Deep Passion (+ 18)

Autor: vickoteamEC
Género: Angustia
Fecha Creación: 22/05/2012
Fecha Actualización: 15/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 25
Comentarios: 154
Visitas: 39366
Capítulos: 18

T E R M I N A D A

El amor profundo y sincero se refugia en un extraordinario sentimiento de pasión. Desbordante y descontrolada pasión, aquella que te hace perder la cabeza, la misma en la que juegas el corazón.

 

 

Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, la trama es propiedad de mi alocada imaginación.

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Capítulo 17: CAMBIO DE PLANES

 


CAPÍTULO XIV

 

CAPÍTULO FINAL

 

 

Una semana había pasado desde la caótica noche de tormenta en la que nació Anthony. No importaba las veces que despertara a sus padres por la madrugada, tampoco los interminables llantos cuando Isabella se alejaba de él, ni lo mal acostumbrado que estaba a los brazos de su padre; para Isabella Anthony era el bebé perfecto. Aún estaba convaleciente, a pesar de sentirse de maravilla, Ravenna y Maggie se encargaban de cuidarla; y Alice no podía hacer más que mimar sin medida a su sobrino y hermana.

Isabella disfrutaba de pasear de vez en cuando con su pequeño por toda  la habitación, meciéndolo amorosamente, leyendo para él, arrullándolo con canciones de cuna o simplemente sentándose en la terraza para disfrutar de los cálidos rayos del sol. Definitivamente la maternidad era su mejor etapa, cualquier inconveniente que pudiera surgir a partir de ella resultaba irrelevante; no había mayor satisfacción que sentir sus brazos plagados de inmensa felicidad al sostener a su pequeño milagro, un pequeño pedazo de su ser.

Edward había decidido descansar de los negocios, dejando a Emmett y Jacob al frente de sus intereses; prefería pasar sus días al lado de su familia, no quería perderse ni un solo instante al lado de su heredero. Era lo más hermoso que tenía y le resultaba fascinante aprender cada día con él.

Su amor por Isabella se había reforzado con la llegada del pequeño Anthony. Ambos podían decir que vivían el mejor verano de sus vidas, el verano perfecto.

Edward tomaba una ducha mientras Isabella canturreaba para Anthony en el recibidor de la habitación, se preparaban para un paseo por el jardín después de que Isabella insistiera sin darle tregua ni réplica a Edward, alegando que estaba más que bien.

— ¡Edward!— chilló Isabella en voz alta.

Él salió disparado hacia el grito, a medio vestir y totalmente desaliñado.

— ¿Qué pasa?— preguntó angustiado.

—Míralo— dijo Isabella tendiéndole al pequeño Anthony.

— ¿Qué tiene? ¿Le pasa algo malo? — dijo tomándolo entre sus brazos para luego revisarlo efusivamente.

—Míralo, Edward— pidió Isabella con lágrimas en los ojos, una mirada enternecida y una resplandeciente sonrisa.

Edward bajó la mirada hacia su hijo y abrió la boca sorprendido. Veía su mirada curiosa explorando un nuevo mundo, los rostros que pertenecía a quienes por tanto tiempo había escuchado hablarle amorosamente, las figuras aún irreconocibles y borrosas; todo con poca claridad después de tanto tiempo de obscuridad, aún monótono.

—Tiene mis ojos— susurró Edward sorprendido.

—Sí. Tus mismos ojos— Isabella rió, se puso de pie y abrazó a sus hombres amorosamente.  

Se dedicaron a hacerle mimos a Anthony por un momento, luego Edward regresó el pequeño a brazos de su madre.

—Terminaré de alistarme para dar nuestro paseo— le dio un beso a su amada y se encaminó hacia el baño.

Más tarde, los tres paseaban a paso lento entre la plenitud de los árboles, el aroma fresco de las plantas recién regadas y los colores de los arbustos florales recién podados. Era un cuadro espectacular y enternecedor, lo más bello del imperio. Se detuvieron en una mesa dispuesta para tomar el té, Anthony aclamó la atención de su madre llorando, pidiendo de comer. Se detuvieron más tiempo, hasta que decidieron almorzar ahí y después regresaron a sus aposentos. La noche llegó, Anthony dormía plácidamente en su cuna y Edward e Isabella se preparaban para dormir.

—Amor, mis padres llegan ésta semana — le recordó Edward a su mujer.

—Lo sé, no se me ha olvidado. Mañana le pediré a Maggie que disponga una habitación para ellos— contestó acomodándose en la cama—. ¿Tu madre sigue con esa idea de que es mala abuela por no estar presente en el parto?

—Sí. Pero, entiéndela, es el primer hijo de su único hijo— Isabella sonrió.

—Mis padres estarían alucinando con él. Puedo imaginármelos peleando todo el tiempo por a quién le toca cargarlo…, así como Ravenna y Alice— dijo ella con añoranza.

—Apuesto a que hubieran sido estupendos abuelos.

—Los mejores— dijo ella con una solitaria lágrima bajando por su mejilla. Edward se acercó, limpió la lágrima con  sus dedos y la besó tiernamente en los labios. La rodeó con sus brazos y en un instinto de protección la apretó contra su pecho, tratando de borrar los fantasmas del pasado, amándola más que nunca.

El imperio se vio movilizado por la llegada de los señores Cullen, los sirvientes corrían de un lado a otro bajo las instrucciones de Ravenna, las cocineras se esmeraban en preparar la comida, los hombres se dedicaban a dejar los jardines impecables; se preparaban para una importante visita, tal vez la más importante desde que el imperio estaba en manos de los Swan, o por lo menos eso pensaba Isabella.

Alice tomó al pequeño Anthony y lo llevó a pasear por los alrededores, para darle tiempo a su madre de quitarse sus ropas de descanso y lucir de nuevo uno de aquellos preciosos vestidos guardados en su armario. Ravenna entró sorpresivamente cuando ella caminaba de un lugar a otro con cajas de accesorios, encajes y listones; eligiendo lo que mejor quedara con su vestimenta.

—Bella…— llamó Ravenna.

— ¿Dime?

—Hay algo que…— Isabella no dejó su andar, se encontraba ansiosa y eso la hacía caminar de un lado a otro sin control

— ¿Qué?

—Es…— en ese instante notó el tono afligido de su querida compañera y detuvo su andar.

— ¿Qué pasa, Ravenna? — dijo mirándola interrogante.

— ¿Podrías acompañarme?

—Sí— contestó Isabella con un tono de duda en su voz—. Me estás asustando.

—Es algo… serio.

—Ravenna…— la condujo hacia su habitación.

La confusión de Isabella aumentó cuando encontró a Carmen sentada, viendo hacia el jardín por el ventanal abierto. Ella no alcanzaba a ver más allá de su espalda y su cabello negro acomodado hacia un lado.

— ¿Carmen? — la aludida alzó el rostro y sonrió apenada, regresando su vista inmediatamente a lo que fuera que estaba sobre su regazo.

Isabella dio un par de pasos titubeantes hacia Carmen, poco a poco quedó a su vista una pequeñita de no más de seis meses; consu piel color chocolate, su cabello rizado y negro y unos curiosos ojos obscuros mirándola con detenimiento desde su privilegiado lugar mientras era amamantada por la joven sirvienta. Isabella abrió sus ojos y boca por la impresión.     

— ¿Ravenna? ¿Qué… qué significa esto? — tartamudeó viéndolas a las tres.

—Permíteme explicarme.

—Por favor— pidió Isabella asombrada con la pequeña niña.

—Tú bien sabes que a finales de mes voy a las comunidades arrasadas por las guerras territoriales y ayudo a los afectados como puedo.

—Sí, lo sé.

—En mi última visita… encontré a ésta pequeña.

— ¡Ravenna, pero si tu última salida fue hace más de quince días! — chilló sorprendida—. ¿Desde entonces has estado ocultándomela?

—Sí, bueno…— Isabella suspiró.

—  ¿Ravenna, podrías terminar de explicarte, por favor?

—Sí, corazón. La encontré abandonada prácticamente a su suerte, nadie de la aldea se hacía responsable, deberías haberla visto, Bella: mal vestida, desnutrida, despeinada… deplorable. Estuve investigando, supe que sus padres murieron y la única persona que respondía por ella era su abuela; una señora mayor que apenas se valía por sí misma. Me ofrecí a ayudarla a ella y a la niña, me ofrecí a traerla…, pero se negó dijo que el tiempo ya había pasado sobre ella, que no quería morir lejos de la tierra que siempre fue su hogar. Bella, ella me rogó que tomara a la niña y que… yo… la…— la voz de Ravenna estaba rota por su llanto.

—Te pidió que terminaras con su sufrimiento— Ravenna asintió, envuelta en llanto.

Fue entonces cuando Isabella comprendió la gravedad del asunto. Por un instante vio reflejadas ambas situaciones: Ravenna que había perdido lo más preciado en una absurda guerra y esa bebita inocente que se había quedado sin nada bajo la misma situación. Viendo la carita dulce de esa pequeña que nada tenía en el mundo, la misma que juraba dar cariño al por mayor y ser plenamente feliz como recompensa con quien se compadeciera de ella y la ayudara a salir adelante.

Isabella avanzó hacia Ravenna y la envolvió entre sus brazos, llorando en sintonía; su corazón de madre no podía contra aquel acto de compasión, de haber estado en su lugar hubiera hecho lo mismo.

— ¿Estás segura de que está totalmente desamparada? — preguntó Isabella rompiendo el abrazo.

—Sí, he regresado en varias ocasiones y… sólo era su abuela.

— ¿Era? — Ravenna asintió, Isabella bajó la mirada con pesadumbre—. ¿Ya la ha visto un médico?

—Sí, está mucho mejor a como la encontré, sólo necesita ganar un poco más de peso— Isabella asintió.

— ¿Por qué me la ocultaste? — preguntó con aflicción.

—Lo siento. Realmente no sé por qué lo hice.

Isabella se giró hacia la pequeña, la cual dejó de comer al sentirse observada, se sentó relamiendo sus pequeños labios y balbuceó, viéndola con una sonrisa.

—Hola— murmuró Isabella, la pequeña sonrió encantada y estiró sus bracitos para que la cargara.

Con una enorme sonrisa, Isabella la tomó entre sus brazos y la meció con dulzura.

— ¿Nos vamos a quedar con ella? — preguntó Isabella a la sonriente Ravenna que asintió sin saber qué más decir—. ¿Cómo se llama? — dijo perdiéndose en la inocente mirada obscura.

—No lo sé, aún no la he llamado de ninguna manera— contestó Ravenna

— ¿Ha comido bien? ¿El médico no dejó cuidados especiales para ella? — la creciente preocupación de Isabella y lo rápido que le tomó cariño a la pequeña les resultó de lo más tierno a Carmen y Ravenna.

—Es una niña muy glotona, señora. Me ha ayudado mucho con… bueno, usted entiende— respondió Carmen.

— ¿Es verdad, hermosa? ¿Eso es cierto, princesa? — la nenita rió encantada de los mimos de Isabella y jugueteó con el cabello chocolate que quedó al alcance de sus deditos—. Tenemos que ponerla cómo una princesa para que reciba a mis suegros. Vamos a mi habitación para cambiarla junto con Anthony— dijo maravillándose de nuevo con la inocencia de sus balbuceos y sonrisas.

Mientras la habitación de Isabella se convertía en el lugar común para embellecerse, Ravenna y ella se ponían al día con respecto a la condición de la pequeña nueva inquilina y miembro de la familia y preveían su futuro en el imperio con Ravenna  como su madre adoptiva y Alice y Bella como hermanas putativas.

Esa noche, vestidos en sus mejores galas, los señores del imperio recibieron al matrimonio Cullen. Rosalie, Jasper, Emmett, Jacob y Victoria fueron invitados a la esplendorosa cena de bienvenida, formando una gran familia.

Edward sentado a la cabeza del comedor miró a su alrededor las sonrisas, la alegría desbordada a raudales por sus seres queridos, sintió la mano de su amada entrelazada con la suya y vio en su mirada castaña el amor que le profesaba; entre los presentes estaban dos almas inocentes, dos seres que sabía que alegrarían su vida y fue ahí, con ese perfecto cuadro ante su mirada, que se dio cuenta de que podía ser feliz, que los ciclos tormentosos se estaban cerrando por completo, que no había más que temer y que ese era el inicio de su final feliz.

Esme y Carlisle, los padres de Edward, se ganaron la simpatía de todos casi al instante. Ravenna y Esme se entendieron perfectamente, tenían el mismo sentido de protección y maternidad; mientras que Carlisle quedó prendado de las promesas en inversiones que hacía Emmett.

Cada uno estaba en su mejor momento. Emmett y Rosalie disfrutando en plenitud su matrimonio, viviendo con alegría y añorando un futuro rodeado de muchos hijos; Jacob y Victoria, aún enamorados como novios, besándose furtivamente de cuando en cuando; Alice y Frederic, a pesar de cualquier cosa, felices; Edward y Bella, en la mejor etapa de sus vidas; Ravenna, encontrando una segunda oportunidad en su pequeña hija adoptiva; Jasper siguiendo sus sueños; y ahora Esme y Carlisle, que llegaban a complementar el amor familiar.

Los Cullen por una cosa u otra alargaron su estancia y entre eventos sociales, cenas de negocios, inversiones y de más; sus días se hicieron semanas y sus semanas meses. En ese tiempo aprendieron a apreciar la vida tranquila en el imperio, los paisajes de otoño que casi eran de invierno y sobre todo, aprendieron a amar sin medida a su pequeño nieto que cada día rebosaba más alegría con sus interminables sonrisas encantadoras de mejillas roboradas.

Anthony y Emma, como habían decidió nombrar a la pequeña, crecían juntos como si en verdad fueran parte de la misma familia. El imperio estaba impregnado con felicidad hasta en el último rincón, la alegría de los pequeños gobernaba a cada integrante de la imponente construcción y hacían los días cada vez más hermosos y únicos. Anthony estaba cerca de cumplir los seis meses y era todo un remolino, cosa que sólo pudo haber heredado de su impaciente tía Alice.

Una de tantas noches Isabella regresó agotada de la habitación de Anthony, con un largo suspiro se dejó caer en la cama y se acomodó entre las mantas. En ese momento Edward salió del baño, aún con un par de gotas coronando en su cabeza, deslizándose cadenciosamente por su cuerpo, deleitando la vista de Isabella.

— ¿Por fin se durmió? — preguntó Edward sentándose al lado de ella.

—Sí. No quería sucumbir ante el sueño— dijo ella con sorna—. Pero finalmente le ganó el cansancio— Edward sonrió de tan sólo imaginarlo—. Amor, mañana Ravenna, Alice y yo saldremos por unos encargos. ¿Necesitas algo?

—No. Sólo necesito que cierres tus ojos.

— ¿Qué? — preguntó ella divertida.

—Cierra los ojos— con una sonrisa y cierta duda plasmada en su rostro, Isabella obedeció y cerró sus ojos.  Poco después sintió el peso de algo suave sobre sus manos y los abrió de nuevo lentamente.

—Edward— susurró al ver la caja de terciopelo sobre sus manos.

—Ábrelo— incitó con impaciencia.  

Al abrirlo encontró un precioso diamante que refulgía al mínimo movimiento, engarzado con una delicada cadena de oro. Era una joya hermosa, como nunca había visto en su vida.

—Está precioso— dijo ella tomándolo entre sus dedos.

—No supe de qué otra manera expresar lo mucho que te amo, una joya así es el precio mínimo de tu amor. Cada día contigo hace que te ame más y desde que llegó Anthony a nuestras vidas no hago otra cosa más que admirarte. Eres la mujer más maravillosa, la mejor madre, la mejor compañera y eres mía— dijo él con tanta vehemencia que Isabella rompió en llanto.

—Y tú eres todo para mí junto con nuestro hijo. Gracias, Edward. Te amo— dijo antes de lanzarse a sus brazos para darle un beso intenso que le llegó hasta el alma.

Adorándose, amándose con la fuerza de mil tormentas, comenzaron con un acto desesperado de amor. Con premura desapareció todo rastro de las ropas que cubrían sus cuerpos, Edward se separó levemente, tomó el regalo que le había dado a Isabella y se lo puso; admirando por un instante el cuerpo desnudo de su amada que sólo portaba la joya, embelleciendo su piel con pequeños y hermosos reflejos. Luego de eso se dedicó a adorarla con labios, manos y cuerpo; haciéndole el amor innumerables veces esa noche,  hasta que sus cuerpos no dieron para más, hasta que sus energías se agotaron.

**

La salida de las mujeres del imperio se limitó a un par de diligencias, los pequeños de la casa se había quedado bajo los cuidados de Esme, la madre de Edward, y Carmen; Edward y Carlisle habían salido casi al mismo tiempo que ellas hacia la casa de Emmett a cerrar un par de tratos.

Impaciente por regresar a casa, Isabella apresuró a Alice y Ravenna. Subieron al coche y con la orden de ir lo más rápido posible, Frederic emprendió la marcha.

Isabella decidió mirar por la ventanilla y disfrutar del camino, si se unía a la plática tendría tiempo de pensar y desesperarse cada vez más para estar al lado de Anthony.

Cuando estaban por salir del área comercial del pueblo, en los últimos edificios de almacenes hubo algo que le paralizó el corazón, algo que estaba segura que no estaba ahí, tantas veces que había pasado por el mismo lugar le aseguraban que aquello no podía ser producto de su imaginación, le siguió con la mirada hasta que se perdió.

Ahí, en la muralla de aquel olvidado almacén, el monótono marrón se veía contrastado por una insignia casi demoniaca, plasmada en tinta negra estaba una rosa, como floreciendo a un mal presagio.

Al llegar al imperio Isabella corrió desesperada en busca de Edward, no había llegado aún. Con un mal presentimiento salió en busca de Anthony, lo encontró plácidamente dormido en la cuna que había en su habitación, suspiró con alivio y pasó sus dedos por el cabello rojizo de su pequeño. Se sintió de lo peor al ver su expresión tan dulce y pacífica, tan inocente, ajeno a las tontas alucinaciones de su madre.

Caminó hacia la ventana, cuando escuchó la puerta cerrarse. Se giró sonriendo, esperando encontrarse con Edward.

—Pensé que ya habías regresa…do— dijo perdiendo su voz.

Frente a ella estaba el demonio mismo, en forma de piltrafa humana. Aro la miraba con su rostro desfigurado en una horrible máscara, se acercaba a ella cojeando, su cuerpo entero estaba contorsionado en dolorosos vestigios que algún día fueron parte íntegra de él.

—Así que estás resguardando a tu bastardo— dijo con un odio que hizo temblar los huesos de Isabella.

Su instinto le gritaba que brincara como una leona frente a la cuna y defendiera a su hijo con su vida, si fuera necesario. Pero su raciocinio le indicó una mejor opción: mentir.

—Sí. Es un maldito bastardo— dijo con palabras ácidas que amargaban su lengua.

— ¿Pero por qué hablas así de tu querido retoño, Isabella? — preguntó con sarcasmo.

—No es mi retoño.

— ¿Ah no?

—No. Mi hijo… — su voz se quebró notablemente—. Mi hijo murió al nacer, éste no es más que el hijo de una de las criadas.

— ¿Qué haces tú con él, entonces? ¿Tu querido marido lo aprueba?— inquirió dudando de sus palabras. Ella sintió la sangre hervir de la sola mención del Edward.

—Él pensó que dándome a otro sería feliz, pero no es así.

—Entonces… no te importará si lo mato ahora mismo— dijo desenvainado una navaja de entre sus ropas.

—En lo más mínimo— Isabella ni se inmutó, sólo rogaba que Aro no se acercara lo suficiente a la cuna para poder ver el parecido del niño con ella.

Se giró para darle la espalda, calculando sus movimientos por el rabillo del ojo, para saltarle encima si era necesario.  Cuando dio un paso hacia la cuna le dio la cara y se acercó a él, antes de que fuera demasiado tarde.

 — ¿A qué has venido, Aro? Haz lo que tengas que hacer y márchate de una vez— dijo acercándose a él peligrosamente.

Los ojos desfigurados en increíbles ángulos la miraron con odio.

—Vengo a cobrar venganza. Por culpa del maldito Edward Cullen me he convertido en esto— dijo haciendo un ademán a su persona—. También fue su culpa que yo haya perdido lo único que valía la pena: Ravenna.

— ¿Ravenna? — ella no pudo ocultar la sorpresa en su voz.

—Sí. La perdí gracias a él, su maldito ejército acabo con su carruaje— espetó con coraje.

Isabella pensó en decirle la verdad, que ella estaba viva, que estaba mejor que nunca y que por ningún motivo regresaría al lado de él. Pero luego pensó en Emma, en Alice y hasta en su propio hijo; si algo le pasaba a ella, Ravenna era la más indicada para hacerse cargo de ellos.

— ¿Cómo estás tan seguro de eso? ¿Y si está viva y te cree muerto?

—Es verdad que pude haber muerto, pero no lo hice. No podía sin vengarme de ustedes que me quitaron TODO lo que más quería, fue difícil, pero aquí estoy.  Y no creo que esté viva, estaría buscándome o esperándome.

— ¿Cómo sabes si huyó lejos de ti?

—No, ella me amaba. ¡Jamás me haría eso!

— ¿Conoces el amor? — preguntó ella sin poder creerlo.

— ¡Ya cállate! — gritó jalándola del cabello—. Tú no sabes nada— dijo entre dientes, llenando el rostro de Isabella con su fétido aliento.

La llevó fuera de la habitación a trompicones, ella forcejeó pero increíblemente él mantenía su fuerza. Mientras caminaban por los inusualmente vacíos pasillos del imperio, Aro le relató lo fácil que le resultó estudiar la seguridad de la casa y burlarla, cómo se había escondido en la parte olvidada del lugar y la forma en la que la asechó hasta tenerla justo como la quería. Le prometió horas de tortura, flagelaciones que la harían desear no haber nacido y prometió hacerla suplicar piedad, piedad hasta morir.

Cuando atravesaban medio patio trasero, una multitud de hombres los rodearon, Edward al frente de ellos; como buen chantajista, Aro se escudó con el cuerpo de Isabella, prometiendo dañarla si se acercaban a él; hizo dudar a Edward con sus sentimientos hacia ella, prometió matarla ahí mismo  si ordenaba cualquier estupidez. Edward entre su desesperación y el rostro de sufrimiento de su amada, mandó a sus hombres a dar un paso hacia atrás. Aro aprovechó su última oportunidad, sabiendo que sería de igual forma perseguido; cuando llevaba la suficiente ventaja la abandonó para huir de nuevo y planear el golpe maestro.

Edward la encontró, dio órdenes de seguir a Aro; luego tomó el cuerpo tembloroso de Isabella y la llevó bajo el resguardo del imperio. Al llegar reprendió a los guardias y extendió una gran alerta. Se reunió con sus hombres de batalla en una junta extraordinaria, pidió refuerzos a sus contactos y se comunicó inmediatamente con Emmett y Jacob, que sin dudarlo se unieron a la causa. En ésta ocasión los elementos de justicia estaban alertas, apoyando la caza del desalmado que tenía que rendir cuentas ante la ley.

Ya entrada la noche regresó a su recámara, tomó a Isabella entre sus brazos y la acurrucó en su regazo, abrazándola con fuerza. Se pusieron al tanto sobre lo que había pasado, relataron sus versiones y Edward le contó lo que harían en contra de Aro.

—Mañana al amanecer, junto con mis hombres, me iré a buscarlo— Isabella asintió sobre su pecho.

— ¿Cómo supiste que estaba aquí? — susurró ella.

—Ravenna. Ella lo vio entrar a tu habitación, se acercó e intentó entrar, pero no pudo. Cuando llegué me alertó, puse a todos en movimiento y estaba por derrumbar la puerta cuando salieron, los seguimos, en el patio lo acorralamos y el resto ya lo sabes— dijo con monotonía, evitando más detalles, tratando de olvidar el mal momento.

—Aún no puedo creer que esté vivo— dijo Bella con temor.

—Ni yo.

—Estoy comenzando a odiar el invierno— se quejó ella después de un momento de silencio, llorando sobre el pecho de Edward.

—Yo también, yo también— dijo recordando en sintonía que sus peores momentos, los más angustiantes, los habían vivido en invierno.

—Ten— dijo Isabella tendiéndole a Edward el diamante que le había regalado—. Quiero que lo lleves contigo.

—Claro— dijo Edward tomándolo, para después darle un beso en los labios—. Amor, tengo un plan…, hace tiempo que lo he estado pensando y quiero que me ayudes. Escucha muy bien lo que te digo— ella asintió y puso atención a las palabras de Edward, saberlo lejos, siguiendo a Aro, desamparándola por días enteros la hizo llorar aún más.

Cuando terminaron de hablar Isabella fue por su hijo, lo tomó en brazos, lo acurrucó en su pecho y se acostó con él; Edward los abrazó a los dos y prometió en silencio terminar con la pesadilla para darle lo mejor a sus razones de ser: el amor de su vida y su hijo, su más grandes tesoros.

Al otro día, justo al amanecer, una campaña inmensa partió del imperio, dejando caras tristes y llantos detrás. Llevándose el fulgor del último día de otoño, para dejar la soledad de un frío invierno.

Lentamente los días pasaban, alargando la tortuosa espera, se recibían escuetas noticias en notas que Frederic hacía llegar cada que regresaba por provisiones al imperio; cada vez estaban más lejos y más tardadas eran los regresos de Frederic. Haciendo más agonizantes los días.

Edward se había ido, como una casi imperceptible brisa matutina de invierno, como el último rayo de luz del sol, exactamente igual que los pétalos de las flores al marchitarse e irse sin rumbo fijo donde los lleva el viento. Partió dejando tras él el recuerdo del más infinito y puro amor, los sueños de una vida eterna, la deliciosa dulzura de la felicidad y la plenitud con sabor a gloria. El brillante y prometedor futuro que tenían planeado se esfumó, con cada metro recorrido se hacía más invisible aquel sueño mutuo, con cada paso que los alejaba se veía más roto y desquebrajado el corazón. Sus almas no tendrían paz, nunca podrían olvidar. Pero a pesar de todo, no podían caer hincados ante la desdicha, no podían dejarse vencer por el dolor, porque había un motivo, un motor que los impulsaría a vivir y el único recuerdo de que su amor era real, de que nada había sido un maravilloso sueño y que todo, absolutamente todo, era fruto de los hermosos recuerdos del pasado.

Cada noche Isabella se quedaba despierta hasta que sus ojos no daban para más, esperando que Edward entrara, la llenara de besos y caricias prometiéndole que todo había terminado. Y cada despertar era como un golpe agónico de realidad; al amanecer ella se torturaba recordando el maravilloso sueño en el que Edward estaba a su lado, en el que él acariciaba su cabello, la despertaba con el más dulce y delicado beso, luego ella abría los ojos y se encontraba con su perfecto rostro pulido con una pluma de ángel como cincel y con una sonrisa más perfecta que cualquier otra que pudo haber visto; siempre era el mismo, noche a noche su mente se empeñaba en recordárselo una y otra vez. Aquel maldito sueño era su único momento de gozo, tenía que seguir adelante con una intensa ansiedad carcomiéndosela de a poco, suspirando de la nada y con la esperanza siempre presente. Ellos debían ganar esa batalla.

Cuando Frederic no llegaba, las noticias caían de repente como cascadas de chismes y fragmentos fantasiosos con un toque de realidad. Ella trataba de trazar su mejor versión con aquellos relatos que le decían que él estaba en un pueblo vestido de indigente, que cabalgaba en un corcel robado, que estaba alojado en escondites proporcionados por sus aliados, que se hacía pasar por un mercader en carreta, que vendía vino en una esquina o que era un ave nocturna que se ocultaba con recelo de los rayos del sol y las miradas curiosas. Sólo una persona sabía la verdad, sólo existía una versión, un propósito y un por qué. Sólo uno.

Los días seguían consumiéndose de a poco, agónicos, eternos, dolorosos. La calma no terminaba de llegar cuando una nueva angustia inundaba el corazón de Isabella. Eso no era vivir. Poco a poco, el tiempo se fue acumulando hasta que pasaron semanas sin saber nada de él. Tratando de calmar un poco sus nervios se entretenía haciendo cualquier cosa en las horas de siesta de su pequeño hijo: leer, pintar o bordar, por ejemplo. Justo se dedicaba junto con Alice a la tarea de dar vida con sus hilos a un dibujo de flores, cuando escuchó un estruendo indicando la estrepitosa entrada de alguien, no tardó en escuchar los pasos que pegaban la carrera y a Frederic llamándola a gritos.

— ¡Señora Cullen! ¡Señora Cullen!— decía la desesperada voz masculina.

Isabella dejó de lado lo que hacía y alzó la vista hacia la puerta al tiempo que él entraba agitado.

— ¿Qué pasa, Frederic?— preguntó poniéndose de pie.

—Es…es…— trataba de explicarse aún sin aliento.

— ¿Qué cosa?— incitó ella a que continuara.

—El señor— dijo en un suave murmullo. De sólo imaginar lo que tenía al pobre hombre en tan alterado estado el corazón le dio un vuelco, se llevó una mano al pecho y su respiración se agitó con anticipación a lo que venía.

— ¿Qué pasa con él?— preguntó con cautela.

— ¿Qué sucede?— dijo Alice posicionándose cerca de Bella, viendo a Frederic con cara de duda.

—El señor Edward tuvo un accidente un par de días atrás— explicó. A Isabella se le salió el aire de los pulmones, Alice la auxilió ayudándola a mantenerse en pie.

— ¿Cómo pasó?— preguntó Bella.

—Dicen que estaba por los poblados del sur con su carreta de mercader y que obtuvo una pista que lo llevaría hasta Aro. Pero para llegar a él tenía que pasar por el precario camino de acantilados, varios aldeanos vieron cómo los caballos perdieron el control y lo mandaron directo a las rocas. Quedó… irreconocible. Lo siento mucho, señora— dijo bajando la mirada con pena.

— ¿Cómo están seguros de que es él?— preguntó Bella con el corazón encogido de dolor y las incontenibles lágrimas a punto de derramarse a raudales por sus mejillas.

—Sus pertenencias— dijo rebuscando en el bolsillo de su saco. Isabella contuvo la respiración esperando que sus peores temores se hicieran realidad.

Puso una mano de frente a su mirada, la abrió lentamente y ella no pudo hacer otra cosa más que dejar salir un gemido de dolor, voltear el rostro y ceder al llanto. Delante de ella habían quedado expuestos tres motivos suficientes como para creer que aquella aberración era realidad: el reloj de bolsillo de Edward, el diamante que ella le dio antes de partir y su argolla de matrimonio. Isabella se permitió llorar desconsolada entre los brazos de su hermana, luego compuso un poco su semblante, alzó el rostro y vio cómo el dolor se tatuaba en la mirada de Frederic. Con mano temblorosa retiró las tres joyas de la mano del hombre.

—Gracias— susurró con la voz enronquecida.

—Lo traerán en tres días, el señor Emmett se está haciendo cargo de todo.

—Gracias— susurró de nuevo.

—Lo siento, señora. Lo lamento mucho— Isabella asintió, sintiéndose abatida.

—Te puedes retirar, Frederic— dijo Alice con voz pausada. Él asintió, dio media vuelta y se fue.

Isabella se abrazó a Alice y lloró con todos los sentimientos que tenía contenidos. Dejó salir el dolor del adiós, el sabor amargo del último beso, la incertidumbre del día a día, la agonía del mañana y el temor a lo inevitable. Si tan sólo hubiera sabido que tendrían que llegar a eso, que tendría que guardar tantas cosas en su interior de seguro hubiera disfrutado más cada segundo al lado de su amado Edward.

—Calma, Bella. Ya pasó, ya terminó— prometió Alice meciéndola entre sus brazos–. Tienes que ser fuerte por tu bebé, no queremos que sienta la tristeza de su madre, ¿cierto?— Isabella asintió, bufando mentalmente, de seguro el pobre Anthony ya había sentido la desesperación de su pobre madre.

—Todo salió tal y cómo él quería— aseguró Bella con voz estrangulada.

—Así es— Bella puso la argolla de Edward junto al diamante y dejó que Alice lo acomodara alrededor de su cuello —Ahora tendremos que prepararnos para recibir el féretro y disponer todo para las personas que acudan al sepelio— Isabella asintió y se dejó guiar por los pasos de Alice.

Los tres días pasaron con suma rapidez, Isabella estaba enfundada con ahínco en su papel de viuda, esperando con expectación la aparición de aquella caja de madera que se llevaría parte de su vida hasta el más profundo abismo. Los recuerdos y las promesas se hicieron presentes como una llamarada apasionada tatuada en su piel, haciendo erizar cada terminación nerviosa de su ser. En el gran salón esperaban muchas personas para darle el último adiós a un féretro sellado, igual que el pacto de amor que nunca termina o la promesa del mañana que siempre vive en el día a día.

Cuando la puerta principal del salón se abrió, uno a uno los presentes se giraron para observar con pena cómo aquella fragmentada existencia se abría paso hasta quedar frente al lugar en el que quedaría dispuesto el féretro. Hubo palabras reconfortantes, hubo leves caricias tranquilizadoras y hubo un sentimiento general que lo inundaba todo: dolor.

Al poco tiempo se escuchó un alboroto entre el silencio, una llegada. Isabella tomó tanto aire como lo permitieron sus pulmones, dio un último suspiro y se preparó mentalmente para interpretar una escena desgarradora, una que sería tan natural, que sacaría a flote sus sentimientos; esa misma que sabía que no podría contener porque era real, lo estaba viviendo, todas esas personas que la rodeaban estaban ahí con el mismo fin, el motivo de su desdicha estaba a punto de aparecer. Cargaron despacio el ataúd, Isabella clavó sus ojos en la pieza de roble que tenía el motivo de su amargura en su interior, tragó en seco el nudo de su garganta y observó detenidamente cómo ponían cada cosa en su lugar, como pieza de rompecabezas. Después de algunos minutos los sirvientes se alejaron, permitiendo que Isabella pudiera despedirse.

Dio un par de pasos titubeantes, luego se abrazó con fuerza a la tapa de roble, desgarrando el ambiente con un grito agónico y amargas lágrimas que empañaban su vista y quebraban su alma. Tan sólo de pensar que ahí debía estar aquello que una vez fue el amor de su vida, uno a uno los pedazos de aquel ser maravilloso y perfecto que tanto le había dado y que viviría en sus recuerdos hasta que llegara el momento de verlo de nuevo. No existía peor condena que vivir el resto de su vida añorando con locura el pasado y tener que seguir con fortaleza hacia el futuro; sin tener que derrumbarse, con la frente en alto. A partir de entonces, su vida estaba condenada a estar a la mitad, a recordar por siempre su amor eterno.

Esme lloró con desdicha a su único hijo, se dejó consolar por el mar de abrazos que podían apenas reconfortarla. Y con monotonía marchó al paso de la multitud para decir adiós a una caja que se llevaba toda una vida dentro, coronando con decenas de flores un aposento que terminaba con todo.

Isabella pasó los siguientes días en un desquiciante silencio, inmersa en sus pensamientos, sintiendo el corazón frío como la nieve de invierno, consumiéndola cada maldito día, envolviéndola de un monótono gris. Lo poco que se sobreponía era con su hijo, que hacía su mejor esfuerzo por no parecer desesperada o inquieta ante él. Pero en la soledad de sus noches se permitía llorar hasta que sentía su garganta desgarrada de dolor y sus lágrimas agotaban su cuerpo hasta hacerla sucumbir en sueños inquietos.

Hubo varias noches en las que todos aquellos que en algún momento se consideraron amigos se reunían en el imperio, casi todos, siempre faltaría Edward. Su voz bromeando con Emmett, Jasper y Jacob; sus adulaciones a su primas Victoria y Rosalie; los cariños a su cuñada Alice; las palabras de agradecimiento hacia Ravenna; el respeto hacia sus padres; los mimos que siempre le hacía a Emma; y las más dulces palabras de amor para Anthony e Isabella. Siempre ese vacío en el viento, siempre esa nostalgia como un nudo en la garganta.

Casi una semana después del sepelio, una notificación oficial llegó al imperio. Finalmente, Aro Vulturi había caído en manos de la ley, había sido condenado a muerte y el fin a la pesadilla de muchos era totalmente cierta. Ese día Isabella estaba en su habitación y mandó llamar a Ravenna para hablar con ella.

—Tengo algo que confesarte— dijo Isabella esperanzada.

— ¿Dime?

—Es sobre… Edward— eso llamó la atención de la rubia.

— ¿Qué pasa con él, cariño?

—Él prometió volver, dijo que regresaría por mí y por Anthony. Ravenna, Edward va a regresar. Dijo que cuando todo terminara regresaría a casa— las palabras de Isabella la inquietaron de sobremanera—. Bella, cariño, él está…

—Vivo. Yo sé que él está vivo.

—Bella…

—Es verdad— la vio directo a los ojos, tratando de convencerla de su locura—. ¿Me crees?

—Sí, cariño. Te creo— mintió. Abrazó a Isabella, para que no viera su rostro al tratar de reprimir un sollozo.

Inmediatamente, Ravenna cambió de tema, haciendo que Isabella olvidara su desvarío. Cuando Ravenna salió Alice la esperaba afuera.

—Ravenna, ¿qué quería? — preguntó con curiosidad.

—Alice, ella… se desquició— dijo abrazándola, rompiendo en llanto sobre su hombro.

Jacob y Carlisle, los hombres de la casa, se enteraron de la desdichada noticia y convinieron un viaje para distraer a Isabella del encierro en el imperio. Acordaron salir lo más pronto posible y llevarla a pasear, alejándola de tantos recuerdos, del dolor por la separación, del sufrido amor.

Más tarde le prepararon un té a Isabella, Alice se encargaría de acompañarla esa noche, ya que había sufrido una gran impresión al saber la noticia de Aro. Encontró a su hermana recostada, viendo fijamente la cunita donde dormía Anthony plácidamente, justo a su lado.

—Ten— dijo Alice ofreciéndole el té.

—Gracias— Isabella se sentó, lo bebió con rápidos sorbos y se acostó de nuevo—. Alice, ¿te vas a quedar conmigo?

—Sí, hermanita— dijo acostándose a su lado. Pasó un brazo por la cintura de Isabella, abrazándola como cuando eran niñas y tenían miedo.

—Alice, Ravenna no me cree.

—Ya lo sé, me dijo sobre lo que hablaron.

—Tú sabes que es verdad.

—Claro, hermanita. Ahora duerme que es tarde, mañana tenemos que prepararnos para el viaje al que nos quiere llevar Jacob— Isabella se acurrucó y se dejó envolver en sus sueños.

Al siguiente día, entrada la mañana, Isabella llevó a su hijo de casi nueve meses al salón principal, lo acomodó en su regazo y lo meció frente a una ventana mientras veían el paisaje nevado.

— ¿Anthony? — el pequeño giró el rostro hacia su madre—. Él va a volver, juró que lo iba a hacer— dijo al bebé que la veía atento, él sonrió, manoteó y rió encantadoramente; robándole una sonrisa sincera a Isabella.

 

 

**********

 

Bueno, no tengo mucho qué decir.

Sólo gracias. Sé que se sorprendieron y que había dicho que serían dos capítulos, pero sí, ÉSTE ES EL CAPÍTULO FINAL.

Acabo éste proyecto, así como termino con un ciclo en mi vida. GRACIAS.

Aún falta el epílogo, sé que habrá quienes no querrán ni siquiera volver a verme ni en pintura, lo siento. Sólo les puedo decir… que la esperanza es lo último que muere.

Espero volver a encontrarnos.

Besos de bombón.

 

 

Capítulo 16: NUEVO AMANECER Capítulo 18: ESPERANZA

 
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