CLARO DE LUNA de Midnight_girl

Autor: nessyblack, CECI
Género: Fantasí­a
Fecha Creación: 14/07/2009
Fecha Actualización: 21/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 74
Visitas: 97584
Capítulos: 37

EL REGRESO:

 

 

“Por fin” suspiré mientras observaba el anuncio de mi llegada a Forks. Había decidido hacer ese viaje en auto, aunque mis padres se habían empeñado que tomara un vuelo hasta Seattle. Pero si había decidido hacer un viaje largo era precisamente porque necesitaba mucho tiempo a solas y en silencio para poder dar rienda suelta a mis pensamientos; pensamientos que habían surgido casi un año atrás, y que me habían obligado a estar constantemente alerta para que mi papá, con ese maravilloso don que poseía, no se enterase de ellos....

 

 

AUTORA: MIDNIGHT_GIRL

 

 

http://midnightsleepless.blogspot.com/

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 33: PERDIDAS

Como un tornado, Stanislav no paró hasta llegar a mi habitación. Con un ademán brusco, me solté de sus brazos para dejarme caer pesadamente sobre la cama.

–Déjame ver la herida.

–No quiero.

–No seas niña

–No seas odioso –puse una mueca por demás obstinada. Sabía que me estaba portando bastante irracional, pero ¡con un demonio! Descubrir que Stan estaba conmigo sólo por seguir órdenes de Aro me lastimaba demasiado.

–Ya te dije que lo nuestro no tiene nada que ver con Aro o con el poder de Chelsea…

–Disculpa si no te creo… ya me mentiste una vez, ¿quién dice que no lo vas a hacer de nuevo?

Tuvo la decencia de quedarse callado. La verdad no peca, pero incomoda.

–Además, no fue más que un rasguño. –Me miré  la palma de la mano, observando el corte que aún sangraba. Pero no estaba dispuesta a dejar que me tocara, ni aunque fuera para curarme la herida.

–Deberías cubrir el corte con algo. Aunque tu sangre es poco apetecible para nosotros, eso no quiere decir que no sea una tentación… Neema y yo logramos salvarte por los pelos, un segundo más y dudo que alguno de los otros vampiros se hubiera detenido.

–Supongo que debo de darte las gracias nuevamente…

–No tienes que darme las gracias, no me debes nada.

–Supongo… en fin, ya estoy a salvo en mi habitación, así que no te quito más tu tiempo. Alguna de tus noviecitas debe de estar impaciente esperando por ti. O tal vez quieras ir con mi “papi” Aro a darle el reporte de cómo vas con la misión que te encomendó: acostarte conmigo para tenerme tranquilita y cooperando.

–Cuando te lo propones eres insoportable, mujer…

–¡Lo mismo digo! –bufé con más furia si eso era posible. –Ándale, vete con Renata, Neema o cualquiera de esas… De seguro están ansiosas esperando por tus atenciones.

–No tengo por qué darte explicaciones, pero lo voy a hacer porque parece que a tu cabecita le encanta armar historias que no son reales. –Parecía que él también se estaba exasperando, lo noté por el ácido tono de su voz.

–¡Pues yo no te estoy pidiendo nada, salvo que te largues y me dejes tranquila!

–¡Si estuve contigo fue porque yo así lo desee…!

–¡No quiero escucharlo! ¡Me importa un bledo lo que digas! ¡Vete y no vuelvas más! –Le grité al tiempo que le aventé una de las almohadas de la cama. Sabía que era un gesto bastante infantil, pero tenía ganas de desquitarme de alguna manera.

Stan se acercó al ventanal que daba a la calle, dedicándome una larga mirada antes de salir por él y desaparecer Dios sabe a dónde.

Me dejé caer hacia atrás, quedando tendida sobre la cama mirando el techo. La furia fue remitiendo lentamente para dar paso a la desazón; me empecé a sentir triste, algo deprimida… ¿era tan difícil que Stanislav se hubiera fijado en mí si Aro no se lo hubiera ordenado? Incluso ahora, cuando realmente creía que él se sentía atraído por mí, tal vez todo era una farsa, tal vez lo aburría hasta el hartazgo. Tal vez… tal vez la primera noche que estuvimos juntos, la noche que para mi fue maravillosa a pesar de ser la primera vez que estaba con un hombre en la intimidad, simplemente para él había sido una tarea más, una orden que tenía que ser ejecutada al pie de la letra.

Había estado entrenando por horas con Kaito a instancias de Stan, tratando de mejorar mi técnica de combate. Algunos como Awka, Dimitri, Heidi, Renata y Chelsea nos habían estado observando mientras soltaban un par de comentarios maliciosos sobre si no sería yo demasiado delicada y frágil para enfrentarme a los Cullen y sus “mascotitas”. El comentario me molestó, no solo porque me consideraran tan útil como una “Barbie” sino por la forma en que menospreciaban a sus enemigos.

Kaito decidió que sería buena idea que practicara con las dagas, pues dominar ese tipo de armas en una pelea no era algo sencillo. 

–Tal vez si supiera que Stanislav no le daría ni la hora si no fuera porque Aro se lo ordenó, se le bajarían esos humitos de princesa. Y más si supiera que yo también contribuí con mi don… –Le había dicho Chelsea a Renata en voz baja pero no lo suficiente como para que yo no les escuchara. Sus palabras me sacaron de concentración y una de las dagas había salido volando hasta caer a los pies de Renata; ella se agachó para agarrar el arma y entregármela en la mano.

–Toma.

–Gracias –dije al tiempo que extendía la mano derecha y Renata ponía la filosa hoja doble sobre la palma.

Me di la media vuelta para reanudar la práctica cuando Renata puso su mano sobre mi hombro.

–Espera…

De pronto, las conocidas lucecitas empezaron a desfilar por mis ojos antes de unirse y formar una potente luz blanca seguida de una imagen…

 Si Apolo no puede controlarla, tendrás que hacerlo tú, Stanislav… Conozco tu fama con las damas, así que no sería mala idea que guiaras tus… atenciones en Atena. Es mucho lo que está en juego, así que tenemos que echar mano de todo con tal de tenerla totalmente bajo control… Incluso, si al final decides quedártela, por mi no hay problema…”

La imagen era tan vívida que me provocó una instantánea ráfaga de furia y decepción. Con forme veía el recuerdo de Renata, iba apretando más y más la hoja de la daga en mi mano empuñada hasta provocarme un buen corte. No fue el dolor lo que me hizo darme cuenta de lo que estaba haciendo, sino hasta que sentí el flujo cálido de mi sangre deslizarse por la mano y ver al grupo de vampiros rodearme con hambriento interés, fue entonces que me percaté de que podía estar en problemas otra vez.

Para cuando me vine a dar cuenta, Stanislav y Neema, quienes habían estado al fondo del salón, habían venido a mi rescate; él tomándome en brazos y sacándome en voladas de ahí mientras Neema se quedaba haciéndole frente a los demás, con ambas manos extendidas hacia ellos. Imaginé que les estaría aplicando su don, sea cual sea.

El breve trayecto del salón a mi habitación lo hice gritándole una retahíla de insultos a Stanislav.

–¿Qué demonios te pasa?

–¡Tú eres lo que me pasa! ¡Suéltame! ¡Maldito monstruo! ¡Bastardo! ¡Mal nacido! ¡Ya sé que por órdenes de Aro y con la ayuda extra de Chelsea te acostaste conmigo!

–Eso no es cierto; ellos no tienen nada que ver contigo y conmigo.

No quise creerle, así que seguí gritando todos los insultos que se me venían a la mente. Descubrí que podía insultar en inglés, francés, italiano y español. Stan, por su lado, se había quedado en silencio hasta llegar a mi habitación donde empezamos a discutir y él terminó por irse de ahí.

Sacudí la cabeza en un intento de despejar mis ideas. Me levanté y fui hasta el baño, donde abrí el grifo de agua y me enjuagué la mano herida; no tenía un botiquín de primeros auxilios, así que eso tendría que servirme por mientras. Tomé una pequeña toalla y envolví mi mano para detener el pequeño flujo que todavía emanaba de la herida.

Me volví a sentar en la cama, con la mirada perdida, sin tener idea de qué hacer a continuación.

–No deberías armar este tipo de dramas… Stanislav los detesta.

Giré el rostro para encontrarme con el rostro de Neema, que me miraba divertida.

¿Es que los vampiros tienen algún problema para tocar la puerta?

–Ah, Neema, adelante. Entra con toda confianza –dije sarcásticamente.

El andar de la vampira me recordó el de una pantera al acecho, ¿sería que venía por lo que quedaba de mi? Porque Renata y Chelsea habían hecho un gran trabajo para dejarme hecha poco menos que una piltrafa.

–¿Estás bien?

–Claro, ¿por qué no debería de estarlo? –dije con fingida ligereza –No todos los días te enteras que presionan a tu… a tu…

–¿A tu….?

–Guardaespaldas... eso… no todos los días una se entera que le pagan no solo por cuidarte, sino también para darte “servicios extras”.

–Así que eso es para ti Stanislav, ¿sólo un sirviente?

–Sólo eso…

–Y lo que hay entre ustedes….

–Sólo es algo físico y calculado… Nada de ataduras, nada de compromisos.

–Entonces, ¿qué es lo que te molesta? Si todo se limita a saciar las hormonas no tiene sentido este… berrinche de tu parte.

–Err… pues….–No supe qué responderle.

–Hace tanto tiempo que tuve tu edad,  y aún recuerdo ese tipo de pasiones tan volátiles, llenas de fuego, de demasiados sentimientos… –Neema se sentó a un lado de donde estaba yo, y en su mirada había un dejo de nostalgia. –Recuerdo mi primer amor, mi primera pasión… peleas colosales que terminaban en ardientes reconciliaciones…

–¿¡Y quién está hablando de amor?! –entoné con brusquedad –¡Yo no estoy…!

–Tú estas irremediable y estúpidamente enamorada de mi amigo. Si quieres mentirte a ti misma, allá tú, pero lo cierto es que todo el drama de celos que has estado haciendo desde la mañana no es más que eso.

–¿Drama de celos? No sé de qué hablas. –pronuncié con un dejo de desprecio.

–Oh, cielo, he tenido clavada tu mirada celosa durante todo el día. Me di cuenta de inmediato.

–¿Y? ¿Vas a salir corriendo tras él para contárselo y que venga a pavonearse ante mí? Y aclaro, no estoy diciendo que tengas la razón.

–Oh, yo no pienso decirle nada a nadie… para serte sincera, en otras circunstancias ni me molestaría siquiera en hablar de esto contigo. Este tipo de dramas emocionales realmente me dan pereza.

–Entonces no entiendo qué haces aquí.

–Asegurarme que seas lo suficientemente buena para él.

Entorné los ojos, exasperada. Era lo único que me faltaba, que una exnovia de Stan viniera a jugar el papel de doctora corazón.

–Neema, de verdad que no quiero tocar el tema…  y tampoco quiero ser grosera, pero ¿podrías dejarme en paz?

–Sólo déjame contarte algo y te prometo que te dejo tranquila, ¿vale?

–Como quieras…

–Stanislav no es alguien fácil, no es sencillo acercarse a él, es más, no permite que ninguno de su propia especie se acerque demasiado. Todo lo que pasó antes de que él fuera transformado en vampiro lo marcó de una manera que… –Neema parecía buscar frenéticamente las palabras correctas –Ha vivido demasiados años atormentado por no haber podido salvar a Maia y a Annie; odia ser lo que es pero lo acepta como una especie de penitencia por no haber podido cumplir el juramento que hizo de proteger a su familia. Nunca lo había visto sonreír sin un dejo de crueldad o de ironía… o eso era hasta ahora.

»Eres la primera a la que le ha permitido llegar tan hondo y tan rápido en él. Ni siquiera a mi, que soy lo más parecida a un amigo, me ha dejado llegar hasta donde estás tú; es demasiado orgulloso como para confesar algo así, pero me ha bastado con verlo junto a ti para darme cuenta de que sea lo que sea que sienta por ti, va más allá que representar el papel del obediente miembro de la guardia Vulturi. Stanislav será un empleado más de la guardia, tal vez conozca demasiado bien las reglas a seguir o incluso el montón de dinero que le pagan le haga ser tan disciplinado en su papel; pero a pesar de todo eso, nada, óyeme bien, absolutamente nada lo podría obligar a estar con alguien que no desee.

–Pero Aro…

–Aunque el mismísimo Satanás se lo hubiera mandado, nada en este mundo lo podría obligar a hacer algo que no quiere. Como te dije, es demasiado orgulloso y testarudo para doblegarlo del todo. Dale la oportunidad de explicarse, te aseguro que hay más de lo que Renata o Chelsea te pudieron haber dicho.

–¿Cómo sabes que ellas…?

–Querida, estoy segura que el castillo entero se enteró de todo… Tenemos un oído bastante agudo y tus gritos tampoco ayudaron a que todo se mantuviera con discreción. En fin, piensa en lo que te dije, ¿quieres? Es la primera vez que lo veo feliz, y dicen que incluso los condenados tienen derecho a tocar el cielo aunque sea una sola vez.  No permitas que el oscuro y atormentado Stanislav Masaryk surja de nuevo.

–¿Qué ganas con esto?

–Nada, sólo quiero que mi amigo sea feliz… sea lo que sea que eso signifique para alguien como nosotros.

Neema se levantó de su lugar para dirigirse a la puerta; se detuvo en el umbral y se volvió ligeramente para agregar: –Decidas lo que decidas, sólo te voy a pedir que no le digas que hablé contigo… No tengo ganas de dejar de este mundo todavía. –esbozó una sonrisa traviesa antes de desaparecer cerrando la puerta tras ella.

Tal vez Neema tenga razón y las cosas no sean como me las imagino… pero vi el recuerdo de Renata, ‘escuché’ lo que dijo Aro... ¡Maldición!

Me hice un ovillo tendida sobre la cama, dándole una y otra vuelta en mi cabeza a toda esa situación. No sabía qué hacer, porque por un lado mi orgullo me exigía no dar mi brazo a torcer tan fácilmente, pero por otro, tampoco deseaba que mis últimos días al lado de él estuvieran empañados por el rencor.

–¿Podemos hablar?

La voz de Stanislav sonó de repente, haciendo que me sentara casi de inmediato. Había vuelto, entrando por el ventanal por el que se había marchado; noté algo raro en él, pero no podía decir qué.

–No sé como te enteraste de lo que Aro me pidió…

–Entonces, ¿es verdad? –lo interrumpí ansiosa.

–Por favor, déjame hablar ¿quieres? Necesito explicarte cómo sucedieron las cosas… –Stanislav dijo con el rostro serio. Estaba parado junto al ventanal, con las manos en los bolsillos traseros del pantalón, sin hacer el menor intento de acercarse a mí.

Asentí ligeramente, quedándome quieta yo también, aguardando a que hablara.

–Es cierto que Aro me pidió que me acercara más a ti; creía que yo podía hacer mejor el trabajo para el que habían encomendado a Awka. Pensó que si lograba que te engancharas a mi, serías más fácil de manipular.

–Eso te lo dijo en el banquete, cuándo te mandó llamar, ¿verdad?

–Sí

–Y casualmente, esa misma noche tuvimos sexo… –hacía rato que la furia se había desvanecido para dar paso al desasosiego. De pronto me sentía como una muñeca rota, vacía por dentro.

–¿Eso fue todo para ti, simplemente sexo? –enarcó la ceja, como si mis palabras no le hubieran gustado del todo.

–Yo… no…  –me interrumpí medio exasperada –Ahora que sé que sólo seguías ordenes de Aro y que el don de Chelsea vino a servir como una especie de embrujo sobre nosotros, siento que todo se reduce a algo hueco y…

–Aro podrá dar las órdenes que quiera, pretender manejarnos como títeres, pero yo nunca hago algo que no quiero.  Y esa noche yo quise estar contigo, necesitaba estar contigo… Aro, Chelsea y los demás desaparecieron para mí en esos momentos; eras tú lo único que existía e importaba…

–¿Cómo creerte? –no pude evitar que una lágrima se me escapara, a pesar de mis esfuerzos de mantenerse serena y controlada –Es difícil hacerlo cuando descubro una mentira encubriendo a otra… Lo vi, vi el recuerdo de Renata; ella estaba cerca, viendo y escuchándolo todo. Y tú estabas ahí, parado como un soldado recibiendo órdenes precisas.

–Renesmee… –con movimiento rápido se acercó a mí, quedando arrodillado a un lado de donde yo estaba sentada.  Acarició mi mejilla con un movimiento suave de su mano –Confía en mi, lo que digo es verdad. Lo que pasó entre nosotros, lo que hay entre nosotros nada tiene que ver con lo que Aro me pudo haber ordenado.

–Ok, supongamos que es verdad eso, pero todavía está el don de Chelsea.

–Para que su don actúe, ella tiene que estar físicamente cerca de su objetivo.  No es como que funcione a distancia o que el efecto de su don dure por horas. Así que Chelsea tampoco tuvo algo que ver entre nosotros.

Me miraba directamente a los ojos, con tanta intensidad, con tanto fervor que sería tan fácil creerle, sería tan sencillo dejarme ir…

–Nadie puede obligarme a estar contigo, a desearte. Lo hago porque lo quiero, porque lo siento.

–¿Y por qué yo? –me puse de pié, nerviosa, incapaz de seguir sentada un segundo más – Puedes tener a quien quieras… conozco cuatro o cinco que estarían más que dispuestas a ocupar mi lugar. –dije bajando la mirada, insegura de ser una competencia a la altura de las otras.

–Por que nadie es capaz de hacerme sentir esto…–se puso de pié también, acercándose con cuidado – Sólo tú.

Estábamos separados apenas por unos centímetros y, sin embargo, ninguna fuerza física podría haberme apartado de la proximidad de aquel poderoso cuerpo. El mero aroma de él me tenía inmovilizada. Cuando alcé la vista hacia Stan, con la boca seca y el corazón desbo­cado, él me rodeó con los brazos. Un chorro de fuego líquido se derramó por mis venas y él deslizó las manos hacia mis caderas para apretarme contra él y reclamar mi boca con un inquietante beso.

Me besó entonces con el mismo erotismo con que me había hecho el amor. El mundo giró violentamente cuando él deslizó la lengua entre mis labios y exploró su sensible interior. Involuntariamente se me escapó un angustiado ge­mido. Mis huesos se habían convertido en gelatina. Le rodeé el cuello con las manos tanto para profundizar el beso, tanto para evitar que se apartara de mí.

–Todo lo que ha pasado entre nosotros ha sido auténtico –dijo con voz entrecortada, con sus labios a unos milímetros de los míos. –Tú lo sabes, lo has sentido… esto no es algo que se pueda fingir.

Asentí suavemente, pues sabía que si trataba de hablar, la voz no me respondería. Le creía, a pesar de que el sentido común me gritaba que no podía dejarme convencer así como así; mi cuerpo entero había tomado una decisión.

Recordé las palabras de Neema, “…es demasiado orgulloso como para confesar algo así, pero me ha bastado con verlo junto a ti para darme cuenta de que sea lo que sea que sienta por ti, va más allá que representar el papel del obediente miembro de la guardia Vulturi…

¿Tendría razón Neema? No quería hacerme falsas ilusiones, pero tampoco podía evitar el vuelco en el corazón al imaginar que entre Stan y yo hubiera algo más…

–Eres preciosa… Tenía que regresar a ti y solucionar las cosas. No soporto la idea de que nuestros últimos días juntos los pasemos distanciados.

Cerré los ojos para evitar que Stanislav viera el brillo de desilusión en ellos. Al parecer, continuaba ceñido al plan original: una vez pasada la lucha, nos separaríamos irremediablemente.

De repente, las cortinas se empezaron a agitar con fuerza mientras los cristales del ventanal retumbaban violentamente.  Lentamente me separé de él y me acerqué a la ventana, interesada de pronto en lo que sucedía afuera, aunque realmente lo que quería era poner un poco de distancia entre los dos.

Miré el cielo, sorprendiéndome la rapidez con que se había ocultado la luna tras un montón de nubles negras, que de tanto en tanto eran cruzadas por la centelleante luz de los rayos.  Era el aviso de una repentina tormenta.

Las gotas empezaron a caer una tras otra, más aprisa cada vez mientras los rayos atravesaban con violencia el ennegrecido cielo. De pronto la luz se fue, sumiendo en las penumbras la ciudad entera.

Sus fuertes brazos me rodearon por la cintura mientras depositaba un frío beso en un costado del cuello.

–Cinco noches…

–Es todo lo que nos queda… –pronunció él, entendiendo lo que quería decir. –Te necesito, Renesmee…

De la garganta de Stan escapó un sonido grave. Me estrechó con fuerza casi dolorosa, acallándome  con su boca, con un beso tan ardiente que me dejó sin aliento además de sin palabras. Hundió  las manos en mis cabellos sueltos, manteniéndome inmóvil mientras con la lengua saqueaba mi  boca y la saboreaba profundamente, de un modo que hizo que me fallaran las piernas. El beso fue brusco, ardiente, apasionado. Fue salvaje, violento y, de un modo extraño, de lo más tierno. La habitación pareció girar a mi alrededor; las paredes parecieron desaparecer. Me tambaleé y seguramente hubiera caído si él no me hubiera estado sujetando.

El  beso se volvió más profundo y apasionado; Stanislav buscó con su mano mi pecho, lo acarició a través de la suave tela de mi blusa, provocándome un estremecimiento en mi interior y sentí calor en el vientre, un calor que se extendió a las piernas y se infiltró en lo más hondo, dejándome ansiosa.

–Stanislav… –susurré

Le devolví el beso con la misma pasión, sorprendida ante la ansiedad que surgía de mis entrañas. Lo necesitaba como jamás lo había imaginado. Algo estaba cambiando esa noche, estaba segura; mi cuerpo, su cuerpo me lo gritaban.

Tomé aire con fuerza cuando los fríos dedos de Stan se deslizaron debajo de mi blusa, cubriendo un pecho mientras sus labios recorrían mi cuello. Los besos húmedos y fríos, pero ardientes a la vez de él me quemaban en la piel; sus gentiles manos me acariciaron e instigaron hasta que creí que me desmayaría.

Me ayudó a quitarme la blusa, dejándola caer al piso mientras besaba la desnudes de mis hombros y siguió hacia abajo, provocándome nuevas sensaciones cada vez que sus labios tocaban mi piel. Empezaron a temblarme las piernas mientras el suelo parecía abrirse bajo mis pies y tragarme por completo. Se me escapó un sollozo bajo, no había imaginado nunca que pudiera sentir un placer tan intenso. Ardía en deseos por él, todo mi cuerpo se estremeció y un dolor débil brotó fulgurante ente mis piernas.

Cualquier pensamiento racional que pudiera albergar en esos momentos, se esfumó por completo cuando Stan volvió a besarme, sepultando mis pensamientos bajo la apasionada destreza de la boca y las manos de él.

Con desesperación, una a una de nuestras prendas fueron cayendo al piso. Una imperiosa necesidad de estar cerca, piel con piel se apoderó de nosotros, era como si no pudiéramos soportar la más mínima barrera entre nuestros cuerpos.

Sin dejar de besarme, Stan prácticamente me arrastró hasta la cama, depositándome con suavidad en el centro. Se detuvo un momento, para lanzarme una mirada cargada de deseo y necesidad antes de acostarse a mi lado.

–Dime qué necesitas… –me pidió en voz baja sin dejar de acariciar cada uno de mis puntos sensibles. Traté de mostrárselo con mi cuerpo, acariciándolo con mis manos a la vez que me arqueaba contra él –Dímelo –demandó, decidido a oír lo que quería oír. Me miraba con esos ojos carmesí que parecían devorarme  –Dime qué necesitas.

Me temblaron los dedos de la mano cuando acaricié su hermosa boca y dije:

–Te necesito a ti, Stanislav

Gruño por lo bajo, penetrando mi cuerpo con un solo impulso que me elevó hasta el cielo; Stan salió con suavidad, entrando de nuevo, marcando un ritmo tan antiguo como el tiempo, despacio, con intención; Stanislav me levantó en vilo, sentándome en horcajadas sobre él.

–Eres mía… –pronunció con desesperación.

Intenté pensar, pero a duras penas si podía recordar respirar. Esas dos palabras me aturdieron más aún. Me aferré al cuello de Stan, con todo el cuerpo temblando de deseo y necesidad y los músculos del estómago contrayéndose. Dos fuertes acometidas más y sollocé su nombre; el estallido de placer nos tomó por sorpresa a los dos. La sensación fuerte y agradable de unidad fue tan increíble, tan inesperada que noté que mis ojos se llenaban de lágrimas. Afuera y otra vez adentro, con embates enérgicos que llegaban a lo más profundo de su ser y le lanzaban  unas cálidas oleadas de placer que se propagaban multiplicándose. Me mordí el labio inferior y me aferré al cuello de Stan, acercándonos cada vez más un nuevo clímax.

El éxtasis me envolvió como una tormenta, empapándome con una dulce lluvia plateada. Me aferré a Stan, consciente de lo mucho que había llegado a significar para mí en ese lapso de tiempo juntos; pasara lo que pasara, jamás podría arrepentirse de cada minuto en sus brazos.

Fui derrumbándome sobre él y Stan se separó con delicadeza, acostándose a mi lado; me rodeo con los brazo mientras cerraba los ojos, agradecida por el sosiego que se desprendía de su cuerpo.

–¿Por qué lloras? ¿Te he hecho daño?

Negué con la cabeza mientras con el dorso de mi mano limpiaba el resto de las lágrimas.

–No… creo que ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando.

Lo cierto era que esas lágrimas eran a causa de la intensidad de lo que acabábamos de compartir. Noté que algo había cambiado, la pasión de Stanislav había sido demasiado vehemente, demasiado profunda, como si cada una de sus caricias tuviera un significado diferente. Era como si hubiera querido dejar grabada en mi piel cada beso, cada tacto, cada abrazo. Parecía el último acto de amor entre dos amantes, la despedida antes del final.

–¿En qué piensas? –me preguntó después de un rato sumidos en el silencio, con la lluvia del exterior como único sonido de fondo. Seguía rodeándome con sus brazos, sin hacer el menor intento de soltarme.

–Pensaba en…  una tonterría.

–¿Si? ¿en qué?

–En cómo  hubiera sido si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias… Tú y yo siendo un par de simples seres humanos.

–Si te hubiera conocido siendo humano, si mi vida hubiera seguido su curso natural, bueno, creo que ni siquiera hubieras volteado a verme.

–¿Por qué?

–Porque seguramente sería tan viejo como para ser tu abuelo. No creo que una jovencita como tú se hubiera fijado en el carcamán que hubiera sido.

–Ja, ja, ja, ¿quién sabe? A lo mejor hubiera desarrollado una terrible atracción por los venerables miembros de la tercera edad. –Stan sonrió con suavidad –Pero no me refería eso.

–¿Entonces?

–Más bien, a cómo hubieran sido las cosas si tú y yo nos hubiéramos conocido siendo humanos, pero en el mismo tiempo y en el mismo espacio… Si nuestras vidas hubieran empezado su curso en la misma época.

–Tal vez… –suspiró profundamente –tal vez hubiéramos acabado en el mismo punto que estamos. Tú seguirías siendo igual de cabezota.

–Gracias –dije con sarcasmo –Y tú seguirías siendo insufriblemente arrogante…

–Probablemente, pero nos hubiéramos encontrado, de eso no tengo duda. Y, ¿Quién sabe? Si hubiéramos tenido una típica vida humana, tal vez hubiéramos terminado casados, con cuatro hijos, dos perros, tres gatos y viviendo en una casita amarilla de puertas y ventanas blancas con un gran jardín para que todos pudieran correr por ahí. 

La imagen de los niños, tan parecidos a él, tocó una fibra sensible en mí. Tal vez hubieran sido dos niñas con mis ojos y mi cabello, y dos niños con las mismas facciones que él. Tal vez hubieran heredado mi cabezonería o tal vez hubieran sido tan disciplinados como su padre…

–¿De qué color eran tus ojos cuando vivías?

–Aguamarina, ¿por…?

–Estaba tratando de imaginarme a esos niños con tus ojos y mi cabello. Hubieran sido una buena mezcla…

–Tal vez.

–¿Nunca….? –de pronto me acobardé en lanzar la pregunta.

–¿Qué? Anda, dime. –Me animó. –No te voy a dejar en paz hasta que me digas qué ibas a preguntarme.

–Es sólo que… me preguntaba si… ¿Has pensado en tener más hijos?

Sentí como el relajado cuerpo de San se envaraba tenso al escuchar mi pregunta.

–No. No pienso pasar por eso nunca más.

–¿Por qué? –me giré para mirarlo a la cara, cuyas facciones se habían vuelto una pétrea máscara –Yo soy hija de un vampiro y una humana, eso quiere decir que tú…

–No –repitió nuevamente

–Pero Annie…

–Amo a mi hija y no creo que te puedas imaginar lo doloroso que ha sido tener que renunciar a ella, tener que ver su vida a la distancia y asimilar que ella un día se irá definitivamente… No creo poder soportar pasar por eso nuevamente.  Ningún padre resiste la pérdida de un hijo, mucho menos la de dos o tres. –Tuve que desviar la mirada, sus ojos eran dos pozos de tormento que desgarraban el alma de solo verlos.

–Pero si tuvieras un hijo ahora, no sería un simple y frágil ser humano.

–Sí, pero no podría arrastrarlo a este estilo de vida. Además, ¿qué tipo de padre sería? No podría darle la infancia normal y feliz que todo niño merece… No podría siquiera darle cosas tan básicas como llevarlo a la escuela o ir al parque a jugar con él o ella. Sería traer a un inocente a arruinarle la vida…

–Yo soy mitad vampiro, mitad humano y creo que no me ha ido tan mal…

–¿Cómo lo sabes? Has sido secuestrada por un montón de vampiros que te quieren usar como arma en una guerra que no es tuya. Perdiste la memoria en el proceso, así que no sabes qué tan bien o que tan mal te ha ido en realidad. Aparte de eso, no sabemos cuánto tiempo viven los de tu clase…. Y como te dije antes, no creo que podría pasar por el proceso de ver morir a un hijo nuevamente.

–¿Crees que nosotros, los semivampiros, podemos morir algún día?

–No sé, supongo. Tienen un corazón que late, tal vez también tenga una fecha de caducidad como el del resto de los humano.

–Nunca había pensado en eso… Creí que tal vez llevábamos lo de inmortales en los genes…

–Tal vez sí, o tal vez no… No sé mucho sobre ustedes…

Volvimos a quedar en silencio, cada quien sumidos en sus propios pensamientos. Sentí tristeza por él; creo que nunca había entendido del todo el dolor que debió experimentar al perder a su familia de esa manera, el dolor que aún sentía por tener que haber renunciado a su hija, a tener que ser un simple espectador a lo largo de la vida de Annie… Debía doler tanto que no estaba dispuesto a pasar por eso nunca más.

–¿Por qué dijiste que mi sangre no es apetecible para ustedes? –pregunté de pronto, recordando lo que me había dicho antes.

–¿Qué?

–Cuando no dejé que me revisaras la herida, me dijiste que la cubriera porque aunque mi sangre no era del gusto de ustedes, no dejaba de ser una tentación…

–Ah, eso –me apretó más contra su cuerpo al tiempo que depositaba un beso en mi cuello. –A los vampiros no nos gusta la sangre de otro vampiro, tiene muy mal sabor.

–¿Cómo lo saben? Creí que ustedes no sangran.

–En teoría. Lo que pasa es que nuestra piel es tan dura que ninguna arma humana puede atravesarla; de hecho, los colmillos de otro vampiro es lo único que puede desgarrar nuestra piel. Como parte de la guardia, he tenido que combatir y acabar con vampiros que han roto las reglas de nuestro mundo; la única forma de matar a un vampiro es cercenando su cuerpo y prendiéndole fuego. La parte más asquerosa de todo es tener que morder la piel y por ende, terminamos saboreando la sangre de nuestro oponente…. Realmente es repulsivo.

– Mi sangre… tú… ¿por qué no me atacaste? Dijiste que a pesar del sabor, aún así era una tentación. Después de todo, eres un vampiro y sería lógico…

–¿Esperabas que te matara? –dijo medio burlón –Te he visto sangrar antes, aquella noche en el bosque.

–Entonces, ¿por qué me sacaste así del salón?

–Por precaución. Aunque tu sangre dista de ser apetitosa para nosotros, no deja de ser sangre. Cualquiera de ellos al ver el borbotón carmesí se hubiera sentido tentado a morderte, aunque hubiera terminado escupiendo por el sabor.

–¿Tan malo es?

–Sí, bastante.

–¿Qué tan malo?

–¿De verdad quieres saber?

–Tengo curiosidad… lo confieso: soy bastante, obsesivamente curiosa.

–mmm, Tengo una idea… Muerde –me ordenó  poniendo la parte interior de su brazo derecho, donde tenía apoyada mi cabeza, a la altura de mi boca.

Me quedé mirando su pálido y frío brazo, pensando que debía de estar bromeando. ¿Cómo iba a morderlo? Porque a parte de que su piel era bastante dura, no quería hacerle daño.

–Mujer, hazme caso. Muérdeme.

–Pe-pe-pero…

–¡Hazlo!

Refunfuñando, hice lo que me ordenó.

–Bien, pon más presión… es como si me estuvieras haciendo cosquillas. ¡Más fuerte!

¡Debía estar loco! A pesar de la dureza de su piel, sentí que la carne empezaba a ceder bajo la presión de mi dentadura.

–Presiona más –su voz sonaba tensa, señal de que mi mordida no era tan suave como pretendía hacerme creer. –¡Más, más, más!

Lo mordí con más fuerza si era posible, a pesar de que era también molesto para mí, pero sabía que si no hacía lo que quería, Stanislav no me dejaría en paz.  De pronto, el sabor a sangre se coló por mis dientes, mi lengua y entonces entendí lo que me había dicho Stan sobre que a los vampiros no les gustaba el sabor de la sangre de los de su misma especie. Si bien, tenía el sabor óxido característico de la sangre, también sabía tan mal como un vaso de leche pasada. Lo solté de inmediato, tanto por el sabor desagradable, tanto porque si seguía un segundo más mordiéndolo, sabía que iba a terminar por arrancarle el trozo de piel del brazo.

–¡Yug! –dije escupiendo involuntariamente –¡Que mal sabes!

–Gracias. –dijo burlón –Pero te soltaste antes de tiempo.

–¿Querías que te arrancara el pedazo de carne?

–Te vendría bien saber cómo es desgarrar la piel de vampiro. Te podría ser útil… Aunque los mordiscos realmente efectivos son los que aplicas en el cuello

–Eso es lo que voy a tener que hacer cuando me enfrente a Isabella, ¿verdad? Porque si el objetivo de todo esto es que yo acabe con ella, clavarle mis colmillos es el único camino.

Stanislav guardó silencio.

–Siempre hay más de un camino… ten eso presente. –dijo al fin.

–¿Pero…?

–Shh… creo que hay más de una forma de pasar la noche que sólo hablando.

Me observó con esos feroces ojos rojos, apretándome contra su cuerpo, como deseando estar nuevamente dentro de mi. No necesité nada más para entender sus deseos, una sola mirada bastó para alcanzar el cielo nuevamente en sus brazos.

 

 

 

 

 

–¿Estás lista?

–Sí… –dije al tiempo que me echaba una última mirada en el espejo. Esa noche iba a salir con Stanislav, era una especie de primera cita entre nosotros. Aunque no tenía un gran armario de dónde echar mano, supuse que no estaba tan mal. Había optado por usar unos skinny jeans azul marino y una blusa tipo halter del mismo color con una especie de ruffle al frente y totalmente descubierta de la espalda. Me calcé unos zapatos tipo flat, pues Stanislav me había pedido que usara algo cómodo, ya que esa noche íbamos a caminar un buen rato.

Me di los últimos toques al peinado; había optado por recogerme el pelo en un suave moño despeinado. Ok, ok, tal vez me estaba esmerando demasiado para ir a dar una simple vuelta por el “Festival de Otoño”, un evento que se desarrollaba por las callecitas de Volterra, pero siendo honesta, quería dejarlo sin aliento.

–¡Wow! ¿Qué le pasó al negro? –dije sorprendida. Por primera vez lo veía usando ropa que no fuera negra.

–Bueno, te habías estado quejando de que sólo conocía el color negro. Y ya ves, estabas equivocada. –dijo encogiéndose de hombros, como para restarle importancia al asunto. Llevaba una sencilla camisa manga larga en azul Oxford con un par de vaqueros y botas. Podría ir vestido como un vagabundo, y aún así, sería capaz de quitarme el aliento. –Vámonos. El sol se ha metido al fin, ya podemos andar libremente por ahí.

–¿Cuánto tiempo tenemos?

–Lo que duren tres pares de lentes de contacto –dijo sonriendo mientras daba una palmada al bolsillo de la camisa. Sus ojos ya no eran rojos, sino de un café bastante peculiar.

–Me gustaría verte con el color original de tus ojos…

–Bueno, es bastante difícil. Aún con lentes de contacto verdes, al mezclarse con el rojo habitual de mi iris, terminan siendo castaños. En fin, es hora de marcharnos.

Me tomó de las manos y salimos de ahí.

El palacio Vulturi estaba bastante quieto. Algunos se habían marchado de cacería, lejos de la ciudad como marcaban las reglas. Sólo un grupo más pequeño se había ido más lejos; Cayo y Aro decidieron que sería una buena idea que un grupo de avanzada se fuera a América a vigilar a nuestros enemigos. Sabían que el factor sorpresa era un elemento bastante importante dentro de las batallas. Había temido que mandaran a Stan en ese grupo, pero para mi alivio, los elegidos fueron Dimitri, Kaito y otros dos vampiros que habían decidió unirse a la batalla de último minuto, Eric (que al parecer había sido un sanguinario vikingo allá por el siglo X) y Atila. Los dos eran descomunalmente fuertes y bastante agresivos. Los había visto un par de veces, tratando de mantenerme fuera de su camino. Me daban miedo.

Llegamos a la calle y nos mezclamos entre la gente, como si fuéramos un par de habitantes más de la ciudad.

–No es como las festividades de San Marcos, pero es igual de concurrido.

–¿De qué hablas?

–De la fiestas de la ciudad. San Marcos, o mejor dicho, el Marco que tú y yo conocemos, es el patrono de la ciudad; cada año se hace una celebración en su honor, inundándose por completo la ciudad tanto de habitantes como de turistas… Según la tradición, Marco se encargó de ahuyentar a todos los vampiros de Volterra…. Irónico, ¿no?

–Totalmente… Eso quiere decir que Aro, Cayo y Marco deben ser bastante viejos.

–Tan viejos como el tiempo. Nadie sabe en realidad cuánto tiempo tienen en este mundo; hay quienes incluso creen que ellos son los primeros monstruos, los que iniciaron todo.

–Nunca pensé que un personaje histórico fuera parte de los Vulturi. Debe ser raro leer sobre ti en los libros…

–Te sorprendería saber la historia de algunos de ellos… ¿te suenan los nombres de Eric el Sangriento, Atila, Nerón…?

–¿Te refieres a que son los mismos que…?

–Así es. Los Vulturi no coleccionan nada más ejemplares con dones, también aquellos que sus nombres serán leyenda por siglos... En fin, basta de hablar de los Vulturi, esta noche es sólo para ti y para mí. Será como si hubiéramos sido un par de simples seres humanos más del montón.

Sonreí mientras entrelazaba con fuerza mi mano con la suya. Había algo distinto, estaba segura pero no sabía el qué; desde hacía dos noches, cuando Stan había regresado de su paseo después de nuestra discusión, me di cuenta que había algo diferente en él… Me estaba volviendo loca tratando de descubrirlo. No es que de pronto hubiera cambiado su comportamiento conmigo o que la rutina en la que normalmente nos desenvolvíamos se hubiera alterado en algo. Pero…, ¿cómo explicarlo? Eran pequeños detalles, como buscarme con la mirada aún y cuando estábamos a extremos opuestos de un salón; o la forma de cuidarme, no como obligación o como una posesión. A veces, cuando estábamos juntos, él parecía tener la mente en otro lado y de pronto, como que recordaba que yo estaba ahí y me miraba con un brillo extraño en la mirada. Si le preguntaba qué sucedía, simplemente sonreía y me decía que nada. Sí, había algo diferente, pero ¿por qué?

Sin darme cuenta, de pronto nos encontramos en la Piazza dei Priori, donde la Torre del Reloj se erguía orgullosa, dominando por completo el panorama. Me estremecí involuntariamente, mientras a mi mente regresaban aquellos recuerdos ajenos que se habían despertado la primera vez que había visto la torre.

–¿Qué sucede?

–Nada... sólo que tuve un especie de deja vu, como si ya hubiera visto esto antes…

 –Tal vez ya habías estado aquí., ¿Quién sabe? Quizás sea algún recuerdo que tu mente trata de liberar.

–Supongo…

Miré a mi alrededor nuevamente, viendo el ir y venir de la gente. Se escuchaba música de fondo a lo lejos, mientras que un grupo de bailarines entretenían a un grupo de personas a unos cuantos metros de donde estaba parada.

–¿Qué quieres ver primero?

–Ah… –sus palabras me sacaron de mis cavilaciones. –No sé… ¿De qué se trata este festival?

–Es una exposición de disciplinas artísticas. Se hace cada otoño y puedes ver exposiciones de pintura, fotografía, danza, conciertos; todo es al aire libre, en las diferentes piazzas de Volterra… Mmm, creo que debí preguntarte primero si te gustaba este tipo de eventos.

–Stanislav Masaryk, ¿crees que soy una cabeza hueca que no aprecia las Bellas Artes? ¡Te equivocas! De hecho, adoro la música.

–¿Cómo lo sabes? Tienes amnesia…

–Simplemente lo sé –dije alzando la barbilla con dignidad –Así que, ¡andando! Quiero verlo todo… –Tiré de su mano y avancé con paso firme entre la gente.

Caminamos de un lado al otro, riéndonos como chiquillos. Era la primera vez que lo veía relajado, sonriendo con facilidad. Supuse que se estaba tomando muy en serio eso de actuar como si fuéramos un par de humanos en su primera cita.

De hecho, hablamos de cosas que supuse se dicen la primera vez que sales con alguien. Descubrí que le encantaba la lectura y el cine. No sabía mucho de música, pero tenía en claro que detestaba el heavy metal. Sus colores favoritos eran a parte del negro, el blanco y el azul. Ah, y cuando había sido niño, tuvo un perro llamado “Čokoláda”, “chocolate” en checo.

Me hubiera encantado poder contarle cosas así sobre mí, pero ¿cómo hacerlo? Mi vida, mis gustos, mi historia eran un misterio incluso para mí.

–Pronto tendrás tu vida de regreso –me aseguró cuando renegué de mi amnesia –Pronto podrás llenar los espacios en blanco de tu historia.

Habíamos llegado hasta un pequeño templete, donde un pianista acompañado de un saxofonista y un violinista, interpretaban suaves melodías. Cerré los ojos por un momento y sin darme cuenta, mis dedos empezaron a moverse al compás de la canción, como si estuviera tocando un piano en el aire. De repente, a mi mente se vino la imagen de un ángel de rostro sereno y pálido como el marfil. Era el mismo ángel que había “visto” mientras escuchaba “Claire de Lune” en aquel restaurante, el Edward de aquellos frenéticos recuerdos. Sí, ese ángel pertenecía a mi pasado, estaba segura pues solo invocar su rostro sentía una paz y un amor tan inmensos como el universo mismo.

–Supongo que sabes tocar el piano…– susurró en mi oido Sanislav, sacándome por completo de mi trance.

–¿Cómo?

–Tus manos se mueven como las del pianista.

–Oh… supongo que sí.

No sabía qué canción era, pero pude reconocer cada una de las notas. La melodía terminó, dando paso a una nueva.

–“As time goes by

–¿Qué?

–La canción que están tocando. Creo que la última canción que escuché estando vivo… –su voz apenas fue un suave susurro. Imaginé que su mente había retrocedido a un tiempo bastante lejano y doloroso –¿Quieres bailar? –lo miré dubitativa –Vamos, dicen que hay que construir nuevos recuerdos sobre los tristes.

Sin esperar mi respuesta, me abrazó y empezó a moverse al ritmo de la música. Rodeé su cuello con mis brazos, acoplándome a su ritmo. No pronunciamos palabra alguna, nos limitamos a mirarnos a los ojos; de pronto me sentí transportada en el tiempo, a la época donde Stanislav era un hombre de carne y hueso. Imaginé cómo habría sido conocerlo, salir con él, enamorarme de él. Cómo hubiera sido si yo hubiera ocupado el lugar de Maia en su vida. Y por primera vez, envidié a alguien; envidié a Maia, le odie por haber tenido la oportunidad de tener a Stan para ella, de haber podido compartir su vida, haberle dado una hija, haberse ganado su corazón… Sí, estaba mal sentir eso por alguien que había fallecido, sobre todo en circunstancias tan tristes, pero no podía evitarlo.

–Gracias… –pronunció con suavidad.

–¿Por qué?

–Por esta noche… por todo.

Sonreí, sin saber qué contestar.

La canción terminó y para mi desilusión, él rompió nuestro abrazo.

–Es hora de cambiar los lentes de contacto…

Era la segunda vez en la noche que había tenido que hacerlo. Los lentes le duraban apenas dos horas, pues al entrar en contacto con los ojos de Stan empezaban a deshacerse poco a poco.

–Te espero ahí –dije apuntando hacia la fuente que estaba apenas a unos cuantos pasos –Creo que necesito sentarme un momento.

–¿Estas cansada?

–No realmente. Se metió una piedrita en mi zapato y necesito quitarla… Anda, ve antes de las lentillas se deshagan totalmente.

–Está bien, regreso en un segundo…

Lo vi desaparecer entre la multitud mientras tomaba asiento para sacar la molesta piedra de mi zapato.

–¿Quiere que le lea la mano?

Levanté la mirada y me encontré con el enjuto rostro de una mujer de pelo entrecano. Vestía con una larga falda y blusa de manga larga multicolores. Las delgadas manos, tan arrugadas como su rostro, estaban adornadas por un sinfín de pulseras y anillos. Una gitana.

–Lo siento, no tengo dinero…

–No voy a cobrarte nada.

–No, de verdad, gracias.

–Anda niña, te prometo que te diré todo lo que te depara tu futuro… –sin esperar siquiera una respuesta, tomo mi mano izquierda y la observó concienzudamente. –Vaya…

¿Vaya qué?” me pregunté nerviosa, pues el rostro de la mujer se había quedado completamente serio. No creía que el destino pudiera adivinarse, pero aún así no pude evitar sentir un extraño presentimiento.

–¿Qué ve?

–Las líneas de tu mano son bastante interesantes… Aquí dice que vas a vivir una larga vida.

¡Qué novedad!

–Renesmee, ¿qué pasa? –Stan se había materializado de repente. Era obvio que el encontrarme así, con tal compañía lo había sorprendido bastante.

–Esta señora dice que voy a vivir mucho. –le dije con una mirada divertida, como si el designio fuera una especie de broma privada entre los dos.

–Ah, ¿y qué más ve?

La mujer ignoró la pregunta, pues seguía observando con bastante detenimiento mi mano. Supuse que estaría tratando de armar la historia que iba a contarme.

–Vas a vivir una vida larga, no cabe duda, pero no va a ser fácil. Vas a tener que pasar por muchas pruebas, vas a vivir cosas que probablemente te hagan dudar de ti misma. Esta línea –dijo mientras pasaba un áspero dedo por la larga línea superior de la palma, que al final se dividía en dos pequeñas pero firmes rayas –…es la línea del corazón. ¿Ves que parece como si estuviera tejida? Eso quiere decir que vas a llorar mucho, el amor siempre estará presente en tu vida, pero habrá demasiadas lágrimas de por medio; dos hombres jugarán un papel importante, tu destino está enlazado al de ellos de forma irremediable.

»Mientras estés con uno, el otro seguirá presente en tu vida, no podrás separarte de él. Son tres destinos que se vienen unidos desde vidas pasadas, son tu karma, un círculo que no tiene fin… También veo tres hijos en tu futuro, dos niños y una niña, que al igual que tú, serán muy especiales.

–Ok… este creo que ya no…

–¡Oh! –la mujer abrió los ojos espantada, como si hubiera visto algo demasiado terrorífico.

–¿Qué pasa? –pregunté nerviosa –¿Qué ve?

Por toda respuesta, la mujer se santiguó mientras pronunciaba una retahíla de palabras en una especie de dialecto desconocido.

–Es hora de irnos –intervino Stanislav mientras sacaba la billetera y le entregaba un par de billetes a la mujer, quien aún con la cara de terror, se alejó tan rápido como pudo.

–Gitanos –murmuró entre dientes Stan –no le hagas caso. Inventan cualquier cantidad de tonterías con tal de sacarle el dinero a la gente.

–La verdad es que fue bastante convincente.

–Ese es su trabajo… Únicamente se dedicó a adornarte la historia que siempre le cuentan a todos, aunque debo reconocer que mezclar algunos preceptos del las religiones orientales, bueno, no me lo esperaba.

–¿De qué hablas?

–De lo que te dijo sobre las vidas pasadas y el karma. Según los que creen en esas doctrinas, el alma humana vive 7 vidas; en cada vida, tiene que mejorar lo hecho en lo anterior, ir mejorando su karma. Al llegar a su última vida, se evalúa el comportamiento de dicha alma para enviarla ya sea a uno de los siete cielos o uno de los siete infiernos que existen.

–Vaya… ¿y cómo sabes eso?

–Bueno, digamos que tengo toda una eternidad para leer.

–¿Te gusta leer sobre religión?

–religión, historia, política…

–¿Y crees en eso? ¿Crees que tenemos siete vidas para vivir?

–No. Si así fuera, entonces yo ya habría echado a perder mis siete oportunidades, pues me mandaron al peor de los infiernos. –dijo con ácido humor.

–Recuerdo que me habías dicho que eres protestante.

–Lo fui.

–¿Cambiaste de religión?

–No, simplemente soy ateo. –dijo encogiéndose de hombros. –¿Y tú?

–Yo sí creo en Dios… pero no estoy segura de cuál religión… Aunque ese concepto de las siete vidas me gusta. Siete oportunidades para vivir y aprender de los errores.

–Si mal lo recuerdo, dijiste que querías visitar la Basílica, ¿cierto?

–Sí.

–Estamos a un par de pasos de ella, vamos

–¿No está cerrada? Ya casi son las doce de la noche.

–En Italia nunca hay una iglesia cerrada. Anda, ven. –Tiró de mi brazo con fuerza, prácticamente arrastrándome hasta la entrada de la iglesia.

Estaba bastante confundida, pues no estaba muy segura de que una cita terminara con la visita a una iglesia. De hecho, tenía una idea más pecaminosa de cómo podría terminar esta salida con Stan.

Llegamos hasta la altísima puerta verde de la Basílica, la cual para mi sorpresa estaba abierta. La entrada era un imponente arco de estilo romántico, con finos detalles en su moldura. Entré seguida de Stan, algo nerviosa de que alguien pudiera venir y regañarnos por estar ahí a esas horas; dí un par de pasos inseguros antes de percatarme que salvo por un hombre que estaba en una de las bancas cercanas al altar, la basílica estaba sola.

Con lentitud empecé a recorrer el largo pasillo, maravillada por la hermosura del edificio. Había una serie de majestuosas columnas de que separaban la nave principal de dos pasillos adornados con estuco. El techo abovedado, ricamente decorado en oro y varios colores, era algo que dejaba sin respiración. Había una serie de bustos bellamente esculpidos a lo largo de la pared pintada en blanco y gris, mientras el pulido piso de mármol blanco y negro se extendía hasta el altar. No cabía duda del gran valor cultural que poseía esa iglesia, siglos y siglos de arte, juntos en un solo lugar.

–Wow. Es bellísima…

–Renesmee… –el tono de voz de Stan se volvió demasiado serio, recordándome al Stanislav de los primeros días.

–¿Si?

–Es hora de partir.

–¿Ya tenemos qué regresar al castillo? –pregunté desilusionada. No tenía ganas de regresar aún. De pronto, las campanas de la iglesia empezaron a sonar.

–Ya es media noche.

–¿Y?

–Aquí termina todo. Es hora de que regreses a casa.

–¿Dé qué hablas?

–Eleazar… –pronunció con voz firme y en ese momento, el hombre que había visto al entrar a la basílica, se puso de pie.

–¿Qué…? ¿Quién es él?

–Soy Eleazar, Nessie –respondió el extraño de ojos dorados –¿Me recuerdas?

–No sé quien es –miré a Stan, buscando una respuesta –¿Qué es esto?

–Es tu tío, Renesmee. Ha venido para llevarte a casa. Esta noche regresas con tu familia.

¿Mi tío? ¿Mi familia?

–Pe-pe-pero la lucha, ellos… no…

Mi mente era una frenética lluvia de preguntas. Estaba aturdida, no entendía nada.

–No vas a tener que pasar por eso. Te prometí que pronto ibas a regresar a tu vida, sana y salva.

–Tenemos que darnos prisa –intervino Eleazar –Hay que salir de Volterra cuanto antes… Nessie, no tienes idea de cuánto te hemos extrañado. Han sido días demasiado negros para la familia. –Eleazar me abrazó con fuerza mientras yo me quedaba quieta, sin saber como reaccionar ante él. Porque por muy tío mío que dijeran que era, la verdad es que ni su nombre ni su rostro me sonaban de algo.

–Renesmee, necesito que entres al confesionario y te pongas la ropa que hay en la bolsa que está debajo de la silla donde se sienta el sacerdote.

–¿Qué?

–Es ropa nueva. Tenemos que despistar tu aroma, por si ellos se dan cuenta antes de que abandonemos Volterra. Date prisa, no tenemos tiempo qué perder.

–¿Tú también vienes con nosotros?

–Me voy, sí, pero a Londres; tengo que ir por mi hija. Ellos van a saber que yo te ayudé a escapar y…. Anda, haz lo que te pido.

Demasiado aturdida como para pensar con coherencia, entré al confesionario y saqué las prendas que había mencionado Stan. No muy segura si sería pecado usar ese lugar como una especie de vestidor, me cambié la ropa que traía por un sencillo conjunto deportivo negro y un par de tennis del mismo color.

Regresé hasta donde estaban Eleazar y Stan, quien también se había cambiado de ropa. Al parecer, esta operación de rescate había sido planeada con mucha precisión.

–Tenemos que irnos. Tengo un auto listo al otro lado de las murallas de la ciudad.

–Vamos entonces. Hay una salida por la capilla de San Octaviano que da a una callecita que nos lleva directo a las murallas.

Una vez más, me vi arrastrada por la impresionante fuerza de Stan, mientras Eleazar nos seguía a toda velocidad. Le eché un vistazo y comprendí que Eleazar también era un vampiro, aunque no entendía cómo era que él no tuviera los ojos carmesí como los demás.

–Stan, ¿podrías explicarme qué es todo esto? No entiendo nada…

–No hay tiempo, tenemos que irnos. Cuando estemos lejos, te prometo explicarte las cosas con calma. Pero confía en mí, Eleazar es tu tío y va a llevarte a casa. Vas a estar a salvo con tu familia.

Cruzamos la basílica hasta llegar a una pequeña puerta que daba a una oscura calle. Sin detener la marcha, se enfilaron hacia la izquierda y empezaron a aumentar la velocidad de la carrera; traté de seguirles el ritmo, pero era bastante claro que ellos eran más rápidos que yo.

–Será mejor que subas a mi espalda.

–Pero…

–No hay peros que valgan. Sube, será más rápido así que arrastrarte para que mantengas el ritmo de nuestros pasos.

Le obedecí  y me acomodé en su espalda, pasando mis manos en su cuello. No pude evitar temer que pudiera dejarme caer.

–Soy lo bastante fuerte para sostenerte. Relájate, pronto estaremos lejos de aquí –dijo, como adivinando mis temores.

Hundí mi rostro entre su cuello, mareada tanto por la velocidad con que se movía como por las preguntas que me asaltaban. Había dicho que me explicaría todo una vez que estuviéramos lo bastante lejos de Volterra, pero aún así, la curiosidad me estaba matando.

De pronto, las lucecitas empezaron a danzar ante mi, uniéndose para formar una ráfaga de recuerdos bajados de la mente de Stanislav. Vi su encuentro inicial con Eleazar, el retrato de mis padres que le había mostrado mi tío, los planes que fue trazando minuciosamente para organizar la huída; y también vi los recuerdos de los dos últimos días juntos. Y entonces, entendí todo, descubrí qué era “eso” diferente en Stan, de sus palabras, de sus caricias: era su forma de decirme adiós.

–Oh, oh…

–¿Qué pasa? –pronunció Stanislav al tiempo que levantaba mi cabeza. Ese “oh, oh” de Eleazar no sonaba nada bien.

–Tenemos compañía…

–¿Qué?

–Siento cerca el don de Jane y de otros más que no reconozco.

–¡Maldición! Tenemos que separarnos, es nuestra única opción. Hay que despistarlos.

–Bien…  Conozco Volterra como la palma de mi mano, así que no será difícil moverme entre las calles.  Nessie, será mejor que vengas conmigo.

–No, yo me quedo con Stan –dije nerviosa. No quería ser grosera ni herir los sentimientos de Eleazar, pero en esos momentos, en el único que confiaba era en Stanislav.

–De acuerdo… Nos reuniremos al otro lado de las murallas, al oeste de la ciudad. Cuida de mi sobrina, por favor.

–No necesitas pedirlo.

Eleazar giró a la izquierda de nosotros, perdiéndose en un minúsculo callejón, mientras Stanislav tomaba el rumbo contrario.

Era una loca carrera por un sin fin de calles oscuras. Sentí que el corazón me latía más a prisa de lo normal, como si se me fuera a salir por la boca; no pude reprimir un estremecimiento de miedo. Algo me decía que si era verdad que Jane y compañía venían tras nosotros, las cosas se iban a poner color de hormiga para Stan, Eleazar y para mí.

–Agárrate bien, voy a tener que hacer un par de maniobras para tratar de perderlos.

–¿Crees que están cerca?

–Tan cerca que puedo olerlos…

Stan empezó a trepar por la pared para alcanzar el techo de una de las casas y pegar un buen salto hasta el otro lado de la calle.

Cerré los ojos y en silencio recé porque pudiéramos huir de ahí los tres. Me daba miedo el solo pensar en la sádica Jane y su tortuoso don.

Stan se detuvo de pronto. Abrí los ojos, esperando encontrarnos ya fuera de la ciudad; pero lo que me encontré fueron los rostros de Neema, Awka y Alec cortándonos el paso en medio de un inmundo callejón atestado de basura y alimañas.

–Vaya, vaya, vaya… Así que pensaban huir como ratas. –pronunció Awka con malicia –Nunca creí que un par de piernas fueran suficiente para hacerte olvidar lo que es la lealtad, Stanislav.

Stan se cuadró de hombros al tiempo que yo me bajaba de su espalda. En un gesto protector, extendió sus brazos hacia atrás, como para asegurarse de que su cuerpo me resguardaba por completo.

–Déjenla ir. Ella no tiene ni idea de lo que sucede.

–Todo un caballero como siempre, lástima que eso no te sirva de mucho en estos momentos. –La voz de Jane sonó mientras su cuerpo emergía de las sombras. Tras de ella, venían Félix y Hashim, quienes venían arrastrando el cuerpo de Eleazar como si se tratara de un saco de papas. –Sabes que la traición entre nosotros no tiene cabida y que se paga con la muerte. Que desperdicio que alguien como tú vaya a acabar así.

–Neema… –la voz de Stan sonó decepcionada.

–Lo siento, Stan… Aro me tocó y supo de nuestra plática en el salón de entrenamiento.

–No puedes prestarte a algo así.

–Son las reglas. Además, es cuestión de supervivencia. Si no lo hago, me convierto en tu cómplice. Y, cariño, entre tú y yo, elijo salvarme a mi misma.

–¡Basta de tonterías! Awka, agárrala. Aro ordenó que la llevemos junto con Eleazar al castillo.

–¡No! –gritó Stanislav –No voy a permitir que le hagan daño. –Me acercó más a su cuerpo al tiempo que soltaba un rugido demasiado violento. Imaginé que les había enseñado los colmillos, dispuesto a atacar al primero que se acercara.

–¿Realmente vale la pena, rafiki?

Ano, zatímco Mohl bych zemřít pro ni bez váhání...– (en checo: “sí, tanto que podría morir por ella sin dudarlo”)

Eleazar trataba de zafarse de las manos de Félix y Hashim, dispuesto también a dar pelea.

Awka se acercó con pasos decididos hacia nosotros y Stanislav se lanzó al ataque. Ante mi asombro, su cuerpo cayó estrepitosamente contra el piso, como si de pronto se hubiera quedado paralizado. Creí que Jane había aplicado su don en él, pero al instante descubrí a Neema con el brazo extendido hacia el cuerpo inmóvil de su “amigo”.  Estaba paralizado, como si fuera una escultura; sólo era capaz de mover frenéticamente sus ojos.

En tanto, Awka aprovechó para agarrarme con brutalidad por los brazos, apretándome tanto hasta hacerme daño.

–Yo me hago cargo de él. –dijo solemne Neema –Ustedes llévense a esos dos al castillo.

–No te ofendas, pero no estoy del todo segura que seas capaz de darle el castigo que se merece. Después de todo, fuiste su amiga.

–¿Y de cuándo acá un vampiro puede ser amigo de alguien? Jane, sabes tan bien como yo que no somos de fiar como para ser un buen amigo… Pero si quieres una demostración…

Para mi horror, Neema clavó sus dientes en el indefenso cuerpo de Stan, desgarrando su piel sin clemencia.

–¡Noooooo! ¡Noooooooooooooo! –grité con toda el alma. Una mirada a los ojos de Stan me bastó para darme cuenta del dolor que estaba sufriendo, mientras Neema seguía tasajeando su cuerpo.

Me retorcí con furia, tratando de liberarme de los brazos de Awka, a pesar del dolor que me provocaba. Tenía que impedir que siguieran haciéndole daño a Stan; él no podía acabar así, él no podía dejar de existir así…

–¡Déjenlo! ¡Neema, por favor…! Te lo suplico, no sigas… no le hagas esto a Stan…

–¡Basta! –Jane se acercó y me asestó una furiosa cachetada –Es hora de irnos, Aro quiere verlos… Neema –dijo al tiempo que le aventaba algo plateado. Aquella lo atrapó en el aire, y con un rápido movimiento, levantó la tapa. Era un encendedor.

la única forma de matar a un vampiro es cercenando su cuerpo y prendiéndole fuego.”, me había dicho Stanislav mientras me explicaba cual era la única forma de acabar con un vampiro.

–Supongo que es hora de encender la fogata –pronunció con maldad antes de clavar sus dientes en el cuello de Stan y arrancar un buen trozo de piel.

No podía quería creer que fuera real; deseaba que todo fuera una horrible pesadilla…

–¡Tráiganlos! –tronó la orden de Jane y sin más miramientos, empezaron a alejarse con nosotros a rastras.

De pronto, me sentía demasiado débil para luchar. Sabía que la horrenda imagen del cuerpo destrozado de Stanislav era algo que jamás podría olvidar; sería el recuerdo que me acompañaría hasta el último día de mi existencia.

 

Nos habíamos alejado unos cien metros, cuando un luminoso destello amarillo surgió del lugar donde Neema se había quedado a terminar su tarea. Una violenta columna de humo, imperceptible para el ojo humano pero no para el nuestro,  se alzó hasta el negro cielo mientras una suave brisa llevó el olor de carne quemándose.

Eso era todo. Ese había sido el fin de Stanislav Masaryk. Cerré los ojos, impotente…

Maia, ahora te toca cuidarlo a ti… Al final, regresó contigo.

 

 

 

–Eleazar, Atena… –la voz de Aro sonó reprobatoria, como la del maestro decepcionado de las travesuras de su alumno –¡Qué lastima que las cosas tengan qué terminar así!

–No te vas a salir con la tuya, Aro… No tienes idea a quienes te enfrentas.

–Eleazar, no tienes idea cómo me entristece tu traición… No eras sólo un amigo, eras parte de esta familia a pesar de que nos abandonaste hace tiempo. Creí que por los buenos tiempos conservarías tu lealtad hacia nosotros…

–¿Lealtad? Creo que ni siquiera tú conoces el significado.

Estábamos en el castillo de los Vulturi, en el salón donde estaban los tronos de Aro, Cayo y Marco. A parte de ellos, como observadores de esta especie de jucio contra Eleazar y yo, también estaban Jane, Awka y Alec.

No me sentía capaz de pronunciar ni una sola palabra. Me sentía sin fuerzas, sin alma… Empezaba a importarme poco mi destino,  único que ocupaba mi mente era Stanislav… Stan y su sonrisa franca cuando alguna de mis tonterías le divertía. Stan  y la forma en que fruncía el ceño cuando las cosas no salían como él lo planeaba. La forma en que parecía perder el control cuando estábamos juntos, como encerrados en una burbuja de cristal donde sólo existíamos él y yo…

–Cuando se entere la familia…

–¿Y quién se lo va a decir? ¿Ustedes? –pronunció con crueldad Aro –No lo creo… Apolo.

–¿Si, señor?

–Llévatela. Espero que esta vez logres controlarla bien… Y nada de alcohol, te vuelve demasiado inepto y estúpido

 Mi mente estaba trabajando demasiado lento. Solo después comprendí que ese “llévatela” se refería a mi.

–¿Qué? ¡No! –me retorcí cuando Awka me sujetó por las muñecas. –¡Déjame! ¡Maldito animal!

–¡Suelta a mi sobrina! –gritó a su vez Eleazar.

–Vamos, princesa… Te dije que me las ibas a pagar una a una. –El rostro de Awka se desfiguró por la crueldad, mientras sus ojos azules brillaban con maldad.

–No, ¡suéltame! –me retorcí con tanta fuerza tratando de liberarme de él, que terminé cayendo al suelo. Con una cruel sonrisa, Awka empezó a arrastrarme fuera de ahí, como si se tratara de un cavernícola.

–Ah, por cierto –dijo Aro interrumpiendo su salida –Cuando acabe la batalla, puedes hacer con ella lo que quieras. Ya no tiene nada que pueda interesarme…En cuanto a ti Eleazar…

Con una ligera señal, Jane aplicó su don en el prisionero, quien cayó al suelo aparatosamente, retorciéndose de dolor. Un segundo después, Cayo se acercó con un objeto metálico que serpenteó en el piso, a un lado de Eleazar. Se escuchó un horroroso chirrido metálico antes de convertirse en un géiser de centellas y lenguas de fuego que salió disparado sobre el cuerpo de Eleazar. En cuestión de segundo, el cuerpo de aquel se encendió por completo, llenando el salón de humo y un aroma que hizo que se me revolviera el estómago de horror.

–La ofensa ha sido reparada –dijo satisfecho Cayo mientras observaba con deleite como se iba consumiendo el cuerpo de Eleazar. –La guerra por fin empieza.

 

 

Capítulo 32: STANISLAV Capítulo 34: CARNADA

 
14440135 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10758 usuarios