EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 60967
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 12: ONCE

Edward se escabulló durante la mañana siguiente. Se unió a sus hombres durante los ejercicios de espada, se reunió con sir Carlisle y salió a cazar con Jazz. Cuando regresó al castillo, se encontró con una disputa en el salón que se había salido de madre. Tanya e Isabella estaban arreglando cuentas la una con la otra, peleándose como verduleras. Edward se abrió paso a través del grupo de curiosos que había a su alrededor y se colocó entre ellas.

-¿Qué diablos está ocurriendo?

Tanya se giró hacia él con sus ojos azules brillando de furia. -Por favor, no maldigas en mi presencia, mi señor.

-Mis disculpas, mi señora -le espetó Edward con sarcasmo-. ¿Serías tan amable de decirme qué significa este comportamiento tan impropio de una dama?

-Con mucho gusto -respondió Tanya lanzándole a Isabella una mirada cargada de rencor. -Esta muchacha jacobita me ha insultado.

Edward alzó una ceja en dirección a Isabella. -¿Isabella...?

-Yo sólo le he sugerido que, teniendo en cuenta que Cullen va a ser el hogar de lady Tanya, deberíamos esforzarnos por llevarnos bien. Tu futura prometida irrumpió en la cocina profiriendo insultos. Y entonces, sin provocación previa, le lanzó una taza de té a Winifred a la cabeza mientras insistía en que habían ignorado deliberadamente sus órdenes. Había enviado a su doncella a por una taza de chocolate y Winifred le preparó un té en su lugar. Winifred le explicó a lady Tanya que no había chocolate. Yo sólo traté de explicarle que no contamos con muchos lujos en Cullen.

-Voy a procurarle una gran riqueza a este matrimonio, mi señor -aseguró Tanya-, y deberían proporcionarme todo lo que desee.

Edward contuvo un gruñido.

-Hazle saber tus deseos a sir Carlisle y él hará lo posible para satisfacer tus necesidades en un plazo razonable.

Tanya dio un pisotón al suelo. -¡Quiero chocolate ahora!

Edward alzó los ojos al cielo suplicando paciencia. -¿Tenemos algo de chocolate, Isabella?

-No, mi señor. Es lo que acabo de decir. El chocolate es un lujo que los Swan no han podido permitirse. Y aunque hubiéramos tenido un poco, después de este arrebato, Winifred lo hubiera enterrado en el jardín antes de servírselo a tu dama.

Edward reprimió una sonrisa.

-Ahí lo tienes, lady Tanya. Sin duda intentaremos por todos los medios conseguir tu bebida favorita en el futuro.

Tanya señaló a Isabella con el dedo.

-Exijo que la castigues por su irrespetuoso comportamiento.

-¿Qué sugieres? -preguntó Edward con falsa tranquilidad.

Tanya le dirigió una sonrisa encantadora.

-Una buena paliza la pondría en su sitio. Tienes que dar ejemplo a los demás jacobitas, mi señor.

La furia de Edward pendía de un frágil hilo.

-Estoy tratando de llevarme bien con los miembros del clan de Isabella, y tú no me estás ayudando. Los necesito para que Cullen prospere. Tu riqueza no servirá de nada si no hay nadie trabajando los campos, recolectando las cosechas y atendiendo al ganado. Debes aprender a llevarte bien con esta gente, porque ellos son ahora tu gente.

Tanya reculó como si la hubieran golpeado.

-¿Mi gente? Lo dudo mi señor... estos aldeanos están por debajo de mí.

Edward reaccionó espontáneamente. La agarró del brazo y la llevó a una salita en la que podían verlos, pero no escucharlos. -¿Estoy yo por debajo de ti, mi señora? ¿Me consideras inferior a tus pretendientes londinenses? Yo soy el amo aquí. No me dirás lo que tengo que hacer.

Edward vio cómo abría los ojos de par en par, escuchó cómo se le quedaba la respiración retenida en la garganta, y sintió cómo le clavaba los dedos en el hombro. Pero en lugar de apartarlo, Tanya lo atrajo hacia sí. Edward soltó un bufido de disgusto, consciente de pronto de que la dama estaba excitada. Había despertado su pasión cuando esperaba ira, o al menos miedo.

-¡Edward, Edward! -jadeó. -Oh, Dios, eres tan dominante. Y me encantan los hombres fuertes. Llévame a tu dormitorio y hazme tuya. Ahora, mi señor, por favor.

Antes de que él pudiera responder, Tanya le bajó la cabeza y apretó los labios contra los suyos. Edward, curioso, dejó que lo besara, preguntándose si aquel beso lo afectaría como lo hacían los de Isabella. Se había acostado con incontables mujeres, había compartido numerosos besos apasionados, pero sólo Isabella le hacía anhelar algo más profundo.

Extrañamente indiferente, Edward no sintió más que un tibio desinterés por los besos de Tanya. Su primer pensamiento fue que sabía más de besos de lo que debería saber una virgen. Su lengua pequeña y perversa sondeó su boca como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. A pesar de todos sus esfuerzos, Edward permaneció impávido. Interrumpió el beso y se apartó de ella.

-Edward, por favor -le suplicó Tanya-. ¿No me deseas? Pronto estaremos casados, ¿qué más da?

-Sólo intento proteger tu buen nombre -Edward trató de sortear la cuestión. -Mi mujer debe estar por encima de cualquier reproche.

Aquello pareció ablandar a Tanya, porque le dedicó una sensual sonrisa.

-Cuatro semanas parecen mucho tiempo, pero tal vez valga la pena.

-¿Podemos hablar de tu comportamiento de hoy? -preguntó Edward cambiando hábilmente de tema. -Si te conviertes en enemiga de los Swan, difícilmente podrás granjearte su cariño.

-Tal vez me inclinaría más por la tolerancia si echaras a Isabella de aquí.

-Pensaré en ello -respondió Edward en un intento de aplacarla-. Mientras tanto, tal vez te gustaría conocer el castillo. Resulta bastante impresionante a pesar de ser tan antiguo. Te explicaré las mejoras que tengo pensado hacer mientras recorremos las numerosas estancias.

Tanya arrugó su coqueta nariz.

-Tal vez en otro momento. Si tu cocinera es capaz de preparar algo que tiente mi delicado apetito, me gustaría comer. Enviaré a Daisy a la cocina para que instruya a tu personal sobre lo que me gusta y lo que no me gusta.

-Estoy seguro de que harán todo lo que esté en su mano para que estés cómoda -dijo Edward apartando la vista. -Si me disculpas, mi señora, tengo asuntos que tratar con mi administrador.

Isabella no pudo oír de qué estaban hablando Edward y Tanya, pero tanto ella como todos los demás habían visto lo que había tenido lugar en la salita. El beso que Tanya y Edward se habían dado hablaba por sí solo. La pasión que se encerraba tras aquel beso había sido tan potente que Isabella casi esperaba que Edward arrastrara a Tanya enseguida a su dormitorio. La dama, desde luego, parecía de lo más dispuesta.

Isabella se llevó una gran sorpresa cuando Edward interrumpió bruscamente el beso y se alejó de allí, dejando a Tanya con expresión perpleja y altivamente satisfecha. Isabella se preparó cuando Tanya se acercó tranquilamente hacia ella con una sonrisa condescendiente en los labios.

-Tengo hambre -dijo la dama. -Una comida ligera servirá. Pescado escaldado, verduras sazonadas con un poco de romero y pan recién horneado. Miel en lugar de mantequilla. Encárgate de ello ahora mismo.

Isabella se sintió tentada a mandar a Tanya al diablo, pero se mordió sabiamente la lengua. Los problemas tenían ahora nombre nuevo: Lady Tanya Denali.

El salón bullía de actividad cuando Edward ocupó su lugar en la cabecera de la mesa aquella noche. Había corrido la voz de que lady Esme haría su aparición en el salón, y los miembros de su clan estaban ansiosos por ver con sus propios ojos cómo le iba a la viuda de su antiguo jefe bajo los cuidados de Edward.

Entonces lady Tanya irrumpió en el salón y la conversación se interrumpió. De pronto ella se convirtió en el centro de atención. El elaborado vestido propio de la corte que había escogido para su primera comida en el salón tema un escote pronunciado y estaba ricamente adornado con encaje. A Edward le pareció que aquella ostentosa demostración era demasiado elaborada para la ocasión y se prometió que aleccionaría a Tanya sobre cómo vestirse adecuadamente en el campo. Resultaba imprudente presumir de la riqueza de uno cuando a aquella gente le habían arrebatado todo excepto su orgullo.

Edward se puso cortésmente de pie cuando Tanya apareció; dio un paso adelante, le ofreció el brazo y la sentó a su izquierda.

-Confío en que esta noche la comida sea mejor que lo que me han ofrecido hasta ahora -comentó Tanya-. He tenido que conformarme con salmón ahumado y esas espantosas tortas de avena para comer. Me temo que mi delicado estómago no soportará una comida tan pesada.

-Yo encuentro la cocina de Cullen muy satisfactoria -se defendió Edward-. Dile a sir Carlisle lo que te gusta y lo que no.

-Mi primer cometido cuando sea la señora de Cullen será contratar un chef francés -ronroneó Tanya.

Edward sintió que empezaba a dolerle la cabeza.

-Me temo que no, mi señora. Estoy plenamente satisfecho con Winifred y sus ayudantes.

Tanya abrió la boca para responder y la dejó abierta cuando sir Carlisle entró en el salón llevando a una frágil pero sonriente lady Esme. La pequeña Renesmee salió correteando de detrás de ellos llevando a rastras la muñeca que Isabella había hecho para ella con trapos y paja.

Edward se puso de pie.

-Bienvenida, lady Esme. Es un placer que te hayas unido esta noche a nosotros.

Renesmee dejó escapar un grito y se arrojó en brazos de Edward. Él la levantó por los aires y luego la sentó a su derecha.

-¿Quién es esta gente? -preguntó Tanya con desdén. Edward la ignoró mientras le indicaba a sir Carlisle que sentara a Esme al lado de su hija.

-Esa niña es demasiado pequeña para comer con los adultos -protestó Tanya-. ¿Quiénes son y qué están haciendo en la mesa principal?

Edward esperó a que Esme se hubiera sentado antes de hacer las presentaciones.

-Lady Esme, permíteme que te presente a lady Tanya, mi prometida. Tanya, estas son lady Esme Swan y su hija Renesmee.

Lady Esme asintió gentilmente con la cabeza, pero Tanya la ignoró.

-Dado que esta va a ser mi casa, explícame por favor por qué esta gente se está aprovechando de mi hospitalidad.

-Lady Esme y Renesmee son la madre y la hermana de lady Isabella. Ésta es su casa.

-¿Por qué siguen todavía aquí? Tenía entendido que se había dispuesto adecuadamente de la familia de ese traidor.

-Mira a tu alrededor, mi señora. Estás rodeada de Swans.

-Pero acoger a la esposa y a las hijas de un reconocido traidor es un acto de traición en sí mismo. ¿Qué va a decir el rey?

-Permite que yo me preocupe del rey, lady Tanya. Lady Esme y lady Renesmee se están recuperando de graves enfermedades. Que se recuperen es mi mayor preocupación.

-¿Por qué debería importarte a ti? -lo retó Tanya.

-Ten cuidado con lo que dices, mi señora -le advirtió Edward.

Tanya adquirió una expresión arrepentida mientras bajaba la vista al plato y cruzaba las manos sobre el regazo, pero Edward no se dejó engañar. Resultaba obvio que su imprevisible prometida estaba echando humo por dentro. Entonces atisbó a Isabella y un diablo interior lo llevó a decir:

-Isabella, hay un sitio libre al lado de tu madre. Creo que a ella le gustará que te unas a nosotros.

A Isabella le asombró la invitación de Edward. ¿No sabía que su repentino interés hacia ella enfurecería a lady Tanya? Consideró la posibilidad de negarse, pero luego cambió de opinión. Tras un instante de vacilación, tomó asiento pausadamente en la silla que Edward le había indicado. La comida estaba deliciosa. Isabella pensó que Winifred se había esmerado. Los comensales devoraron rápidamente el primer plato, que consistía en cuartos traseros de cordero y solomillo de ternera.

Le siguió un fricasé de pollo y cerdo con espinacas. El tercer plato consistía en salmón escalfado, lenguado frito y mollejas con acompañamiento de verduras. Natillas y pasteles remataban la cena. Aquel gran festín se había preparado en honor a la llegada de lady Tanya. Pero la dama no parecía en absoluto impresionada.

Isabella se llenó de ira al ver a Tanya apartar a un lado del plato la comida con el tenedor. Isabella había estado ayudando en la cocina y sabía lo duro que habían trabajado Winifred y sus ayudantes para servir el festín que Edward les había requerido. Deseaba reprender furiosamente a Tanya, Edward se le adelantó.

-¿La comida no es de tu agrado, lady Tanya? -le preguntó Edward con sequedad.

-La ternera estaba demasiado hecha y el cordero crudo. Prefiero el lenguado escalfado y no me gusta nada el salmón. A las natillas les faltaba vainilla y estaban liquidas -añadió apartando el plato con énfasis. -Yo exijo perfección en mi cocina.

-Me gustaría retirarme -dijo Esme, impidiendo la respuesta de Edward a las quejas de Tanya-. Ha sido maravilloso compartir la cena con los miembros de mi clan, pero de ahora en adelante, Renesmee y yo cenaremos en mi habitación. No deseo provocar disensiones en tu casa, mi señor.

Edward se puso de pie y le hizo un gesto a sir Carlisle para que se apartara cuando el administrador se movió para acompañar a Esme a su dormitorio.

-Yo llevaré a lady Esme a su habitación -dijo. -Ven tú también, Renesmee.

Cogió a Esme en brazos y salió de allí a grandes zancadas, como si no pesara nada. Sir Carlisle vaciló un instante y luego fue tras Edward. Renesmee los siguió.

-Deberías seguir el ejemplo de tu madre -le dijo Tanya a Isabella en un aparte. -Esta es una situación de lo más incómoda. Le voy a pedir a lord Edward que os saque a las tres de mi casa. Al rey no le gustará saber que lord Edward tiene acogida a la familia de un traidor bajo su techo.

-No sigo en Cullen por gusto -se explicó Isabella-. Le supliqué a lord Edward que me dejara irme, pero él se niega.

-Tal vez yo pueda serte de ayuda -susurró Tanya taimadamente. -Déjame que piense en tu dilema.

Edward regresó al salón y tomó asiento en su silla.

-¿Mamá se encuentra bien? -le preguntó Isabella con ansiedad.

-Un poco cansada, pero le ha hecho bien reunirse con nosotros esta noche. Le he dicho que siempre que le apetezca, es bienvenida para comer con nosotros.

-Realmente, mi señor, eres demasiado generoso -exclamó Tanya-. Acoger prisioneros no es lo que más te conviene. Envíalas lejos de aquí.

-Tendré en cuenta tu consejo -dijo Edward en un tono que debía servirle de advertencia a Tanya de que estaba pisando terreno peligroso.

Isabella se dio la vuelta disgustada cuando Tanya le sonrió a Edward y preguntó:

-¿Me acompañas a mi habitación, mi señor? Edward se levantó y le ofreció el brazo.

-Por supuesto, mi señora.

Tanya se agarró posesivamente al brazo de Edward y salió del salón no sin antes lanzarle una mirada de suficiencia a Isabella por encima del hombro.

Isabella se quedó mirando malhumorada su plato vacío y no se dio cuenta de que Sam se había sentado a su lado hasta que él habló. -Esa mujer es un problema, muchacha.

Isabella le sonrió.

-Sí, Sam, pero no podemos hacer nada al respecto. Es la prometida de Edward.

-Su señoría se va a encontrar con otra rebelión de los Swan en sus manos si las cosas no cambian.

-Eso no sería muy inteligente, Sam. En otros tiempos no hubiera vacilado en fomentar una rebelión, pero ya no creo que eso sea lo mejor. Además, no creo que Edward permita que su prometida sea dura con él o con nosotros.

-Tal vez tengas razón, muchacha, pero no puedo predecir cuánto tiempo aguantarán los miembros de nuestro clan los insultos de lady Tanya. Winifred quiere dejar la cocina.

-Hablaré con lord Edward. Tiene que saber lo que está ocurriendo en su propia casa.

Sam se marchó. Los pensamientos de Isabella dieron vueltas en su cabeza mientras subía las escaleras que llevaban a la sala de las mujeres. Se preguntó vagamente qué habría querido decir Tanya cuando dijo que la ayudaría a salir de Cullen. Lo poco que había conocido a la prometida inglesa de Edward le había dejado claro que Tanya era una mujer mimada, banal y despiadada. Sin embargo, parecía encantada con Edward, y él con ella. ¿De qué otro modo podía explicarse que fuera tan indulgente con su prometida? A ella nunca la había tratado con la misma paciencia ni con la misma consideración, si bien era cierto que Isabella nunca había ocultado su odio por los ingleses y su rey Hannover.

Una vez en su habitación, Isabella se sentó al lado de la ventana y miró hacia los campos. Tenía decisiones que tomar y planes que formular. Necesitaba decidir a dónde iría cuando dejara Cullen. Ir a Glenmoor con su prima Christy era siempre una opción, pero teniendo en cuenta que a Christy la habían casado siendo niña con un inglés, le preocupaba causarle problemas a su pariente. De pequeñas habían estado muy unidas, pero sus circunstancias eran ahora diferentes. Christy no sentía ningún afecto por su esposo ausente, mientras que ella amaba a Edward. El corazón le decía que no debía permanecer en Cullen cuando Edward y Tanya se casaran. Los fuertes sentimientos que albergaba hacia él se estaban convirtiendo más bien en un problema a cada día que pasaba.

¿Por qué le latía con fuerza el corazón y le quemaba el cuerpo cada vez que la tocaba?

¿Por qué estaba obsesionada con él?

¿Por qué detestaba la idea de que Edward se casara con lady Tanya... o con cualquiera?

Los pensamientos de Isabella quedaron bruscamente interrumpidos cuando escuchó el susurro de unos pasos que se acercaban. Giró la cabeza de golpe.

-Me has asustado, Nana. No te he oído entrar.

-Estabas sumida en tus pensamientos, muchacha -escudriñó el rostro de Isabella-. ¿Quieres hablarme de ello?

Isabella se observó los dedos entrelazados. -No hay nada que contar.

-No lo hagas, muchacha.

Isabella alzó la cabeza de golpe. -¿De qué estás hablando?

-No te creas nada de lo que te diga lady Tanya. Es maliciosa.

Isabella abrió los ojos de par en par. -¿Qué sabes tú de lady Tanya?

-Mis voces me advierten sobre ella -dijo Nana-. Hazme caso, muchacha. No pongas en peligro a tu hijo.

-Estás loca, Nana -le reprendió Isabella-. No estoy esperando ningún hijo.

Nana le dirigió una enigmática sonrisa.

-¿Serás capaz de repetir mañana eso con la misma seguridad?

-¡Tonterías! -se burló Isabella-. Vete a otro lado con tus absurdas afirmaciones, yo no tengo paciencia para escucharlas.

-Muy bien, muchacha, pero no olvides mis palabras. Que duermas bien.

El modo en que le dijo "que duermas bien" provocó escalofríos en la espalda de Isabella. Las premoniciones de Nana solían ser imprecisas y en ocasiones aterradoras, pero esta vez no tenían sentido.

Todavía sopesando lo que Nana había dicho, Isabella se desvistió y se preparó para meterse en la cama. Suspirando con cansancio, apagó la vela y se deslizó entre las sábanas tratado de no pensar en lo que iba a suceder en el dormitorio de Tanya. Edward era un hombre muy viril, y Tanya una mujer bella y seductora. Su matrimonio era ya un hecho; tenían todo el derecho del mundo a satisfacerse el uno al otro como desearan.

Isabella estaba coqueteando con el sueño cuando un crujido de los goznes de la puerta la advirtió de que no estaba sola. ¿Habría regresado Nana para seguir soltándole tonterías? ¿Le ocurriría algo a su madre? Isabella se incorporó y encendió una cerilla para prender la vela.

Era Edward. Estaba apoyado contra la puerta cerrada, era una sombra oscura del hombre que reconocería en cualquier parte. Haces de luz difuminada le cruzaban el rostro como cuchillos, ocultando más de lo que revelaban. Tenía la expresión en guardia y los ojos inescrutables.

-¿Qué es lo que quieres? -le preguntó Isabella por encima del poderoso latido de su corazón.

Edward se apartó de la puerta.

-No podía dormir. He tratado de entablar conversación con sir Jasper, o de convencerle para jugar una partida de cartas, pero prefirió la compañía de Alice. Sir Carlisle ya se había retirado, y no había nadie más por ahí.

Isabella se subió las sábanas hasta el cuello.

-Vete de aquí. ¿Cómo te atreves a entrar en mi dormitorio sin mi permiso? ¿Ya te has cansado de la compañía de lady Tanya?

Edward se acercó a la cama con la gracilidad de un gato.

-Esta es mi casa. Voy donde quiera. Y en cuanto a lady Tanya, ya la he aguantado todo lo que soy capaz por una noche.

-Espero que te des cuenta de que la actitud de la dama traerá problemas si no le pones freno.

-Olvídate de Tanya. Hay algo de lo que tengo que hablar contigo.

-¿No puede esperar hasta mañana?

Edward se sentó al borde de la cama, ignorando el murmullo de las protestas de Isabella.

-Hablaremos ahora.

-Muy bien. ¿De qué se trata?

-Quiero que sepas que ni tú ni tu familia os marcharéis de aquí porque lady Tanya lo desee. Cualquier mensaje que intente hacer llegar al rey relacionado contigo o con tu familia no llegará a Londres.

-¿Por qué harías algo así? Creí que tu deseo era complacer a lady Tanya.

-Sí, bueno... la dama no me complace a mí. Me casaré con ella porque es lo que debo hacer, pero no tiene por qué gustarme la idea.

Isabella parpadeó.

-Pensé que te complacía mucho. Lady Tanya es una gran belleza. Daba la impresión de que disfrutaste besándola.

-Ella me besó a mí -susurró Edward con una voz que de pronto se volvió más ronca. -Tiene el cabello rubio y es imposible encontrar una sola peca en su aristocrática nariz.

Isabella se tocó la nariz, muy consciente del puñado de pecas que había tratado de blanquear con limón cuando era niña. Clavó la mirada en la de Edward. La de él adquirió un brillo seductor que la arrastró irremediablemente hacia su reluciente promesa.

-Edward, no... -susurró tan bajo aquellas palabras que apenas revolvieron el aire. Sabía lo que Edward quería, porque ella quería lo mismo. Pero no podía... no lo haría...

-No te he pedido nada... todavía.

-Entonces vete antes de que...

-¿Antes de que tu deseo se haga tan grande como el mío?

-Sí... no... no lo sé. No puedo pensar con claridad cuando me miras así.

-Entonces, ¿por qué no admites que me deseas?

-No es... inteligente. Vas a casarte con lady Tanya. Ella me desprecia. Deberías dejarme marchar antes de que el Hannover se entere de que no se han cumplido sus disposiciones en lo que a mí se refiere.

-¿Quieres que te deje partir para poder correr a los brazos del jefe de los Black?

-No, me iré a otro lado... a cualquier sitio menos con Jacob. Perdió todo mi respeto cuando me pidió que... no importa, eso ya ha terminado definitivamente.

Edward guardó silencio durante largo tiempo, pero luego dijo: -Consideraré tu propuesta.

-¿Cuando puedo marcharme?

-Cuando yo decida que es el momento adecuado.

Edward la agarró de los hombros y la atrajo hacia sí. Su voz encerraba una nota de desesperación.

-Tú no lo entiendes, ¿verdad, cariño?

-¿Qué se supone que tengo que entender?

Edward tenía la voz tirante, como si la hubiera estirado hasta el límite.

-Que no importa lo mucho que trate de mantenerme lejos de ti, siempre acabo acercándome cada vez más. El deseo es una emoción muy extraña. He estado enamorado con anterioridad, pero nunca así. Siempre me he jactado de mi auto control hasta que apareciste tú. ¿Qué me ha ocurrido, Isabella? ¿Me ha lanzado un hechizo tu vieja niñera?

-Los hechizos no existen -se mofó Isabella.

Edward se giró, uniendo más todavía sus cuerpos. -¿Puedes sentir lo mucho que te deseo?

Isabella respiraba con dificultad; el deseo latía por todo su ser. Edward ya estaba duro e hinchado. Su determinación se fundió mientras se lanzó de cabeza a la pasión de Edward, permitiendo que la llenara hasta que no quedó más que el fiero deseo que la atravesaba.

-No deberías estar aquí -susurró con voz trémula.

Edward le dirigió una sonrisa lobuna y luego le capturó los labios, moviendo su boca apasionadamente sobre la suya. Isabella trató de decirse a sí misma que no quería que aquello sucediera, pero la mentira le escoció en la lengua. Recordó vagamente las palabras que Nana había pronunciado hacía un rato, cuando ella negó que estuviera esperando el hijo de Edward.

¿Serás capaz de repetir mañana eso con la misma seguridad?

No si Edward se salía aquella noche con la suya, le advirtió una vocecita. El aviso fue como una brizna de paja al viento cuando la boca de Edward y sus manos se burlaron de su determinación. Deseaba sentirlo más cerca de ella, quería saborear cada excitante y deslumbrante momento mientras pudiera, antes de que la realidad hiciera su aparición. Apretó su boca contra la suya; le rodeó el cuello con los brazos, necesitaba algo más que sólo besos.

Isabella respondió con avidez, dándole todo su ser. La urgente presión del cuerpo de él contra el suyo la hacía sentirse gloriosamente viva. Los besos de Edward se volvieron más apasionados; ella respondió con un gemido de rendición. Deseaba tenerlo dentro de ella... ahora mismo.

Edward dejó de besarla; Isabella se colgó de sus labios sin respiración, mareada. Él la miró con solemnidad, con la voz áspera por la emoción.

-No hay ningún lugar donde preferiría estar en este momento.

-Nunca te perdonaré que me hayas hecho esto.

Edward le agarró el camisón entre los puños y se lo levantó ligeramente. -¿Hacerte qué?

A Isabella le latía el corazón con fuerza contra las costillas. -Hacerme desearte.

Alzó los ojos hacia él y sólo vio su fiero deseo. No había ningún engaño en su firme mirada, sólo una oscura y densa intensidad que colgaba pesadamente del aire. Se trataba de una seducción sin esfuerzo, y ella era su dispuesta compañera.

La mano de Edward dio con ella. Isabella sintió cómo su humedad se deslizaba entre sus dedos, se sintió caliente, húmeda e hinchada mientras él deslizaba los dedos en su interior para seducirla y excitarla. Isabella soltó un grito áspero y alcanzó el clímax de forma violenta, arqueándose hacia él.

Regresó lentamente a la realidad, dándose cuenta débilmente de que ambos estaban desnudos y de que Edward le estaba acariciando los senos, sus ojos de plata brillaban con expectación. La besó en la boca abierta, arrancándole pequeños jadeos mientras sus sabias manos comenzaban a seducirla de nuevo.

-Es mi turno, cariño -le murmuró con voz rota.

Edward se colocó en una posición cómoda apoyado contra el cabecero de la cama y la subió sobre su rígida erección. Isabella sintió cómo su punta hinchada trataba de abrirse camino a través de su entrada, y lo guió hacia su interior.

Edward cerró los ojos cuando la apretada vagina de Isabella se cerró a su alrededor. Un intenso placer se apoderó de él mientras embestía hacia arriba. Gimió. Ni siquiera el paraíso podría ser tan dulce y perfecto como aquel momento. Sus pensamientos se hicieron añicos cuando Isabella se fundió alrededor de él, y de pronto Edward se sintió desesperadamente frenético, salvajemente arrebatado, como un cañón a punto de hacer explosión.

-Date prisa, cariño -jadeó con voz ronca. -No sé cuánto tiempo más podré esperar.

Abrió los labios e introdujo uno de sus turgentes pezones en la boca, succionándolo. Escuchó cómo la respiración de Isabella se aceleraba y cómo iba perdiendo el control. Embistió hacia arriba al mismo tiempo que tiraba con fuerza de las caderas de Isabella hacia abajo. Ella se retorció y se revolvió con intensa furia, colgándose de él con fuerza creciente cada vez que su henchida erección arremetía contra ella.

Cuando Edward sintió que se ponía tensa y luego vibraba alrededor de su erección, permitió que su propio clímax estallara. Continuó arremetiendo vigorosamente hasta que se quedó total y absolutamente vacío y saciado. Entonces se dejó caer en el colchón y se mantuvo dentro de ella. Isabella se estiró y se acomodó entre sus brazos. Edward la tuvo abrazada mientras dormía, su mente daba vueltas sin descanso.

Lo que acababa de suceder entre Isabella y él había sido la erupción de un deseo salvaje y descontrolado. El hambre que sentía por ella era algo incontrolable y feroz que lo sacudía hasta el fondo. Edward siempre había dependido de su inteligencia para sobrevivir. Había sido un solitario la mayor parte de su vida, un soldado despiadado sin parientes ni amigos. Tenía amigos, como Jazz, pero desde que perdió a su padre en Culloden y a su madre años atrás nadie se había preocupado verdaderamente de su bienestar. Cullen le proporcionaba una sensación de pertenencia, sentía que allí encontraba la paz que le había faltado durante toda su vida.

En cuanto a Isabella, ella le hacía sentirse humano, había hecho que pasara de ser el Caballero Demonio a ser un hombre. La lujuria formaba parte de aquello, pero lo que sentía por Isabella iba más allá, y no resultaba tan sencillo de definir. Por su propio bien, prometió que mantendría aquella esquiva emoción a raya para no perder todo por lo que tanto había luchado.

No podría soportar perder Cullen. Ya amaba aquella tierra, e incluso había llegado a apreciar a los adustos y duros trabajadores de las Tierras Altas. Lady Esme era una mujer excepcional que había sobrevivido a la pérdida de sus seres queridos, y la pequeña Renesmee era una pilluela adorable que parecía quererle por sí mismo. De poca gente podía decir eso.

Estrechó a Isabella con más fuerza entre sus brazos y le depositó un beso en la húmeda frente. La admiraba por muchas razones: su fuerza, su tenacidad, su coraje. Sintió una punzada de culpabilidad a la que no estaba acostumbrado por haberla seducido, pero no se arrepentía de ello. Aunque fue Isabella la que acudió a él, la seducción de Edward había empezado el día que llegó a Cullen. No recordaba ni un solo momento en el que no la hubiera deseado.

Dejó de darle vueltas a todo eso cuando se dio cuenta de que Isabella tenía los ojos abiertos y lo estaba mirando fijamente. Edward deseaba preguntarle en qué estaba pensando, pero le faltó el valor. Lady Tanya se alzaba entre ellos como un sólido muro de madera. Lo que hizo en su lugar fue besarla, acariciarla y volver a seducirla lentamente de nuevo. Cuando se colocó encima de ella, Isabella abrió las piernas para recibirlo.

Edward dejó la cama de Isabella poco después de que hicieran el amor por segunda vez. Ella estaba medio dormida cuando él la besó suavemente en los labios y salió de la habitación. Cuando regresó al salón se sorprendió al ver a sir Carlisle, a Jazz, a Sam y a Billy sentados en unas bancas frente al hogar, hablando en voz baja.

Sam se puso de pie y le hizo una seña para que acercara. -Quisiéramos hablar contigo antes de que te retires a dormir, señoría.

Una sensación de hormigueo ascendió por la espina dorsal de Edward cuando se unió a los hombres. Alguien le puso una jarra de cerveza en la mano cuando tomó asiento al lado de Jazz.

-¿Qué os mantiene despiertos a estas horas de la noche? -preguntó Edward.

-Nosotros podríamos preguntarte lo mismo a ti -replicó Sam-. ¿Qué haces en el salón a estas horas?

-No te debo ninguna explicación, Sam Swan.

-Entonces es cierto -le espetó Billy-. Has convertido a la doncella de Cullen en tu amante.

-Te equivocas con la dama -respondió Edward con aspereza. -Isabella no ha consentido nunca en ser mi amante.

-Tu futura prometida duerme allá en la torre -señaló Sam-. No tienes derecho a poner tus ojos en nuestra muchacha. Ella está prometida al jefe de los Black.

-Ellos no se casarán jamás -mantuvo Edward-. Si alguno de los miembros de vuestro clan está pensando en huir al baluarte de los Black, os aconsejo muy en serio que no lo hagáis. Prefiero la paz, pero si llegara el caso, tomaré medidas para destruir al clan de los Black si empiezan a causarme problemas.

-Los Swan estamos cansados de la guerra -dijo Sam mirando a Billy en busca de confirmación. -Pero si continúas deshonrando a nuestra muchacha, haremos lo que sea mejor para nuestro clan.

-Si -reconoció Billy-. Estamos dispuestos a darte una oportunidad para que nuestra gente mejore, pero no nos quedaremos de brazos cruzados mientras tratas a Isabella sin ningún respeto. Tampoco permitiremos que lady Tanya menosprecie nuestro hogar ni a los miembros de nuestro clan. Piensa en ello, señoría.

Tras aquella advertencia, Billy y Sam se levantaron y salieron de allí.

-Sabes que tienen razón, ¿verdad? -aventuró Jazz.

-¿Tú también, Jazz?

-Te estás buscando problemas, Edward. Si valoras Cullen y deseas conservado, deja en paz a Isabella.

Edward observó la mirada reprobatoria de sir Carlisle y alzó una ceja en su dirección.

-Nada más lejos de mi intención que decirte lo que tienes que hacer, mi señor -dijo sir Carlisle-, pero lady Esme está disgustada con la situación existente entre su hija y tú.

Edward cerró los puños y los apretó a los costados.

-¿Acaso crees que no lo sé? ¡No puedo contenerme, maldita sea! Algo extraño está ocurriendo. No sé qué diablos me pasa.

-Yo tengo una sugerencia -aventuró sir Carlisle.

-Yo también -intervino Jazz.

Edward dejó escapar un suspiro de impaciencia. -Adelante. Tú primero, Jazz.

-Envía a lady Isabella a Londres y al resto de su familia al convento. Tienes que concentrarte en tu prometida. Tanto si la apruebas como si no, lady Tanya aporta una considerable riqueza a tus arcas. Tus posesiones y tu nuevo título sólo están garantizados si te casas con la novia que el rey ha escogido para ti.

-Esa solución no es aceptable para mí, Jazz. Puede que lady Esme sea aceptada en el convento, pero el espíritu de la pequeña Renesmee quedará sepultado tras sus muros. En cuanto a Isabella, no considero una opción válida enviarla a Londres. La Corona siente poca simpatía hacia los jacobitas.

Edward se giró hacia el maduro caballero.

-Espero que tu sugerencia sea más aceptable, sir Carlisle.

Sir Carlisle se aclaró la garganta y luego miró de frente a Edward.

-Cásate con la muchacha, mi señor.

 

--------------------------

GRRRRRRR, USTEDES CREEN QUE LADY TANYA, LA DAMA REFINADA, LA SEÑORITA HEREDERA, ¿SEA VIRGEN? JAAAAAAA SI COMO NO ES COMO DECIR QUE LOS SAPOS TIENE PELO JAJAJA, MALDITA BRUJA YO LA ODIO, LO QUE EDWARD DEBERIA DE HACER ES CASARSE CON ELLA Y EN LA NOCHE DE BODAS AHORCARLA O ARROJARLA POR EL VALCON DE LA TORRE JAJAJA,

QUE PENA ME DA CON ESME, RENESMEE, POBRESITAS COMO VAN A SOPORTAR A ESA BRUJA, EDWARD DEBERIA DE SEGUIR EL CONSECO DE SIR CARLISLE, PERO NO ES TAN FACIL, AAAAAAAA ESPERO QUE ISABELLA NO SEA TAN TONTA PARA CONFIAR EN ELLA, SERIA UNA ESTUPIDEZ Y SERA CIERTO QUE YA HA CONSEVIDO UN HIJO DE EDWARD????????? QUE EMOCION ESTO SE VA A PONER BUENO.

LAS VEO MAÑANA BESITOS

Capítulo 11: DIEZ Capítulo 13: DOCE

 
14436749 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10756 usuarios