Deep Passion (+ 18)

Autor: vickoteamEC
Género: Angustia
Fecha Creación: 22/05/2012
Fecha Actualización: 15/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 25
Comentarios: 154
Visitas: 39368
Capítulos: 18

T E R M I N A D A

El amor profundo y sincero se refugia en un extraordinario sentimiento de pasión. Desbordante y descontrolada pasión, aquella que te hace perder la cabeza, la misma en la que juegas el corazón.

 

 

Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, la trama es propiedad de mi alocada imaginación.

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Capítulo 11: BODA

 

CAPÍTULO IX

 

PARTE I

 

Después de semejante muestra de amor y pasión no podían hacer otra cosa más que estar juntos hasta hacerlo casi insoportable. Edward rodeaba a Bella con sus brazos y la mantenía firme en su sitio al lado de él, a donde pertenecía.

Mientras ella dormía no podía dejar de mirarla, Bella era cómo una reliquia, su más preciado tesoro. Con un sentimiento de satisfacción inundando su ser fue cómo Edward se quedó profundamente dormido.

Alice entró muy temprano, cómo cualquier otra mañana, dispuesta a levantar a Isabella y ayudarla con su vestido. Se llevó una gran sorpresa al encontrarla enfundada en una de sus batas, caminando por todas partes en la habitación.

— ¿Bells? ¿Qué haces despierta tan temprano? ¿Estás bien? — preguntó la pequeña Alice con un tono de preocupación impreso en su voz.

—Hola, Alice. Buenos días.

— ¿Por qué tan sonriente?— indagó al ver el halo de felicidad que acompañaba a su hermana.

—Edward está aquí— Alice la miró sumamente sorprendida.

— ¿Aquí, dónde? — apremió Alice.

—Exactamente, en el baño— la boca de Alice se abrió y después de unos segundos dejó escapar una risita cómplice.

 —Supongo que el día de hoy la señorita Isabella estará indispuesta todo el día— dijo Alice insinuante y Bella asintió con una sonrisa resplandeciente—. Les prepararé la tina del baño y mientras se duchan les subiré el desayuno— informó Alice dejando en claro que ese día sería la alcahueta de su hermana.

—Muchas gracias, Alice— dijo Bella tomando sus manos entre las suyas. Su hermana le guiñó un ojo y se encaminó hacia la puerta.

—Por la tarde regresaré para traerles el almuerzo— anunció Alice y Bella asintió.

—Gracias.

Después de una, nada inocente, ducha juntos; desayunaron en la cama de Bella entre mimos y juegos tontos. Alice subió poco después para reiterarles la hora del almuerzo, sinceramente ella temía entrar en un mal momento a la habitación de su hermana; se llevó los restos del desayuno, le informó a Bella que estaría con Frederic y se retiró definitivamente, para darles privacidad.

Sin perder mucho el tiempo Bella y Edward se dedicaron a amarse con esmero, en encuentros frenéticos que sólo trataban de compensar sólo un poco el tiempo perdido. Esa mañana no hubo treguas, sólo pasión y más amor.

Después de atender cómo buena alcahueta a la pareja de tórtolos, Alice se dedicó a pasar su tiempo en compañía de Frederic. Mientras él hacía pequeños trabajos de carpintería, ella le ayudaba a remendar su ropa. Sus pláticas simples y esenciales se hicieron presentes dentro de la pequeña habitación, las risas, las miradas tiernas y las palabras de afecto también llegaron por montones. Un poco más tarde, Alice detuvo su tarea en turno, apartó el libro que leía y miró a Frederic mientras acomodaba su ropa dentro de los cajones de su viejo ropero. Al sentir la mirada insistente él volteó y la miró interrogante.

— ¿Qué pasa, mi bella dama?— cuestionó Frederic con la galantería que lo caracterizaba.

—Creo que… mereces saber la verdad. Frederic, voy a contártelo todo— dijo ella decidida.

Alice tomó una profunda respiración antes de comenzar a relatarle su historia a Frederic. Detalló cada suceso cómo si lo estuviera viviendo de nuevo y no se limitó con un par de palabras, habló hasta que un susurro que se extinguió con el viento se llevó su voz. Esperó por largo rato cualquier cosa por parte de Frederic, una mirada, una palabra… un simple gesto. Pero no hubo nada.  Alice se puso de pie, se disculpó con él diciendo que era hora del almuerzo de su ama y se fue. Se sintió rechazada y eso le dolió cómo nunca pensó que podía.

Tragó el nudo en su garganta y con paso firme se encaminó hacia sus “deberes” con Isabella.

Al entrar en la habitación cargando una gran charola, Edward se apresuró a ayudarla; Alice agradeció al cielo, no sólo por la ayuda, sino también por encontrarlos perfectamente vestidos y presentables con sencillos trajes informales. Tomó el almuerzo con ellos y charlaron cómo viejos amigos. Bella notó algo extraño en su hermana, después averiguaría qué sucedía.

Alice no quiso robar más del preciado tiempo a solas que tenían su hermana y cuñado, por lo que se retiró lo más rápido que pudo. Decidieron no tomar nada más, así Alice tendría más espacio en su día para hacer sus cosas y ellos su anhelada privacidad.

Al cerrar la puerta la sonrisa cómplice de Alice no se hizo esperar. Cargó la charola de regreso a la cocina, cuando pasó por el comedor de la servidumbre recibió un cordial saludo por parte de todos y una invitación de Maggie para almorzar con ellos. Obviamente, Alice declinó y siguió de largo para cumplir su última tarea en la cocina: acomodar lo que cargaba en la charola. Estaba por terminar cuando Frederic entró, sin saber ni qué era lo que hacía giró en redondo para huir del lugar. No estaba de humor para recibir los reclamos de él. 

—Alice, espera— dijo tomándola suavemente del brazo, se acercó a ella hasta que pudo susurrarle al oído—. El que seas una Swan no te hace más o menos hermosa de lo que ya eres para mí. Me siento alagado por tu sinceridad y tu confianza hacia mí. Ahora más que nunca haré todo lo posible por cuidar de ti, mi bella dama.

Alice aventó la charola sobre la pileta de trastos y se arrojó con entusiasmo a los brazos de su querido Frederic.

—Gracias, muchas gracias— dijo con alegría. Luego se separó un poco de él para poder besarlo con ahínco en señal de agradecimiento.

—Muchachos, por favor— dijo Maggie irrumpiendo en la cocina, carraspeó y siguió su andar hasta una de las alacenas—. Uno de los niños podría entrar y verlos así de efusivos. Compórtense, criaturas— dijo con cierto tono divertido en la voz, refiriéndose a que podrían ser vistos por los hijos de las mujeres del servicio.

—Lo siento, Maggie— dijo Alice bajando levemente el rostro ante el inminente sonrojo.

—Sólo sean un poco más recatados, pequeños— dijo Maggie con un tono maternal que sólo antojaba a Alice para abrazarla.

—Sí, Maggie— prometió Frederic. Tomó a Alice de la mano y la sacó de ahí, para llevarla a retomar lo que habían estado haciendo antes. Estar juntos.

—Alice, quiero que me hables un poco más sobre el comportamiento del señor Vulturi hacia con ustedes. Mi familia ha servido al imperio por más de dos generaciones y cuando él era el amo era tan recatado que jamás nos enteramos nada sobre sus asuntos.

—Está bien— aceptó Alice y así consiguió afianzar la alianza de un nuevo aliado.

Ya era tarde y Edward y Bella recién despertaban de una pequeña siesta. Él la tenía rodeada con sus brazos, mientras la dejaba descansar el peso de su cabeza sobre su pecho, Edward amaba la sensación del cabello de Bella; comenzó a esparcir leves caricias sobre la espalda desnuda de su amada y suspiró con satisfacción.

—Nunca me caso de ti— aseguró Bella.

—Ni yo de ti— la respuesta de Edward la hizo sonreír—. Bella… mis padres vendrán próximamente.

Isabella se incorporó un poco y alzó el rostro para ver a Edward.

—Edward, ellos… nos conocen y…

—Tranquila, lo primero que haré cuando lleguen será hablar con ellos.

—No quiero involucrarlos también a ellos— dijo Bella con pesar.

—Los mantendré al margen de la situación.

—Está bien— aceptó Bella resignada.

—Amor, creo que es hora de irme— murmuró Edward con desilusión.

— ¿Tan pronto? — Edward rió levemente.

—Hemos pasado todo el día juntos, pequeña bribona— bromeó él dando un toquecito en la nariz de Bella.

—Debemos repetir esto pronto.

—Lo mismo pienso— contestó Edward.

Isabella se sentó y comenzó a vestirse para acompañar a Edward a la salida alterna por la que se marcharía. Al estar en la línea entre la privacidad de la mansión y la vulnerabilidad de la noche; comenzaron a besarse entre una palabra y otra, intentando prolongar su momento un poco más. Finalmente él se marchó mientras Bella lo miraba marcharse.

Bella entró y fue directo a la cocina, después de tanta agitación y de haberse saltado la cena; sentía hambre y sed. Mientras hurgaba en los gabinetes, Alice la sorprendió.

— ¿Qué pasa, Bells? ¿Ya estás totalmente dispuesta?

—Sí, tengo hambre.

—Siéntate ahí. Te prepararé un té— cómo niña obediente Isabella se dirigió al banquillo  que estaba frente a una mesita y observó a su pequeña hermana deslizarse por la cocina con naturalidad.

Alice dispuso un generoso trozo de pan de jengibre, queso y miel; mientras esperaba a que hirviera el pocillo del té. Isabella recibió gustosa la colación.

— ¿Y bien, señorita? — indagó Alice sobre el día de Bella. Ella articuló un “maravilloso”, provocando que una sonrisa pícara apareciera en el rostro de Alice.

—Me alegro— murmuró solemne en voz baja.

Cuando el té estuvo listo Alice sirvió dos tazas y retomó su lugar frente a su hermana.

—Alice, ¿qué pasó a la hora del almuerzo?

— ¿Por qué lo dices, Bells?

 —Te conozco. Sé que algo te afectaba.

—Discutí con Frederic— se limitó a contestar, dudando si le decía o no que él ya lo sabía todo.

Bella bajó su taza y miró detenidamente a su hermana.

— ¿Te faltó al respeto?

— ¿Qué? ¡No! Por supuesto que no, Bella. Él es un caballero.

— ¿Entonces?

—Es sólo que pensé que no nos reconciliaríamos tan fácilmente.

—Alice, ten cuidado con él.

— ¿Por qué lo dices, Bells? — preguntó para después dar un sorbo a su té.

—No me da total confianza. Recuerda que hay un traidor dentro del imperio y hasta que no lo descubramos él también es sospechoso. Más aún por estar contigo.

— ¡Pero eso qué tiene qué ver!

—Es sólo una precaución, Alice. No le cuentes nada, por favor— Alice se quedó mirando hacia la nada. ¿A caso se habría entregado en bandeja de plata a los leones? —. ¿Alice? — dijo alarmada, cruzó por su mente que tal vez ya era demasiado tarde para su petición.

—Por supuesto, Bells— contestó finalmente, haciendo a Bella suspirar y terminar su merienda.

Desde el siguiente día, Bella comenzó a recibir un precioso arreglo de flores diario. Cada uno tan hermoso, único y con un significado preciso para la ocasión. Primero fueron acacias amarillas, luego unos preciosos adonis, alhelís amarillos, amobrosías, calas, campánulas, clemátides e iris blancos; después fue alternando las flores, demostrando el infinito amor hacia su amada. Uno a uno, los arreglos fueron llenando los espacios de la gran casa, alegrando las superficies y los latidos del acelerado corazón de Isabella. Cualquiera podría pensar que su romántico prometido era el autor de tan hermosos detalles, pero ella sabía que la persona detrás de aquel derroche de color y perfume natural era su amante cautivo: Edward.

Alice estaba satisfecha al mirar que la actitud de Bella hacia los sirvientes había mejorado considerablemente. Aún faltaba tiempo para que Bella fuera la misma de siempre en todas partes y frente a cualquier persona.

Un par de días antes de que los Cullen llegaran a hacerles compañía en el poblado, Bella organizó una cena en la que hospedó a sus cinco invitados: Rosalie, Emmett, Victoria, Jacob y Edward.

Durante la cena los hombres presentaron los últimos informes que tenían sobre Aro; tenía tiempo en calma, cosa que ponía nerviosos a la mayoría. Intentaron disipar la tensión haciendo cualquier otra cosa, menos pensar en el motivo de sus pesares.

Bella decidió buscar un viejo tomo de una linda novela que se prometió leer tiempo atrás, Edward la esperaría en el salón de música. Estuvo mucho tiempo enfrascada en su búsqueda, sumergida entre títulos, estantes y más títulos. Cuando por fin obtuvo lo que buscaba regresó al encuentro con su amado cómplice.

Cuando iba a dar un paso dentro de la estancia se detuvo en la puerta. Contempló con adoración la hermosa imagen frente a sus ojos: Edward estaba totalmente entregado al piano, sus dedos acariciaban con elegancia, soltura y naturalidad las teclas; creando los sonidos más hermosos, coordinados e impresos de sentimentalismo puro. Cada nota encajaba a la perfección con la anterior y así era cómo él creaba una melodía perfecta. Con delicadeza, Bella se deslizó por en medio del salón, temiendo que Edward detuviera la majestuosidad de su toque e inmortalizando el momento en su memoria.

Edward sintió a Bella a su lado pero no detuvo su tarea. Mientras la última nota aún flotaba en el aire Edward abrió los ojos y sonrió al compungido rostro de Isabella.

— ¿Qué pasa, Bella? ¿Por qué lloras? — preguntó limpiando las silenciosas lágrimas con sus dedos.

—Eso ha sido… espléndido, perfecto.

—Y totalmente tuyo.

— ¿Mío? — cuestionó extrañada.

—Sí, esa melodía es tuya. Tiene letra pero… aún no la he terminado.

Bella no dejó que siguiera explicando y se abalanzó hacia sus brazos para rodearlo con efusividad entre los suyos.

—Gracias. Ha sido un magnífico regalo, Edward. Gracias— tomó el rostro sonriente de Edward entre sus pequeñas manos y lo acercó para dejar un acalorado beso en sus labios.

Cómo estaba predispuesto, los Cullen y los Hale llegaron días después. Edward habló con sus padres y acordaron guardar el secreto. A regañadientes aceptaron la tregua entre su hijo, Jacob y Emmett para proteger a Bella; pero ella significaba su felicidad y apoyarían sus decisiones.

Pasaron semanas entre los preparativos de la boda, cada día se acercaba más la fecha y los nervios arreciaban en conjunto con los pormenores de la cena, el baile, los invitados y la ceremonia. Esas semanas también significaron un gran cambio en la vida de Isabella y su día a día en el imperio, siempre había alguien entrando al salón más grande ultimando detalles del baile o precisando los lugares que se asignarían en el banquete. Las visitas de Edward eran cada vez más distantes, sus flores comenzaron a escasear y las palabras se esfumaban con la brisa, congelándose con el gélido invierno.

El día llegó, el imperio se alzó en todo su esplendor para recibir a los cientos de invitados que serían testigos de la unión matrimonial. Una novia paseaba nerviosa en su habitación designada para ultimar hasta el más mínimo detalle de su aspecto. Ella usaba un hermoso vestido blanco con toques dorados, tan pomposo y espectacular que deslumbraba; el cabello era una refinada corona de rulos adornados con perlas y un elaborado tocado floral que daba el remate perfecto. Se miró al espejo, inspeccionando cada encaje, adorno y arreglo que habían hecho en ella. Sin duda alguna lo que más resaltaba de aquel despliegue de belleza era la hermosa sonrisa que adornaba su rostro. Era su gran día.

Alice entró a la habitación, admiró la hermosa figura que se reflejaba en el espejo y sonrió a través de éste.

—Estás espectacular. Muy hermosa— aduló Alice.

— ¿Tú crees? — preguntó ella con nerviosismo.

—Por supuesto. Es la verdad.

—Ya es hora— dijo su, ahora, gran amiga al entrar a la habitación—. ¡Dios mío! ¡Pero si estás bellísima! — dijo tomando su mano para hacerla girar.

—Gracias, Bella— contestó la flamante novia sonrojada—. Gracias por prestar tu casa para la boda. Desde que entramos aquí Emmett y yo quedamos maravillados.

—No es nada, Rose.

—Pongamos el velo y vayamos de una vez— dijo Alice—. Lo más seguro es que todo mundo ya esté esperando en la iglesia.

Las chicas asintieron y se prepararon para partir hacia la ceremonia que cambiaría la vida de Rosalie. No sería más la señorita Hale, a partir de ese día se convertiría en la señora McCarthy.

Emmett estaba nervioso en el altar, a pesar de las palabras de aliento de sus amigos Edward y Jacob, no encontraba su apaciguamiento. Poco después todo mundo tomó su lugar y las gloriosas notas que anunciaban la entrada de su amada resonaron por toda la iglesia, haciendo eco en su desbocado corazón. Se giró lentamente hacia la entrada y un halo de luz proveniente del exterior rodeaba a las dos figuras que se acercaban hacia él, pero lo único que lo tenía eclipsado era la hermosa mujer vestido de blanco que le sonreía haciendo más perfecto el momento.

La congregación de personas, los murmullos de su familia y amigos desaparecieron para concentrarse sólo en ella, sólo en él, sólo ellos, uno solo.

Rosalie apenas fue consciente de que al entrar sus suegros iban al frente, seguidos de Tanya y Edward, Bella y Jacob, su madre y hermano y su padre sosteniendo su andar. Moría por estar frente al hombre parado en el altar, el que la esperaba con ansias, el mismo que la hacía reír cuando quería llorar, su vida, su amor.

La música que ambientó la ceremonia se alzó hermosa y perfecta, amenizando cada momento para ser inmortalizado a la perfección en las memorias de los presentes. Cada palabra, cada gesto, cada acto que hacía sublime aquella perfecta unión por amor; logró conmover a los presentes.

La señora Hale no puede retener sus lágrimas de dicha por mucho tiempo y junto con ella Isabella y Alice acompañan su sentido gesto de alegría hacia la pareja.

Las últimas palabras son dichas, la declaración queda plasmada y el pacto se sella con un hermoso beso de amor que es aplaudido por todos. Haciendo un eco entremezclado con las notas casi celestiales de la música que daba los toques finales.

Después de una exhaustiva ronda de felicitaciones los cientos de invitados parten hacia el imperio para continuar con la celebración del matrimonio.

La fiesta era espectacular, adornos despampanantes brillaban por cada rincón, el banquete fue un festín de delicias, los brindis se extendieron y después el baile en el gran salón se alzó magnífico entre coreografías perfectas, sonrisas encantadoras e insinuaciones de amores ocultos.     

En vista de la poca atención que tenían Edward y Bella entre tanta gente, pudieron dedicar un poco más de tiempo a estar juntos. Victoria y Jacob, al verse reemplazados decidieron pasar la velada en compañía, hablando sobre sus vidas y conociéndose un poco más.

Alice se mezcló entre los invitados con facilidad, llegó un punto en el que el alcohol nublaba los sentidos de la mayoría de los presentes y poco a poco la multitud se fue disipando cuando comenzaron a marcharse alrededor de media noche. Lo que ella no sabía, era que sus alegres andares de un lugar a otro por el salón eran asechados por un hombre al que causó una gran intriga cuando la conoció. Había algo en ella que lo llamaba a acercarse, al mismo tiempo que su instinto le gritaba que se alejara.

Decidido, la interceptó en un punto alejado del gentío. Vulnerable y lejos de su ama. Perfecto.

—Hola, criada— habló él lascivamente, arrastrando las palabras. Ella miró hacia el hombre alto y rubio que la observaba insondable.

—Señor Hale— contestó Alice reconociéndolo.

—Señor Jasper Hale, señorita gata.

— ¿Disculpe? — dijo ella con la ofensa impresa en su voz.

— ¡Sí! Tú— la apuntó con un dedo tembloroso—, eres la criada de la señora del imperio— dijo manoteando torpemente para hacer referencia al lugar.

Antes de perder los estribos, Alice tomó una profunda respiración y contestó con calma.

—Así es, señor. Si me disculpa— cuando intentó esquivarlo él la tomó con fuerza por un brazo.

— ¿A dónde crees que vas?

— ¡Suélteme! ¡Me hace daño!

—Baila conmigo— demandó.

—No. Está borracho. ¡Suélteme!

— ¡Qué bailes, te digo! — la sacudió violentamente haciéndola chillar de dolor. En un giro brusco ella logró zafarse, sin poder evitar lastimarse al hacerlo.

Alice nunca se había sentido tan humillada, tan poca cosa. Su llanto apareció alífero y desgarrador. La pobre chica desdichada corrió al único lugar que no la dejaba en evidencia, donde se sentía protegida y en donde encontraría refugio y comprensión.

Cuando llegó con Frederic él abrió sus brazos para recibirla, le pidió que le contara lo que había pasado y después la tranquilizó con suaves caricias sobre su cabello hasta que se quedó dormida. Cuando intentó levantarse para trasladarla a su habitación ella despertó entre sueños, lo abrazó y le pidió que la dejara quedarse. Frederic sonrió, la abrazó con fuerza y juró que si no hubiera tenido a su bella dama con el corazón roto y el rostro empapado de un humillante llanto, hubiera salido detrás del infeliz que la había tratado tan mal para ponerlo en su lugar.

Entrada la madrugada el imperio se despejó de todos los invitados, los coches hicieron resonar los cascos de sus caballos sobre el camino empedrado cómo un imponente batallón. Aún así todas las habitaciones de la primer planta habían sido ocupadas por un par de invitados, además de familiares de Rose y Edward. La agotadora noche hizo mella en todos, dejándolos abatidos en cuanto sus cuerpos tocaron las esponjosas superficies de las camas.

Edward y Bella se escaparon a la habitación de ella. A pesar de los insistentes besos por parte de Bella, él se limitó a rodar de lado para caer profundamente dormido casi inmediatamente. Ella suspiró resignada, preguntándose qué es lo que había cambiado, por qué Edward era tan distinto ahora y en qué punto todo había cambiado. Antes de que el sueño cubriera totalmente los sentidos de Isabella, sintió a Edward rodar de nuevo para luego pasar un brazo a su alrededor y acercarla posesivamente hacia él.

 

 PARTE II

  

—Salud, señor Black— dijo Victoria alzando su copa.

—Salud— concordó Jacob al chocar su copa con la de ella.

—Creo que deberíamos ir a dormir. No tarda en salir el sol— propuso ella después de darle un sorbo a su bebida.

—Tienes razón— Jacob dio un profundo trago para vaciar su copa y ofreció su mano para que Victoria se levantara.

Caminaron por el largo pasillo, un tanto tambaleantes por efecto del alcohol y entre bromas sin sentido que los hacía reír, para luego hacerse callar y seguir riendo.

Después de la boda ellos encontraron el momento perfecto para huir a una sala para encerrarse a beber, bromear y platicar. Entre una charla y otra encontraron que tenían casi la misma fijación por los grandes jardines, sus decoraciones, las formas de las flores… en fin, todo lo que tuviera que ver con la flora. Las horas se consumieron rápidamente, cuando las risas y la buena compañía se unen el tiempo resulta irrelevante y excesivamente veloz. Se despidieron frente la puerta de la habitación designada para Victoria, se dieron un cordial saludo a la vez que ella le guiñaba un ojo coquetamente. Posiblemente, hubiera algo un poco más allá que una afición común hacia las flores, tal vez.

Isabella abrió los ojos, víctima de una extraña sensación, giró sobre su espalda y encontró la mirada de Edward sobre su cuerpo. Se acomodó para quedar frente a él y se estiró perezosamente para despejar el intenso sopor que la cubría a causa del cansancio acumulado del día.

— ¿Qué pasa? — preguntó con voz pastosa.

—Hablabas en sueños y me despertaste— contestó Edward despejando un par de mechones de la cara de Bella.

— ¿Ah sí?

—Sí.

— ¿Qué dije?

—Estás muy preocupada por la tranquilidad de Aro, tienes terror de que algo le pase a Alice o de… perderme.

Isabella bajó la mirada, Edward tenía razón. Sintió los brazos de él acomodándose en torno a ella, se removió un poco y le permitió estrecharla con fuerza entre sus brazos.

—No temas, no descansaré hasta que Aro pague por todo— prometió. Bella se estremeció levemente y Edward buscó sus labios para dejar un beso conciliador sobre ellos.

Edward no dejó de besarla hasta que cayó profundamente dormida de nuevo, tampoco soltó el cuerpo de Bella en lo que restó de la madrugada.

Para cuando Bella estuvo totalmente presentable cómo para salir de su habitación, un tanto tarde por la mañana, la mayoría de sus inquilinos ya habían partid; estaba por despedir a unos cuantos más y quedarse en compañía de Edward, Jacob y Victoria. Con ésta última saldría de compras después de desayunar.

Sonrió amable a la última pareja que se hospedó en el imperio y se giró en medio de un cansado suspiro. A veces ser una figura importante de la sociedad le resultaba agotador.

Isabella sonrió con inmensa alegría al encontrarse con Edward esperándola mientras le tendía una pequeña flor recién arrancada de su jardín. Ella se acercó a pasos lentos, mirándolo fijamente después de corroborar que no hubiera metiches cerca, tomó la flor viéndolo a los ojos, la olió y dejó un pequeño beso en los pétalos.

—Gracias— murmuró en voz baja.

—Un placer, hermosa— contestó él con aquel tono de voz que la hacía delirar—. Alice te manda decir que ya está listo el desayuno.

—Muchas gracias, caballero.

—Todo un placer, señorita Swan— dijo de nuevo, luego hizo una elegante reverencia y besó su mano sellando el pequeño juego.

Caminaron por el largo pasillo hacia el comedor principal, en donde todos los esperaban, antes de llegar se detuvieron un breve momento para concluir la charla que tenían sobre la salida con Victoria.

—Pero preferiría que te quedaras en casa— insistió Edward por enésima vez.

—No me voy a estar escondiendo de…— una mirada advirtió a Bella.

Ella giró y encontró la mirada muy atenta de dos de las muchachas del servicio, les dio una mirada fría y se acercó a ellas. Isabella les resultó tan imponente que las pobres jovencitas no pudieron si quiera apartar la mirada.  

— ¿Qué hacen escuchando lo que no deben?

—Señorita…

—No tienen excusa. Ahora toman todo lo necesario para dejar resplandeciente éste pasillo.

— ¿Todo? — preguntó una de ellas con pesar.

— ¡Sí! Todo. ¿Hay algún problema con ello?

—No, señorita Swan— contestaron al unísono con la mirada baja.

—Cuando terminen aquí irán a ayudar con las habitaciones de los inquilinos y quiero que también queden relucientes. ¿Tienen alguna duda?

—No, señorita Swan.

—Bien. Póngase a trabajar y recuerden tomar una hora de descanso en el almuerzo.

—Sí, señorita Swan.

Se dirigió de nuevo hacia la puerta del comedor, ya adentró se atrevió a ver a Edward, se disculpó con una mueca al percibir su reprimenda en la mirada.

—Fuiste muy dura con ellas— recriminó.

—Alguien tiene que imponerles disciplina. Además, no es momento para venir a doblegarme ahora.

El regaño quedó en la mirada de Edward y olvidaron el pequeño incidente para desayunar en compañía de sus familiares y amigos. Entre las pláticas del desayuno salió a relucir el hecho de que ese mismo día Emmett y Rosalie realizarían un breve viaje con respecto a negocios foráneos de él, sería una buena distracción para ellos en medio de tantas preocupaciones previas a la boda.  

Más tarde Bella buscaba a Tanya para pedirle que acompañara a Victoria cómo su doncella en la salida de compras que tendrían. Grande fue su sorpresa al encontrar a una muy molesta Victoria reprendiendo, precisamente, a Tanya.

— ¿Me escuchaste? ¡Jamás! — exigía Victoria ante la mirada atónita de la muchacha.

— ¿Qué pasa? — dijo Bella evaluándolas con la mirada.

Victoria la miró y luego dirigió su atención de nuevo a la chica que tenía frente a ella.

—Tu sirvienta hizo un comentario que me desagradó y se lo hice notar. Es todo— explicó Victoria con calma.

— ¿Tanya? — reprendió Isabella.

—Lo siento, señorita Masen, no volverá a pasar. Lo siento, señorita Swan.

—No hay problema— dijo Victoria aceptando la disculpa.

—Menos mal que arreglaron éste asunto. Victoria, Tanya será tu doncella el día de hoy.

— ¿En verdad, señorita? — preguntó la chica apresuradamente, Isabella la miró por un par de segundos y luego la chica bajó la mirada levemente—. Quiero decir, sí, señorita.

—Bien. Vámonos— urgió Bella ajustándose los guantes que combinarían perfecto con su abrigo.

La tarde pasaba rápido cuando la pasaban bien. Isabella consideró que ya tenían las compras suficientes. Encargó a Frederic que recogiera un par de paquetes de una tienda mientras ellas entraban a una joyería para después ir de regreso al imperio.

Las cuatro chicas regresaron al coche justo cuando Frederic regresaba cargado de paquetes de las tiendas. Alice, Victoria y Bella se paralizaron al ver una rosa negra entrelazada con las manijas de la puertezuela. Victoria estiró la mano y la arrancó antes de que alguien más, sobre todo Tanya, la notara. De camino al imperio, entre la angustia de Isabella y la mirada preocupada de Alice, Tanya propuso una “cena de cortesía” para invitar a Edward y Jacob de nuevo al imperio. Ésta vez tenían más cosas de qué charlar y corroborar sus estrategias.

—Estoy exhausta— dijo Victoria al cruzar el umbral de la puerta.

—Puedes quedarte hoy también, si así lo deseas— invitó Bella—. Tanya, puedes retirarte— pidió a la doncella.

—Con su permiso— hizo una leve reverencia y caminó en sentido contrario a las tres mujeres.

—Menos mal que nos dejó solas— dijo Victoria.

—Vamos al despacho, tenemos que mandar avisar a Edward y Jacob sobre lo que pasó— contestó Bella y las chicas asintieron.

Escucharon unos tímidos pasos a su espalda.

—Señorita Swan— llamaron, las tres giraron en redondo y se encontraron con una sonriente empleada—. Llegó algo para usted.

— ¿Dónde está lo que llegó? — inquirió Isabella.

—En éste salón, señorita— dijo la muchacha haciendo un ademán hacia la puerta de roble.

Las tres regresaron un par de pasos para entrar al dichoso salón. Isabella congeló la sonrisa al ver de lo que se trataba, eran flores, pero no sus flores. No las que Edward le mandaría. Frente a ella había una enorme canasta de mimbre bellamente decorada, sosteniendo en alto las insolentes y altaneras varas con las flores ennegrecidas que se azulaban en tono purpúreo que le revolvió el estómago a Bella. Los acónitos formaban un arco impresionante dentro del canasto y se adornaban a sí mismas con flores más pequeñas de la misma especie, formando una pesadilla en aquel regalo tan inmaculadamente indeseado y maldito.

—Saca eso inmediatamente de mi vista— ordenó a la muchacha.

—Sí, señorita— aceptó contrariada, se notaba que no tenía la más mínima idea de lo que pasaba.

Cuando estuvieron a solas, Alice y Victoria miraron a Isabella con el aliento contenido y una mueca de terror impresa en el rostro.

—Haz que llamen a Edward y Jacob inmediatamente, Alice— dijo a punto de estallar en llanto. No pasó ni un minuto cuando Alice corría a cumplir con lo que le había encargado su hermana.

—No puede ser— dijo Victoria incrédula.

—Confirmarlo es peor que imaginarlo— dijo Bella estallando en llanto.

—Ya, Bella. Vayamos a tu habitación para que descanses un poco en lo que llega Edward— dijo tomándola por un brazo. Isabella apenas y asintió, eran tantas cosas, tanto tiempo siendo fuerte… estaba a punto de doblegarse.

Victoria abrió la puerta para Isabella, la dejó entrar pero apenas y dio un paso cuando un alarido espantoso escapó de sus labios. Absolutamente todo estaba cubierto con rosas negras, pétalos negros y una manta clara al centro de la cama con letras color escarlata impresas al centro dejando el mensaje “Estoy detrás de ti”. Nada pudo ser más terrorífico que todo aquel teatro montado en su propia habitación. Victoria la tomó por la cintura y la hizo salir inmediatamente del lugar.

Con desesperanza esperó a que llegara Edward, pero a quien escuchaba cerca era a Jacob despotricando contra todo mundo. ¿Dónde rayos estaba Edward? Ya debería haber llegado, estaba muchísimo más cerca que Jacob. El tiempo pasaba lentamente y la evidencia que un par de horas habían encontrado esperaba a ser redescubierta por los cómplices detrás de la seguridad de Isabella.

— ¿Acónitos? — preguntó Jacob alarmado ante las explicaciones de Victoria.

—Sí, ella captó el mensaje instantáneamente— dijo mirando hacia Bella que estaba muy afectada y ya iba por su cuarto o quinto té.

—“Deseo tu muerte” — recitó Jacob el significado de aquella flor maldita—. ¿Cómo sigue? — le preguntó a Alice cuando se acercó de nuevo a ellos.

—Mal, se niega a dormir, no quiere comer… no quiere nada.

—Bella— escucharon la voz de Edward tras su precipitada entrada. Ella alzó la vista pero apenas fue capaz de ver una figura borrosa, a causa de sus insistentes lágrimas.

Edward se acercó a ella, la tomó por los brazos y la estrechó con mucha fuerza contra su pecho.

— ¿Qué pasó? — Edward se sentó con Bella sobre sus piernas mientras la rodeaba protectoramente con sus brazos.

Victoria y Alice se acercaron para relatar todo tal cual cómo pasó. ¡Qué momentos tan más angustiantes! La intriga se apoderaba de cada uno de ellos, sabían que algo se acercaba, lo que los tenía al borde del abismo de la desesperación era el no tener la certeza de cuándo sería el próximo movimiento de Aro. Sentimientos encontrados y una desesperación en conjunto guiaba al cuarteto. No podían esperar una tragedia, debían actuar y eso intentarían hacer.

Acordaron quedarse esa noche, a la luz de los primeros rayos del Sol las tres chicas debían prepararse para partir rumbo a la casa Black, que en días anteriores se había convertido, prácticamente, en un fuerte de guerra, Edward las cubriría junto con un grupo de hombres del ejército de Jacob. Esa noche sería la más angustiante para todos, más aún para Jacob que no descansaría hasta que estuviera seguro de la integridad de Isabella, después de la hora de la cena partiría hacia sus hombres para informarles los nuevos planes, luego haría una ronda de guardia, regresaría y a mitad de la madrugada encabezaría la primer salida hacia su casa.

Isabella intentaba conciliar el sueño, pero por más que lo intentaba no podía. Su mente trabajaba en cada detalle, en el pasado, en alguna señal que le indicara dónde estaba su enemigo, quién le traicionaba, de qué parte tenía que cuidarse. Su mente comenzaba a verse afectada, había actitudes y pequeños detalles que no le gustaban con respecto a Edward pero… ¡si lo amaba! ¿Cómo era posible? No, no lo era. ¡No podía! No era posible, ni siquiera concebible que pudiera pensar eso. ¿Cómo dudar de él? ¿Cómo es que Edward podría defraudarla? Él, que en todo momento lo demostró su apoyo, su afecto, el mismo que la reconfortaba a mitad de la más espantosa tormenta, aquel que la protegía y que no se cansaba de repetirle palabras de amor una y otra vez. Definitivamente él no podía, ¡tonta, Isabella! ¿Cómo se atrevía si quiera a pensar en considerarlo? ¿Qué caso tenía divagar así? Lo más seguro era que estuviera equivocada. Pero… ¿por qué sus cambios de actitud tan repentinos? ¿Qué pasaba con los detalles y las coincidencias? ¿Por qué él no era igual que antes? Imparcial… cómo siempre. Cualquiera que fuera el motivo, no era el que ella estaba pensando; no debía… no podía. Él no.

Decidida, se puso de pie y salió de la habitación de huéspedes en la que se había instalado esa noche. No regresó a su habitación, aún le causaba terror sólo recordar lo que había pasado por la tarde. Mientras atravesaba el pasillo imaginó que tal vez Jacob continuara interrogando al personal para averiguar cómo es que nadie vio o escuchó algo. Llegó a su destino, abrió la puerta en un rápido movimiento y echó el seguro.

A la luz de la chimenea se guió por la habitación y trepó por la cama con inusual facilidad, se colocó sobre el cuerpo que estaba envuelto en mantas, luego destapó su cara y acarició su cabello fervientemente. Edward abrió los ojos un tanto sobresaltado, enfocó la mirada y se sorprendió.

— ¿Qué pasa?, ¿qué hora es?

—Es más de media noche— murmuró ella.

—Bella, ¿estás bien? — preguntó él tallándose los ojos.

—No— murmuró en un raro tono de voz.

Isabella negó, se inclinó más sobre él estrelló sus labios con los de Edward, aferró el conmocionado rostro de Edward entre sus manos y después de unos segundos de confusión logró que él correspondiera con la misma efusividad. Él sacó las manos por entre el caos espumoso de mantas que los separaba, con torpes y desesperados movimientos sus manos se aferraron a la cintura de Bella, pegándola casi dolorosamente contra él.

Ella se separó un segundo recuperando el aliento, Edward aprovechó para dar un enérgico tirón a las mantas para apartarlas de entre ellos, las telas se rozaron con furia dejando un ardor emanando por la sensibilidad de sus pieles, obligando a sus bocas en un inesperado jadeo de dolor… ¿qué más daba un pequeño malestar? Cualquier mal quedaba amainado al momento de la magia que desprendían al unirse. Épico.

Las ropas se desgarraron en arañazos desesperados por parte de ambos. Edward estaba sorprendido, las manos de Bella hacían un trabajo maravilloso sobre su cuerpo, al igual que sus labios, que se paseaban por cada porción de piel que quedaba a su alcance. Ella se encontraba cada vez más ansiosa, se sentía intoxicada por el sentimiento de necesidad, necesidad de Edward, de su amor, de terminar de convencerse que sus ideas eran la peor jugada que le había hecho su mente. Él, por su parte, estaba cayendo rendido cómo si Bella fuera una mítica criatura que lo hipnotizaba en un trance cada vez más profundo con cada suave movimiento que lo guiaba al borde de la misma locura, estaba tan desesperado, toda la situación en torno a Aro lo trastornaba en demasía y no fue hasta el momento en que Bella lo asaltó que fue consciente de la extrema necesidad que tenía de ella, de tenerla tan íntimamente entrelazada con su alma y cuerpo. Conectándose, entendiéndose… amándose sin control.

Edward mantuvo a Bella aprisionada bajo su cuerpo después de un precipitado giro y siguió con el endemoniadamente tortuoso juego de seducción. Una ardiente llamarada de deseo flameó dentro de Bella, obligándola a dar un gemido necesitado, arqueándose contra él, exigiendo el movimiento que la haría perder la cordura y tener la más exquisita sensación de celestial liberación. Conociendo el mapa de su cuerpo, Edward hizo un conciso y duro movimiento que los hizo dar un profundo gruñido a coro. Bella se aferró con uñas y dientes a los hombros de Edward y el ahogó sus exclamaciones sobre la almohada al lado de la cabeza de ella, los movimientos no amainaron con su urgencia, eran rápidos y necesitados.

Edward gruñó cómo una bestia poseída cuando Bella se las ingenió para girar sobre él, tomándolo, dominándolo. Indómita, sobre él, cómo una felina reclamando lo que era suyo mientras él no se cansaba de llenar su cuerpo con caricias lozanas y apasionadas y besando con lujuria sus labios y cualquier espacio a su alcance.

El borde total de locura.

Ímpetu.

Poderío.

Un intenso hormigueo subiendo desde la base del cuello hasta el tope de su cabeza, haciéndole estremecer.

Intensas caricias. Manos fuertemente entrelazadas.

Obscuridad.

Sensibilidad.

Firmeza.

Agonía.

Un ejército de pequeñas sensaciones esparciéndose cómo pólvora desde la punta de los pies, desde la coronilla, esparciéndose, invadiéndolo todo, arremolinándose justo en el centro.

Luminosidad.

La cúspide en medio del limbo. Todo. Nada.

Explosión.

 

Cuando Bella fue totalmente consciente de nuevo abrió los ojos para encontrarse con la intensa mirada de Edward, tomó su rostro delicadamente entre sus manos y lo besó con ternura. Edward pegó su frente con la de ella y suspiró exhausto.

—Bella, te amo— declaró mirándola fijamente a los ojos.

—Y yo a ti— afirmó Isabella—. ¿Edward?

— ¿Dime?

— ¿Qué te pasa?

— ¿Por qué lo dices?

—Has cambiado mucho, estás distante, distraído, ya no mandas flores…— lo último lo dijo en un leve susurro.

—Pero si ayer te mandé flores.

—No.

— ¿No?

—No.

—Pero…— el semblante de duda se fue dispersando poco a poco de su rostro—. ¡Santo, Dios! Bella, mi amor. Lo siento.

— ¿Por qué?

—He estado tan inmiscuido con los hombres de Black trazando estrategias, siguiendo pistas, rastreando y preocupándome por ti— dejó un pequeño beso en los labios de Bella— me he sumergido tanto en esto que ni me he dado cuenta de lo que he estado haciendo.

La mirada de Edward era totalmente sincera, no cabía la duda en nada, lo amaba. No había más.

Con cuidado se puso de pie, Edward se acomodó al centro de la cama, abrió las mantas y la invitó a refugiarse entre sus brazos. Entre las sinceras promesas de Edward de no volver a dejarse envolver por completo por los problemas fue como Bella se quedó dormida.

Más tarde escucharon cómo Jacob se marchaba, comenzando con el plan y poniéndole los pelos de punta a Isabella, haciendo que Edward la abrazara con más fuerza. Cuando llegó el turno de Edward de partir, éste ayudó a Isabella a prepararse para esperar su turno en la actuación. Se despidieron con un apasionado beso, Bella lo vio partir y se quedó frente a la ventana hasta que Alice y Victoria aparecieron en la estancia.

Victoria y Bella pasearon por los jardines enfundadas en capuchas de distintos colores. Más tarde se las intercambiaron, Bella se despidió de ella y se fue en el carruaje dispuesto por Jacob. Poco después Alice y Victoria fueron tras ella en el coche que conducía Frederic.

 El viaje desesperante y eterno para Alice y Victoria terminó justo a mitad de la mañana. Alice se bajó con desespero, ansiando reencontrarse con su querida hermana. Entró impetuosamente a la sala principal de la casa Black, Edward y Jacob la miraron extrañados.

—Alice, ¿qué haces aquí? — preguntó Edward con temor impreso en su voz.

—Acabo de llegar junto con Victoria. ¿Dónde está Bella? — dijo Alice con precaución.

—Alice, ella no ha llegado— aseguró Jacob.

— ¿Qué? — chilló Victoria.

La mirada aterrorizada de Alice pasó por el rostro de cada uno, el mismo pensamiento resonó en la mente de todos. Juntos se dieron cuenta de que la guerra había comenzado y Aro les llevaba una gran ventaja.

—No puede ser…— susurró Alice con ojos llorosos.

Y luego…

Silencio.  

 

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Esta segunda parte está dedicada especialmente para ti, que estás leyendo esto.

Besos de bombón.

 

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¿Recuerdan cómo fue el capítulo 7 y sus dos partes? Bueno, éste será igual.

Aún faltan algunas cositas en éste capi!!! Ahhh!! que nervio!!!

Muchísimas GRACIAS por estar conmigo en mi segundo aniversario, mi forma de agradecerles es con éste adelanto del capi. 

Son lo mejor!!!

Nos vemos en fb: Vicko TeamEc (Ahí encontrarán las imágenes de agradecimiento de cada cap)

Besos de bombón!!!!

 

 

 

 

Capítulo 10: ESTRATEGIAS DE GUERRA Capítulo 12: TRAICIÓN

 
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