Deep Passion (+ 18)

Autor: vickoteamEC
Género: Angustia
Fecha Creación: 22/05/2012
Fecha Actualización: 15/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 25
Comentarios: 154
Visitas: 39367
Capítulos: 18

T E R M I N A D A

El amor profundo y sincero se refugia en un extraordinario sentimiento de pasión. Desbordante y descontrolada pasión, aquella que te hace perder la cabeza, la misma en la que juegas el corazón.

 

 

Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, la trama es propiedad de mi alocada imaginación.

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Capítulo 18: ESPERANZA

 

EPÍLOGO

 

Isabella esperó paciente a que Victoria y Alice llegaran por ella y Anthony para dar el solicitado paseo; se entretuvo mostrándole a su hijo todo cuanto llamaba su atención, diciéndole el nombre que tenía y contándole algo sobre ello; como por ejemplo, el gran árbol que se alzaba frente a la ventana, le contó al pequeño que en más de una ocasión ella y Edward se detuvieron a la sombra para darse un beso furtivo, para reír, también le dijo lo mucho que se amaban, la falta que le hacía y lo mucho que lo extrañaba.

—Una semana— susurró Isabella con dolor.

En ese momento Alice entró cargando a Emma, invitándola a salir con ellas. Poco después Alice, Victoria, Emma, Anthony, Isabella y Jacob viajaban hacia una nueva y alejada zona comercial; los ánimos no estaban como para salir de compras, pero era saludable para los niños distraerse de tantas presiones y sentimientos en el imperio.

El día era peculiarmente agradable, con un cielo ligeramente despejado de las turbulentas nubes de invierno, el sol calentando la piel con rayos intermitentes y un brillo nuevo en cada rincón. El lugar destilaba su posición, las maderas aún lucían frescas y olorosas, la pintura parecía tintinear un bello fulgor a cada paso, los pisos de mármol, algunas columnas, paredes y molduras relucían impecables. Todo lucía nuevo, incluso los sentimientos; como si algo naciera con ese día.  

Alice y Victoria empujaban los cochecitos con los niños, mientras Jacob llevaba a Isabella del brazo y la guiaba mostrándole las nuevas tiendas y los productos en los aparadores. Viraron en una esquina y se adentraron en un largo pasillo de puertas entreabiertas, gente yendo y viniendo y música saliendo por cada rincón; estaban en el área de cafeterías y restaurantes, que aún seguían celebrando su apertura con músicos en vivo, llevando una sinfonía peculiar a los oídos de los transeúntes. Alice y Victoria se adelantaron, perdiéndose entre la multitud, Jacob se adelantó sólo un paso para i tras ellas y se zafó del brazo de Isabella, ella apenas fue consciente de lo que había sucedido, dio un paso más y otro más, sólo para sentirse llevada por la corriente de personas, sin un lugar específico a donde ir. 

Isabella sintió un fuerte estremecimiento y la piel crispada sin motivo aparente. Se detuvo en seco.

Esas dulces y delicadas melodías, esas notas altas, tranquilas y después desesperadas; esas mismas que sólo podían ser interpretadas por las manos que llevaban años tatuadas en sus recuerdos. Aquel sentimiento casi imperceptible; como una suave brisa en el ambiente, esa que sólo ella sería capaz de sentir a pesar del tiempo, a pesar del llanto y del sufrimiento. Estaba segura que la escuchó, su mente no podría jamás reproducir tan perfectamente ni una ínfima nota, no una que surgiera de la presión de aquellos dedos; definitivamente su imaginación no podría nunca hacer justicia a ese bello y delicado roce. Jamás.

Giró desorientada sobre su propio eje, tratando de percibir de dónde surgía el motivo de su locura. Había más de tres puertas entre abiertas, de seguro más de la mitad de los establecimientos en la concurrida calle tendría un hermoso piano amenizando la convivencia de los comensales. ¿Estaría dispuesta a entrar a cada uno de ellos hasta cerciorarse de que no había sido ni por asomo producto de su imaginación? Eso estaba a punto de descubrirlo; dio un paso, decidida, hacia la primer puerta que creyó conveniente. Antes de que pudiera hacer cualquier otro movimiento, una pesada mano la asió del brazo para regresarla a su lugar.

—Es hora de irnos, Bella— dijo Jacob.

Ella lo miró con detenimiento, volteó su vista, paseando con la mirada por cada uno de los locales, regresó hacia Jake, con la mayor derrota y desilusión que pudo haber sentido jamás; agachó la mirada y asintió levemente. Era imposible que los recorriera todos al mismo tiempo. Se soltó gentilmente del agarre de Jacob y caminó un par de pasos detrás de él, concentrada en no perderlo de vista.

Su corazón aún latía con fuerza, sus pasos parecían irse debilitando y sus lágrimas amenazaban fervientemente con aparecer y deslizarse lentamente por sus mejillas; amargándola con un doloroso recuerdo que creyó  que podía ser realidad.

Los pasos de Isabella se congelaron, todo en su interior se paralizó al instante, sus ojos se cerraron con fuerza y con el corazón galopando enloquecido; juró haber sentido el tacto de la mano que le había arrebatado tantos suspiros, esa corriente eléctrica sólo podía crearla una persona y esa presión en su cintura no podía haber sido otra más que la de… Buscó entre las miradas un par de ojos esmeralda, se alzó en puntillas intentando ver por encima de las cabezas coronadas con excéntricos gorros, tocados o sombreros; para encontrar el cabello extrañamente broncíneo que la enloquecía. El mar de personas se interpuso entre ella y su búsqueda, luego se vio arrastrada en sentido contrario por la fuerte mano de Jacob.

Su amigo la vio desesperada e inusualmente interesada en pasar un rato más en aquellas tiendas, él le recordó que se avecinaba una nevada y que debían regresar temprano al imperio para que a él no lo tomara por sorpresa la tormenta de camino a su casa. Isabella dio una última mirada, con toda la esperanza depositada en el gesto, aprovechó hasta el último segundo del sentimiento furtivo que le decía que tenía razón, que no había enloquecido. Pero no encontró nada, ahí no había nadie a quien ella estuviera esperando.

**

Con impaciencia se plantó en la ventana que daba hacia la entrada principal, sabía que de un momento a otro él llegaría, tal y como lo había prometido. Él lo haría.

Alice entró al salón en el que su hermana hacía guardia, miró su semblante distraído y ansioso, suspiró profundamente y se acercó a ella lentamente.

—Bella, es hora de almorzar— su hermana despegó la mirada del ventanal y se giró hacia ella.

— ¿Ya?

—Sí. Vamos, Anthony te está esperando… por lo que veo le has contagiado tu ansiedad, no ha dejado de gatear de un lugar a otro jugando con Emma.

—Él sabe que su padre vendrá, igual que yo.

—Bella…

—Juro que era él, Alice…

—Hermana, por favor— suplicó Alice—. ¿Aún sigues con lo mismo?

—Sabes que él vendrá— dijo Isabella clavando la mirada en la de su hermana, rogándole por un voto de confianza—. Tú lo sabes, Alice. ¡Por favor! ¡Dime algo! Bastante tengo con que crean que estoy loca.

—Si eso fuera verdad, que Edward…— no pudo ni siquiera decir sus pensamientos en voz alta—. Hermana, hace mucho que estaría contigo…

— ¡No!

—Bella, tal vez… tengas que resignarte.

— ¡No! Edward va a volver, lo sé.

—Lo siento mucho— dijo Alice abrazando a su hermana, sabiendo que lo más probable era que comenzara a llorar.

—Vamos a comer— dijo Isabella sintiendo un desgarro más en el corazón, al ver la pérdida de apoyo de su hermana.

—Te quiero, Bella— Alice la miró con cariño y acarició el rostro cansado de tanto esperar de su amada hermana.

—Y yo a ti— contestó Isabella sonriendo sinceramente.

Después del almuerzo Isabella tomó a su hijo para regresar a su privilegiado lugar frente a la ventana, leyéndole un poco, luego arrullándolo sin conseguir que durmiera y después simplemente meciéndolo mientras su mente divagaba en todo, en nada. Sentía el corazón apresado por un mar de sentimientos, los ojos secos de tanto llorar en días anteriores, las piernas débiles y su único motivo de seguir con vida entre sus brazos.

El día frío y gris, desolado como su corazón; una fría tarde de invierno tan monótona y falta de color como su amor, muriendo por arder de lo apasionado que se sentía, de lo intenso que vivía en su aún enclaustrado corazón. Pasaban uno a uno, cada día, y con ellos el dolor de la pérdida que crecía inevitablemente en lo más profundo de su ser, llevándose en el aire una pequeña parte de su esperanza.

¿Podía ser verdad? ¿Podía ser posible que en aquel sepelio despidiera eternamente a su amor? ¿Desde donde fuera que él estuviera, los extrañaría? ¿Cómo podría ella levantarse después de tantos golpes en su vida? ¿Cómo podría continuar si él lo era todo para ella y su hijo? Sólo él la hacía estremecer con una mirada, sólo él podía detener su corazón con un “te amo”, sólo él la podía amar hasta hacerla estremecer de felicidad. Sólo él. Edward.

Isabella seguía meciendo a su pequeño amor, a ese pedacito de carne que le recordaba a su padre en todo momento; dejó sus pensamientos de lado para poner su atención en Anthony, puso su frente en su cabecita, sólo rozándola y, sin poder evitarlo, dejó salir un leve llanto. Como había hecho los últimos meses, llorando sin apenas darse cuenta.

Lo que ella no sabía era aquel misterioso pacto silencioso entre dos corazones que procedían del mismo lugar, del mismo amor. Isabella puso atención en su hijo, que había comenzado a inquietarse, moviéndose como si diera brincos desesperados, jalándose de sus brazos, como si quisiera bajarse; ella lo levantó y lo paró sobre sus piernas, viéndolo de frente.

—Anthony, ¿qué te pasa, mi amor?— dijo revisándolo con desespero, repasando cada parte de su cuerpecito, asegurándose de que estaba bien.

El bebé siguió brincando sobre sus piernas, al lazar la vista de su escrutinio Isabella lo vio mirando con impaciencia a través de la ventana, con un bracito extendido mientras abría y cerraba su manita, impulsándose con fuerza, buscando algo que ella aún no sabía. Ella se puso de pie y se acercó lo más que pudo al cristal.

—Bebé, no podemos salir a jugar. Hace frío, está a punto de nevar— dijo conciliadora.

Isabella entrecerró los ojos y frunció el ceño al ver que su voz no llamaba la atención del pequeño, que él no había ni volteado a verla y que seguía en su insistente intento por decirle algo que ella no entendía más allá de balbuceos ininteligibles y grititos desesperados.   

Siguió la mirada de su hijo hacia afuera, haciendo que su corazón se detuviera. A lo lejos a unos metros de la entrada un bulto se movía por el camino que daba a la calzada, con paso cansado y un tanto decaído; con esfuerzo dio unos pasos, se detuvo y luego continuó avanzando.

El corazón de Isabella latía frenéticamente, sus ojos se enajenaron en lágrimas, siguió viendo aquella figura ahora borroneada por la cortina de lágrimas; a pesar de eso, estaba segura, reconocería esa figura en cualquier lugar.

Sin dudarlo ni un minuto más corrió hacia la puerta del salón, tomó una manta que descansaba sobre el sofá frente a la chimenea, corrió a lo largo de los pasillos , apretando a su hijo con fuerza y cubriéndolo lo mejor que pudo. Corrió hacia el lugar en el que estaba el motivo que le devolvería la razón de ser a su vida, aquella  misma que regresaría desde el momento en el que su corazón fuera liberado del dolor, aquel que se instaló a fuego en su pecho el día que había enterrado aquella caja de roble sobre la que tanto lloró, imaginando que ahí estaba su Edward.

Corrió, recordando aquella figura que Anthony había visto incluso antes que ella, cuando llegó a la puerta principal escuchó un par de llamados a lo lejos impidiéndole salir, pero nada importaba. Salió y sintió el gélido aire frío azotándole el rostro; cubrió lo más que pudo a su pequeño, perdiéndose sólo un segundo en la mirada esmeralda, tan igual a la de Edward, mirándola atentamente; le sonrió, prometiéndole que a partir de ese momento todo estaría bien, que su padre lo había prometido y que ya estaba de regreso a su lado.

Bajó los escalones como loca, totalmente desesperada por llegar al lado de él, apenas vislumbrando el lugar que había observado desde la ventana junto a su hijo, cuando estuvo por tocar el último escalón se detuvo, escuchando gritos a su espalda, sin importarle nada más, congelándose por un instante. Sólo unos pasos la separaban de su infinita felicidad, esos pasos eran la división entre la vida y la muerte, escrutó con la mirada el lugar en el que se suponía que debía estar y se estremeció al encontrar que ahí no había nada. Ríos de lágrimas viajaron por su rostro, el sabor de la derrota era tan amargo que le envenenaba el alma, no podía creer hasta donde había llegado.

¿En verdad lo había imaginado? ¿Tan mal estaba? Entonces, ¿qué había pasado con Anthony? ¿Él también lo había imaginado o sólo se dejó envolver por el frío en el corazón de su madre y sintió el mismo vació en el alma? ¡No podía ser! Ella juraba por lo más sagrado haberlo visto, ¡no podía haberlo imaginado!

Bajó el último escalón lentamente, se aferró con fuerza al cuerpecito de su hijo y un sollozo brotó desde lo más profundo de su corazón; alzó el rostro para ver cómo una alta e imponente figura rodeaba la fuente congelada, mirándola a ella y a su hijo con adoración.

Ahí, demasiado cerca, el par de ojos esmeraldas que tanto amaba, igual de brillosos por las lágrimas que los ojos de ella; la miraban sin dar crédito. Ahí estaba su gran amor, vivo, de regreso tal y cómo lo había prometido.

Isabella corrió lo más que dieron sus piernas hacia los brazos extendidos de Edward y se abalanzó sobre él en un efusivo abrazo, sintiéndose por fin completa, suspirando en el único lugar en el que deseaba estar por siempre.

Se sostuvieron el uno al otro en un intenso abrazo, Isabella llorando con desespero sobre el pecho de él y Edward aferrándola con fuerza contra él, sintiendo la tibieza de su cuerpo y el de su pequeño. Los besó en la cabeza una y otra vez, hasta que finalmente Isabella alzó el rostro y se sintió devorada por un beso apasionado.

— ¡EDWARD!— gritó Esme desde la puerta principal.

Edward se separó, le sonrió a Isabella y aún rodeándola con un brazo dio un paso.

—Vamos, entremos que hace frío— pidió él, Isabella asintió y dejó que los pasos de Edward la guiaran al interior.

—Hijo— susurró Esme en cuanto estuvieron adentro—. ¡Hijo, eres tú! — exclamó, lanzándose hacia él en un fuerte abrazo, dejando que las lágrimas cayeran por su rostro.

—Tranquila, mamá. Ya todo está bien— dijo Edward besando la frente de su madre.

Carlisle apareció detrás de Esme, abrazando de igual manera a su hijo; tanto como lo permitiera su brazo, ya que aún no había soltado a Isabella y su hijo.

—Hola, Edward— dijo Alice plantándose enfrente de él—. Bienvenido— dijo acunando su rostro entre sus pequeñas manitas.

—Gracias, Al— la abrazó con fuerza y dejó un beso en su mejilla.

—Bienvenido, señor— dijo Frederic, que estaba al lado de Alice.

—Gracias por todo— contestó Edward sinceramente—. ¡Emma! — dijo al ver a la pequeña dar un par de pasos titubeantes hacia él, extendiendo sus bracitos con una enorme sonrisa—. Hola, princesa. Pero mira lo grande que estás y ya caminas.

—Edward— dijo Ravenna a mitad de las escaleras, bajó a paso veloz, con tanta efusividad daba la impresión de que lo estrecharía en un abrazo, pero se detuvo justo frente a él y alzó una mano para acariciar su mejilla.

—Volviste. Bella tenía razón, regresaste— dijo admirada, con lágrimas en los ojos.

—Sí. ¿No vas a darme un abrazo? — dijo él sonriéndole sinceramente.

Ravenna lo abarcó con sus brazos y lo estrechó, dejó un beso en su mejilla, tomó a Emma entre sus brazos y dio un par de pasos hacia atrás.

—Hijo, ¿cómo es que…?— comenzó a hablar Carlisle.

—Todo era parte de un plan. Prometo que les contaré todo pero ahora estoy muy cansado.

— ¿Regresar de la muerte te ha dejado exhausto, cuñado? — preguntó Alice guiñándole un ojo.

—Sí. Familia, les prometo explicar todo— repitió—. Mañana que estemos todos reunidos hablaremos sobre esto. Ahora sólo quiero estar con mi esposa, con mi hijo y descansar.

Todos accedieron inmediatamente. Ese día decidieron despachar a la servidumbre para que descansaran del frío, por lo que Ravenna fue a la cocina a preparar una sopa de pollo y Alice a preparar un baño caliente.

Isabella, Anthony y Edward subieron a la habitación principal y estuvieron largo momento sólo abrazados frente a la chimenea. Edward e Isabella sentían el mismo nudo en la garganta, la misma contención de sentimientos formándoles una maraña pesada sobre el estómago, con el mismo mutismo a causa de no saber qué decir o por dónde comenzar  y el mismo corazón latiendo con fuerza en su pecho.

Alice dejó el baño listo, tomó a Anthony en sus brazos y salió con él para dejar a su padre darse un baño.

Isabella tomó a Edward de la mano y lo condujo al cuarto de baño, que destilaba vapor por todas partes, convirtiendo la habitación en un lugar cálido. Ella giró sobre sus talones, sabiendo perfectamente lo que quería; con manos decididas despojó a Edward de cada una de sus prendas, luego lo condujo a la tina y lo invitó a entrar en el agua caliente. Edward dejó que ella lo mimara, que lo amara con sus detalles y atenciones; cerró los ojos y se recostó en el mármol mientras las manos de Isabella lo enjabonaban lentamente, con adoración; suspiró encantado cuando se inclinó hacia enfrente para que las manos de su amada hicieran magia sobre su piel, masajeando lentamente la tensión en sus músculos, resbalando por toda la extensión de su piel. Cuando Isabella lo limpió por completo, salió un momento, regresó con una muda de ropa cómoda y limpia; lo tomó de la mano, lo ayudó a salir de la tina, lo secó lentamente y lo ayudó a vestirse. Cuando terminó, Edward se inclinó para darle un suave beso en los labios.

Poco después estaban sentados en la cama mientras Edward comía efusivamente, y Anthony sentado sobre las piernas de Isabella mientras balbuceaba entusiasta hacia su padre, como si le contara las más increíbles aventuras; haciendo reír a sus padres de tanto en tanto. Anthony de repente dejó de hablar, para prestar atención a una pequeña pieza de pan con ajonjolí que había sobre el plato de su papá.

— ¿Qué miras, pequeño? — preguntó Edward sonriente.

El bebé sonrió encantador, se estiró e intentó tomar el pan entre su manita; haciendo reír de nuevo a sus padres.

—Ten, come conmigo— dijo Edward tendiéndole la pieza de pan.

Isabella se sintió tan plena que pensó que moriría de amor en ese instante, era tan inmensamente feliz que aún no podía creerlo, ni viéndolo con sus mismos ojos.

Isabella retiró la charola y la puso en la mesita de la entrada, no queriéndose separar de Edward ni un momento, regresó a la cama al lado de sus hombres. Edward se recostó con Anthony y su amada Isabella entre sus brazos, el bebé dio un largo bostezo y poco después los tres dormían en sintonía, bajo el manto del mismo amor. Ya entrada la noche Isabella despertó, sonrió al encontrarse aún entre los brazos de Edward y miró a su pequeño milagro durmiendo agotado entre sus brazos. Se puso de pie con cuidado y trasladó a Anthony a su habitación.

Cuando regresó encontró a Edward sentado al borde de la cama mientras se tallaba los ojos.

—Hola— susurró ella colocándose a su lado.

—No los sentí y desperté— dijo él alzando el rostro para sonreírle a su mujer.

—Llevé al bebé a su habitación para que durmiera cómodo en su cuna.

Edward levantó una mano para acariciar el rostro de su amada, se perdió en su mirada tierna y amorosa; luego la jaló por el cuello con gentileza para besarla lentamente, dejando impreso en ese beso su admiración, su dolor y su infinito amor. Isabella no pudo evitar el llanto, aún no podía creer que la pesadilla ya había terminado y que Edward por fin estaba ahí, con ella.

Edward se incorporó y siguió besándola con adoración; lentamente pasó sus manos por su cuerpo, con ansias contenidas deslizó las prendas que portaba y cuando la tuvo completamente desnuda ante sus ojos la recostó delicadamente en la cama. Isabella sentía todo, sentía nada, sólo podía llorar de la dicha tan grande que sentía, de tanto amor. Edward terminó de desvestirse, luego trepó al lado de su amada, la admiró por completo y luego adoró su cuerpo con delicadas caricias que dejaba con sus dedos y sus labios; invocó todo su amor en cada suspiro, en cada gemido. Edward no podía más que provocarla con los amorosos toques de sus manos, erizando su piel en un delicioso movimiento, besándola con devoción por cada rincón de su ser y ella no podía más que llorar de tanta alegría, sintiendo la liberación de su alma y su amor a flor de piel como tanto había añorado.

Cuando poco a poco se sintió invadida por la fuerza de Edward, más lágrimas bajaron por sus mejillas, sonriendo, sin saber ni siquiera qué decir dejó que él la amara, que la llevara por los rincones más obscuros de su pasión, que la meciera en un exquisito vaivén primero lento y luego desesperado. No había palabras de amor como otras veces, no estaban el nombre de uno sobre los labios del otro, sólo había suspiros  de alivio, gemidos de placer, un aura increíble de amor y un acto tan perfecto que resultaba increíble. 

Todo fue tan rápido y lento que no supieron en qué momento llegaron al borde del éxtasis total, las embestidas eran cada vez más desesperadas, arrastrándolos entre una y otra al precipicio de pasión, a la fusión total de sus almas. Isabella arqueó la espalda, dejó salir un profundo gruñido y lágrimas de liberación se desbordaron por las comisuras de sus ojos, Edward se tensó un momento y llenó cálidamente el interior de su mujer. Justo en el momento en el que casi al mismo tiempo llegaron al punto cumbre, entrelazaron las manos casi dolorosamente, entregándose en un último grito ahogado.

Cuando Isabella pudo tomar aire nuevamente soltó un suspiró y luego un sollozo, rompiendo en llanto.  Edward se dejó caer gentilmente sobre ella, escondió el rostro en el hueco de su cuello y cuando menos lo pensó se encontró llorando en sintonía con su amada. Ella lo abrazó con fuerza, luego pasó una mano por su cabello, tranquilizándolos a ambos hasta que fueron disminuyendo los sollozos, hasta que sólo suspiraron de alivio.

—Te extrañé tanto— confesó ella después de mucho.

Edward rodó gentilmente hacia un lado y la abrazó con fuerza, negándose a dejarla ni un solo minuto.

—Y yo a ti, mi amor— dijo Edward.

—Te amo, Edward— Isabella alzó el rostro, lo miró y acarició su rostro.

—Te amo, mi maravillosa Bella— confesó él dándole un beso lento.

Se durmieron nuevamente, abrazándose con ímpetu, suspirando de alivio y sintiéndose inmensamente felices.

El camino hacia un fin es arduo, los obstáculos siempre se interponen a la felicidad; es por eso que por cada golpe, por duro que sea, debe obtenerse un aprendizaje.

El amor siempre impera cuando se trabaja por él de verdad. Hoy se disfruta, ayer se mantiene y mañana se espera. Sólo el tiempo tiene la razón.

Cada objetivo debe perseguirse con esfuerzo, pero sobre todo con los más sinceros sentimientos del corazón con una profunda pasión.

 

****

Hola!!!! ¿qué tal?

Antes que nada quiero darte las gracias, eres parte muy importante de ésta historia y es gracias a ti que existe. 

Ahora quiero agradecer a mi hermosa mami, que si ven mucha hermosa miel en el capi es gracias a ella!! Gracias por ayudarme con el epílogo mami!!!!!!

Lo sé!! sé que quedaron algunas dudas o todas!! pero les tengo una noticia.... DP tendrá una pequeña secuela!! lo deicidí antes de subir esto. Tendrá la historia de cada personaje, lo que pasó después de esto, de qué iba el mentado plan y cómo apresaron a Aro. 

Bien, ahora sí.... FINALIZAMOS!!!

GRACIAS

Besos de bombón!!!!

 

 

 

Capítulo 17: CAMBIO DE PLANES

 
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