CLARO DE LUNA de Midnight_girl

Autor: nessyblack, CECI
Género: Fantasí­a
Fecha Creación: 14/07/2009
Fecha Actualización: 21/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 74
Visitas: 97580
Capítulos: 37

EL REGRESO:

 

 

“Por fin” suspiré mientras observaba el anuncio de mi llegada a Forks. Había decidido hacer ese viaje en auto, aunque mis padres se habían empeñado que tomara un vuelo hasta Seattle. Pero si había decidido hacer un viaje largo era precisamente porque necesitaba mucho tiempo a solas y en silencio para poder dar rienda suelta a mis pensamientos; pensamientos que habían surgido casi un año atrás, y que me habían obligado a estar constantemente alerta para que mi papá, con ese maravilloso don que poseía, no se enterase de ellos....

 

 

AUTORA: MIDNIGHT_GIRL

 

 

http://midnightsleepless.blogspot.com/

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 30: FARSA

–¿Recuerdas lo que te dije?

–Si, ya sé… tengo que fingir que no he descubierto que me han estado mintiendo miserablemente –dije mordazmente mientras habría la puerta del auto de Stanislav.

Miré con aprehensión a mi alrededor, descubriendo que el auto de Dimitri y Jane ya estaban aparcados en el estacionamiento subterráneo. Habíamos salido de Florencia en cuanto tuve listo mi equipaje; había decidido irme con Stan, pues no se me antojaba para nada tener que compartir el automóvil con Jane o Dimitri. Con temor, había preguntado por “Apolo”. “Tu noviecito se adelantó” fue todo lo que Jane se limitó a responderme. En mi fuero interno había deseado con vehemencia que se hubiera abierto un profundo agujero en la tierra y se hubiera tragado a Awka para no volverlo a ver en mi vida, pero mi suerte no era precisamente buena.

Esta vez, las plazas del estacionamiento estaban ocupadas en su mayoría; recordé que Stanislav había dicho que la guardia estaba compuesta originalmente por 50 vampiros, así que tal vez Aro había decidido convocar a la mayoría de los vampiros a su servicio. A diferencia de la noche anterior, el lugar estaba bastante iluminado, pero aún así no pude evitar estremecerme de aprehensión, pues esta vez tenía más en claro qué es lo que podía esperarme allá arriba.

Revisé mi reflejo en el cristal de la ventana del auto.

–Con el parche se disimula un poco el golpe del ojo.

No respondí. Antes de salir del palazzo, Stan me había entregado un parche, como los que usaban los piratas de las películas, para cubrirme el ojo. “Para evitar que empeore” me dijo al ver mi mueca de confusión. Al final, decidí usarlo, porque aunque sonara tonto, me avergonzaba que los demás me vieran en ese estado; imaginaba que en cuanto vieran el moretón de mi pómulo izquierdo (que a pesar de mis intentos, no pude disimular del todo con maquillaje), las marcas medio negruzcas de mis antebrazos y el vendaje que cubría los hinchados nudillos de mi mano derecha, todos empezarían a murmurar o a hacer burlas de lo que me había pasado. Parecía que me había lanzado de cabeza a una lucha contra el campeón de los pesos pesados y quien había sacado la peor parte de todo esto había sido yo.

Suspiré resignadamente antes de emprender la marcha al interior de la fortaleza que era el castillo de los Vulturi. No tenía caso lamentarme de mi aspecto cuando había cosas más importantes y peligrosas a las que iba a tener que enfrentarme en poco tiempo.

–Espera, Renesmee…

Stanislav me llamó cuando apenas había dado un par de pasos. No me había preocupado en esperarle o ver si me seguía o no. Tenía que reconocerle que no había hecho el menor intento de hacer contacto físico conmigo. Desde que le había dicho que no estaba segura de quererlo cerca de mi era como si él hubiera instalado una especia de barrera entre nosotros, manteniendo las distancias con fría cortesía, tal y como había sido nuestra relación en sus inicios, cuando él era simplemente mi guardia personal.

No importa que le hayas dicho que no lo querías cerca, porque en realidad te hiere su actitud fría y distante”, me dijo una vocecita interior. Y era verdad, pero mi orgullo pesaba más que lo que pudiera sentir o pensar acerca de él.

–¿Qué quieres? –No podía evitar el todo mordaz. Estaba demasiado enojada, demasiado herida por sus mentiras.

–Sé que no tengo derecho de pedirte esto pero, ¿podrías simular que te gusto un poco? Jane y Dimitri sospechan que tú y yo estamos liados.

–Así que tengo que fingir que no puedo quitarte las manos de encima con tal de que no sospechen, ¿no?

–Sí –Stanislav parecía bastante incómodo. Era obvio que no era algo fácil para él y yo no estaba ayudando en mucho con mi actitud.

Asentí con la cabeza y reanudé la marcha, siguiendo el mismo camino que el día anterior. Era el mismo aparcamiento, el mismo elevador, los mismos pasillo. Todo era exactamente lo mismo, pero ahora que sabía lo que ahí sucedía, todo tenía un nuevo significado.

El ascensor nos dejó justo en la lujosa pero solitaria recepción de paredes revestidas de madera y los pisos cubiertos con lujosas y gruesas alfombras verdes. Por un segundo, dudé en continuar mi camino, temerosa de encontrarme con Aro, Cayo, Jane o cualquiera de sus secuaces; pero había dado mi palabra de seguir adelante con mi papel de Atena hasta que pasara la lucha con los Cullen y en mi interior sabía que era importante para mi cumplir con aquello que prometía, sobre todo cuando inocentes podías salir perjudicados, como Annie en este caso.

Stan aguardó paciente y silente a que yo saliera primero y enfilara rumbo por el largo pasillo hacia los paneles de madera que escondían la puerta que daba hacia la estancia principal. Justo cuando apoyaba mi vendada mano sobre el último panel, Stanislav pronunció:

–¿Alguna vez podrás perdonarme?

No me dirigió ni una sola mirada, sino fui yo quien volteó a mirarle el duro perfil. Stan empezó a recorrer el panel de acceso, parecía demasiado concentrado en la tarea, pero yo sabía que en realidad estaba esperando mi respuesta.

–No lo sé –contesté con sinceridad –Me dolió descubrir toda la red de mentiras que tejieron a mi alrededor, y que tú participaste con singular alegría en esta farsa. No sé cuanto tiempo le lleve a mi co… a mi orgullo superarlo. –finalicé quedamente. Había estado a punto de decir que no sabía cuanto tiempo le llevaría a mi corazón sanarse, pero cobardemente me detuve. Sabía que en toda esa maraña de sentimientos confusos en la que me estaba ahogando, había unos bastante fuertes y complejos hacia Stanislav y no me creía capaz de hacerles frente.

Stan se hizo a un lado, y con un ligero movimiento de la cabeza me indicó que me adentrara en la oscura antecámara. Esperé a que cerrara la puerta a mis espaldas antes de avanzar hacia la estancia; sentía un enorme nudo en la boca del estómago, temerosa de tener que fingir delante de una banda de sanguinarios monstruos. Instintivamente di un paso hacia atrás, hasta quedar a milímetros del macizo cuerpo de mi guardián.

–Mi participación en todo esto jamás tuvo tintes de alegría –susurró tan imperceptiblemente contra mi oreja izquierda que por un momento dudé si había dicho algo. A pesar de mis pretensiones, la cercanía de Stan, la profundidad de su voz lograba estremecerme hasta lo más profundo de mi ser.  Tal vez estuviera furiosa con él, tal vez desconfiara de él, pero mi cuerpo no podía evitar sentir un torrente de deseo por él; era como si estuviera atada a Stan por una fina pero indestructible cadena invisible nacida de los más básicos y elementales instintos.

Me quedé parada, como si estuviera clavada en el suelo. Stanislav se dio cuenta que no lo seguía, así que también detuvo su marcha.

–Vamos –me instigó estirando su mano hacia mí. Miré esa mano recelosa, con dudas.

¿Es mi aliado o mi enemigo?

No supe contestarme a mi misma, pero aún así tomé la mano izquierda que me ofrecía y entrelacé mis dedos con los de él.

–¡Ouch! –los hinchados nudillos resintieron el gesto.

–Debiste dejar que te revisara esas heridas.

–No son nada, voy a estar bien.

–Pero…

–Voy a estar bien –dije decididamente, ya no hablando únicamente de mis moretones e inflamaciones. Iba a estar bien, iba a ocultar lo que ya sabía, iba a cumplir con mi parte en la lucha y después me iría de ahí. Sí, iba a estar bien, tenía que creer en eso para poder seguir adelante con la charada. –Vamos, es hora del show.

Así, tomados de la mano entramos a la atestada estancia donde apenas el día anterior había estado a punto de probar lo que era mi verdadera naturaleza demoniaca.

Lo primero que pude notar al entrar al lugar fue que Aro, Cayo y Marco estaban en sus respectivos tronos; mientras los dos primeros tenían una mirada llena de excitación (era más que obvio que la perspectiva de arrasar con el enemigo los llenaba de nuevos bríos), Marco tenía la misma mueca lánguida de siempre. No entendía como era que Aro y Cayo, tan sádicos, codiciosos y beligerantes podían soportar tener a su lado a un ser tan apático.

Al principio de nuestra llegada apenas un par de ojos se habían percatado de nuestra presencia, pero conforme nos fuimos adentrando, uno a uno de los vampiros que estaban ahí dejaban de hacer lo que estuvieran haciendo, se iban deteniendo conversaciones, todo con tal de voltear y mirarnos de forma fijamente descarada. Me sorprendí un poco al ver tal cantidad de seres ahí reunidos de diversas raza; a pesar de su característica palidez, todos eran tan diferentes entre sí, pero a la vez tan bellos de una manera única. A medida que nuestros pasos nos acercaban al lugar donde estaban los líderes, el camino se iba abriendo, me sentía como Moisés atravesando el Mar Rojo.

–¡Al fin! Mi preciosa Atena y Stanislav se dignan a aparecer y honrarnos con su presencia–aunque lo dijo con un tono de voz que podía tomarse como “normal”, detecté la censura en sus palabras. Imaginé que habíamos sido los últimos en llegar.

–Me disculpo por eso, mi señor –Stanislav hizo una pequeña reverencia una vez que nos detuvimos a penas a un par de pasos de los tronos. –Pero se presentaron ciertos contratiempos que retrasaron nuestra llegada.

Aro nos miró de forma suspicaz. Tal vez nuestra cercanía, nuestras manos entrelazadas hacían que en su mente se formara otra justificación a nuestra tardanza.

–Veo que te encuentras herida, hija.

La palabra hizo que me rechinaran los dientes. Con qué facilidad y ligereza me llamaba “hija”, cuando la mentira en sus labios sonaba tan hueca y fría.

–¿Podrías explicarme que pasó, Stanislav? –continuó Aro –si mal lo recuerdo, tenías instrucciones precisas de proteger a Atena las 24 horas del día. Es tu obligación y tu trabajo el bienestar de ella.

–Lo sé, y me disculpo por eso.

–¡Sabes que no aceptamos un error como ese! –tronó Aro –Y menos cuando ella es pieza fundamental en lo que se viene para nosotros. Los errores no tienen cabida en nuestro grupo…

–Stan no tiene la culpa de mi estado –pronuncié nerviosa. Algo me decía que si no intervenía, Stanislav se vería en más problemas de lo que podría imaginar. –El llegó a tiempo para salvarme cuando…

–¿Si? –Aro clavó la mirada en mi, arqueando la ceja suspicaz –¿Cuándo qué?

–Cuando Apolo estuvo a punto de matarme.

–¿Apolo? –paseó la mirada rápidamente sobre los rostros de cada uno de los presentes. Yo también volví el rostro, buscando ansiosa a mi “prometido”, esperando su reacción por la acusación de sus acciones. –Jane, ¿dónde está Apolo?

La pequeña rubia salió de entre los atestados cuerpos hasta quedar apenas a unos centímetros del líder. A pesar de la furia de Aro, el rostro de Jane era impasible, conocedora de ser una de las favoritas entre todos los miembros de la guardia.

–Durmiendo la resaca.

–¿Sigue bebiendo?

–Sí, señor… a pesar de las instrucciones que tiene de evitar ponerse como una cuba, sigue haciéndolo y con mayor frecuencia. Realmente se está empezando a convertir en una molestia.

–Cayo –dijo Aro a su hermano que se sentaba a su derecha –tendrás que hablar con tu hijo y meterlo en cintura. Sé cuanto lo… aprecias, por eso dejaré el asunto en tus manos. Pero si no se controla, tendré que tomar medidas drásticas con él.

–Hablaré con él –dijo casi a regañadientes Cayo – pero imagino que debe haber una razón bastante poderosa para que reaccionara así contra su prometida –el vampiro de cabello blanco me taladró con la mirada. –¿Tal vez, querida Jane, podrías decirnos qué sucedió? Tú estabas ahí, en el palazzo florentino, ¿no?

–Así es, señor.

–¿Podrías contarnos lo que pasó? Siempre hemos sido justos, así que antes de estigmatizar a Apolo, deberíamos conocer sus motivos.

–¡No creo que exista una excusa suficiente para portarse como un animal! –mascullé furiosa mientras retaba con la mirada a Cayo.

¡Malditos vampiros machistas! Ahora resulta que el intento de matarme de Awka podría estar completamente fundamentado.

–¿¡Cómo te atreves a hablarme así, pequeña insignificante?! –Cayo se puso de pié casi de un salto. Por lo visto, había logrado irritarlo bastante. Stanislav me acercó más a él, rodeando mi cintura con su brazo, un gesto bastante protector que en mi fuero interno agradecí.

–Hermano… Atena…. –Aro dijo suavemente, pero todos pudimos notar la nota de advertencia implícita. El mensaje era claro: o nos controlábamos o él haría que se calmaran las aguas de una forma poco agradable. –Jane, dinos qué fue lo que sucedió.

–Después de que Atena y Stanislav decidieran saltarse la cena de ayer, Apolo decidió salir en su búsqueda, pero fracasó en su intento de encontrarles. Esta mañana, nos llamó a Dimitri y a mi para informarnos que ni Atena ni Stanislav habían pasado la noche en el palazzo, así que nos pidió su ayuda para localizarlos. Ellos llegaron pasado al medio día, y bueno, no es necesario ser un genio para entender lo que estuvieron haciendo toda la noche, era como si trajera un letrero de “culpable” pegado a la frente.

Sabía que a pesar de mis deseos, en ese momento me estaba poniendo colorada hasta las orejas. No me gustaba nada que cerca de 50 vampiros terminaran conociendo mi vida íntima.

–Así que se podría decir que Apolo reaccionó a la mala combinación de alcohol, celos y orgullo herido. –finalizó Jane.

–¿Es verdad eso, Atena? ¿Has faltado al compromiso que tienes con mi hijo? –preguntó Cayo.

–Eso no es de su incumbencia. Mi vida privada, es mía nada más.

–Te equivocas, mientras estés con nosotros, tu vida nos pertenece.

–Cayo… –Aro se acercó hasta aquel y le asió con fuerza por el antebrazo. –Este tema lo tendría que arreglar yo con mi hija y Stanislav, ¿no crees?

El interpelado bufó molestó, pero obedeció a Aro.

–Stanislav, Atena, ¿están ustedes juntos ahora?

–Sí. Ella es mía ahora.

Volteé a mirar a Stan sorprendida, con la boca abierta de la impresión. Había pronunciado las palabras con decisión, sin ningún titubeo o atisbo de duda. Había proclamado su propiedad sobre mi con tal ligereza que pensé por un momento que había entendido mal; pero nada más sumergirme en la intensa mirada de Stan, que contenía el mensaje de “no me desmientas”, comprendí que no había escuchado mal, que Stanislav sí había pronunciado esas palabras. No supe si sentirme furiosa o no por ese despliegue de machismo cavernícola, pero opté por guardarme cualquier grito, pregunta y/o reclamo para cuando estuviéramos solos.

Renata estaba un paso atrás de Aro y eso no hubiera sido algo que me hubiera llamado particularmente la atención sino fuera por la mirada maliciosa que me lanzó. Recordé la forma tan efusiva en que se había comportado con Stan la noche anterior y ahí encontré la respuesta a su mirada. Impulsivamente, me acerqué más a él, refugiándome aún más en su abrazo protector.

–Supongo que esto se va a convertir en un gran problema… Le habías dado tu palabra a Apolo de que te casarías con él. ¿Estas segura que Stanislav es lo que quieres?

¿Realmente era Stanislav lo que quería?

–Sí.

Me sorprendió que pudiera pronunciar esa palabrita con tanta fuerza y decisión, cuando ni siquiera estaba segura de que eso fuera verdad. Porque, después de todo, yo me iba a largar de ahí en unos días y Stanislav junto con el resto de los Vulturi se convertirían en algo tan lejano como una pesadilla, ¿no? Así que no me podía dar el lujo de crear lazos con él.

–Si es así, tendré que respetar su decisión –dijo solemne, pero aún así casi podría jurar que en los ojos rojizos de Aro brilló algo parecido a la satisfacción.

–¡Hermano, no puedes permitir esto! ¡Esa... está traicionando a Apolo! ¡La traición no tiene cabida entre nosotros!

–Cayo, esto está fuera de nuestras manos. En todo caso, es algo que tendrán que arreglar ellos cuando hayamos derrotado a nuestros enemigos. Y siendo justos, como tú dijiste antes, también hay que reconocer que Apolo no se a esforzado por ser el novio de ensueño; su propia debilidad es su peor enemiga… Sólo tengo una duda.

–¿Qué es, mi señor? –preguntó Stanislav.

–Si han decidido estar juntos, ¿por qué ella sigue llevando el anillo de compromiso?

Instintivamente dirigí mi mirada hacia mi mano izquierda, donde descansaba sobre mi dedo anula el ostentoso anillo con el diamante azul.

–Todavía lo llevo porque no pude quitármelo –pronuncié con ligereza –también tengo algo inflamados los nudillos de esta mano.

–Ese no es ningún problema. –Stanislav deshizo nuestro abrazo para tomar con cuidado mi mano izquierda entre las suyas. Atrapó el diamante entre los dedos de la mano derecha, los cerró entorno a la piedra preciosa y para mi asombro, la gema terminó convertida en un ligero polvillo. Después, con una especie de pellizco sujetó un trozo de la banda de oro donde había estado montada la piedra y con un ligero movimiento, el metal se rompió y calló sobre las frías baldosas del suelo. –Listo. –pronunció con satisfacción. Recordé la forma en que se había molestado durante el trayecto de regreso al palazzo cuando me había visto con el anillo puesto, así que supuse que la sonrisa de satisfacción que había esbozado era bastante sincera.

–Vaya, es una lástima que una joya tan rara y con tanto valor histórico se haya perdido; pero en fin, tenemos un asunto más importante qué discutir. –Aro volvió a su trono, imitado por Cayo que todavía estaba furioso por lo sucedido. Me alegré de que mi tiempo entre ellos fuera a ser tan poco, pues lo último que deseaba era permanecer ahí con Cayo convertido mi aborrecedor número uno, o mejor dicho, dos porque Apolo sin duda, encabezaba la lista.

–Bien, ahora que estamos todos… o casi todos –siguió Aro, haciendo clara alusión a la ausencia de Awka –podemos empezar con el asunto por lo que han sido convocados todos los leales miembros de la guardia. Ustedes saben que desde tiempos memoriales, numerosos enemigos han tratado de arrebatarnos nuestro imperio, codiciosos del poder que ostentamos y sobre todo, deseosos de aniquilar lo que representamos: la ley que rige nuestro secreto mundo. No es la primera vez que tenemos que pelear por preservar lo nuestro, pero esta vez, se acerca una batalla demasiado importante y demasiado triste… Vamos a tener que enfrentarnos contra aquellos que alguna vez consideramos nuestros amigos, nuestros hermanos. Nos traicionaron cruelmente, así que con mucha pena, debemos detenerles antes de que nos suman en el caos y la destrucción.

»Como ustedes saben, los Cullen vinieron pidiendo nuestro apoyo para buscar a un miembro de su familia. Accedimos a ayudarles y enviamos a una pequeña misión de apoyo para la búsqueda… Sólo que era una trampa y desgraciadamente Gianna murió en la batalla.

Un indignado murmullo se levantó a mis espaldas, pero me abstuve de volver la mirada. Más bien, me dediqué a mirar casi con incrédula fascinación a Aro, porque ¿cómo era capaz de mentir de tal forma sin un solo titubeo? Es que si yo no hubiera descubierto parte de la historia, me hubiera tragado cada una de sus palabras. Había que reconocerle al líder de los Vulturi que era todo un maestro en el engaño, sabía qué palabras decir, que tono de voz utilizar para mover los hilos en la dirección que él deseaba; de verdad que casi era merecedor de una ovación de pie.

–Así pues, no podemos dejar que esta traición quede impune. La muerte de Gianna no quedará sin castigo… Los hemos mandado llamar para convocarlos a la lucha contra los Cullen… Jane, ¿podrías ponerlos al tanto de todo?

Rápidamente, Jane tomó el control de la reunión. Era más que obvio que el hecho de que Aro la dejara contar el plan de ataque, le inflaban el ego a niveles estratosféricos.

–Hemos decidido dividir en dos a la guardia –un nuevo murmullo, pero esta vez de incredulidad, surgió en la sala –Nos hemos enterado que los Cullen se han estado poniendo en contacto con otros aquelarres, logrando alianzas con otros grupos tan codiciosos como ellos; así pues, entre sus aliados se encuentras los rumanos Stefan y Vladimir, que junto con los búlgaros, los rusos y los eslovacos, están preparando el ataque sobre Volterra.

»Creen que todos los destacados en Volterra partiremos a la lucha con los Cullen, así que están esperando que dejemos sola la base para destruirnos. Sólo que se van a llevar un buen chasco: por los Cullen iremos Cayo, Alec, Dimitri, Félix, Hashim, Chelsea, Apolo, Jade, Kaito, Stanislav, Neema, Atena y yo. Acabando con Isabella, con nosotros trece basta y sobra para deshacernos de la molestia en que se ha convertido ese clan. El resto, se quedaran a resguardar a Aro, Marco y las esposas. Haremos que los rumanos y sus secuaces se enteren que Volterra no se ha quedado sola y que si vienen a buscarnos, no dudaremos ni un segundo en destruirlos.

Me asombró la arrogancia que mostraban, pues si era cierto eso de que los Cullen tenían a otros aquelarres de aliados, además de que contaban con una manada de licántropos, ¿trece vampiros no eran muy pocos para acabar con ellos? Bueno, también había que reconocer que, salvo por los mentados Hashim, Kaito y Neema, que no conocía, los demás poseían un poderoso don que los hacía casi invencibles. Me pregunté cuántas veces habrán participado en aniquilaciones como esta, pues era más que obvio que confiaban en una victoria segura.

–¿No son pocos los elegidos para esta misión? –preguntó una voz, haciendo eco a mis propias dudas. –Isabella Cullen puede…

–Somos más que suficientes para acabar con esto sin ningún problema. –interrumpió tajante Jane –Tenemos el arma infalible contra ella. Atena es quien se va a encargar de quitar esa piedra del camino.

No necesité voltear a mi espalda para saber que de pronto, tenía clavada en mi la mirada de al menos treinta y nueve vampiros. De seguro se preguntaban si Jane no estaría loca al afirmar tal cosa, pues con tantos moretones y golpes en mi cuerpo, no se podía decir que fuera la mejor en cuestiones de combate.

La seguridad en las palabras de Jane acalló esa y cualquier otra duda que pudieran haber tenido los demás. Imaginé que ya habrían estudiado con meticulosidad todos y cada uno de los detalles a considerar antes de tomar tal decisión. Decidí no preocuparme más si éramos pocos o no los que se iban a lanzar al ataque; de lo único que tenía que preocuparme era de acabar con la tal Isabella y una vez hecho eso, aprovechar el calor de la batalla y escapar de ahí a como diera lugar. Aún no decidía a dónde iría o qué tipo de vida llevaría después de estar ese tiempo sumida en un mundo que casi parecía sacado de las páginas de un libro de terror. Lo importante era librarme de ellos, lo demás lo iría organizando en la marcha.

Después de la explicación de Jane, Aro dio por concluida la reunión. Dio su autorización para aquellos que lo desearan, salieran de Volterra a alimentarse. Al parecer, una de las leyes de los Vulturi era jamás, bajo ninguna circunstancia, cazar dentro de la ciudad, no a menos que quisieras morir en el acto. Supuse que tendrían tanto amor por su ciudad que incluso respetaban el valor de la vida de los humanos del lugar.

Justo cuando había dado un par de pasos para salir de esa asfixiante sala (y de los recuerdos tan terribles que venían a mi, a pesar del esfuerzo que hacía para evitarlos), Aro me llamó.

–Atena, ven… –Estiró su mano hacia mí. Nerviosamente, recordé lo que me había recomendado Stanislav esa tarde:

“…evita cualquier contacto con Aro; con un simple roce, es capaz de conocer hasta el más profundo de tus pensamientos. Y créeme que Aro es más peligroso de lo que parece, no se detiene ante nada...

¿Qué iba a hacer? No podía permitir que me tocara; no si deseaba mantener oculto el hecho de que conocía las mentiras que habían ido creando a mi alrededor.

Mi mente trabajaba a marchas frenéticas mientras el ritmo de mi respiración se alocaba por completo. Stanislav se puso tenso a mi lado,  imaginándose el mismo desastre que se nos vendría encima nada más Aro pusiera un solo dedo sobre mi.

Así pues, hice lo único que había estado haciendo durante las últimas semanas, tanto que ya casi lo hacía con gracia: desmayarme.

Para cuando abrí los ojos, me encontraba en brazos de Stanislav, quien me llevaba a través de un largo pasillo del castillo.

–¿Qué sucedió?

–Te desmayaste nuevamente… sólo que no estoy seguro si fue de verdad o una demostración de lo buena actriz que puedes ser.

–Fue de verdad… supongo que… recordé lo que dijiste y….

–Shhh… –interrumpió Stanislav con una ligera sonrisa en los labios. Al parecer, mi oportuno desvanecimiento le había causado tal alivio que se podía dar el lujo de sonreír en medio del desastre que nos empezaba a rodear. –Lo entiendo, no digas más.

No digas más”, imaginé que realmente quiso decir “No digas nada que pueda comprometernos, aquí hasta las paredes tienen un super oído”.

–¿A dónde me llevas?

–A tu habitación… Aro me ordenó que te trajera aquí para que descansaras; quiere que su arma favorita esté en condiciones a tiempo para la batalla. Hubieras visto su cara cuando insinué que él podría hacerse cargo de ti, ya que es tu “padre”… Parecía como si le hubiera propuesto entrar a una iglesia a media misa.

Dio un par de pasos más antes de detenerse en una sólida puerta de madera color caoba. Sin hacer malabares o movimiento bruscos, abrió la puerta y se adentró en la habitación conmigo en brazos. De pronto, empecé a reír con ganas.

–¿Qué es tan gracioso?

–Nada… sólo que pensé que te estás haciendo experto en abrir puertas aún con las manos ocupadas… ¿No te has dado cuenta que la mayor parte del tiempo te la pasas cargándome a causa de mis desmayos? Empiezo a sentirme como la protagonista de una cursi novela victoriana. Menos mal que eres fuerte y bastante resistente, de lo contrario, terminarías exhausto de estarme llevando de un lugar a otro.

–Ese no es ningún problema, eres tan ligera como una pluma… Y aunque no fuera así, aunque pesaras lo mismo que Júpiter, yo te llevaría gustoso entre mis brazos; me gusta tenerte entre ellos.

No había encendido las luces de la habitación, así que estábamos sumidos casi en la penumbra, salvo por una tímida luz del exterior que se filtraba por las cortinas de la ventana. Pero a pesar de la oscuridad, pude sentir la intensidad de su mirada clavada en la mía; mi respiración, el latido de mi corazón, el torrente sanguíneo que recorría mi cuerpo, todo empezó a aumentar su ritmo, despertando el deseo que nos había consumido la noche anterior. Una vocecita lejana quiso protestar por mi debilidad, por de repente olvidarme del engaño, de las medias verdades en las que me habían envuelto para obligarme a permanecer ahí. Pero, ¡qué diablos!, el instinto era el instinto y si bien, un aparte de mi era humana, otra no la era; mi lado animal empezaba a tomar control de mi, y que el cielo me perdonara, yo no pretendía hacer algo para evitarlo.

Con ligereza, Stanislav me posó sobre el colchón de la cama, y después puso una mano a cada lado de mi cuerpo, como previniendo cualquier intento de huir de mi parte. Como si una fuerza magnética nos atrajera el uno al otro, nuestros rostros se empezaron a acercar lenta y sensualmente; me humedecí el labio inferior con mi lengua, pues de repente sentía resecos los labios, como si estuviera tan sedienta. Y lo estaba, tenía que reconocerlo, pero no era una sed cualquiera, sino era una que únicamente él sería capaz de saciar.

Stan siguió el movimiento de mi lengua, y un brillo de deseo tiñó su mirada. Deslizó con sensualidad su mirada por todo mi rostro, mientras yo lo miraba a él con la misma intensidad, anhelante, expectante de su reacción. Sentía su frío aliento sobre mi piel, su almizclado aroma entraba con fuerza por mi nariz, embriagando mis sentidos.

De repente, y para mi asombro, Stanislav enderezó su postura, poniendo distancia entre nosotros. Me sentí desconcertada y hasta cierto punto, rechazada.

–Lo siento… –dijo con voz casi pastosa. Al parecer, estaba tan afectado como yo, y eso me produjo placer. –Me pediste que me mantuviera alejado de ti, y lo voy a hacer… Yo no debo… –exhalo casi con furia –Será mejor que me vaya antes de que sea demasiado tarde…

¿Se había detenido porque recordó que le había dicho que no lo quería cerca de mí? Vaya, a pesar de que siempre se expresaba de sí mismo como un monstruo, un animal irracional, había dado marcha atrás a sus instintos con tal de cumplir mis deseos.

–Espera… –lo detuve justo en el umbral de la puerta.

–¿Necesitas algo? –dijo sobre el hombro, mirando casi de reojo hacia mi dirección.

–Sí.

–¿El qué?

–A ti… te necesito a ti.

Stanislav se volvió por completo, mirándome entre asombrado y suspicaz. Aún así, dio un par de pasos al interior, para poder cerrar la puerta nuevamente. Pero no hizo ni un intento de acercarse nuevamente a mí, se quedó como clavado al piso.

–Creí que no me querías cerca de ti… Si es por lo que ha pasado en la cámara…

–Shh… –ahora lo silencié yo. Me levanté con cuidado de la cama y con pasos firmes me acerqué hasta quedar a medio paso de distancia de su cuerpo.

–¿Por qué, Renesmee? ¿Por qué quieres que me quede?

–Porque… –¿qué podía contestarle? No lo sabía; de lo único que era consiente es que mi ser me pedía a gritos que no lo dejara irse de mi lado.

–¿Por qué?

–Por esto… –mi boca  fue a la búsqueda de la de él, separándole los labios.  Stanislav se quedó sin aliento; me estrechó aún más, haciéndome sentir todos los músculos de su cuerpo viril. Me arqueé de manera involuntaria, aumentando ese contacto. La lengua de Stan exploró el interior de mi boca, alzando un fuego salvaje en todo mi cuerpo femenino.  Me estremecí, apretándome contra él, y rodeé el cuello de Stanislav con mis brazos.  Cerré los ojos, y sentí un calor intenso recorriéndome por completo.

–Soy peligroso… tienes que alejarte de mi, de todo esto antes de que sea demasiado tarde –pronunció con su boca contra la tersura de mis labios, con la respiración entrecortada y apretándome más contra su fibroso cuerpo.

–Lo sé… Y lo haré.

–Sin ataduras

–Sin remordimientos

–Entonces, tenemos seis noches para nosotros. O menos.

Asentí con fuerza, pues no estaba segura de encontrar mi voz para contestar.

Sabía que mi tiempo con Stan era corto. Sabía que éramos como un par de trenes que cruzan sus caminos a media noche; no había más tiempo, no había más historia que crear juntos. Sólo nos quedaban seis días, seis noches juntos y nada más.

Volví a besarle, consiente de que ya la suerte estaba echada y no había marcha atrás.

 

 

Capítulo 29: MEDIAS MENTIRAS, MEDIAS VERDADES Capítulo 31: EL SUEÃ?O 2

 
14440129 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10758 usuarios