CLARO DE LUNA de Midnight_girl

Autor: nessyblack, CECI
Género: Fantasí­a
Fecha Creación: 14/07/2009
Fecha Actualización: 21/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 74
Visitas: 97552
Capítulos: 37

EL REGRESO:

 

 

“Por fin” suspiré mientras observaba el anuncio de mi llegada a Forks. Había decidido hacer ese viaje en auto, aunque mis padres se habían empeñado que tomara un vuelo hasta Seattle. Pero si había decidido hacer un viaje largo era precisamente porque necesitaba mucho tiempo a solas y en silencio para poder dar rienda suelta a mis pensamientos; pensamientos que habían surgido casi un año atrás, y que me habían obligado a estar constantemente alerta para que mi papá, con ese maravilloso don que poseía, no se enterase de ellos....

 

 

AUTORA: MIDNIGHT_GIRL

 

 

http://midnightsleepless.blogspot.com/

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Capítulo 25: EL BANQUETE

Y ahí estaba yo, con mi precioso vestidito negro, mis zapatos de altísimo tacón, rodeada de un montón de vampiros que se limitaban a lanzarme miradas curiosas unas, perplejas otras y sólo un par de verdadero odio. Pero era todo, nadie se dignaba a hablarme, era como si yo fuera la “colada” a una fiesta a la que no era requerida.

Cerré los ojos y rememoré los acontecimientos previos.

Habíamos hecho un viaje rapidísimo desde Florencia en el Maserati Gran Turismo S de Apolo; tenía que reconocer que el auto era impresionante, con sus cuatro plazas revestidas en piel roja y el exterior negro y reluciente. Aunque la elección de colores me recordó un poco al cliché de que los vampiros dormían en sarcófagos negros forrados por dentro de satín rojo; no me quedaba la menor duda de que Apolo estaba orgulloso de ser quien era, se sentía por encima de cualquier ser viviente que había en esta tierra. Y su andar arrogante, la forma de comportarse con aquel que se atrevía a dirigirle la palabra, demostraban lo soberbio que era en general; lo comprobé con nuestra salida a comer, puesto que se había comportado así con el mesero, el del valet parking y con cuanta persona se cruzó en nuestro camino.

Stanislav no nos acompañó en el viaje a Volterra, sino que él se fue sólo en su propio auto. No era muy versada en las marcas de coches, sólo vi que el suyo era negro y que el logo eran cuatro aritos entrelazados. Tenía la esperanza de que por lo menos su auto fuera de algún color brillante y llamativo, pero no, era completamente negro hasta los interiores y los cristales. Imaginé que mi guardaespaldas estaba algo obsesionado con el color negro, digo, tal vez quería que todas sus cosas combinaran con su lúgubre humor.

La media hora del viaje se me antojó algo insoportable con la insulsa conversación de mi prometido. Definitivamente, cada día le tenía menos paciencia y más repulsa a Apolo, sobre todo porque sin importarle que fuéramos a 150 kilómetros por hora, trataba de meterme mano a toda costa ahí sentados en ese espacio tan reducido. No le di un manotazo porque me daba miedo su reacción y que terminase perdiendo el control del auto; así que me limité a regresar su indeseada mano a su lugar y recordarle que prefería que se concentrara en la estrecha carretera.

Llegamos a una amurallada ciudad, parecía sacada directamente de un cuento de la edad media. Parecía que el paso del tiempo se había detenido en esas estrechas calles adoquinadas. Me pegué al vidrio de la ventana para poder observar todo a mayor detalle; me sorprendió la altura de todas las casas, por lo menos de unos tres pisos cada una, hechas de adoquín y con barandales llenos de maceteros. A pesar de que ya estaba oscuro, me esforcé por ver todo lo que me rodeaba, tenía la sensación como que ya había estado antes ahí.

Bueno,  se supone que ya estuve aquí, pues mi padre vive aquí, ¿no?” reflexioné. Y aunque se suponía que había visto todo esto antes, aún así sentía que era la primera vez que estaba ahí. No, sé era una sensación difícil de explicar.

Pasamos por una plaza, donde imponente se alzaba la torre con un reloj.

Y empecé a sentir una gran desesperación, una gran angustia al ver caminar las manecillas del reloj.

Y volví a mirar la torre, pero ahora en mi mente se reproducía su imagen, sólo que ahora era de día y estaba atestada de gente vestida de rojo. Yo volvía la mirada para todas partes, yo trataba de atravesar la atestada plaza, irme abriendo paso a través de la masa humana mientras el ruido de las campanas se mezclaba con el griterío de los niños.

¡Edward no!” grité primero, perdiéndose mi voz entre el rugido de la campana.

Le vi su rostro y nunca me había parecido más bello; incluso mientras corría jadeando y gritando, pude apreciarlo. El reloj sonó y él dio una gran zancada hacia la luz.

“¡No! ¡Edward, mírame!” grité casi histérica.

Y de pronto, así como vino esa visión a mi mente, así se fue. Me quedé completamente aturdida. Primero, porque el tal Edward era el mismo ángel al piano que había recordado en el restaurante.

¿Quién es él?

Y segunda, porque esa voz desesperada que lo llamaba a gritos, no era la mía. De eso estaba segurísima; entonces, si esos recuerdos no eran míos, ¿de quién eran?, y ¿por qué estaban en mi cabeza? ¿Qué me estaba sucediendo?

Estuve tentada a contarle a Apolo, quien se enfilaba al estacionamiento subterráneo de uno de los tantos edificios que habíamos pasado. Pero recordé mi decisión de no confiarle nada, pues mi instinto me advertía constantemente que había algo más atrás de su fachada de amoroso prometido.

Dejamos él auto en estacionamiento. Me sorprendió ver que a pesar de la hora, había varios automóviles igual o más lujosos que el de Apolo; casi sin pensar, busqué con la mirada el de Stanislav, más no estuve segura de reconocerlo. Alcé los hombros y dejé que Apolo me condujera por el edificio.

Entramos a una especie de ascensor que nos llevó hasta lo que parecía una recepción bastante lujosa de paredes revestidas de madera y los pisos cubiertos con lujosas y gruesas alfombras verdes. Enormes cuadros de la campiña eran parte de la decoración de la habitación que carecía de ventanas mientras unos sofás de color claro y mesas relucientes con jarrones de cristal encima de ellas completaban la decoración.

Había un mostrador alto de caoba pulida, pero no había nadie en él.

–La última recepcionista se dio de baja, están buscando una suplente ideal –dijo él como adivinando mis pensamientos.

Apolo tomó mi mano con más fuerza si era posible y emprendió el camino por un amplio y ornamentado corredor que parecía no tener fin. Pasamos de largo por varias puertas, unas más adornadas que las otras a medida que avanzábamos. Nos detuvimos  a mitad del pasillo, donde Apolo despejó uno de los paneles, descubriendo una sencilla puerta de madera que daba ha una especie de ante-cámara, la cual era de la misma piedra antigua y fría que el resto de las construcciones que había visto a lo largo de la ciudad. Dimos un par de pasos hacia adelante y descubrí que la antecámara desembocaba en una estancia enorme y redonda, más iluminada aunque eso no dejaba de  darle un aspecto tenebroso.

En cuanto entré con toda mi gloriosa humanidad, varios pares de ojos carmesí se clavaron en mí, provocándome un estremecimiento involuntario desde la espina dorsal hasta la última de mis terminales nerviosas.

Calma, se supone que creciste rodeada de esta… de estos seres. Respira profundo y trata de controlarte. Recuerda que las bestias pueden oler el miedo”.

Salvo por tres figuras que estaban sentados en una especie de tronos de madera maciza al fondo del salón, todos los demás estaban de pie, aunque no daba la impresión de estar cansados o incómodos por eso.

Rápidamente conté a los vampiros que me observaban con bastante curiosidad. Uno, dos, tres… quince pares de ojos rojos me miraban con demasiada fijeza.

–Por fin –Tronó una voz desde el fondo de la estancia. No tuve que esforzarme demasiado para saber de dónde venía: era de una de las espectrales figuras sentadas al fondo, para ser más exacta, era el que se sentaba en el centro, como si él fuera el amo y señor del reino.

–Ese es Aro, tu padre –dijo Apolo en un imperceptible susurro mientras me apremiaba a avanzar hasta Aro.

A medida que me acercaba, su aspecto empezaba a inquietarme. Estaba vestido con una especie de túnica negra, larga. Su cabello era una larga cascada negra también, que a primera vista se podría confundir con la capucha de la túnica. No supe decir si su rostro era hermoso igual que todos los demás vampiros que nos rodeaban, pues su tez tan blanca, su piel tan fina y delicada que me recordaba al papel cebolla, contrastaba de una forma chocante con el negro de su cabello. Y no hablar de sus ojos rojos, pero turbios y empañados.

Bueno, creo que al fin pude encontrar un vampiro que no es guapo ni bonito… ¿Estará bien pensar eso del que se supone que es mi padre?

Mi padre… esa palabra se me antojaba bastante impropia y lejana para aplicarla a la siniestra figura a la que me acercaba.

–Aro –Apolo se detuvo a unos dos metros de él, inclinándose en reverencia –Aquí está Atena, tú hija…

Prácticamente me lanzó al frente mientras pronunciaba las palabras. Me resistí a hacer la reverencia, más no estaba segura de la forma en que debería saludarle o comportarme delante de él.

–Atena, hija –estiró su mano hacia mí. Su voz, a pesar de no ser tan siniestra como su aspecto en general, provocó en mí un nuevo escalofrío.

Alargué mi mano para encontrarme con la de él. El contacto con su piel me estremeció, ya que la encontré tan fría y áspera como la tiza. Mientras apretaba con fuerza mi mano, Aro cerró los ojos; pensé que lo hacía por la emoción y me la culpa me invadió por no sentir ni un ápice de emoción o ternura o algo, lo que fuera.

Y de pronto, un flash vino a mi mente, haciendo que cerrara los ojos y a la vez,  trayéndome una escena de un grupo de capas oscuras que avanzaban decididamente a través de un nevado bosque; la escena en sí me provocó terror y angustia, pero duró unos segundos apenas. Abrí los ojos espantada mientras que Aro los abrió pero sorprendido. No pronunciamos palabra alguna, pero estaba casi segura de que él había visto lo mismo que yo.

–Queridos hermanos, amigos –habló Aro sin soltar mi mano y haciendo que me pusiera a un costado de él para mirar a los que nos rodeaban. Al fondo, noté el preciso instante que Stanislav arribaba al salón. Su mirada intensa se cruzó con la mía y me sentí un poco más tranquila; de alguna manera, veía a Stanislav como mi aliado, mi amigo entre todos esos vampiros –Quiero que le den a mi adorada hija Atena la bienvenida que se merece, después de una larga ausencia y de haberse enfrentado a nuestros enemigos en una terrible lucha, al igual que Gianna, a quien lamentablemente perdimos por culpa de los Cullen. –Aro hizo una melodramática pausa –Vienen tiempos difíciles, casi negros para nosotros; tenemos que afrontar la traición de aquellos que pensábamos eran nuestros amigos, aquellos a los que les tendimos la mano de forma pacífica y les abrimos la puerta de nuestra familia. No hay más traición amarga que la del amigo, pero no podemos dejar pasar por alto lo que le han hecho a uno de nosotros. La destrucción de Gianna no puede quedar impune. Estás de acuerdo conmigo, ¿verdad Félix? –Un vampiro altísimo y musculoso de pelo corto bufó con furia. No necesité más para imaginarme que él había sido el compañero de Gianna, mi supuesta hermana.

Hermana, padre, prometido. Ninguna de esas palabras me parecían familiares, o no si se las tenía que aplicar a Gianna, Aro y Apolo, quienes su nombre no provocaban nada positivo en mí.

–Así pues, les pido que se preparen para la gran lucha que se avecina –continuó –Los Vulturi somos una gran fuerza, somos aquellos que tenemos la misión de mantener y custodiar los grandes secretos de nuestra existencia. Es nuestro deber protegerlos de todos aquellos que lo amenacen, tanto sean humanos o un puñado de vampiros codiciosos que quieren volverse amos y señores de nuestra especie. Así pues, ¡ Victoria e la morte per i nostri nemici!

Los demás gritaron como extasiados la misma frase mientras empuñaban al aire las manos.

El resto de la reunión transcurrió en relativa calma, con Apolo pegado a mí presentándome al resto de los presentes. Félix, Dimitri, Chelsea, Santiago, Afton y un montón de nombres más que no significaban nada para mí. En algún momento me llevó ante Cayo y Marco, los otros dos cabecillas de la familia.

Cayo era de pelo blanco hasta los hombros y poseía una piel bastante parecida a la de Aro; sólo que su mirada a parte de roja carmesí y algo turbia, también tenía un tinte bastante diabólico y despiadado. Marco, por su parte, apenas si me dirigió una mirada. Su actitud era bastante lacónica, como si su mente estuviera en otra parte; me recordó a la estatua de algún mártir de la antigüedad.

Fui tratando de integrarme entre ellos, pero me sentía como la chica nueva y tímida del colegio; por más que trataba, no lograba sentirme cómoda en esa estancia rodeada de sanguinarios vampiros.

–¿Qué tal te la estás pasando, querida? –no necesité voltear a verla para saber que esa vocecita pertenecía a Jane.

Por educación, giré la vista hacia ella y esbocé una forzada sonrisa. No podían decir que no me estaba esforzando por portarme bien.

–Bien, gracias por preguntar. Sólo que habían dicho que era un banquete  y no veo comida por ningún lado…

–Ah, eso… –esbozó una sonrisita burlona, como si supiera algo que yo no– La… comida llegará dentro de poco. ¿Tienes hambre, querida?

–No, no, sólo era curiosidad... –de pronto recordé algo –Pero ustedes no comen comida normal, ¿qué no?

–Digamos que esta noche es… algo excepcional por tratarse de ti. –La odiosa risita burlona se ensanchó más en su rostro –¿Y cómo va tu entrenamiento? ¿Lista para la lucha?

–Pues voy bien, o eso creo. Stanislav está decidido en convertirme en una máquina de ataque –dije con humor.

–Esperemos que lo logre. Tu parte en todo esto es la más importante.

–¿Por qué?

–Tienes que encargarte de Bella, es fundamental que la destruyas lo más pronto posible. De eso depende el éxito de nuestro ataque.

–¿Tan poderosa es?

–No te imaginas cuánto… sólo espero que no se te ocurra ir vestida tan elegante a la guerra, sería un verdadero desperdicio para tu guardarropa.

Miré rápidamente mi atuendo y supe que Jane se estaba guardando la pedrada y le urgía lanzármela. A excepción de Apolo y yo, todos iban vestidos informalmente; algunos con las túnicas, otros con simples jeans y camisas ligeras, como Jane. Sulpicia y Ateenodora, las esposas de Aro y Cayo respectivamente, apenas si traían unos ligeros vestidos de verano.

–Sí, bueno, me dijeron que era un banquete en mi honor, más nunca mencionaron el protocolo y la etiqueta a usar…

–Y supongo que tu novio no lo mencionó porque le encanta exhibirte como si fueras una especie de trofeo –No me pasó por alto la nota de desdén con la que habló.

–¿Tan mal te cae Apolo? –pregunté sin empacho.

–Sí… me choca su actitud tan arrogante. A veces se comporta como un nuevo rico, le falta clase.

No pude evitar reírme con ganas con su comentario.

Sí, Apolo es como el nuevo rico entre un montón de estirados millonarios de alcurnia

Mi risa llamó la atención de unos cuantos, que volvieron sus miradas curiosas hacia el rincón donde Jane y yo estábamos paradas. Un poco cohibida, pasee mi vista entre aquellos que me observaban hasta que la detuve en seco en Stanislav, quien estaba parado al otro lado de la sala, dos espectaculares mujeres a cada lado. Renata y Chelsea si mal recordaba, eran sus nombres. Renata, la espectacular belleza de piel perfecta, largas piernas y una melena castaña y lisa que le llegaba a media cintura, le susurraba algo a Stanislav, quien esbozó una sonrisa ladeada mientras me observaba fija e intensamente sin parpadear siquiera; Chelsea, por su parte, se dedicaba a rodearlo como si de un pulpo se tratara. Aparté mi mirada algo apenada, sintiéndome como un vouyerista observando un ménage à trois.

–No creo que mañana tu maestro esté en forma para darte clases… –dijo Jane con censura y algo que pude identificar como celos.

Vaya, así que Apolo tiene razón… Jane quiere a Stan

–Pues si mañana no hay clases, por mi no hay problema –me encogí de hombros –No me vendría mal un descanso después de estar trabajando sin parar ni un solo día durante tres semanas.

–No pensé que fueras perezosa.

–No, no lo soy, lo que pasa…

–¡Jane! Aro quiere hablar contigo… –ambas volteamos a ver aquel que había interrumpido nuestra conversación. Se trataba de Alec, el hermano gemelo de Jane. Alec poseía un rostro igual de bello al de su hermana, así como una estatura pequeña. Su cabello rubio oscuro lo diferenciaba del pelo marrón claro de su gemela; además, la mirada del chico no era tan cínica y cruel como la de la adolescente.

Jane se alejó sin chistar para ir al llamado de mi… de Aro. Alec apenas si me dirigió una mirada y se alejó con ella, al parecer, había llegado a la conclusión de que yo no valía mucho la pena como para tratar de entablar conversación conmigo.

Poco a poco me fui quedando relegada a un rincón, pues los demás habían parecido perder interés en mí. Incluso Apolo, que prácticamente se había quedado parado como estatua a un lado del trono de Cayo, como si con eso nos diera a entender la posición de poder que poseía sólo por ser hijo de aquel.

Si bien Aro no me había llamado a su lado ni se esforzaba por mostrarse como lo haría cualquier padre con una hija raptada y amnésica, sentí su mirada continuamente fija en mí.

Bueno, no esperaba que me recibieran con fuegos pirotécnicos y una banda de guerra, pero tampoco pensé que este reencuentro familiar fuera a ser tan gélido.”

Desee que por lo menos hubiera una silla dónde sentarme y hacerme chiquita en un rincón, para pasar desapercibida hasta la hora de regresar a Florencia; me estaba aburriendo mortalmente y si las cosas seguían así, probablemente terminaría sentándome en el suelo y poniéndome a dormir un rato. Total, dudaba que alguien recordara si quiera que estuviera ahí.

Tal vez pueda ir a darme una vuelta por el edificio, ve qué había detrás del montón de puertas por lo que pasamos. Total, no me pueden acusar de fisgonear, pues si esto es de mi “papá”, por ende, también es mío”.

Empecé a caminar con cuidado hacia la puerta, sólo por si alguien se molestaba en dirigirme una mirada y detuviera mi excursión. Justo cuando estaba a punto de llegar a la ante-cámara, una voz sonó casi en un susurro a mi espalda, tan cerca que el frio aliento chocó contra mi cuello mientras unas manos igual de heladas me detenían por los hombros.

–¿Te vas, princesa?

Me giré de inmediato para quedar frente a Stanislav, quien me miraba con una sonrisita socarrona. Vestido de negro como siempre, con unos pantalones y camisa de vestir, ¿por qué no era un pecado capital verse tan bien como él en esos momentos?

–No, sólo pensaba dar una vuelta por el edificio.

–¿Te aburrimos?

–No, sólo que… bueno, no logro sentirme del todo cómoda. Para mi son un montón de extraños todavía.

–Nunca pensé que fueras tímida.

–Y no lo soy, sólo que esta situación es todo menos normal.

–¿Por qué lo dices?

–Porque… –en ese instante, alguien envuelto en una capa gris oscuro entró por la puerta a toda velocidad, empujándome hacia Stanislav, quien me sujetó entre sus brazos para evitar el fuerte choque contra él.

Di un paso hacia atrás, dispuesta a poner una prudencial distancia entre nosotros.

–¿Te molesta mi contacto?

–No, no… –dije con mayor rapidez de la deseada –digo, no, pero creo que hay dos o tres vampiritas que sí se podrían molestar –Lancé una mirada bastante directa hacia el lugar donde Chelsea y Renata estaban paradas y observándonos con interés.

–¿Celosa, princesa? –rió y me dieron ganas de borrarle la sonrisa con un buen bofetón, como el que le había asestado esa misma mañana.

–¿Yo? No veo por qué –dije altiva mientras levantaba la barbilla –Estoy a punto de casarme y no tendría por qué encelarme de ti.

–Oh, sí, la boda entre tú y el paya… digo, entre el señor Apolo.

Rechiné los dientes. La actitud de Stanislav me enervaba, mientras que a él parecía encantarle provocarme.

Nos miramos largamente, sin pronunciar ni una sola palabra. Tenía que reconocer que sí me había molestado verlo rodeado de aquellas mujeres tan espectaculares, pero no era por celos. ¡Claro que no! Solo era que… que despreciaba la actitud de Casanova de algunos hombres. Sí, eso era y nada más, porque yo no podía sentir celos de un vampiro tan irritante, tan cabezota, tan amargo, tan… tan guapo, tan sexy, tan…

¡Basta! Concéntrate” me recriminé mentalmente.

¿Sería posible que empezara a sentir algo más que irritación por mi maestro/guarura/niñero?

–Stanislav –la voz de Aro interrumpió el extraño momento entre Stan y yo. Él me dedicó una última e intensa mirada antes de ir hacia el trono donde de Aro. Lo observé alejarse de mi mientras yo regresaba a mi pequeño rincón donde me quedé relegada nuevamente, siendo objeto de las miradas ocasionales de los demás.

 

 

–Señor, Heidi y nuestro… banquete están llegando al edificio.

–Gracias, Afton… Supongo que la verdadera fiesta está por comenzar.

Abrí los ojos, interrumpiendo mis cavilaciones,  al escuchar esas palabras provenientes de Aro y alguien llamado Afton. Bueno, al menos la comida estaba por llegar, así que si nadie me iba a hablar, por lo menos podía matar el tiempo comiéndome todo lo que estuviera disponible en el banquete.

¿Será algún tipo de buffet?” Me pregunté, pues lo cierto es que no había ninguna mesa o silla en toda la habitación. Tal vez íbamos a pasar a otra habitación donde hubiera un comedor más apropiado para la ocasión.

–Amor, ya casi es hora de empezar con nuestra celebración –dijo Apolo con ligereza mientras me rodeaba con uno de sus brazos por los hombros y me dirigía al centro del salón.

–¿Si? Está bien… –No sabía exactamente qué contestar a eso…

–Tal vez no recuerdes cómo son nuestras celebraciones y puede que al principio te resulte difícil de entender, pero yo voy a estar cerca de ti, ¿de acuerdo?

Asentí con la cabeza. ¿Acaso era una cena de esas que se usaban veinte cubiertos a la vez y tenía miedo de que lo dejara en ridículo si no recordaba cuál era el tenedor o la cuchara indicada? Sí que era bastante snob mi novio.

–Puede que sientas un ligero ardor en la garganta al principio, pero se va a calmar después –continuó.

–Pero si ya siento un ardor y si mal lo recuerdo, es por mi sed…

–Pronto todo va a pasar, te lo prometo…

¿De qué hablaba?

–Heidi –volvió a sonar al fondo la voz de Aro

–Señor, espero que esté complacido con el menú de hoy –dijo pícaramente mientras le daba un ligero beso en los labios a Stanislav, quien había estado parado a un lado de Aro.

Heidi era una verdadera belleza de melena caoba y ojos violetas. Pero del violeta que se obtiene al mezclar el rojo con el azul; imaginé que traería un par de lentillas de contacto azules, lo que le daba el color violetoso a sus ojos, mi duda sería el por qué. Iba vestida con un diminuto top negro y una minifalda azul que apenas si le cubría el trasero.

¿Renata, Chelsea y Heidi? Vaya, creo que lo de Casanova le queda corto…

En eso escuché como la puerta de madera volvía a abrirse y en momento determinado, un grupo de unas veinte personas fueron entrando uno a uno al salón, quedando al centro de él y siendo rodeados por nosotros.

Al principio no entendía qué hacían esas personas ahí, quienes estaban iguales o más confundidos de yo. Miré a mi alrededor y vi a un par de vampiros mostrando sus impresionantes y mortales colmillos.

–Es hora de la cena –susurró Apolo en mi oído y lo comprendí todo.

Esas personas eran nuestro banquete. Eran nuestra cena.

Abrí los ojos horrorizada, sin estar completamente segura si lo que estaba a punto de presenciar era algo real o producto de una pesadilla.

–Atena, es hora de elegir tu platillo… –la voz socarrona de Apolo me llenó de asco. ¿Cómo era posible que hablara así de algo que era tan… horrendo, tan espantoso?

Las pobres personas empezaron a dar gritos espantosos de terror, incrédulos y a la vez horrorizados. Esos gritos eran tan horribles, tan escalofriantes que parecían más propios de un animal herido que de un ser humano.

–¡No por favor!

–¡Aaaaaah!

Merci, s'il vous plaît

Intenté dar un par de pasos hacia atrás, retroceder del horror que estaba apunto de ver mis ojos, pero unas manos me apresaron por mis antebrazos como si fueran garras de hierro, impidiéndome avanzar.

–Querida, no te puedes ir, este festín es en honor tuyo…

Estaba muda de la impresión. Aunque quería gritar que no, que yo no quería semejante atrocidad y menos que dijeran que era por mi, mi voz se negaba a salir; así que frenéticamente sacudí la cabeza en señal de negación.

Levanté mi mirada azorada y vi a los demás vampiros enloquecidos de frenesí, dispuestos a acabar con los pobres inocentes que no entendían exactamente lo que sucedía, pero que a la vez, eran concientes que sus vidas iban a terminar en unos pocos segundos.

Jane, Afton, Chelsea, Aro, Cayo… todos y cada uno tenían una mirada que provocaba que los pelos se pusieran de punta. Si el odio, el horror y todo aquello que representaba lo más oscuro de esta tierra tuviera un rostro, sin duda podría ser el de cualquiera de esas criaturas monstruosas; tal vez la hermosura de su rostro era lo que los hacía más terribles.

Miré frenética hacia la salida, pero Santiago y Dimitri la bloqueaban. Eran como dos sendos bloques de mármol imposibles de mover, dejándonos atrapados en esa pesadilla a esas veinte indefensas personas y a mí.

Una de las víctimas, una mujer menuda de unos treinta y tantos años, a pesar del terror que sentía, obvio por la forma en que temblaba su cuerpo, miraba embelesada el rostro perfecto de Alec; la mujer me recordó a las polillas, que a pesar de que significan su muerte, no pueden evitar acercarse al fuego.

–¿Sientes el ardor en tu garganta, verdad? Sientes que cada vez el fuego se va extendiendo cada vez más por tu garganta. Sientes que el ardor se va incrementando de forma incontrolable. Tu sed es insaciable, quema, duele… ¿no es así?

Me llevé las palmas de las manos a mis oídos, para taparlos y evitar que las palabras de Apolo llegaran a lo más profundo de mi psique. Quería evitar a toda costa la tentación que estaba empezando a tomar fuerza en mí.

–¡Mírame! –me giró hasta quedar de frente a él, quise cerrar los ojos, pero me zarandeó tan fuerte que terminé abriéndolos, quedando atrapada en su maliciosa mirada –No puedes resistirte a tu verdadera naturaleza; esto es lo que eres, esto es lo que siempre has sido, no puedes negarlo…

–¡No! ¡No!

Pero mis gritos fueron ahogados por otros más espantosos; volteé rápidamente hacia atrás y vi cómo el baño de sangre había empezado. Grité espantada, aterrorizada…

Félix tenía aprisionada a una pobre chica entre sus brazos mientras le clavaba vorazmente los colmillos en el cuello; vi como un chorro de sangre corría a través de la blanca piel del cuerpo de la mujer, mientras sus ojos estaban vidriosos de la agonía y el terror.

–Vas a ser una buena niña, ¿verdad amor? –la odiosa voz de Apolo se hizo más intensa, más profunda mientras ponía una mano en mi barbilla y me obligaba a mirarlo fijamente. De pronto, las ganas de luchar  y salir corriendo de ahí; el deseo de ayudar a esas pobres víctimas a escapar del horror me fueron abandonando, dejándome laxa, sintiéndome como una marioneta con las cuerdas rotas –Vas a “brindar” con nosotros, vas a apagar esa ardiente y dolorosa sed. Esta noche abrazarás a tu verdadero instinto, seguirás el curso de tu propia naturaleza.

–Sí… –pronuncié como una autómata. De pronto el horror había desaparecido, la mirada atormentada de todos esos inocentes, sus gritos de súplica, todo eso había sido borrado por arte de magia. Ya no era conciente de ello, ahora lo único que ocupaba mi mente era la necesidad, el ansia de aplacar la sed que segundo a segundo se volvía más dolorosa, más acuciante.  El aroma óxido de la sangre se iba colando por mi nariz, nublando mis sentidos pero apremiando mi necesidad de ella. Sentía no solo la garganta reseca, sino también los labios y la lengua; como si hubiera estado vagando por el árido desierto sin llegar al oasis prometido.

–Mi hermosa Atenea… –ronroneó satisfecho Apolo –Elige tu víctima, sacia tus instintos…

Asentí suavemente mientras me liberaba de la prisión de sus manos.

Una vocecilla sonaba a lo lejos de mi mente

“¡No!” gritaba mi vocecita con debilidad pero desesperadamente. Pero no era suficiente para detenerme, el ansia de sangre era lo que me controlaba ahora; sonreí con malicia mientras con mi lengua acariciaba mis filosos colmillos, cortándomela en el proceso; saboreé mi propia sangre y sonreí satisfecha. La cena estaba lista.

Capítulo 24: ARO Capítulo 26: LA NOCHE MAS LARGA

 
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