El sueño era el mismo, mamá y yo estábamos en el claro cubierto de nieve; en su rostro se apreciaba una gran tristeza. “Cuando llegue el momento vamos a tener que separarnos”, me dijo y yo sentí un gran dolor oprimiéndome en el pecho. Estiré mi mano para colocarla en su mejilla, mostrándole la imagen de papá, ella y yo. Ella agregó “Porque es necesario”.

Sólo que esta vez algo había cambiado en mi sueño; ya no era una niña, ya era una adulta. Abracé a mi madre fuertemente, luchando por no derramar mis lágrimas. Mamá me besó en la mejilla y me dijo quedamente “recuerda que te amo más que a mi vida”.

De pronto, todo quedó sumido en una espesa niebla, traté de buscar a tientas a mamá, pero no la podía encontrar. A lo lejos se escuchaba el lamento de un lobo.

Nunca había escuchado un sonido así, cargado de tanto dolor. Parecía como si le estuvieran arrancando el corazón en carne viva.

La neblina no me dejaba ver más allá de la punta de mi nariz, me sentía desesperada. ¿Dónde estaban mamá y papá? ¿Dónde estaba el resto de mi familia? ¿A qué se debía el desgarrado llanto del lobo?

Empecé a sentir mucho miedo, estaba sola y perdida. Seguí avanzando a tientas, estirando mis manos tratando de encontrar algo o a alguien a través de la espesa bruma.

De pronto, algo me aprisionó por la muñeca izquierda, apretándome como si fuera alguna especie de grillete; me estaba lastimando mucho, sabía que me quedarían marcas en mi pálida piel a causa de la presión. Traté en vano de zafarme, pues en lugar de liberarme, aquello que me aprisionaba empezó a jalarme hacia él.

Repentinamente la nebrina empezó a dispersarse, dejándome ver lo que antes no podía.

La escena era espantosamente escalofriante. A mis pies yacían inertes los cuerpos de mis seres queridos: vampiros, humanos y licántropos. El horror me provocó unas incontrolables nauseas a la vez que quería chillar del dolor ante la desgarradora escena.

Al levantar la vista, me encontré rodeada de decenas de seres vestidos con una especie de largos hábitos negros. No podía ver sus rostros, sólo varios pares de brillantes ojos carmesí cargados de odio.

Por fin pude ver quién era aquel me tenía aprisionada tan férreamente: poseía unos fríos e incompasivos ojos azules, resaltados por el bronceado de su piel. Tenía en su rostro una sonrisa cruel y satisfecha, dibujada en una boca de cuya comisura derecha aún chorreaba el rastro de sangre de sus víctimas.

Y yo era la siguiente, lo pude ver en la sanguinaria expresión de Awka.

Pero lo que no sabía era si yo me rendiría sin más o si estaba dispuesta a luchar por mi vida, cuando aquello que la sostenía reposaba sin vida a mí alrededor.