EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 60935
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 5: CUATRO

Isabella se adentró en lo más profundo del bosque, ignorando las zarzas que se le enganchaban al bajo de las enaguas y las ramas de los árboles que se prendían en su capa. La lluvia que había caído antes había vuelto la tierra pastosa bajo sus gruesas botas, pero el cielo se había aclarado milagrosamente y la luna había aparecido súbitamente para guiar a Isabella hacia su destino. No sabía exactamente cómo llegar al baluarte de Jacob, pero estaba convencida de que si no daba con él, él la encontraría.

Jacob fue en el pasado dueño de vastos dominios al sur de Cullen, pero se había visto obligado a ocultarse después de Culloden, y sus tierras fueron entregadas a un lord inglés. Jacob y los miembros de su clan que habían sobrevivido huyeron a las montañas, donde vivían en rudas chozas y en cuevas. Aunque se les consideraba proscritos, habían vivido desde entonces con cierta libertad. En aquel tiempo fue cuando llegó a oídos del rey el rumor de que Jacob Black estaba planeando una insurrección y que pretendía unir su clan con el de los Swan.

Siguiendo un camino a través del bosque que apenas se utilizaba, Isabella iba muy bien de tiempo hasta que un banco de nubes llenas de lluvia se cruzó por delante de la luna, sumiendo el bosque en la oscuridad. Entonces se levantó una espesa niebla que la engulló.

Isabella perdió enseguida el camino entre los gigantescos árboles.

Sabía que era peligroso continuar sin una luz que la guiara. Pero algo bueno tenía aquel tiempo que de pronto se había vuelto contra ella, pensó. Serviría para ocultada a ojos de quien quisiera buscarla, si es que lord Edward había decidido ir tras ella.

Isabella se estremeció cuando las primeras gotas de lluvia le cayeron en la cara. Se detuvo bajo un árbol de frondosas hojas y se deslizó por su tronco hasta sentarse en el suelo. Apoyó la cabeza contra la mochila y decidió que lo mejor que podía hacer era descansar mientras pudiera y continuar el viaje cuando saliera el sol.

No era su intención dormirse, pero le pesaban tanto los ojos que no podía mantenerlos abiertos. A pesar de sus buenas intenciones, se acurrucó con tristeza bajo la copa y se quedó dormida.

 

Edward estaba empapado, frío, hambriento y furioso. La lluvia helada no contribuía a mejorar su mal humor. Llevaba horas caminando a través del bosque. Cuando la luna se ocultó bajo un banco de nubes y comenzó a caer la lluvia, Edward maldijo su perra suerte. Sin embargo, le consolaba un tanto pensar que Isabella tenía que estar tan incómoda como él.

Cuando la lluvia le cayó con fuerza sobre la cabeza, su mal humor aumentó varios grados. En el momento en que tuvo lugar el sombrío amanecer, Edward estaba de un humor asesino. ¿Es que aquella tigresa pelirroja no se daba cuenta del peligro que corría una doncella desprotegida en aquellos tiempos turbulentos? Bandoleros y depredadores de cuatro patas vagaban por aquellos bosques en busca de presas, e Isabella era un bocado suculento.

Edward guió su caballo por el bosque, buscando pistas con su aguda mirada. No estaba dispuesto a rendirse, porque hacerla implicaría reconocer la derrota a manos de una mujer. En todos sus años como soldado, jamás había perdido una batalla ni se había dado por vencido. Si Isabella se le escapaba ahora, se arriesgaba a perder el futuro con el que siempre había soñado. No, decidió endureciendo los rasgos de su rostro con determinación. Isabella no se le escaparía. Había muchas cosas en juego.

De pronto, Edward atisbó algo prendido en una espina y tiró de las riendas de Cosmo para detenerlo. Estiró el brazo y cogió un trozo pequeño de tela del arbusto. Girándolo entre los dedos, se dio cuenta de que era un jirón de franela. ¿Era una parte de la enaguas de Isabella? Sus labios se curvaron en una sonrisa. Si ella hubiera visto aquella sonrisa, se hubiera sentido aterrorizada.

Poco tiempo después, Edward encontró una pequeña huella de pie sobre el mullido suelo y otro trozo de tela. Decidido y serio, espoleó su montura. Atrapado en la emoción de la caza, la lluvia, el frío y el hambre quedaron olvidados cuando se convirtió en un cazador que corría tras su presa.

Isabella se despertó sobresaltada, disgustada al ver la turbia luz del triste amanecer saludándola. Se levantó del suelo y se estiró. Sus huesos protestaron por el esfuerzo y también por el frío, que los había agarrotado. El estómago le rugió, pero ella hizo caso omiso; no tenía tiempo para el hambre. Era culpa suya haber olvidado llevar víveres para el viaje y haber comido tan poco el día anterior.

Recogió la mochila y encontró rápidamente el camino que había abandonado durante la noche. Poco después escuchó un crujido detrás de ella y se quedó petrificada. ¿Se trataba de un animal acechándola? Había muchos en el bosque. Tal vez fueran bandoleros. O cazadores furtivos. Por Dios, que no fuera el Caballero Demonio. Era poco probable que la hubiera encontrado tan pronto; no se habrían percatado todavía de su ausencia. El sonido se hizo más fuerte y se escuchó más cerca. Sin duda había alguien detrás de ella. Cuando escuchó a un caballo relinchando por las fosas nasales, dejó caer la mochila y salió corriendo con el corazón latiéndole frenéticamente contra las costillas.

Isabella corrió lo más rápido que le permitieron las piernas, pero los cascos del caballo se acercaron más, y luego más todavía, hasta que temió ser arrollada. Se atrevió a mirar hacia atrás y se encontró con una visión tan aterradora que la hizo tambalearse. Un jinete oscuro subido a lomos de un corcel negro, con la capa volando a su espalda y los poderosos muslos firmemente apretados contra la montura, se acercaba a ella a toda prisa. Aquel único vistazo no había revelado el rostro de su atacante, pero Isabella estaba convencida de que era mejor no verlo.

La levantaron del suelo con brusquedad. Sintió la fuerza y la determinación de aquel brazo musculoso que la agarró por la cintura y dejó escapar un gemido de dolor. Estaba a punto de expirar por falta de aire cuando el caballo se detuvo en seco y ella fue colocada con brusquedad en la silla delante de su agresor.

El hombre que la sujetaba entre sus fuertes muslos no dijo nada, como si estuviera esperando a que ella hablara. Aunque estaba asustada por aquel oscuro diablo, la furia pudo más que la prudencia.

-¡Cómo te atreves! -Isabella se giró para mirar a su secuestrador-. ¿Sabes quién soy?

Al ver que seguía un silencio que no presagiaba nada bueno, Isabella alzó los ojos hacia el rostro de su agresor y sintió cómo el miedo se apoderaba de nuevo de ella.

-¡Tú!

-¿Esperabas a otra persona? -se mofó Edward-. ¿A Jacob Black, tal vez?

-¿Cómo has... quién te lo ha dicho? No deberíais haberme echado en falta todavía.

-Debería haber apostado un guarda a tu puerta -gruñó Edward con voz amenazante. -¡Qué estúpido he sido! No me di cuenta de lo desesperada que estabas por llegar hasta Jacob Black. Tal vez te haya juzgado mal. Tal vez conoces a Jacob Black más íntimamente de lo que yo pensaba. ¿Sois amantes?

Isabella levantó el brazo para darle un golpe, pero Edward le agarró el brazo y se lo sujetó en la espalda.

-No vuelvas a hacer algo así -le advirtió.

-No vuelvas a insultarme -respondió ella.

Isabella apretó los dientes con frustración al ver que Edward dirigía su caballo de nuevo hacia Cullen.

-¿Dónde me llevas?

-A casa. ¿Cómo lograste salir del castillo sin ser vista? La puerta estaba cerrada. ¿Hay alguna forma de entrar y salir de la fortaleza de la que yo no tenga conocimiento?

Isabella se lo quedó mirando con los labios fuertemente apretados. -¿No vas a hablar? -se burló Edward-. No te preocupes, si existe una salida secreta, la encontraré.

Isabella emitió un gutural sonido de mofa.

-Tus guardas no vigilan tan bien como tú crees. No existe ninguna salida secreta. Te lo aviso, lord Edward, no hay muros suficientemente altos para retenerme donde no deseo estar. Envíame al convento si quieres, pero no me quedaré allí.

Sus palabras provocaron una auténtica tormenta en el cerebro de Edward. No había contado con la rebelde naturaleza de la doncella de Cullen. ¿Conseguirían contenerla los muros del convento?, se preguntó. Sabía perfectamente qué ocurriría si se escapaba. Su gente la seguiría hasta el baluarte de los Black, y ocurriría lo que Edward estaba tratando de evitar.

Tenía que haber alguna forma práctica de evitar que Isabella llegara hasta Jacob Black. El problema parecía insalvable, pero Edward se creía capaz de superarlo. Fue sopesando la situación durante todo el camino de regreso a la fortaleza.

Sir Jasper salió a su encuentro.

-Has dado con ella -dijo dirigiéndole a Isabella una mirada de desconfianza.

-Sí, Jazz, empapada como una sopa pero al parecer ilesa. Haz que suban una bañera y agua caliente a mi habitación.

-¿Viajará hoy al convento?

-No, Jazz, no estoy seguro de que enviarla lejos sea la mejor solución.

-¿Qué? ¿Estás loco, Edward? Esta mujer es una fuente de problemas. Envíala lejos antes de que provoque más líos. ¿Cómo consiguió escapar sin ser vista?

-Si crees que ahora causo problemas, espera a que me metan en el convento -arremetió Isabella-. Se arrepentirán del día que lo hicieron.

-Eso es justo lo que me temo -murmuró Edward sombríamente. -Encárgate de la bañera, Jazz.

-Como quieras, pero no digas que no te lo advertí.

-¿Qué tienes pensado hacer conmigo, mi señor? -preguntó Isabella.

-No lo he decidido todavía. Hasta que lo haga, permanecerás encerrada en la torre.

Edward vio cómo se estremecía y cayó en la cuenta de que tendría tanto frío y probablemente tanta hambre como él. Agarrándola del brazo, la llevó por el salón hacia la tortuosa escalera que llevaba a sus aposentos, situados en la torre.

-Exijo regresar a la sala de las mujeres. Edward apretó los dientes.

-No tienes derecho a exigir nada. Tu destino depende enteramente de mí. No creo que al rey le importe que estés en un convento o... -sus palabras terminaron en un silencio que no presagiaba nada bueno.

Isabella alzó su pequeña barbilla.

-Adelante, termina la frase. No, deja que lo haga yo por ti. Le causaría menos problemas a tu país si estuviera muerta.

-No pongas en mi boca palabras que no he dicho, señora. Ahora mismo no estoy en la mejor disposición hacia ti. Estoy calado hasta los huesos y necesito comer.

-¿Y yo no?

La tempestuosa bravuconería de Isabella divertía a Edward. Parecía que no tuviera miedo, pero él sabía que no era tan brava como pretendía ser, porque le temblaban los labios y tenía las manos tan apretadas que se le habían quedado los nudillos blancos.

Cuando llegaron a las escaleras, Isabella clavó los talones en el suelo.

En lugar de discutir, Edward la cogió en brazos y subió con ella por la escalera de piedra como si no pesara.

La habitación de Edward era la única que había en aquella torre en particular. La puerta estaba abierta, y él entró con Isabella en brazos, cerrando de golpe tras ella. En cuanto la dejó en el suelo, Isabella se giró para enfrentarse a él.

-¿Por qué me has traído aquí? No te atrevas a tocarme.

-No temas, mi señora. Con lo espinosa que eres, creo que me desangraría hasta morir por culpa de mil heridas punzantes.

-Quiero ver a mi madre y a mi hermana.

-Me temo que eso es imposible. No vas a ver a nadie hasta que haya decidido qué voy a hacer contigo.

-Creí que eso ya lo tenías pensado.

-No estoy seguro de que el convento sea la opción más inteligente. Necesito tiempo para pensar en las posibilidades existentes en lo que a ti se refiere. Como tú misma me has indicado tan amablemente, los muros del convento no son lo suficientemente altos como para evitar que te escapes y corras hacia Black. Tal vez debería lavarme las manos respecto a ti y enviarte a Londres para que te las arregles con el rey.

Isabella reculó horrorizada.

-¡No! Me estarías enviando a la muerte.

-No necesariamente. Tal vez el rey te encuentre un esposo inglés. Alguien que te golpee hasta hacerte entrar en razón.

Las furibundas chispas de sus verdes ojos prácticamente chamuscaron a Edward.

-Ni iré a Londres, y no me casaré con un inglés.

La respuesta de Edward quedó interrumpida por una discreta llamada a la puerta. Avanzó hacia delante, la abrió y se apartó a un lado mientras los criados introducían una gran bañera en la habitación y la colocaban frente al fuego. Bajo la supervisión de Edward, llenaron la bañera con cubos de agua caliente y fría. Alice permaneció detrás, dirigiéndole ansiosas miradas a Isabella.

-Puedes marcharte -la despidió Edward.

-No, quédate -le pidió Isabella-. El Caballero Demonio quiere hacerme daño.

Edward se giró para mirar a Isabella, alzando una de sus oscuras cejas. -Tus mentiras están empezando a molestarme. No sufrirás ningún daño conmigo -se giró hacia Alice-. Tienes mi palabra, muchacha. Por favor, cierra la puerta al salir.

-¡No le creas, Alice! Quiere violarme.

-¡Fuera! -gritó Edward.

-¿Ocurre algo? -preguntó Sir Jasper asomando la cabeza en la habitación. -Se os escucha gritar desde el salón.

-La señorita Alice tiene cosas que hacer, Jazz -espeto Edward-. No hace falta que se quede aquí.

-Edward...

-No, Jazz, se lo que hago. Acompaña a la señorita Alice fuera de mi habitación y cierra la puerta al salir.

Parecía como si Jazz quisiera objetar algo, pero dio la impresión de pensárselo mejor. Cogió a Alice del brazo y la sacó al pasillo. Edward cerró la puerta con la llave de hierro y luego la puso en una pequeña bolsa que llevaba al cinto.

-Métete en la bañera -le ordenó Edward-. Te vas a morir si continúas con esas ropas húmedas.

Isabella miró con avidez hacia la bañera y luego sacudió la cabeza. -No hasta que te hayas marchado.

Edward le lanzó una mirada sombría.

-¿Quieres que te desvista yo? Estoy empezando a perder la paciencia, señora. Tengo intención de utilizar la bañera después de ti y no me gusta bañarme en agua fría.

Edward dio un amenazador paso hacia delante.

-¡No! Yo... yo misma lo haré. Date la vuelta.

Edward se la quedó mirando y luego se giró y se acercó a la ventana.

-No tienes de qué preocuparte. Tus dudosos encantos encierran poco interés para mí.

Estuvo a punto de atragantarse con aquella mentira. Cuando Isabella se sentó entre sus muslos sobre el lomo de Cosmo, Edward fue dolorosamente consciente de cada una de las tentadoras curvas que había bajo su vestido mojado. Ni siquiera el enfado que tenía podía hacerle olvidar los besos que habían compartido, ni el modo en que su redondo trasero le llenaba las manos. Recordaba su cuerpo suave y flexible y sus senos firmes y tentadores. La deseaba entonces y la deseaba ahora.

Edward escuchó el susurro de la ropa y sintió cómo le tiraba la entrepierna. Estaba desnuda. La sangre se le acumuló entre los muslos. Un salpicón de agua fue seguido de un contenido suspiro. Edward sintió un auténtico tormento al visualizar sus manos deslizándose por su piel resbaladiza. De pronto, la ventana y el escenario que quedaba al otro lado encerraban muy poco atractivo para él, y se dio la vuelta. Su mirada se encontró con ella.

Tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el borde de la bañera, las curvas superiores de sus redondos senos resultaban visibles por encima de la línea del agua. Como la bañera no era lo suficientemente grande como para que le cupiera todo el cuerpo, tenía las piernas dobladas, lo que dejaba al descubierto las suaves hendiduras de las rodillas. A Edward se le aceleró el ritmo del corazón. ¿Qué diablos le estaba ocurriendo? Había visto mujeres desnudas más que de sobra a lo largo de su vida, así qué, ¿por qué debería afectarle aquella muchacha insignificante?

Como si fuera consciente de que la estaba mirando, Isabella abrió los ojos y se cruzó con su ardiente mirada. Contuvo el aliento y se subió las rodillas al pecho, privándole de la visión que tanto le complacía.

El tono de voz de Isabella encerraba una nota de pánico. -¿Qué estás haciendo? Date la vuelta.

Los ojos plateados de Edward se oscurecieron por un deseo mal disimulado, pero hizo un esfuerzo por permanecer inmóvil. Si sucumbiera a los dictados de su cuerpo, habría sacado a Isabella de aquella maldita bañera y se la hubiera llevado a la cama para vivir una noche de pasión desatada. Aquello no podía ser. Tenía que encontrar pronto una mujer dispuesta o se volvería loco.

-Disfruta de tu baño -gruñó Edward mientras se alejaba. -Yo me bañaré en otro lado.

Edward sacó la llave y abrió el cerrojo de la puerta.

-¡Espera! Necesito ropa limpia. La que llevaba puesta está completamente empapada. No puedo salir sin ropa.

-Me encargaré de que te traigan tu baúl con tus objetos personales. Y en cuanto a lo de salir de esta habitación, bueno, eso es otra historia. No confío en ti, señora. Eres terca, obstinada e indigna de confianza. Cada vez resulta más claro que el convento no conseguirá retenerte.

Isabella palideció. -Entonces, ¿qué...?

Edward no le ofreció ninguna respuesta cuando se marchó y echó la llave en la cerradura.

En honor a la verdad, lo cierto era que no tenía respuesta. Edward regresó al salón. Se detuvo para servirse una jarra de cerveza de un barril cercano y luego se dejó caer pesadamente en una silla frente al fuego. Jazz se reunió con él unos instantes más tarde.

-¿Cuáles son tus órdenes respecto a la muchacha Swan? Edward se quedó mirando pensativamente su jarra.

-No estoy seguro de que sea una buena idea enviarla al convento.

La dama tiene tantos recursos como belleza. Estoy empezando a pensar que, en lo que a Isabella se refiere, no existe una respuesta clara. Resulta obvio que no aguantará mucho en el convento. Mira la facilidad con la que encontró la salida del castillo. Se escapará del convento en menos de una semana y correrá hacia el jefe de los Black.

-Tienes que obedecer al rey, Edward.

-A la Corona lo único que le interesa es evitar que Isabella y Black se casen.

-Esa es la razón por la que había que enviarla al convento -señaló Jazz-, ¿Te ha dicho cómo se las arregló para salir del castillo?

-No, pero lo averiguaré. Me inclino a pensar que existe una salida secreta.

-Por supuesto -exclamó Jazz-. Así es como lo hizo. ¿Quieres que te ayude a buscarla?

-No, yo la encontraré.

-¿Qué vas a hacer? Tal vez deberías enviarla a Londres y dejar que el rey decida su destino.

Edward torció el gesto.

-Puede que la esté enviando a la muerte. No quiero cargar con eso sobre mi conciencia.

-Maldita sea, Edward, tiene que haber algo que puedas hacer.

Yo digo que la mandes al convento y dejes que las monjas se ocupen de ella. No pueden culparte de lo que haga una vez que hayas cumplido con las órdenes del rey.

-Pero sí que podrían culparme, Jazz. Se supone que tengo que evitar una boda. Si se celebra ese matrimonio, me arriesgo a perder mis tierras y mi título.

-Me alegro de no estar en tu pellejo. ¿Qué harás mientras tanto con ese problema andante?

-Encerrarla en mi habitación, donde pueda vigilarla, y tirar la llave.

Jazz alzó las cejas de golpe.

-Esto no es lo que piensas, Jazz, aunque admito que la dama me resulta de lo más tentadora. Sin embargo, mi única preocupación es aislarla de aquellos que puedan sentirse inclinados a liberarla. He inspeccionado todos los cuartos de la fortaleza y el mío es el único decentemente amueblado aparte de los que hay en la sala de las mujeres.

Jazz le lanzó una mirada escéptica. -¿Dónde dormirás tú?

-No lo he decidido -respondió Edward enigmáticamente.

-Buena suerte -dijo Jazz levantándose.

Edward se quedó sentado con su cerveza hasta que la ropa húmeda le recordó que necesitaba desesperadamente un baño caliente y comida. Detuvo a una doncella que pasaba por el salón y le pidió que enviaran comida y una bañera a los barracones, dándole además instrucciones relacionadas con las necesidades inmediatas de Isabella.

Isabella escuchó cómo giraba la llave en la cerradura y alzó la vista con gesto expectante. La puerta se abrió y entraron dos hombres cargando con su baúl. Alice entró apresuradamente tras ellos llevando una bandeja con lo que Isabella confiaba que fuera comida.

Isabella se acurrucó dentro de la manta que llevaba puesta desde que había salido del baño, viendo cómo los hombres depositaban el baúl en el suelo y salían, dejándola a solas con Alice.

-He traído comida -dijo Alice colocando la bandeja en una mesa cercana.

-¿Has hablado con lord Edward? -preguntó Isabella mientras mordisqueaba un trozo de queso-. ¿Ha revelado cuáles son sus planes para mí?

-No. Sólo me ha pedido que te trajera comida y tu ropa. Oh, Isabella, ¿qué te ha hecho? ¿Quiere que seas su amante? ¿Tiene intención de violarte?

-No ha hecho nada... todavía, pero no confío en él-dijo Isabella pensativa mientras se metía un pedazo de pan en la boca.

Isabella no se fiaba de lord Edward, pero decidió no desahogarse con Alice. Había visto la expresión de la oscura mirada del señor; todavía podía sentir la presión de sus besos en los labios y sus manos sobre su cuerpo. Era virgen, pero no estúpida. Edward la deseaba. La deseaba como un hombre viril deseaba a una mujer.

-¿Qué puedo hacer para ayudar?

-¿Quién tiene acceso a esta habitación?

-Sólo yo. A todos los demás les han prohibido el paso. El Demonio incluso ha apostado un guarda en la puerta. No confía en ti, Isabella.

-El muy bastardo -escupió Isabella-. No te preocupes, Alice, pensaré en algo. No puede mantener me bajo llave para siempre.

-¿Y sí... ya sabes... si quiere que te metas en su cama?

Isabella se mordió el labio inferior. Alice se acercaba mucho a la verdad.

-No se atreverá. Y aunque se atreva, no se lo permitiré.

-Deja que te ayude a vestirte -dijo Alice sacando prendas de ropa del baúl de Isabella.

-Sí, prefiero estar vestida cuando regrese el Demonio.

Sembrar el camino de Edward de tentaciones era lo último que Isabella deseaba.

Para alivio de Isabella, el Caballero Demonio no regresó. No tenía ni idea de dónde iba a dormir ni tampoco le importaba, siempre y cuando se mantuviera lejos de su cama. Aunque aseguraba que no le importaba, cuando Alice apareció al día siguiente con el desayuno, le preguntó como quien no quería la cosa a su pariente si sabía dónde y con quién había dormido Edward la noche anterior.

-Sam dice que lord Edward pasó la noche en los barracones -la informó Alice-. No creo que ninguna de las mujeres de nuestro clan le hubiera dado cobijo si hubiera solicitado una mujer, pero algunas de las chicas del pueblo han estado... retozando con los soldados ingleses desde que llegaron a Cullen. Tal vez lord Edward haya invitado a alguna de ellas a su cama.

-Tal vez -dijo Isabella con amargura. No entendía por qué la idea de pensar en Edward en la cama con una mujerzuela tenía que molestarla, pero así era.

-Hablando del rey de Roma -susurró Alice cuando se abrió la puerta y entró Edward.

-Márchate, muchacha -dijo él sujetando la puerta para que Alice saliera.

Alice le lanzó una mirada compasiva a Isabella y se escabulló fuera de la habitación.

-He venido a por mis cosas -dijo Edward.

-¿Cuándo podré salir de esta habitación?

-Tal vez nunca -respondió él con sequedad.

Isabella se puso inmediatamente a la defensiva. -¡No puedes mantenerme encerrada para siempre!

-Yo soy el amo aquí, puedo hacer lo que me plazca, y quiero tenerte confinada.

-Prefiero el convento.

-Estoy seguro de que sí. Sin embargo, he decidido que encerrarte en un convento no me convence. Había pensado enviarte a Londres para que el rey se encargue de ti, pero tras considerado detenidamente, he creído que él te trataría con más severidad que yo. No te deseo ningún mal, Isabella.

-No seré tu amante -afirmó ella. -Sé cómo tratan los hombres como tú a las mujeres y no permitiré que me corrompas.

-¿Quieres reservarte para Jacob Black? -se mofó Edward.

-Él es mejor hombre que tú.

-Eso está por ver.

-Me moriré si sigo encerrada así.

Edward inclinó la cabeza hacia un lado y se la quedó mirando fijamente.

-Sí, tal vez esté siendo poco razonable. Le daré instrucciones al guarda para que te acompañe a dar un paseo fuera todas las mañanas y todas las tardes.

Edward colocó algunos objetos personales dentro de su baúl de ropa y se dio la vuelta para marcharse.

-¡Espera! No quiero echarte de tu propia habitación. Si voy a estar prisionera, ¿por qué no me encierras en mis aposentos?

-La torre puede vigilarse mejor -se explicó Edward-. Hay mucha gente entrando y saliendo de la sala de las mujeres durante el transcurso del día. Te quedarás aquí hasta que yo decida otra cosa.

-¿Dónde vas a dormir? -en cuanto hubo dicho aquellas palabras, Isabella se arrepintió de haberlas pronunciado.

Una lenta sonrisa se dibujó en los labios de Edward. -¿Acaso te importa?

Isabella le dio la espalda.

-No. Por lo que a mí respecta, puedes dormir con los cerdos. De pronto lo sintió detrás de ella. Cerca. Demasiado cerca. El calor de su cuerpo le quemaba claramente a través de las capas de ropa. Edward le tocó el hombro y ella se puso tensa. Un grito de pánico surgió de sus labios cuando la hizo girar y la apretó contra sí.

-¿Eres tan inocente como pretendes ser, señora? Me pregunto si…

-No te lo sigas preguntando, mi señor -le espetó Isabella-. Ningún hombre me ha tocado.

-Yo soy un hombre, mi señora, y te he tocado.

-Sin mi permiso. Suéltame.

-Te gustaron mis besos, Isabella. Lo sé.

-Los soporté.

-¿Podrías soportar otro?

-No. No tienes derecho a atormentarme así.

Edward dejó caer los brazos y dio un paso atrás.

-Tienes razón. No tengo derecho. Por favor, disculpa mi comportamiento. Alguien vendrá a buscar mi baúl.

Y entonces se marchó.

Isabella dejó escapar un tembloroso suspiro. Le temblaban las rodillas, y también las manos. ¿Qué le estaba sucediendo? Edward apenas la había rozado, y sin embargo ya no era capaz de pensar con claridad. ¿Qué hubiera ocurrido si la hubiera besado otra vez? Madre de Dios, el mero hecho de pensar en el arrogante señor de Cullen besándola, tocándola, provocaba que el corazón le latiera con fuerza y le hirviera la sangre. Debía estar loca.

Tras aquella incómoda confrontación, Isabella fue acompañada dos veces al día durante una hora al patio para estirar las piernas. Sabía que los miembros de su clan no estaban contentos con la situación, porque Alice le había contado que se estaba gestando un motín. Isabella estaba tremendamente preocupada por su madre y por su hermana, hasta que Alice le confesó que lord Edward las visitaba con frecuencia para interesarse por su estado de salud y asegurarse de que no les faltara de nada. ¿Tendría aquel oscuro señor un lado que Isabella no había descubierto todavía?

Una tarde a última hora, cuando Isabella estaba sentada en el patio con los ojos cerrados y el rostro elevado hacia el menguante sol, escuchó una voz familiar que le decía:

-Tienes buen aspecto, señora. ¿Cuentas con todo lo que necesitas?

Ella abrió los ojos de golpe.

-Necesito mi libertad, mi señor. Y quiero visitar a mi madre y a mi hermana. Es muy cruel por tu parte mantenerme alejada de mi familia.

Edward la observó pensativo durante un largo instante.

-Tal vez tengas razón -le ofreció el brazo. -Permíteme que te acompañe a la sala de las mujeres para que puedas comprobar por ti misma lo bien que está siendo tratada tu familia.

La alegría sofocó el rostro de Isabella cuando se levantó y puso los dedos en el brazo de Edward. Oscuras miradas los siguieron mientras atravesaban el salón y subían por los escalones que llevaban a la sala de las mujeres.

-Los miembros de tu clan parecen poco satisfechos conmigo -dijo Edward torciendo el gesto. -Confiaba en que me aceptarían.

-No puedes culparles por su rechazo. Todo ha cambiado para ellos. Su futuro es incierto, y tampoco aprueban el modo en que me tratas a mí.

-A ti no te he hecho nada.

-Soy tu prisionera.

-Yo no diría eso -se burló Edward.

Habían llegado al rellano.

-¿A quién quieres visitar primero, a tu hermana o a tu madre?

-A mi madre, por favor.

Edward llamó a la puerta de lady Esme y esperó a que ella contestara.

-Adelante, mi señor.

Isabella le dirigió una mirada de asombro. -¿Cómo sabe que eres tú?

-Normalmente vengo a verla a estas horas. ¿Entramos?

Isabella estaba estupefacta. ¿Tendría corazón el Caballero Demonio, después de todo? Al parecer sentía compasión por todo el mundo excepto por ella. Sus pensamientos se esfumaron cuando vio a su madre, todavía pálida, todavía frágil, pero con mucho mejor aspecto que la última vez que la había visto.

A Esme se le iluminaron los ojos y estiró los brazos. -¡Isabella! Querida mía. Gracias, mi señor, gracias por traérmela.

-Esperaré fuera -dijo él cerrando la puerta tras de sí.

-¿Estás bien, mamá? -preguntó Isabella besando la pálida mejilla de su madre. -Tienes mejor aspecto. ¿Te ha preparado Nana algún elixir nuevo? Lord Edward no te ha tratado mal, ¿verdad?

-Me siento mejor, cariño -respondió Esme-.Tal vez se deba a las medicinas de Nana o a que he decidido que vale la pena vivir. Y no, lord Edward es muy amable. Hemos tenido varias conversaciones largas. Él me ha hecho ver que rendirme no sería justo para Renesmee y para ti.

Asombrada, Isabella no pudo hacer otra cosa que quedarse mirando fijamente a su madre.

-¿El Caballero Demonio ha dicho eso?

-Sí, y más cosas. No te ha hecho daño a ti, ¿verdad? No me gustaría pensar que lord Edward te ha puesto la mano encima, pero prefiero escucharlo de tus propios labios.

-Estoy bien, mamá. No me ha hecho daño en ningún sentido. Odio estar encerrada y no saber qué va a ser de mí me pone muy nerviosa, pero encontraré de algún modo la manera de llegar hasta Jacob Black -prometió-. Te estás recobrando. Algún día, dentro de poco, Renesmee, tú y yo saldremos juntas de Cullen.

-Ten cuidado, hija -le advirtió Esme-. Lo que deseas tal vez no sea lo mejor para ti.

De pronto se abrió la puerta de golpe y Renesmee entró corriendo. Edward la iba siguiendo. Renesmee tenía las mejillas sonrojadas pero parecía haber mejorado mucho. Isabella abrió los brazos y la niña corrió hacia ellos.

-¡Isabella! Te he echado de menos.

Isabella le dirigió a Edward una agria mirada por encima de la cabeza de Renesmee.

-Habría venido a verte antes si me hubieran dejado. ¿Qué estás haciendo levantada de la cama?

-Ya no tengo que estar en la cama -respondió su hermana con una sonrisa. -Nana dice que ya estoy casi curada. Edward ha prometido que me llevará en su caballo en cuanto Nana diga que puedo.

-¿Llamas Edward a su señoría? -Isabella contuvo el aliento.

-No me regañes, Isabella. Edward ha dicho que podía -la niña rodeó a su hermana para llegar hasta él y le cogió la mano-. ¿Me contarás un cuento antes de que me vaya esta noche a dormir, Edward?

La mente de Isabella se negó a creer lo que oía. ¿Qué estaba ocurriendo? Se cruzó con la mirada burlona de Edward por encima de la cabeza de Renesmee y sintió cómo se estremecía de la cabeza a los pies.

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AAAAAAAA, LA ENCONTRO JAJAJA, MIRA QUE ESTE EDWARD ES MUY LISTO, AHORA SE ESTA GANADO A LA MADRE Y LA HERMANITA, JAJAJA ESO DEJA A ISABELLA DESARMADA, PERO AUN ASI SE RECISTIRA, AHORA LES HAGO UNA PREGUNTA CREEN QUE JACOB SE QUEDARA, TRANQUILO Y SIN HACER NADA??????????? SIENDO UN REBELDE JOCOBITA QUE LUCHA CONTRA LOS INGLESES ¿CREEN QUE SE RETIRO A ESCONDER SIN LUCHAR?

 

BUENO GRACIAS GUAPAS BESITOS

Capítulo 4: TRES Capítulo 6: CINCO

 
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