CLARO DE LUNA de Midnight_girl

Autor: nessyblack, CECI
Género: Fantasí­a
Fecha Creación: 14/07/2009
Fecha Actualización: 21/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 74
Visitas: 97567
Capítulos: 37

EL REGRESO:

 

 

“Por fin” suspiré mientras observaba el anuncio de mi llegada a Forks. Había decidido hacer ese viaje en auto, aunque mis padres se habían empeñado que tomara un vuelo hasta Seattle. Pero si había decidido hacer un viaje largo era precisamente porque necesitaba mucho tiempo a solas y en silencio para poder dar rienda suelta a mis pensamientos; pensamientos que habían surgido casi un año atrás, y que me habían obligado a estar constantemente alerta para que mi papá, con ese maravilloso don que poseía, no se enterase de ellos....

 

 

AUTORA: MIDNIGHT_GIRL

 

 

http://midnightsleepless.blogspot.com/

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Capítulo 31: EL SUEÃ?O 2

Estaba de pie, en medio de una especie de casa de campaña. A pesar de que era de una tela oscura, podía ver un poco  a través de ella. El interior estaba sumido en las penumbras, mientras el aire helado se colaba al interior, calándome hasta los huesos de manera casi dolorosa.

–Te amo. No importa lo que suceda, no importa lo que hagas, nada cambiará eso. –Una voz susurró esas palabras a mi izquierda. Rápidamente giré el rostro, buscando a quién pertenecía esa voz tan familiar. Me encontré con un atractivo rosto moreno de ojos castaños. Jacob, el Jacob cuyas facciones cada vez se iban haciendo más familiares para mí.

Alargué mi mano hacia él para tocarlo, pero su imagen se desvaneció en el aire.

–No… lo siento. –Dije con un sentido susurro.

–Tienes que huir, no puedes quedarte. –Reconocí la voz de Stanislav a mi derecha. Volví la mirada para encontrarme con su adusto rostro clavando la intensa mirada en mí.

–No puedo irme, no puedo dejarte.

–Sin ataduras… –puso su mano en mi mejilla y en su gesto noté que para él también era difícil.

–Sin remordimientos… –Finalicé mientras estiraba yo también la mano para tocarle, pero de pronto, un fuerte viento sopló contra nosotros. En un parpadear, la casa de campaña había desaparecido, lo mismo que el rastro de Stan.

El viento iba tomando más y más fuerza, acompañado de una tormenta de nieve poderosa. Me abracé a mi misma mientras me dejaba caer contra la nieve del piso, haciéndome un ovillo, tratando de que el viento no me llevara con él. Tenía mucho miedo, temblaba de frío mientras la inconsciencia se apoderaba de mí.

Tiempo después, no supe cuando, el sol empezaba a brillar encima de mi, haciendo que saliera del letargo en el que había estado sumida. Con cuidado, me fui poniendo de pié, sacudiendo la nieve que me cubría desde el cabello hasta los pies. Justo cuando había retirado con mis manos los copos de nieve de mi rostro, mis ojos se abrieron como platos, llenos de terror.

A mi alrededor, yacían los cuerpos inertes de varias personas. A pesar de las muecas de dolor de unos, de terror de otros, era perceptible la hermosura de sus rostros: los miré aturdida uno a uno y conforme iba contemplando cada una de esas caras tan extrañamente familiares, pues mientras que no lograba identificarlos por sus nombres algo me decía que yo los conocía, un escalofrío me recorría toda la espina dorsal. Sentí que el dolor empezaba a desgarrar mi corazón cuando reparé en una pareja que yacía justo a mis pies, tomados de la mano: era un hombre de rostro de pómulos salientes, una fuerte mandíbula, nariz recta, labios redondeados. Su piel era tan blanca como el mármol y bajo el fuerte sol del cielo, brillaba como si tuviera un montón de cristales incrustados en el cuerpo; su cabello cobrizo estaba despeinado. Su compañera era hermosa también, compartía la misma piel blanca y brillante; tenía unas exquisitas facciones, tan delicadas como una muñeca de porcelana. Su largo cabello estaba desparramado sobre la nieve, cuyo color castaño me recordó al chocolate.

Di un par de pasos hacia atrás, quería alejarme de ahí. Al girar mi cuerpo para huir de ahí a toda velocidad, mi pie se atoró con algo, haciendo que callera pesadamente al suelo. Me incorporé algo aturdida y busqué aquello que había provocado mi caía. Se trataba de un cuerpo boca abajo. Con decisión, lo giré, pues su melena azabache me decía que lo conocía; al dejarlo boca arriba, con tormento descubrí que era Jacob. Acerqué mi oído a su pecho, frenéticamente esperanzada de escuchar el latido de corazón; pero era inútil, era un cuerpo inerte más sobre ese claro en medio del bosque. A un lado del cuerpo de Jacob, reposaba el de Stanislav.

A gatas, me arrastré para ponerme entre los dos cuerpos; tomé la mano de Stan entre las mías, la apreté con fuerza esperando a que reaccionara. Pero no sucedió nada, él también estaba muerto.

Tomé en cada una de mis manos, una de Jacob, una de Stanislav y las entrelacé con fuerza mientras un grito de dolor se escapaba de mi garganta. De pronto me sentía sola, o mejor dicho, me había quedado completa y dolorosamente sola, y no estaba segura de poder o de querer seguir adelante.

 

 

Abrí los ojos de repente mientras me sentaba sobre la cama con violencia. Tenía el corazón desbocado mientras me limpiaba la solitaria lágrima que resbalaba sobre mi mejilla.

Había sido un sueño, o mejor dicho, una pesadilla. Aunque había parecido tan real, tan vívida.

Inconscientemente, deslicé mi mirada hacia el lado derecho de la cama, buscando a Stanislav, deseando comprobar que se encontraba bien, pero su lugar estaba vacío. Me estremecí, con miedo de que no hubiera estado soñando, que todo hubiera real. Frenética miré a mi alrededor, recorriendo cada uno de los rincones de la pequeña habitación, pero nada.

De pronto, noté que el viento se colaba a través de las cortinas, moviéndolas ligeramente. No recordaba haber dejado abierta la venta la noche anterior. Me envolví el cuerpo con las sábanas, y puse un pié descalzo sobre las baldosas del piso.

Con cuidado, me acerqué al gran ventanal y con una mano temblorosa corrí un poco la tela que ondeaba aún a causa del suave viento.

Ahí estaba él, vestido únicamente con los jeans de mezclilla oscura, observando con fijeza hacia el exterior. Supuse que sería bastante temprano, pues el sol ni siquiera había salido, pero aún así, a nuestros pies, tres pisos más abajo, la calle empezaba a llenarse de gente lista para empezar con el ajetreo diario de sus trabajos.

Lo abracé por la espalda, deslizando mis manos sobre su duro y definido abdomen mientras depositaba un ligero beso sobre su omóplato izquierdo.

–Buenos días –pronuncié con ligereza, tratando de ocultar el alivio que sentí al comprobar que él estaba bien.

–Buenos días –me contestó mientras con la palma de su mano acariciaba las mías, que seguían sujetas alrededor de su abdomen. –Pensé que dormirías hasta tarde…

–¿Qué hora es? –pregunté como quien no quiere la cosa, a la vez que ahogaba un pequeño bostezo. Sí, todavía estaba cansada, pero no quería volver a dormir, por miedo a que la pesadilla continuase.

Al fondo, empezaron a repiquetear las campanas, mientras el sonido se mezclaba con el canto de los pajarillos. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía en paz, relajada; desee que ese sentimiento durara para siempre, pero sabía que era inútil. Esos breves chispazos de felicidad no duraban lo suficiente.

–Ese es el llamado a misa de seis, así que deben de faltar a penas un par de minutos para la hora… Estamos cerca de la Piazza dei Priori, donde se encuentra la Basílica di Santa Maria Assunta una de las más bellas de la región de la Toscana.

–¿Hay una iglesia cerca de aquí? –Me pareció algo irónico que los Vultis tuvieran tales vecinos.

–Sí. La Piazza dei Priori junto con la Basílica son el corazón de la ciudad.

Una idea cruzó por mi mente.

–¿Puedo preguntarte algo? –dije dubitativa

–Dime…

–¿Qué pasaría si uno de nosotros…?  –de pronto me sentí tímida de continuar con la pregunta.

–¿Si uno de nosotros…?

–¿Qué sucedería si yo entrara a la iglesia? ¿Inmediatamente mi cuerpo estallaría en llamas?

–Ja, ja, ja, ¡claro que no! ¿De dónde sacas eso?

–De la televisión y de Google.

Con un rápido movimiento, Stanislav deslizó su mano hacia atrás para atraerme a su costado izquierdo y estrecharme con fuerza mientras depositaba un beso sobre mi enmarañada melena.

–No sucede nada si pones o ponemos un pie dentro de una iglesia. Tal vez sería bueno que te aclarara que nada de los mitos que has visto o escuchado sobre nosotros son ciertos: nada de ajo, nada de agua bendita, nada de estacas, nada de no reflejarnos en un espejo. Todos y cada uno de esos son cuentos que los de nuestra especie fueron inventando para proteger nuestro secreto… No deberías creer todo lo que ves por ahí.

De pronto, me sentí como una niña pequeña de la que la clase completa se empieza a burlar por formular una pregunta obviamente tonta.

–¿Por qué lo preguntas?

–Curiosidad.

–¿Sólo eso?

–Curiosidad y…. y porque, pensando en lo que se nos viene encima, de pronto tengo la acuciante necesidad de rezar por nosotros.

–Rezar más bien por ti, porque yo no encajo en la ecuación.

–¿Por qué?

–Hace tiempo que dejé de pertenecer al mundo de los humanos; soy poco más que un cadáver errante condenado a vivir en algo peor que el infierno mismo. Las escrituras sagradas de cualquier religión dejan muy claro que la salvación sólo se aplica en las almas humanas; nosotros no poseemos una, pues ya estamos muertos.

–¿De verdad crees que tú y yo no podemos salvarnos? ¿Qué estamos lejos de toda misericordia de Dios?

–Yo soy quien ya está perdido. Tú todavía tienes una oportunidad de salvarte…

–Pero en todo caso, yo también soy un vampiro.

–Pero también eres humana, y al final, eso es lo único que importa.

–¿Y a ti no te importa eso de no tener alma?

–¿Por qué debería de hacerlo? –dijo medio encogiéndose de hombros –Hace mucho que acepté lo que era, y que nada podía cambiarlo.

No dije nada más, conciente de que Stan era alguien de ideas bastante firmes, y a pesar de lo que yo dijera, él no iba a cambiar de opinión. Me apreté más contra él, cerrando lo ojos y pidiendo al cielo que nos protegiera de nuestros enemigos; que hubiera una forma de que nadie saliera herido y que yo pudiera marcharme sin tener que pagar las consecuencias de ello.

No debería dejar que en mi interior se anidara la esperanza, pero no puedo evitarlo. Deseo con todo mi corazón que Stanislav pueda marcharse conmigo, aunque sé que es prácticamente imposible”.

–El sol está empezando a salir. Tengo que entrar antes de que los rayos me den de lleno. –Stanislav me soltó y se metió a la habitación. Yo me quedé un momento, inhalando profundamente una bocanada de aire fresco y dando un último vistazo al exterior, a un mundo que parecía tan ajeno al oscuro y terrible de demonios que existía paralelamente al de los mortales.

Regresé a la cama y me dejé caer con fuerza sobre el colchón mientras observaba a Stanislav ponerse la camiseta oscura.

–Deberías volver a la cama –dijo mientras se sentaba en el borde para ponerse las botas –Estuviste demasiado inquieta toda la noche.

–¿Si? –pregunté extrañada.

–Sí… volviste a llamarlo en sueños.

No necesitó decir su nombre, sabía a quién se refería.

–Lo siento… –dije mortificada, agachando la mirada.

Stan se acercó hasta donde estaba sentada y puso una mano bajo mi barbilla, obligándome a levantar el rostro para mirarle a la cara.

–No pasa nada. No es algo que hagas intencionalmente… no podemos controlar nuestros sueños, eso lo tengo claro.

Aún así, me sentía mal, no podía evitarlo.

–Creí que los vampiros no dormían…

–No dormimos, pero podemos soñar despiertos –de pronto, la mirada de Stanislav se llenó de un brillo extraño con tintes de anhelo –Trata de dormir un rato más –dijo dándome un ligero beso en los labios, tan ligero que más bien fue apenas un roce.

–¿A dónde vas?

–Voy a ducharme y a cambiarme de ropa… No esperaban que compartiéramos habitación, aún y cuando dijimos que estábamos juntos; mis cosas están al otro lado del castillo.

–No me gusta estar sola en este lugar.

–No tardaré, te lo prometo. Nadie se atreverá a hacer daño mientras yo esté cerca.

A regañadientes lo dejé ir, segura de que me estaba comportando como una tonta. Pero no podía evitarlo, salvo Stan, ninguno de los demás me daban confianza. Los veía como unos seres traicioneros dispuestos a darte la estocada nada más les dieras la espalda.

–¡Oye! –lo detuve antes de abrir la ventana

–¿Qué?

–¿Quieres salir conmigo esta noche?

–¿Salir? ¿Cómo en una cita?

–Mmm supongo que podríamos llamarlo así.

–¿Qué no se supone que el chico es quien tiene que invitar a la chica? O por lo menos, así era en mis tiempos.

–Los tiempos cambian… y realmente no sé que es lo que se supone que tiene que hacer o no una chica. Es lo bueno de no tener memoria: te da margen para ser creativa.

Stanislav sonrió mientras sostenía la puerta entreabierta de la habitación.

–Me gustaría, pero no creo que sea posible esta noche.

–¿Entonces…? –dije un poco decepcionada.

–Déjamelo a mí. Sean tiempos modernos o no, no estoy dispuesto a que mi chica sea quien se encargue de la cita; eso daría pié a que incluso intentaras pagar la cuenta.

Con un guiño coqueto, salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.

Era una tontería, pero de pronto, el cuarto me pareció más oscuro y frío, así que opté por cubrirme con el grueso edredón de la cama, esperando que los repentinos escalofríos empezaran a remitir. Poco a poco, el sueño llegó a mi, sumiéndome esta vez en un dulce sopor.

 

 

Desperté un par de horas después, justo cuando la luz del sol entraba a raudales acompañado del murmullo del trajín del exterior. Me estiré perezosa sobre la cama, estirando todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo. Agradecí que al quedarme nuevamente dormida, la pesadilla no hubiera continuado pues así había logrado un sueño reparador.

Me envolví nuevamente el cuerpo desnudo con las sábanas, ya que la noche anterior no había tenido a la mano mi equipaje para ponerme la pijama.

Y aunque lo hubieras tenido, no lo hubieras necesitado realmente

Sonreí para mí, intentando no ruborizarme con los recuerdos de las horas pasadas al lado de Stan. Éramos un caso curioso, un caso sin remedio pues a pesar de nuestros intentos, al final era imposible no estar juntos. Éramos como una adicción el uno al otro, una adicción que no llevaba a nada, pero era imposible de evitarla.

Empecé a buscar con la mirada la ropa que había usado el día anterior, la cual estaba desparramada por toda la habitación. No estaba segura de dónde habrían terminado mis maletas, así que mi ropa sucia tendría que valerme por mientras.

Sonreí nuevamente. Al parecer, pasar la noche con Stan significaba también no tener qué vestir al día siguiente. Me agaché a recoger mi blusa, que había quedado cerca de una cómoda alta de maciza madera, y ahí recargado del mueble, estaba mi equipaje; supuse que había sido obra de Stanislav y di gracias de que fuera tan considerado para conmigo.

Abrí la maleta más grande de donde extraje un par de jeans de mezclilla tipo stretch azul marino y una blusa de cuello alto del mismo color, con margas tres cuartos y un escote tipo ojal en la parte de atrás. También tomé de ahí una pequeña bolsa que contenía mis artículos de aseo.

Había una sencilla puerta de madera en medio de la pared del lado oeste de la habitación.

Por favor que sea un baño… por favor que sea un baño” dije mientras abría la puerta.

Era un cuarto de baño bastante estrecho, de unos 2 x 3 metros, de un deprimente color verde ejote, pero con que tuviera una ducha y un retrete para mi era más que suficiente.

Observé mi reflejo en el espejo. El moretón del pómulo había disminuido bastante, siendo apenas una mancha medio negruzca con toques de amarillo; el ojo izquierdo ya no estaba inyectado en sangre, sino apenas levemente enrojecido, como si me hubiera caído shampoo en él en lugar de haber recibido un puñetazo en seco. Las marcas de los brazos y el cuello eran de un tenue amarillo y la hinchazón de los nudillos había desaparecido. Suspiré aliviada y agradecida de la increíble capacidad de sanación que poseía; probablemente para el día siguiente, hubieran desaparecido por completo las marcas del ataque de Awka.

Me duché y me vestí a una velocidad record; no es que estuviera precisamente emocionada de salir de la habitación y confraternizar con los vampiros, pero tampoco deseaba pasarme los días que faltaban para el encuentro con los Cullen encerrada entre cuatro paredes. Además, si iba a luchar a muerte con otro clan de vampiros, tenía que aplicarme aún más en el entrenamiento de combate. Si alguien iba a morir en esa lucha, esa no iba a ser yo.

–¿Lista?

Me llevé un buen susto al ver de pronto a Stan y escuchar su voz ahí en la habitación.

–¡Me asustaste! –dije riéndome mientras me llevaba la palma derecha sobre el corazón, para comprobar lo rápido que latía.

–Lo siento.

Oh, oh” dije para mi al ver el semblante tan serio de Stan. Iba vestido todo de negro como era su costumbre, con unos pantalones tipo cargo y una camiseta tipo polo y a pesar de lo parco de su vestuario, eso no quitaba que se veía endemoniadamente sexy. Sacudí ligeramente la cabeza, tratando que las hormonas no se me subieran a las neuronas.

–¿Qué sucede ahora? –pronuncié con calma. Era obvio que alto le estaba dando vueltas por su cabeza y que ese algo tenía que ver conmigo.

–¿Por qué lo preguntas?

–Por… no sé, llámalo intuición femenina o que ya te empiezo a conocer mejor, pero sé que algo pasa por tu cabeza. Tienes esa mirada que siempre pones cuando algo te molesta sobre manera.

Stan esbozó una sonrisa, pero no le llegó a la mirada. Empezaba a reconocer cada brillo que sus ojos escarlata proyectaban.

–No es nada importante, de verdad… Sólo es una tontería de Jane.

Jane. Así que la “enana malévola” algo le había hecho o dicho para ponerlo así.

–¿Quieres hablar de ello?

Me acerqué a él hasta quedar a penas a un paso de distancia. Stan extendió su mano derecha y me acarició con bastante suavidad el pómulo todavía lastimado.

–No vale la pena… –suspiró ligeramente –¿Te duele? –negué con la cabeza –Está mucho mejor que ayer; tal vez para mañana estés completamente recuperada.

–Tal vez… –dije con un susurro apenas audible.

Nos miramos mutuamente a los ojos, sintiendo esa electricidad tan especial entre él y yo; la tracción irremediable que sentíamos mutuamente empezó a aflorar con fuerza. Estaba completamente segura que iba a besarme, y lo deseaba el doble. Cuando nos envolvía esa burbuja de sensualidad y atracción, el mundo parecía andar en cámara lenta, siendo lo único e importante el otro. Ni siquiera era conciente de en qué momento terminaba en sus brazos, o cuando dejaba de respirar o si mi corazón seguía latiendo a un ritmo normal; todo, absolutamente todo quedaba relegado a un segundo plano.

Nuestros labios estaban a micromilímetros, casi podía sentir el sabor de sus labios en los míos....

Grrrrgrrr

–¿Qué fue eso? –preguntó medio divertido Stan mientras el beso, o mejor dicho, el momento era interrumpido bruscamente.

–Mi estómago –dije avergonzada –creo que tiene hambre…

–¿Cuándo fue la última vez que comiste algo? –me preguntó muy serio

–Mmmm…. ¿Qué no sea sangre de puerco?

–¿Tienes dos días sin probar alimento? ¡No me extraña que te la pases desmayándote!

–No me regañes… –dije con un puchero. –La comida humana no es mi favorita…

–Y tampoco la sangre humana.

La frase me recordó el día del “banquete” y sentí que el piso empezaba a moverse bajo mis pies. No me iba a desmayar, no cuando Stan acababa de achacarle a mi falta de apetito la serie de desmayos que sufría. Respiré profundo y logré detener el desvanecimiento.

–No, tampoco me gusta eso… –dije después de respirar profundamente por tercera vez.

–Me pregunto cómo demonios has podido vivir así, alimentándote tan mal…

–No sé, cuando recupere la memoria te lo digo…

–Renesmee…

Me encantaba la forma que decía mi nombre, Renesmee. Cuando lo pronunciaba así, sentía que fuera lo que fuera que había entre nosotros, era lo único auténtico en todo ese entorno.

Sabía que tenía que andar con cuidado con respecto a Stanislav; teníamos bastante claro que esto no iba a durar, tanto que ni siquiera le había pedido un compromiso o un nombre para nuestra relación. Porque si quería salir indemne de todo eso, no podía pedir más de lo que iba a conseguir, no podía desear cosas imposibles, como que él se fuera conmigo después de la batalla.

–Para serte sincero –pronunció mientras se daba la media vuelta hacia una mesita que estaba fondo –me imaginé que no habías comido nada, así que te traje comida.

Al volverse hacia mí, vi que en la mano izquierda sostenía un sándwich y en la derecha llevaba una humeante taza de café. Di gracias que por lo menos no había sido leche, porque ahí si que nada en el mundo hubiera logrado que me la tomara.

–Pienso quedarme aquí hasta que vea que te comes hasta el último bocado –pronunció al ver mi mueca de desagrado. No podía evitarlo, rechazaba el 95% de la comida humana.

Agarré la taza y el plato que me extendía. Me senté en la cama y con resignación levanté la tapa del emparedado antes de darle el primer bocado; entre las dos rebanadas de pan, había una de jamón y un pedazo de tomate.

–Disculpa, es todo lo que pude hacer… Las cocinas de los vampiros jamás están bien provistas. Pero si quieres, puedo tratar de conseguirte un poco de sangre de cerdo.

Hice una mueca de lo que creí que fue una sonrisa, mientras negué con la cabeza. Sabía que no me iba a dejar en paz si no me acababa el desayuno, así que con toda resignación, me acabé el sándwich y casi de un tirón, me bebí el café.

–Listo, ¿ahora qué?

–Bueno, ahora creo que es tiempo de que nos reunamos con los demás en el salón de entrenamiento.

–¿Los demás?

–Sí, tienes que empezar a conocer a tus compañeros de combate; saber cuales son sus fortalezas y sus puntos débiles también. En una batalla como la que se nos viene encima, es importante que conozcas a aquellos que te van a cubrir las espaldas.

Guardé silencio, pero en mi interior dudaba mucho que cualquiera de esos vampiros se preocupara por mi después de que yo terminara con Isabella, mi objetivo principal. Es más, casi podría jurar que en cuanto me deshiciera de aquella, Jane no dudaría ni un minuto encajarme la estaca o los dientes o lo que tuviera a la mano y borrarme del mapa por completo.

Stanislav abrió la puerta de la habitación y con un ligero movimiento de la cabeza, me indicó que saliera. Le obedecí.

Ya en el pasillo, no pude evitar mirar de un lado al otro con aprehensión.

–Sí, Apolo va a estar ahí, pero sabe que Aro aprueba lo de nosotros y no se atreverá a hacer alguna estupidez contra ti; no a menos que quiera sufrir las consecuencias.

–Aún así… –involuntariamente temblé –dudo mucho que alguna vez pueda olvidar que si tú no hubieras llegado…

–Shh… pero llegué. Mientras esté ahí, te juro que nada malo va a pasarte.

Lo dijo con tal decisión que le creí. Estúpida e irrevocablemente creí en sus palabras y por primera vez en mucho tiempo me sentí verdaderamente segura.

–¿Lista? –pronunció a la vez que entrelazaba su mano con la mía.

–Supongo…

Stanislav me llevó por lo que me pareció un interminable tramo de pasillos y escaleras; llegó un momento en que estaba totalmente desorientada, es más, si me hubieran propuesto que regresara a mi habitación sola no hubiera podido. Curiosamente, todo ese trayecto lo hicimos en silencio, y aunque Stan aseguraba estar bien, algo me decía que no era así.

Por fin llegamos a lo que parecía nuestro destino. Stan se detuvo frente a una grande y maciza puerta doble. Imaginé que estábamos en lo que él había llamado el salón de entrenamiento; aunque a decir verdad, lo de “salón de entrenamiento” me había remitido a la idea de una especie de gimnasio bien equipado y con suerte, con algunos sacos de boxeo para pelear. Pero ahora, parada frente a la espartana puerta, dudé que la idea que me había hecho fuera la correcta. No me imaginaba a Félix o a Renata levantando pesas o encima de una caminadora eléctrica cuando era más que obvio que no lo necesitaban.

–¿Cuántos años tienes? –pronunció de pronto, justo cuando iba a girar la perilla para entrar al salón. Lo miré perpleja, ¿a qué venía eso?

–Mmm… no sé…. Creo que unos, veinte años… ¿por qué?

–Sólo… se me ocurrió de pronto. ¿No sabes tu edad?

–No, como tampoco sé muchas cosas de mi pasado. Pero pues por lo que he visto en el espejo y lo que conozco de mi cuerpo, calculo que tengo unos veinte o veintiún años... ¿Te preocupa la diferencia de edad entre nosotros? –pregunté algo divertida. Tal vez por eso Stan estaba tan serio, porque si la vida hubiera seguido su curso natural para él, en esos momentos Stan estaría tan viejito que bien podría haber sido mi bisabuelo. Quien sabe, después de todo sí había temas que lo ponían susceptible.

–No, para nada. Sólo era curiosidad… pero ¿segura que no te dijeron tu edad? ¿No te dijeron si tenías… no sé… diez años?

Me empecé a reír con ganas.

–¡Vamos, tienes que estar de broma!... o acaso, ¿luzco como una niñita? –coquetamente, di una vuelta sobre mi propio eje –Además, lo que tú y yo hemos estado haciendo… bueno, no creo que una criaturita lo haga. –Le guiñé el ojo con descarada coquetería.

Stan sonrió.

–Olvídalo, fue una tontería… Bueno, creo que es hora de que entremos, te están esperando.

Me encogí de hombros, poco entusiasmada de encontrarme con mis compañeros de armas. Pero como había decidido aplicarme más en lo del arte del combate, no podía darme el lujo de ponerme renuente, así que dejé que Stan abriera la puerta y entré con paso firme y la cabeza bien alta, con él a mi espalda.

Nada más entrar, sentí la mirada de Awka clavada en mí, taladrándome con odio. Estaba al otro extremo del gran salón (medía unos 10 x 25 metros, casi lo que mide una casa entera), pero a pesar de que no me quitaba la mirada de encima, no hizo el menor intento de acercarse. Cerca de él, más a la derecha, estaban Renata, Chelsea, Jade y Heidi, que nada más darse cuenta de nuestra llegada, empezaron a cuchichear entre sí, lanzándonos miradas furtivas constantemente.

Genial, parece que las ex amantes o ex novias o ex lo-que-sean de Stanislav formaron un grupito de apoyo entre ellas.

El resto de los vampiros ni se inmutaron por nuestra presencia, siguieron concentrados en lo que estaban haciendo.

–Stanislav…

De pronto escuché una grave pero sexy voz femenina surgir de alguna parte del salón. Paseé la mirada rápidamente de un lado a otro, buscando a quién pertenecía.

–Neema… –podría jurar que la voz de Stanislav sonó con alegría. Con bastante alegría diría yo mientras soltaba mi mano de la suya.

A pesar de haber perdido la memoria y no recordar más allá de lo que había vivido unas semanas atrás, yo sabía que nunca había tenido problemas de autoestima. No era vanidosa y tampoco me andaba con falsas modestias; estaba bastante satisfecha con el reflejo que el espejo me daba de mi misma. Sabía que era de facciones bonitas y que no estaba tan mal de cuerpo. Me consideraba bastante guapa… o eso había sido hasta ese día, pues nada más ver a la tal Neema, de pronto me sentí la mujer más llena de defectos físicos que se pudieran enumerar en una hora.

Neema, como la había llamado Stan, era una imponente mujer de por los menos un metro ochenta de altura, largas, larguísimas piernas y un cuerpo demasiado bien proporcionado. Su piel era de color oscuro, dándole una apariencia de una diosa tallada en ébano; su rostro era anguloso, poseedor de unos pómulos que cualquier supermodelo hubiera matado por ellos, además poseía unos grandes  ojos carmesí y unos labios rellenos que si hubiera ella estado viva, yo podría haber jurado que eran producto del colágeno. Su largo cabello casi hasta la cintura, color negro, lizo, me recordaron a las plumas de las alas de los cuervos; tenía un andar altivo, orgulloso, como el de una reina.

Rafiki… –la intimidantemente bella mujer se acercó con los brazos abiertos a Stanislav y lo estrechó fuertemente, rodeándolo por el cuello y dándole un ligero beso en los labios.

–Neema… –Stan pareció no sorprenderse de la efusividad de la mujer, como si para él fuese bastante natural que ella se comportara así. –¿Cuándo llegaste? Anoche te vi, de prisa y no tuve tiempo de saludarte como se merece.

–Lo sé. Tu salida tan intempestiva no nos permitió saludarnos bien… Tenemos tanto de qué hablar, mucho de qué ponernos al día.

Se veían felices, con las caras todo sonrisas; parecía que se habían olvidado que yo estaba parada a un lado. El club de las “ex novias despechadas” emitió una serie de risas bastante estruendosas y no debí esforzarme mucho para imaginar que se estaban riendo de mi por el hecho de que Stan, que apenas la noche anterior me había reclamado como suya, de pronto me ignorara olímpicamente. Evité mirar hacia Awka, porque podía imaginarme perfectamente bien la sonrisa de satisfacción pintada en su petulante rostro.

Decidida a que no me ignoraran más, tosí forzadamente para llamar su atención y recordarles mi presencia.

–Oh, Neema, quiero presentarte a… a…

¿El muy cretino olvidó mi nombre? Me las va a pagar

–Ah, la pequeña Atena… –finalizó por él mientras me dirigía una sonrisa paternalista, como sintiendo lástima por mi porque mi… mi lo que fuera de pronto no se acordaba ni de mi nombre. Imaginé que estaba acostumbrada a provocar ese tipo de reacciones, porque no se veía para nada incómoda, es más, podría asegurar que detecté un ligero brillo de diversión. –He escuchado hablar de ti, tenía mucha curiosidad por conocerte…

–¿Si?

–Así es… –volvió su atención a Stan –Te conseguiste una chica guapa, ¿eh? Y que por cierto, huele maravillosamente bien –se acercó a mi, bastante para mi gusto,  y aspiró el aire a mi alrededor. De pronto, me sentí incómoda por esa invasión a mi espacio personal –¿No te gustaría compartirla conmigo? –dijo mientras me enseñaba sus afilados colmillos, con una mueca bastante maliciosa.  Me envaré y di un ligero paso hacia Stan, buscando su protección.

–No, ella es para mi únicamente.

–Aguafiestas… –Neema cubrió los colmillos y yo solté el aire que había estado conteniendo –No sería la primera vez que compartamos algo más que la cena…

–Neema, pórtate bien. No quiero que la asustes.

–Yo siempre me porto bien… –dijo con ironía. –Pero no puedes culparme, en cuanto a mujeres, tenemos los mismos gustos –pronunció con un guiño. –En fin, creo que esto lo vamos a tener que dejar para más tarde, será mejor que empecemos a poner manos a la obra antes de que Jane tenga una de sus tantas rabietas. Nos vemos al rato –dijo lanzándonos una mirada coqueta a los dos mientras se alejaba hacia el centro del salón.

–¿Me puedes decir qué diablos fue todo eso? –mascullé entre dientes, todavía confundida por lo que había pasado y no estando realmente segura de haber entendido la situación.

–Nada… así es Neema, es parte de su encanto seducir a quien se cruce por su camino: hombres, mujeres… mientras les encuentre atractivos. –dijo con ligereza.

–¿Ella es…?

–¿Qué?

–Gay

–Más bien sería bisexual. Aunque debo reconocer que tiene más debilidad por las mujeres que por los hombres.

–¿Y tú estuviste ellos?

–Si –me contestó muy quitado de la pena –Fue hace tiempo, algo sin importancia; al final descubrimos que somos tan parecidos que  terminamos siendo amigos. Se podría decir que ella es mi mejor amiga.

Aja, una amiga con la que alguna vez se acostó…

–mmm… –no pude evitar que el sonido saliera algo molesto.

–¿Celosa?

–No, sorprendida más bien. Creo que debí preguntarte con quién no te has enredado de aquí, digo para saber quienes son las que no están esperando clavarme los colmillos a causa de los celos.

–No te preocupes, no son tantas…. –dijo jocoso

Lo miré molesta antes de dirigir mis pasos al centro del salón, decidida a empezar con la larga sesión de entrenamiento.

Decían que no había mejor motivación para una buena pelea que el enojo. Pues bien, estaba enojada, bastante molesta así que más les valía cuidarse a esa parvada de vampiros, porque tenía tantas ganas de desquitarme con alguien que con gusto estaba dispuesta a patear varios traseros vampíricos y si era el de Stanislav, mejor.

 

 

 

 

 

Capítulo 30: FARSA Capítulo 32: STANISLAV

 
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