Deep Passion (+ 18)

Autor: vickoteamEC
Género: Angustia
Fecha Creación: 22/05/2012
Fecha Actualización: 15/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 25
Comentarios: 154
Visitas: 39355
Capítulos: 18

T E R M I N A D A

El amor profundo y sincero se refugia en un extraordinario sentimiento de pasión. Desbordante y descontrolada pasión, aquella que te hace perder la cabeza, la misma en la que juegas el corazón.

 

 

Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer, la trama es propiedad de mi alocada imaginación.

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Capítulo 7: INESPERADAS SORPRESAS

 

 

CAPITULO V

 

 

De no ser porque Isabella parpadeó y comenzó a abrir su boca lentamente por la sorpresa, Jacob podría haber pensado que se había convertido en una perfecta estatua. Ella sintió que la sangre se helaba en sus venas, lo miró fijamente, frunció el ceño y soltó lentamente su mano. Luego dio media vuelta, repasó la absurda situación por un par de segundos y soltó una lastimera carcajada.

—Es una broma, ¿verdad? — no se giró para enfrentar la suplicante mirada de Jacob, eso sería demasiado para ella—. ¿Verdad? — repitió tratando de convencerlo.

—No— el monosílabo salió claro y conciso de sus labios, Isabella sintió un escalofrío recorriendo su espalda.

Jacob se acercó a ella por detrás y apresó los delicados brazos de Bella entre sus fuertes manos para detener su nervioso andar de un lado a otro. Lo estaba exasperando de a poco por la frustración.

—No veo por qué algo tan serio debería ser una broma— dijo él muy cerca de su rostro. Ella no tuvo el valor de girar un poco la cara para mirarlo mientras le hablaba.

—Nunca hablamos sobre esto— espetó ella en un rápido y atropellado balbuceo. Él la giró gentilmente, posó sus manos sobre sus hombros y la vio con un hipnotismo tal, que ella no podía apartar los ojos de la obscurecida mirada de él—. Jacob… no sé si sea una buena idea…

— ¡Vamos, Bella! Es sólo un beso, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué no sepas cómo hacerlo? ¿Qué no te guste y me pidas que jamás te vuelva a besar en la vida? — las mejillas de Isabella se pintaron de un intenso color bermellón.

Jacob creyó que aquel adorable sonrojo se debía a la vergüenza, la inexperiencia, la expectativa o una combinación de las tres; el gesto le pareció de lo más tierno. Llevó sus manos al rostro de Bella para acunarlo y acariciar levemente sus encendidas mejillas con los pulgares. Si tan sólo Jacob supiera que ella había practicado el arte de besar infinitas veces y que inclusive podía llegar a ser capaz de enseñarle las más sofisticadas técnicas que lo harían desfallecer de placer con un simple beso. Definitivamente ella no lo haría jamás; sólo había unos dulces labios color durazno, perfectamente delineados, tan delicados o furiosos conforme fuera su necesidad; sólo aquellas delgadas y perfectas líneas que descansaban en el rostro de Edward y que ella deseaba, pero que ni siquiera sabía si algún día probaría de nuevo.

¿Cómo sería sentir los rellenos labios color chocolate de Jacob contra los suyos? ¿Qué sentimientos despertaría? ¿Sería igual que cuando besaba a Edward?, eso lo dudaba. Cómo él mismo lo había dicho, ¿qué tanto podía pasar? La curiosidad era un sentimiento al que a Bella no estaba acostumbrada, era algo que no le gustaba experimentar; así que con todo y el tumulto de sentimientos encontrados que la hacían estremecer… aceptaría.

— ¿Entonces? — urgió Jacob en un susurro. Bella no tenía la suficiente valentía o atrevimiento de alzar aunque fuera un poco su voz, se limitó a asentir levemente, aún sin total convicción de lo que estaba por hacer.

Jacob le sonrió encantadoramente, ella dio un largo respiro y esperó a que él tomara iniciativa. No tuvo mucho que esperar, él soltó su rostro y llevó sus manos a la cintura de ella para arrastrarla lentamente hacia un acantilado del que no estaba muy segura que quería saltar. El corazón de Bella se agitó violentamente, sentía una fuerte presión en el pecho y un vacío en el estómago; su piel estaba ligeramente erizada por los leves escalofríos que la recorrían, estaba perdida en sus pensamientos, tratando de mantener su respiración constante, se puso un alto y decidió concentrarse en el rostro de Jacob. ¿Qué haría ahora?

Él comenzó a inclinarse tortuosamente lento; Bella en un destello de cordura, fuera de su aturdimiento, llevó sus manos alrededor del cuello de Jacob. Su movimiento fue torpe y un tanto brusco.

—Tranquila— susurró él a escasos centímetros de su rostro. Jacob cerró los ojos, comenzó a acercarse con convicción mientras que Isabella no tuvo la valentía o la fuerza para cerrar los suyos, para disfrutar, dejarse llevar y permitirse besarlo.

Cuando estuvo a punto de rozar sus labios, la mente de Bella fue bombardeada por un recuerdo de hacía apenas unos minutos atrás.

—No lo hagas. Por favor.

El ruego entre susurros de Edward parecía haber llegado en el momento justo para torturarla. Salió de golpe de su ensimismamiento y giró el rostro dejando que Jacob le besara la mejilla. Él no abrió los ojos y dejó su frente descansar sobre la sien de Bella.

—Lo siento, no puedo— dijo ella con pesar. Jacob sonrió y se separó de ella.

—No te preocupes.

— ¿Estás molesto? — preguntó Bella apenada, temiendo que la respuesta fuera positiva.

—No— él le sonrió de nuevo y dejó un beso en su frente —No ha pasado nada.

Ella suspiró, repitió en su mente la frase que Jacob acababa de decirle “No ha pasado nada” y se sintió satisfecha consigo misma por finalmente no haber cedido. No tenía ni idea de cómo pudieron tornarse las cosas después de una muestra tan íntima de afecto cómo aquella o qué consecuencias pudo haber traído ese gesto, el beso que tal vez le costara su amistad con Jacob.

Zanjaron el tema y pasaron un momento más relajante en la terraza, sin pretensiones, segundas intenciones ni mucho menos reproches. Jacob dejó pasar el momento, ya hablarían más delante de los “tecnicismos” de su unión matrimonial. No estaban en el momento adecuado para esa charla. Poco después Jacob se despidió, prometiendo regresar un par de días después con más información sobre Aro.

Esa noche los sueños de Bella fueron perturbadores, se veía entre los brazos de Jacob mientras Edward observaba la escena con semblante dolido, no sabía para quién era peor la tortura; si para él que tenía que presenciar aquello o para ella que deseaba con todas sus fuerzas deshacerse del abrazo de Jacob para correr a los brazos de Edward. Despertó sola a mitad de la noche, jadeante, con el corazón acelerado como si hubiera corrido por horas, se sentía acalorada, desesperada y desecha. Se recostó de nuevo intentando inútilmente conciliar de nuevo el sueño. A la mañana siguiente, como cualquier otro día, Alice entró con sus alegres pasos danzantes para ayudar a Bella a prepararse para un nuevo día.

—Hola— susurró cerca de su rostro, inmediatamente se incorporó y su sonrisa se desvaneció de a poco—. ¿Qué pasó, mi Bells? — dijo despejando con cuidado los mechones de cabello del rostro de Bella.

—Nada— murmuró en tono poco monocorde.

— ¿Desde cuándo has estado llorando? — preguntó pasando sus dedos por las mejillas de Bella en un intento de borrar las marcas que las lágrimas habían dejado en su rostro—. ¿Qué te ha pasado, corazón?

Isabella se sentó lentamente, encogió los hombros, un puchero inesperado apareció en sus labios, cubrió su rostro con las manos y se echó a llorar de nuevo. Alice la rodeó con sus brazos y la recostó amorosamente sobre su hombro.

— ¿Qué pasa, Bells? ¿Es Edward? — Bella asintió—. Aún lo amas, ¿verdad?

—Dudo que algún día pueda olvidarlo. Ni casándome con Jacob o formando una familia con él creo que pueda dejar el recuerdo de Edward a un lado.

—Bells, no tienes qué hacerlo. Habla con Edward.

—No puedo.

— ¡No seas orgullosa! ¡Eres la más grande de las tontas! ¿Sabías? — dijo soltándola abruptamente para encararla—. Isabella, es absurdo que te sigas negando de esa manera al amor. ¿No ves que estás sufriendo? ¡Qué también lo haces sufrir a él!

— ¡Ya! — Isabella sentía como si con cada palabra de Alice le enterraran una aguja hasta que se perdía en su interior.

El dolor la consumía, no tenía idea de cómo sería capaz de seguir, mucho menos con Edward ahí. ¿Por qué simplemente no podía hacer lo que le decía Alice? ¿Cuál era su temor? Esa noche de desvelo se dio cuenta de aquello que se negaba tan tercamente a ver, aún estaba perdidamente enamorada, incluso más que antes… más fuerte, más apasionado, más intenso. También llegó a la conclusión de que Edward no la había olvidado, que trataba de acercarse, pero por su necedad y falso carácter lo mantenían a raya. ¡Qué ganas de decirle que no se fuera y que estuviera siempre a su lado! El rostro de Aro Vulturi apareció como una terrible pesadilla en su mente, sacudió la cabeza para desechar aquella mirada feroz que juraba venganza. Definitivamente NO, no podía estar cerca de Edward, no podía exponerlo a la furia de Aro.

  — ¿Vas a hablar con él? — susurró Alice después de dar un suspiro.

— ¡Qué no! — gritó Bella poniéndose de pie en un fluido y brusco movimiento.

—Bella…

— ¡Ya deja de meterte en lo que no te importa! ¡Déjame en paz! — Alice la vio incrédula, dolida. ¿En verdad le había gritado? ¿Su Bells se había atrevido a levantarle la voz de aquella manera?

Se limitó a asentir, se puso de pie y le hizo una leve reverencia.

—Con su permiso, señorita Swan. Iré a preparar su vestido para el día de hoy— Bella la vio desaparecer detrás de su armario, se talló la cara y suspiró con cansancio. Ahora debía disculparse con su querida Alice por haberla tratado mal.

Mientras Bella se preparaba para aparecer ante sus invitados, de los cuales la mayoría se encontraba en sus respectivas habitaciones, Edward merodeaba por la biblioteca y Rosalie y Emmett paseaban por los jardines con sus brazos entrelazados.

En su andar entre libros, viejos cuadernos y estantes de madera; Edward ideaba un plan tras otro para hacer que Isabella flaqueara y terminara compartiendo sus pesares con él. Ahora más que nunca deseaba estar cerca de ella, descubrir quién era el tal Aro, porqué le temía, apoyarla, refugiarla y ayudarla. Una idea brillante cruzó por su mente, salió de la habitación y comenzó con la búsqueda de Rosalie.

Después de una breve charla el día anterior, Edward terminó de aceptar a Emmett; aunque le costara admitirlo, él era un buen hombre y podía hacer perfectamente feliz a su prima. Su futuro primo le prometió cuidar de su querida Rosalie, dijo que la cuidaría y que daría todo porque fuera dichosa cada día del resto de su vida. Edward no podía más que estar agradecido con su nuevo amigo.

A mitad de uno de los tantos pasillos se topó con la feliz pareja de enamorados, no pudo evitar sonreír al verlos.

—Buenos días— saludaron los sonrientes tórtolos al unísono.

—Buen día— contestó Edward contagiándose con su alegría—. Rose, me gustaría hablar contigo.

—Claro, primo…— una chica del servicio los interrumpió brevemente.

—Disculpen la intromisión, señores, señorita. En unos minutos el comedor estará dispuesto para el desayuno.

—Gracias— dijo Emmett despachando a la chica.

—Con permiso— hizo una perfecta reverencia y se fue.

—Cómo te decía, Edward. Por supuesto— retomó Rosalie.

—Bueno, yo iré un momento a mi habitación— se disculpó Emmett. Rose y Edward se encaminaron hacia el comedor a paso lento.

—Es una lástima que sea nuestro último día en este magnífico lugar— se lamentó Rosalie, tratando de hablar sobre algo con su primo y romper el silencio.

—La verdad no he salido mucho.

—Pues deberías. Los alrededores son hermosos, el lago encantador, el campo precioso, los jardines perfectos… en fin.

—Claro, tú tienes con quién pasear.

—Y tú no tienes por qué quieres— le reprochó a su primo.

—La servidumbre es muy disciplinada— comentó Edward.

—Oh, sí, claro. Isabella puso una doncella a mi disposición, era muy amable, pero sabes que soy muy celosa con mis cosas y preferí despacharla.

—Espero que la chica no se haya metido en problemas por no atenderte cómo se le ordenó.

— ¿Por qué lo dices, Edward?

— ¿No te has dado cuenta de que Bella los trata muy estrictamente? Es muy dura y fría con ellos.

—La verdad es que no me he detenido a observarla. Pero por su cambio de actitud creo que no me sorprende— caminaron unos segundos en silencio —. Edward, deja de dar largas. Dime qué es lo que quieres hablar conmigo.

—Rose, necesito tu ayuda.

—Por supuesto, ¿dime?

—Anoche me contaste todo lo que te confió Isabella en la charla que te pedí que tuvieras con ella. Así que, te pido que sigas informándome de lo que ella te diga.

— ¿Qué? ¡Edward, estás loco! ¿Cómo pretendes que Isabella confíe en mí si sabe que soy tu espía?

—Quiero saber qué pasa…

—Entonces averígualo por ti mismo. Edward, te quiero mucho, pero no voy a ayudarte con algo como eso. Estaría traicionando la confianza de mi amiga y eso es algo que no quiero. Como tú mismo me has dicho ella me confió su pasado, pero que Bella lo haga no significa que yo tenga que correr a decirte todo a ti. No lo haré.

—Pero necesito saber qué es lo que le pasa. Quiero ayudarla— pidió desesperado.

—Entonces habla tú con ella.

—Ya lo he intentado.

—Entonces encuentra la manera, porque yo no voy a ceder a algo como eso. No, Edward.

Derrotado por la negativa de su adorada prima, siguió maquinando planes, hasta que llegó a una determinante conclusión.

El desayuno pasó sin mayor percance, Isabella se mostró como siempre: con actitud hosca hacia sus empleados y encantadora con sus huéspedes.

Alice aún sentía coraje corriendo por sus venas y durante el tiempo que atendió a Bella no le dirigió ni siquiera una mirada, cosa que no le pasó desapercibida a Bella. Tendrían que arreglar sus diferencias pronto.

En cuanto las atenciones de Alice ya no fueron necesarias, ella huyó del mar de sensaciones que le provocaba estar enojada con su querida Bella, se refugió en un recoveco en uno de los pasillos de camino a la cocina y dejó salir su pesadumbre en un llanto intenso y doloroso. Poco después alguien escuchó sus fuertes sollozos y se acercó a investigar.

— ¿Qué pasa, hermosa princesa? — preguntó aquel chico atento y buen mozo que siempre hablaba con Alice—. ¿Quién ha hecho llorar a tan bella mujercita? — dijo él levantando el rostro de Alice.

Ella rió levemente, suspiró y se dejó envolver por aquella mirada color miel con un toque verde que la observaba con ternura. El chico sí que era especial, Alice no sabía cómo, pero siempre que necesitaba algo, cualquier cosa, él estaba ahí.

—No es nada, Frederic.

—Nadie llora por “nada”, mi bella dama— hizo una perfecta reverencia para después besar la mano de Alice, ella le sonrió y enjugó las últimas lágrimas que resbalaron por sus mejillas.

—No te preocupes, en serio.

— ¿Es por la señorita? — se aventuró a preguntar.

—Sí y no.

—Está bien, no es necesario que hablemos de eso— Alice le sonrió agradecida.

El chico en verdad le atraía. Era de muy buen ver, trabajador, humilde, sencillo, detallista, sonriente, siempre estaba de buen humor y la trataba como a una pequeña y delicada flor. Pero por más que lo deseara no podría permitírselo. No habría nada más allá de una sincera amistad. Fue ahí cuando comprendió a Bella, no quería involucrarlo a él con el monstruo de Vulturi; no tenía el valor de someter al hombre encantador que estaba frente a ella, apoyándola una vez más, contra el bastardo Vulturi. Alice no podía darse el lujo de algo más con él. Se entristeció por eso.

— ¿Por qué eres tan lindo conmigo?

—Es lo menos que puedo hacer por una persona tan bella como tú. Además, tú también eres muy linda conmigo— dijo mientras él le acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja.

Alice le sonrió y lo miró por largo rato. Frederic devolvió el gesto, acarició su mejilla con delicadeza y se inclinó lentamente hacia ella. Alice se paralizó un momento, vio claramente sus intenciones, ¿qué hacía?, ella jamás había besado a alguien. Presa del pánico giró el rostro para alejarlo del de él, pero llevó sus brazos alrededor de la cintura de Frederic y lo apretó con fuerza. Él sonrió levemente y la estrechó con ternura entre sus brazos.

—Lo siento— dijeron al unísono.

Rieron por la curiosa coincidencia y aún sin soltarse comenzaron a mecerse hacia los lados, como si eso postergara el momento un poco más. Alice suspiró sobre el hombro de Frederic y el besó su cabeza, aspirando el dulce aroma de su cabello. A lo lejos se escucharon unos pasos firmes que se acercaban con rapidez, pero ellos estaban tan sumergidos en su momento que no le tomaron importancia.

—Alice…— apenas reconoció la voz de Bella se tensó entre los brazos de Frederic—. Al… ¡Alice! — exclamó Bella al encontrarlos abrazados.

Frederic se deslizó hacia un lado, cubriendo con la mitad del cuerpo a su pequeña y bella dama. Alzó la barbilla, cuadró los hombros y no despegó su mirada de Isabella; en señal de protección.

—Retírate, Frederic— ordenó Isabella autoritaria.    

—Con permiso— dijo él con voz firme. Miró un breve instante los ojos tiernos de Alice y se alejó.

—Acompáñame— le ordenó a Alice, dio media vuelta y dejó que la siguiera hasta su habitación.

Isabella entró rápidamente, dejó que Alice pasara, estrelló la puerta y echó el seguro. Se deslizó hasta su cama y dio media vuelta para encararla.

— ¿Me puedes explicar qué demonios fue eso que vi allá afuera? — dijo Isabella comenzando a caminar de un lado a otro.

—Un abrazo— contestó Alice desinteresadamente.

—Sabes a lo que me refiero, Alice.

—No veo qué es lo que tiene de malo.

— ¡Es el chofer! — Alice no daba crédito a sus oídos, ¿desde a cuándo a Isabella le importaban ese tipo de tonterías?

— ¿Qué? — preguntó Alice incrédula.

—Podrías… no sé… haberte fijado en…

— ¡No lo puedo creer! ¿En serio eres tú? ¿Tú me dices esto?

—Alice, entiende…

— ¡No tengo nada qué entender! Sí, él es un simple chofer… aún así creo que me merece. Al fin y al cabo yo soy sólo la doncella de la ama— Alice dio media vuelta, no queriendo enfrentar la mirada fría de Isabella; la cual había dejado su andar nervioso, quedando perpleja hasta que se dejó caer sentada sobre el diván. Las palabras de Alice le dolieron, nunca le había reprochado nada, pero tenía razón.

—Alice, yo sólo quiero lo mejor para ti…— el tono de Isabella ahora era persuasivo, intentando razonar con Alice.

— ¡Te lo dije! Terminarías creyendo tus mentiras, tomarías una actitud que no te corresponde, te volverías… no, volverías no, te has vuelto la persona que temí que arrancara de tajo a mi dulce Bells— Isabella bajó la mirada, incapaz de enfrentar su terrible realidad—. Créeme que si tuviera la suficiente fuerza para hacerlo te odiaría… pero no puedo— dijo Alice rompiendo en llanto.

¿Tan difícil tenía que ser todo? Cuando recién se levantó Bella todo fue mal entre ellas, el desayuno pasó sin percances; pero ahora, ni siquiera habían llegado al almuerzo cuando ya habían discutido de nuevo. Nunca, en tantos años, habían peleado, ni siquiera por tonterías. Aquello les partía el corazón y las hacía enfurecer aún más. ¿Qué era lo que estaba saliendo tan mal? Alice interrumpió sus cavilaciones cuando escuchó un fuerte sollozo a su espalda, dio vuelta para encontrarse con Bella llorando a mares con su rostro enterrado entre sus manos. Con pasos titubeantes caminó hasta situarse justo frente a Isabella, puso sus manos sobre sus hombros, ella alzó el rostro, la miró y luego Alice se sentó a su lado.

—No te hagas esto. No lo hagas, Bells. Vuelve, sé de nuevo mi dulce Bells— suplicó Alice entre sollozos.

Isabella miró con ternura a su pequeña Alice, abrió lentamente los brazos permitiendo que ella se acercara para darle un fuerte abrazo. El abrazo duró más de lo que imaginaron, pero no tenían deseos de apartarse, las discusiones jamás habían sido parte de sus vidas y una situación de distanciamiento las entristecía en demasía. Sólo podían hablar y perdonarse.

—Al, lo siento— dijo Bella después de largo rato. Alice suspiró y se separó del abrazo.

—No te transformes en una persona que no eres— pidió Alice suplicante, Bella sonrió levemente y asintió.

—Perdóname.

—Olvidemos lo que pasó— pidió Alice y luego le regaló una de sus hermosas y resplandecientes sonrisas.

—Al… Frederic, ¿te gusta? — ella sonrió, se sonrojó tiernamente y asintió apenada. Isabella correspondió a la tímida sonrisa—. Apoyo lo que decidas— apremió. Alice levantó el rostro sorprendida y le sonrió de nuevo.

—Gracias, Bells. Pero no puedo.

— ¿Por qué?

—Ahora entiendo tu decisión de querer alejar a Edward. No puedo atar a Frederic a una situación como esta. Le temo a Aro.

—Yo también. Pero no tanto por mí, temo que nos descubra, que se dé cuenta de todo, que si Edward está conmigo lo…— Bella no pudo continuar y  se limitó a negar con los ojos cerrados.

—Sólo nos queda esperar. Aunque, sinceramente, no sé si voy a poder soportarlo.

—Tranquila, Alice, no permitiré que algo te pase— la estrechó con fuerza entre sus brazos. La sola idea de saberla dañada a causa del mal del enemigo la hacía sufrir de angustia.

Decidieron dejar el tema de culpas y miedos. Hablaron un rato más sobre cosas más triviales y agradables y luego arreglaron su aspecto para salir con los invitados. Después del almuerzo pasaron la tarde en un gran picnic por los alrededores, como se había propuesto, Isabella se ganó la simpatía de sus huéspedes; eso sumaba puntos en su estrategia. Hicieron una pomposa cena de despedida que se extendió casi hasta media noche, Isabella se sintió aliviada al notar le decline de la actitud de Edward y su dolorosa lejanía. Era lo mejor.

Al siguiente día los invitados de Bella partieron desde antes del amanecer. Poco a poco la casa se fue vaciando, hasta que por último se despidió de Edward, Rosalie y Emmett; éste último le pidió que tuviera la amabilidad de acoger un par de tardes a Rosalie mientras él y Edward negociaban sus inversiones en el sur. Isabella aceptó encantada la futura compañía de Rose y con la promesa de un hasta pronto los vio partir. Le extrañó la frialdad de Edward, se permitió regodearse por un momento en su tristeza para poco después felicitarse, lo había logrado, Edward había perdido todo interés en ella.

Las visitas de Rose se hicieron frecuentes y su amistad desinteresada comenzó a crecer cada vez más. Exactamente una semana después Isabella coincidió con Emmett y Rosalie, en uno de los múltiples bailes a lo que estaba invitada. Aunque Bella hubiera preferido no asistir, tenía que hacerlo, sus planes con Jacob le indicaban que así debía ser. Su anfitrión, el duque de O’Connor, no dejó de insinuarse por casi la mitad de la velada. Isabella no sabía qué más hacer para quitárselo de encima, estaba por romper con su papel de distinguida dama cuando una muy dulce voz los interrumpió.

—Buenas noches, ¿me permite a la señorita Swan? — dijo encantadora y amable.

Isabella apretó los dientes, imaginando perfectamente a quién pertenecía esa voz, se giró con lentitud para encontrarse con lo que en ese momento sería como una pesadilla.

—Por supuesto, un placer en conocerle…— dijo el duque ofreciendo su mano en señal de saludo.

—Victoria Masen. Un placer— el duque hizo una perfecta reverencia, tomó casi con devoción la fina mano de la joven y la besó delicadamente.

—El placer es mío— contestó el hombre con voz seductora.

—Gracias— contestó la bella joven sonriente. Dirigió la mirada hacia Bella y le sonrió ladinamente—. Isabella, querida. ¡Qué gusto verte de nuevo! — Victoria se acercó y la envolvió en un efusivo abrazo que a Bella le pareció más que hipócrita.

—Lamento dejarlas un momento, bellas damas, pero mi presencia es requerida por el resto de los invitados.

—Pierda cuidado, yo me encargo de hacerle compañía a mi querida amiga— contestó la melosa voz de Victoria.

— ¿Qué te trae por aquí, “querida”? — preguntó Isabella con recelo.

—Acompaño a mi querido Edward, por supuesto— aunque Isabella sabía perfectamente que esa respuesta obtendría, trató de mostrarse desinteresada y volteó hacia otra parte.

—Qué bien.

— ¿Podemos hablar? — pidió Victoria inquisidoramente.

—No creo que tengamos algo de qué hablar.

— ¡Oh, vamos, Isabella! ¿No puedes escuchar a una vieja amiga? — una risa sarcástica cruzó por la mente de Isabella.

—Está bien, si prometes que después de esa charla continuarás tu camino y dejarás de hostigarme.

— ¡Isabella! No sabía que ahora fueras tan impaciente.

—Vamos— contestó ignorándola y llevándola a una parte alejada del bullicio. Terminaron sentadas en una pequeña sala de té.

— ¡No sabes lo feliz que estoy de haber venido! — dijo la entusiasta voz de Victoria.

— ¿En serio? Qué bien— contestó Bella con sarcasmo sin siquiera mirarla.

—Sí. Sobre todo porque jamás imaginé que mis primos se hospedaran en un lugar cómo éste. ¡Dios mío! Edward cada vez está más guapo, ¿no te parece, querida? — Bella la miró arqueando una ceja y no contestó—. Aún no puedo creer que me invitara, ¿crees que esté interesado en mí? Claro, es mi primo, pero bien sabemos que su tío me adoptó de pequeña. Así que no veo nada de malo en que él intente algo más que una relación meramente fraternal.

En ese momento Isabella la escrutó con la mirada. ¡Dios!, la mujer era realmente encantadora. Tenía un rostro angelical, sus rizos pelirrojos caían en una perfecta cascada ondulada, acariciando delicadamente sus hombros, miró los hermosos ojos grises que tomaban el color verde de su hermoso vestido, la tela se ceñía a la perfección al cuerpo curvilíneo de Victoria. Edward fácilmente podría caer en sus encantos, eso estaba bien, tenía que seguir su camino sin ella, lejos de su amor egoísta. A pesar de desear tenerlo lo más alejado posible, no podía evitar sentir la sangre hervir y sus mejillas teñidas de carmesí de tanta furia que se arremolinaba en su interior. Bella no soportaba ni un minuto más de hipocresía y se puso de pie.

—Entonces, éxito. Te deseo la mejor suerte en tu relación con él— dijo prácticamente destilando veneno. Dio media vuelta y dejó sentada a una muy sonriente Victoria.

Salió disparada del lugar, mientras esperaba su coche acompañada de Alice, llegó Edward después de una caminata en los alrededores de la casa.

— ¿Te vas tan temprano?

—Eso a ti qué te importa— contestó la orgullosa Isabella.

—Tienes razón no me importa.

—Perfecto. Disfruta de la noche y de… tu compañía— con ese comentario lo hizo girar en redondo.

— ¿Hablas de Victoria?

— ¡Vaya! Veo que te tiene encantado.

—La verdad, estoy muy complacido de que esté aquí— Bella lo taladró con la mirada ante la disimulada sonrisa de Alice.

Antes de que ella pudiera replicarle algo, Frederic apareció con su coche, la llamó educadamente y sin dirigirle ni siquiera una última mirada se marchó del lugar.

Un par de días después Jacob, Alice y Bella trazaban estrategias para atraer aún más a Aro. Se rumoraba entre los barrios bajos y las pequeñas pandillas que el gran Aro Vulturi estaba cerca. El plan era despejar la casa principal del imperio, ofreciendo a Bella como señuelo, sola y vulnerable. Y así lo hizo, Bella despachó a sus empleados por un día completo después de dejar todo dispuesto para su comodidad, obviamente. A pesar de saber que Jacob y su gente estaban estratégicamente vigilando a los alrededores, no podía evitar sentir nervios. Alice, como siempre, estaba a su lado.

La noche de tormenta era el ingrediente que la hacía delirar de terror. ¿Qué pasaba si Aro mordía el anzuelo? ¿Qué tanto peligro correría? ¿Serían capaces de atraparlo antes  de que llegara a ella? Unos fuertes golpes en la puerta principal la hicieron pegar un brinco y ahogar un grito.  

—Iré a ver— dijo Alice con un tono de voz temeroso. Isabella sólo asintió, sintiendo cómo casi se le salía el corazón con cada paso de Alice.

—Buenas noches— la familiar voz la hizo soltar el aire de golpe y suspirar aliviada.

—Emmett, ¿qué sorpresa? — se acercó a saludarlo—. ¿Qué haces aquí a esta hora?

—Íbamos de camino a casa, pero los caminos se cierran con la tormenta y no podré cruzar si no hasta mañana. Querida amiga, ¿podrías darnos asilo por ésta noche?

—Por supuesto, ¿quién viene contigo? — en ese momento su pregunta quedó respondida. Rose y Edward aparecieron detrás de él.

—Bienvenidos— la sonrisa de Bella los recibió con calidez—. Les he dado el día de hoy libre a mis empleados. Espero que no les moleste que los atendamos entre Alice y yo.

—No hay ningún problema— aseguró Rose.

—En realidad sólo necesitamos un lugar en dónde descansar— contestó Emmett.

—Claro. Alice lleva al chofer a una de las habitaciones de servicio mientras yo los guío a ellos a sus habitaciones.

—Por supuesto— contestó Alice sonriente.

—Por mi parte no necesito nada más el día de hoy, puedes retirarte— indicó Isabella.

—Gracias— contestó Alice en su papel de doncella, haciendo una leve reverencia—. ¿Hay algo que pueda hacer por los señores o la señorita? — ofreció amablemente a las inesperadas visitas.

—No, está bien. Es tarde y sólo me apetece descansar— contestó Emmett a lo que Edward y Rosalie apoyaron negando con su cabeza.

—Con permiso— dijo por último Alice y se retiró.

Isabella guió a los tres a las habitaciones, les ofreció las que ella sabía que eran las que estaban listas para recibir a alguien. A Rose y Emmett los llevó un piso más arriba de las habitaciones principales. Mientras caminaba podía sentir la mirada de Edward sobre sus pasos y el aura de amor entre Emmett y Rosalie. ¿Sería capaz de sobrevivir después de esa noche? Lo que más temía era la aparición de Aro, no tanto por ella, ahora temía más por sus amigos y por Edward; sobre todo Edward. No podía si quiera imaginar una culpa cómo esa sobre sus hombros.

Después de un rato llegaron al tercer piso de la casa; a Rosalie la hospedó en una amplia habitación en tonos crema y dorados; a Emmett en una ostentosa habitación en colores guinda, vino y café. A Edward le indicó una habitación del segundo piso al final del pasillo, en sentido contrario a la suya; era una gran habitación azul y plateada, con elaborados muebles de madera y superficies de mármol. Les deseó buenas noches a cada uno después de indicarles sus habitaciones y salió huyendo hacia la suya.

Bella no podía dejar de preguntarse qué era aquella revolución en su interior, por qué el destino se ensañaba con ella. Definitivamente no podría conciliar el sueño. Poco después escuchó ruidos, trató de convencerse que alucinaba e intentó en vano caer en un profundo sueño. No podía dejar de preguntarse qué podría estar haciendo Edward en su habitación al otro lado del pasillo. La curiosidad la inquietaba como un cosquilleo insistente que no la dejaba en paz; literalmente, le picaba la curiosidad. ¿Y si se había ido? No, eso era una locura, el cielo se caía en pedazos y sería muy aventurado salir con semejante tempestad. Dejó de lado su deliberado andar tan atropellado, ¿en qué momento se había levantado de su cama?, se plantó con firmeza en su lugar y se dijo a sí misma que esa era su casa. Tal vez podría intentar mirar a hurtadillas por el hueco del cerrojo.

De camino a la habitación de él escuchó los mismos ruidos en el piso inferior. A pesar de sentir un extremo temor a flor de piel bajó decidida las escaleras, buscó en todas las habitaciones hasta que dio con los insistentes ruidos en uno de los salones. La peste a alcohol inundaba el lugar, había un par de botellas esparcidas por la mesa contigua al bar y Edward en un rincón, acariciando solemne las teclas del olvidado piano. La melodía se le antojó nostálgica, era como un grito desesperado en busca de libertad, ¿cómo era posible que un hombre totalmente ebrio fuera capaz de transmitir tanta amargura con aquella increíble perfección?

— ¿Qué haces aquí? — la enronquecida voz de Edward la sacó de tajo de su ensimismamiento.

Trató de encontrar su voz, pero se encontró sencillamente cohibida y atormentada. Se limitó a negar, con la garganta seca de sorpresa y angustia. La tapa del piano se cerró de golpe, haciendo estruendo por la habitación; ella dio un brinco por el susto, Edward la miró con detenimiento, un tanto tambaleante dio un sonoro sorbo a su trago y lo dejó de golpe sobre el piano.

— ¿No? ¿No, qué? — espetó él.

—No tengo nada que hacer aquí— dijo ella dando media vuelta.

Dio un par de fuertes pasos hacia la puerta, luego escuchó cómo el banquillo se arrastraba cansinamente y después el escandaloso descenso de Edward hasta estrellarse contra el piso a causa del nudo que había provocado con sus propios pies. Isabella se giró en el acto para encontrarse con la mitad del cuerpo de Edward en el piso, su rostro pegado al suelo y un pie aún atorado en lo alto del banquillo.

— ¡Edward! — ella corrió hasta estar a su lado, levantó su rostro entre sus manos y examinó el daño. Tenía una mejilla roja y corría un ligero hilo de sangre por la frente.

Él no dijo nada, sólo dejó que la sensación de los dedos de Bella sobre su rostro lo consumiera y lo llevara a una delicada y arremolinada nube de sensaciones. ¡Le importaba! ¡A Bella le importaba su integridad! Con un poco de dificultad lo ayudó a ponerse de pie, sin decir ni una sola palabra lo incitó a que se sentara en uno de los cómodos sillones. En un pesado movimiento él se dejó caer entre la superficie espumosa y cómoda, la observó con intensidad, intentando guardar con celo la sensación de su piel contra la suya en aquel breve y silencioso encuentro que duró el corto trayecto del piso al sofá.

—No te muevas de aquí— sentenció Bella y él asintió.

¡Fabuloso! Pensó ella sarcásticamente. ¿Qué haría con él ahora? Estaba totalmente ebrio y descolocado. Bueno, lo más lógico sería que se duchara y se fuera a dormir; sí, eso sería precisamente lo que haría. Fue a la cocina para calentar un poco de agua, los convencionalismos decían que Edward debía tomar un baño frío, pero ella no era tan insensible, tibiaría un poco el agua glacial que de seguro salía a esa hora. Preparó la tina del cuarto de baño de la habitación que había dispuesto para Edward.

Regresó al salón, se detuvo un momento a observar a aquel hombre que yacía con la cabeza colgando hacia atrás, la boca entre abierta y los párpados relajados. El sólo hecho de ayudarlo a trasladarse era un acto demasiado íntimo para su seguridad, pero era la única que podía auxiliarlo, de seguro Emmett ya estaba dormido y no había más servidumbre. ¿Y si lo dejaba ahí?, definitivamente no, su compasión no se lo permitía. Lo despertó y lo ayudó a soportar su peso. De camino a la habitación Edward intentó besarla en más de una ocasión y sus manos viajaban descaradas por el cuerpo que lo ayudaba a sostenerse “está borracho, sólo lo dejarás en su habitación” trataba ella de convencerse una y otra vez.

Cuando lo llevó al cuarto de baño lo convenció de que tenía que tomar un baño. Él astutamente le pidió que le ayudara con la chaqueta, Bella la desabotonó con suma paciencia, pasó sus manos por sus hombros y en una apena perceptible caricia, hizo que la prenda cediera hasta llegar al piso. No se atrevía a mirarlo, estaba jugando con fuego y estaba a punto de arder en llamas. Después se deshizo de su camisa con una lentitud que a él le pareció una completa tortura, cada botón parecía atorarse a propósito en los ojales entre los delicados dedos de Bella; para Edward la proximidad con ella se tornaba cada vez más excitante y peligrosa. Cuando estaba a punto de  pedir otra cosa ella parpadeó, como si estuviera saliendo de un hipnotizante embrujo y se alejó de él.

— ¡Ya, Edward! Esto puedes hacerlo tú solo— dijo ella sumamente nerviosa.

—No. Si tanto insistes en un baño… quítame la ropa. Yo no puedo— dijo él atropelladamente.

¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿En qué momento había sucumbido a Edward? La respuesta era sencilla pero no quería comprenderla, estaba enamorada y era capaz de hacer cualquier cosa por él.

— ¡Estás loco!

—Ayúdame. Sólo eso, Bella— su tono de voz la convenció. Ella rodó los ojos y se acercó a él. No sería una gran desgracia, en cualquier caso, no sería la primera vez que lo veía en paños menores.

Ella ni siquiera tenía la más mínima idea de lo apasionados que eran sus sentimientos hasta que tuvo el torso desnudo de Edward frente a sus ojos. No lo resistió más y salió despavorida de la habitación. Edward sacó fuerza y agilidad de donde menos pensó, ¡pero qué sueño tan maravilloso! ¡Bella cerca de él! No permitiría que eso terminara, así que salió rápidamente detrás de ella. La alcanzó y la rodeó con sus brazos. Era la más exquisita gloria o el más abismal infierno el tenerla fuertemente abrazada por la espalda, contra su pecho. Las delicadas prendas que se interponían con su piel parecían estar en llamas.

—Tengamos nuestro adiós— sugirió la seductora voz de Edward.

¿Qué debía decir ella? Por supuesto, lo más correcto sería salir despavorida y encerrarse en su habitación alejando los demonios que la rodeaban cuando estaba cerca de Edward. De igual forma, él estaba totalmente ebrio y podría olvidar con facilidad cualquier cosa que pasara. Intentó alejarse pero las manos de Edward se ciñeron con más fuerza a su alrededor. Sentía que temblaba cuando los dedos de Edward se deslizaron con maestría por entre la tela, cuando sus labios apresaron la piel de su cuello y cuando poco a poco las escasas prendas de su ropa de noche cedían al piso entre las manos de Edward. Cuando estuvo completamente desnuda él se alejó para poder admirarla como tanto había deseado.

Se sentía totalmente indefensa, como si de repente se hubiera vuelto una delgada y extremadamente delicada pieza de cristal. Se sintió estremecer al encontrarse expuesta a la ávida mirada hambrienta de Edward, él no le quitó los ojos de encima, era cómo si su mirada fuera la delicada caricia de las yemas de sus dedos, haciendo que su piel se erizara, sensible, deseosa, ardiente. Edward llevó sus manos a su cuerpo y comenzó a despojarse lentamente de lo que quedaba de  sus ropas. Con el primer movimiento de él Isabella sintió un estremecimiento, luego otro y otro más… hasta que terminó vibrando en medio de la nada. De frío, temor, anticipación y expectación. Apretó los ojos y se abrazó con fuerza el torso.

Edward alzó la vista, aún maravillado por lo que sucedía en ese momento perfectamente irreal, admiró la hermosura de sus facciones, la delicadeza de sus hombros, la redondez de sus pechos, el color de su piel, sus piernas, su sexo. La belleza y perfección del cuerpo de Bella lo llamaba, como una hipnótica melodía, se deslizó como un felino, a pasos lentos, estudiando a su presa y calculando el más mínimo movimiento. ¡Dios santo, nada de lo que sentía podía ser real! Pero se sentía así, totalmente real, como si no fuera una excelente interpretación de su retorcida mente descolocada. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ella como para percibir su embriagante esencia, inhaló profundamente y disfrutó de la sensación de aquella caricia en sus fosas nasales. Deseaba tocarla, besarla y saborearla por completo pero su deseo, su pasión, ardían agónicamente buscando saciarse por completo y acallar sus instintos.

Ella sintió un suave roce en su brazo que la hizo brincar, abrió los ojos sobresaltada y agitada por la arrolladora sensación de los dedos de Edward sobre su extremadamente sensible piel. Despacio él la guió para que bajara sus brazos, dejándola a su total merced, era suya y siempre lo sería, de eso no tenía la más mínima duda. Sintió su rostro acunado, por fin, por aquellas inolvidables manos que tanto había añorado; eso era demasiado, más de lo que podía soportar, quería morir en ese mismo instante porque no sabía si sería capaz de culminar aquello que había dado pie a empezar.

El aliento de Edward le invadió el rostro, su aroma peculiar, tan masculino, entremezclado con el alcohol la llevó a una sensación de vértigo y su pasión se vio encendida… igual que la llama que enciende una larga mecha que al final llegará a un tumulto de explosivos, haciendo volar todo en mil pedazos. No quería preámbulos, no habría juegos ni acciones previas, lo necesitaba con desespero ¡Ya! Se acercó ágilmente a él para estrellar sus labios con los suyos, no pasaron ni dos segundos cuando se fundieron en un profundo beso que los hizo sentir como si un río de lava comenzara a esparcirse desde su pecho al resto del cuerpo, las manos ávidas y deseosas de Bella se deleitaron con el torso de Edward mientras que Edward no daba tregua a su pasión. Los suspiros, resuellos y gemidos vibraban intermitentes en sus gargantas; el contacto entre sus lenguas sedientas de placer era como el suave roce del terciopelo, pero ambicionaban más. Hasta la más ínfima parte de su ser estaba palpitante, alerta y expectante a la espera de lo que vendría. 

Bella sintió las manos de Edward deslizarse por su cuerpo hasta delinear suavemente la curva de su trasero, en un abrupto movimiento la alzó en brazos haciéndola gritar mientras acomodaba sus piernas alrededor de la cadera de él. ¿Palabras? ¿Quién las necesitaba?, ella no quería que Edward reaccionara y él no quería que Bella desapareciera de su ensoñación. Los dos estaban totalmente equivocados. Edward demandó atención a sus labios, a lo que ella respondió gustosa, con la maestría que sus antiguos encuentros le habían proporcionado. Isabella sintió el perfecto roce del endurecido y ardiente miembro de Edward y sólo pudo dejar salir un suspiro acompañado en perfecta sincronía con un gemido.

Las abrazadoras caricias no dejaron ninguna porción de piel sin explorar, ya no tenían fuerza de voluntad, era lo que más deseaban, aunque para él no fuera nada el día de mañana para ella lo sería todo. La esponjosa superficie de la cama quedó sobre su espalda, unas simples pero apasionadas caricias recorrieron su cuerpo preparándolo, poniéndolo alerta. “Maravilloso”, pensó Isabella; “¡Qué hermoso sueño!” se dijo Edward.

Tal y como ella lo necesitaba, conociendo sus gestos a la perfección, la embistió sin miramientos, apasionado, profundo e intenso; haciéndola apretar los ojos y manteniéndolos cerrados para disfrutar el mar de sensaciones. Los movimientos lentos y concisos los hacían sentir en el más agónico e infernal sueño, no podían creer que por fin tenían aquel adiós jamás dicho, ese reencuentro mil veces soñado. Después de tanto cumplían el máximo deseo, se fundían en una perfecta danza sincronizada y magistral. Isabella abrió los ojos para conectarse con la obscurecida mirada de Edward, conectándose de tal manera que se aferraban uno al otro sin contemplaciones.

Él dejó sus manos quietas por un momento, luego las llevó por debajo de ella, giró hasta colocarla encima de él y terminar sentado en el borde de la cama con ella sentada perfectamente a fondo sobre su miembro. La canción que salía de sus labios regresó a ser de un ritmo un poco más calmado. Bella lo miró profundamente, directo a los ojos, apretó su rostro entre sus manos y lo besó con descaro a la par que comenzaba a moverse sobre él. Edward pensó que debía estar en el infierno y que sobré él estaba el demonio de Isabella que lo hacía desear morir con sus excitantes movimientos. Él apresó su cintura con fuerza haciéndola sisear, Bella apretó con desespero sus manos en torno al rostro de Edward, tomó puños de su cabello entre sus dedos y tiró de él; totalmente necesitada.

El choque de sus cuerpos en cada empuje hacía un incitante sonido que los alentaba a moverse cada vez más rápido. Bella despegó sus labios de los de Edward, escondió el rostro en el cuello de él besando y lamiendo, él la impulsó con mayor velocidad prácticamente enterrando sus dedos en su piel, ella mordisqueó la piel de Edward, él besó el hombro de ella, la sintió comenzar a contraerse dolorosamente en torno a él apresándolo con fuerza en su interior; Bella apretó a conciencia, con todas sus fuerzas, sus paredes, absorbiendo hasta el último centímetro de Edward en su interior. Él gruñó, abrió la boca y enterró con fuerza sus dientes en el hombro de Bella, el grito que intentaba proferir era del más puro placer, tan intenso y descomunal que se atoró en su garganta; sintió que todo perdía sentido. Ella se alejó levemente del cuerpo de Edward para encorvarse hacia atrás en un tenso movimiento, llegando a la cúspide de sus sensaciones, sintiendo un cosquilleo recorrer abrazadoramente su interior; se sintió levitar aún en fusión con Edward, los leves movimientos de él postergaban el momento, era tan sublime que sólo pudo mantener la boca abierta, atorando su grito de desahogo en la garganta. Él buscó las manos de Bella para entrelazarlas en un fuerte agarre, emitió un largo gruñido, desahogó su pasión en el interior de ella y poco a poco se fue relajando hasta que se recostó lentamente en la cama con Bella pegada a su pecho.

—Te amo— aseguró Edward entrecortadamente. Ella sólo sonrió y dejó salir un par de silenciosas lágrimas.

Con respiraciones entre cortadas se quedaron ahí, esperando a que sus cuerpos se repusieran del encuentro. Edward la abrazó hasta que se quedó profundamente dormido y aflojó su agarre en torno a la cintura de Bella. Ella se alejó levemente de su cuerpo, se acomodó a un lado de él para mirarlo y disfrutarlo por última vez. Una nostalgia devastadora la golpeó con furia, ¿qué sería de ella cuando saliera el sol y Edward despertara? ¿Recordaría tan nítidamente cómo ella? Le dolió pensar que lo más probable era que él olvidara todo, cada caricia, cada suspiro, sensación y palabra de amor… la olvidaría. Miró su rostro sereno, se permitió contemplarlo amorosamente una vez más, una última vez. Llevó su mano a la mejilla de Edward, lo acarició delicadamente, dejando una huella de su alma tatuada con fervor sobre su piel, le dolía porque al fin había tenido su adiós. Se hizo un nudo en su garganta y sin miramientos dejó salir el mar de su llanto en silencio. Se acercó lentamente hasta que rozó en una delicada caricia su mejilla con la de él y sus labios quedaron a la altura de sus oídos.

—Olvida ésta noche. Olvídame, Edward— suplicó entre resuellos que le dolían como una daga en el corazón.

Bella se acercó lentamente a él hasta que dejó descansar sus labios contra los de él, silenciosos sollozos hacían estremecer su pecho y lágrimas de dolor caían libres por sus mejillas. En un tembloroso movimiento abrió levemente su boca y movió sus labios para dejar un beso, cerrando así la puerta de su felicidad y abriendo una lacerante herida en su alma. Aquel era el beso que perpetuaba el doloroso momento del adiós por el resto de sus días.

Se incorporó levemente para admirar el perfecto rostro esculpido delicadamente por la mano de las más divinas deidades, llorando en silencio, acariciando con ahínco el mismo rostro que veía muy a menudo en sueños y grabando a fuego la sensación de su cabello broncíneo entre sus dedos. Poco a poco se recostó sobre el pecho desnudo de Edward, cerró los ojos tratando de inmortalizar en el recuerdo la hoguera de la sensación de su piel contra la suya, suspiró y sintió cómo la rodeaba con un brazo y la apretaba gentilmente contra él. Bella abrió los ojos de golpe, se tensó, pero se relajó casi inmediatamente y se acomodó entre el férreo abrazo por el que rogaba desesperadamente que no terminara jamás.

—No te vayas— murmuró Edward entre sueños, con la voz enronquecida.

—No creo que pueda hacerlo— contestó ella en susurros poco monocordes.

—No te vayas, mi amor. Bella, mi amor… no te alejes— pidió él con un tono torturado en su voz.

Ella contrajo la cara en una mueca de dolor, las lágrimas continuaron saliendo en silencio y luego ella suspiró tratando de encontrar su voz.

—No lo haré, aquí estoy.

—Bésame, mi amor. Bésame— el ruego era tan claro, tan real como si él en verdad estuviera consiente y ella sonrió ante eso.

Se incorporó sobre su codo, se acomodó a su altura y se inclinó para darle un suave beso. Lo que no esperó para nada fue su reacción, él la tomó por la cintura, haciéndola subir sobre su cuerpo, movió su boca en conjunto con la de Bella, entregándole así el mejor último beso que ella jamás hubiera podido soñar. Bella sonreía internamente por la pasión con la que él correspondía a sus labios, la fuerza con la que la ceñía hacia él y lo abrazadoras que eran sus caricias en su espalda. Edward poco a poco se fue apagando hasta que cayó por completo de nuevo en la inconsciencia. Ella se recostó con su rostro pegado al hueco de su cuello, inhaló su perfume masculino y suspiró, disfrutando su último momento al lado de Edward, de su único y verdadero amor. 

A la mañana siguiente Edward despertó con una fuerte resaca y ningún recuerdo. Sabía que había algo que recordar, por un momento trató de ver en dónde estaba y en qué momento se había quedado en ropa interior para dormir. Por más que trató de escrutar en su memoria no podía traer ningún recuerdo a su presente. Después encontraría la forma de averiguarlo.

Ese mismo día, cuando Alice entró a ayudar a Bella la encontró totalmente indispuesta. Pidió que les dijera a sus invitados que la disculpara con ellos, que les inventara que desde muy temprano había salido con Jacob al centro del pueblo y que lamentaba no despedirlos en persona. Ese día estuvo en cama, lamentando el doloroso adiós de la noche anterior.

A la mañana siguiente se levantó más dispuesta y sin rastro de amargura en su interior. Mientras se aseaba y se ponía su vestido se percató de los estigmas en su piel; se permitió soltar libremente un par más de lágrimas mientras con sus dedos delineaba los bordes ennegrecidos, las abultadas marcas rojas alrededor del molde de los dientes de Edward y cada aruño que encontró en su cuerpo. Ocultó las marcas con su ropa, olvidó las molestias que comenzaba a sentir y siguió con su día como cualquier otro.

Jacob llegó con noticias, al parecer el enemigo nunca había estado cerca. Durante toda la guardia no apareció nada sospechoso ni diferente, lo único inusual fue el coche de McCarthy que había sido reconocido al instante por sus hombres. Dejaron pasar un par de días más y no hubo novedad.

Isabella debía prepararse para el gran baile en la casona Black, tendría que dar la cara a la sociedad anunciando su compromiso con Jacob y enterrando definitivamente su pasado con Edward y… su última noche. Ella y Alice fueron al pueblo a comprar algunas cosas para embellecer su aspecto en el dichoso baile. Pasearon casi el día completo de tienda en tienda, encontrando las telas y joyas perfectas; Isabella complació algunos caprichos de Alice y se dio uno que otro lujo. Por un momento olvidó cualquier cosa que pudiera atormentarla. Cuando estaban por marcharse Alice recordó una bolsita con un precioso collar que había olvidado en el mostrador de una de las tiendas. Bella se encaminó al coche a esperarla.

Se llevó un susto de muerte cuando en el asiento que regularmente ella ocupaba encontró un terrorífico “regalo”. Una perfecta rosa negra sobre una tarjeta amarillenta y desgastada. Sin saber el contenido, su corazón se aceleró lastimosamente, el sólo hecho de ver la rosa la congeló en su sitio.

—Frederic, ¿quién se ha acercado al coche? — preguntó con urgencia.

—Nadie que yo haya visto, señorita— respondió extrañado.

— ¿Estás seguro?

—Sí, señorita.

—En cuanto Alice regrese nos marchamos.

Se adentró en el coche y con mano temblorosa tomó la nota que con perfecta caligrafía rezaba “Señorita Swan”, en la esquina superior izquierda descansaba un sello lacado rojo, lo observó con detenimiento y se paralizó. El escudo Vulturi.

—Es Aro, definitivamente es Aro— se dijo a sí misma.

En cuanto llegó a su casa llamó a Jacob y en conjunto con Alice llegaron a la evidente conclusión. Isabella comenzó a temblar de terror, Alice y Jacob tuvieron que intentar más de una vez tranquilizarla, hasta que se quedó dormida. El temor más grande que tenía era que Edward estaba cerca de ella, en sus inquietos sueños deseó con todo su ser que callera rendido a los pies de Victoria y se marchara de una vez del poblado que sería su pesadilla. Aro estaba cerca y vengaría su fortuna. Estaba segura de ello.

Al siguiente día, cómo había quedado con Jacob, un chofer de la casa Black pasó a buscarla para llevarla bajo el resguardo del techo de Jacob. El plan era que la decisión se mantuviera en secreto, el corto viaje se haría a una hora a pleno día en la que nadie se atrevería a intentar nada en contra de Bella. Sus nervios y la presión que se instaló en su pecho desde que se despidió de Alice no la dejaban relajarse. De repente la idea de un viaje en solitario le pareció lo más absurdo a lo que pudo haber accedido y un temor irracional se instaló de nuevo en sus entrañas. Trató de despejar su mente, el cochero había sido enviado por Jacob, ella misma había hablado con él, nada podía salir mal. Respiró profundamente, se relajó en el asiento y cerró los ojos tratando de despejar su mente.

Después de un momento sintió que el coche se detuvo de golpe, haciéndola salir disparada hacia enfrente. Su corazón se aceleró a la par de su respiración. No podía ser, ¿sería que la había encontrado?, ¿estaba en peligro?

— ¡Corra, señorita! ¡Huya! —al escuchar eso Isabella se paralizó.

Forcejeó con el seguro de la puertezuela del coche, cuando por fin pudo liberarla se arrojó hacia afuera en un torpe brinco que la hizo caer hincada y con las palmas pegadas al suelo. Se levantó aún temblorosa, dio una rápida mirada al cochero que forcejeaba con el asaltante. Tomó algo del poco valor que le quedaba y los miró. Un hombre con la cara cubierta luchaba encarnizadamente con el chofer. Su rostro se convirtió en una máscara de horror. Ahora, ¿qué hacía ella sola en medio de la nada? Miró hacia el espeso bosque y luego de nuevo hacia los hombres.

— ¡Corra!— dijo el chofer, suplicante, con la mirada desesperada.

Ella no dudó en pegar una dificultosa carrera hacia la obscuridad del bosque, hacía su mejor esfuerzo por mantenerse en pie y alejarse lo más que le fuera posible. No sabía cuál era su mayor temor, si el saberse completamente sola en medio  de la negrura del bosque o caer presa en los brazos del agresor. Dio una breve mirada hacia atrás, vio cómo cayó el cuerpo del cochero desde lo alto de su banquillo; horrorizada, se quedó boquiabierta y ahogó un grito con sus manos. Sin siquiera preverlo, cayó estrepitosamente de espaldas, rompiendo algunas ramas, causando un gran eco. El agresor alzó la vista hacia ella y bajó del coche de un brinco para ir a su búsqueda. Ella se puso de pie con torpeza, tras algunos intentos logró estabilizarse para intentar la huída.

Trataba de aguzar el oído más allá del sonido atronador de sus latidos, se sentía en guardia, pero a la vez presa del pánico. Las piernas pesaban como si fueran un par de rocas, sentía que cada paso era más lento que el anterior y que en vez de avanzar se estancaba cada vez más en el paso anterior. “¡Vamos, Bella! ¡Vamos!” se alentaba mentalmente para seguir. ¿En qué momento le había dado alcance?, sintió unas manos ceñir con fuerza sus brazos, pegó un grito desgarrador y antes de que él pudiera girarla, Isabella yacía inconsciente entre sus brazos.   

 

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Con todo y lluvia... y mis achaques, aquí está!! lo prometido es deuda y actualizamos el día de hoy.

¡Mil gracias por su apoyo! 

Dedico éste cap a mi hermosa familia virtual que amo con todo mi corazón!!! Son lo máximo!! cada día aprendo más con ustedes!! las adorooo!!!   y en especial a esa princesita guerrera que me ha dado algunas de las más grandes lecciones de vida, no sabes lo agradecida que estoy contigo por compartir un poco de tu historia conmigo... ya sabes quién eres n_n

BESOS DE BOMBÓN!!

nos vemos en un cap más y en fb!!

 

 

 

Capítulo 6: DESCARO Capítulo 8: PASIÓN EN EL AIRE

 
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