Londres, 1746.
Edward Masen se arrodilló ante su monarca con la oscura cabeza inclinada y los anchos hombros rígidos. Aunque todavía era un hombre joven, había luchado con bravura por su honor. Edward estaba orgulloso del modo en que había salvado la vida de su padre adoptivo en la batalla de Culloden cuando un salvaje escocés apuntó con su gran espada hacia la espalda desprotegida de lord Farnsworth. Ahora estaba siendo nombrado caballero gracias a su valiente acción.
Edward sintió el peso de una espada en el hombro y se concentró en las palabras del rey Jorge. El fuerte acento del monarca al hablar en inglés hacía que resultara extremadamente difícil entenderlo, pero eso a Edward no le importaba. Se había ganado por fin el rango de caballero, y no podía estar más complacido. Edward fue adoptado por lord Farnsworth cuando tenía siete años, y consideraba a aquel hombre su segundo padre.
-Levántate, sir Edward Masen -dijo el rey con un inglés pesado y gutural. -Nuestro país necesita de tu espada y de tu valor. Adelante, y destaca por el honor y la gloria de Inglaterra. Sírveme bien y algún día serás recompensado.
Edward se incorporó, inclinándose profundamente, y salió de la Cámara Real.
-Sir Edward, ¿puedo hablar un momento contigo? Edward le dirigió una sonrisa encantada a lord Farnsworth.
-Mi señor, estoy a tu servicio.
-¿Qué te parecería, sir Edward, avanzar hacia una gloria mayor como capitán del ejército del rey?
A pesar de su juventud, Edward sabía dónde estaba su destino y no vaciló a la hora de aceptar su misión.
-Sí, mi señor. Soy un caballero sin tierra, sin familia y sin dirección. Estoy dispuesto y deseoso de servir a mi país mientras necesite de mis servicios.
-El rey Jorge no es un monarca desagradecido, ni se olvida fácilmente de aquellos cuyos servicios son vitales para nuestra patria. Algún día recibirás el reconocimiento, el honor y las recompensas que tanto mereces. Todavía eres joven. En cuestión de pocos años serás un soldado entrenado y estarás listo para aceptar desafíos más grandes.
A la edad de veintidós años, Edward ya había logrado sobrevivir a la sangrienta batalla de Culloden. Era fuerte y disciplinado y estaba preparado para vivir más formidables aventuras. Lucharía por el rey y por su país de buena gana y con alegría, y tal vez algún día, en un futuro no muy lejano, recibiría la recompensa que le habían prometido.
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