CLARO DE LUNA de Midnight_girl

Autor: nessyblack, CECI
Género: Fantasí­a
Fecha Creación: 14/07/2009
Fecha Actualización: 21/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 74
Visitas: 97548
Capítulos: 37

EL REGRESO:

 

 

“Por fin” suspiré mientras observaba el anuncio de mi llegada a Forks. Había decidido hacer ese viaje en auto, aunque mis padres se habían empeñado que tomara un vuelo hasta Seattle. Pero si había decidido hacer un viaje largo era precisamente porque necesitaba mucho tiempo a solas y en silencio para poder dar rienda suelta a mis pensamientos; pensamientos que habían surgido casi un año atrás, y que me habían obligado a estar constantemente alerta para que mi papá, con ese maravilloso don que poseía, no se enterase de ellos....

 

 

AUTORA: MIDNIGHT_GIRL

 

 

http://midnightsleepless.blogspot.com/

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 23: NUEVOS ENEMIGOS

Una semana después….

–Bien, princesita… –pronunció socarrón después de recibir mi golpe

–Deja de llamarme así –mascullé agriamente.

–¿Prefieres “Su Alteza”?

–¿Por qué eres tan pesado, Stanislav?

–¿Pesado? Vaya, pensé que estaba siendo odioso. Supongo que estoy perdiendo mi toque –dijo mientras se encogía de hombros.

Lo miré furiosa. No entendía por qué era así conmigo. No le había hecho nada… o por lo menos nada que yo recordara.

–¿Te mandé al demonio?

¿? –frunció el ceño confundido

–Sí, que si te dí un “cortón”…. ¿te desprecié por Apolo?

–¿¡Qué!? –No supe si su mueca era de diversión o de asombro, o una mezcla de ambas.

–¿No? Entonces, ¿qué hice?

–¿Crees que estoy molesto porque me dejaste plantado por el payaso de Aw… de Apolo? –inquirió asombrado y después, tronó a reírse a carcajadas.

Vaya, es la primera vez que lo veo sonreír. Debería hacerlo más seguido porque así da menos miedo”.

Siendo objetiva, no estaba tan mal físicamente. Stanislav era altísimo, podía apostar que rondaba los dos metros de altura. Tenía el pelo negro corto, casi a rape. Su nariz era recta, aunque en la parte del puente parecía como si hubiera recibido algún golpe, pero más que afearlo, le daba un toque bastante interesante; sus ojos eran almendrados, cubiertos por unas gruesas cejas negras; sus labios eran medianos pero perfectamente delineados. Usaba una barba de tipo candado; parecía sacado de algún cuento ruso. Su piel era pálida y fría y su cuerpo era fibroso.

–Niña, tienes mucha imaginación, hay que reconocerlo.

–¿Entonces? –me crucé de brazos, algo molesta de que se estuviera riendo a costa mía.

–¿Entonces? Entonces me revienta estar jugando a la niñera de una mocosa cuando podría estar haciendo cosas más importantes.

Le lancé una mirada furiosa

–Pues nadie te está obligando. Puedes largarte cuando te de la gana; no necesito ninguna niñera, mucho menos una tan odiosa e insufrible.

–¡Claro que algo me retiene! –dijo socarronamente –Aro. Él fue quien expresamente me ordenó entrenarte y cuidar de ti. Aunque no entiendo por qué, tu noviecito se puede encargar perfectamente de ti.

–Si tanto nos desprecias a Apolo y a mí, ¿por qué estás aquí?

–Porque son los hijos de los jefes. Y mientras los jefes manden…

–Vaya, así que después de todo, tienes tu precio.

–Todos lo tenemos, ¿no? Sería interesante saber cuál es el tuyo.

Lo miré resentida y en un impulso, agarré un pequeño jarrón de porcelana que estaba a mi alcance y lo arrojé en dirección de su cabeza. Al instante siguiente, quedé boquiabierta.

El jarrón se había quedado como flotando, medio estático, a unos treinta centímetros de su objetivo. Stanislav sonrió y al segundo, el jarrón caía estrepitosamente contra el piso, haciéndose añicos.

–Mmm..., es una verdadera lástima que escogieras como arma una antigüedad como esa. Conozco un par que se desmayarían al saber que destruiste un tesoro de la dinastía Ming.

Habíamos estado entrenando en un amplio salón sin muebles, pero rodeado de antigüedades en varios anaqueles. Me había parecido extraña la elección, pero al parecer, lo de salir a un jardín o al patio trasero del imponente palazzo no estaba a discusión.

–¿Co-co-co…?

–¿Ahora imitas a una gallina?

–¡Grr! ¡Claro que no!, lo que quiero decir es ¡¿cómo demonios hiciste eso?!

–Fácil: telekinesis

Abrí los ojos como plato

–Tienes qué estar bromeando…. Sí, eso es…

–¿El qué?

–Una broma… es eso o estoy completamente loca y nada, absolutamente nada de lo que he visto o escuchado en estas semanas es real.

Stanislav volvió a reír.

–Piensa lo que quieras, no importa. Lo único que me interesa es que seas capaz de llevar acabo tu misión y terminar de una sola pieza cuando acabe la batalla.

–¿Por qué? ¿Te preocupa mi bienestar? –ahora fui yo quien habló con burla

–Ja, ja, ja. No me gusta fracasar; si terminas hecha pedazos significa que fracasé en mi trabajo, y con los Vulturi la palabra fracaso NO existe.

–¡Ay! Eres… eres… –me sentía bastante exasperada con ese vampiro gruñón que tenía frente a mi –Te juro que quisiera…

Lo señalé con el dedo índice de mi mano derecha y por un breve momento lo toqué en la frente. Eso bastó para dejarlo perplejo.

–¿Así que te gustaría molerme a patadas?– Dijo después de recuperar la fachada.

–¿Cómo sabes lo que estaba pensando?

Sí, en mi imaginación había arremetido a patadas contra Stanislav hasta dejarlo doblado de dolor. ¿Acaso podría leer mis pensamientos? Me dio escalofríos de pensar en el gran poder que tendría mi forzado tutor, si es que era capaz de dominar la telekinesis y la lectura de mentes.

–Me lo mostraste.

–¿Qué?

–Cuando me tocaste, me mostraste tus pensamientos… mmm, interesante.

Lo miré desconfiada, sin saber qué responder.

–Así que ese es tu don.

–¿Mi don?... Espera un momento, ¿quiere decir que todos los… –me costaba pronunciar siquiera la palabra– … que todos los vampiros poseemos dones?

–No, no todos poseemos dones. Y tú, no eres un vampiro completamente.

–No entiendo…

–Que no todos somos fenómenos de circo capaces de hacer un acto de magia –su voz siguió sonando burlona, pero ahora con un tono más grave.

–No me refería a eso exactamente. Más bien a eso de que no soy un vampiro.

–Sí lo eres, pero sólo a la mitad –suspiró y empleó un tono más propio para hablar con un niño de cuatro años que con una mujer bastante crecidita –Tu padre es un vampiro, tu madre era una mortal; digamos que heredaste algunas características de los dos: puedes vivir eternamente, tu cuerpo es más resistente, tus sentidos y habilidades están magnificados; pero también eres vulnerable a heridas graves. Tal vez tus huesos sean más resistentes que el de un humano común, pero eso no quiere decir que no puedan quebrarse. Y lo mismo con tu piel….

–¿Mi piel?

–Tu piel –fue acercándose lentamente hacia mí, como si fuera un tigre al acecho –tu piel es tan suave y sensible al tacto como la de nosotros, pero menos dura, más caliente –se puso detrás de mi y sentí como su frío aliento rozaba mi oreja –Al tocarte, digamos aquí… –posó uno de sus largos dedos sobre mi garganta –es posible sentir tu flujo sanguíneo, el lento y cadencioso bombeo de tu corazón… Tu piel es más resistente a la de un mortal cualquiera, más perceptible a las sensaciones que cualquiera de los humanos –había empezado a recorrer lentamente con su aliento el camino desde el lóbulo de mi oreja hasta la curvatura de mi cuello. No había posado sus labios en mi piel, pero estaba segura que nos separaban apenas unos milímetros; el roce de su frío aliento lo indicaba. Cerré los ojos medio mareada –Pero eso no quiere decir que tu piel no sea inmune a nada. –Algo me raspó ligeramente en el cuello; no necesité voltear a ver qué era ése algo. Sabía con seguridad que eran sus afilados dientes.

–Vaya, así que estas son las clases de combate que le das a… a la pequeña Atena –la voz ligera como la de una campanilla, pero con tintes de crueldad rompió el extraño momento entre Stanislav y yo.

–Así es –contestó él con una perfecta cara de frialdad. Parecía que la única aturdida era yo –Le enseñaba a Atena el lugar exacto en el que tiene que encajar los dientes si quiere hacer verdadero daño a sus enemigos a la hora del combate.

–¿Si? Mmm… digamos que tienes un método de enseñanza bastante… particular. Me pregunto qué diría Apolo de todo esto.

–No tiene nada que decir, Jane. Nada si tú no le vas con tus intrigas.

La adolescente nos miró con suspicacia el uno al otro, pero cualquier cosa que estuviera a punto de decir se lo calló. Aún así, su mirada algo perversa me llenó de escalofríos.

–¿Y cómo va? ¿Lista para el ataque?

–No está mal, es muy rápida y certera al ataque –me sorprendió escucharle decir algo positivo de mi –Sólo hay que afinar un par de cosas en su técnica de defensa.

–¿Si? Tal vez yo pueda ayudar

Clavó su mirada en mí y de repente sentí que mi cuerpo caía estrepitosamente contra el piso, tiesa pero a la vez, retorciéndome de dolor de una forma insoportable. Era como si el fuego recorriera cada una de mis venas, cada una de mis terminales nerviosas; era una agonía, como si estuviera siendo devorada viva por las llamas. Y quería gritar del dolor, de terror, pero no podía; era como si hubieran puesto un enorme parche de hierro y concreto sobre mis labios.

–¡Basta, Jane! –De alguna parte sonó la voz embravecida de Stanislav –He dicho que pares.

Jane me miró por última vez con bastante intensidad antes de mirarlo a él. Sentí que de repente el dolor abandonaba mi cuerpo.

–Aguafiestas…

–No tenías por qué hacer eso.

–Sólo quería ayudar –dijo un aire de inocencia, como una niña pequeña a la que hubieran pillando pellizcando un pastel –Tiene que entender que lo que se viene encima no es fácil. Lo que podría sufrir si las cosas no salen como lo esperamos no es ni la mitad de lo que acaba de experimentar.

Mi intuición me dijo que había un doble significado en las palabras de la pequeña Jane.

Lo que podría sufrir si las cosas no salen como lo esperamos no es ni la mitad de lo que acaba de experimentar.”

Lentamente me senté sobre el frío y pulcro piso de mármol blanco, sin estar segura si mis piernas me responderían si quisiera ponerme de pie.

–¿Estás bien? –dijo Stanislav mientra extendía una mano hacia mi. La tomé y él sin mayor esfuerzo, tiró de mi y me puso de pié.

–Sí, creo que estoy bien –no pude evitar lanzarle una mirada de resentimiento a Jane, pero ésta ni se inmutó –Supongo que debería darte las gracias, ha sido una experiencia bastante… ilustrativa.

Jane enarcó la mirada, reconociendo el sarcasmo en mis palabras.

–¿Las gracias de qué?

Apolo hizo acto de presencia de forma sorpresiva. Los tres volteamos el rostro para mirarle.

¿Es que todos tienen qué aparecer así, como por arte de magia? ¿Ninguno sabrá que hay qué tocar la puerta?

–Jane me dio algunos tips para mejorar mi defensa –dije improvisadamente. Algo en mi me advirtió de que echarme de enemiga a la “enana malévola” no sería una buena opción.

Mi prometido me rodeó por la cintura para acercarme a él. Era un gesto bastante posesivo que me puso tensa. Si se suponía que había aceptado casarme con él, imaginaba que  por lo menos lo quería, ¿no? Entonces, ¿por qué su contacto me repelía? No lograba sentirme ni siquiera un poco cómoda a su lado.

–¿De verdad? Vaya, Jane, entonces debería darte yo también las gracias por ayudar a Atena.

–No hay de qué. Sabes que me gusta ayudar a la familia.

¿Familia? ¿Eso que significa, qué este pequeño monstruito está emparentado conmigo?

–¿Y a qué se debe el honor de tu presencia en Florencia, Jane?

–Lo dices como si entre Volterra y aquí hubieran miles de kilómetros de distancia y no apenas 75.

–¿Qué es Volterra? –pregunté curiosa. Estaba segura de haber escuchado ese nombre en alguna parte.

–Es donde viven nuestros padres y la guardia. –Explicó Apolo, con una cara como la que pone un adulto cuando un niño se entromete imprudentemente en la plática de sus mayores.

–¿Y por qué no estamos ahí con ellos?

–Porque tu padre quiere que te recuperes con calma. El ataque que recibiste fue bastante serio y prefiere que tu lugar de descaso sea algo que pocos sepamos.

–¿Por qué?

–Porque los que te secuestraron podrían buscarte en Volterra para silenciarte y evitar que nos digas algo.

¿Quiénes son esos monstruos de los que me ocultan? Deben ser bastante peligrosos como para que un montón de vampiros les teman

–¿Por qué mi… por qué Aro no ha venido a verme?

–Porque quiere que estés bien para su encuentro. Digamos que no es fácil de ver, o de entender lo que ves cuando lo tienes ante ti.

–¿Pero…?

–¿Podrían dejar este aburrido interrogatorio para después? –pronunció fastidiada Jane

–Lo siento…

–Creo que es normal que Atena quiera saber del pasado que desconoce –intervino Stanislav– ¿No lo crees, Apolo?

¿Por qué de pronto me parecía que había un doble significado en cada palabra? Sentía que decían más de lo que en realidad pronunciaban.

Apolo le dedicó una mirada bastante airada a Stanislav y este se la sostuvo, sin amedrentarse en lo más mínimo.

–Sí, es normal que quiera saber todo de su vida. Pero creo que Jane tiene razón –dijo mientras me tomaba de la mano que tenía libre y me acercaba más a él si era posible. Me empezaba a sentir asfixiada –puedo contarte lo que quieras cuando estemos solos.

Sonreí, evitando demostrar lo incómoda que me había sentido al escuchar eso del “cuando estemos solos”. Desde el día que había despertado, Apolo había tratado por todos los medios que compartiera la cama con él; me había aferrado a la excusa de que no me sentía cómoda ni preparada para algo así, pues por mi amnesia era como un completo extraño. Parecía haberse convencido con la explicación, pero aún así, a la menor oportunidad, se mostraba demasiado efusivo con sus caricias y besos. Yo trataba por todos los medios encontrar la excusa perfecta para no estar a solas con él, pero eso no parecía detenerlo; aún estando acompañados, Apolo no tenía empacho por mostrarse efusivamente ardiente conmigo.

Reconocía que físicamente era atractivo, parecía sacado de uno de los tantos cuadros de Botticelli que estaban colgados en las paredes del palazzo Rucellai, pero aún y con todo eso, Apolo no dejaba de provocarme cierto miedo y repulsa.

La noche anterior había tratado de hablar con él sobre el asunto de la boda, quería de la manera más sutil posible aplazarla o con un poco de suerte, cancelarla; pero se había puesto como una fiera.

–¡Jamás! –había gritado –¡Entiéndelo, eres mía! ¡Me perteneces!

–No soy un objeto del que puedas apropiarte –contesté con calma, tratando de no perder los estribos –Te estoy pidiendo tiempo, nada más.

La mirada de Apolo era por demás atemorizante, pero aún así, me planté dispuesta a no dejarme avasallar.

–Apolo, no pienso dar marcha atrás en mi petición… Quiero aplazar la boda; no creo que esté lista para dar un paso así y menos en un mes, como tú quieres.

–Este… berrinche, empieza a molestarme –dijo hastiado 

Abrí los ojos sorprendida; esas palabras ya me las había dicho antes…

Este… berrinche, empieza a molestarme… Ríndete de una vez y ahorrémonos esto.

Sí, lo había hecho, pero en un lugar más… más oscuro y… ¡Demonios! ¿Por qué no podía recordar?

–Ya me habías dicho eso –dije involuntariamente…

–¿De qué hablas?

–Ya me habías dicho que mi berrinche te molestaba… y también que me rindiera –paseaba mi mirada de un lado al otro, sin detenerme en nada en específico, más bien mirando al vacío. Sentía su mirada fija en mi, pero no le presté mucha atención –Pero me lo dijiste en un… ¿en un bosque? ¿Qué hacíamos en un bos…? ¡Aaaaaaaaay! –me llevé las manos a la cabeza; repentinamente el dolor que siempre me atacaba cuando algún recuerdo quería salir a flote de la laguna oscura que era mi mente, se hizo presente. Pero esta vez era demasiado intenso, tanto que las lágrimas empezaron a correrme por las mejillas.

–Será mejor que te recuestes.

Pero yo no pude contestarle nada, la oscuridad nubló mi vista y me sumió por completo en ella. Otra vez había perdido el conocimiento.

 

 

–Vine a verte porque hay asuntos que tenemos que arreglar para… bueno, tú sabes –la voz de Jane me sacó de mis pensamientos. –Y para avisarles que Aro quiere verlos mañana.

La mención de Aro me sacó por completo de mi ensimismamiento.

–¿Cómo?

–Que tú… papi quiere verte mañana –repitió Jane, pronunciando la palabra “papi” casi con burla.

–¿Tan pronto?

–Pensé que estabas desesperada por verlo –dijo Apolo –O al menos, esa impresión era la que tenía.

–Bueno es que… me sorprende. No había parecido especialmente interesado en verme antes.

–Ya te había explicado por qué… –la voz de Apolo tenía un dejo de hastío.

–Mañana va a haber una especie de banquete en honor de la pequeña heredera –continuó Jane.

–¿Banquete? ¡Oh!

–¿Qué sucede, amor?

Traté de no rechinar los dientes con lo de “amor”.

–Es que no tengo nada apropiado para un banquete –miré con desilusión la playera negra y los jeans de mezclilla que traía puestos. Parecía que a camisetas y jeans era a lo que ese limitaba mi guardarropa. Lo del banquete sonaba con demasiada poma y circunstancia, y no creía encontrar en el clóset algo que me pudiera servir para la ocasión.

Jane entornó los ojos exasperada y Stanislav, que se había quedado en silencio durante casi toda la conversación, lanzó una risita socarrona.

–Tienes muchas cosas en el clóset.

–Sí, Apolo, pero todo es demasiado informal –dije con un mohín. –No creo que ir al reencuentro de mi padre vestida en jeans y una camiseta de algodón sea lo más apropiado.

–¿Y?

–¿Podría ser posible que fuéramos de compras? Además, desde que desperté no he puesto ni un solo pie en la calle. Ya me aburrí que esta especie de mausoleo de mármol sea todo mi mundo.

–No es seguro que andes por las calles.

–¿Por qué, si me da el sol me derrito, exploto o algo por el estilo? –pregunté seriamente. Salvo lo de en qué consistía la dieta vampírica tradicional, desconocía en esos momentos los pros y contras de ser un vampiro. Mi mente parecía haber olvidado incluso esos detalles.

–Deberías prohibirle a tu noviecita ver películas de terror –intervino Jane –Se le meten demasiadas tonterías sobre nosotros en la cabeza.

–Puedo hacer que envíen cosas de algunas boutiques.

–Pero quiero salir a la calle, Apolo.

–No es seguro. Alguno de nuestros enemigos podría verte y tratar de hacerte daño.

–¿Y si me llevas tú? Así estarías tranquilo y yo puedo salir a respirar aire puro y ver algo más que pinturas antiguas y reliquias.

–Tu novio y yo tenemos asuntos qué tratar, así que es imposible que vaya contigo –Jane tomó a Apolo del brazo, como una manera de hacer que la siguiera y dejara el tema de mi salida al mundo exterior por la paz –Vamos, Apolo…

–Espera… –los detuve –¿Por qué no me puedes acompañar?

–Ya te lo dijo Jane, tenemos asuntos que tratar.

–¿Y no me puedes acompañar ya que terminen de hablar? Quiero salir de aquí…

–No, no puede acompañarte –dijo Jane –Tu novio y yo tenemos que salir a Volterra en cuanto se ponga el sol.

–¿Volterra? –dijimos Apolo y yo al mismo tiempo.

–Tenemos visitas.

–¿Qué clase de visitas? –pregunté.

Jane le lanzó una rápida mirada a Apolo antes de responderme.

–Se trata de alguien que alguna vez fue parte de la guardia Volturi.

–¿Un exempleado? –inquirí.

–Algo así… viene de visita con un amigo de él.

–¿Y eso que tiene que ver contigo? –le pregunté a Apolo –¿Es amigo tuyo?

–No, pero imagino que es por precaución…

–¿Precaución?

–Amor, creo que será mejor dejar las preguntas para después, ¿quieres? Si voy a partir con Jane en menos de una hora, hay un par de cosas que quiero ver con ella antes de irnos.

¿Qué significa eso de que Apolo tenga que ir a Volterra por precaución?

Jane y él empezaron a encaminarse hacia la puerta del salón, y de pronto, una idea vino a mi mente.

–¡Espera! –lo detuve –¿Y si Stanislav viene conmigo?

Pude escuchar a mi espalda que la idea no pareció entusiasmarle precisamente.

–No creo que sea buena idea…

–Pero, ya son las seis y media de la tarde, el sol no tarda en ocultarse; además, está nubladísimo, no se puede ver ni un solo rayo de luz. Sea lo que sea que les pasa con la luz del sol, no creo que haya problema….

–No creo que…

–¿Por favor?

–Atena…

–¿Si? ¿Por favor? ¿Por fi? ¿Por fis, por fis?

–¡Ay, ya! Déjalos que se vayan. Lo que sea, con tal de que deje de dar lata –Había logrado irritar aún más a la pequeña Jane. Sonreí para mis adentros. –Tú y yo tenemos cosas qué hacer y esta mocosa nos interrumpe demasiado.

Sonreí nuevamente; era bastante irónico que Jane, que parecía años más joven que yo, hablara así de mí.

–Stanilav, llévala a donde quiera ir. Pero recuerda, que cualquier cosa que le pase va a ser completamente responsabilidad tuya.

Apolo abrió su cartera y sacó varios Euros de 100 de él. Al parecer, a parte de vampiros, éramos adinerados.

Él y Jane se fueron, dejándonos solos a Stanislav y a mí. Me sentía bastante disgustada por tener que aceptar dinero de parte de él; pero había sido mi “berrinche” por ropa nueva la excusa perfecta para poder lograr salir de ahí, me urgía hacerlo; aunque eso significara que tenía que soportar el malhumor de Stanislav, que nuevamente se veía obligado a cargar conmigo en calidad de niñero.

¿No se cansa de ser el niñero-esclavo de Claire?

¿De dónde había salido eso? ¿Quién era Claire?

–Bueno, ya lograste lo que querías… Será mejor que nos vayamos de una maldita vez.

La orden de Stanislav me sacó de mis cavilaciones. Me encogí de hombros, decidida a dejar para después mis pensamientos; lo importante ahora era disfrutar de mi pequeña libertad antes de que mi guardián se echara para atrás.

 

 

 

–¿Ya podemos regresar? –preguntó por enésima vez Stanislav

–Todavía no compro todo lo que necesito, Stan.

–¡¿Qué?! –su gesto era bastante cómico mientras le echaba un vistazo a las cuatro bolsas que colgaban de sus brazos –¿Y esto qué es?

–Son productos básicos que toda mujer necesita.

–¿Y qué tanto te pude llevar comprar un simple vestido? ¡Por favor, mujer! Tenemos casi dos horas dando vueltas en la plaza comercial y estoy a punto de impacientarme.

–¡Típico de los hombres! No puedo comprar cualquier cosa así porque sí…

–Tienes quince minutos para terminar con esta tontería. Sino, tendrás que conformarte con ver a tu papi en jeans y camiseta, o desnuda.

–Debo decir que como compañero de compras, dejas bastante qué desear, Stan.

–¿Por qué demonios me dices así? Mi nombre es Stanislav Masaryk, no “Stan”

–Pero es más fácil de decir… o imagínate que vengan los malos otra vez por mi y es más fácil gritar “¡Stan, auxilio!” que decir “¡Stanislav Masaryk, socorro!”.

Stanislav puso los ojos en blanco en señal de fastidio. Era bastante divertido hacerlo desatinar.

–Te quedan diez minutos para terminar con esta tontería…

–Dijiste quince…

–Cinco…

Decidida a no tentar más a mi suerte, me metí en una tienda donde había cosas bastante bonitas. No sabía exactamente qué sería lo más adecuado de vestir para el reencuentro de una hija amnésica con el padre que no recordaba y del que con su sola mención no sentía nada, tal vez algo de curiosidad.

Vi un sencillo vestido negro de un sólo hombro, me lo probé y al ver que me quedaba bien, decidí llevarlo. Total, imaginaba que mi padre estaría tan feliz de verme que no repararía si iba vestida con un costal de papas o con un vestido de alta costura.

Salí de la tienda y me encontré con mi guarura sentado en una banca frente a la tienda. Me pareció divertido ver a varias mujeres echarle miradas bastante apreciativas, coquetas otras, pero él parecía inmutarse. Al contrario, parecía que le incordiaba bastante ser el objeto de las miradas femeninas.

–¿Lista?

–Casi…

–Por favor, Rene… Atena –se corrigió de inmediato, tanto, que el error casi me pasa por alto, ¿cómo me iba a decir? –Ya me harté de traer estos lentes de contacto, siento como si me hubiera entrado arena a los ojos.

–Pues no sé de qué te quejas, tú fuiste quien decidió en el estacionamiento ponérselos antes de bajarnos del auto.

–Claro, ¡tonto de mí! Como si tener ojos rojos en lugar de negros, cafés o azules fuera lo más normal del mundo –pronunció con sarcasmo.

–Oye, ¿cómo estuviste a punto de llamarme? –dije, ignorando sus puyas y concentrándome en lo que me había llamado la atención realmente.

–¿Qué?

–Sí, estuviste a punto de llamarme de alguna forma….

–Tantas compras te afectaron más el cerebro…

Si no fuera porque estaba segura de lo que había escuchado, casi podría creer que me había confundido, dado que Stan hablaba con tanta certeza y no se veía para nada nervioso.

–Es hora de irnos a casa, si no quieres que tu novio lance a la guardia en tu búsqueda…

–No va a estar en casa, ¿lo recuerdas? Por favor, ¿podemos quedarnos un rato más? Me aburro demasiado en esa enormidad de casa que llaman palazzo –puse la que imaginé que sería mi mueca más triste y compungida. Por alguna extraña razón, creí que esa táctica ya la había usado antes.

–Está bien. Nos quedaremos, pero sólo quince minutos más… No me gusta estar rodeado de tanta gente, a menos que sea parte del menú de mi cena –dijo en voz baja, sólo para que yo pudiera escucharlo.

Su palabras, más que causarme miedo, me parecieron divertidas. Porque estaba segura que no hablaba en serio, ¿o si?

–De acuerdo.

–¿Qué quieres hacer?

–mmmm…. –miré alrededor, buscando algo que justificara esos quince minutos más –¡Ya! Quiero un helado.

–¿un helado? ¿Eso es lo que quieres? –parecía que le había dicho que pensaba comerme un kilo de lodo, por la cara de desagrado que puso.

Me acerqué con paso ligero hasta el pequeño puesto donde vendían el postre; pedí uno sabor chocolate, y aunque realmente no era fan de la comida en general, lo saboreé con ganas; tal vez estar rodeada de gente normal y no entes que más bien parecían sacados de leyendas antiguas, era lo que me había despertado el apetito. Justo cuando iba por la segunda lamida a mi cono, el llanto de una niña me llamó la atención.

Miré hacia abajo y me encontré con una pequeña de ojos negros y cabellos rizados del mismo color, llorando a todo pulmón. La niña parecía tener unos dos o tres años.

–¿Qué tienes, pequeña?

¿Qué tienes, nena?

La niña y su madre me miraron extrañadas, mientras hablaban un idioma que me parecía incomprensible.

–La niña llora porque se le ha caído el helado. –Me tradujo Stanislav, que tenía el rostro más serio y si era posible, más pálido.

–¿Y por qué no le compra otro?

Stanislav le preguntó a la madre, sirviendo como una especie de traductor.

–La mujer dice que ya no trae dinero.

El llanto de la niña me rompía el corazón. Me dirigí al puesto de helados y compré otro para la niña; me agaché hasta quedar a su altura y entregárselo en la manita.

–Pregúntale cuál es su nombre…

Jacob, esta es Melanie y está triste porque quiere el delfín azul que está allá ¿Crees que puedes hacer algo al respecto?

–Se llama… se llama Annette… –la voz de Stanislav sonaba bastante afectada. Pero no le prestaba mucha atención, pues la niña y su llanto habían despertado un recuerdo en mi mente; un recuerdo que luchaba por no volver a sumergirse en la laguna oscura de mi memoria.

¿Quién era Jacob? ¿Quién era Melanie?

–Annette… toma preciosa, te lo regalo pero ya no llores. Las princesas hermosas como tú, no deben llorar, sino reír siempre.

La niña me miró con una sonrisa agradecida mientras tomaba el helado. Al parecer, el no entender ni una palabra de lo que le decía era lo que menos le interesaba. La mamá expresó algo que me pareció un “gracias” y ambas se alejaron de nosotros.

Las observé irse, algo temblorosa por el recuerdo que había venido a mi tan fácilmente. ¿Eso significaría que mi memoria estaba recuperándose? ¿Mis recuerdos empezarían a llegar a mi más fácilmente? Esperaba que sí, esto de vivir en penumbras me desesperaba, me hacía sentir desvalida e impotente.

–¿Qué idioma estaban hablando?

–Checo –dijo por lo bajo, como si estuviera su mente en algún lugar lejano –Si ya terminaste de jugar al buen samaritano, es mejor que nos marchemos. –Gruñó Stanislav, mientras emprendía la marcha sin preocuparse si yo lo seguía o no.

Al principio me debatí entre seguirle o no, y al final me resigné a hacerle caso, al fin y al cabo, no conocía la ciudad y no tenía forma de regresar al palazzo. Prácticamente tuve que echar a correr para alcanzarlo en el estacionamiento.

–¡Hey, espérame! –puse una mano en su hombro, para atraer su atención, y de pronto, una serie de lucecitas multicolores empezaron a desfilar por mi mente, uniéndose hasta convertirse en una lluvia de imágenes de una niña muy parecida a Annette, la niña del helado.

Pero era una imagen perteneciente a un tiempo muy lejano; era una niña de ojos y pelo negro, con la piel blanca como la leche. Usaba un vestido gris de peto, unas calcetas blancas y unos gastados zapatos negros; en sí, toda su ropa era bastante usada, pero eso parecía no importar. La niña reía, a pesar de estar en una habitación pequeña y con escaza luz.

–¡Anna! –dijo quedamente la voz de una mujer.

–¡Maminka!

El idioma en que hablaban tenía el mismo ritmo en el que había hablado Stan con Annette y su madre.

Anna y su madre se abrazaban y la mujer empezaba a cantarle una especie de canción de cuna a la pequeña. Y quien las miraba, lo hacía con amor y sonreía; y ese aquel espectador que yo no podía ver, era Stanislav, estaba segurísima.

La visión duró poco, pero aún así me dejó quieta, bastante asombrada de lo que acababa de pasar.

–¿Piensas quedarte ahí parada?

–¿Qué significa “maminka”? –dije ignorando el tono enojado de Stanislav

–Significa “mamá” en checo… ¿Por qué?

Ignoré su pregunta.

–¿Quién es Anna?

El rostro de Stanislav se volvió duro, como si sólo escuchar ese nombre le doliera.

–¡¿Quién te habló de ella?! –me tomó de los antebrazos y me zarandeó fuertemente.

–Yo… yo….

–Escúchame bien, pequeña entrometida –por primera vez sentí miedo de él. Era la primera vez que su furia salía a flote conmigo. –Jamás, ¿entiendes? Jamás vuelvas a pronunciar su nombre, ¿entendiste?

–Stanislav, yo…

–¡Te prohíbo que hables de Anna! Si en algo valoras tu existencia, olvidarás aquello que sabes o crees saber de ella.

Me soltó de golpe, haciendo que trastabillara hacia atrás. Me sobé los adoloridos brazos, casi segura de que al día siguiente tendría por lo menos un buen moretón en uno de ellos.

Stanislav me abrió la puerta del auto, y nada más acomodarme en el asiento, la azotó con bastante furia, casi que creí que el cristal se iba a romper o por lo menos, rajarse. Arrancó el auto, provocando un fuerte chirrido de las llantas en el pavimento.

Me mantuve en silencio durante el trayecto de regreso, tanto por el miedo que me había dado la reacción de Stanislav, tanto por todo aquello que daba vueltas en mi mente. ¿Quién era ese tal Jacob? Algo me decía que era una pieza importante en mi vida, sólo que no sabía por dónde buscar. Y luego, ¿qué había sido esa visión de la niña, de Anna? Me estremecí al recordar la reacción de Stanislav y su feroz amenaza. Había momentos en que uno tenía que reconocer cuando replegar el ataque, y esa ocasión, era una de ellas.

 

 

 

 

–¡Presta atención! ¡No tenemos todo el día para estar con tonterías! –Stanislav estaba de pésimo humor; no es que se caracterizara precisamente por ser todo sonrisas y dulzura, pero ese día parecía estar de un humor mucho más agrio de lo normal –Si sigues descuidando tu izquierda, te van a pescar por ahí y vas a quedar a merced del enemigo.

Lo miré exasperada. Definitivamente Stanislav ese día se había levantado del lado equivocado del sarcófago.

–Estoy haciendo exactamente lo que me estás indicando.

–No parece –masculló –Empecemos de nuevo, princesa; lánzame tu mejor ataque.

Respiré profundamente y me arrojé decididamente contra él; le lancé un par de puñetazos con la izquierda y después con la derecha; después, una patada en semi-reversa directo a su costado derecho, pero él bloqueaba cada uno de mis golpes. Seguí lanzando los golpes uno tras otro buscando conectarle por lo menos uno. En un descuido, me tomó por el brazo izquierdo  yen un parpadeo me encontré tendida boca arriba sobre el piso.

–Si esto es todo lo que tienes, los Cullen van a acabar contigo en un santiamén– dijo burlón, sin hacer un ademán siquiera de ayudarme a ponerme en pié.

Parecía que su mal genio era contagioso, porque empecé a irritarme también.

–En todo caso, ese no es tu problema sino el mío. Si me hacen trizas, a ti te va a dar lo mismo, ¿no?

Aunque me sentía algo aturdida, decidí ponerme en pe como si nada, como si el ataque de Stanislav me hubiera hecho el mismo daño que una suave brisa.

–Será mejor que tomemos un breve descanso antes de pasar a lo siguiente.

Me alejé un par de pasos para estirar mi adolorido cuerpo; si era cierto que era más resistente que los humanos comunes, ¿por qué me sentía tan molida? Tal vez estar peleando una y otra vez con un vampiro tan duro como el granito fuera la causa.

Me agaché para amararme la cuerda de  uno de mis tennis; ese día había optado por usar un pantalón deportivo de licra negra y un ajustado top blanco.

–¿Oye, ¿a dónde fuiste anoche? –Le pregunté de pronto

–¿Cómo?

–Anoche, después de que subí a mi habitación, escuché que saliste y…

–¿Y acaso tengo que darte explicaciones? –me interrumpió bruscamente

–No, claro que no, sólo que…

–Sólo que te gusta meterte en los asuntos ajenos.

–¿Sabes? Olvídalo. Te pregunté únicamente para tener algo trivial de qué hablar y no estar aguantando tu mal humor.

–Oh, disculpe su majestad si mi ácido carácter la ofende –dijo haciendo una reverencia bastante exagerada –Pero no le queda más remedio que aguantarse, no tengo otro genio que éste.

Lo miré furiosa antes de dar media vuelta y dirigirme a la puerta con paso decidido. Ese día no tenía la paciencia necesaria para soportarle.

–¿Quién te dijo que habíamos terminado?

Me detuve per no me digné a voltear atrás.

–Definitivamente no estoy para soportar a un vampiro bipolar. Tómate un trago, fúmate algo o lo que sea que te sirva para clamarte y después me hablas.

Reanudé mi marcha con la barbilla en alto con gesto orgulloso, pero como por arte de magia, Stan apareció frente a mí bloqueándome la salida.

–Mira, princesa, a mí me pagan por adiestrarte en el arte de la guerra y eso significa que las clases se acaban cuando yo lo digo y que va a aguantarte mi genio sea malo o peor, ¿entendido?

Nos miramos retadoramente el uno al otro, sin apartar la vista. Estuvimos así quien sabe cuanto tiempo; estaba decidida a no desviar la mirada, pues sería como aceptar la derrota. Sólo que no contaba con que mis ojos empezaría a arderme primero y a llorarme después por permanecer así sin parpadear siquiera tanto tiempo. Solté una palabrota, de pura frustración mientras me tallaba los ojos con las manos.

Furiosa, regresé al centro del salón, donde habíamos estado practicando por horas, desde el amanecer.

Escuché reír a Stanislav

Vaya, parece que lo único que necesito para aligerarle el genio es humillarme a mi misma… ¡¡Grrr!!

Me paré en el centro, esperando a que Stanislav se acercara. Se había detenido en uno de los estantes empotrados en la pared, buscando algo.

Me quedé mirando su poderoso cuerpo enfundado en unos ajustados jeans negros y una ligera camiseta negra que se le pegaba al torso como una segunda piel. Desde el primer día que lo había visto, no recordaba que hubiera usado ropa que no fuera negra, blanca o gris. Parecía como si estuviera de luto permanente; la idea me inquietó un poco.

–Vamos a ver qué tal te va con esto –dijo mientras en sus manos traía algo de un color plateado brillante.

–¿Qué es eso? –señalé con la cabeza.

–Son un par de dagas celtas –dijo mientras me las ponía en mis manos –Dice la leyenda que fueron forjadas con el mismo metal que la espada Excalibur.

–¿De verdad? –Estaba sorprendida observando las armas. Parecían bastante peligrosas.

–No sé, pero la historia suena interesante…. En fin, voy a enseñarte a atacar con esto sin que te hagas daño a ti misma en el proceso.

–¡¿Cómo? –dije algo aturdida

–No me digas que estos juguetitos te dan miedo…

–Bueno, es que… no había pensado que iba a herir a alguien. Es decir, una daga puede matarte; no es lo mismo que dar puñetazos y patadas…

–¿Y qué creías? ¿qué todo este entrenamiento es para que vayas a tomar el té con la Reina de Inglaterra  y con los Cullen?

–No, pero…

–No hay peros que valgan a estas alturas. El enfrentamiento con tus enemigos está a la vuelta de la esquina y tienes qué estar preparada. Así que de ahora en adelante vamos a trabajar más duro.

¿Trabajar más duro? Pero si ya estábamos entrenando de cinco a ocho horas diarias. ¿Qué pretendía, qué también dormida me dedicara a lanzar patadas a diestra y siniestra?

–Mira, éstas dagas debes tomarlas así, con fuerza del mango –dijo mientras las acomodaba en mi manos tal y como  él quería –Debes aprender a controlarlas aún y cuando estés en movimiento

Stanislav se puso atrás de mí y con sus manos fue guiando mis brazos para indicarme los movimientos correctos para que mi ataque fuera el mejor.

–¿Entendiste? –Me preguntó al cabo de un rato. Al parecer, poseía una extraordinaria capacidad para aprender rápido. Asentí con la cabeza –Bien, entonces, atácame –lo miré dubitativa –Anda, no seas cobarde.

Me lancé al ataque decidida. Había captado los movimientos precisos y empecé a obligarlo a retroceder para esquivar las filosas dagas. Mi lado oscuro se regocijaba de verle así.

En algún momento determinado, atravesé su cuerpo con una de las dagas, desde el pecho izquierdo, a la altura del corazón hasta el costado derecho del abdomen. El movimiento fue acompañado de un chirrido irritante, como el de las uñas sobre un pizarrón; hice una mueca de desagrado antes de abrir los ojos como plato, espantada al darme cuenta de lo que había hecho.

–¡Oh! –gemí –¿Te hice daño? ¡Lo siento mucho! Yo… –dije mientras daba brinquitos por los nervios.

Stanislav volvió a reír, pero estaba vez con sonoras carcajadas.

–¿Crees que me heriste? –preguntó con sorna –Princesa, es como si me hubieras hecho una caricia con la pluma de un ave.

Lo miré sin comprender.

–Mira –prosiguió mientras me quitaba una daga y se la pasaba por el brazo, desde el codo hasta la muñeca. Cerré los ojos para evitar ver correr la sangre, mientras volvía a escucharse el mismo chirrido de unos instantes –Abre los ojos –le obedecí y me quedé asombrada –No me ha pasado nada

–¿Cómo? ¿Pero…?

–Fácil: la piel de los vampiros es tan dura como una roca. Las armas humanas no nos hacen daño; sólo puede lastimarnos los dientes de otro vampiro o el fuego.

–Entonces, ¿para qué quieres que aprenda a usar éstas dagas? –dije una vez que me había recuperado de la impresión.

–Porque no solo te vas a enfrentar a un clan de vampiros, sino también a una manada de hombres-lobo y a ellos sí los puedes matar con estas dagas.

Me estremecí por la frialdad con la que hablaba de matar a alguien más.

De pronto, las dagas me parecieron hechas de hierro al rojo vivo; sentí que su peso me lastimaba las manos, así que quise alejarlas de mí al instante.

–Toma –le dije extendiendo mis manos hacia él para regresarle el arma que todavía tenía en mi mano –Creo que esto no va conmigo… Yo no podría matar a nadie, eso es…

–¿Monstruoso? Te tengo una noticia: una parte de ti es un monstruo.

–Stanislav… –le dirigí una mirada suplicante. A pesar de lo que dijera, yo no me veía a mi misma matando a un ser humano, aunque fuera medio lobo. Enfrentarme a vampiros era harina de otro costal.

–Puedes patalear y lloriquear todo lo que quieras, pero vas a seguir practicando con las armas, ¿entendido? –me tomó por los hombros con fuerza dándome un pequeño zarandeo.

–No puedo…

–Sí puedes y lo vas a hacer. –puso una daga en mi mano derecha, casi a la fuerza –Así como me atacaste, así tienes que atravesarle el corazón a esos hijos de la luna. Por más piedad que muestres con ellos, ellos no la van a tener contigo. Si te descuidas, te van a arrancar con bastante alegría la cabeza.

–Pero tal vez ellos ni siquiera van a estar ahí. Esta no es su pelea, no tienen por qué intervenir.

Me sentía angustiada ante la posibilidad de toparme con esos licántropos. No sabía si era el miedo o alguna otra cosa que me hacía temblar ante la perspectiva de verme envuelta en una lucha contra ellos. Una parte de mi sentía una necesidad como de… como de protegerles.

–Hasta donde tengo entendidos, los Cullen y esa manada tienen una especie de alianza, así que es más que obvio que ellos van a estar ahí metidos.

–No puedo. Digas lo que digas, no puedo.

–¡Maldita sea! –volvió a zarandearme, pero esta vez con fuerza –¡Ellos pensaban entregarte al líder de esos perros para que hiciera contigo lo que se le diera la gana!

–¡No les digas perros! –me enfurecí al escuchar el insulto. Me solté y le asesté un bofetón.

Ambos nos quedamos mirando sorprendidos.

¿Qué fue eso? ¿Por qué reaccioné así?

–Lo siento, no debí hacer eso….

–Vaya, nunca pensé que fueras de la sociedad protectora de animales –Stanislav sonrió forzadamente. –Tal vez sea mejor que interrumpamos las lecciones por este día. Si mal lo recuerdo, esta noche tenemos que estar en Volterra. Supongo que querrás tener tiempo suficiente para arreglarte.

Asentí con la cabeza, no estaba segura de haber recuperado el habla normal. Mi explosión de furia me dejó descontrolada, ¿qué demonios había pasado? ¿Por qué había reaccionado así? En eso estaba pensando cuando unos rápidos movimientos de Stanislav me distrajeron.

–¡Ey! ¡Ey! ¿Qué haces? –Dije al ver que se había quedado desnudo del torso. Para mi mala suerte, la visión de sus músculos me dejó completamente embobada, mirándolo de una forma poco educada y muy pecaminosa.

Se había quitado la camiseta que momentos antes le había destrozado con las dagas.

Nena, es de mala educación quedársele viendo a la gente fijamente y por largo rato

¿De dónde salió esa voz tan dulce?

Lo siento, abuela

¿Abuela?

–¿Te gusta lo que ves? –preguntó burlón, sacándome de mis pensamientos –¿Te ruborizas?

Bajé la mirada y la porción de piel que se alcanzaba a ver a través del discreto escote de mi blusa estaba tan roja como un tomate. Imaginé que mi cara estaría de ese mismo color, para mi mortificación.

–Yo… –tosí para aclararme la garganta –me pillaste por sorpresa. No es de buena educación andar desnudo delante de una dama…

–Ja, ja, ja, ja. Jamás pensé que fueras tan mojigata.

–Y no lo soy –dije tratando de retomar la compostura. –Pero no quiero problemas con Apolo. Podría entrar de repente y si te ve así, bueno, podría pensar lo peor…

–¿Sí? ¿Cómo qué? –Stanislav empezó a acercarse lentamente a mí. Quise retroceder, alejarme de él, pero era como si mis piernas hubieran decidido no hacerme caso y quedarse clavadas ahí.

–Pues, no sé… este….

De pronto parecía que mi cerebro estaba embotado, sin saber cómo reaccionar.

–Mmm, ¿tal vez que tú y yo…? –se  paró a escasos milímetros de mi. Era bastante más alto que yo, así que tuve que inclinarme un poco para mirarle mejor.

–¿Que tú y yo…? –mi voz era apenas un hilito poco audible.

Puso una de sus manos sobre la piel desnuda de mi cintura. La tela de mi top se había levantado un poco, así que el contacto de su fría piel contra la calidez de la mía fue todo un choque; un choque que me provocó escalofríos en todas mis terminales nerviosas. Inclinó su rostro a un lado, pegando sus labios a mi oreja.

–Que tú y yo estamos teniendo una aventura tan apasionada que por eso te niegas a acostarte con él… –pronunció burlón y se alejó rápidamente de mí.

–¡Eres… insoportablemente grosero! –enfurecida me lancé a atacarlo a puño y patada limpia. Al parecer, la furia era un buen aliciente a la hora de luchar, pues logré golpearlo varias veces, aunque dudaba que realmente le hiciera un daño de consideración.

Stanislav se reía ante mi reacción y eso hacía que bullera aún más mi enojo. Casi enloquecida, me lancé contra él, pero de alguna forma, Stanislav logró invertir mi ataque y dejarme colgada boca abajo sobre su hombro. Empecé a golpearlo en la espalda con mis puños.

Esto ya lo había vivido….

–¡Bájame de inmediato, bestia peludaaaa! –grité con fuerza mientras pataleaba–¿Estás sordo, o qué? ¡Bájame con un demonio! ¡Bruto! ¡Salvaje! ¡Neanderthal!

En un parpadear, Stanislav me puso sobre el suelo.

–¿Bestia peluda? –dijo extrañado, pero no le contesté.

Eso yo se lo dije a alguien más. Esas palabras…”

–Atena, ¿estás bien? –pude notar un atisbo de preocupación en su voz.

–Yo… –dije con la mirada distante; estaba tratando por todos los medios traer a mi ese recuerdo, no dejar que se me escabullera otra vez en la oscuridad –Yo le dije eso a alguien… pero… –volví la vista hacia él. Me sentía desolada, frustrada por no poder recuperar mi memoria –¡Maldita sea! No puedo recordar a quien…

–Atena….

–Stan, no tienes ni idea de cómo me siento… es tan frustrante, tan desesperante no recordar, no saber quién eres, atenerte a reconstruir tu vida a partir de lo que los demás te cuenta. –Sin poderlo evitar, un par de lágrimas rodaron por mis mejillas –Odio sentirme así, odio que me esté pasando esto… No es justo, por más mal que me haya portado en esta vida, no creo que me merezca vivir en la oscuridad…

En un impulso que estoy segura que le sorprendió tanto a él como a mi, Stanislav me arropó entre sus brazos y me dejó llorar para desahogar mi frustración. Lloré por algunos minutos y poco a poco fui recuperando el control de mí. Parecía que no solo el ir y venir de mis recuerdos estaba descontrolado, sino también mis emociones.

–Lo siento…. –dije medio avergonzada, dando un paso hacia atrás para romper el abrazo.

–Está bien, supongo que necesitabas descargarte.

No contesté, no sabía qué decir. De cierta forma, estaba avergonzada de que Stanislav hubiera sido testigo de mi pequeña crisis emocional.

Alargó su fría mano y con sus dedos limpió los rastros de mis lágrimas.

Esbocé una leve sonrisa de agradecimiento y a la vez, de disculpa.

–¿Qué sucede?

Apolo se apareció de pronto.

–Nada, sólo que…

–Que se golpeó y lloró. –Finalizó Stanislav por mi. –Parece que voy a tener que bajar un poco la intensidad de nuestros entrenamientos, a veces se me olvida que es una simple chica…

Lo miré extrañada, ¿por qué había inventado algo así? No había nada más sencillo de explicar que la verdad: que había recordado brevemente algo y que mis lágrimas habían sido por la frustración de no poder recordar a qué momento de mi vida pertenecía trozo de memoria. Stanislav debió notar mi reacción, pues me lanzó una mirada con un mensaje bastante claro: “Calla y sígueme el juego”.

–¿Y por eso no estás vestido? –Aunque le preguntó con ligereza, la mirada de Apolo era bastante inquisidora.

–Ah, esto. Tu novia desgarró una de mis camisetas favoritas con las dagas. –Pronunció alzando los hombros –Tiene talento para manejarlas, con un poco de práctica, creo que puede llegar a dominar perfectamente el ataque con ellas.

–Sí, mi prometida es asombrosa –me acercó a él con un brazo. Sus palabras dejaban bien en claro que me reclamaba con propiedad de él. Una especie de tensión se empezaba a instalar entre los dos. –Y más te convendría no olvidar que ella es mía… Tal vez a Heidi o a Renata tendrían algo qué decir sobre…

¿Heidi o Renata? ¿Y esas quienes eran?

–No tienen nada qué decir, nuestra relación no da para que reclamen nada. Además, no he olvidado que ella –dijo, señalándome con la cabeza –es asunto tuyo. Yo me limito a seguir órdenes de Aro.

Algo me dijo que sería buena intervenir y cambiar el rumbo de la conversación entre ellos.

–Apolo, ¿qué pasó anoche? No escuché cuando regresaste, imagino que llegaste tarde

Casi a regañadientes apartó la mirada de Stanislav para prestarme atención a mí. Me acercó más a él, sofocándome con su abrazo.

–Sí, regresé en la madrugada… No pasó mucho, realmente.

–¿Qué querían?

Un montón de lucecitas de colores empezaron a desfilar delante de mi, tal y como había sucedido la noche anterior en el estacionamiento del centro comercial. Y las escenas empezaron a reproducirse en mi cabeza mientras Apolo las iba narrando con su conversación.

–Venían a saludar y a contarnos de un problemilla que tienen, nada de importancia realmente.

Pude ver a dos hombres, o mejor dicho dos vampiros parados en el centro de un salón redondo, rodeado de otros pero vestidos con una especie de capa oscura. Hablaban sobre la desaparición de alguien de su… ¿familia?

–¿Qué problema? –pregunté

En esa visión, pude ver el rostro de los dos vampiros. Me sorprendió que no tuvieran los ojos rojos como el rostro, sino que fueran de un color dorado. Uno era moreno pero pálido, del tipo mediterráneo, con el pelo negro. El otro era alto, musculoso y con el cabello color miel, pero lo que me llamó la atención fueros las pequeñas cicatrices en forma de media luna que tenía por varias partes de su cuerpo.

–Eleazar y su amigo solicitaron la ayuda de la guardia para encontrar a alguien… No presté mucha atención sinceramente.

Eleazar y… yo conozco ese rostro. Lo he visto antes…Eleazar y…”

–Jasper –dije con un susurro suave.

–¿Cómo?

–Eran Eleazar y Jasper…. Apolo, yo los conozco, sólo que… ¡diablos! ¿De dónde?

–¿Cómo sabes qué eran ellos? –Apolo rodeó mis hombros con sus manos, presionándome más de lo necesario. Parecía que mis palabras lo inquietaban.

–Es que, lo vi –le dije, extrañada por su reacción.

–¿Lo viste? ¡Pero no estabas ahí! Ni siquiera estabas en Volterra….

–Lo vi en tu cabeza –me miró extrañado. Supuse que estaba sorprendido –Es que te toqué y de pronto, unas visiones o recuerdos tuyos no sé… Mira –puse mis manos en sus mejillas y le mostré lo que había visto segundos antes.

Apolo abrió los ojos como platos. Parecía bastante sorprendido por lo que yo era capaz de hacer y eso me sorprendió, pues si se suponía que íbamos a casarnos, era lógico que él supiera todo de mí, hasta la forma en que mi don trabajaba.

–Vaya, sabía que podías mostrar tus pensamientos a los demás con solo tocarlos, pero no esto…

–¿Qué quieres decir, Apolo? –intervino Stanislav –¿Hay algo que no conocíamos de ella?

–Al parecer, mi amada Atena tiene más secretos de los que creíamos. –Me miró con dureza –¿Desde cuando puedes hacer esto?

–¿Qué cosa? –dije nerviosa. Su mirar tan fijo en mi me ponía nerviosa, tanto que empezaba a sentirme mareada.

–Tocar a la gente y robar sus recuerdos. Aunque a decir verdad, lo que tomaste de mi mente a penas fue una fracción de lo que sucedió anoche, ¿cómo lo haces?

–No es a propósito, te lo juro –La habitación parecía dar vueltas a mi alrededor. –Sólo pasó, ni siquiera sabía que podía hacer eso… Apolo, ¿quienes son ellos?

–Nadie que te preocupe, ¿entiendes? –Sus ojos me miraban fijamente, como si de alguna manera se hubieran quedado enganchados a los míos. Yo no podía apartar la vista, a pesar de que lo intentaba. –Ellos no son nadie para ti, no significan nada para ti.

–Nadie para mi… nada para mi…

Me desvanecí en sus brazos, a pesar de que luché con todas mis fuerzas por no dejarme envolver en las penumbras.

 

 

 

–¿Te gusta el lugar? –dijo mientras me ayudaba a tomar asiento.

–Sí, es bonito… –miré rápidamente a mi alrededor. El restaurant estaba decorado con buen gusto y de forma acogedora. Dominaban los tonos crema, ocre y dorados, dándole un aspecto lujoso, pero no abrumador. –Gracias por invitarme.

–De nada, amor. Me habías dicho que querías salir un rato de la casa y quise darte gusto. Además, me preocupa que no te estés alimentando bien. Ya sé que aún no te atrae nuestra… “dieta tradicional”, así que por el momento, en lo que recuperas el apetito, tengo que asegurarme que te alimentas bien. Esos constantes desmayos tuyos no podemos tomarlos a la ligera.

–Estoy bien, de verdad. Stan dice que…

–Stanislav tiene años que no ejerce la medicina como tal. Dudo mucho que lo que aprendió en 1940 sirva de algo en la actualidad. Si no fuera por su don, dudo mucho que Jane se hubiera molestado en fijarse en él y atraerlo a la guardia.

–¿Jane fue quien lo contrató?

–Sí, aunque puedo asegurarte que no fue precisamente por razones profesionales –sonrió mientras el mesero se acercaba a nosotros y tomaba nuestra orden.  Dejé que él pidiera por mí, pues no sentía particularmente predicción por un plato o por otro. Esperé a que el mesero se alejara para reanudar la conversación.

–¿Por qué dices que no lo contrató por razones profesionales?

–Mmm, bueno, siendo justos, el don de Stanislav es bastante impresionante, pero nuestra pequeña Jane se dejó llevar por fin por los instintos hormonales y no por el odio. Ella cree que nadie se da cuenta que desea a Stanislav.

¿La enana diabólica era capaz de sentir eso? ¡Pero si apenas tendría unos catorce años!

–Pero ella es muy pequeña…

–Corrección, aparenta ser apenas una adolescente, pero tiene más años que tú y yo en esta tierra. Sus instintos son tan fuertes como los de cualquiera de nuestra clase.

–¿Y Stanislav lo sabe?

–¿Qué Jane lo desea? ¡Claro! Y lo patético de todo esto es que a él no le importa, al contario, desde que está con nosotros, digamos que desfoga ciertas necesidades con Heidi o con Renata, o con cualquiera que esté dispuesta.

–Menos con Jane.

–Sí, menos con Jane. Y no lo culpo, es tan odiosa pero a la vez temible… Cualquiera estaría completamente loco si quisiera estar con ella. Por lo menos Alec no está tan demente.

–¿Alec?

–El hermano gemelo de Jane

–¿Tiene un hermano gemelo? ¿Pero cómo? O sea, ella es igual que nosotros…

–No, ella y Alec fueron “convertidos” por Aro a la edad que aparentan actualmente. Aro se lamenta de haberlo hecho de esa forma, pero no tenían otra salida si querían salvarlos. Una turba enfurecida descubrió lo que podían hacer y estaban dispuestos a quemarlos vivos, así que tuvieron que intervenir rápidamente para que sus dones no fueran desperdiciados.

–¿Ellos qué pueden hacer?

Apolo miró a nuestro alrededor, y notó que un hombre de una mesa cercana parecía interesado en nuestra conversación. Le dirigió una mirada dura con sus inquietantes ojos azules, obligando al fisgón a volver la mirada.

–Creo que eso será mejor contártelo después. No creo que este sea el momento adecuado para ello; además, esta noche los vamos a ver a todos, tal vez ahí puedas apreciar sus dones de propia mano.

Asentí con la cabeza.

La comida llegó y a pesar de que tenían un aspecto y un aroma exquisito, no bastó para despertar en mi del todo el apetito. Tomé un tenedor y mecánicamente empecé a comer mi plato de Fettuccine con pollo. Apolo había pedido una especie de filete pero estaba poco cocido, casi crudo a decir verdad.

–¿Y Stanislav? –pregunté de pronto

–¿Qué pasa con él?

–¿Tiene mucho tiempo con… con nosotros?

–Apenas unos dos años –dijo mientras le daba un largo trago a su copa de vino tinto.

–¿De dónde lo sacó Jane?

–Realmente no sé. Sólo que un día llegó a Volterra acompañada de él; descubrió que aparte de lo que puede hacer, también es un magnífico estratega de combate. Él se encarga de entrenar a la guardia en general.

–Pero él no es italiano, ¿verdad?

–No, él nació en lo que antes era Checoslovaquia. En Praga para ser más exacto… –Apolo me miró fijamente antes de hacerme una pregunta –¿Por qué te interesa saber de Stanislav?

–Bueno… –titubeé nerviosa mientras me llevaba un buen trozo de comida a mi boca. Apolo esperó a que tragara, esperando mi respuesta –Es curiosidad. Como es una especie de niñera-guardaespaldas para mí, es lógico que sienta curiosidad sobre él; sobre todo, porque salvo a Jane, es el único de los nuestros que ha estado en casa con nosotros.

Por su cara, no estuve muy segura si mi respuesta le había convencido del todo.

–Además, tengo curiosidad por qué están agrio de carácter. A veces raya en lo grosero

–¿Te ha molestado? Puedo hablar con Aro para que le ordene que nos deje solos.

–¡No! ¡No! –dije con demasiada intensidad –A veces es medio arrogante, pero en cierta forma, me divierte hacerlo renegar. Además, no creo que a estas alturas encontremos a alguien más que pueda ayudarme con lo del entrenamiento, sobre todo con esta… lucha tan cerca.

Mis palabras parecieron tranquilizarlo un poco.

–¿No te cae bien? –proseguí, tratando de darle un tono ligero a mi voz

–Sinceramente, no. Y creo que es mutuo, pero no me importa.

–¿Por qué?

–Es demasiado arrogante para su propio bien, y yo, bueno, digamos que no me dejo avasallar ni impresionar fácilmente. –volvió a beber de su copa, hasta dejarla vacía y volver a rellenarla con el vino. ¿Tendría problemas con la bebida? Me pregunté de pronto, pues su forma de beber era bastante inquietante. –Pero olvidémonos del payaso de Stanislav y concentrémonos en nosotros –tomó mi mano entre las suyas a través de la mesa –¿Qué te parece si nos casamos la próxima semana?

Le estaba dando un trago a mi copa con agua y al escucharlo estuve a punto de escupir de la impresión.

–¿La próxima semana? Yo…

–Sí, creo que sería buena idea casarnos antes de ir a… bueno, ya sabes.

–Pero es demasiado pronto y no me da tiempo de nada… Además, ya habíamos hablado de aplazar la boda un tiempo, ¿qué no?

–No, me dijiste lo que pensabas, pero jamás accedí a cambiar nuestros planes.

–Apolo…

–¿Sí, Atena? –dijo arqueando una ceja

–¿Por favor?

–No pienso cambiar de idea. Quiero que seas mía completamente, quiero que todos, absolutamente todos lo sepan.

Sentí que el aire me empezaba a faltar. ¿Yo casada con Apolo? La sola idea hacía que mis nervios se crisparan.

–Pero es que… –mi mente empezaba a trabajar de forma desesperada –Yo quiero una boda por todo lo alto, con un hermoso vestido de princesa, la iglesia llena de flores y una carroza tirada por caballos.

–No creo que eso sea posible a menos de que lo hagas de noche. De otro modo, los invitados podrían causar un accidente vial si les da el sol.

–¿Cómo? Pero si a nosotros no nos ha pasado nada… –eran más o menos las dos de la tarde y el día era bastante soleado. Ni Apolo ni yo habíamos sufrido algún daño al recibir los rayos del sol en nuestros cuerpos

–Sí, pero nosotros somos en parte humanos. Los demás, bueno… digamos que brillan demasiado al sol.

–Creo que no te sigo…

–Más que explicarlo, tendrías que verlo alguna vez. Podrías decirle a tu niñero que te lo muestre… Pero volviendo a lo de nuestra boda, ¿qué dices?

–Que una semana no es suficiente para arregla la boda como yo quiero –parecía que iba a poner objeciones, así que seguí hablando para no dejar que él lo hiciera –Pienso casarme sólo una vez en la vida, así que quiero que todo sea perfecto, ¿no puedes complacerme en eso? Vamos a estar juntos para siempre, somos almas gemelas, eres lo mejor que podría haberme pasado, ¿no? –ok, estaba exagerando y mintiendo como poseída, pero eso era lo de menos si lograba retrasar la dichosa boda. –Te propongo algo: nos casamos en cuanto regresemos de… de visitar a los Cullen, ¿si? Así podré planear mi boda con calma, quiero que todo salga perfecto, tan perfecto como tú.

–Está bien –Apolo tomó mi mano izquierda y me besó en los nudillos –Haces conmigo lo que quieres, ¿lo sabes?

Sonreí y le di otro trago al vaso de agua. Dudaba mucho que yo fuera capaz de hacer mi voluntad con él, como decía.

Terminamos de comer hablando de tontería insustanciales. Justo cuando nos empezábamos a retirar del restaurante, los acordes de una canción empezaron a sonar por todo el lugar.

Al fondo, había un pequeño piano, que estaba siendo tocado por un hombrecito de mediana edad, con una enorme barriga y un rostro bonachón. Pero no era él quien había llamado mi atención, sino la canción.

–¿Qué sucede? –preguntó Apolo al notar que me había detenido.

–Nada, sólo que esa canción me gusta… –sí, estaba segura de ello.

–¿Sí? No creo haberla escuchado antes. Será mejor que regresemos a casa para que te prepares para nuestro viaje a Volterra.

–¿Podemos esperar a que termine? Te prometo que en cuanto termine la canción nos vamos.

Apolo accedió y nos paramos junto a la barra del restaurant, donde mientras él pedía un martini en las rocas, yo tomaba asiento en una de las butacas.

A mi mente vino la imagen de un hombre de hermosas facciones sentado frente a un piano blanco. Parecía un ángel, sentado ahí mientras a su lado una mujer, igual de bella lo miraba embelesada mientras el ángel tocaba con destreza la canción que en ese instante el hombrecito del restaurante interpretaba. Había sido apenas un flashazo, pero lo suficiente para llenarme de nostalgia y anhelo, aunque no sabía bien a qué se debía esa sensación de anhelo.

Los últimos acordes de la melodía resonaron en el lugar; con tristeza, reconocí que había llegado el momento de regresar a casa.

–¿Lista?

–Sí. Y gracias por dejar que nos quedáramos hasta que se terminó “Clair de Lune

–¿”Clair de Lune”?

–Sí, así se llama la melodía.

–¿Cómo lo sabes?

–Simplemente lo sé –me encogí de hombros –Supongo que ya la había escuchado antes… En fin, vámonos a casa, todavía tengo qué decidir que usar esta noche.

Empecé a caminar hacia la puerta, decidida a fingir naturalidad, cuando en realidad el recuerdo de ese par de seres de rostro angelical me había dejado bastante inquieta. ¿Quiénes eran? Mi instinto me previno de contarle a Apolo sobre ese pequeño recuerdo, pues empezaba a darme cuenta de algo; tal vez fuera mera casualidad, tal vez me estaba volviendo un poquito paranoica, pero lo cierto era que cada vez que algún recuerdo venía a mi y Apolo estaba cerca, terminaba por perder el conocimiento o quedar lo bastante aturdida como para estar segura de qué era lo que realmente había recordado. No estaba muy segura qué podía significar eso, pero por lo pronto, tenía que andarme con cuidado si quería recuperar mi vida de una vez por todas.

 

 

 

 

 

Capítulo 22: DESPERTAR Capítulo 24: ARO

 
14439952 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10757 usuarios