EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 60923
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 4: TRES

Edward entró en la habitación observando el rostro de lady Esme Swan en busca de señales de enfermedad, y las encontró. La dama estaba realmente enferma, lo que hacía su misión más difícil. Sus vivos ojos verdes resaltaban en su pálido rostro, y su cuerpo frágil apenas formaba un bulto bajo la ropa de cama.

Edward estaba algo sorprendido al ver que lady Swan parecía más joven de lo que él había pensado a pesar de su enfermedad. No tendría más de treinta y cinco o treinta y seis años, al parecer. Debió casarse muy joven para tener una hija de la edad de Isabella, que parecía estar entre los dieciocho y los veinte años.

-Isabella me ha contado que has estado enferma, señora -dijo Edward.

-Ya estoy mejor -respondió Esme-. Supongo que tú eres el nuevo señor de Cullen.

-Así es, señora.

-¿Qué va a ser de mis hijas y de mí, mi señor?

-El Caballero Demonio va a enviarnos a un convento, mamá -le espetó Isabella dirigiéndole a Edward una mirada cargada de odio.

Esme contuvo un gemido.

-¿Eres el Caballero Demonio, mi señor? Edward le lanzó a Isabella una mirada reprobatoria.

-No tienes nada que temer de mí, señora. Tus hijas y tú estaréis a salvo en Santa María del Mar.

-¡No! ¿Es que no ves que mi madre está demasiado enferma para viajar? -gritó Isabella-. ¿Es que no tienes corazón, ni compasión?

El rostro de Edward se endureció.

-No puedo permitirme sentimentalismos, señora. No cuento con la riqueza suficiente como para dejarme gobernar por las emociones. He luchado duramente para obtener todo lo que me he ganado en la vida, y no voy a perder Cullen por haberle fallado al rey.

-Por supuesto, debes obedecer a tu rey -reconoció Esme con pesimismo. -Pero me temo que ni Renesmee ni yo seremos capaces de subirnos a un caballo. Si fueras tan amable de proporcionamos una litera, te estaría de lo más agradecida.

-¡No! -protestó Isabella-. Necesitamos al menos una semana para preparamos para el viaje. Sólo un monstruo sin corazón obligaría a una mujer enferma a levantarse de la cama.

Una compasión a la que no estaba acostumbrado suavizó la inflexible actitud de Edward. Su conciencia no le permitía sacar de su casa a una mujer en las condiciones físicas de Esme, y ni siquiera había visto todavía a la niña. Aquello no estaba bien. No estaba nada bien. Tenía que haber alguna forma de sortear las órdenes del rey sin sacrificar Cullen y la culminación de todos sus sueños.

La idea llegó a él cuando Isabella estaba echándole en cara su crueldad y su implacable naturaleza. Dado que era a Isabella a quien el rey quería quitarse de en medio, Edward no veía necesidad de castigar a su madre enferma y a su hermana.

-Contén tu lengua envenenada, señora -le advirtió Edward con sequedad. -Accederé a tus deseos en lo concerniente a tu madre y a tu hermana si tú accedes a mis condiciones.

Isabella se lo quedó mirando fijamente y entornó sus ojos verdes con gesto de desconfianza.

-¿Condiciones, mi señor? ¿Cuáles son esas condiciones?

-Son estas: tu madre y tu hermana permanecerán en Cullen bajo los cuidados de Nana si tú vas al convento de buena gana, sin enardecer a los hombres de tu clan para que me desafíen abiertamente.

-¿Cómo sé que no harás daño a mi madre y a mi hermana cuando yo me haya ido? -lo desafió Isabella.

La paciencia de Edward estaba ahora colgando de un fino hilo. -Mi palabra es mi honor. Tu familia estará protegida mientras yo siga siendo el señor de Cullen. No las enviaré al convento hasta que ambas estén completamente recuperadas.

-Muy bien, entonces iré -la mentira surgió con facilidad de sus labios. Prometería cualquier cosa con tal de ayudar a sus seres queridos.

-Eso es muy inteligente por tu parte -dijo Edward con sarcasmo-. Puedes contar con el día de hoy para despedirte de tu familia, pero quiero que estés preparada para el viaje con las primeras luces del alba.

Aunque Isabella asintió para dar su aprobación, Edward estaba convencido, a juzgar por su actitud beligerante, de que no le gustaba ni lo más mínimo. Para ser sinceros, él tampoco estaba satisfecho consigo mismo. Toda la situación se estaba volviendo demasiado agobiante. No esperaba verse envuelto en una situación semejante, ni tampoco que encontraría a lady Isabella tan tentadora. Si no fuera por el rey, se llevaría a la dama a la cama y la mantendría allí hasta que se cansara de ella... o hasta que el rey le encontrara esposa.

A Edward le resultaba difícil mantenerse indiferente ante la difícil situación de Isabella con aquel creciente y fiero deseo atravesándole. La joven sería virgen, por supuesto. Él nunca había estado con una virgen, sus gustos se dirigían normalmente hacia mujeres más experimentadas, pero con Isabella haría una excepción. Tal vez fuera menuda, pero si tenía cuidado, seguramente lograría acomodarla a él. Edward contuvo el gemido que le surgió del pecho sin que él lo buscara. No importaba cuánto la deseara, nunca la conocería carnalmente; lo único que podía hacer era preguntarse si tendría un temperamento tan apasionado como el suyo propio.

-El deber me llama -dijo Edward asintiendo brevemente ante Esme-. Despídete ahora, señora, mientras todavía hay tiempo.

Girándose bruscamente, salió de la habitación. Mientras se dirigía a buen paso por el pasillo hacia las escaleras, escuchó una tos violenta procedente de detrás de una puerta parcialmente abierta. Se detuvo un instante, debatiéndose consigo mismo, y luego empujó la puerta. Su mirada se posó en la vieja Nana, que estaba inclinada sobre una niña tendida en una cama demasiado grande para ella.

-Tómate la medicina, cariño -canturreó la anciana. -Si haces lo que te digo, te sacaré de esta cama enseguida.

-No sabe bien, Nana -protestó la pequeña.

-Bébetela -insistió Nana-. Vas a necesitar todas tus fuerzas para lo que te espera.

-¿Qué está ocurriendo abajo? -preguntó la niña. -¿Han llegado los invitados de la boda? Me hubiera encantado asistir.

-Mira por la ventana, muchachita. Está lloviendo. La humedad no es buena para tus pulmones.

-¿Va a vivir el jefe de los Black en Cullen?

-No, Renesmee, la boda no se ha llegado a celebrar. Hoy ha llegado a Cullen un nuevo señor. Un inglés. Él no ha permitido que tuviera lugar.

-¡Un inglés! -un breve ataque de tos siguió a la exclamación de la niña. -Entonces, ¿nos van a echar de aquí? ¿A dónde iremos?

Edward no sabía mucho de niños, y no recordaba haber hablado nunca con ninguno, pero se sintió obligado a hablar con la hermana pequeña de Isabella, aunque sólo fuera para tranquilizarla.

Entró en la habitación y se aclaró la garganta. La niña abrió los ojos de par en par y se agarró de Nana con una tenacidad que provocó un gesto de disgusto en el rostro de Edward. ¿Tanto miedo daba?

-Tú debes ser Renesmee, la hermana de lady Isabella -dijo forzando una sonrisa. La pequeña tenía los ojos grandes y verdes y el cabello dorado de un tono más claro que el de su hermana. La carita sonrojada daba fe de su enfermedad.

-¿Tú eres el nuevo señor de Cullen? -preguntó Renesmee en un hilo de voz. -Por favor, señor, no nos mates.

Edward torció el gesto. ¿De dónde había sacado la niña semejante idea? Antes de que pudiera contestar, Nana dijo:

-Lord Clarendon es un gran caballero, muchacha, él no te haría nunca daño -su fiera expresión retaba a Edward a contradecirla.

-Aquí estás a salvo, pequeña. Tu madre y tú os quedaréis en Cullen bajo los cuidados de Nana.

La expresión de alivio de Renesmee fue rápidamente remplazada por otra de preocupación.

-¿Y qué va a ser de Isabella, señor? No la has mencionado. Edward estaba sin palabras. No sabía cómo hablar con los niños, y menos cuando se trataba de dar malas noticias.

-Tal vez tu nana te lo pueda explicar mejor. Yo tengo asuntos que atender -se despidió con una breve inclinación de cabeza y salió a toda prisa de la habitación.

-¿Qué ha querido decir el lord inglés? -preguntó Renesmee con la mirada clavada en la espalda de Edward mientras salía de su dormitorio.

-No te preocupes, querida -la tranquilizó Nana-. Cuando todo haya terminado, Isabella tendrá la felicidad que se merece. Los demonios pueden domarse, y tu hermana tiene una obstinación casi tan firme como la del nuevo señor. Tomarán un largo camino en el que se encontrarán con muchas dificultades durante el viaje, pero todo valdrá la pena.

-No lo entiendo -protestó Renesmee-. ¿Debería estar asustada? Sé que tus "voces" te dicen cosas. ¿Qué te han contado?

-No puedo explicarlo, porque mis "voces" a veces son confusas, muchacha. Pero te prometo que no sufrirás ningún daño.

Edward sintió una oleada de irritación cuando regresó al gran salón y encontró a los habitantes de las Tierras Altas y a los ingleses en abierta confrontación, separados por un invisible muro de animadversión. Edward se colocó en medio de ellos con las manos en las caderas y la frente arrugada y sombría.

-No consentiré ninguna hostilidad en mi casa -bramó por encima de la avalancha de furiosos ataques que se estaban lanzando los soldados ingleses y los habitantes de las Tierras Altas-. Espero que todo el mundo se trate con respeto. He escogido a sir Carlisle como administrador. Contadle a él vuestras quejas para que me las transmita a mi si merecen mi atención -le hizo un gesto a sir Carlisle para que diera un paso adelante, de modo que los Swan pudieran identificarlo.

-La vida en Cullen apenas cambiará -continuó Edward-. Todos debemos trabajar juntos para lograr una existencia pacífica. ¿Quién está a cargo de las despensas?

Billy Swan dio un paso adelante. -Ese soy yo, su señoría.

-Muy bien. Quiero un inventario completo de las provisiones de comida, materiales y herramientas. Necesito saber si los silos de grano están llenos o vacíos, y qué esperas de los resultados y las condiciones de las cosechas de este año.

Billy le lanzó a Edward una mirada hosca, pero asintió con la cabeza para dar su consentimiento. -¿Quién está a cargo de las armas?

-No tenemos armas -aseguró Sam.

-Ahora sí las tenemos -respondió Edward-. Thomas, ven aquí -uno de los mercenarios de Edward se abrió paso entre la multitud-. Tú actuarás como maestro de armas. Estoy seguro de que en algún lugar de la fortaleza hay una armería. Sir Jasper, tú estarás a cargo de la seguridad y del alojamiento. Quiero guardias apostados en la caseta de vigilancia y en los muros constantemente.

-Una cosa más -dijo Edward antes de despedir a todo el mundo. -Mi mesa está abierta para todos, tanto para los Swan como para los ingleses. Los que coman en el castillo serán bienvenidos a ella sin excepción. Habrá paz en Cullen.

Cuando el salón se quedó vacío, Edward se dirigió a las cocinas en busca de la cocinera. Una mujer rotunda de mediana edad alzó la vista de la olla que estaba revolviendo con una expresión asombrada cuando él hizo su aparición.

-¿Eres tú la cocinera?

-Sí, soy Winifred -la mujer señaló con la cuchara hacia una joven que estaba de pie al lado de una blanqueada mesa de madera. -Y esta es Vera, mi ayudante.

Edward inclinó ligeramente la cabeza en gesto de saludo. -Debéis seguir con vuestro trabajo como hasta ahora. Sólo recordad que ahora tendréis que cocinar para más gente. Decidle a mi administrador lo que necesitéis en cada momento y él os lo proporcionará.

Aquel mismo día más tarde, Edward cabalgó para acercarse a hablar con los pastores. Se quedó gratamente sorprendido con el tamaño de los rebaños que había desperdigados por los valles y las colinas cercanas. Cullen no carecería de carne fresca durante los meses de invierno. Y a juzgar por el aspecto de los campos, también habría suficiente grano para alimentar a los hambrientos Swan así como a sus propios hombres. Con la caza fresca que conseguirían sus cazadores, no esperaba que les faltara comida a corto plazo.

 

Mientras Edward estaba ocupado en otro lado, Isabella se arrodilló al lado de la cama de su madre. Ambas hablaban en voz baja.

-No puedo soportar que nos separen -gimió lady Esme-. Renesmee y tú sois lo único que me queda. No me importa Cullen, lo que me preocupa sois tu hermana y tú. ¿Qué va a ser de ti, querida mía? Eso es cruel, es muy cruel.

-No voy a ir al convento, mamá -susurró Isabella-. Él no puede obligarme a ir.

La preocupación oscureció la mirada de Esme.

-Es peligroso llevarle la contraria al inglés. Parece un hombre duro, no quiero que sufras ningún daño.

-Tendré cuidado, mamá. Cuando todo el mundo esté dormido, saldré del castillo a través del túnel y llegaré hasta el baluarte de Jacob. No puedo soportar la idea de estar encerrada entre los muros de Santa María. Jacob tiene razón, mamá. Debemos unimos y luchar contra la opresión inglesa.

-No, hija. Ya hemos visto demasiado derramamiento de sangre. ¿Es que Culloden no te enseñó nada? Nuestros seres queridos nos han sido arrebatados para siempre.

Isabella endureció su corazón contra los ruegos de su madre. Tenía que escapar. En el convento no le serviría de ayuda a nadie. Con el apoyo de Jacob, tal vez pudiera devolverle Cullen a los Swan y enviar al Caballero Demonio de regreso a Inglaterra.

-He tomado una decisión, mamá. Me marcho esta noche. Intentaré mandarte noticias cuando llegue al baluarte de los Black.

-Prométeme que te despedirás de tu hermana antes de irte -le suplicó Esme-. Renesmee te va a echar muchísimo de menos.

-Te lo prometo -aseguró Isabella. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando besó a su madre en la frente y salió rápidamente.

Unos instantes más tarde entró en la habitación de Renesmee y cerró la puerta tras ella.

-¡Isabella! Qué contenta estoy de que estés aquí. Nana dice que no ha habido boda. Lo siento muchísimo.

-No pasa nada, bonita -aseguró Isabella-. Tienes que concentrarte en ponerte bien. Yo tengo que marcharme, pero Nana cuidará bien de ti mientras yo estoy fuera.

-¿Vas a marcharte? -exclamó Renesmee-. No te vayas, Isabella. Estaré perdida sin ti. ¿Quién me protegerá del señor oscuro?

-Tengo que irme, Renesmee, pero no te preocupes. Lord Clarendon ha prometido que cuidará de ti y de mamá y yo... le creo -Isabella rezó para no estar poniendo su confianza donde no debía.

-¿Cuándo te marchas? -preguntó Renesmee con un sollozo.

-Esta noche, cuando todo el mundo se haya dormido. Se valiente, bonita. No te abandono para siempre.

Incapaz de soportar los tristes sollozos de Renesmee, Isabella besó a su hermana y se marchó a toda prisa.

Isabella decidió no cenar en el salón y le pidió a Nana que le llevara una bandeja a su habitación. Estaba preparando una pequeña mochila para su huida cuando alguien llamó secamente a la puerta. -¿Eres tú, Nana? Adelante.

La puerta se abrió.

-No, soy Alice. Lord Edward solicita tu presencia en el salón. Alice era uno de los miembros del clan de Isabella que vivía en el pueblo y servía en el castillo. Isabella cerró la mochila y la deslizó debajo de la cama, fuera de la vista.

-Dile que no tengo hambre.

-Dijo que no aceptaría un no por respuesta.

Para no despertar las sospechas de lord Edward, Isabella decidió satisfacer su solicitud. Lo vio sentado a la cabecera de la mesa cuando entró en el salón. Sus ojos plateados se clavaron en ella con perturbadora intensidad. Isabella mantuvo la cabeza bien alta y se dirigió con decisión hacia una de las largas mesas de caballete, donde tomó asiento al lado de Sam. Apenas le prestó atención a la agria mirada del Caballero Demonio mientras se servía comida en el plato y fingía comer.

Vio por el rabillo del ojo cómo lord Edward se ponía de pie y se dirigía a buen paso hacia ella. El corazón comenzó a latirle con fuerza cuando se detuvo detrás de ella y le colocó las manos en los hombros. -Tu sitio está en la cabecera de la mesa -dijo.

Isabella giró la cabeza para mirarlo.

-Mi sitio está con los miembros de mi clan.

-Me hiciste una promesa -le recordó él. -Haz lo que te digo y tus seres queridos estarán a salvo.

-No me amenaces delante de mi gente, mi señor.

La expresión de Edward se endureció. La agarró del brazo y tiró de ella para levantarla, susurrándole al oído:

-Tu gente debe creer que aceptas tu destino.

-Eso supondría un alarde de imaginación, mi señor -respondió Isabella con sarcasmo.

Para no montar un escándalo, Isabella permitió que Edward la condujera a la mesa principal.

-¿Te has despedido ya de tu hermana y de tu madre? -le preguntó Edward.

-Sí -respondió Isabella, taciturna.

-Contarás con una escolta adecuada para tu viaje -le aseguró él.

Isabella apenas probó bocado, pero bebió cerveza a espuertas. Estar sentada al lado del oscuro señor la ponía nerviosa. El poder emanaba de todos sus poros, y su descarada sexualidad la azoraba. Se preguntó vagamente con cuántas mujeres se habría acostado, y si habría alguna especial en su vida.

-¿Estás casado, mi señor? -la pregunta le salió sin pensar, sobresaltándola. No tenía el más mínimo interés en aquel inglés cruel que había enviado el rey para destruir su vida.

Si su pregunta le sorprendió, Edward no dio muestras de ello. -No, señora, no tengo esposa, pero el rey me ha prometido una heredera.

Isabella no dijo nada mientras empujaba la comida hacia los bordes del plato. En un ataque de rabia, rezó fervientemente para que la heredera de lord Edward tuviera los senos caídos, los dientes salidos y una figura gruesa. Eso le estaría bien merecido, pensó sonriendo complacida.

-¿Qué es lo que te divierte? -le preguntó Edward-. Tal vez te gustaría compartirlo.

-No es nada, mi señor. No tengo apetito. Si me disculpas, me gustaría retirarme a mis aposentos.

-Te acompañaré -aseguró Edward poniéndose galantemente de pie.

-No te molestes, conozco el camino.

-No es ninguna molestia -Edward cogió un candelabro con velas de encima de la mesa. -Después de ti, señora.

Isabella se incorporó con rigidez y se dirigió hacia la escalera de caracol.

-¿Saben los miembros de mi clan que mañana me van a enviar lejos de aquí?

-Se lo he comunicado. Ten cuidado, señora, estos escalones son traicioneros.

-He subido estas mismas escaleras cada día desde que aprendí a andar -fue la mordaz respuesta de Isabella-. No es necesario que vayas más lejos si tienes miedo de caerte.

Sus palabras provocaron un gruñido que surgió de lo más profundo del ancho pecho de Edward mientras la urgía a subir por las escaleras. Isabella se detuvo al llegar a lo más alto y se giró bruscamente, poniendo una de sus pequeñas manos en el pecho de Edward.

-Ya me has acompañado bastante lejos, mi señor. Edward miró detrás de ella.

-¿Cuál es tu habitación?

Isabella no tenía ninguna intención de responder a aquella impertinente pregunta.

-Buenas noches, mi señor.

Se giró con una brusquedad que los pilló a ambos por sorpresa, y como consecuencia, ella perdió el equilibrio. Edward tuvo la presencia de ánimo de anticiparse al desastre y estirar los brazos para sujetarla. Isabella se agarró desesperadamente al apoyo que tenía más cerca, que resultó ser Edward. Él estaba preparado. Ya había apagado las velas y las había dejado caer, con candelabro y todo.

Las largas manos de Edward sujetaron la delicada cintura de Isabella, evitando que cayera de cabeza por las escaleras. Un estremecimiento se apoderó de él cuando sintió la longitud total de su suave cuerpo, seno contra pecho, pierna contra pierna. La sintió temblar. Edward gimió en respuesta, y sin pensar en lo que hacía, deslizó las manos por los firmes montículos de su trasero. La estrechó contra sí, introduciendo la rodilla entre sus piernas en un movimiento puramente instintivo.

Isabella alzó el rostro hacia él, con los ojos brillándole en el oscuro pasadizo. Su reacción fue espontánea cuando descendió los labios para devorar los de ella. Parecía tan inocente, tan sorprendida, y sabía tan dulce, que Edward perdió cualquier atisbo de control. Se lanzó sobre su boca sin piedad, atacándole los labios con la lengua hasta que se abrieron para él.

Edward tuvo la impresión de que nunca la habían besado con anterioridad, y aquella certeza lo hizo sentirse exultante. Sería un pecado confinarla en un convento antes de que hubiera experimentado la pasión, aunque sólo fuera una vez. Y la tigresa era apasionada, tanto si era consciente de ello como si no. Su boca se había suavizado bajo la suya, y su dulce lengua se mezclaba con la de Edward con una tímida ansiedad que le provocó una latente erección.

Estrechándola con fuerza contra sí, la levantó en brazos y la llevó por el pasillo.

-Tu habitación, ¿cuál es?

-La que está al lado de la de Renesmee -jadeó Isabella-. Por favor, bájame. Puedo encontrar yo sola el camino.

-Me temo que no voy a bajarte -gruñó Edward.

Dio con la habitación, abrió la puerta con una mano y entró con ella. Cerró con el tacón de la bota y escudriñó el dormitorio tenuemente iluminado en busca de la cama. Estaba tan excitado que no sintió las manos de Isabella golpeándole el pecho, ni se dio cuenta de que los sonidos guturales que surgían de su garganta eran protestas. Hasta que no dejó de besarla y la tumbó boca arriba sobre la cama, no se dio cuenta de que la situación se le había ido de las manos.

-No, por favor. ¿Vas a enviarme al convento después de arrancarme la inocencia?

Edward dio un paso atrás, absolutamente desconcertado. -¡Por todos los diablos! ¿Qué me has hecho?

Isabella tenía la respiración entre cortada, pero su voz resonó con fuerza.

-Eres tú quien me ha atacado. Yo no he hecho nada, mi señor.

-Nada excepto seducirme, tigresa -dijo Edward con aspereza.

Se apartó de la cama. La erección le latía dolorosamente en el estrecho confín de los pantalones. -Prepárate para partir con la primera luz del día.

Edward salió a toda prisa del dormitorio, su sexo hinchado le recordaba que necesitaba una mujer. Cualquier mujer le serviría. Pero cuando buscó por el salón a alguna joven doncella, ninguna tenía el brillante cabello rojo ni los luminosos ojos verdes de la tigresa a la que acababa de dejar en su casto lecho. Con un resoplido de disgusto, decidió que estaba muy bien que la doncella de Cullen se marchara al día siguiente, porque si él salía con la suya, no seguiría siendo doncella durante mucho más tiempo.

Isabella se quedó tumbada donde la había dejado Edward, el pecho le subía y le bajaba a cada veloz latido de su corazón. ¿Qué acababa de suceder?, se preguntó con desmayo, ¿qué le había hecho al Caballero Demonio para que se hubiera convertido en un animal voraz? Isabella se tocó los labios. Todavía sentía en ellos un cosquilleo por sus besos, y se sentía húmeda e hinchada en lugares íntimos en los que rara vez pensaba.

El nuevo señor de Cullen era demasiado atractivo y demasiado experimentado para una doncella a la que nunca habían besado. Gracias a Dios, iba a marcharse, porque nada bueno podría salir de lo que había ocurrido aquella noche.

Isabella todavía temblaba cuando se incorporó y sacó la mochila de debajo de la cama. Metió unas cuantas prendas de ropa más y la cerró de golpe. Luego se puso un vestido de lana, enaguas de franela y una gruesa capa con capucha. Por último, localizó unas cerillas de fósforo y se las guardó en el bolsillo.

Isabella esperó al momento más oscuro de la noche. Cuando todo estuvo en silencio, abrió la puerta y miró hacia el oscuro pasillo, exhalando un suspiro de alivio al comprobar que el único sonido que salía del gran salón era el de unos ronquidos mudos.

Apretando la mochila contra el pecho, Isabella se arrastró lentamente escaleras abajo, agradecida a su capa negra que se fundía con las sombras. Había pisado aquellas mismas escaleras en tantas ocasiones en el pasado que no necesitaba de una luz para que la guiara. Cuando llegó al final de la escalera, en lugar de rodear a los hombres dormidos para alcanzar la puerta de entrada, se deslizó en el oscuro vacío que había bajo las escaleras de la sala. Sólo tardó un instante en localizar el túnel de salida. Isabella abrió la puerta sin hacer ruido y salió por ella. Avanzando torpemente en la oscuridad, encontró el farol colgando de un gancho clavado en el sólido muro de madera y encendió una cerilla para acercarla a la mecha. Guiada por el tenue brillo del farol, Isabella continuó avanzando por el frío y húmedo pasadizo. Las ratas salían corriendo para apartarse de su camino, pero ella trató de ignorarlas a ellas y a cualquier otra criatura horripilante que habitara aquel túnel que raramente se utilizaba.

Isabella tuvo la sensación de haber estado caminando eternamente antes de llegar a la salida. Unos cuantos escalones de madera llevaban a una trampilla que se abría a una destartalada choza situada en el bosque que quedaba más allá de Cullen. Lord Charlie había mandado construirla muchos años atrás para esconder la salida del túnel. También había mantenido el pasadizo libre de escombros por si se necesitaba llevar a cabo una fuga precipitada.

La trampilla se abrió sin apenas dificultad. Isabella apagó el farol y lo dejó en el escalón antes de salir del túnel Y cerrar la trampilla tras ella. Abandonó la choza unos instantes más tarde y enseguida desapareció en la oscuridad del bosque.

 

Edward recorrió arriba y abajo su habitación, tenía el cuerpo y la mente demasiado inquietos como para dormir. Era un luchador, un hombre que había sobrevivido apoyándose en su instinto, y su instinto le decía que las cosas no eran como debían ser. ¿Les ocurriría algo a lady Swan ya su hija pequeña? No lograría dormir hasta que averiguara qué era lo que le tenía con los nervios a flor de piel. Cogiendo una palmatoria para iluminar su camino, salió de su habitación.

Cuando llegó al gran salón, se encontró con la gran cantidad de hombres que no habían encontrado cama en los barracones dormidos en colchones cerca del agonizante fuego, pero nada parecía fuera de lo normal. Edward miró en dirección a la sala de las mujeres y decidió comprobar cómo estaban Renesmee y la convaleciente lady Esme antes de volver a la cama. Subió las escaleras y no encontró nada raro. Su instinto le había fallado, decidió mientras se giraba para volver sobre sus pasos y regresar a su habitación. De pronto, alguien salió del cuarto de Renesmee, sobresaltándole. Reconoció a la pariente de Isabella, pero no recordaba su nombre. Cuando ella vio a Edward, estuvo a punto de dejar caer la palmatoria que llevaba.

-¡Mi señor! Me has asustado.

-¿Quién eres tú, y qué haces despierta tan tarde?

-Soy Alice Swan. Muchas veces me quedo con Renesmee cuando tiene una mala noche.

-¿Qué es lo que le pasa?

-Está tosiendo mucho. Iba a pedirle a Nana que le preparara alguna poción para aliviarla.

-Entonces será mejor que te des prisa, muchacha. A menos que mis oídos me engañen, la niña sigue tosiendo.

Alice se escabulló. Teniendo en cuenta que Edward ya estaba despierto, decidió sentarse con la niña hasta que Alice regresara. Entró en la habitación y se acercó a la cama. Renesmee estaba conmovedoramente inquieta tras un ataque de tos, y tenía la carita sonrojada. Vio a Edward cerniéndose sobre ella y abrió los ojos de par en par, presa del miedo.

-No, niña, no tienes nada que temer de mí. Descansa tranquila. La señorita Alice ha ido en busca de Nana.

-No me caes bien -dijo Renesmee-. Quiero que venga Isabella.

-Iré a buscarla.

Renesmee sacudió la cabeza.

-Es demasiado tarde. Ya se ha ido.

-No, ella sólo... -Edward se quedó petrificado mientras una sensación hormigueante le subía por la espalda hasta el cuello. -¿Qué estás diciendo? ¿Por qué no iba a estar Isabella en su habitación?

Al parecer, Renesmee se dio cuenta de que había hablado demasiado, porque se apretó la boca con la mano. Edward se la apartó suavemente.

-Cuéntamelo, Renesmee, no pasa nada. Si tu hermana no está en el castillo, podría tener problemas.

Renesmee no dijo nada; se limitó a mirar a Edward con sus ojos llenos de luz.

-No asustes a la niña, mi señor.

Edward se giró sobre sus talones, sorprendido al ver a Nana de pie detrás de él.

-No te he oído entrar -Nana se inclinó sobre la cama y tocó la frente de Renesmee-. No quería asustar a la niña, Nana, estoy preocupado por su salud. ¿Se va a poner bien?

-Sí. Está mejorando, pero a veces la tos le empeora por la noche. Yo me encargaré.

-Ocúpate de ella, entonces. Yo esperaré en el pasillo. Quiero hablar un momento contigo.

Girándose sobre sus talones, Edward salió de la habitación. Pero en lugar de recorrer el pasillo de fuera arriba y abajo, llamó con los nudillos a la puerta de Isabella y entró sin dudarlo al ver que no obtenía respuesta. Estaba furioso, pero no sorprendido de encontrar la cama vacía y sin rastro de Isabella. Murmurando una maldición, se dio bruscamente la vuelta y estuvo a punto de tirar a Nana al suelo.

-¿Qué sabes tú de esto? -bramó Edward.

-Nada.

-Estás mintiendo. No ayudas en absoluto a tu señora ocultando la verdad. ¿Ha salido del castillo? ¿Cómo ha conseguido burlar a los guardas? Una joven doncella deambulando sola por la campiña es una invitación al desastre.

-No sufrirá ningún daño, mi señor -aseguró Nana con absoluta seguridad.

Edward la miró con extrañeza. -¿Qué te hace estar tan segura?

-Yo sé muchas cosas -aseguró ella misteriosamente. -Más te vale correr tras ella si quieres alcanzarla antes de que los problemas la encuentren a ella.

Edward se dio cuenta de que aquella vieja bruja ocultaba algo más que lo que se veía a simple vista.

-Partiré enseguida. ¿Podrías indicarme qué dirección ha tomado? ¿Va en busca de Jacob Black?

Nana se encogió de hombros.

-Tal vez. Su baluarte está enclavado en lo más profundo de las montañas, mi señor, pero encontrarás a Isabella en el bosque.

Edward entornó los ojos con gesto desconfiado.

-¿Me estás diciendo la verdad? Creí que todos los Swan me consideraban su enemigo.

-Hay muchas definiciones de enemigo, mi señor. Ni Isabella ni Cullen hallarán paz con los Black. Isabella no me cree, pero ella no puede detener la mano del destino.

Edward sacudió la cabeza en gesto consternado. Él ya conocía su propio destino, y no incluía a la doncella de Cullen. Su futuro estaba en la heredera que le había prometido el rey.

 

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JAJAJAJA ¿CONVENTO? JAJAJA SI CLARO, YA PARECE QUE ESTA GUERRERA JOCOBITA SE CONVERTIRA EN MONJA JAJAJA, MAS TARDARIA EN ENTRAR QUE VOLARSE LA BARDA, POBRE EDWARD, LO VOLVERA LOCO, ¿CREEN QUE LA ENCUENTRE? O ¿ALCANZARA A LLEGAR CON JACOB?, Y SOBRE TODO SI LA ENCUENTRA QUE LE HARA EDWARD??????? JAJAJA, EL CABALLERO DEMONIO SE IMPONDRA???????, VEREMOS QUE SUCEDE, GRACIAS GUAPAS POR ESTAR AQUI TAMBIEN

 

RECUERDEN: UN CAPITULO DIARIO, BESITOS GUAPAS

Capítulo 3: DOS. Capítulo 5: CUATRO

 
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