estoy agotado— dijo él. Bella sonrió.

—Sinceramente, yo también— dijo ella con los ojos a medio cerrar.

—Dulces sueños, mi amor— murmuró Edward mientras se acomodaban muy juntos.

—Te amo, mi Edward— susurró.

—Y yo a ti, mi Bella.

Tras un último y dulce beso ambos cayeron en un profundo sueño, sin saber que esa noche sus sueños se sincronizarían para revivir en el poso de su inconsciencia un hermoso recuerdo del pasado.

 

* * *

 

Edward y Bella pasaban días maravillosos paseando por el campo, yendo de compras, tomando té en algún lindo establecimiento, caminando del brazo por la plaza o simplemente perdiéndose en interminables tardes bajo el inmenso roble que les servía de refugio, en un rincón del patio de la casa Swan. Aquel bello y mágico lugar que se había convertido en testigo eterno de sus besos, sus dulces palabras de amor puro y sincero. El anunciado noviazgo no pasaba desapercibido por los padres de ambos, que aprobaban y promovían la relación; el beneficio de su futura unión en matrimonio sólo traería más solidez a la fortuna Cullen-Swan.

Un día de tantos, Edward se había esmerado en preparar una sorpresa para su amada Isabella. Cómo siempre pasó por ella a su casa y tras un agradable momento con su cuñada y su suegra, partieron hacia la sorpresa.

Bella nunca imaginó que iban rumbo hacia aquel prado en el límite de la propiedad Cullen en el que Edward había construido aquella casita en el árbol, era un refugio al que acudía desde que era niño. Con nostalgia recordó cómo aquel trabajador de su padre lo ayudó a construir esa sólida habitación en lo alto de un árbol, sobre unas fuertes y gruesas ramas que no se inmutaban ni en la más grande de las tormentas. Era un espacio amplio, con vistas increíbles, decoración rudimentaria pero de buen gusto, un intenso y agradable aroma a madera y hierba fresca, la brisa del viento corría entre las dos ventanas y el ambiente relajado e íntimo le daba un toque encantador.

—Llegamos— informó Edward al pie del árbol.

— ¿Cambiamos de árbol? — preguntó Bella—. ¿Qué pasó con nuestro roble?

—Siempre será “nuestro” roble. Pero quiero mostrarte mi lugar especial— ella lo miró alzando una ceja—. Ven por aquí— dijo llevándola por el otro lado del ancho tronco.

Cuando Bella vio la escalera adherida al árbol abrió la boca sorprendida, miró a Edward y él con un asentimiento la invitó a escalar. Ella sonrió, su curiosidad casi infantil y el sentimiento de estar haciendo una travesura la hizo subir a prisa hasta que topó con una puertezuela que se abrió al mínimo empuje, con la ayuda de Edward terminó de subir hasta que se encontró dentro de la habitación, miró a su cómplice de nuevo y lo observó mientras aseguraba la portezuela para que no pudiera ser abierta desde el exterior.

— ¿Qué es esto? — preguntó ella maravillada, mirando todo con interés y probando uno de los bocadillos dispuestos en una superficie que servía de mesita.

—Mi casa del árbol— contestó él con orgullo.

— ¿Tú la construiste? — dijo ella impresionada.

—Sí, junto a un trabajador de mi padre. De eso hace muchos años— contestó sonriente mientras veía cómo Bella caminaba alrededor y sus ojos se iluminaban al descubrir la maravillosa vista.

—Es hermoso— comentó embelesada.

—Gracias— él se acercó lentamente por su espalda, pasó sus brazos por la pequeña cintura de su amada y se meció levemente junto con ella mientras disfrutaban su momento.

—Gracias a ti— dijo ella girando el rostro hacia Edward.

— ¿A mí? ¿Por qué?

—Por traerme a tu lugar. Edward, esto es hermoso— él se limitó a sonreírle e inclinarse para darle un beso.

Al principio sólo era un suave movimiento, pero poco a poco tomó fuerza y se volvió más urgente. Edward siempre tenía un espacio dedicado para recostarse, tenía un montón de mantas sobre el piso, con algunos esponjosos cojines. De repente terminaron hincados sobre la improvisada cama de Edward.

—Bella… si seguimos, no creo que pueda parar— dijo él cuando sus manos se movieron al unísono comenzando con la magia.

— ¿Y si no paramos? — propuso Bella. Edward le dio la más hermosa de las sonrisas y siguió el juego de amar.

Los dos inexpertos al mismo nivel, ansiosos y curiosos; se fueron despojando de toda barrera que les impidiera el anhelado toque de sus avariciosas pieles ardientes. El montón de tela se hizo cada vez más grande a su lado, hasta que ambos quedaron en igualdad de condiciones.  

En un momento de lo más íntimo se dedicaron a admirarse con adoración. Edward admiró la excelsa belleza del virginal cuerpo de su Bella, su amada, su vida. Ella se estremeció levemente al encontrarse con la fascinada mirada de Edward; poco después se descubrió a ella misma devolviendo el gesto, recorriendo con curiosidad el cuerpo de Edward. Bella miró la perfección hecha hombre para ella, cada músculo escondido bajo la tensión de su piel, cada línea, sus brazos, su pecho, su estómago, su masculinidad, sus fuertes piernas. Todo en ellos, todo.

Con un poco de indecisión Bella estiró una mano para poder delinear con sus yemas la suavidad de la piel de Edward, él acarició cuidadosamente cada parte que quedó a su alcance y se acercaron hasta que lograron fundirse de nuevo en un beso apasionado.

El instinto los guió por la nueva senda que no temían descubrir. Los leves suspiros y gemidos intercalados salían de sus gargantas cómo un canto tan íntimo que les revolvía el estómago en una sensación única de vértigo y placer. Cuando Edward sintió que era el momento indicado, sus torpes movimientos se guiaron hacia aquel inexplorado lugar en el cuerpo de su amada Bella; se miraron en una intensa fusión de almas mientras sus cuerpos se unían en un movimiento tortuosamente lento. El dolor físico no fue más grande que la dicha en sus corazones, Bella se sintió tan plena, en ese momento era totalmente suya, se entregaba con tanto amor a Edward que le parecía un sentimiento imposible de contener y lo dejó salir en silenciosas lágrimas.

— ¿Estás bien? — dijo Edward en un sofocado susurro.

—Sí. Te amo tanto— declaró.

—Yo también te amo— dijo Edward mientras se agachaba un poco para poder besar con devoción las lágrimas de Bella y luego sus labios.

Un momento después comenzaron a mecerse al unísono, acariciando, arañando, gimiendo y buscando en los movimientos del otro acabar con una sensación que no conocían, pero ambicionaban. Poco a poco se saciaron con su pasión, coincidieron en el deseo entre murmullos de su amor, dejaron que un nudo nunca antes sentido se expandiera desde la punta de sus pies hasta el tope de sus cabezas y por fin los dejara liberarse en una intensa espiral de placer que los hizo dar un grito intenso que se perdería en el viento.

Jadeantes y agotados se miraron intensamente, demostrándose de nuevo su amor, sin decir ni una palabra. Se quedaron por largo rato acariciándose inocentemente, dejando uno que otro beso sobre sus rostros. Bella notó la iluminación y se recriminó por acabar con el momento pero debían regresar a sus vidas, a sus hogares lejos el uno del otro.

—Edward, está por atardecer…

—Es hora de irnos— aceptó él con pesar.

Se pusieron de pie y cómo un par de cómplices se dedicaron a poner en orden el aspecto del otro, respetando hasta el más mismo detalle que había en ellos al llegar ahí. Pasearon de la mano por los campos Cullen de camino a la casa de Bella, rieron y jugaron cómo niños. Llegaron entre risas, bromas u juegos.

—Isabella, hija, ¿dónde estaban? Tu hermana te ha estado buscando— dijo Reneé al verlos entrar.

—Estábamos paseando por los campos Cullen. Mamá, deberías ir, es hermoso— explicó Isabella.

—Algún día lo haremos, cariño. Nos vemos luego, Edward— dicho eso desapareció escaleras arriba.

—Hasta pronto— dijo él en voz alta—. Es hora de irme— le dijo a Bella.

—Te acompaño a la salida— dijo ella tratando de postergar su momento al lado de Edward.

—Gracias por todo— dijo él al pie de la entrada de la casa Swan.

—Gracias a ti, cielo— contestó Bella acariciando su rostro con ternura—. Fue tan… mágico.

—Sí— Edward tomó la mano de Bella y la besó educadamente.

—Espero que pronto me lleves de nuevo a tu refugio. Es un lugar hermoso.

—Iremos cuantas veces quieras, Bella. Y ahora es nuestro refugio— ella le sonrió encantadora, cómo sólo a él le sonreía y lo besó con todo el amor que sentía hacia él.

—Hasta mañana, mi Edward.

—Hasta mañana, mi Bella.

Se besaron de nuevo, de despedida, luego Bella vio a Edward partir rumbo a su casa; con la promesa de un nuevo encuentro al siguiente día y una cita apasionada próximamente.

 

 

* * *

 

Isabella despertó olvidando en algún momento el frío que tenía, al removerse un poco encontró el motivo de su calor y sonrió por eso. Se giró entre los brazos de Edward y se dedicó a mirar su apacible rostro. Sin poder evitarlo acarició la mejilla de él, poco después él sonrió y la apretó más cerca a él.

—Buenos días— susurró Bella. 

—Hummm— murmuró Edward con pereza. Ella se acercó hasta que dejó un beso en los labios de él.

—Tengo que ir a mi habitación.

—No— murmuró él—. Quédate un poco más— Bella sonrió y se acurrucó entre sus brazos.

—Sólo un momento— dijo ella, quedándose dormida de nuevo.

Cuando decidieron levantarse ya había amanecido, Bella se escabulló con sigilo hasta la habitación dispuesta para ella y se cambió con uno de sus lindos vestidos. Desayunaron junto con Jacob y Alice y decidieron volver inmediatamente al imperio. Edward se desviaría en cierto punto del camino e iría por Emmett y Rose para una reunión en casa de Bella.

Aún quedaba mucho por hacer, estrategias en conjunto que trazar y preparar los movimientos de una guerra que aún no comenzaba y que ninguno sabía que tan encarnecida sería… hasta que llegara el momento. 

 

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Si están hasta acá leyendo precisamente esto: GRACIAS

No tengo perdón de Dios!! he tardado muchísimo en subir, así que no pude esperar más y les subo la primera parte del capítulo 7.

Ya mismo trabajo en la segunda parte, la subo en éste mismo capítulo y continúo en dónde se quedó. ¡Esta es sólo la mitad!

Faltan muchas cositas

Mil gracias a mis musas!!!! que me inspiran a seguir adelante, mis nenas que me comentan... mis gasparinitas o gasparinitos, mis fantasmitas que visitan y me leen... también millones de gracias....

nos vemos pronto en éste mismo cap con la segunda parte

Besos de bombón

Aquí está la segunda parte, ¿recuerdan que dije algo sobre el título del capítulo 8? Bueno, las cosas han cambiado!! Ese título será para el capítulo 9. 

Y para las que me lo preguntan... Sí, Aro pronto estará en escena... wow!! falta un mar de cosas por suceder!! millones de gracias por estar acá, por mis musas inspiradoras, por mis hermosos comentarios que tanto amo, mis gasparinit@s 

Besos de bombón

 

 

Capítulo 8: PASIÓN EN EL AIRE Capítulo 10: ESTRATEGIAS DE GUERRA

 
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