EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
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Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 2: UNO

Escocia, 1751.

El guerrero, agotado por la batalla, permanecía de pie sobre un risco con los hombros fuertemente musculados apuntando contra el viento y las largas piernas firmemente clavadas en la tierra cubierta de rojo que tenía bajo los pies. Se apartó el oscuro y grueso cabello de su fuerte y angular rostro mientras su mirada gris plateada se deslizaba con amplitud por los acantilados, los valles y las montañas.

Tras la fatídica batalla de Culloden, sir Edward Masen había servido en el ejército del rey Jorge destacado en Escocia, sofocando las semillas de la resistencia en las Tierras Altas. Los habitantes de las Tierras Altas a los que habían despojado de sus tierras y que habían dejado sus casas sin otra cosa que la ropa que llevaban puesta, eran quienes instigaban las revoluciones. Aquellos derrotados jacobitas todavía mantenían la esperanza de colocar al joven príncipe Carlos en el trono inglés.

Después de cinco años, Edward estaba profundamente harto de los obstinados habitantes de las Tierras Altas que seguían urdiendo planes y conspirando por una causa perdida. En cualquier caso, Edward había hecho lo que su patria necesitaba de él mientras subía de rango hasta llegar a capitán. Saqueó, robó y mató por Inglaterra; nunca había olvidado que a su padre lo asesinaron los habitantes de las Tierras Altas.

A lo largo de los años, Edward había perdido toda esperanza de conseguir tierra para sí, un pequeño trozo de Inglaterra en el que poder tener esposa y criar unos hijos. A pesar de haberse distinguido en muchas ocasiones en la defensa de Inglaterra, Edward no había recibido todavía mayor recompensa que la de ser un guerrero sin miedo y un campeón del rey.

El Caballero Demonio, que era el nombre que Edward se había ganado con justicia por su incansable valor en la batalla, montó en su fiel corcel, Cosmo, y regresó a las barricadas del cuartel militar de Inverness.

Un joven soldado se acercó apresuradamente para hacerse con las riendas cuando Edward desmontó. A juzgar por la inquieta expresión del muchacho, Edward dio por hecho que algo importante había sucedido durante su ausencia.

-¿Qué ocurre, soldado?

-Un mensajero del rey os está esperando en vuestro barracón, capitán -dijo Davey con gran emoción.

Profundamente sumido en sus pensamientos, Edward entró en su estrecha habitación, preguntándose dónde serían requeridos sus hombres y él en aquellas malditas Tierras Altas. Estaba cansado de su misión en Escocia, y deseaba que todo el país desapareciera de la faz de la tierra. A la edad de veintisiete años, no tenía más que unos modestos ahorros, una reputación exagerada y un reguero de mujeres con las que se había acostado para olvidarlas después.

El mensajero del rey se puso de pie de un salto. -¿Capitán Masen?

Edward observó con cautelosa curiosidad el pergamino enrollado que el mensajero del rey sostenía en la mano.

-Sí.

-Un mensaje de Londres, señor. Tengo órdenes de esperar mientras lo leéis.

-Muy bien -dijo Edward con tirantez mientras rompía el sello real y desenrollaba el pergamino. ¿Dónde irían a enviarlo ahora?

Una expresión de asombro cruzó las bellas facciones de Edward mientras leía rápidamente el mensaje. -¿El rey desea recibirme?

-Eso es lo que yo he entendido -aseguró el mensajero.

-¿Quién sois vos, señor?

-El teniente Ralph Thornsdale, del regimiento real de las Tierras Altas.

-¿Tenéis alguna idea de qué va esto, teniente?

-No, capitán, aunque me pidieron que os dijera que os dierais toda la prisa posible en llegar a Londres.

-Es muy tarde -Edward suspiró cansado. -Saldré mañana con las primeras luces del alba.

-No, señor, debéis partir de inmediato, antes de una hora. Me han dicho que cada minuto cuenta.

-Pero los hombres que están bajo mis órdenes...

-Serán transferidos a otro mando.

Aunque Edward sentía poco respeto por aquel rey Hannover que apenas sabía hablar inglés, era un acérrimo defensor de Inglaterra. Cuando el rey y la patria lo llamaban, él obedecía.

 

Londres, 1752.

El rey Jorge descansaba en una silla en sus aposentos privados, observando con avidez cómo su primer ministro, lord Pelham, hablaba con Edward.

-Es el deseo del rey -aseguró lord Pelham sin mostrar ninguna emoción-, que sir Edward Masen sea recompensado por su fiel servicio en la defensa de Inglaterra.

Edward alzó la oscura frente con gesto burlón.

-¿Ha recordado finalmente Su Majestad la promesa que le hizo a un joven caballero?

-Ja, ja, no nos habíamos olvidado -dijo el rey asintiendo vigorosamente-. Has cumplido la promesa que hiciste de joven y te has convertido en un hombre en el que podemos confiar. Ahora queremos recompensar tu fidelidad.

-Habéis demostrado vuestro coraje y vuestra lealtad a lo largo de los años -intervino lord Pelham-. Inglaterra necesita hombres con vuestra experiencia y vuestra fuerza. Nuestros servicios de espionaje han descubierto un complot para unificar dos clanes de las Tierras Altas. Los clanes unidos tienen potencial suficiente para convertirse en una fuerza poderosa en Escocia y en una amenaza para Inglaterra.

Edward escuchaba con suma atención.

-¿Su Majestad desea que destroce a los clanes rebeldes?

-No, es algo más que eso -dijo Pelham moviendo la mano con gesto imperioso-. No deseamos empezar otra guerra. Teniendo en cuenta la lejanía de estas tierras en cuestión, les hemos prestado poca atención en el pasado. Pero de pronto, la situación tiene la capacidad de explotar. Hemos descubierto que va a celebrarse el matrimonio entre el jefe de los Black y la doncella de Cullen en la fortaleza de Cullen. Está situada cerca del pueblo de Torridon, en el lago del mismo nombre.

-Hasta hace poco no teníamos motivos para sospechar de que algo estuviera mal. El fallecido señor de Cullen, el gran Charlie Swan, y sus herederos varones cayeron en Culloden, y como aquella fortaleza situada en los confines de ninguna parte no nos servía para nada, le prestamos poca atención. Pero si los Black y los Swan se unen, nuestros dominios de las Tierras Altas podrían verse amenazados. Todos los hombres leales a los Swan y a los Black se apresurarían a unir sus fuerzas contra Inglaterra.

-Lord Pelham -lo interrumpió Edward-, ¿en qué forma me implica esto a mí?

-Cuéntaselo, cuéntaselo -le urgió el rey con brusquedad.

El primer ministro se inclinó gentilmente ante el rey y continuó. -Habéis servido lealmente al rey y a Inglaterra, capitán. El rey desea recompensar vuestro devoto servicio durante estos años con el castillo de Cullen y todas las tierras que acompañan esos dominios, incluido el pueblo de Torridon y los siervos y los hombres libres que cultivan la tierra.

Edward se quedó paralizado y entornó sus grises ojos en gesto de desconfianza. ¿Iban a entregarle tierras y una fortaleza situadas en las más remotas regiones de Escocia? ֹÉl quería tierra, pero había confiado, no, rezado para que fuera en suelo inglés. No le gustaba Escocia ni aquellos salvajes habitantes de las Tierras Altas. Sin embargo, negarse a aceptarlo sería tan estúpido como peligroso.

-Además -continuó lord Pelham al ver que Edward guardaba silencio-, seréis recompensado con un título y la pequeña hacienda de Clarendon, en Cornwall. Sin embargo -le advirtió el primer ministro-, Su Majestad espera que viváis de manera permanente en Cullen y que mantengáis el orden en aquella remota zona de las Tierras Altas. ¿Qué decís, Edward Masen, conde de Clarendon, señor de Cullen?

¡Conde! ¡Le estaban dando un título y unas tierras en Inglaterra! Lo que más había deseado durante años era tener un pequeño trozo de tierra al que poder llamar suya; no tenía razones para esperar un título. Ahora poseía uno, grandes tierras, un pueblo en Escocia y una hacienda inglesa. Tal vez algún día, cuando se restableciera el orden en las Tierras Altas, podría retirarse a su hacienda inglesa y dejar que un administrador se ocupara de sus territorios en Escocia. Lo cierto era que no quería nada de su posesión escocesa, excepto las rentas y los diezmos que pudiera proporcionarle.

Edward prestó todavía más atención a lord Pelham cuando el primer ministro señaló lo que se esperaba de él.

-Su Majestad cuenta con que vos, lord Clarendon, evitéis que la doncella de Cullen se case con el jefe de las Tierras Altas Jacob Black. Se necesita un hombre fuerte para controlar el clan de los Black, tan belicoso. Son rebeldes y proscritos. El rey os proporcionará temporalmente a veinte soldados del regimiento real de las Tierras Altas para que os acompañen a Cullen, pero espera que vos contratéis vuestros propios mercenarios para que protejan de forma permanente vuestros dominios. No olvidéis que si se forma una alianza entre los Black y los Swan, Inglaterra se arriesga a perder tierras valiosas que creía tener firmemente bajo control.

-Lo comprendo -aseguró Edward con gravedad. -Ni los Black ni los Swan le causarán ningún problema a Inglaterra mientras yo sea el señor de Cullen.

-Confiamos en ti, lord Clarendon -dijo el rey Jorge-. El Caballero Demonio se ha ganado nuestro respeto, igual que el título y las tierras que le hemos concedido.

Edward estaba eufórico, aunque en cierta forma decepcionado por tener que permanecer en las Tierras Altas para poder hacerse con su título y sus tierras. De pronto se le pasó algo por la cabeza. -¿Cuáles son vuestros deseos en lo concerniente a la doncella de Cullen, señor? ¿Debo hacer que los guardas del regimiento real la escolten hasta Londres?

-Ah, lady Isabella -dijo el rey señalando con un gesto al primer ministro. -Cuéntaselo, lord Pelham.

-Nuestras fuentes nos han informado de que lady Isabella vive en Cullen con su madre, la viuda de Charlie Swan. Sus dos hermanos cayeron en Culloden. Su Majestad ha decidido enviar a madre e hija al convento de Santa María del Mar, que está a un día de camino de Cullen en dirección al norte. El convento ya está al tanto de su llegada y cumplirá con los deseos de Su Majestad. No debéis permitir bajo ninguna circunstancia que lady Isabella y el jefe Black se casen o tengan siquiera ningún tipo de comunicación.

-Comprendo -aseguró Edward-. La generosidad de Su Majestad me abruma.

El rey sonrió en gesto de aprobación.

-Una cosa más, mi señor -dijo lord Pelham-. Necesitaréis herederos. El rey tiene intención de buscar una prometida adecuada para vos. Cullen debe tener una señora.

-¿Van a entregarme una novia? ¿Una heredera? -repitió Edward. No estaba muy convencido con la idea de tomar como esposa a alguien que no había visto nunca, pero no iba a poner objeciones.

No le importaba con quién se casara; todo el mundo sabía que los hombres tomaban a una mujer como esposa para que le proporcionara herederos y que buscaban la satisfacción sexual en otro lado. Edward se inclinó profundamente.

-Estoy absolutamente agradecido, Majestad.

-Debéis estarlo -respondió lord Pelham-. No le falléis a Inglaterra, lord Clarendon. Si el matrimonio entre la dama de Cullen y el jefe de los Black tiene lugar antes de que podáis evitarlo, todo estará perdido, incluidos vuestras tierras y vuestro título.

Edward lo entendió perfectamente, y no estaba dispuesto a perder todo lo que tanto había anhelado. Hizo una breve reverencia. -No os fallaré, señor.

El rey lo despidió con un gesto de la mano.

-Entonces márchate, mi señor. Estaré esperando el regreso del regimiento real de las Tierras Altas cuando lo tengas todo bajo control.

Tras aquella sorpresiva reunión, Edward se dirigió hacia El Gallo y el Toro, el lugar donde se sabía que se reunían caballeros y mercenarios sin trabajo. Aunque eso vaciaría el arca de sus ahorros, iba a necesitar hombres leales para ayudarle a mantener el orden en Cullen cuando los soldados se marcharan.

La sala común estaba llena de humo y apestaba a cerveza rancia y a cuerpos sucios. Edward distinguió a un conocido sentado en una mesa y se abrió camino entre la multitud para acercarse a él.

Sir Jasper Whitlock vio a Edward y lo saludó con la mano. -¡Edward! Me alegro de volver a verte. Ven a sentarte conmigo. ¿Qué te trae por Londres? Lo último que supe de ti fue que estabas destinado en Escocia.

Edward saludó a Jasper con entusiasmo y se sentó frente a su amigo, al otro lado de la mesa. Apareció una posadera pechugona y le pidió dos jarras de cerveza. La mujer se marchó y regresó con dos espumosas jarras. Edward le lanzó una moneda, le dio una palmadita en el amplio trasero y observó el tentador movimiento de sus caderas mientras se alejaba.

-Olvídate de la posadera, Edward -se mofó Jasper-. Puedes ir más tarde en busca de una prostituta. Pareces satisfecho por algo. Cuéntame tus noticias.

Edward volvió a centrar su atención a regañadientes en Jasper quien, a juzgar por el modo en que arrastraba las palabras y su aspecto rubicundo, llevaba unas cuantas copas de más.

Edward había conocido a Whitlock años atrás y se habían hecho amigos. Durante unos cuantos años habían perdido el rastro el uno del otro.

-Estás delante del nuevo conde de Clarendon, también señor de Cullen -le espetó Edward.

-¡Conde! -repitió Jasper claramente impresionado. -Si alguien se lo merece, ese eres sin duda tú. ¿Dónde diablos está Cullen?

-Ah, Jazz -dijo Edward efusivamente utilizando el apodo de Jasper-, se trata de una gran fortaleza situada en lo más profundo de las Tierras Altas escocesas. Tendré grandes tierras de mi propiedad y un pueblo lleno de gente para cultivar la tierra y recolectar las cosechas.

-Creí que odiabas a los habitantes de las Tierras Altas -dijo Jazz-. ¿No mataron ellos a tu padre?

Edward torció el gesto.

-Sí, Jazz, pero también hay en juego un título y tierras en Inglaterra.

-Ah, así que Clarendon es un título inglés.

-Mis tierras están en Cornwall, pero son insignificantes comparadas con mis dominios escoceses. Y aunque me interesan bien poco los hostiles habitantes de las Tierras Altas, debo vivir en Cullen si quiero conservar el título y las tierras inglesas.

-Ya era hora de que el Caballero Demonio recibiera un reconocimiento por sus esfuerzos a favor de Inglaterra -lo alabó Jazz-. ¿Qué exige la Corona a cambio de tan generosa recompensa?

Edward se encogió de hombros.

-Debo evitar que la doncella de Cullen se case con un jefe rebelde de las Tierras Altas y mantener el orden.

-Supongo que no pretenderás aparecer en Cullen sin un ejército cubriéndote las espaldas -dijo Jazz.

-Tendré una fuerza temporal compuesta por veinte soldados del regimiento real de las Tierras Altas. También pretendo contratar mercenarios para defender mis tierras y proteger a mi señora esposa.

-¿Tu señora esposa? -repitió Jazz-. ¿Cuándo vas a casarte? Eso es nuevo para mí.

-El rey me ha prometido una heredera para que se convierta en la señora de Cullen.

-Espero que no sea excesivamente corpulenta -dijo Jazz con una carcajada. -Bromas aparte, ahora mismo estoy desocupado y me encantaría trabajar a tu lado. Tal vez encuentre una valerosa muchacha de las Tierras Altas que me caliente la cama.

-No cuentes con ello. Es más probable que te clave un cuchillo en el corazón -se burló Edward-. ¿Has olvidado que los habitantes de las Tierras Altas nos odian con toda su alma?

-No. ¿Has olvidado tú que soy un gran amante? -se jactó Jazz.

-Tal vez seas un diablo guapo, Jazz, y cuentes con el favor de las damas, pero hace falta algo más que palabras bonitas para ganarse el corazón de una muchacha de las Tierras Altas.

-No quiero su corazón -protestó Jazz-. Me interesa más lo que tiene entre las piernas.

Edward dejó escapar una risotada.

-Ah, Jazz, estoy deseando tenerte conmigo, porque sospecho que voy a necesitar de tu ligereza de espíritu. -¿Cuándo partimos?

-Muy pronto.

-Entonces será mejor que vuelva a mi alojamiento y prepare mis cosas.

Cuando Jazz se hubo marchado, Edward miró a su alrededor en busca de candidatos adecuados y dispuestos a ponerse a su servicio. Su mirada se cruzó con varios soldados curtidos en la batalla que había repartidos por la sala.

Dos horas más tarde, Edward había contratado a veinte mercenarios agradecidos por la oportunidad de servir al Caballero Demonio. Le cayó bien al instante sir Carlisle Clements, un caballero sin tierras ni esposa que había vivido tantas batallas como él. Cuando supo que sir Carlisle sabía leer y escribir, Edward le propuso convertirse en el administrador de Cullen. Sir Carlisle le agradeció encantado la concesión de aquel puesto.

Dos días más tarde, Edward se dirigió hacia el norte acompañado de Sir Jasper, los hombres que había reclutado y veinte soldados. Edward tenía pensamientos sombríos a pesar del honor que le habían concedido. Convertirse en el señor de gente que lo odiaba no era la vida que había imaginado para sí cuando se atrevía a soñar con poseer sus propias tierras. A pesar de sus recelos, el rostro de Edward se endureció con determinación. Cullen le pertenecía por orden del rey, y si los Black y los Swan se rebelaban, él haría todo lo que fuera necesario para ponerlos en su sitio.

A Edward Masen no le llamaban el Caballero Demonio por casualidad.

Capítulo 1: PROLOGO Capítulo 3: DOS.

 
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