Deep Passion (+ 18)

Autor: vickoteamEC
Género: Angustia
Fecha Creación: 22/05/2012
Fecha Actualización: 15/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 25
Comentarios: 154
Visitas: 39365
Capítulos: 18

T E R M I N A D A

El amor profundo y sincero se refugia en un extraordinario sentimiento de pasión. Desbordante y descontrolada pasión, aquella que te hace perder la cabeza, la misma en la que juegas el corazón.

 

 

Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, la trama es propiedad de mi alocada imaginación.

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Capítulo 5: FRENESÍ

 

 

CAPÍTULO III

 

 

Isabella salió de la biblioteca casi corriendo, atravesó los pasillos a paso veloz y se detuvo en seco en el recibidor. Estaba tan agradecida como sorprendida por la repentina llegada de su amigo, su cómplice y compañero. Era real, estaba ahí, la miraba con alegría, le dedicaba una sincera sonrisa y abría los brazos para recibirla con gusto. Ella sonrió aliviada, se lanzó sobre aquellos fuertes brazos que la aguardaban y se dejó envolver en un fuerte y emotivo abrazo.

—Volviste— dijo ella con alivio y alegría.

—En ningún momento dije que no lo haría— contestó esa grave voz masculina que tanto había echado de menos.

—Pero fue tan rápido.

—Te dije que apenas sentirías que había pasado el tiempo— Isabella se acurrucó más entre sus brazos y enterró la cara en el hueco de su cuello.

Edward respiró profundo, trató de controlar el hervor que sentía fluir por sus venas, la escena frente a sus ojos era demasiado para su propia seguridad. Se plantó con firmeza, irguió la postura y caminó con estruendosos pasos firmes.

Isabella se paralizó un instante entre los brazos que la sostenían, apretó los ojos y deshizo lentamente el abrazo. ¿Cómo es que había olvidado el motivo de su pesadumbre? ¿Cómo era posible que se fugara de su mente el pequeño detalle de que Edward tendría que pasar justamente por ahí? ¡Qué tonta! Se recriminó mentalmente, temiendo girarse y encontrarse con su amenazante y furiosa mirada.

Los pasos resonaban con gran estruendo, acercándose cada vez más. Sí, definitivamente ese andar era de Edward, ¿cómo olvidarlo? ¿Cómo olvidar el sonido que esperaba cada tarde con ansias? ¿Cómo olvidar las noches que aquel mismo, aunque más amortiguado, se colaba por los pasillos de su vieja casa? El mismo sonido que la hacía estremecer con anticipación a lo que pasaría en cuanto los pasos dejaran de escucharse justo a un costado de su lecho. No supo ni siquiera por qué, pero un recuerdo la golpeó, como cargo de conciencia, y la llevó por unos segundos frente a una imagen que sólo veía en sueños. Su vista se nubló brevemente para mostrarle el torso desnudo de Edward mientras ella exploraba con la mirada lo que el reflejo de las velas le dejaban ver, casi pudo experimentar la sensación de absorberlo férreamente en su interior a la par de que sus dedos acariciaban la tensión de sus fuertes músculos de la espalda, para luego ella arquearse hacia él hasta rozar su pecho desnudo contra el suyo y acallar un fuerte sonido emanado desde lo más profundo de su garganta con un apasionado beso.

Isabella reaccionó al instante, se abofeteaba internamente por hacerse recordar un momento tan íntimo en una situación sumamente inoportuna. Atoró la respiración en su garganta para que su acompañante no sintiera cómo se agitaba su pecho, giró un poco la cabeza hacia un costado y por detrás de una imponente columna apareció la figura erguida de Edward, caminando a pasos exageradamente seguros, ruidosos y con el semblante más duro que jamás había visto en su cara.

Edward trató de ignorar la penetrante mirada de Bella, con tan sólo eso era capaz de hacerlo reaccionar, se maldijo por desearla tanto. Tomó una gran bocanada de aire y se convenció nuevamente de que debía serenarse. Cada vez estaba más cerca de la pareja, notó de reojo que el individuo aún no quitaba las manos de la cintura de Bella y que ella trataba de no prestarle atención. Continuó su camino hacia el salón y redujo su andar cuando estaba por quedar a la altura de Bella y su cariñoso acompañante.

—Buenas noches— dijo él con cortesía y cierto grado de petulancia.   

—Buenas noches— contestó el desconocido, regresando el saludo.

— ¿No nos presentas, Isabella? — dijo Edward con arrogancia. Bella lo taladró con la mirada, lanzándole dagas envenenadas. ¿Podía ser más impropio?

—Por supuesto— contestó ella con seguridad, alzando la barbilla. Se separó levemente de su acompañante y se acomodó entre los dos. Primero se giró hacia el otro hombre.

—Él es Edward— dijo indicándolo con la mano, hablándole con dulzura al tipo que segundos antes estuvo a punto de ser degollado por las propias manos de Edward—. Edward, él es Jacob— dijo hablándole con indiferencia, haciéndolo enfurecer.

Obviamente, no despotricaría contra Bella con aquel individuo, el tal Jacob, frente a ellos. Se limitó a contener las llamaradas de furia en su interior, hizo centellear sus dientes con una enorme sonrisa hipócrita y ofreció su mano con todo el porte y elegancia que siempre lo acompañaban. Inmediatamente su saludo fue correspondido, el apretón de  manos se hizo más fuerte de lo estrictamente necesario, el orgullo afloraba de un lado y la arrogancia del otro, creando un denso ambiente que hacía que se respirara el más puro egoísmo en el aire. Era como si en ese preciso instante se hubiera sellado un pacto a muerte: uno, luchando por obtener una alianza que beneficiaría sus intereses, y el otro, codiciando la lujuriosa pasión de un bello cuerpo.

— ¿Qué es lo que te ha traído a tan selecta fiesta, Jacob? — preguntó Edward con altanería.

—Podría preguntar exactamente lo mismo— Jacob sabía que no era de su incumbencia, la pregunta le resultó detestablemente impropia y no supo el motivo exacto, pero desde el instante en que Edward apareció lo clasificó como un rival.

—Eso es algo que no te importa, Edward— intervino Isabella—. Jacob, ¿nos vamos?— dijo deshaciendo el saludo que se había prolongado entre ellos. Ella pasó su brazo entre el que le había ofrecido Jacob para guiarla hacia el salón, mientras Edward se limitaba a escoltarlos como un vil lacayo.

Edward no se cansó de maldecir al par que iba frente a él, mientras taladraba con la mirada los suaves vaivenes de los movimientos de Isabella. Ella sabía perfectamente que el escozor en su nuca era provocado expresamente por la mirada de Edward, respiró profundo sabiendo que tendría que controlarse y que debía aguantar la sensación por el resto de su estancia.

La música se elevaba como una pululante bruma sobre los murmullos de las distinguidas damas, las risas de las bromas privadas en los pequeños grupos de caballeros y las sonrisas y coqueteos de las jóvenes damiselas. Las notas invadían cada rincón; las enormes mesas perfectamente alineadas y dispuestas a ofrecer los más excelsos bocadillos y deliciosos postres; los lacayos paseando entre los invitados convidando las más exquisitas y espumosas bebidas, la variedad de los más finos vinos y los más sabrosos néctares naturales; cada superficie perfectamente pulida, las doradas molduras brillando en todo su esplendor, los hermosos y elaborados tapices pulcramente colocados; resultaba apabullante tanta perfección y belleza en un simple salón. Isabella admiró la obra maestra que había organizado y sonrió orgullosa.

Los valses estaban por comenzar, Isabella subió a un pequeño estrado al final del imponente salón, llamó la atención de todos, hizo un brindis en agradecimiento a la presencia de cada uno de ellos y anunció el inicio del gran baile de la noche. Después indicó a sus sirvientes que entraran; ellos, como un ejército, se deslizaron en perfecto orden hasta los invitados, ofrecieron una máscara o antifaz a cada uno; los antifaces de las damas eran color crema, rosa, celeste, tenían pequeñas piedras y cintas doradas en los bordes y delicadas ornamentaciones; los de los caballeros eran totalmente lisos y blancos, algunos elegían antifaz, algunos otros una máscara que cubría como un antifaz y la mitad del rostro, mientras que otros usaban una máscara completa. Isabella, por supuesto, usaba el antifaz más hermoso de todos, era la única que resaltaba en el lugar; el suyo era negro, con piedras brillantes a la mitad, cintas doradas y plateadas al borde y algunas hermosas plumas perfectamente acomodadas que se elevaban hasta el nacimiento de su cabello.

Con ayuda de Alice, que ya estaba resguardada tras su lindo antifaz, quitó su despampanante y fino sombrero para acomodar el antifaz sobre su rostro. Anteriormente podría haber lucido simpática e inocente con su disfraz; pero ahora su porte era sofisticado, engreído y enigmático. Una mano se ofreció a ayudarla a bajar la pequeña escalinata, se encontró con la hermosa sonrisa de Jacob, a pesar de su media máscara podía reconocer ese simpático gesto. Ella regresó la sonrisa, tomó su mano y se deslizó con gracia escaleras abajo. Cuando estuvo al nivel de los demás, esperó a que el último de sus sirvientes se desvaneciera por detrás de la columna que ocultaba a la puerta de servicio, sonrió a los invitados y al son de las suaves notas previas se deslizó entre la fila de asistentes para colocarse a la cabeza de todos ellos. Se giró en un fluido movimiento, a la par de su acompañante, encaró a las miradas y sonrisas expectantes, con un asentimiento de cabeza indicó a los músicos que comenzaran, ella irguió la postura, dedicó una mirada cómplice a Jacob que le sonrió e hizo una leve reverencia con su cabeza. Isabella se preparó para dar los primeros pasos, cuadró los hombros y sonrió; Jacob mantuvo la mano entrelazada con Bella apuntando hacia enfrente a la altura del pecho y la otra detrás de la espalda.

Los músicos comenzaron a soltar las melodías en un glorioso compás, Isabella dio los primeros pasos, encabezando la coreografía. El baile comenzó con todo el esplendor que fue posible, se veía a las damas girando y danzando de lo más sonrientes de la mano de algún misterioso caballero. Jacob guiaba a la perfección los pasos de Bella, como si hubieran sido pareja de baile desde siempre, como si aquel no fuera su primer vals juntos. Fenomenal. Llegó un momento en la coreografía en la que debían hacer giros y movimientos elegantes, hasta terminar entre los brazos de algún otro caballero para después regresar con el vaivén de la música hasta su primer pareja. Isabella quedó sobre los brazos de algún invitado que aduló su gratificante presencia, su exquisito gusto y bendijo su suerte por poder cruzar un par de palabras con su anfitriona; ella contestó con cortesía y siguió los movimientos que indicaba la música.

Giró una vez, dos, tres y sonrió cuando sintió que un par de brazos la atrapaban en el siguiente giro. Entre semejante multitud, Jacob la atrajo de nuevo a su cuerpo abrazándola por la espalda, pegándola más a él, meciéndose al ritmo de las notas; o por lo menos eso creyó. Esa inconfundible esencia le heló los sentidos, se tensó y apretó los ojos tratando de pensar que lo estaba imaginando. Ella debía estar teniendo una pesadilla con los ojos abiertos, ¡se suponía que regresaría a Jacob, no a él! Llegó el momento de encararlo, con una caricia en su cintura la hizo girar para apretarla contra él, ahora de frente. Isabella escrutó el rostro, pero no pudo asegurarse de la identidad, ya que usaba una máscara completa. Pero su escrutinio se detuvo al perderse por un instante en la profunda mirada color esmeralda que la atraparla enfebrecidamente. No podía ser otro más que Edward.

Él se maldijo un instante por haber tomado una estúpida máscara completa. Justo en ese instante, ahí, al centro de la pista, sin las miradas concentradas en ella, pudo haber borrado con un lujurioso beso la línea escasa que rodeaban sus labios. Odiaba no verla sonreír, le enfurecía casi frenéticamente que en sus ojos ya no chispearan la alegría y la inocencia de hacía varios años. Sus labios parecían arder en un escozor cargado de deseo que amenazaba con derretir su máscara hasta crear un hueco que le permitiera cumplir con su obstinada fantasía. El rencor en la mirada castaña de Isabella lo atravesó como una violenta llamarada, ella estuvo a punto de vibrar en sus brazos, pero se contuvo, no se involucraría con él. No otra vez.

Al verse imposibilitado de labios, actuó con sus manos. Empezó por pasear sus dedos por la espalda hasta que el roce se hizo electrizante, sonrió tras el resguardo de su máscara cuando sintió cómo la piel de ella se erizaba bajo sus dedos. ¡Maldito!, pensó Bella al ver en su mirada cómo se regodeaba por aquella involuntaria reacción. La provocaba con recuerdos que la atormentaban como un torbellino apasionado, quiso apartarse de golpe y terminar de una buena vez con aquella insufrible excitación que a la larga podría tener el sabor más dulce y placentero que pudo probar jamás. Ella trabajó arduamente en mantener tranquila la respiración y no dejarse estremecer entre sus brazos, aunque claro, con el vaivén del baile un minúsculo escalofrío podría pasar desapercibido. Los dedos de Edward se abrieron paso más abajo, aferrando la cintura suavemente, Isabella pudo sentir cómo él palpaba con ahínco su abdomen y subía tortuosamente lento. Se permitió jadear de anticipación, ella sintió que su piel ardía por debajo de su ajustado corsé, el deseo nublaba sus sentidos, tenía la necesidad de gritarle, de pedirle que terminara de posar su gran mano sobre su bien redondeado pecho que aclamaba febril por la más mínima sensación de fricción, quería acallar el tumulto de pasión que estaba por matarla de tanta espera.

Apenas sintió la suavidad con la que él acunaba aquella ínfima parte de su ser que aclamaba por atención, al igual que el resto de su piel; cuando se permitió perderse en el pozo de sus ojos. Percibió aquel amago de sonrisa burlona en su mirada, se maldijo mil veces por ser tan estúpida y débil, lo maldijo a él por provocarla. Dio un manotazo para retirarle la mano, giró al son de la música y salió despavorida del lugar; dejándolo ahí, sólo, al centro de la pista y sin tener ni una jodida idea de qué demonios había sido aquello.

Isabella huyó, refugiándose en la oscuridad de los pasillos. Trató de recomponerse, su respiración errática, sus manos sudorosas, un leve temblor que la sacudía haciéndola comparar con una volátil hoja de papel. Apretó los ojos en un intento de concentración, sólo consiguió fantasear con Edward. Abrió los ojos de golpe y se sacó el antifaz de un tirón.

— ¡Maldito seas! — gruñó entre dientes, dando un codazo a la pared e ignorando el lacerante dolor.

Edward se quedó paralizado un instante mirando a la nada, pensó en vaciar su lengua con miles de improperios dirigidos al excelso demonio vestido de ángel que él mismo se había permitido acariciar apenas un segundo antes. Se contuvo cuando una pequeña dama con un exquisito vestido de diseñador lo acompañó por el resto de la pieza. En cuanto la última nota sonó él salió como poseído tras la fuente de su deseo. Comenzaría a  poner en marcha el plan que había maquinado: enloquecerla hasta hacerla rogar por placer.

Isabella caminó a paso decidido hacia el único lugar en donde podía imponerse y alzarse a todas sus anchas: la sala de servicio. Alineó a sus sirvientes, les exigió e impuso sus órdenes para que atendieran a la perfección a sus huéspedes. Se irguió orgullosa y prácticamente vociferó hasta el más mínimo detalle que debía ser cubierto. Todos se encogieron ante las estrictas órdenes de su ama, asintieron sin siquiera mirarla y, curiosamente, no osaron refutar absolutamente nada, no se atrevían a debatirle.

Caminó de regreso al gran salón, para el final de la opulenta reunión y para despedir a los múltiples invitados. En un recodo estuvo a punto de pegar un fuerte alarido cuando sintió que la jalaban hacia la obscuridad, pero la suave mano que la hacía delirar se encargó de ahogar sus gritos.   

—No grites— pidió él en su oído, ella bufó y asintió.

— ¿Qué demonios quieres, Edward? — farfulló con coraje.

Él no contestó, simplemente se dedicó a derretir las capas de tela con la mirada, causando inmediatamente un intenso bochorno que la abrazó desde el centro de su ser hasta la punta de los pies, elevándose hasta colorear su rostro de un intenso carmesí. Edward, ya despojado de su máscara, clavó la mirada en los incitantes labios entreabiertos que soltaban débiles resuellos de sorpresa y una creciente atracción que estaba a punto de hacerla suspirar. Él alzó la mano y la dejó descansar suavemente sobre la delicada mandíbula de Isabella, pudo sentir cómo ella tensaba la quijada y apretaba los ojos. Edward sintió que el escozor en su mano se amainaba en cuanto la acarició, ella aún no podía controlar el hervor en sus venas. Los choques eléctricos entre su proximidad resultaban en una hoguera apasionada que sólo había una forma de apagar. Ambas fantasías se elevaban sobre sus cabezas, fundiéndose en un solo deseo, añorando el mismo erótico contacto que apagara las llamas que consumían con ardor su interior.

— ¿Dónde has dejado tu sonrisa? — dijo él deslizando su mano desde su mejilla para acariciar sus labios con los dedos.

Ella se estremeció, sólo atinó a suspirar y cerrar de nuevo los ojos, disfrutando de la sensación. Sintió la delicada piel de sus labios resecos  encendiéndose al paso del majestuoso roce. Las ansias locas de lanzarse a sus brazos no se hicieron esperar; la sola idea de arrastrarlo a su habitación, la urgencia de palpar cada centímetro de piel y probarla con abrazadores y sensuales besos… la trastornaban; la fantasía estaba por enloquecerla. Entonces, su raciocinio y parte común la hizo girar hacia su realidad, se apartó de golpe, no se expondría ni expondría a Edward de esa manera.

—No vuelvas a hacer algo similar a esto. Jamás— sentenció ella con la firmeza de siempre.

—Y tú no olvides que me cobraré lo que pasó en la biblioteca— su profunda voz amenazante pudo haberla paralizado, pero no lo hizo.

Isabella bufó con furia y dio media vuelta, resonando sus pasos por todo lo ancho de los pasillos.

Se adentró con ímpetu en el salón, llamó a sus doncellas y las llevó a la privacidad de su despacho. Alice la siguió como si nada, con la misma seguridad de siempre; en cambio Tanya, se sintió intimidada por la imponencia del lugar.

—Tenemos que prepararnos para despedir a los invitados. Tanya, llama a Maggie— ordenó.

—Sí, señorita— dijo haciendo una reverencia, para luego girar sobre sus talones.

Alice la siguió con la mirada, cuando estuvo segura de que estaban completamente solas se giró hacia Isabella.

—Ya quiero que esta pesadilla acabe— confesó a su adorada doncella.

—Bella… hay algo que quiero contarte.

— ¿Qué pasa, Alice?

—A mitad del baile de máscaras bailé el final de una pieza con un hombre que… bueno, no estoy segura, pero su mirada me recordó mucho a…

—Edward— completó con pesar.

— ¡Sí! ¿Lo has visto? — Bella asintió—. ¿Qué te dijo? ¿De qué hablaron? — urgió.

—Nada en especial, Alice. Lo he estado evitando— ella la miró con los ojos como platos.

— ¿Por qué? — rugió con enfado.

— ¡No voy a inmiscuirlo en esto!

—Bella… si le contaras…

— ¡No! — chilló. Alice la vio con aprensión.

— ¿Entiendes que estás dejando escapar una gran oportunidad? Podríamos contar con su apoyo. Bella, ¡él podría protegernos!

— ¡Que no! ¿Es que no lo ves? No quiero exponerlo, quiero alejarlo de mí. Temo por su seguridad. Si algo llegara a pasarle por mi culpa, por protegerme, no me lo perdonaría jamás— Alice asintió.

—Pensé que podríamos buscar refugio en Edward si… él… busca venganza y…

—Ni lo nombres— atajó Bella–. Pero no, jamás le haría eso a Edward. Además, para eso estoy liada con Jacob.

—En serio, me aterra. Vi una oportunidad en Edward y…

—Entiendo. Lo siento. Pero como ya te expliqué, quiero a Edward fuera de esto. Aunque no estemos seguras de nada, no me gustaría que estuviera cerca si él aparece, Jacob sabrá qué hacer— Alice asintió a sus palabras.

—Jacob— susurró Alice—. ¿Cuándo van a…?

—En la cena de mañana— acotó Bella.

— ¿Oficialmente?

—En el baile de los Black.

— ¿Bella? — ella encaró a Alice, la cual estiró una mano para acunar el rostro de Bella—. A pesar de todo, del tiempo y la distancia… ¿aún lo sigues queriendo? ¿Bella, tú lo amas?— ella suspiró y cerró los ojos. Cuando inhaló buscando el aliento que le faltaba, unos golpes en la puerta interrumpieron. Bella se separó de Alice.

—Adelante— dijo Isabella autoritaria.

—Con permiso—dijo Tanya pavoneándose hasta colocarse a un costado de Alice.

—Buenas noches, señorita— saludó Maggie. Isabella apenas la miró y asintió a modo de saludo.

—Te quiero en el pasillo de mi habitación para cuando termine de despedirme de los invitados.

—Sí, señorita.

—Espero no tener que bajar de nuevo por algún inconveniente con el resto de los empleados— dijo con firmeza.

—No los tendrá.

— ¿Puedes asegurarlo?

—Estoy segura, señorita— Isabella la escrutó con la mirada.

—Bien, puedes retirarte— dijo al fin, después de su análisis.

—Sí, señorita— Maggie hizo una reverencia y salió a afinar los últimos detalles y correr escaleras arriba a esperar a Isabella.

—Acompáñenme— dijo con firmeza dirigiéndose a sus doncellas.

Ya en el salón, tomó su lugar sobre el pequeño estrado, agradeció a los músicos por amenizar la velada. Se dirigió a sus invitados con encanto, dijo lo complacida que se sentía con su presencia y prometió un baile próximamente. Se abrió paso entre la multitud para dirigirse a la salida, casi en la puerta se vio interceptada por la figura de Edward. Él se plantó frente a ella, tomó su mano entre una de las suyas, reencarnado la hoguera en su interior.

—Espero que mi habitación sea la que está al lado de la tuya— dijo en tono socarrón, ella lo interrogó con la mirada plantada en su semblante sorprendido–. Sí, también me hospedas ésta noche— él le sonrió encantadoramente hipócrita, hizo una perfecta reverencia y depositó un sensual beso en sus nudillos.  

Ella bufó y retiró su mano de un tirón. Avanzó furiosamente por el pasillo, echó una hojeada a sus sirvientes, percatándose de que sus órdenes se seguían al pie de la letra y subió con Alice y Tanya pisándole los talones. Caminaron por el pasillo, ahora acompañadas también por Maggie, Isabella no dejaba de repasar cada detalle en cuanto al hospedaje de sus más selectos invitados, la sirvienta asentía y afirmaba absolutamente a todo. En un momento de silencio, Tanya vio una oportunidad para comenzar a alardear de lo sucedido esa noche, de lo bien que se la pasó en su primer baile, de lo hermosa que se sentía con aquel vestido de ensueño y pudo seguir y seguir, a no ser por la interrupción de Isabella.

—Tanya, agradezco que guardes tus comentarios sobre ésta noche para el momento en el que te lo solicite— la aludida se sorprendió, luego asintió y agachó la mirada—. Gracias— dijo Isabella indiferente, incluso un tanto ruda. Por supuesto, aplacando la larga lengua de su doncella de una noche e imponiendo su apreciable lugar como ama y señora.

—Puedes retirarte, Maggie— indicó a la mujer.

—Con permiso, señorita— dijo haciendo la infaltable reverencia de despedida.

Al llegar a su habitación, Isabella abrió la puerta permitiendo la entrada a Alice, Tanya sonrió e hizo ademán de seguir los pasos de Alice, pero la mano de Bella la detuvo.

—Agradezco tus servicios de ésta noche. Puedes retirarte, Tanya— dijo un poco menos fría que con Maggie.

—Sí, señorita— contestó y se retiró con la segunda derrota de ese día sobre sus hombros.

En el resguardo de la habitación, Alice reprendió a Bella por su arrogancia y casi mal trato al resto de sus empleados. Isabella se preparó para dormir y prometió una larga charla en cuanto fuera posible. Se recostó tratando de convencerse por todos los medios que debía descansar y olvidar los sinsabores de la noche.

A pesar de que tenía un par de horas engañándose a sí misma, dando vueltas y cambiando de posición; sabía perfectamente que no estaba totalmente inconsciente, que había una ínfima parte de su mente despierta y que eso era suficiente para estar alerta de lo que había a su alrededor. Encontró una posición lo suficientemente cómoda como para intentar, por fin, sucumbir un profundo sueño y alejar de tajo el sopor que la tenía acorralada en su propio cuerpo. Estiró un brazo por encima de su cabeza, el otro lo dejó descansar sobre su estómago por encima de las mantas, estiró lo más que pudo una pierna de forma vertical y flexionó la otra hacia un lado.

Cuando estaba a punto de ceder, creyó sentir una leve brisa, esa misma que sólo se levantaba cuando la puerta de su habitación era abierta, pero aquello era imposible, ella mismo echó llave antes de acostarse. Por más que aguzó el oído no escuchó el más mínimo movimiento, respiró profundamente, en un intento de relajarse y olvidar su paranoia. Cuando de nuevo estaba por caer en las profundidades de un pesado sueño, sintió claramente un peso extra a un lado de su gran cama, eso era demasiado, escuchó cómo sus latidos comenzaron a hacerse frenéticos a la par de su respiración agitada. Se sentía paralizada, le pedía a su cuerpo despertar por completo, estar alerta, pero su mente no lograba dominar a su cuerpo y sólo lograba sentirse más frustrada a cada segundo.

Con delicadeza sintió una mano deslizarse por su mejilla hasta presionar sus labios en un firme agarre, Isabella abrió los ojos de golpe, intentó girar su rostro hacia aquel que asaltaba su intimidad esa noche, pero la mano la imposibilitó, sintió su aliento golpear su nuca; antes de siquiera escucharlo reconoció su esencia, aquella que recordaba de memoria y la torturaba como un fantasma noche tras noche.

—No grites— susurró él. Ella por más que quería no podía controlar su corazón desbocado y su respiración agitada.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó cuando él la soltó, lo dijo con firmeza que sonó a temor.

—Shhh, no hagas ruido. Alguien podría escucharnos— por más que lo odiara debía admitirlo, él tenía razón, ¿cómo podría explicar su presencia en su habitación?

—Lárgate— ordenó en un leve y casi ininteligible susurro.

— ¿En verdad quieres que me vaya?— susurró él en su oído con tanta sensualidad que creyó que se desmayaría.

Eso era jugar sucio. Sus labios se abrieron paso por la extensión de su cuello, acariciando tortuosamente su piel, encendiendo con una leve chispa una creciente hoguera, él logró remover su armadura para dejarla indefensa, como si estuviera expuesta a una temible y feroz bestia. Los labios de Edward delinearon el contorno de su delicada y femenina mandíbula, ella cerró los ojos con fuerza cuando lo vio aproximarse con deliberada lentitud hacia sus labios. Se odiaba por desear con tanta fiereza que lo hiciera, que por fin se dignara a consumar ese anhelado beso que tenía torturándola desde hacía tantos años. Cuando creyó que había pasado mucho tiempo y él no había posado sus labios en los de ella, Isabella abrió los ojos para encontrarse con esa mirada clara e intensa oscurecida por el deseo. Aún podía escuchar sus latidos atronándole los oídos y su respiración superficial y apenas suficiente.

Lo que iba a hacer a continuación le pareció lo más patético que jamás haya hecho, pero se permitió ser la misma de siempre: aquella mujer curiosa, deseosa, sencilla y tierna que había dejado en el olvido… su Bella.

—Por favor— dijo ella en un distorsionado resuello.

Él le dio una retorcida sonrisa, acunó su rostro con cuidado, se acercó y ella no cerró los ojos hasta que fuera real. No permitiría que su deseo se esfumara como había pasado apenas un par de segundos antes. Cuando estuvo segura de que no se detendría cerró los ojos, dejándose llevar, permitiéndose sentir. Ya después habría tiempo para recriminarse, para sentirse culpable y para tratar de borrar el momento. Aunque sabía perfectamente que eso último jamás pasaría.

Había extrañado como una condenada loca la sensación de esos perfectos labios irrumpiendo con pasión contra los suyos, de sentirse desfallecer con el húmedo y perfecto tacto de su lengua, con sentir su cuerpo al lado del de ella y cada centímetro de piel electrizado por una llamarada de ardiente pasión. Ese beso era tan glorioso, tan esperado, tan culpable como los pensamientos de sus bajas pasiones y tan enérgico que no podía ser posible concebir que pudieran darse más.

Sintió cómo una de sus grandes y perfectas manos se adentraba por entre las mantas, ella abrió los ojos instintivamente y trató de alejar aquella mano que demandaba más intimidad. Él sujetó las manos de Isabella con una de las suyas por sobre la cabeza, luego se incorporó levemente, entonces ella pudo apreciar su increíble belleza masculina en todo su esplendor, a la tenue luz de la chimenea. Para ese momento el frío que sintió un par de horas atrás, cuando el cielo amenazaba con partirse en dos en una torrencial lluvia, se había esfumado. Se sentía cálida, sensible y acelerada. Se perdió en la intensa mirada que la tenía hipnotizada, sintió su piel erizar cuando él se acercó lentamente a su cabeza, pensó que la besaría de nuevo pero se fue de largo y rozó su mejilla contra la suya.

— ¿Quieres que me vaya? — susurró tan bajo que apenas podía creer que lo hubiera escuchado.

Con determinación cerró los ojos y apretó su labio, no quería ser testigo de la cara de triunfo de Edward. Movió lentamente la cabeza hacia los lados, sintió cómo el agarre en sus muñecas se tornó más violento, luego sus labios recorrieron de nuevo su cuello a la par que la mano libre la llevaba a atravesar el límite de la cordura, de un enérgico y doloroso tirón desgarró en dos partes el camisón de Bella y guió su mano hasta que pudo acariciarle la suave piel del abdomen. De un momento a otro él atacó de nuevo sus labios, haciendo que la postura rígida de Isabella se fuera relajando, sucumbiendo a las feroces caricias. Poco a poco las yemas  de sus dedos fueron recorriendo la piel de su torso, hasta dar con aquella suave porción de piel más sensible que el resto, ella se sobresaltó en un principio, luego dejó caer su espalda pesadamente mientras un largo gemido se escapaba involuntario por sus labios.

—Shhh— ordenó él susurrándole—. No hagamos ni un solo ruido— ella asintió sin poder negarse a cualquier mandato. A esas alturas no era consciente de otra cosa que no fuera él, en su cama, entregándole caricias, sólo él.

Se perdió en su mirada por un momento mientras la mano codiciosa reclamaba con lozanía más de su ser, ella acallaba con mucho pesar los sonidos que pugnaban por salir, atorándolos en su garganta y tragándolos uno a uno. Isabella abrió la boca desmesuradamente cuando las caricias avanzaron decididas más hacia abajo, encontrando el punto perfecto entre el deseo, la pasión y la desesperanza. Con la maestría que le otorgaba el saber de memoria los rincones de su cuerpo, Edward palpó delicadamente su intimidad, abriéndose paso con sus dedos como todo un experto, haciendo que Bella mordiera sus labios y suspirara entrecortadamente. Cuando esa caricia altanera se adentró con determinación en su ser ella creyó desfallecer ahí mismo, sin saber si quiera cómo era posible lograrlo no dejó que de sus labios saliera ni un solo resuello, sólo había respiraciones profundas, entrecortadas y superficiales.

Le importaba un carajo el después, Isabella sólo se concentraba en lo que sentía, cómo se contoneaba en silencio ante los embistes magistrales de los dedos de Edward, de lo perfecto de aquel encuentro y de lo hambrienta que estaba de él. Su mirada se conectó de nuevo con la de él, vio deseo tatuado en el brillo de sus ojos, satisfacción en el reflejo de su rostro torcido en una mueca de placer y aún más escondido, el mismo amor de siempre. Para ella no significaba nada que hubiera sucumbido a la primera, de igual manera era el único al que se había entregado totalmente, el que la conocía a la perfección, el único en todo ese tiempo que ocupaba su mente, sus sueños y su pasión. Ella cerró los ojos, relajó completamente el cuerpo, dejando que Edward acariciara hasta lo más profundo de su alma, permitiéndole mecerla al compás de sus ardientes caricias, entregándole su cuerpo como sacrificio a su pasión y, muy en el fondo, su alma en señal de amor.

Una involuntaria sacudida la hizo abrir los ojos de golpe, un nudo de sensaciones se instaló en su vientre amenazando con estallar en el momento menos esperado, se aferró con fuerza a las mantas, estaba tan concentrada que no supo en qué momento había quedado libre, él tomó su mano para deshacer el puño y llevar su mano hasta su hombro, ya ahí ella se coló por debajo de la holgada camisa hasta que pudo sentir la piel que cubría los fuertes músculos de su espalda. Llevó la otra a la nuca de él y tiró de su cabeza hasta que juntó sus rostros para poder besarlo con ahínco, tomó un puño de cabello y lo enroscó con fuerza entre sus dedos, enterró las uñas en su espalda y suspiró sobre su boca. Entonces, lo sintió, un hormigueo creciendo desde la punta de sus pies, esparciéndose como plaga por todo su cuerpo. Edward le ahogó el grito, poniendo el dorso de su mano sobre sus labios, permitiéndole morderlo hasta que pudo saborear su sangre en su boca; entregándole así, la cúspide de su satisfacción en su silencioso encuentro.

Apenas podía escucharse la sincronía de sus respiraciones, se miraron intensamente por largo rato, él no dejó de acariciar con ternura su abdomen, luego la besó de nuevo, ahora con delicadeza. Después de un rato de caricias inocentes y uno que otro beso robado, él creyó que era suficiente y se puso de pie. Isabella lo observó, luego apareció frente a sus ojos el rostro de su peor pesadilla, su mirada voló al cuerpo de Edward, su instinto le gritaba que lo protegiera. Ella pegó un brinco, se colocó frente a él sin importarle quedar expuesta, aquel siniestro rostro sonrió, indicándole que era el final. Luego, sin siquiera saber cómo sucedió, Edward se esfumó de su protección.

Isabella se removió. Abrió los ojos de golpe y por el ardor en la garganta se percató de que estaba gritando. Fuertes golpes aporreaban su puerta y la llamaban a gritos. Trató de controlar su precaria respiración, se sentó en un torpe movimiento y sintió el roce de la tela sobre su piel. Extrañada miró su camisón intacto, esperaba encontrarse totalmente desnuda o con unos cuantos jirones de tela apenas cubriéndola; su ceño se frunció, se puso de pie temblorosa y cubrió su ropa de dormir con una gruesa bata que descansaba al pie de su cama. Quería correr, apresurarse para atender el llamado preocupado de Alice, pero sus pies apenas le respondían; después sólo se escuchó silencio, pero lo que pasó después la dejó más desconcertada. La puerta se sacudió violentamente al son de la persona que estrellaba su puño con ímpetu contra la madera.

— ¡Isabella, abre la puerta! — demandó la voz de Edward con preocupación.

No supo ni siquiera cómo lo hizo, pero logró salvar la distancia que la separaba de la puerta, trastabillando, alcanzó la perilla, giró la llave y abrió para encontrarse con los preocupados rostros de Edward y Alice. Él sintió alivio al ver por fin el rostro apenas desperezado de Isabella, suspiró, puso sus manos sobre los delicados hombros de ella, la giró y penetró sus ojos con su mirada.

— ¿Estás bien? — urgió Isabella inquieta, agitada.

—Sí— dijo Edward contrariado—. ¿Tú estás bien?— ella asintió confundida, giró su rostro esperando encontrar una reciente herida provocada por sus propios dientes. Pero sólo encontró la piel lisa e inverosímilmente perfecta de Edward.

Él interpretó su mirada como un reproche, apartó las manos rápidamente y desvió la mirada.

—Deberían entrar a la habitación, alguien pudo escuchar y no estás presentable— dijo viendo a Isabella de pies a cabeza.

—Gracias, Edward— murmuró Alice y guió a Isabella al interior de la habitación.

En cuanto estuvieron tras el resguardo de la puerta, Bella se dejó caer entre los brazos de Alice y dejó en libertad el tumulto de sentimientos que se atoraban como un grueso nudo en su garganta, que le dificultaba la respiración.

— ¿Qué pasa, mi Bella? — rogó Alice mientras la guiaba para sentarla sobre el esponjoso diván al pie de su cama. Inmediatamente Bella recostó la cabeza sobre las piernas de Alice y se abrazó de ellas sin dejar el llanto.

—Una tontería— dijo entre sollozos, sorbiendo la nariz.

—Dime.

—Tuve una pesadilla.

—Oh, Bella— dijo Alice sin dejar de acariciar su cabello en un reconfortante—. Fue…con…

— ¡Ni lo nombres!— Alice se limitó a asentir.

Se prepararon para salir a atender a los huéspedes, entre el nerviosismo de Bella y sus temblores temerosos. Síntomas que amainaron en cuanto ella dio la cara a los contados invitados que aún seguían bajo el resguardo de su techo, inmediatamente regresó la imponente señorita Isabella Swan. Miró a Edward con la misma cortesía que al resto de los ahí presentes, como si esa misma mañana no hubiese estado a punto de derrumbarse por completo entre sus brazos.

Los invitó a pasar al comedor para degustar un magnífico desayuno, mientras avanzaban por el pasillo les indicó las actividades propuestas para ese día y sugirió que después de comer compartieran un agradable momento en los jardines. Aunque ella suponía que aquello sería todo, menos agradable con Edward ahí. Sin mayor inconveniente entraron al precioso y enorme comedor, fueron recibidos por Maggie y Tanya, las cuales se encargarían de que el resto del personal cumpliera con las órdenes de Isabella. Tiempo después dieron por finalizado el breve evento, satisfechos, todos se pusieron de pie y se encaminaron hacia los jardines.

Isabella se disculpó y se dirigió hacia su despacho. Edward lo vio como una oportunidad, fue tras ella, debía provocarla hasta llevarla al borde de la locura, hasta que ella se estremeciera con tan sólo el roce de su aliento en su mejilla y que sintiera tanto ardor en su piel que ni siquiera el más grande glacial pudiera aplacar. Con lo que no contaba era con que ella no estaría sola. Se refugió detrás de la gruesa puerta entreabierta tras percatarse de que nadie lo observaba.

—A la hora de la cena estaré aquí, mi bella dama— decía el tal Jacob para después inclinarse y dejar un beso en su mano.

—Estaré ansiosa por tu regreso— el hombre rió.

—Muero por dar nuestro anuncio— dijo con una urgencia que a Edward no le pasó desapercibida.

— ¿Mira quién es el ansioso ahora?— ambos rieron encantadoramente.

—Bella…— Edward sintió la sangre hervir y unas ganas locas de saltarle encima al tipo que osaba acariciar el nombre de ella con su asquerosa voz–: Alice me contó lo que sucedió ésta mañana— Bella agachó la mirada.

—Alice— siseó.

— ¿Qué? — preguntó él confundido.

— ¡No tenía por qué decirte! — ella se preguntó si Alice también le habría contado sobre Edward en su puerta, viéndola con la poca ropa que cargaba y atreviéndose a tocarla.

— ¡Por supuesto que debía! Bella…— ahí estaba de nuevo, la furia de Edward y el tono empalagoso en la voz de Jacob–: ya hemos hablado mil veces sobre esto. No voy a dejar que te haga daño— Edward se atrevió a mirar un poco más allá y vio cómo él la rodeaba con sus brazos. Se sintió morir cuando ella correspondió  aquel gesto.

—Gracias, Jake— dijo ella con total devoción que provocaba envidia.

—Todo estará bien— juró él. 

—Sólo hay algo que puedo asegurar— dijo ella enfriando gradualmente el tono en su voz.

— ¿Qué cosa?

—Su sed de codicia no es más grande que mi sed de venganza— espetó dejando a Edward mortalmente confundido.

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 4: CELOS APASIONADOS Capítulo 6: DESCARO

 
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