EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 60924
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 18: DIECISIETE

El miedo recorrió la espina dorsal de Edward. Los soldados estaban allí para llevarse a Isabella.

-¿Por orden de quién? -preguntó, negándose a echarse a un lado.

-Por orden del rey -respondió el capitán.

Isabella se agarró a la manga de Edward. -Edward, ¿qué están diciendo?

-No te preocupes, mi amor, no permitiré que te lleven con ellos.

-Vos no tenéis nada que decir al respecto, mi señor -dijo el capitán.

-No lo entendéis, capitán -trató de explicarse Edward-. Lady Isabella es mi esposa.

Aquello pareció sorprender al capitán, pero no lo desvió de su propósito.

-Mis órdenes proceden directamente del rey. Descansaremos aquí esta noche y partiremos con nuestra prisionera mañana al amanecer. A menos que me garanticéis que la dama no se escapará, me veré obligado a ponerla bajo custodia.

-¡Yo no he hecho nada! -gritó Isabella.

-¿Cuáles son los cargos? -preguntó Edward haciendo un esfuerzo para que no se le notara el pánico en la voz. Presentía que la fina mano de Tanya estaba detrás de aquello.

-Conspiración para cometer traición contra la Corona -respondió el capitán.

A Edward le dio un vuelco el corazón.

-Esos cargos no sólo son falsos, sino también ridículos.

-No es yo quien debo juzgado -replicó el capitán. -Se requiere vuestra hospitalidad para pasar la noche, mi señor. Por favor, llevad a cabo las disposiciones necesarias para el alojamiento y la comida de mis hombres.

Edward no tuvo más remedio que hacerse a un lado y permitir que el capitán y sus hombres entraran en el salón. Sir Carlisle apareció a su lado para hacerse cargo de los soldados. Edward urgió a Isabella para que entrara y el capitán los siguió.

Edward sentó a Isabella en la mesa e invitó al capitán a tomar asiento al lado de él.

-Y entonces, capitán...

-Mccarty -respondió el otro hombre.

-¿Podemos hablar más a fondo de la orden del rey, capitán Mccarty? Tiene que haber un error. Mi esposa no es una traidora.

-El rey piensa otra cosa. Mis órdenes son llevar a lady Isabella a Londres para que responda de los cargos.

-Si no puedo convenceros para desistir de esto, entonces acompañaré a mi esposa a Londres para defender su inocencia.

El capitán Mccarty sacudió la cabeza.

-No, mi señor. Vos tenéis que quedaros en Cullen. Edward se puso furioso.

-¿Por orden de quién?

-Una vez más, por orden del rey.

-Disculpadme, capitán Mccarty, por favor, deseo hablar con mi esposa a solas. Sir Carlisle os mostrará vuestra habitación y os informará de cuándo podéis bajar vuestros hombres y vos al salón para la cena.

-¿Tengo vuestra palabra de que la dama no saldrá del castillo? -quiso saber Mccarty.

Aunque aquello estuvo a punto de matar a Edward, dio su palabra.

Tomando a Isabella de la mano, cruzó con ella el salón. Cuando llegaron a la intimidad de su dormitorio, la estrechó entre sus brazos. -No puedo evitar que te lleve con él, mi amor, pero no te abandonaré. Voy a hacer algo al respecto, de eso puedes estar segura.

-¿Qué puedes hacer tú? -preguntó Isabella con voz trémula. -¿Por qué ha hecho esto el rey? Podría haberme llamado a Londres mucho tiempo atrás. ¿Por qué ahora?

-Tanya -susurró Edward-. Debe haber llenado los oídos del rey de veneno.

-¿Y qué hay de Renesmee y de mamá? ¿Van a sufrir por mi culpa?

-Tu madre y tu hermana están a salvo aquí -prometió Edward-. Dudo mucho que el capitán Mccarty sepa siquiera de su existencia.

-Gracias a Dios -dijo Isabella en un suspiro. -Pero, ¿cómo vas a ayudarme si el rey te ha prohibido salir de Cullen?

-Desafiaría al rey por ti -murmuró Edward.

Las fuertes emociones que estaban desollando a Edward eran tan poderosas que la conmoción estuvo a punto de hacerle caer de rodillas. El sentido común le decía que lo que sentía por Isabella no era sólo deseo, porque sus sentimientos eran mucho más profundos. ¿Sería amor lo que estaba experimentando? ¿De qué otra cosa podría tratarse? Quería tener a Isabella en su vida, en su cama, entre sus brazos, y no iba a permitir que el rey destruyera lo que había encontrado con ella.

-Si desobedeces al Hannover perderás Cullen -le recordó Isabella.

Los ojos de Edward brillaron con determinación. -¿Crees que valoro Cullen más que tu vida? La sonrisa de Isabella encerraba un cierto lamento.

-Me has dado razones suficientes para preguntármelo.

-No te lo preguntes más, amor. ¿Por qué crees que me casé contigo?

-Porque necesitabas la cooperación de los miembros de mi clan.

-No. Los miembros de tu clan no formaron parte de mi decisión. Cullen era mío tanto si me ganaba su lealtad como si no. Me casé contigo por mí, porque quería que fueras mi esposa. Sabía a lo que me arriesgaba y no me importó.

Isabella se abrazó a él con los ojos llorosos.

-Te amo, Edward, y siempre te amaré, pase lo que pase. Edward abrió la boca para hablar, pero las palabras se le quedaron congeladas en la garganta. Nunca había expresado verbalmente amor hacía una mujer, y no estaba seguro de ser capaz de admitir un sentimiento tan tierno. ¿Y si le salía mal al decirlo? Todo aquello era nuevo para él. Lo que hizo entonces fue besarla con todo el sentimiento que albergaba su corazón, llenándola con su aliento, su amor sin palabras y su pasión. Confió en que aquello bastara hasta que lograra encontrar las palabras que expresaran sus auténticos sentimientos.

Isabella saboreó el amor en sus besos... y algo más: el penetrante olor de la desesperación. El miedo se apoderó de sus entrañas. A pesar de sus valientes palabras, Edward estaba tan preocupado como ella. Ambos sabían que poco podía hacer él para hacer cambiar al rey de opinión. Isabella sería castigada por conspirar junto a Jacob Black aunque no hubiera cometido ningún acto de traición.

-Hazme el amor, Edward -le suplicó Isabella-. Esta podría ser la última vez que estemos juntos.

-Encantado, pero no será la última vez, cariño -la agarró de los hombros. -Escúchame, Isabella. Volveremos a estar juntos de nuevo. ¿Confías en mí?

-Sí, pero hará falta algo más que confianza para salvarme. Nana predijo que nos separaríamos. Debimos haberla escuchado.

-¿Y qué habríamos ganado? Ninguno de nosotros sabía que el rey Jorge ordenaría tu traslado a Londres, y lo único que nos ofreció Nana fue una oscura advertencia.

-Tenemos lo que queda del día de hoy y esta noche -murmuró Isabella-. No quiero perder el tiempo hablando.

Le bajó la cabeza, se puso de puntillas y lo besó con toda la pasión y el amor que albergaba en su corazón. Edward gimió. Isabella atrapó su gemido en la boca y se lo devolvió convertido en un jadeante suspiro. Rodeándola con sus brazos, Edward la estrechó con fuerza contra sí, como si no quisiera dejarla marchar jamás. Pero antes de que Isabella pudiera saciarse de su sabor, Edward se echó hacia atrás y empezó a besarla en el cuello mientras sus manos soltaban los ganchos de la parte posterior de su vestido. Isabella sintió cómo caía el escote, notó cómo los labios de Edward seguían la curva de sus senos. Luego cayó a sus pies el vestido. Los ojos de Edward brillaban como monedas de plata cuando le sacó la combinación por la cabeza y la arrojó a un lado.

-Quiero hacerte el amor -murmuró Isabella contra sus labios. Dio un paso atrás y sonrió seductora mientras empezaba a desvestirle. Cuando Edward trató de ayudarla, ella le apartó las manos. -No, deja que lo haga yo.

Le quitó la chaqueta por los brazos y le desabrochó la camisa. Se quedó mirando fijamente su pecho desnudo. Le brillaban los ojos. Entonces se puso de rodillas, colocó la boca en su pezón y tiró de él. -Vas a matarme si sigues así -gimió él.

Isabella alzó la cabeza y le sonrió, y luego le deslizó la lengua por el surco de vello oscuro de su pecho. Pero no había terminado todavía con él. Le bajó la camisa por los brazos y luego se la quitó. Profundizó con la lengua en el ombligo de Edward; lo sintió estremecerse mientras él le sujetaba la cabeza y le hundía los dedos en el cabello para mantenerla en su sitio. Isabella sonrió contra la tirante planicie de su vientre y comenzó a desabrocharle los botones de los pantalones. Terminó en unos instantes y se los bajó, liberando su henchida virilidad.

Isabella se quedó mirando sin aliento durante una eternidad la turgente cabeza y la gota perlada que colgaba de su punta, y luego deslizó la lengua por su sedosa superficie.

-¡Maldita sea!

Edward trató de poner a Isabella de pie, pero ella no se movió. Alzó la vista para mirarlo con los ojos brillantes, observando su cara mientras lo tomaba con la boca. La expresión de Edward mostraba todo lo que ella podía pedir. Estaba tocado por una pasión atormentada. Isabella saboreó su placer y el aroma de la ardiente excitación en su piel.

-¡Ya es suficiente! -exclamó él.

Antes de que pudiera reaccionar, Elisa se encontró sentada al borde de la cama, con las piernas completamente abiertas y Edward arrodillado entre ellas. Su pérfida sonrisa servía de advertencia para que Isabella supiera que no le daría cuartel cuando hundió la cabeza en el vértice que formaban sus piernas y procedió a darle placer del mismo modo que ella se lo había dado, moviendo la boca y la lengua de forma Íntima sobre su piel húmeda e hinchada. No había forma de negarse. Isabella se agarró a la ropa de cama con las dos manos y sucumbió a un ciego abandono.

Todavía resonaba su clímax en su interior cuando Edward la colocó sobre la cama y entró en ella embistiéndola profundamente, tan profundamente que Isabella se tuvo que morder la lengua para evitar gritar en voz alta cuando su placer se intensificó. Abrazó a Edward contra sí, saboreando el ardiente y húmedo embiste de su virilidad dentro de ella, el exquisito calor de sus cuerpos entrelazados mientras alcanzaban la cima juntos. Isabella sintió cómo se elevaba hacia un nuevo nivel de excitación, su pasión crecía una vez más para acercarse a las exigencias de Edward.

Con todos los músculos en tensión y estremeciéndose, Isabella se rompió en mil pedazos. En algún rincón de su mente, escuchó a Edward gritar su nombre y sintió cómo su húmedo calor la inundaba. Descansaron y luego volvieron a amarse. Nada importaba... ni el capitán Mccarty ni aquellos que esperaban abajo en el salón a que hicieran su aparición durante la cena; les quedaba muy poco tiempo para estar juntos, y la idea de la separación resultaba demasiado dolorosa.

Isabella no pudo retener el alba, por muy desesperadamente que deseara hacerlo. Se levantó al amanecer y metió ropa para el viaje en una mochila pequeña. Se sobresaltó cuando Edward salió de la cama, la agarró de los hombros y le dijo:

-Podemos salir por el túnel secreto y embarcar rumbo a Francia.

Podría hacer que mis hombres provocaran un alboroto y desviaran la atención de la puerta escondida mientras nosotros nos escapamos por ahí.

Isabella le dirigió una sonrisa triste.

-No. Yo nunca te pediría algo así, y no puedo dejar atrás a mamá ya Renesmee. No existe prácticamente ninguna posibilidad de que podamos salir todos. Arrastrar a mamá y a Renesmee por la campiña con el invierno en ciernes dañaría su salud. Además, has dado tu palabra de que yo no intentaría escapar, y se lo mucho que valoras tu honor.

Edward dejó caer los hombros.

-¡Valoro mi honor, pero esto es diferente! Estamos hablando de tu vida.

-Tengo que pensar que el rey mostrará clemencia hacia mí.

-Eso depende de hasta dónde haya forzado Tanya la verdad.

-¿Tengo tiempo para despedirme de mi madre y de mi hermana? -preguntó Isabella.

-Pero tienes que dar te prisa. Seguramente el capitán Mccarty esté deseando partir. Me sorprende que no haya venido anoche a comprobar que estábamos aquí al ver que no bajábamos a cenar.

Como para reforzar sus palabras, el capitán Mccarty llamó a la puerta.

-Lord Edward, es hora de partir. Que salga vuestra esposa.

-Enseguida bajamos, capitán -respondió Edward.

-Ahora -exigió Mccarty.

-Mi esposa no está preparada todavía.

-Edward, ¿Y qué pasa con Renesmee y con mamá? -susurró Isabella-. ¿Crees que el capitán me dejará verlas?

-Doy por hecho que no sabe de su existencia. No sería inteligente llamar la atención sobre ellas. Lo siento, cariño.

-Lo comprendo -dijo Isabella tragando saliva para ocultar su desilusión. -Si las pusiera en peligro, nunca me lo perdonaría. Diles que las quiero y explícales lo que ha ocurrido -la joven estiró los hombros. -Abre la puerta. Estoy preparada.

-Sólo recuerda -dijo Edward-, que no te abandonaré.

Isabella le echó los brazos al cuello y contuvo un sollozo. Había tantas cosas que quería decirle, y tenía tan poco tiempo... Pudieron darse un último beso antes de que Edward abriera la puerta ante las persistentes llamadas del capitán Mccarty. Pero fue un beso que Isabella recordaría hasta el final de sus días. Dulcemente apasionado, desesperadamente tierno, y cargado de promesas, como si estuvieran renovando sus votos matrimoniales en aquel único beso.

-Ya era hora -gruñó Mccarty arrastrando los pies impacientemente en el rellano. Agarró a Isabella del brazo pero Edward se lo retiró y lo colocó en el suyo.

-Yo acompañare a mi esposa al salón -dijo con una voz que no dejaba lugar a discusiones.

Descendieron por la escalera cogidos del brazo. Mccarty los seguía pisándoles los talones, cargando con la mochila de Isabella que Edward le había puesto en sus manos.

-Mira, Edward -exclamó Isabella cuando entraron al salón. Edward se detuvo. Parecía como si todos los Swan de varias millas a la redonda se hubieran congregado en el salón. Formaban pequeños grupos, hablando en tono susurrado y mirando desafiantes a los soldados del rey.

Sir Jasper se abrió paso a través de la multitud.

-Nuestros hombres están preparados para luchar -susurró en un tono de voz que sólo Edward e Isabella pudieron oír. -Sólo tienes que decir una palabra. Y a juzgar por cómo sopla el viento, los Swan parecen dispuestos a unirse a la refriega. Quieren proteger a la dama, igual que nosotros.

Antes de que Edward pudiera responder, Isabella le agarró con fuerza el brazo.

-¡No! Nadie debe morir por mi causa. No des la orden de luchar, Edward, por favor.

Edward valoró la situación con una rápida mirada. El capitán Mccarty había reunido a sus soldados, y estaba preparado para dar la orden de atacar si alguien intentaba interferir en su deber para con el rey y para con su país. Si se desencadenaba una batalla, sería muy cruenta.

-No, Jazz, no debe haber derramamiento de sangre. Jazz parpadeó.

-¿Vas de dejar que se lleven a tu esposa sin oponer resistencia? Isabella le puso la mano a Jazz en el hombro.

-Edward ha escogido la opción correcta, sir Jasper. Debo partir.

-Supongo que sabes que no permitiré que el rey siga adelante con esta farsa, Jazz -aseguró Edward con seriedad. -Haré todo lo que sea necesario para liberar a Isabella. Tengo un plan, pero no puedo actuar precipitadamente. Pero quiero que sepas esto: voy a ir a Londres a hablar a favor de Isabella ante el rey.

-Si Edward dice que va a liberarte, mi señora, entonces cuenta con ello. Puedes confiarle tu vida.

-Confío en Edward -respondió Isabella-. Si hay alguna manera de ayudarme, él la encontrará -colocó los brazos entre los de Edward-. Ya puedes llevarme con el capitán Mccarty, mi amor.

A Edward le fallaban los pasos, pero Isabella lo mantuvo firme. Edward pensó que era la mujer más valiente que había conocido en su vida. La mayoría de las mujeres en la misma situación que Isabella estarían llorando histéricas, pero no su esposa. La fe que tenía en él le hacía humilde. Ella confiaba en que la rescataría, y eso es lo que haría.

Ver a Isabella subirse a su yegua y alejarse fue lo más difícil que había hecho Edward en su vida. Aunque parecía tranquila, él sabía que estaba aterrorizada. Cuando giró la cabeza hacia atrás para mirarlo mientras cabalgaba, su expresión ya había comenzado a desmoronarse.

A Edward no le sorprendió oír llorar a los miembros del clan de Isabella abiertamente, porque él mismo también tenía ganas de llorar. Pero no podía permitirse ese lujo, porque sólo él podría tranquilizarlos. Se dio la vuelta y volvió a entrar en el salón. Esperó a que todo el mundo se hubiera reunido alrededor de él antes de hablar. Docenas de rostros se giraron hacia él expectantes, algunos furiosos, algunos tristes, y otros afligidos.

-Sé que todos estáis afectados por lo que acaba de ocurrir -comenzó a decir Edward-, y que esperabais que yo interviniera. Pero este no era el momento de desafiar al rey ni de retar a sus soldados. Ni Isabella ni yo queríamos un derramamiento de sangre, y eso es lo que hubiera ocurrido si hubiera ordenado a mis soldados que sacaran sus armas.

-¿Qué tienes pensado hacer? -inquirió Sam-. Nuestra muchacha se ha ido. Es tu esposa, tu deber es protegerla.

-Protegeré a Isabella con mi vida -le aseguró Edward-. Y removeré cielo y tierra para que regrese a Cullen, el lugar al que pertenece.

-Qué fácil es hablar -espetó Billy.

Edward se giró para mirar al furioso escocés, cuya determinación quedaba claramente definida en la severa línea de su mandíbula.

-Pongo a Dios por testigo de que no descansaré hasta que la doncella de Cullen vuelva a casa, sea cual sea el coste personal que suponga para mí. Voy a ir a Londres para negociar la libertad de Isabella con el rey.

-¿Cuándo? -preguntó Sam.

-El rey me ha prohibido salir de Cullen, y no quiero que el capitán Mccarty sepa que le voy siguiendo, así que le daré dos días de ventaja. Es mejor llegar a Londres discretamente, así que sólo llevaré tres hombres conmigo. El resto se quedará aquí para proteger Cullen.

Sus palabras parecieron aplacar a los miembros del clan, que comenzaron a dispersarse para regresar a sus casas. Renesmee apareció de pronto y se lanzó a toda velocidad contra Edward, golpeándole con sus puñitos. Edward la contuvo y la estrechó entre sus brazos.

-¿Por qué has dejado que esos hombres malos se llevaran a Isabella? -gritó entre sollozos. -¡Te odio! ¡Te odio!

-Renesmee, cariño, escúchame. Tuve que dejar que tu hermana se fuera. No estábamos en posición de detener a esos hombres. Confía en mí, pequeña. No permitiré que le suceda nada a tu hermana.

Su aseveración no causó efecto en la angustiada niña, que continuó gritando y sacudiendo frenéticamente los brazos contra él. Edward aguantó el peso de su condena con el corazón dolorido. Renesmee creía que él había traicionado a Isabella, y en cierto modo así había sido. Si hubiera aceptado a Tanya como esposa y no se hubiera casado con Isabella, nada de todo aquello hubiera ocurrido.

Pero, egoístamente, había querido quedarse con Isabella. La quería en su cama y en su vida para siempre. Creyendo como un estúpido que no podría salirle mal, había echado a Tanya y se había casado con Isabella, poniendo en peligro su vida con aquel acuerdo. Era un milagro que Isabella lo amara. Tenía todo el derecho del mundo a odiarle, igual que lo hacía Renesmee.

-Renesmee, cariño, cálmate, ¿no acabo de prometerte que a tu hermana no le va a pasar nada?

-¿Por qué no nos dijo adiós Isabella? Mamá no me dejó bajar al salón. Dijo que había hombres malos en el castillo.

-Isabella quería verte antes de irse, pero no hubo tiempo. Le explicaré a tu madre lo que ha pasado -vio a Alice rondando por allí cerca y la llamó con un gesto para que se acercara. -llévate a Renesmee a la cocina y encárgate de que Winifred le de un pedazo caliente de pan de jengibre.

Edward dejó a Renesmee en el suelo. Todavía sollozando, Renesmee agarró la mano de Alice y la siguió hacia la cocina. Edward estaba a punto de subir las escaleras que llevaban a la sala de mujeres cuando Sam lo llamó por señas.

-¿Querías hablar conmigo, Sam?

-Sí, mi señor. Los miembros de mi clan querían que te dijera que te desean lo mejor. Trae a nuestra muchacha de vuelta a casa con nosotros.

Edward tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar, así que se limitó a apretar el hombro de Sam. No se atrevía a fallar con tanta gente confiando en él. En algún momento de los últimos meses se había convertido en uno de ellos. Sentía como si siempre hubiera pertenecido a Cullen, y Cullen a él. No podría volver a mirar a la cara a los miembros del clan de Isabella si les fallaba. Su boca se convirtió en una línea decidida mientras subía las escaleras y llamaba a la puerta de Esme.

Nana le abrió. Edward la observó con los ojos entornados. ¿Por qué no les había advertido Nana? ¿Dónde estaban sus supuestas voces cuando las necesitaban?

Edward entró en la habitación, rezando para encontrar las palabras adecuadas para decirle a lady Esme por qué había dejado marchar a Isabella sin luchar por su libertad. Observó que Esme estaba al lado de la ventana. Un rayo de sol bañaba su pálido rostro.

Esme se giró para mirarle. Edward vio sus lágrimas y se le cayó el alma a los pies.

-Llora a su hija -dijo Nana-. Le expliqué lo que pasó después de la llegada de los soldados, y le aconsejé que Renesmee y ella se quedaran en sus habitaciones. Si te sirve de consuelo, ella sabe que no podías haber evitado lo que ocurrió. Sufre por su hija, sí, pero le he dicho que no debería llorar por algo que estaba predestinado a ocurrir.

La furia impregnó las palabras de Edward.

-¿No te advirtieron tus voces de que Isabella estaba en peligro? ¿Por qué no estabas presente cuando se la llevaron para consolarla?

-No puedo obligar a mis voces a hablar si no desean hacerlo -se defendió Nana-. Por si no lo recuerdas, te advertí de que el peligro se acercaba y que Isabella y tú tendríais que separaros, pero decidiste ignorar mis advertencias.

Temblando de ira, Edward agarró a la anciana por sus estrechos hombros. La hubiera agitado si Esme no se hubiera lanzado en defensa de Nana.

-Suéltala, mi señor. Nana es una mujer anciana; no quiere hacerle daño a nadie.

-Perdóname -dijo Edward con timidez mientras soltaba a la mujer. -Estoy abrumado por la preocupación. Agradeceré cualquier noticia que puedas darme, Nana. ¿Te han dicho tus voces algo relacionado con Isabella?

-No la hostigues, mi señor -lo regañó Esme con dulzura. -Nana sólo puede repetir lo que sus voces le dicen.

-Es verdad, mi señor. No puedo decirte nada, excepto...

-¿Excepto qué? -preguntó Edward impaciente.

-El rey no será benévolo con nuestra muchacha. Parecerá que todo está perdido, pero no te desesperes. Eso será sólo el principio.

-¿Eso es todo? -bramó Edward-. ¡No me has dicho nada!

-Te he dicho mucho. Debes prepararte para el viaje, mi señor. Tu estancia en Londres no será corta.

Edward sintió cómo perdía el control. Si Nana le decía una vaga predicción más, sería capaz de retorcerle su escuálido cuello. -Tráeme a mi hija de regreso, lord Edward -le imploró Esme-. En lo más profundo de mi corazón, sé que la amas. -Tienes razón, mi señora -admitió Edward-. No me arrepiento de haberme casado con Isabella. No importa el costo personal que suponga para mí, te prometo que te devolveré a Isabella.

Los dos días siguientes transcurrieron de modo frenético mientras Edward preparaba su viaje a Londres. Escogió cuidadosamente a los tres hombres que lo iban a acompañar e informó a sir Jasper de su decisión de dejarlo atrás. Al principio Jasper se mantuvo firme, exigiendo que Edward le permitiera acompañarle, pero enseguida vio que tenía razón y estuvo de acuerdo con quedarse allí para defender Cullen.

-Jacob Black no ha dado señales de vida, pero creo que todavía tendremos noticias suyas -explicó Edward-. Confío en que tú mantengas Cullen a salvo.

-Puedes contar conmigo, Edward -mantuvo sir Jasper-. Espero que a Black no se le pase por la cabeza la idea de atacar el castillo mientras tú no estás. Sería muy propio de él aprovecharse de tu ausencia.

-Si ocurriera algún imprevisto, envíame un mensaje a Londres. Edward salió de Cullen un día frío que anunciaba lluvia. La mala suerte cayó sobre él casi inmediatamente. A un día de viaje de Cullen, su caballo perdió una herradura. El pueblo más cercano estaba a varias leguas de distancia, lo que le obligó a dar un rodeo con el que no contaba. Luego vino la lluvia. Cayó en pliegos helados durante tres días seguidos, convirtiendo el camino en un mar de barro que, literalmente, les obligó a continuar el viaje arrastrándose.

En lugar de llegar a Londres dos días después de Isabella, como estaba originalmente planeado, el desaliñado grupo entró en la ciudad la víspera del séptimo día.

 

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GUAPAS SE QUE AHORITA ME ODIAN A MUERTE JAJAJA, PERO COMPRENDAN QUE TODO ESTO ES PO UNA BUENA RAZON, SE QUE LAS COSAS NO PINTAN NADA BIEN, PERO SIEMPRE OCURREN LOS MILAGROS ¿NO?

 

AAAAA SE QUE TODOS ESTUVIERON DISPUESTOS A LUCHAR CONTRA LOS GUARDIAS, PERO HUBIERA SIDO UN DERRAMAMIENTO DE SANGRE MOMENTANEO, YA QUE LO UNIO QUE HUBIERA OCACIONADO ES QUE LLEGARAN MAS GUARDIAS, Y ENTONCES SI, TODO ESTARIA ACABADO.

 

FE Y PACIENCIA CHICAS, SABEN QUE SIEMPRE OBTENEMOS UN FINAL FELIZ. BESITOS

Capítulo 17: SIETE Capítulo 19: DIECIOCHO

 
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