EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 60930
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 14: TRECE

 

Edward tenía intención de quedarse al lado de Isabella hasta que recuperara la consciencia, pero el deber se impuso cuando Jazz apareció con la sobrecogedora noticia de que los Black habían prendido fuego al pueblo y que los aldeanos estaban a las puertas, suplicando que los dejaran entrar.

-Abrid la puerta -ordenó Edward. Su expresión se había vuelto adusta. -Los Black han llegado demasiado lejos esta vez. Atacaremos al amanecer.

Edward subió a uno de los torreones y se quedó mirando fijamente al cielo, que se había vuelto rojo sangre por las llamas. Maldijo en silencio a Black y regresó al salón para dirigirse a los aldeanos, que habían sido sacados de sus camas en medio de la noche. El padre Hugh, el párroco del pueblo, informó a Edward de que no se había perdido ninguna vida en el incendio.

-Haz lo que puedas para consolar a tu rebaño, padre -le pidió Edward-. Diles que yo personalmente me ocuparé de que reconstruyan las cabañas dañadas por el fuego.

El párroco, un hombre de mediana edad de poco pelo y rostro amable, miró a Edward con un nuevo respeto.

-Gracias en nombre de mi gente, mi señor. Ya sabes que la mayoría de los habitantes de las Tierras Altas son católicos. La fe es una parte importante de sus vidas. Mientras nosotros hablamos, Dios ha escuchado nuestras plegarias. ¿Lo oyes? Está lloviendo. Una señal de que Dios está de nuestro lado.

Edward escuchó la salpicadura de las gotas de lluvia azotando las ventanas, seguida del estruendo de un trueno, y se regocijó con el párroco.

-Dios está ciertamente cuidando de ti y de los tuyos, padre. ¿Lady Isabella y su madre abrazan también la fe católica?

-Sí, ¿no lo sabías?

-No. Lady Isabella ha sido gravemente herida. ¿Querrás ofrecerle consuelo?

El padre Hugh le dirigió a Edward una mirada de asombro. -¿Herida, dices? Sí, hijo mío, acudiré a su lado en cuanto me haya encargado de mis parroquianos.

-Gracias, padre.

Cuando el padre Hugh se hubo marchado, Edward fue en busca de Billy.

-¿Qué opinas ahora del jefe de los Black? -le preguntó con aspereza.

Billy sacudió la cabeza.

-No puedo creer que un hombre en su sano juicio ataque a sus propios aliados. No merece casarse con nuestra muchacha. ¿Cómo está Isabella? Tengo entendido que resultó herida cuando trataba de salir de Cullen.

-Sí. Es una historia que más vale dejar para más adelante. Hay habitaciones sin utilizar en el castillo. Sir Carlisle os ayudará a encontrar camas para las mujeres y los niños. Los hombres pueden dormir en el salón.

Se marcharon cada uno por su lado. Edward regresó a la sala de las mujeres para ver cómo estaba Isabella. Alice se reunió con él en el vestíbulo. Tenía la frente arrugada por la preocupación.

-Lady Esme está angustiada -le confesó Alice-. Estaba al tanto del plan de fuga de Isabella y la advirtió en contra, pero ella no quiso escucharla. Le dije a lady Esme que Isabella no estaba herida de gravedad, pero está preocupada de todas formas.

-Hablaré con ella -dijo Edward.

Edward entró en la habitación de Esme y la encontró tan angustiada como Alice había asegurado que estaba.

-Lord Edward, gracias a Dios. Por favor, dime la verdad. ¿Cómo está mi hija?

-Nana dice que se va a poner bien y no tengo motivos para dudar de ella. No disparé a matar, y mi bala únicamente la rozó. No tenía ni idea de que le estaba disparando a Isabella hasta que una ráfaga de viento le arrancó la boina de la cabeza y le cayó el cabello por la espalda. Pero ya era demasiado tarde. ¿Qué puedes decirme respecto a su decisión de marcharse ahora? ¿Quién la ayudó?

-No sé por qué escogió marcharse ahora, pero sí puedo decirte quién la ayudó. Fue lady Tanya.

Una gran ira hizo temblar a Edward.

-¿Estás segura?

-Oh, sí, Isabella me lo contó todo antes de marcharse. Le advertí que no confiara en tu dama, pero ya conoces a Isabella. Estaba completamente decidida. Algo o alguien la había disgustado.

Edward aspiró con fuerza el aire y preguntó:

-¿Está enamorada de Black? ¿Por eso estaba tan ansiosa de irse con él?

-No es una pareja nacida del amor -explicó Esme-. El padre de Isabella deseaba ese matrimonio, e Isabella es una hija obediente.

-Gracias por contarme esto, mi señora. Hablaré con lady Tanya cuando haya terminado con los Black.

-¿Qué piensas hacer?

-Echar a los Black de mis tierras -aseguró Edward. Entonces le dio las buenas noches a lady Esme y se marchó.

Antes de meterse en la cama, Edward regresó a la habitación de Isabella para ver cómo estaba. Se encontró con Nana adormilada en una silla al lado de la cama. La anciana levantó la cabeza y le hizo un gesto para que entrara.

-¿Cómo está Isabella? -preguntó Edward-. ¿Ha dicho algo?

-La muchacha no se ha movido desde que te fuiste -respondió

Nana-. Deberías irte a la cama, señoría. El amanecer llegará antes de lo que nos gustaría. Sé que vas a salir al encuentro de los Black, y mis voces me hablan de tu victoria. Eres inglés, y no debería desearte nada bueno, pero Jacob Black ha mostrado su auténtica cara al prender fuego al pueblo. Y creo sinceramente que Cullen prosperará contigo como señor.

-Gracias, Nana -le agradeció Edward-. Cuida de Isabella, yo voy a seguir tu consejo y a descansar un rato.

-¿Y qué hay de lady Tanya? -preguntó Nana. Edward sonrió con ferocidad.

-Me encargaré de ella en el momento que yo considere oportuno.

Edward no fue capaz de dormir. La certeza de que podía haber matado a Isabella pesaba como una losa sobre él. Por culpa de un viento errante y de una jugada del destino, Isabella podría estar muerta ahora. Edward era un tirador excelente; no había apuntado para matar, pero nunca podía saberse. No habría sido capaz de seguir viviendo si hubiera asesinado a la mujer que más le importaba.

E Isabella le importaba. Ninguna mujer que hubiera conocido lo había afectado jamás como aquella tigresa pelirroja. Aunque hubiera mujeres de belleza más convencional y más refinadas, Isabella tenía una calidad especial que la hacía única.

Cuando estaba a punto de amanecer, Edward se levantó y se preparó para la batalla. Enfundó su espada, se colocó la pistola al cinto y bajó las escaleras que llevaban al salón. Los criados se movían entre las mesas colocando cuencas de gachas de avena y bandejas de jamón frito delante de los hombres. Por el rabillo del ojo distinguió a Jazz ya Alice, que hablaban en voz baja. Se dio cuenta de que su amigo tocaba el rostro de la muchacha en tierna despedida.

-Alice se encargó de que se sirviera un desayuno temprano -explicó Jazz cuando colocó una silla al lado de Edward-. Nuestras monturas nos esperan en el patio.

Edward agarró el hombro de su amigo.

-Es bueno tener a un hombre como tú cerca, Jazz. ¿Desayunamos?

Un húmedo amanecer que prometía más lluvia se deslizó lentamente sobre el gris horizonte cuando Edward se levantó e hizo un gesto para dar por terminado el desayuno.

-Ha llegado la hora -les dijo a sus hombres. -El enemigo nos espera.

Los Black estaban despertándose cuando Edward y sus hombres irrumpieron en su campamento. Levantándose a trompicones de sus camastros, los escoceses se lanzaron rápidamente al ataque bajo un grito de batalla y se enzarzaron con los ingleses en un combate de igual a igual. El bosque rugió con los sonidos de la batalla. Las fuerzas de Edward eran inferiores en número, pero los habitantes de las Tierras Altas poseían armas rudimentarias y a los guerreros les faltaban las habilidades para la lucha que poseían los entrenados y expertos caballeros.

Fue una lucha cruda y sangrienta, pero Edward contaba con el peso de numerosas batallas e igual número de victorias a sus espaldas. Era un astuto estratega, y pronto ideó un plan para rodear y dividir a los habitantes de las Tierras Altas en grupos pequeños.

Habían caído demasiados hombres, decidió Edward mientras desviaba el golpe de una espada que iba directa a su corazón. Divisó a Jacob Black y se abrió camino hacia el jefe luchando.

-Ríndete, Black -le exigió.

-Nunca -espetó el hombre enganchando al instante a Edward en un choque de espadas. -Somos más numerosos que vosotros.

Edward echó a un lado la espada de Black y le lanzó una estocada, sonriendo con satisfacción al ver que le hacía sangre.

-No podéis ganar -aseguró Edward-. Mira a tu alrededor. Tus hombres están cayendo. A pesar de que nos superáis en número, nuestras armas y nuestra experiencia nos harán ganar.

El rostro de Black era una máscara de rabia. Alzó la espada con ambas manos y la lanzó hacia abajo. Edward se apartó a un lado para evitar la afilada hoja de la espada, pero la punta le alcanzó el brazo, provocándole un surco superficial desde el hombro hasta el codo. Haciendo caso omiso de la herida, Edward volvió a ser el agresor, obligando a Black a retroceder.

-¡Inglés asesino! -gruñó Jacob-. ¡Un Black! ¡Un Black! Su grito de batalla quedó sin respuesta. Al parecer, Jacob se dio cuenta de lo absurdo que resultaba continuar, porque rompió bruscamente contacto con Edward. Alzando la voz, soltó el grito de re-tirada.

-No he terminado contigo, inglés -susurró Jacob mientras se giraba y huía hacia los oscuros recovecos del bosque.

Jazz apareció al lado de Edward. Su espada rezumaba sangre. -¿Vamos tras ellos, Edward?

-No, ¿qué sentido tendría? Esta es su tierra; nunca daremos con ellos. Confiemos en que hayan aprendido la lección.

Jazz asintió.

-Me encargaré de que traigan a los heridos y a los muertos de regreso a la fortaleza.

Edward volvió al castillo, su mente daba vueltas a los problemas a los que se enfrentaba ahora. Lo primero que tenía que hacer era ocuparse de los aldeanos. Dado que sus cabañas estaban hechas con piedra y paja, dio por hecho que la mayor parte de los daños se concentrarían en el tejado y en los muebles. La lluvia de la noche anterior había sido una bendición del cielo. Había contenido el fuego y evitado que los daños fueran mayores. Edward esperaba inspeccionar las cabañas aquel mismo día y tramitar las reparaciones.

Entonces se encargaría de lady Tanya.

Edward cruzó a grandes zancadas el salón, deteniéndose de golpe al sentir el tenso silencio que siguió a su llegada. Todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se pusieron en alerta. ¿Qué estaba ocurriendo? Percibía hostilidad. ¿Hacia él? ¿Hacia los Black? ¿Estaban los Swan dispuestos a perdonar el ataque de los Black contra su aldea sólo porque odiaban a los ingleses?

-Los Black han sido derrotados de manera aplastante y han regresado a su bastión -anunció Edward a la silenciosa multitud.

Nadie dijo nada. El silencio resultaba ensordecedor. Entonces una voz se alzó entre el mar de rostros.

-Te damos las gracias, lord Edward. Lo que hizo Black no estuvo bien.

Siguieron unos cuantos "sí", y de pronto el salón estalló en una gran ovación. Asombrado, Edward se quedó mirando fijamente a los aldeanos con expresión confundida.

-¿Y qué pasa con nuestras casas? -preguntó una mujer con voz tímida.

-Se repararán todas y cada una de las cabañas -prometió Edward cuando por fin fue capaz de hablar. -Todo lo que hayáis perdido en el fuego será repuesto -se giró hacia el sacerdote. -Padre Hugh, escoge a algunos hombres para inspeccionar una a una las cabañas y hacer una lista de las reparaciones que se necesitan. Espero un informe completo para mañana.

-¿Podemos volver a nuestras casas antes de que se lleven a cabo las reparaciones? -preguntó alguien.

-Eso depende completamente de vosotros. La mayoría estaréis deseando ver los daños de vuestros hogares, así que no os impediré el regreso, si eso es lo que queréis. En cualquier caso, tened en cuenta que se os proporcionará toda la ayuda que necesitéis. La comida y las provisiones saldrán de los graneros de Cullen.

-Que Dios te bendiga, señoría -sollozó una mujer. -Eres un buen hombre aunque seas inglés.

Edward contuvo una sonrisa, y deseó que cierta arpía pelirroja estuviera de acuerdo. Pero concentró su atención en un asunto más apremiante: lady Tanya. Se estaba alejando para enfrentarse a ella en su dormitorio cuando Alice le tiró de la manga.

-Señoría, estás herido. Deja que vaya a buscar a Nana. Edward se miró el brazo y se encogió de hombros. -No es nada, Alice.

-Claro que es algo -Alice torció el gesto. -Siéntate, Nana no tardará nada en traer sus hierbas y sus cataplasmas. -La joven se detuvo y luego preguntó con timidez-: ¿Has visto a sir Jasper? No está entre los heridos, ¿verdad?

-Sir Jasper está ileso -le aseguró Edward. Alice asintió y salió corriendo.

A Edward le sorprendía la preocupación de Alice por su bienestar, y se preguntó si los Swan estarían empezando por fin a confiar en él. Nada le complacería más.

Nana llegó enseguida con su cesta de hierbas y medicinas. -¿Hay muchos heridos además de ti? -preguntó mientras dejaba la cesta sobre la mesa y retiraba la manga de la camisa de Edward para inspeccionarle la herida.

-Unos cuantos. Ambos bandos hemos sufrido pérdidas. Encontrarás a los heridos en la enfermería. Agradecerán mucho tus atenciones. -Los atenderé cuando haya visto tu herida. Tienes suerte, señoría. No es más que un corte superficial. Estarás como nuevo en cuanto lo limpie y lo vende.

-¿Cómo está Isabella? -preguntó Edward mientras Nana lo curaba.

-Está despierta y controla sus sentidos. No sabe que fuiste tú quien la hirió, pero sabe que Jacob Black le prendió fuego a la aldea. ¿Irás a verla ahora?

-Más tarde -respondió Edward distraído.

-Sí -asintió Nana-, en el fondo de tu corazón sabes lo que hay que hacer. Ahora debes pensar en nuestra muchacha. Ya estás, señoría -dijo apretando la venda.

-Gracias, Nana -Edward se puso de pie. -Sé lo que hay que hacer, por muy desagradable que sea.

Con el cuerpo fume por la determinación, Edward se dirigió hacia las escaleras de piedra que daban al dormitorio de Tanya. Se detuvo un instante en el rellano superior para calmar su ira y luego llamó a la puerta.

No obtuvo respuesta.

-¡Tanya! Abre, se que estás ahí. Seguía sin haber respuesta.

Edward maldijo en voz alta y giró el picaporte. La puerta estaba cerrada con llave. Estaba considerando la posibilidad de echarla abajo cuando se abrió de golpe. La fornida figura del reverendo Trilby bloqueaba la entrada.

-¿Dónde está? -inquirió Edward apartando a Trilby a un lado.

Atisbó a Tanya en una esquina y le ordenó al reverendo que saliera de la habitación.

-¡No, quedaos! -le suplicó Tanya.

Edward le lanzó al reverendo una mirada reprobatoria. -Salid ahora mismo si no queréis que os eche yo de aquí.

-Reverendo Trilby, por favor -susurró Tanya con voz temblorosa.

Al parecer, Trilby se tomó en serio la amenaza de Edward, porque se disculpó ante Tanya con la mirada y se dirigió reculando hacia la puerta.

-Tenéis que prometerme que no le haréis daño, mi señor.

-Por muy tentado que me sienta, lady Tanya no sufrirá ningún daño físico en mis manos.

Trilby asintió y salió precipitadamente de allí. Edward cerró de un portazo tras él y luego se giró hacia Tanya.

-Bajo tu belleza se esconde una zorra despiadada. Admítelo. Tú planeaste deliberadamente la muerte de Isabella.

Tanya alzó la barbilla hacia el techo.

-Si Isabella te ha dicho eso, miente. Soy inocente.

-Cuéntale eso a alguien que te crea. ¿Con qué golpeaste a Corbin? Podrías haberlo matado.

-¡No le di tan fuerte como para herirle! -gritó Tanya. Entonces abrió los ojos de par en par y cerró la boca de golpe, como si se hubiera dado cuenta de lo que acababa de admitir.

La furia brillaba en las profundidades de los ojos de Edward. -¿Qué esperabas ganar con la muerte de Isabella?

-No está muerta.

-Pero no gracias a ti. Fue un milagro que mi bala no fuera a parar a un órgano vital.

Tanya se acercó furtivamente hasta Edward y le rodeó el cuello con los brazos. Bajó la voz hasta convertirla en un susurro seductor. -¿No podemos olvidar lo que ha pasado? Puedo hacerte feliz, te lo juro. Quiero ser tu esposa.

Edward le quitó los brazos y la apartó de sí.

-Eso no va a ocurrir. Voy a enviaros a ti, al reverendo Trilby y a vuestro séquito de regreso a Londres.

Tanya entornó los ojos.

-No puedes echarme de aquí. El rey me escogió personalmente para que fuera tu esposa. Te castigará de inmediato por tu desobediencia.

-Me arriesgaré -replicó Edward-. Voy a enviarle una carta de explicación al rey con uno de mis hombres. La carta llegará a Londres antes que tú.

-Estoy segura de que podemos arreglar esto de modo que ambos estemos satisfechos -trató de persuadirle Tanya-. No permitas que una jacobita traidora se interponga entre nosotros.

El desprecio de Edward resultaba palpable.

-No existe un nosotros, Tanya. Nunca ha existido. Recoge tus cosas. Tu escolta te estará esperando mañana después del desayuno.

El gemido ultrajado de Tanya quedó desatendido cuando Edward salió dando un portazo. Echar a Tanya de allí provocaría seguramente que perdiera su titulo y Cullen, pero nada podría convencerle para que se casara con ella. No era el tipo de esposa que deseaba. Edward no tenía ninguna intención de vivir en Londres ni de tomar una esposa que sólo buscaba la excitación que ofrecía la vida en la ciudad.

Un pensamiento absurdo se apoderó de pronto de Edward, que estuvo a punto de reírse en voz alta cuando se detuvo a sopesar las consecuencias. Significaría desafiar abiertamente al rey, pero a aquellas alturas ya no le importaba. De hecho, cuanto más pensaba en ello, menos ridícula le parecía la idea.

Todavía sonriendo, Edward bajó de dos en dos las escaleras de la sala, llamó a la puerta de Isabella y entró. La encontró sentada al borde de la cama, intentando coger la bata.

-¿Cómo te encuentras? -le preguntó.

Isabella le lanzó una mirada desafiante.

-¿De verdad te importa? ¿Cómo supiste que había salido del castillo?

-Tanya dio la voz de alarma. Deberías haber sabido que no podías confiar en ella -le dijo sin rodeos. -¿Te duele?

Qué estúpida había sido al creer a Tanya, pensó Isabella arrepentida. Se tocó la herida de la cabeza.

-Estoy mejor.

-Tuviste suerte. La bala sólo te pasó rozando. Me hicieron creer que eras un espía de los Black -Edward la observó pensativo-. ¿Por qué querías irte?

Isabella parpadeó al mirarlo.

-Tanya y tú ibais a pronunciar vuestros votos. No estaba dispuesta a vivir en Cullen como tu amante. Tanya me odia; la vida hubiera resultado insoportable si llego a quedarme.

La mirada de Isabella flaqueó.

-Decidí huir a Glenmoor, con mi pariente Christy Macdonald.

-¿No ibas a reunirte con Jacob Black? -preguntó Edward sorprendido.

-No. He terminado con Jacob.

-Ya no necesitas irte a ningún lado -dijo Edward-. No habrá ninguna boda. Voy a enviar a Tanya y a su séquito de regreso a Londres mañana.

Isabella abrió los ojos de par en par y también la boca.

-¿Por qué? Tienes que casarte con Tanya para conservar Cullen. La determinación de Edward no flaqueó.

-Confío en que el rey me entienda una vez haya leído mi carta explicando lo inconveniente que resultaría mi matrimonio con Tanya. Puedo proteger Cullen sin tenerla a ella como esposa.

Isabella se reclinó contra las almohadas y observó detenidamente a Edward con los ojos entornados. Trató de imaginar qué significado tenía la decisión de Edward para su familia... y para ella. Comprendía su deseo de mantener sus recién adquiridas tierras, pero no aquella obstinación por desafiar a su rey.

Estaba a punto de pedirle a Edward que la dejara ir a Glenmoor cuando Alice abrió la puerta y miró detenidamente hacia la habitación.

-Tu madre y tu hermana desean visitarte, Isabella.

Lady Esme entró en el dormitorio detrás de Alice. Caminaba despacio, pero Isabella estaba encantada con los progresos que estaba haciendo su madre.

Renesmee pasó rápidamente por delante de Esme.

-¡Isabella! ¿Estás bien? Mamá dice que te han herido. No me han dejado salir de la sala de las mujeres en dos días, pero sabía que algo iba mal-desvió la mirada hacia Edward-. Tú no le has hecho daño a Isabella, ¿verdad?

Antes de que Edward pudiera contestar, Isabella dijo:

-Fue un accidente, Renesmee -palmeó un lado de la cama. -Sentaos las dos a mi lado. ¿Cuánto tiempo llevas ya levantada y andando, mamá?

Lady Esme se colocó a un lado de la cama mientras Renesmee se subía al regazo de Isabella.

-Llevo ya algún tiempo, aunque no he salido de la sala de mujeres ni he intentado subir las escaleras -le dirigió una mirada significativa a Edward-. Necesito estar fuerte para mi familia. Lady Tanya nos desea el mal. Por eso he mantenido cerca de mí a Renesmee desde la llegada de la prometida de lord Edward.

-Ya no tienes que seguir preocupándote, mi señora -le aseguró él. -Tanya va a regresar a Londres.

Una tenue sonrisa cruzó los labios de Esme mientras dirigía la mirada de Edward a Isabella.

-Dios actúa de forma misteriosa. ¿Cómo te sientes, hija? He estado preocupada a pesar de que Nana me aseguró que no habías sufrido un daño grave.

-Como puedes ver, estoy bien -dijo Isabella.

-¿Y qué hay de los aldeanos, mi señor? ¿Se está ocupando alguien de ellos? Cuando mi esposo vivía, se encargaba de sus necesidades.

-Los aldeanos son ahora mi responsabilidad -aseguró Edward-. Las cabañas están siendo inspeccionadas para evaluar los daños y las reparaciones que se necesitan hacer. Les he proporcionado comida y todo lo que puedan necesitar para hacerlos sentir cómodos. Este invierno debería irnos bien. La fruta madura ha empezado a caer de los árboles, el trigo ya está dorado y también han florecido las huertas de verduras. Hemos perdido algunas cabezas de ganado por culpa del pillaje, pero no preveo escasez de comida en un futuro cercano.

Esme parecía complacida.

-Así es como debe ser. Cullen siempre se ha auto abastecido.

-¿Puedes jugar conmigo, Isabella? -intervino Renesmee alzando la voz, cansada al parecer de aquella charla de adultos.

-No -dijo Edward antes de que Isabella pudiera responder. -Tu hermana necesita descansar hoy.

-Mañana empezaremos otra vez con las clases -prometió Isabella al percibir la desilusión de Renesmee.

-Vamos, Renesmee -dijo Esme incorporándose. -Es hora de irnos. Lord Edward ha dicho que el peligro ya ha pasado, así que hoy puedes jugar en el patio con los otros niños.

-Sí -reconoció Edward-, Cullen está ahora a salvo; puedes andar por donde quieras.

-¿Necesitas algo más, Isabella? -preguntó Alice antes de seguir a Esme y a Renesmee por la puerta.

-No, gracias, Alice. Mañana espero poder levantarme.

-Deberías quedarte exactamente dónde estás -dijo Edward-. Me marcharé para que puedas descansar.

A Isabella le sorprendió que Edward se inclinara para besarla en los labios. Fue un beso extraño. Le supo a pasión cuidadosamente controlada, a posesión, y a algo más. Cuando él soltó finalmente su boca, Isabella no pudo evitar preguntarse si habría besado a Tanya de la misma manera. Entonces Edward se marchó, dejando a Elisa suspirando por algo que una habitante de las Tierras Altas leal no debería esperar.

Isabella estaba casi dormida cuando se dio cuenta de que había alguien de pie a un lado de la cama. Abrió los ojos, sobresaltada al ver a Tanya cerniéndose sobre ella.

-No has ganado todavía -susurró Tanya con voz envenenada. -El rey tendrá noticia de las artimañas que utilizaste para poner a Edward en mi contra. Edward es mío. No puedes tenerlo -se tocó el vientre y una sonrisa maliciosa le curvó los labios. -Estoy casi segura de que estoy esperando un hijo suyo.

Un grito de desmayo atravesó los labios de Isabella. ¿Tanya estaba esperando un hijo de Edward?

-No, ¿cómo es posible? Es demasiado pronto para saberlo.

-Las mujeres conocemos nuestro propio cuerpo -respondió Tanya-. Incluso tú debes estar al tanto de que cuando dos personas se aparean, suelen concebir un hijo. Insistiré en que el rey te castigue duramente por tus engañosas maneras.

-¡Yo no he hecho nada! -protestó Isabella-. ¡Tú te has buscado esto!

Tanya emitió un sonido gutural de desprecio y se giró sobre los talones.

-Disfruta de tu libertad mientras te dure -le dijo por encima del hombro.

 

Isabella permaneció la mañana siguiente en su habitación hasta que Tanya y su séquito partieron rumbo a Londres. Observó por la ventana cómo se marchaban y luego bajó al salón. Todavía sentía las piernas débiles, pero la cabeza no le dolía tanto como el día anterior.

Isabella vio a Edward hablando con un grupo de hombres y se escabulló por detrás de él para desayunar en la cocina con la gente que conocía y quería. Por alguna razón, aquella mañana tenía más hambre de lo acostumbrado y comió con gusto. Cuando salió de la cocina, se tropezó de bruces con la dura pared del pecho de Edward.

-¿Estabas intentando evitarme? -le preguntó burlón.

A Isabella se le sonrojaron las mejillas bajo aquella sonrisa que desarmaba. De pronto recordó la asombrosa noticia que Tanya le había revelado la noche anterior, se apartó de él y alzó la vista para mirarlo fijamente.

-¿No deberías estar en la cama? -preguntó Edward.

-Me encuentro bien -respondió ella con frialdad.

Edward asintió, pero no parecía convencido.

-Te he estado buscando. Creí que te gustaría saber que los daños provocados en el pueblo son mínimos. La lluvia evitó lo que podía haber sido una tragedia. Sólo seis cabañas han perdido el tejado, y el resto han resultado ligeramente dañadas. Se ha perdido algo de mobiliario, pero nada que no pueda remplazarse o arreglarse. Al menos no se han perdido vidas. El Padre Hugh dice que la iglesia se ha salvado.

-¿Y qué hay de los comerciantes? ¿Han sobrevivido sus tiendas al fuego?

-La mayoría están intactas. Ya he mandado que vayan a Inverness para buscar materiales y avituallamiento de los que carecemos en Cullen.

-Estoy segura de que los miembros de mi clan están agradecidos -dijo Isabella-. Si me disculpas, le prometí a Nana que la ayudaría con los heridos.

-Hay algo de lo que quiero hablar contigo -elijo Edward.

-No tenemos nada de qué hablar.

Edward le dirigió una mirada de asombro.

-¿Qué te ocurre? Pareces enfadada. No te disparé intencionadamente, si es eso lo que hace que estés molesta.

Isabella se mostró indignada.

-No se trata de eso en absoluto. No deberías haberla echado de aquí.

-¿Te estás refiriendo a Tanya? Creí que estarías encantada de no volver a verla.

-Eso fue antes de...

-¿Antes de qué?

-Si tú no lo sabes, no me corresponde a mí decírtelo.

Isabella salió de allí con la cabeza muy alta y los hombros estirados. -Cobarde -dijo Edward a sus espaldas.

Isabella trabajó en la enfermería a lado de Nana hasta que todos los heridos estuvieron atendidos.

-Es hora de asearse y reunirse con los miembros de nuestro clan para comer -dijo Nana mientras urgía a Isabella hacia la pequeña estancia separada de la enfermería en la que les esperaban agua fresca y toallas.

-Ya estáis aquí -dijo Edward entrando en la habitación en penumbra-. ¿Qué tal están los heridos?

-Recuperándose, su señoría -respondió Nana.

-Excelente -dijo Edward-. Están sirviendo la comida. ¿Habéis terminado ya?

-Sí, pero primero siéntate para que podamos cambiarte las vendas.

Asombrada, la mirada de Isabella recorrió el cuerpo de Edward en busca de una lesión. No vio nada que indicara que había resultado herido.

-No es más que un rasguño insignificante, y está casi curado -mantuvo Edward.

-Insisto, mi señor -dijo Nana llevándolo hacia un banco. -La infección es un riesgo, independientemente de lo pequeña que sea la herida.

Edward se sentó y alzó el brazo para que Nana se lo inspeccionara.

-Enróllate la manga de la camisa mientras voy a buscar mi cesta a la enfermería -le ordenó Nana.

Isabella soltó un pequeño grito mientras mantenía la vista clavada en el brazo de Edward. Un vendaje empapado en sangre cubría una raja desde el hombro hasta el codo. Se dejó caer a su lado y le apartó cuidadosamente las vendas sucias.

-Creí que habías dicho que no era nada. Edward se encogió de hombros.

-Un inconveniente menor. Parece peor de lo que es. Nana se reunió con ellos un instante más tarde.

-Es una herida superficial, pero todas las heridas pueden infectarse -sonrió con aprobación. -Tu herida está limpia y sana, mi señor. Isabella puede aplicarte salvia y ponerte un vendaje nuevo. Está tan capacitada como yo.

Isabella fulminó a Nana con la mirada. La anciana le devolvió una sonrisa cómplice y salió a toda prisa. Isabella volvió a centrar su atención en Edward; la estaba mirando con una intensidad que le provocó una oleada de escalofríos.

-El vendaje, Isabella -le recordó con dulzura.

Isabella parpadeó y le cogió el brazo. Lo sintió estremecerse y apartó la mirada de su rostro.

-¿Te he hecho daño?

Isabella se inclinó para cumplir su cometido, tenía miedo de derretirse bajo el ardiente calor de su mirada. El mero hecho de tocar a Edward le hacía olvidarse de la existencia de Tanya, y de que Edward era un granuja inglés que pisoteaba los sentimientos de las mujeres. Edward y ella no tenían ningún futuro juntos; se negaba a convertirse en la amante de un hombre que la despreciaba en todos los sentidos... en todos los sentidos menos en uno. Cuando le hacía el amor, la hacía sentirse como si de verdad le importara.

Isabella no podía soportar a los estúpidos, y ella era de la peor calaña. Si Tanya estaba esperando un hijo de Edward, por supuesto que debía casarse con ella.

 

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AAAAAA, TANYA ES UNA ZORRA BIEN HECHA, MENOS MAL QUE EDWARD SE LIBRO DE ELLA, AUNQUEEEEE, ESPEREMOS QUE NO SUFRA LA IRA DEL REY POR DESAFIARLO, !!!!!!!QUE ANGUNSTIA!!!!!! POR OTRO LADO ISABELLA DEFINITIVAMENTE SUFRE DE TONTITIS, QUE BARBARA, COMO PUEDE SER POSIBLE QUE DESPUES DE TODO LO QUE TANYA LE HA HECHO, LE CREA QUE ESTA EMBARAZADA DE EDWARD, GGRRRRRRR, DE VERDAD QUE NO ME LO CREO, ¿QUE HARA EDWARD AHORA?, ¿SEGUIRA EL CONSECO DE CARLISLE? AAAAAAAAAAAAA, QUE EMOCIONANTE ESTA ESTO,

LAS VEO MAÑANA CHICAS BESITOS

Capítulo 13: DOCE Capítulo 15: CATORCE

 
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