Deep Passion (+ 18)

Autor: vickoteamEC
Género: Angustia
Fecha Creación: 22/05/2012
Fecha Actualización: 15/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 25
Comentarios: 154
Visitas: 39362
Capítulos: 18

T E R M I N A D A

El amor profundo y sincero se refugia en un extraordinario sentimiento de pasión. Desbordante y descontrolada pasión, aquella que te hace perder la cabeza, la misma en la que juegas el corazón.

 

 

Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, la trama es propiedad de mi alocada imaginación.

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Capítulo 14: PLENITUD

 

CAPITULO XII

 

Después de horas de sueño reparador Bella despertó con un hambre atroz. Lo primero que sintió fue el brazo de Edward a su alrededor, sonrió, reconfortándose a sí misma, sintiendo la felicidad que pensó que jamás tendría, se removió y observó el rostro del hombre que la volvía loca por completo, pasó las yemas de sus dedos por las mejillas de él, sus párpados y cuando pasó por sus labios una sonrisa se plantó en el rostro de su amado. Edward despertó, ella le hizo saber su necesidad, él la besó en la frente y salió, sonriendo resplandecientemente, en busca de los caprichos de su amada. Isabella suspiró y se sintió en paz luego de tanto sufrimiento. Recordó al guerrero que crecía en ella y sonrió aún más; se sentó mientras acariciaba distraídamente su vientre, pensando en cómo era que no se había percatado de la presencia de su pequeño invasor y de lo mucho que había luchado para permanecer a su lado. Ese pequeño milagro se había aferrado a la vida con tanta fuerza, que hasta ese momento ella lo comprendió y se maravilló con su pequeñito, mientras pensaba en su bebé algo en su interior le dijo que estarían bien.

Alice llegó estrepitosamente, sacándola de su estupor y mandando sus pensamientos a lo lejos, por un momento. Isabella alzó el rostro y no pudo evitar el llanto al encontrarse con su pequeña hermana. Abrió los brazos para refugiar a su querida hermanita, la cual no dudó en correr el espacio que las separaba para dejarse envolver, por fin, en un abrazo de Isabella.

—Ya, pequeña. Estoy bien, ya estoy aquí— dijo Isabella acariciando el cabello de Alice, tratando que las lágrimas cesaran.

—Tuve tanto miedo de no verte— confesó Alice.

—Yo también— contestó Bella en un susurro.

Los minutos pasaban rápidamente mientras ellas se dedicaban a mimarse y darse todos los abrazos que se prometieron en la distancia, mientras Bella estuvo secuestrada. Isabella le contó los malos momentos que pasó en el castillo y los no tan malos cuando Ravenna la encontró y la rescató de las limitaciones a las que Aro la tenía condenada. Alice, a su vez, le contó el infierno que se vivió esos días en el imperio.

— ¿Ravenna? ¿Dónde está? — preguntó Isabella.

—Está abajo, preparando tu desayuno junto con Edward. Cuando él dijo que habías despertado corrí hacia acá— confesó Alice un tanto sonrojada. Bella la estrechó un poco más y dejó un beso en el tope de su cabeza.

—Entonces… ¿se quedó? ¿Cómo es que sigue aquí? — siguió preguntando Bella.

—Dijo que no se marcharía hasta que estuvieras bien. Ella junto con Maggie, Victoria, Edward, Emmett, Rose y yo; hemos estado al pendiente de ti y de Jacob.

— ¡Jacob! ¿Cómo está?

Cuando Alice estaba por contestar se vieron interrumpidas por Edward y Ravenna que entraron con una bandeja repleta de delicias que le hicieron agua la boca a Isabella. Alice se levantó y acomodó las mantas y almohadones alrededor de su hermana para que estuviera cómoda mientras comía. Ravenna sonrió satisfecha por ver a su querida niña tan recuperada, mandó a Edward a darse un baño de sales prometiéndole que no dejaría solas a Alice y a Bella, él aceptó reticente y dejó a las tres mujeres conversar plácidamente.    

Isabella decidió que era momento de enterarse de cómo había pasado todo hasta llegar al punto en el que se encontraba en ese momento. Alice comenzó relatando cómo pasaban los días en el imperio, las reuniones periódicas y las exhaustivas misiones en las que se involucraban los hombres mientras seguían sus cambiantes estrategias. Con un suspiro de amargura continuó relatando cómo paseó al lado de Frederic por el jardín después de su momento de histeria, cómo al llegar al lindero más alejado de la propiedad descubrieron a la persona que las traicionaba sirviendo de informante a Aro por medio de un cómplice de él. Isabella jamás imaginó que detrás de cada paso que daba, de cada conversación y movimiento dentro y fuera del imperio estuviera Tanya, aquella de la que jamás hubiera dudado, la empleada que parecía complacida con las facilidades y pequeños obsequios, pero al final de todo resultó ser una traidora.

Alice continuó hablando sobre cómo hicieron confesar a la atemorizada Tanya y cómo poco después forjaron nuevas estrategias para ir en contra de Aro y rescatarla con la sagrada información que hicieron escapar de los labios de la ingrata sirvienta. Después de semanas de incertidumbre, tardaron un par de semanas más en tener todo perfectamente controlado y organizado para el ataque. Esperaron a que un coche saliera del recóndito castillo, lo interceptaron y tomaron como rehenes a los pasajeros y guardias que lo rodeaban, tomándose más de un día para obtener información y perfeccionar las estrategias.

Isabella aún no dejaba de sorprenderse cuando Ravenna continuó el relato en el punto en el que se detuvo Alice. El coche que interceptaron resultó ser el de ella cuando se dirigía de compras. Cuando Edward y los demás le contaron a Ravenna lo desalmado que era Aro, ella no dudó ni un momento en ayudarlos; por más que le doliera abrir definitivamente los ojos a la mentira en la que había vivido por tantos años, dijo absolutamente todo lo que pudo. Gracias a Ravenna lograron infiltrarse en el castillo, formando una perfecta emboscada que derribó las barreras de protección de Aro con facilidad.

Poco a poco las piezas del rompecabezas se engarzaron para formar la realidad y el presente de cada uno. Edward se unió a la plática en ese momento para terminar de dar los detalles sobre el rescate. Ellos entraron al castillo en perfecta formación, inmediatamente se dirigieron a la habitación en la que Ravenna les indicó que había dejado a Bella, Jacob con la maestría de su entrenamiento logró llegar más rápido que los demás, al no encontrar a nadie rastreó con destreza a Aro, luchó contra el guardia que lo protegía; en ese momento Bella recordó el impacto cuando Jacob los derribó del caballo; justo detrás iban Edward, Frederic y Emmett. Edward se mantuvo al lado de Jacob e Isabella, que quedaron en la escena mal heridos; mientras, los otros dos iban detrás de Aro, dispuestos a apresarlo para hacerlo pagar por sus actos. La persecución se prolongó hasta las lejanas tierras de la frontera del poblado, Aro los llevó por caminos difíciles hasta que comenzaron a escalar por el costado de una peligrosa colina. Ante los ojos de Frederic y Emmett el caballo de Aro derrapó y cayó al vacío; Aro quedó precariamente pendido de una orilla, los dos hombres intentaron rescatarlo pero él con una diabólica sonrisa y una última maldición para todos aquellos involucrados con Isabella y su adorado imperio, se dejó caer al fondo de los riscos de un caudaloso río con la corriente tan furiosa y desenfrenada que no hubo cabida para las dudas… Aro había muerto.

Todo había terminado. Las pesadillas y la nebulosa de incertidumbre que apresaba al imperio se disipó por completo. Isabella, Edward y sus seres queridos por fin podrían regodearse de felicidad sin que nada ni nadie se los impidiera. Incluso Alice logró desenmascarase ante los demás y una tarde, con Frederic tomando su mano con fuerza, confesó ser una Swan.

El invierno dejó de ser increíblemente crudo, abriendo paso a tardes un poco más cálidas y días igual de prometedores como esperanzadores. Isabella guardó reposo un par de días más, la herida que había sufrido no tuvo secuelas en su cuerpo, diariamente tomaba los remedios que le preparaba Maggie bajo la supervisión de Ravenna y se dejaba consentir por quienes la apreciaban y querían. Poco a poco todo regresaba a la normalidad. Edward no se separaba de su Isabella, la consentía hasta en el más mínimo capricho y la amaba más que nunca por mil motivos.

Cuando Isabella estuvo en condiciones de regresar a sus actividades normales, lo primero que pidió fue que la llevaran ante la presencia de Jacob. Ella sólo sabía que había resultado herido, pero nunca le dijeron qué tan grave se encontraba; sabía que lo hacían por su bien y el de su bebé, que no querían causarle una gran impresión; les agradecía infinitamente las consideraciones, pero no dejaba de preocuparse ni desear verlo, asegurarse por sí misma que él estaría bien.

Alice la ayudó a vestirse cómo cualquier otra mañana, como si los días de tormenta jamás hubieran existido, la llevó a desayunar junto a los demás y poco después la condujo hacia la habitación que ocupaba Jacob.       

El corazón de Isabella dio un brinco cuando la mano de Alice se posó sobre la perilla de la puerta, no sabía con qué se encontraría al entrar; cerró los ojos para después dar un largo suspiro y un paso adentro. La habitación era cálida, la chimenea estaba encendida, había luz tenue por las cortinas a medio correr, olía a cera y hierbas y el ambiente se sentía denso. Apenas alcanzó a escuchar unos murmullos enronquecidos provenientes del convaleciente tendido a mitad de la cama; junto a él estaba Victoria, la cual estaba retirando un par de paños de la frente de Jacob mientras le hablaba en susurros; ninguno de los dos se había percatado de la presencia de las hermanas en la habitación.

—Buenos días— saludó Alice.

Victoria se incorporó de su posición inclinada hacia Jacob, giró el rostro y les sonrió. Isabella apreció en ella la misma belleza que recordaba; pero ahora era una belleza cansada, con el cabello acomodado en un alborotado moño, el estrago de las noches en vela en sus ojos y una vestimenta más cómoda, propia de una doncella y no de una señorita de alcurnia como ella.

—Buenos días— contestó Victoria suavemente. Dejó lo que cargaba en las manos a un lado y se apresuró a encontrarse con Isabella—. Hola, Isabella— la abrazó cuidadosamente.

—Hola— contestó ella con una sonrisa.

— ¿Cómo te sientes hoy? ¿Cómo está el bebito? — dijo posando su mano cariñosamente sobre el vientre de Isabella.

—Me encuentro perfectamente y estamos muy bien. Gracias— contestó sonriente.

—Hola por allá— murmuró Jacob hablando pausadamente y en varios tonos más bajo de lo usual.

—Jacob— susurró Bella. Pasó por un lado de Victoria y se acercó al lecho hasta situarse justo al lado de él—. Oh, Jacob. ¿Qué te han hecho? — dijo ella sollozante, tomando su mano y pasando la otra por la frente enfebrecida de él.

—Tranquila, Bella. Todo estará bien— contestó él en voz baja.

Con sus debilitadas fuerzas, Jacob estiró los brazos y la atrajo en un delicado abrazo. Isabella sollozó sobre su pecho mientras él la consolaba con leves caricias sobre su cabeza.

—Temí tanto perderte— murmuró él tras un largo y entrecortado suspiro.

—Yo también— contestó Bella articulando palabra difícilmente, las incesantes lágrimas apenas le dejaban espacio a un suspiro.

Habló con Jacob brevemente, asegurándose que realmente se rehabilitaría de sus heridas y, sin dudar de los amorosos cuidados de Victoria, se retiró para dejarlos descansar. Por su mente pasó, como una imagen futurista, la escena de Jacob y Victoria tomados de las manos, mirándose con tanto amor que la hacían sonreír. Esperaba que así fuera.

Se enteró del paradero de su traidora. Estaba encarcelada en una torre en las propiedades más apartadas del imperio. Indudablemente se negó a visitarla, no quería estar totalmente inmiscuida en el asunto, dejaría eso a la justicia.

Alice secundaba a su hermana en todo momento, obligándola a realizar el menor esfuerzo.  Un par de horas después Isabella pudo por fin quedarse en la soledad de sus pensamientos, reflexionando la maravillosa oportunidad de ser feliz, de formar una hermosa familia, de olvidar los tragos amargos.

Vivir.   

— ¿Qué piensas? — dijo Edward al apreciar el semblante pensativo de Isabella.

Él tenía rato sólo observando cómo ella perdía la mirada en el paisaje nevado detrás del cristal, mientras acariciaba distraídamente su vientre.

—En todo esto— contestó ella gesticulando, haciendo referencia al lugar—. El imperio.

— ¿A qué te refieres?

—Me parece demasiado. ¿Sabes lo difícil que fue para mí enfrentarme a la sociedad cómo heredera Swan? ¡Vivimos en un lugar donde se le da preferencia a los varones! Cuando logré imponerme vi a mi alrededor y aprecié la perfecta formación de los sirvientes, lo ostentoso y avaricioso que era poseer todo esto, la postura perfecta que debía tener siempre, las puertas dedicadas especialmente para que el servicio se movieran por los pasillos… me pareció totalmente absurdo. Lo primero que hice al llegar aquí fue remover los títulos, nunca me ha gustado que la servidumbre se pasee detrás de mí llamándome “mi lady”, tener que dirigirme tan estrictamente correcta hacia los demás en lugar de hablar con muchísima más fluidez y evitar palabras innecesarias o extravagantes. Edward, pienso en todo esto y me parece excesivo. ¿Esto es lo que le voy a dejar a nuestro hijo? — Bella rozó su vientre protectoramente—. Es una responsabilidad muy grande el tomarse el tiempo para gestionar todo lo que involucra el imperio, lo he vivido en estos años. De no ser por Jacob…

—Amor— susurró Edward parando la explosión emocional de Bella. Ella lo miró con detenimiento—. Podemos ajustarnos a un par de cambios, si eso te tranquiliza.

— ¿Cambios? ¿Qué tipo de cambios?

—Yo también he visto el trabajo que le cuesta a la servidumbre mantener impecable cada habitación. Aunque sean muchos, creo que si limitamos la cantidad de habitaciones que utilizamos podríamos perfeccionar sus servicios, enfocándolos a tareas más específicas y menos complicadas para ellos.

— ¿Sería como cerrar la mitad del imperio?

—Sí, podríamos considerar la mitad de las habitaciones cómo “obsoletas”. Cubrimos el mobiliario que no ocupemos y movemos a otro lugar el que necesitemos.

—Me parece buena idea. Limitarnos a vivir en lo que realmente necesitamos.

—Sí, exactamente.

—Aunque ya había limitado una tercera parte de la propiedad— informó Isabella.

—Estoy seguro de que podremos vivir con la mitad de eso. Daremos mantenimiento a las áreas vetadas varias veces al año, mientras seguimos con las que mantengamos ocupadas como hasta ahora.

—Muy bien— Isabella le sonrió complacida y decidió olvidar los pensamientos que había tenido los últimos días sobre mudarse lejos del imperio.     

Con las fechas decembrinas cerca, el imperio se movilizó en días eternos de arduo trabajo. Descartando la mitad de habitaciones y redecorando la mayoría de los espacios. Isabella era relegada de la mayoría de las tareas entre la sobreprotección de Edward y los chantajes de su hermana. Mientras, Jacob mejoraba día a día con los pacientes cuidados de Victoria; Emmett, Rosalie y Jasper reforzaban su amistad con los habitantes en el imperio; Ravenna se imponía con facilidad a la vida en el imperio, consintiendo a su querida Bella y su pequeña hermana, llenándolas de la ternura y los mimos que tanto les hacían falta a las tres. Alice pasaba cada vez más tiempo con Frederic, que había sido ascendido a mayordomo, aunque siempre que Alice o Isabella salían al pueblo retomaba su tarea de chofer para su tranquilidad y la de su buen amigo Edward.   

Todo encajaba en su lugar de a poco, las cosas mejoraba considerablemente para todos. En el aire podía respirarse la tranquilidad, como si la paz estuviera sembrada y a punto de reventar en hermosos capullos primaverales, como florecillas de exquisitos perfumes y encantadores colores.

El día de noche buena el imperio se alzó por todo lo alto con una cena espectacular a la que asistieron las cabezas de la sociedad, la casa estuvo llena de duques, duquesas, marqueses e incluso uno que otro príncipe de los poblados colindantes. La elegancia y distinción del imperio Swan quedó impregnado hasta en el último rincón, los sirvientes tuvieron guardarropas nuevos completos y uniformes de gala para el día de la cena, la cristalería y platería se pulió hasta que brilló igual que un diamante, la iluminación se extendió en excelsas farolas por todo el exterior y alrededor de la imponente fuente congelada al centro de la entrada principal, cada escalinata estaba decorada con preciosas guirnaldas de flores invernales y obras de arte antes ocultas en recónditas habitaciones lucían tendidas sobre las paredes principales del recibidor, las salas principales, salones e incluso en el comedor.

La velada fue de alta alcurnia, Jacob recuperado totalmente sorprendió a todos con su presencia y se unió a la celebración con su habitual alegría e interesante conversación, acompañado en todo momento de Victoria. Isabella sonrió hacia él cuando en un momento entre las diversas conversaciones que hicieron contacto visual.

Lo que Isabella no sabía era que esa noche su vida cambiaría radicalmente a partir de su decisión.

Llegó un punto en la noche en el que Isabella decidió que era mejor descansar, pidió la atención de sus invitados, se disculpó con ellos y dejó a su disposición al servicio; haciéndolos sentir como en su casa. Ella se marchó dejando atrás una animada fiesta. Alice la interceptó a mitad de un pasillo y, literalmente,  la arrastró hacia la biblioteca.

—Alice, déjame ir a descansar— renegó.

—Silencio, después de esto podrás ir a donde se te dé la gana— Isabella hizo el puchero que había aprendido esos los últimos días, su hermana rió y la llevó al interior de la habitación.

Isabella se quedó estática al encontrar el motivo de su desviación. Ahí, dándole la espalda estaba su hombre, su amor; enfundado en un elegante traje obscuro con hilos de oro, con su cabello desordenado y rebelde medianamente aplacado; girándose lentamente para después posar sus ojos apasionadamente sobre ella, sonriendo tan espectacular que casi lograba arrebatar el corazón de ella en un furioso latido. El ruido de la puerta al cerrarse logró hacerlos parpadear y salir por un momento del embrujo. ¿Algún día dejarían de hipnotizarse así? Esperaban que no.

—Hola, señor Cullen— saludó Isabella aproximándose a él.

—Hola, mi bella amada— contestó Edward con una resplandeciente sonrisa.

— ¿Qué hacemos aquí? — preguntó Isabella girándose hacia Alice con la duda palpable en sus facciones.

—Edward, ¿qué hacemos aquí? — repitió Alice.

—No quería romper la tradición. Bella, haremos esto como debe ser— dijo él viéndola directamente.

— ¿Qué cosa? — dijo ella con el ceño fruncido.

—Alice, quiero que me concedas la mano de tu hermana— dijo mirándola con cariño, su cuñada tapó su boca sorprendida y asintió entusiasta. Se plantó frente a su amada y la tomó de las manos—. Isabella, quiero que tu corazón me pertenezca ante los ojos de todo el mundo, sobre todo los de Dios, y quiero pertenecerte para retribuir con todo lo que soy tu amor y la felicidad de hacerme padre. Concédeme el honor— dijo hincándose en un grácil y elegante movimiento ante los pies de Isabella.

Tanteando en uno de sus bolsillos, tomó una preciosa cajita de madera ornamentada, la abrió para dejar ante la vista de las dos jóvenes el recubrimiento de terciopelo azul intenso y la preciosa y brillante joya al centro. Se trataba de un exquisito diamante cuadrado rodeado de líneas de oro engarzadas alrededor.

Isabella, con los ojos enajenados en lágrimas, lo incitó a ponerse de pie con un pequeño jalón en la mano que tenían unida. Sin decir una palabra, con la misma mirada de amor y expectativa; ella le rodeó el cuello con sus brazos y le dio un beso ansioso. Confirmando en el mutismo de su unión la petición que abría de par en par la puerta a su felicidad.

Alice sólo se limitaba a sonreír mientras sus lágrimas de felicidad se derramaban. Por fin, su hermana era feliz, sólo como ella merecía y al lado del amor de su vida, su alma gemela, su mitad.

En un símbolo de antaño, Edward tomó la mano de Isabella y deslizó el anillo que le daba a sus delicadas manos un toque de elegancia y distinción con la refinada alhaja. Besó el símbolo de un compromiso de por vida como lo que era: el pacto que sellaba el perpetuo amor que sentía hacia aquella hermosa mujer que poseía la fortaleza de un batallón y que cargaba en su interior una luz de esperanza, su milagro personal.

Edward no tenía mejor recompensa que la resplandeciente sonrisa en el rostro de Bella, el perder la vista en la mirada castaña que brillaba con alegría y ver reflejada la devoción que la hacía sentir su amor hacia él. No podía creer que todo eso fuera por él, sólo para él.

Alice brincó de alegría y los abrazó efusivamente, llenando la estancia en felicitaciones y risas. Inmediatamente pasó por su mente el sin fin de preparativos que tenía que organizar y la ayuda que pediría a Rosalie, Victoria y Ravenna. Los tres decidieron dar la noticia a sus seres queridos al siguiente día.

Esa noche Edward se coló a la habitación de su amada, demostrándole con las leves caricias, sus dulces besos y los amorosos mimos dirigidos hacia su vientre; lo mucho que la amaba y lo feliz que estaba por tener un futuro a su lado escrito en sus sueños.

Al siguiente día la alegría invadió al imperio completo, la noticia se dio a mitad del almuerzo y las ovaciones y festejos no se hicieron esperar. Las mujeres inmediatamente se inmiscuyeron en los asuntos relativos a la ceremonia bajo las propuestas de sus queridos amigos, novios y parejas.

Así fue cuando una nevada tarde de Enero, Isabella y Edward se prometieron amor eterno dentro de la capilla del imperio. Se decidieron por una ceremonia poco ostentosa, a la que sólo asistirían sus amigos más cercanos, los padres y tíos de Edward y nadie más. Isabella vestía un vestido claro, con caída desde debajo del busto para confiarle comodidad por su embarazo, su cabello había sido ondulado, acomodado en alto con horquillas de plata y decorado con bellas florecitas; cargaba un hermoso ramillete de las mismas flores que Edward le hacía llegar en el pasado en elaborados arreglos y canastas; su velo era una delicada caricia de encaje que cubría su rostro hasta el suelo, se mecía dulcemente con el delicado vaivén de su andar y portaba un hermoso juego de lujosa joyería que perteneció a su madre; totalmente encantadora.

Edward le robó el aliento cuando ella lo miró por primera vez ante las sinuosas e inmaculadas imágenes y estatuas del altar; con el pulcro y perfecto traje de gala, su cabello perfectamente peinado hacia atrás y no con la habitual rebeldía que dejaba un par de puntas hacia distintas direcciones. Todo en él le parecía lo más perfecto que había visto jamás, desde el impecable traje hasta el brillo casi frenético en su mirada y la deslumbrante sonrisa que surcaba su rostro; transmitiéndole el más puro y perfecto amor.

Caminó a paso seguro por el pasillo divinamente decorado, del brazo de Jacob. Observó con alegría las miradas luminosas y sonrisas de Rosalie, Emmett, su amigo Jasper, Victoria, su adorada Alice con Frederic a su lado, Carlisle y Esme, los señores Hale y Ravenna. Cuando por fin llegaron ante el sacerdote Jacob miró con alegría a su querida amiga y depositó su mano sobre el hombre que prometía hacerla feliz por el resto de su vida.    

Con la mirada perdida el uno en el otro, fueron apenas consientes de la ceremonia y las palabras recitadas por la autoridad ante ellos. Era real, estaban ahí, jurándose amor ante la mirada de sus seres queridos y recibiendo la bendición que los uniría de por vida.

Los votos dichos con palabras perfectas, robando más de un suspiro de añoranza, las miradas cómplices y soñadoras, la felicidad tatuada en las sonrisas, el intercambio de una alianza que reafirmaba la increíble realidad y una bendición elevada en voz alta por parte del párroco… hicieron palpable el matrimonio entre Edward y Bella, llenándolos de júbilo, derramando lágrimas de amor por el rostro de Isabella mientras su amado esposo levantaba el velo que cubría su rostro para dejar un dulce beso sobre sus labios. Las ovaciones estallaron como oleadas de felicidad que llegaban torrencialmente a la pareja que continuaba unida en un fuerte abrazo frente al altar.

Después de pasar por los brazos de los presentes se dirigieron al comedor para celebrar con una elaborada y deliciosa cena cortesía de Maggie y las sirvientas de cocina; poco después pasaron al salón e hicieron un brindis en honor al nuevo matrimonio. Al caer la noche uno a uno se despidió, hasta que sólo quedaron Alice, Frederic y Ravenna acompañándolos en el imperio; quienes rápidamente se encaminaron a sus habitaciones.

Cuando Edward y Bella entraron a su habitación entre risas, pudieron apreciar lo lindo que habían dispuesto todo para ellos, para que pudieran pasar sin complicaciones sus noches de luna, sus noches de miel y luna.       

—Por fin solos— susurró Edward abrazándola por la espalda.

—Sí— contestó ella sintiéndose repentinamente acalorada.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez, la anticipación los carcomía cómo una intensa braza expandiéndose desde su estómago hasta las puntas de los pies y el tope de su cabeza. Bella tragó el nudo que se formó en su garganta y se giró para mirar indefinidamente los ojos del hombre al que siempre había pertenecido, aquel mismo al que había entregado su alma desde el primer momento, el que juró amor eterno frente al altar ese mismo día al mediodía.

Estaba segura que si cerraba un minuto los ojos podría mirar el largo camino que habían recorrido hasta llegar a ese momento. Sin duda alguna, desde la primera vez que se perdió en la mirada esmeralda de Edward, se juró en un silencioso un pacto que ni siquiera ella misma invocó… que estaría al lado de él para toda la vida.

—Tan hermosa…— murmuró Edward pasando delicadamente la yema de sus dedos por la mejilla de Isabella.

—Te amo— dijo ella con tal convicción que hizo estremecer a Edward de felicidad.

Edward se inclinó hasta juntar su boca con la de su esposa, delineó los labios de Bella con la punta de la lengua, la besó delicadamente y poco a poco fue creciendo la pasión entre ellos. Las manos ansiosas y expertas, vagaron con deleite sobre las vestiduras del otro, avariciando al instante por aquel íntimo toque que prometía llevarlos al borde de la locura. Justo cuando Isabella comenzaba a sentir una leve opresión en el pecho por falta de aire, él permitió un momento para un respiro, culminando con un leve mordisco sobre el labio inferior de su amada. La mirada aún más obscurecida de Isabella se reflejó en el deseo de Edward, que sin decir una sola palabra la giró delicadamente y se dedicó con esmero a desatar cada cinta y soltar cada botón; finas sedas cubrieron el piso, al igual que los encajes y delicadas prendas de algodón; luego un espumoso mar se formó en el suelo con las formas abstractas que le daban las telas que cubrían el cuerpo de Bella en la parte inferior.

Ella se giró y comenzó a desnudarlo sin premura, deleitándose de cada mínima sensación, explorando como si fuera la primera vez. Mientras Isabella se dedicaba a deshacerse de las prendas que cubrían el cuerpo amado de su esposo, pensó en aquel acto como lo más natural del mundo, estar tan íntimamente relacionada con él siempre fue como un río fluyendo por su cauce en plena primavera. El tiempo desapareció por un momento, no hubo dolor, ni tristeza, tampoco recuerdos amargos, sólo existía el hechizo de la mirada enfebrecida por el deseo; lo único que había entre ellos era una llamarada de amor y pasión que se sobreponía al frío invernal que había del otro lado del muro.

La chimenea confería aún más calidez al ardor de sus pieles cada vez más expuestas y dispuestas a recibir el glorioso roce de las manos de la persona que le adoraba recíprocamente. Poco a poco cedieron a su deseo tan conocido y anhelado. Isabella recorrió el cuerpo desnudo de su amado Edward y alzó el rostro para encontrarse con la mirada que la observaban de igual forma; alzó las manos para hacer un recorrido desde el fornido pecho de él, acariciando su cuello hasta acunar amorosamente el rostro de su esposo. Edward miró los ojos soñadores de su Bella, constató la promesa del futuro en el apenas perceptible bultito de su vientre y con el corazón desbocado de amor se inclinó para besarla con dulzura.

Deslizó los brazos por debajo de Isabella para cargarla delicadamente, mientras ella no se cansaba de esparcirle caricias por el torso y besarle las mejillas y los labios. Con sumo cuidado deslizó el cuerpo de Bella por debajo de las mantas, depositándola sobre la cómoda superficie de la cama que compartirían a partir de ese momento. Edward se acostó al lado de ella y se deleitó venerando a Isabella rozando todo su cuerpo con el toque único de sus dedos, yendo desde la punta de sus pies hasta sus labios entre abiertos que dejaban escapar un suspiro tras otro a medida que él avanzaba con su recorrido; luego por sus párpados que se mantenían cerrados, saboreando cada sensación.

Edward se reincorporó en un suave movimiento, haciéndola abrir los ojos para mirar cómo se acomodaba sobre su cuerpo; Isabella flexionó las rodillas, invitándolo a caer presa de su pasión y único amor hacia él. Ella suspiró profundamente cuando los labios de Edward bajaron por su cuello, esparciendo suaves y húmedas caricias hasta la cumbre de sus pechos; los cuales fueron debidamente atendidos por la boca y dedos de Edward. Isabella no dejó quietas las manos, que le hormigueaban, pidiéndole a gritos que pasara sus dedos por la tensión de los músculos de su espalda, que palpara la firmeza de sus hombros y que jugueteara con el cabello broncíneo que se amoldaba a sus movimientos.

Hipnotizados por la excelsa belleza de la sensación de sus pieles tersas y cálidas, perdieron sus miradas en el ardor que era casi tan intenso como las llamas en la chimenea; fue entones cuando Edward dio por terminados los excitados jadeos de anticipación y se adentró lentamente en el húmedo centro de Isabella; haciéndola gemir su nombre después de dar un leve gritito al sentirlo plenamente en su interior. Bella mordisqueó el hombro de Edward, al mismo tiempo que sus caderas chocaban en la danza que tanto habían extrañado y que conocían de memoria. Con cada movimiento ella sentía su fuerza y el amor desbordándose en aquella fusión apasionada de sus cuerpos y sus almas.

Sus miradas se maravillaron con la vista que tenían de sus cuerpos entrelazados rítmicamente al son de sus latidos, adorando la belleza del ser que se entregaba con toda la bondad que había en su corazón y deleitándose con los profundos gemidos que llenaban sus oídos como la más perfecta canción de pasión. Poco a poco Isabella sintió como si comenzara a evaporarse entre los dedos de Edward, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza para darle paso a un espumoso hormigueo que comenzó en la punta de sus pies, esparciéndose de a poco por la longitud de sus piernas, amenazando peligrosamente con estallar justo en el centro de su intimidad, donde era invadida por la masculinidad de su hombre en movimientos concisos que la llevaban al borde de una infinita locura.

Isabella apresó en un doloroso puño las mantas que estaban desperdigadas al lado de su cabeza; arqueó la espalda y el cuello, rozando con sus senos el vello sobre el pecho de Edward, sintió su otra mano fuertemente entrelazada entre los dedos de Edward, que bufó antes de que ella diera un grito ensordecedor que la liberó en éxtasis total; un par de empujes después se sintió invadida por la calidez de él en su interior, rozando la gloria junto con ella en una espiral de ardiente pasión.

Edward se mantuvo un momento en vilo sobre el cuerpo de su amada, apreció la hermosura de sus mejillas sonrosadas, sus facciones aún distorsionadas por el placer, y su pecho subiendo y bajando por su respiración agitada. Besó delicadamente los labios hinchados de Isabella y cuando hacía ademán de retirarse Isabella lo abrazó fuertemente con brazos y piernas, haciéndolo reír. Él se deslizó con cuidado hacia un lado, arrastrando en el movimiento un par de mantas para cubrirse y el cuerpo de Bella, aún entrelazado con el suyo, sobre él. Edward estrechó a Bella un poco más cerca, como si fuera posible, y luego acarició la espalda desnuda de ella, llevándola ante la inminente inconsciencia.

— ¿Edward? — susurró.

— ¿Sí?

—Te amo— declaró solemne. Edward sintió su corazón hinchado en latidos desenfrenados, besó su frente y suspiró.

—Yo también te amo, hermosa esposa— ella rió débilmente y ese fue el último sonido que emitió despierta esa noche.

La felicidad se desbordó por todo el imperio desde el glorioso día de la boda. Llegó el tiempo en el que el hielo se derritió paulatinamente, buscando su cauce por entre las raíces de los árboles o abriéndose caminos por riachuelos hasta los ríos y manantiales colindantes. Las flores se abrieron de múltiples capullos, coloreando todo alrededor con destellantes tonos entre pétalos perfumados de todos tamaños y formas. La primavera se alzaba más brillante y cálida de lo que Isabella recordaba.

Los meses se consumían y con ello su embarazo avanzaba satisfactoriamente. La plenitud desbordaba por sus poros cada que paseaba por los terrenos del imperio, paseando orgullosa su vientre abultado con su pequeño milagro, que según el punto de vista de Ravenna y de la nana Maggie se trataba de un varón aquel preciado invasor dentro de Isabella.

Edward regresó de una reunión en casa de Emmett, después de preguntarle a Alice sobre el paradero de su amada Isabella; la encontró alegremente sentada sobre una manta justo al centro de uno de los jardines. Lucía bellísima entre todas aquellas florecitas, el sol le daba un toque radiante a su piel y la sonrisa en sus labios sólo la hacía ver increíblemente resplandeciente. El gesto que robó un suspiro de ternura a Edward fue cuando la vio recoger una bella florecita para después mecerse hacia los lados tarareando mientras acariciaba su vientre.

Como si presintiera a Edward, ella alzó la mirada y lo encontró contemplándola embelesado. Le sonrió y estiró una mano para invitarlo a sentarse a su lado. Edward salvó la distancia entre ellos y se dejó caer a espaldas de Isabella, sentándose detrás de ella para luego acercarse hasta que ella pudiera recostarse sobre su pecho. Con una sonrisa enorme, Isabella tomó las manos de Edward para posarlas sobre su vientre, guiándolas sobre los puntos en los que sentía los movimientos del bebé.

Y continuaron así, diciendo palabras de amor dirigidas al pequeño milagro que crecía dentro de Isabella, dándose dulces besos enamorados y meciéndose sentados entre el jardín que les confería la felicidad más plena que jamás pensaron experimentar.  

 

***********

Sé que no tengo perdón de Dios!!!

Un mes!!!! ufff!! mucho!!!

Pero por fin, aquí está el capi!!!

Les aviso que estoy un tanto nostálgica porque estamos en la recta final de mi hermoso bebé Deep Passion

Espero sus comentarios y su presencia mis gasparinitas. 

Besos de bombón!!!!

 

 

Capítulo 13: PRISIONERA Capítulo 15: DUDA

 
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