Deep Passion (+ 18)

Autor: vickoteamEC
Género: Angustia
Fecha Creación: 22/05/2012
Fecha Actualización: 15/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 25
Comentarios: 154
Visitas: 39357
Capítulos: 18

T E R M I N A D A

El amor profundo y sincero se refugia en un extraordinario sentimiento de pasión. Desbordante y descontrolada pasión, aquella que te hace perder la cabeza, la misma en la que juegas el corazón.

 

 

Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, la trama es propiedad de mi alocada imaginación.

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Capítulo 16: NUEVO AMANECER

 

CAPITULO XIII-II

 

—Ya estaba harta— farfulló Isabella dando bufidos de exasperación.

—Tranquila, ya estamos solos— susurró Edward colocándose a su espalda, acariciando sus brazos de forma conciliadora.

— ¡Es agotador! — se quejó Isabella—. No sé cómo no le dije un par de… cosas a… esas… entrometidas.

—Tranquila— murmuró Edward de nuevo.

—“Isabella, querida, ¡pero qué sorpresa nos hemos llevado!” “Querida, juraba que la mujer en el altar eras tú” “Isabella, eres una ingrata, ¿cómo es que no nos enteramos de tu matrimonio?” “¿Estás embarazada?” “¡Dios mío!, ¿eres la señora Cullen?” “¿Te casaste con Edward… Cullen?” — dijo sumamente irritada, imitando las cordialmente falsas voces del sin fin de mujeres que la interceptaron durante la velada.

La recepción en el imperio se alzó cómo una delicada bruma de felicidad y regocijo. Se degustaron los más exquisitos manjares, se tocó la mejor música, atendieron los mejores sirvientes, todo estaba bellamente decorado con la selección más exclusiva de flores y ornamentas de finas maderas, oro y plata; y se  ofrecieron los vinos y licores más exclusivos y costosos.

Definitivamente un sueño hecho boda, lo que toda mujer podría desear: un día lleno de lujos que permanecería intacto en su memoria por el resto de sus días. Victoria presumió su más resplandeciente y hermosa sonrisa enfundada en un hermoso vestido digno de envidiarse, y Jacob no podía estar más encantado, saludando a diestra y siniestra mientras presumía a su flamante esposa con sus invitados. Todo resultó sumamente hermoso.

Cuando fue suficiente para Isabella entre el bullicio, los incómodos interrogatorios y la máscara sonriente; se disculpó con los invitados, dejó a Alice y Ravenna al pendiente de todo y le pidió a Edward que la llevara a la comodidad de su habitación. Tenía mucho deseando la suave superficie de su cama, su almohada esponjosa y los amorosos brazos de Edward acunándola contra su pecho mientras se arrullaba con los latidos de su corazón.

Edward rió después de escuchar a Isabella explotar de esa forma, el tono con el que imitó a aquellas mujeres siempre perfectas y sonrientes le resultaba sumamente divertido.

—Tranquila— pidió Edward, rodeándola protectoramente entre sus brazos, haciéndola relajar al instante.

—Por un momento pensé en mandar callar a todo el mundo para gritar: ¡Sí, hace meses que soy una Cullen! ¡Y sí, esto no es sobrepeso, es mi vientre de embarazo… porque sí, estoy en cinta! — sintió la vibración en el pecho de Edward a causa de su risa—. Estoy agotada— dijo tras un largo suspiro.

—Vamos, tomemos esa ducha caliente que nos preparó Maggie. Les hará muy bien a los dos— Edward acarició el vientre de Isabella, depositó un par de besos en el cuello de ella y caminaron lentamente hacia el cuarto de baño.

Edward la ayudó a desvestirse lentamente, luego hizo lo mismo con su ropa; la ayudó a entrar en la tina humeante y él se colocó a su espalda con sumo cuidado. Masajeó los delicados hombros de su amada, lavó su espalda con deleite y siguió con el resto de su cuerpo, haciéndola caer en un estado total de relajación. Para cuando la secaba delicadamente, Isabella tenía los ojos a medio cerrar; Edward le puso un camisón de seda, la tomó en brazos y la metió a la cama.

—Descansa, amor— susurró Edward cuando se acomodó a su lado, dejó un beso en su frente y la escuchó dar un último suspiro antes de caer profundamente dormida.

Al siguiente día, demasiado tarde para la hora en la que siempre despertaba, Isabella abrió los ojos para encontrarse con Alice y Ravenna revoloteando por su recámara.

— ¿Dónde está Edward? — preguntó con voz pastosa.

—Abajo, despidiendo a los últimos huéspedes. Buenas tardes, hermana— saludó Alice acercándose a ella para dejar un beso en su mejilla.

—Buenas tardes, cariño. ¿Dormiste bien? — preguntó Ravenna amorosamente.

—Sí, gracias. Buenas tardes— respondió con una enorme sonrisa.

En ese momento se vieron interrumpidas por Maggie, que era secundada por un par de sirvientas; pidieron permiso para pasar y se adentraron en el baño cargadas de implementos, poco después salieron en silencio; la nana hizo una pausa y se acercó a Isabella.

—Niña Isabella, ¿desea algo especial para almorzar? — preguntó Maggie.

—Lo que hayas preparado para los demás está bien— contestó Isabella desde su lugar, sentada a mitad de la cama con la espalda recargada en el cabecero.

—Con su permiso— dijo haciendo la reverencia de siempre.

— ¡Espera! — pidió antes de que terminara de girarse—. Podrías agregar un poco de mermelada, panecillos dulces y… chocolate caliente. Lo traes aquí, por favor; hoy no bajaré, voy a quedarme en cama.

—Por supuesto. Con permiso— la nana salió directo a la cocina a cumplir con lo que le habían pedido.

— ¿Por qué te quedarás en cama? ¿Te sientes mal? — preguntó Alice rápidamente.

—Todo está bien, Alice. Sólo estoy cansada por todo lo que hicimos ayer.

—Está bien que se quede. Además, en su estado, es más fácil cansarse— concilió Ravenna mientras la ayudaba a salir de la cama.

—Quería que nos acompañaras. Ravenna quiere conocer un poco más allá de los alrededores— se quejó Alice.

—En otra ocasión nos acompañará. Estoy segura que tú y Frederic conocen perfectamente— dijo Ravenna.

—Eso ni lo dudes, Alice amaba hacer diligencias en compañía de él cuando hacía de mi doncella— explicó Isabella sonriente.

— ¿Y ya no lo soy? — preguntó Alice con fingida indignación.

—Por supuesto, siempre serás lo que tú quieras— consintió Isabella entre risas.

Mientras Ravenna la ayudaba con su baño, Alice salió con las jóvenes del servicio para dejar impecable la habitación para que Isabella estuviera cómoda en su ausencia.

Isabella compartió un momento con su hermana y con Ravenna, después ellas se despidieron para ir a su paseo. No tenían mucho de haberse ido cuando Edward interrumpió la lectura de Isabella de manera abrupta.

— ¿Por qué entras así? — preguntó Isabella viendo con los ojos muy abiertos el aspecto de Edward, como si hubiera corrido a todo galope.

— ¿Estás bien? — dijo él tomando el rostro de Isabella entre sus manos.

—Sí, ¿por qué? Edward, me estás asustando— él no contestó y se limitó a abrazarla con fuerza—. ¿Edward?

—No te vi salir con Ravenna y Alice, les pregunté el porqué y me dijeron que estabas indispuesta. Me  preocupé— ella se estiró del abrazo para poder verlo a la cara.

—Estamos perfectamente— contestó con una mirada de convencimiento y una enorme sonrisa—. Aún me siento cansada por lo de ayer. Es todo— Edward suspiró con alivio y le dio un beso a su amada esposa.

—Tengo que ir a casa de Emmett para finiquitar unos negocios, pero… si quieres puedo quedarme contigo.

—No— interrumpió Isabella rápidamente—. No es necesario. Si necesitas hacerlo, ve. Yo me quedo con la nana Maggie haciendo cualquier cosa. Hoy no ni siquiera me apetece merodear por el jardín.

— ¿Segura?

—Totalmente. Ve con Emmett y saluda a Rosalie de mi parte— Edward le sonrió.

—Claro.

Se despidieron con un beso voraz entre mínimas caricias, suspiros y palabras de amor.

Poco después de que Edward se fuera, la nana Maggie entró cargando un pequeño canasto; Isabella la miró interrogante, sólo alcanzaba a ver un par de delicados listones en tonos claros colgando de un extremo de la agarradera.

—Buenas tardes, niña Isabella— saludó cordial como siempre.

—Buenas tardes, ¿qué traes ahí, nana? — preguntó con una leve sonrisa.

Maggie se acercó más y dispuso la canastita para Isabella, ella la tomó y miró los pedacitos de tejido pulcramente doblados unos sobre otro en suaves tonos azules, amarillos y blancos.

—Oh, Maggie— susurró Isabella conmovida, sin poder resistirse tomó una de las pequeñas prendas y la desdobló con premura.

Ante sus ojos quedó un precioso y pequeño suéter azul cielo, atado con cintas al frente, hecho de elaboradas cadenas tejidas con madejas de lana suave. Isabella lo miró maravillada y sacó una a una las prendas que en un futuro usaría su pequeñito. Se conmovió tanto con el detalle que no pudo evitar soltar en llanto.

—Estás convencida de que será varón, ¿verdad? — murmuró entre sonrisas y lágrimas.

—Sí, niña. Esa pancita es de niño, definitivamente— contestó la sirvienta sonriente—. Pero no llore, niña Isabella.

—Es que esto es muy hermoso, no lo esperaba.

—Sé que no es tan fino como las cosas que usted hace…

—Es perfecto— la interrumpió Isabella—. Me gusta mucho.

—Me alegra que le guste. Cuando ayudaba a Carmen a tejer para su bebé…

— ¿Quién? — preguntó Isabella, apenas recordando el rostro de aquella joven mujer.

—Carmen, una de las ayudantes en la cocina. Ella también está en cinta, tiene poco menos de un mes que usted.

—Oh, sí. Ya la recuerdo ¿En serio? No sabía.

—Sí. Es una mujer muy responsable con sus deberes, es un alivio que ella pueda ser la nodriza de su bebé, niña. Considérela, así no tiene que buscar a alguien fuera del imperio…

—No— interrumpió rápidamente—. Yo no quiero nodrizas para mi bebé. Aunque no dudo que sería estupenda. Gracias por la recomendación— Isabella admiró de nuevo el regalo—. Nana, ¿me podrías enseñar a hacer ésta puntada? — solicitó mostrando una de las prendas.

—Por supuesto, mi niña.

Más tarde ambas estaban sentadas una al lado de la otra, con sus tejidos a medio comenzar; Isabella atenta a cada revés, cadena, punto doble o remate; y Maggie, con la paciencia de sus años, explicando a su sobresaliente aprendiz. Cuando cada una estaba absorta en sus proyectos Isabella tuvo una idea.

— ¡Maggie! Eres partera, ¿verdad?

—Sí, niña. He ayudado a nacer a muchos de los jovencitos que ve por el imperio— el rostro de Isabella se iluminó con el ingenio de su idea.

— ¿Podrías… revisarme? Estoy impaciente y no quiero esperar a mi cita con el médico— pidió con ojos iluminados.

—Por supuesto, niña— contestó la nana con una sonrisa.

Entusiasmada, Isabella se recostó sobre su cama y dejó que Maggie la auscultara. Como era de esperarse, todo iba de maravilla, el pequeño crecía sano en su interior y, según la experiencia de Maggie, tenía buen tamaño.

A partir de ese día el tiempo se consumió rápidamente. Cuando Isabella menos imaginó, Edward instaló una bella cunita al lado de su cama; Alice, Ravenna, Maggie y ella hacían colchas y ropita casi a diario; comenzaron a llegar regalos de sus allegados y conocidos; y conforme pasaban los días el vientre de Isabella se abultaba más y más.

El verano se abrió paso con su imperiosa presencia, trayendo con él notorios cambios de clima, con otra gama de colores en el ambiente y las lluvias pertinentes a la época.

El embarazo de Isabella estaba en su punto cumbre, sólo esperaba día tras día desde su habitación a que su pequeño milagro se abriera paso a la vida.

—Amor, por la tarde regreso— dijo Edward despidiéndose de ella, que se encontraba cómodamente sentada en el sofá del recibidor de su habitación.

—Ve con cuidado.

—No quiero ir— dijo Edward como un niño.

—Emmett y Jasper te están esperando para cerrar esa nueva negociación, tienes que ir. No te preocupes por nosotros, Alice, Ravenna, Maggie y hasta el mismo Frederic están al pendiente. Además, tú regresas más tarde— dijo ella conciliadora, pasando una mano por el rostro de Edward.

—Cuídate mucho y no vayas a la planta baja, por favor— pidió él.

—Hace días que no bajo, con ésta barriga ni siquiera miro por dónde piso, mucho menos veo la escalera. Pierde cuidado— dijo ella sonriente.

—Prometo volver lo más rápido que pueda— dijo Edward acercándose a ella para dejar un dulce beso sobre sus labios.

—Te amo— murmuró Isabella sobre los labios de su esposo.

—Y yo los amo a ustedes— contestó él sonriente.

Ella lo vio marchar desde la ventana de su habitación que daba hacia enfrente, con un suspiro regresó al sofá y tomó uno de sus libros para matar un poco el tiempo. En cierto punto de la lectura su mente vagó en el pasado, poco menos de un mes atrás, cuando tejía en compañía de Ravenna y Maggie.

Isabella estaba por terminar una linda colcha azul a la que había dedicado mucho tiempo, de repente una de las sirvientas irrumpió la reunión con una estrepitosa entrada. Llamó la atención de Maggie, que poco después entró disculpándose por tener que retirarse, Carmen estaba de parto.

— ¿Qué? Pero, es muy pronto. Inclusive para mí lo es— dijo Isabella alarmada al saberlo.

—A veces pasa, niña. Iré a verla— Isabella asintió consternada y elevó una plegaria silenciosa para que todo saliera bien.

Inevitablemente sus nervios se dispararon cuando supo el estado en el que se encontraba la sirvienta, ella apenas había logrado sobrevivir a un caótico y largo parto… y su pequeño no logró sobrevivir.

Con un movimiento de cabeza trató de desterrar los malos recuerdos y acarició amorosamente su vientre, tratando de calmar los movimientos inquietos de su hijo, que parecía haber percibido su angustia.

Alice llegó poco después a hacerle compañía y a mitigar el tiempo antes de que Edward llegara.

Un par de gotitas cayeron sobre la ventana, llamando la atención de Isabella; cuando se acercó a ver encontró el cielo encapotado de espesas nubes negras que auguraban una tormenta, deseó que Edward llegara antes de que comenzara el aguacero y se retiró del cristal.

La noche cayó y con ella una lluvia torrencial, era de suponerse que Edward no regresara, lo más seguro era que el camino de casa de Emmett al imperio se viera impedido por la fuerte lluvia. Se acostó inquieta, brincando cada poco a causa del estruendo de los truenos y sintiéndose más extraña conforme pasaba el tiempo; cosa que atribuyó a la ausencia de Edward. Muy entrada la madrugada, con breves instantes de sueños profundo, cansada de una noche agitada e inquieta, se dio cuenta que había un leve dolor en su cuerpo que había estado presente desde hacía tiempo, algo que nada tenía que ver con su impaciencia de estar con Edward o con los estremecimientos que le arrebataba la tormenta. Cuando un fuerte trueno se abrió paso, Isabella dio un grito de dolor, confundiéndose con el estruendo del cielo.

Quiso moverse, quiso salir de la cama y pedir ayuda, pero los espasmos de dolor la gobernaban y le impedían el mínimo movimiento. Por alguna coincidencia divina Alice entró a su habitación, la miró doblada de dolor y corrió en busca de ayuda. Maggie llegó apresuradamente seguida de Ravenna, la nana le pidió a Alice que mandara a Frederic inmediatamente por el médico. Había llegado la hora del parto.

Sin importar la tempestad, Frederic salió del imperio a todo galope.

Edward se aventuró a tomar uno de los caballos de Emmett y sin importar nada más salió disparado hacia el imperio a primera hora por la mañana, algo le decía que debía estar con Isabella. Salvó la distancia como pudo y llegó cerca del mediodía en medio del aguacero. Aventó las riendas del animal al primer empleado que se le puso enfrente, atravesó la puerta corriendo y siguió de largo por las escaleras, cuando llegó a la habitación vio a algunas muchachas de la servidumbre entrando y saliendo, se apresuró un poco más y llegó a la cama donde yacía Isabella jadeante y visiblemente cansada.

—Ya estoy aquí, amor— dijo tomando la mano de Isabella.

—Estás muy frío— dijo ella entre jadeos.

—La lluvia— dijo él con media sonrisa, la besó en la frente y se giró hacia Ravenna, que fue a la primera que vio cerca—. ¿Cómo va todo?

—Bien, tardado, pero bien. Por lo que nos ha dicho está de parto desde ayer en la tarde y ha avanzado bastante desde entonces— algo en su mirada no lo convencía.

—Amor, iré a cambiarme de ropa— dijo Edward a Isabella.

—No me dejes sola— pidió suplicante.

—Vuelvo en un momento— besó de nuevo su frente y se giró, llevándose a Ravenna con él—. ¿Llamaron al médico?

—Sí, dudo que alcance a llegar con ésta lluvia. ¿Tú cómo lo hiciste? Por lo que me dijo Alice los caminos se cierran y es muy peligroso. ¿Estás bien?

—Fue complicado, pero sí, estoy bien. Lo importante es… ¿quién va a atenderla?

—Maggie, recuerda que ella es partera— Edward asintió.

—Hay algo que no me dijiste, ¿qué es? — demandó con seguridad. Ravenna suspiró, oprimiendo el corazón de Edward con temor.

—Para el avance que ha tenido ya es para que el bebé hubiera bajado, es más, ya debería haber nacido…

— ¿Qué pasa? — preguntó Edward alarmado.

—El parto es algo… complicado— explicó Ravenna con temor en la mirada—. Pero es primeriza, es normal que se complique un poco— dijo dando la esperanza que ambos necesitaban.

Alice ayudaba a Maggie y Ravenna mientras atendían a Isabella; Edward fue mandado a esperar en el pasillo y con la impaciencia de sus sentimientos merodeaba de un lado a otro, como un león enjaulado. Las horas pasaban eternas, cansadas y agonizantes; cayó la noche y él no sabía nada de lo que pasaba en el interior de la habitación. El caos y la tormenta que no menguaba sólo conseguían angustiarlo más. Alice salió cargando una bandeja con agua ahora fría y mantas manchadas de color bermellón; con la puerta entreabierta logró percibir el alarido de dolor que dio Isabella al viento, llenando los oídos de Edward con desesperación. 

En un momento de locura Edward traspasó el umbral casi a la fuerza y se adentró en la habitación; pese a las protestas de Maggie y de Ravenna, se resistió a salir.

—No, por favor. Que se quede— pidió Isabella entre gemidos.

—Por favor— suplicó él viendo a Ravenna directamente a los ojos.

—Está bien— asintió apresurada—. Sostenla— pidió ayudándolo a acomodarse detrás de Isabella.

Edward acudió a su lado con la preocupación y el miedo escondidos detrás de una falsa sonrisa y una mirada desesperada; la tomó de la mano, pasó su otra mano por la febril frente de su amada y le prometió que todo estaría bien. Cómo pudo se instaló a su espalda, sirviéndole de apoyo, intentando con desespero sostener su agotamiento. A él no le importaba nada más que estar con su amada, aguantar su peso y repetirle al oído que estaba con ella, que todo saldría bien. Bajo las instrucciones de Maggie acomodaron a Isabella contra el cuerpo de Edward y le pidieron que la ayudara a mantener las piernas abiertas. Ya que estaba acomodado escuchó los susurros, que de seguro eran imperceptibles para Isabella, algo pasaba con el bebé y tenían que sacarlo cuanto antes.

La esperanza de Maggie pendía de un hilo con respecto a la vida del bebé y la vida de Isabella. En una maniobra de último recurso, Ravenna subió sobre el vientre de Isabella, con sus últimas fuerzas, y el apoyo de Edward, la hicieron pujar para sacar al bebé. Maggie se movía con precisión mientras Isabella tomaba fuerza desde lo más profundo de su ser, dando su mejor esfuerzo, Edward ejerció presión sobre sus piernas, retrayéndolas; mientras Ravenna siguió empujando hacia abajo con sus manos y Alice (que Edward no recordaba en qué momento regresó) pasaba la indumentaria que Maggie le solicitaba.

Ravenna dio un paso hacia atrás, Edward la sostuvo y alcanzó a ver cómo se asomaba la cabecita del bebé, después salió un brazo, luego otro…, tenía medio cuerpo fuera, pero Isabella estaba agotada, daba su último aliento. Ravenna hizo presión nuevamente, con un último alarido sin fuerza Isabella pujó, entregando su última reserva de energía, expulsando el cuerpo inerte de un pequeño ser… flácido entre los brazos de Maggie, quien hacía lo mejor que podía para reanimarlo; suspiró y Edward vio en su mirada la desolación, la pérdida de expresión en sus ojos. Él ahogó su llanto apretando los ojos y mandíbula. Isabella, entre su debilidad, pidió en un susurro apenas perceptible que le permitieran verlo y preguntó qué era; con voz rota Maggie le dijo que era un varón y sin dejar de frotar enérgicamente la espalda del pequeño lo puso sobre el pecho de su madre, ella frunció el ceño.

— ¿Por qué no llora? — susurró. Edward y Maggie intercambiaron una mirada de profunda tristeza.

Ravenna sustituyó las manos de Maggie y no dejó de frotar al pequeño; el cual, de repente movió una piernita, tomó un gran respiro y gritó, soltando un llanto fuerte que retumbó en los oídos de todos. Edward, Maggie, Ravenna y Alice se miraron, sonriendo asombrados. Cuando creían que lo peor había pasado, que todo el esfuerzo se había perdido, el pequeño respiró como por arte de magia cuando sintió las débiles manos de su madre sobre él, saludando a la vida.

Edward se removió con sumo cuidado, permitiendo que Bella descansara su peso sobre el colchón, Alice tomó al bebé para asearlo y Edward se alejó, permitiendo que Maggie y Ravenna terminaran de trabajar sobre Isabella.

Edward se acercó a su cuñada y admiró el pequeño milagro que sostenía entre sus manos, observó atento la carita de su hijo, que no deja de llorar. Cuando Alice terminó se acercó, puso al pequeño en brazos de Edward y él caminó con cuidado hacia Isabella. Ella al verlos, con su mirada de ojos entre abiertos, sonrió levemente, agotada, Edward le quería decir lo mucho que la amaba pero… sus ojos se vaciaron antes de cerrarlos. Edward la vio desvanecerse mientras él se quedaba paralizado, con su hijo entre sus brazos; recorrió con desespero el cuerpo de Isabella con la mirada, luego bajó la vista hacia el pequeño bultito sonrosado que dormía en sus brazos.

El tiempo se detuvo, todo dejó de tener sentido, el mundo se paralizó. A sus ojos; su razón de ser, su vida, su amor… se había ido. Y el único motivo por el que no había caído de rodillas era la personita que sostenía cuidadosamente.

Ravenna lo hizo apartarse mientras ella y Maggie se acercaron a Isabella, revisándola efusivamente. Edward, con la mirada perdida, apenas fue consciente de que le entregó su hijo a Alice. Minutos eternos pasaron antes de que Ravenna se acercara y tocara su brazo.

—Edward— él bajó la mirada—. Está bien, sólo se desmayó. Está agotada— Edward la miró aún asustado.

— ¿Se va a poner bien? — ella asintió con una sonrisa y lágrimas a punto de desbordarse—. Gracias— dijo sorprendiéndola con un fuerte abrazo.

—Ella va a estar bien. Es muy valiente— dijo Ravenna sin romper el abrazo—. Felicidades, papá.

—Papá— repitió él embelesado, separándose de ella para ir tras su hijo.

— ¡Edward! — se quejó Alice cuando se lo quitó de los brazos.

—Déjalos, niña Alice. Vayamos todas a descansar— sugirió Maggie.

Tras unos cuantos regaños a la insistente Alice, Edward paseó encantado con su hijo en sus brazos. Hasta ese momento se permitió admirarlo, tenía la forma del rostro de Isabella y su tono de piel; una suave capita de cabello rojizo, más claro que el de él; era muy pequeño pero saludable, a pesar de todo.

—Nos diste un gran susto, pequeño— le dijo en susurros—. Mira, esa de allá es tu mamá— dijo inclinándolo hacia ella—. La dejaste agotada y ella también me asustó— Edward admiró con un brillo frenético en los ojos cómo el pequeño se removía y se acurrucaba contra su pecho.

Tenerlo entre sus brazos, saberlos bien, ser una familia, todo; lo hacía sentir una felicidad inmensa. Era como si alguien hubiera abierto una ventana en su corazón, dejando entrar una ráfaga de alegría tras otra.

Ver tan profundamente dormidos a sus amores le provocó sueño, así que se acostó con cuidado al otro extremo de la cama, tratando de no hacer mucho movimiento, suficiente había sido para Isabella cuando la movieron, aún dormida, para cambiar las mantas y sábanas de la cama; acomodó a su hijo entre los dos y mirándolos se dejó envolver en la inconsciencia.  

Más tarde Ravenna llamó a Edward moviéndolo por el hombro, él despertó y sólo giró su rostro, evitando cualquier movimiento.

—Buenos días. La nodriza va a venir en un rato más, el pequeño no tarda en despertar hambriento— dijo en voz baja.

—Buenos días. Está bien, cuando venga lo tomas y se lo llevas.

—De acuerdo— estiró el cuello para ver al niño—. Es un angelito, mira cómo duerme— Edward se giró hacia él y sonrió—. Se ven hermosos, los tres— aduló con cariño.

—Gracias— susurró Edward sucumbiendo al sueño.

Ravenna sonrió, prometió regresar un poco más tarde con la nodriza y salió sigilosamente de la habitación.

Ninguno de los dos supo que Isabella apenas escuchó su conversación, aún agotada por su día de parto. No sabía qué hora era, pero por el saludo supuso que era temprano por la mañana. Edward escuchó un sollozo y abrió los ojos rápidamente, su esposa con su semblante cansado le sonreía y lloraba.

—Hola— murmuró sonriente.

—Estuviste aquí— dijo ella apenas recordando.

—Sí, no podía haber sido de otra manera. Aunque cuando caíste dormida me asustaste— acusó haciéndola reír levemente.

—Lo siento— bajó un poco más la vista y se encontró con la maravilla que era su hijo—. Es perfecto.

—Hermoso.

—Se parece a ti— susurró Isabella.

—No, a ti… aunque tenga mi cabello— dijo haciéndola sonreír.

— ¿También tiene tus ojos?

—No sé, aún no los ha abierto.

— ¿Tengo muchas horas dormida?

—Seis.

—De seguro muere de hambre— dijo sin despegar los ojos de su bebé.

Edward se puso de pie, rodeó la cama y la ayudó a incorporarse hasta que quedó sentada.

— ¿Por qué no lo has tocado? — le preguntó Edward dándose cuenta de ese detalle.

—No sé— Isabella giró el rostro hacia su hijo—. Me parece tan irreal— estiró una mano y tocó la cálida mejilla del pequeñito, hizo un puchero y un quejido—.Ouh.

—Cárgalo— incitó Edward.

Ella se estiró un poco y pasó sus manos debajo del pequeño cuerpo de su hijo, como si toda la vida lo hubiera hecho, se acomodó entre sus brazos, encajando perfectamente. Isabella lo miró embelesada, absorbiendo cada detalle, sus pestañitas espesas, sus cejas delineadas perfectamente con vellitos rojizos, el cabello debajo de su gorrito, lo pequeñas que eran sus uñas, sus manitas y pies, todo en él.

—Anthony— susurró.

— ¿Qué? — preguntó Edward, distraído por lo sublime de la imagen ante sus ojos.

—Se llamará Anthony— Edward la besó en la cabeza y acarició a su hijo con una mano—. Me gusta.

Vieron cómo el gesto del bebé se transformó hasta tener su carita arrugada por un fuerte llanto. Isabella con su instinto a flor de piel desató la parte superior de su bata, se descubrió el pecho y amamantó a su bebé.

— ¿Por qué no esperaste a la nodriza? — preguntó Edward.

—No. Éste momento es sólo mío— dijo egoísta de su hijo, sólo lo quería para ella, como siempre pensó que debía ser.

Antes de que entraran, Edward despachó a Ravenna y a Carmen.

Cuando Anthony terminó de comer se acomodaron de nuevo en la cama, para dormir en tres profundos sueños, unidos en el mismo sentido, el mismo amor. En sintonía de sueños disfrutaron del anhelado descanso, siendo esos sus primeros momentos como familia.

Las horas de angustia bien valen la pena cuando se tiene un final satisfactorio, cuando se entrega todo sin esperar nada a cambio, cuando el sacrificio obtiene su recompensa. No es amor el amor que al percibir un cambio cambia… Oh no, es un faro inmóvil que contempla las tempestades sin moverse. El amor no debe pedir, ha de dejarse llevar como lo hace el agua desde la cima de una montaña.  Es así como el amor impera en la habitación de la recién formada familia Cullen Swan, pasando por un obstáculo tras otro, sufriendo en el camino, llorando o riendo; pero al final, unidos, gobernándose por los más puros sentimientos del corazón.

 

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Citando lo que escribí por ahí les digo que es un fragmento de "Sentido y sensibilidad" de Jane Austen y un fragmento escrito por Damian (Herman Hesse) y publicado por Ariada. 

Ya llegó el bebé!! ¿Qué les pareció éste capi 13-2?

Gracias por su apoyo!! MUCHAS VISITAS EN POCOS DÍAS CON EL CAPI ANTERIOR!!!

GRACIAS!!

Gracias por los coments!! 

Besos de bombón!!!

 

 

 

Capítulo 15: DUDA Capítulo 17: CAMBIO DE PLANES

 
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