Edward abrió los ojos haciendo un esfuerzo, consciente de varias cosas a la vez: le dolía la cabeza, tenía un sabor asqueroso en la boca, y la luz del sol se filtraba a través de la ventana. No era propio de él dormir más allá del amanecer. Frunció las cejas en gesto de dolorosa concentración mientras trataba de recordar la noche anterior.
Recuperó la memoria sólo parcialmente. Isabella...
Edward giró con cuidado el cuerpo y estiró el brazo a lo largo de la cama. El espacio que había a su lado estaba vacío, y de pronto recordó. A pesar de que tenía destrozado el cerebro, recordó el vino que había bebido ante la insistencia de Isabella, y la rabia se apoderó de él. ¡Lo había drogado! La furia lo llevó a levantarse de la cama. En cuanto sus pies tocaron el suelo, se tambaleó mareado y se agarró a uno de los postes de la cama para evitar caerse.
¡Esa tigresa embustera! Aquella era la primera vez que una mujer se burlaba de él, y Edward prometió que sería la última. Sería el hazmerreír de todo el mundo si la gente llegara a enterarse de esto. Se acercó tambaleándose hasta la palangana del lavabo, la llenó de agua con la jarra y hundió la cabeza en ella. Tras dos zambullidas, recobró los sentidos y obligó a su mente a recordar los sucesos de la noche anterior.
Había sospechado del vino desde el principio. No era propio de Isabella mostrarse tan servicial. Debería haberse dejado llevar por su instinto, pero estaba tan malditamente excitado que no podía pensar en otra cosa que no fuera estar dentro de Isabella. Y como un estúpido enamorado, la vio beber a ella del vino y creyó que estaba a salvo.
Sí. Había sido un maldito estúpido.
Sintió una oleada de amargura. ¿Había intentado matado? Descartó de inmediato aquel pensamiento. Si hubiera querido hacer eso, le habría hundido un cuchillo en el corazón mientras estaba inconsciente. Isabella no era una asesina; era una conspiradora. Tendría que vigilarla estrechamente, estar prevenido para su próximo truco. Pero tanto si ella quería como si no, la haría suya. Y pronto.
Edward encontró a Isabella en el patio con Renesmee. Se las había arreglado para evitarle durante toda la mañana, pero no estaba dispuesto a dejarla escapar tan fácilmente de su ira.
Renesmee fue la primera en verle.
-¡Edward! ¿Quieres ver la muñeca de paja que me ha hecho Isabella? -alzó la creación de su hermana hacia Edward para que la viera.
Edward sonrió a Renesmee y luego le lanzó una mirada oscura a Isabella, complacido al percibir el brillo del miedo en sus ojos verdes. Tenía motivos para temerle.
-Tienes buen aspecto, pequeña -dijo centrando su atención de nuevo en la niña.
-Estoy muy bien, gracias. Nana dice que ya puedo levantarme y andar por ahí.
-Esa es una buena noticia -dijo Edward sinceramente complacido.
Justo entonces aparecieron corriendo dos niños que cogieron a Renesmee de la mano.
-Ven con nosotros a los establos, Renesmee. Manchitas ha tenido cachorros.
-¿Puedo ir, Isabella? -preguntó la niña esperanzada.
-No, no creo que...
-Ve con ellos, Renesmee -dijo Edward con un tono de voz que no permitía discusiones. -Me gustaría hablar a solas con tu hermana.
Renesmee y sus amigos se fueron corriendo.
-¿Quiénes son? -preguntó Edward-. He visto a esos niños por aquí, pero no sabía quiénes eran.
-Son los nietos de Billy -dijo Isabella-. Su padre murió en Culloden y Billy los ha cuidado desde que eran unos bebés. Y ahora, si me disculpas...
-No tan deprisa. Ven conmigo -dijo él agarrándola del brazo para evitar que se escapara.
Isabella arrastró los pies, pero no sirvió de nada. Edward tiró de ella hasta que llegaron a un sitio donde nadie pudiera oídos. Se detuvo tan bruscamente que Isabella rebotó contra Edward. Entonces la giró hacia él con el rostro marcado por una expresión acusadora.
-¡Has intentado matarme! ¿Crees que de haberlo conseguido hubieras podido escapar de la ira de sir Jasper? Te hubiera enviado a la muerte.
Isabella palideció. ¿Matarlo? ¿Cómo podía pensar eso de ella? -No, no he hecho nada semejante.
-¿Qué droga utilizaste?
-Una poción para dormir. No te hizo ningún daño.
-¡Traición! ¿Tanto me desprecias?
-¡Eres un inglés! -dijo Isabella, como si eso lo explicara todo-. Yo pertenezco a Jacob Black.
Edward le agarró los hombros y la atrajo hacia sí con expresión de absoluta firmeza.
-Me perteneces a mí. Acéptalo. Tu destino está en mis manos.
Vendrás a mi cama, Isabella, sin que yo te tenga que obligar a ello. ¡Lo juro!
-¡Nunca! El hecho de que tú seas inglés lo hace imposible.
Su postura inflexible debería haberla advertido. Una silenciosa tensión se cernió sobre ellos. Isabella sabía que debía decir algo para romper el tenso silencio, pero las palabras murieron en su boca cuando se dio cuenta de que iba a besada. Aunque era lo último que deseaba Isabella, alzó el rostro y se humedeció los labios entreabiertos con la punta de la lengua.
-Tigresa -dijo Edward con voz baja y enloquecida. -Mientras me golpeas con tus palabras, tu cuerpo me da la bienvenida. ¿Te divierte seducirme?
Isabella parpadeó. ¿Por qué le permitía a Edward que le hiciera esto? Parecía que llevada por el camino de la traición le proporcionaba un gran placer. Tendría que estar más alerta en el futuro. No debía permitir que el Caballero Demonio, tan oscuro y seductor, destrozara su orgullo y su honor.
Sacudiendo la cabeza para librarse del seductor aroma de Edward,
Isabella luchó por zafarse. -¡Márchate!
Edward se rió mientras la estrechaba con fuerza entre sus brazos. -Todavía no -gruñó.
Isabella cerró los ojos cuando su boca tomó la suya. Edward tenía los labios suaves, pero el resto de su cuerpo estaba rígido y resistente. Agarrándose torpemente a sus hombros, luchó contra el deseo de Edward tanto como contra el suyo propio.
No debería ser así. Ella no tendría que... no podía deseado. Se había pasado la mayor parte de su vida odiando a los ingleses. ¿Que tenía aquel hombre de distinto?
De pronto, Edward dejó de besada y se apartó. Tenía una expresión extrañamente tierna. Pero su voz encerraba un tono duro cuando dijo:
-Veamos quién puede resistir más tiempo, mi señora. Comparada conmigo, tú eres una novicia en este juego.
Isabella lo miró con mofa.
-Yo no estoy jugando a nada, mi señor.
-Las mujeres siempre juegan. Forma parte de su naturaleza- la sonrisa de Edward le puso muy nerviosa. -La puerta de mi habitación estará siempre abierta para ti. Ven a verme cuando desees para conocer más sobre el placer que te prometí.
Ella giró la cabeza. -Nunca iré a buscarte.
Entonces ocurrió algo extraño. Isabella distinguió por el rabillo del ojo a un hombre que le resultaba extrañamente familiar entrando en el patio con un grupo de comerciantes. Llevaba la falda escocesa de los Swan y una boina calada hasta la frente. Pero durante un fascinante momento, el hombre levantó la cabeza y los miró directamente a Edward y a ella.
Isabella lo reconoció y sintió cómo el calor se le retiraba del rostro. ¡Jacob Black!
-¿Qué ocurre? -preguntó Edward con sequedad. -¿Te encuentras mal?
¿Sospecharía Edward del motivo de su distracción?
-No ocurre nada. Ya es hora de que vaya a buscar a Renesmee y volvamos al castillo para empezar con sus lecciones.
Edward la soltó al instante.
-Renesmee es una niña muy inteligente, se le darán bien las lecciones. ¿Le das tú misma clase?
Isabella asintió
-Si no tienes ninguna objeción.
-No, así evitarás meterte en líos.
Isabella se apresuró. Nunca había entendido a Edward. Era un soldado endurecido, un adversario implacable y cruel en muchos sentidos, pero parecía genuinamente preocupado por Renesmee y Esme. Era como si fueran dos hombres diferentes, y la cara que le mostraba a ella no fuera la misma que presentaba ante su madre y su hermana. Pero Isabella tenía otros asuntos de los que preocuparse. ¿Qué estaba haciendo Jacob Black en Cullen?
Jacob apareció de la nada cuando ella dobló la esquina camino de los establos para recoger a Renesmee. Él la agarró del brazo y tiró bruscamente de Isabella para arrastrarla al interior en sombras de los establos. -No deberías estar aquí, Jacob.
-Tenía que verte. ¿Estás bien? ¿Qué te ha hecho ese bastardo inglés?
Isabella se preguntó si Jacob había visto cómo la besaba Edward. -No me ha hecho nada. Se suponía que me iban a mandar al convento, pero lord Edward creyó que no era una buena idea. Tal vez me envíe a Londres para que el Hannover se ocupe de mí. El inglés no quiere que nos casemos y unifiquemos nuestros clanes.
-No pueden detenemos -aseguró Jacob con fiereza.
-¿Qué puedes hacer tú? Es peligroso para ti que estés aquí.
-Este lugar no es seguro -susurró Jacob-. Reúnete esta noche conmigo en los establos, después de la cena. No dejes que te vea nadie. Entonces te lo explicaré todo.
Escucharon voces y Jacob se deslizó todavía más entre las sombras.
-Esta noche, muchacha, no me falles.
Jacob desapareció por la esquina en el momento en que Renesmee y sus amigos hicieron su aparición.
-¡Tienes que ver los gatitos, Isabella! Son adorables.
-En otro momento, cariño -aseguró su hermana. -Es hora de retomar las lecciones. ¿Subimos al aula y empezamos?
-Si tú lo dices -respondió la niña sin ningún entusiasmo. -¿Puedo salir más tarde a jugar?
-Ya veremos cómo te encuentras -contestó Isabella evasivamente.
El día transcurrió muy despacio para Isabella. Se pasó dos horas enseñando las letras a Renesmee y visitó a Esme durante unos minutos. Después fue a la cocina para ayudar con la comida del mediodía. Faltaban muchas horas para su encuentro con Jacob, y se preguntó dónde estaría escondido. ¿Habría venido para llevársela? No se marcharía sin su madre y su hermana. Aunque Edward las trataba bien, eso podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos si las dejaba a su merced.
Si Esme se hubiera encontrado con fuerzas para viajar, hacía mucho tiempo que habría intentado sacada de allí a través del túnel secreto. Se preguntó vagamente si Edward habría encontrado la ruta de escape o si seguiría buscándola.
Edward observó a Isabella con los ojos entrecerrados. Parecía distraída, y supo que andaba detrás de algo. Y no sería nada bueno. Se negaba a mirado a los ojos, aunque sin duda era consciente de su escrutinio. Edward sabía que no estaba preocupada por su familia porque él había ido a vedas antes y se encontraban perfectamente. Lady Esme parecía estar de muy buen ánimo, y eso le complacía. Se quedó impactado al ver a sir Carlisle en su habitación, y más todavía al descubrir que no era la primera vez que el maduro caballero de cabello gris visitaba a Esme. ¿Estaba pasando algo de lo que él no se había enterado? ¿O se estaba dejando llevar por la imaginación?
Edward esperó a que se vaciara el salón tras la cena para enfrentarse a Isabella. La interceptó cuando ella se dirigía hacia la sala de las mujeres para meterse en la cama.
-Me gustaría hablar contigo, Isabella.
-Hablar contigo me fatiga, mi señor. Me gustaría retirarme.
-Enseguida. ¿Ocurre algo?
Isabella lo observó con los ojos entornados. Edward la encontraba deliberadamente evasiva y estaba seguro de que le estaba ocultando algo.
-Soy tu prisionera, mi señor. ¿Qué otra cosa puede ocurrir aparte de eso?
La inquisidora mirada de Edward se deslizó sobre ella durante un largo instante.
-Si estás planeando alguna traición, olvídate de ello. No puedes ganar. Vete a la cama, señora. Si deseas mi compañía, no tiene más que subir los escalones de la torre -dicho aquello, se dio la vuelta y se alejó de allí.
Isabella se lo quedó mirando, admirando partes de él en las que no tendría que andarse fijando. Lo había visto desnudo; sabía lo que había debajo de aquella ropa. ¿Cómo no iba a recordar los fuertes músculos que había bajo aquella piel marcada con cicatrices de guerra? Resultaba difícil creer que pudiera existir un hombre más atractivo físicamente que el Caballero Demonio.
El recuerdo de aquella lanza larga y gruesa que tenía entre las piernas le devolvía el maravilloso placer que le habían proporcionado sus besos y sus caricias. Isabella agitó con gesto enfadado la cabeza. Tener pensamientos morbosos respecto a su enemigo resultaba perverso; tenía que detener aquel sinsentido.
Isabella llegó al final de las escaleras y decidió darle las buenas noches a su madre antes de meterse en su habitación para prepararse para su encuentro con Jacob. Se llevó una sorpresa al encontrarse a sir Carlisle sentado en una silla al lado de la cama de su madre. Él se puso inmediatamente de pie.
-Lady Isabella.
-Sir Carlisle. Qué amable por tu parte hacerle compañía a mi madre. Sé que se siente muy sola teniendo que estar tanto tiempo en la cama.
-Sir Carlisle me pregunta con frecuencia mi opinión sobre las tareas cotidianas de Cullen. Está haciendo un gran trabajo como administrador, pero...
-No podría hacerlo sin lady Esme -se apresuró a añadir sir Carlisle-. Si me disculpáis, os deseo buenas noches a las dos.
Isabella se quedó impresionada por el modo en que la mirada de Esme seguía la potente figura de sir Carlisle.
-Parece un hombre simpático... para ser inglés -aventuró Isabella-. Da la impresión de sentirse cómodo aquí contigo.
-Como te he dicho antes, me consulta los asuntos del castillo. Yo he sido la señora de este sitio durante muchos años y conozco todo lo que hay que saber sobre cómo gobernar una propiedad de estas dimensiones.
-Espero que sus visitas no te fatiguen, mamá.
-¿Querías hablar de algo en concreto conmigo, querida?
"Quiero contarte lo de Jacob".
-No. Quería asegurarme de que tienes todo lo que necesitas para pasar la noche.
-Nana y Alice me cuidan muy bien.
-Entonces te doy las buenas noches.
Esme le agarró la mano. -¡Espera! Pareces preocupada.
-¿Tan obvio resulta?
-Para mí sí. ¿Se trata de lord Edward? ¿Te está tratando mal?
Isabella apartó la vista.
-No, no exactamente. Es sólo que... oh, mamá, por favor, no se lo cuentes a nadie.
-¿Contarles qué? Puedes decirme lo que sea, hija, que yo lo comprenderé.
Isabella tenía que hablar con alguien, y su madre parecía la opción lógica. Aspiró con fuerza el aire para coger fuerzas. -He visto a Jacob. Está en Cullen.
Esme se sentó un poco más recta.
-¿Jacob? ¿Aquí? No puede ser. ¿Es que ese hombre está loco? ¿Has hablado con él? ¿Qué es lo que quiere?
-No sé qué es lo que quiere. Vaya encontrarme con él esta noche en los establos.
-Oh, Isabella, no lo hagas. No puede salir nada bueno de esto.
-Tengo que hacerlo, mamá. Es mi prometido. Jacob puede ayudamos a escapar. Si nos aliamos, los Black y los Swan podemos echar a los diablos ingleses de Cullen.
Esme dejó escapar un suspiro tembloroso.
-Yo he perdido como todos en Culloden, sino más. Pero incluso yo sé que ha llegado el momento de dejar la lucha. Los habitantes de las Tierras Altas fueron derrotados y severamente castigados. Los ingleses controlan ahora nuestra tierra. Conspirar con Jacob Black podría exterminar a nuestro clan, y sé que no es eso lo que quieres. Ya hemos perdido a muchos seres queridos.
Las torturadas palabras de Isabella surgieron de lo más profundo de su alma.
-Quiero recuperar mi hogar; quiero vivir libre de los malditos ingleses. Quiero que el Caballero Demonio desaparezca de mi vida. -Acepta aquello que no puede cambiarse -le aconsejó Esme. -No escuches a Jacob, es un agitador. Ni Nana ni yo pensamos que sea bueno para ti.
-¿Y qué es bueno para mí? ¿La vida de una monja? ¿El encierro? ¿La muerte?
Una lágrima resbaló por la mejilla de Esme, e Isabella se sintió de inmediato arrepentida.
-Perdóname, mamá. No era mi intención lastimarte -se inclinó hacia delante y le dio un beso en la frente a su madre. -Estás cansada. Te dejaré sola.
-Prométeme que no harás ninguna tontería -le suplicó Esme-. Piensa en lo que es mejor para los miembros de nuestro clan. Lord Edward no es tan malo. Sir Carlisle dice que Cullen está prosperando bajo su mandato.
-Te lo prometo, mamá -dijo Isabella con cautela.
Isabella corrió hacia su dormitorio y se puso una capa oscura con capucha. Miró a través de la estrecha ventana y vio la luna deslizándose tras un banco de nubes. Sonrió. Había llegado el momento. Edward estaría ahora en su habitación, y los soldados en los barracones.
Había un guarda en el salón, pero Isabella fue capaz de pasar agachada delante de él y llegar hasta el pasadizo que llevaba a la cocina. Isabella se preguntó vagamente si aquel guarda estaría allí apostado porque Edward había descubierto el túnel. Pero en aquel momento tenía otras cosas en mente.
Los fuegos de la cocina estaban ya en brasas y no había nadie por allí. Isabella abrió la puerta de atrás y salió al exterior, tropezando por el jardín de la cocina en dirección a los establos. Entró en las cuadras en penumbra, impregnadas de un penetrante olor a caballo y a cuero, y se detuvo para recuperar la compostura. Un gemido de sorpresa se le escapó entre los labios cuando un brazo fuerte la agarró por la cintura.
-¿Por qué te ha retrasado?
-Jacob, me has dado un susto de muerte.
ֹÉl la arrastró hasta la esquina más oscura de los establos antes de hablar.
-¿Te ha visto alguien?
-No. ¿Qué estás haciendo en Cullen? ¿Qué quieres de mí?
-A mí me parece que es obvio -le murmuró Jacob al oído. -
Eres mi prometida.
-Yo... confiaba en que siguieras considerándome tu prometida. Oh, Jacob, han sucedido tantas cosas desde el día que nos íbamos a casar...
-Nada bueno, supongo. Hay una manera de que podamos estar juntos, muchacha, como quería tu padre.
Isabella albergaba sus dudas, pero estaba dispuesta a escuchar. Necesitaba huir lo más rápidamente posible de la poco sutil seducción de Edward.
-¿Has venido para llevarme contigo?
-Todavía no, muchacha. Hay algo muy importante que puedes hacer por mí y por los miembros de nuestros clanes que perdieron la vida en Culloden.
-¿Qué puedo hacer yo, Jacob? No soy libre de ir a venir como me gustaría. Hay alguien vigilándome constantemente.
-Sí, el Caballero Demonio te vigila -bajó la voz en tono malicioso-. Te he visto con él hoy. Te desea, muchacha. Podemos volver su deseo contra él si sigues mis órdenes.
Isabella arrugó su suave frente. -¿Cómo es eso?
Aunque no podía ver el rostro de Jacob, podía sentir el veneno que lo alimentaba por dentro.
-Entregándote a él, y luego matándolo cuando esté más vulnerable. Ya nos ocuparemos de los demás. He dedicado mi vida a matar ingleses y a perseguir a los supervivientes para que regresaran a suelo inglés. Los Black, los Swan y sus aliados están en posición de convertirse de nuevo en una fuerza mayor en las Tierras Altas. Cuando Edward Masen esté muerto y Cullen sea mío, convertiré la fortaleza en un lugar inexpugnable a los ataques ingleses.
A Isabella le costaba trabajo respirar. ¿Cómo podía Jacob sugerirle semejante plan... y semejante papel para ella en él? ¿Eran necesarias tanta muerte y tanto asesinato? Quería recuperar Cullen, pero no a expensas de las vidas de los miembros de su clan... o de la de Edward.
-Al Caballero Demonio le gustas mucho -continuó Jacob-. Lo he visto con mis propios ojos. ¿Te ha poseído ya?
-¡Jacob!
-Discúlpame, muchacha, pero tú eres la única que puedes colocar al inglés en una posición vulnerable, y es mejor llevarlo a cabo en su dormitorio.
Isabella se quedó paralizada. Se sentía entumecida, traicionada. Su propio prometido quería que se acostara con el enemigo. -¿Quieres que asesine a Edward? ¿A sangre fría?
-Sí. Haz todo lo que sea necesario, ningún habitante de las Tierras Altas te juzgará con dureza.
-Quieres que le permita acostarse conmigo y que luego lo mate -repitió. Estaba tratando desesperadamente de entenderlo.
Jacob la agarró de los brazos, su desesperación era palpable. -Créeme, muchacha, es la única manera. El Demonio es un soldado astuto y experimentado, matará a muchos de nosotros antes de que podamos acabar con él. Tú eres la única que puede acercarse lo suficiente como para matarlo.
-¡No!
-¿Te has olvidado ya de que tu padre y tus hermanos yacen pudriéndose en sus tumbas? ¿O que los Black, los Swan y los valerosos miembros de su clan fueron asesinados en Culloden?
Ahora piensa en el hombre que se llama a sí mismo señor de Cullen. Él estuvo en Culloden; tal vez mató a alguno de los miembros de tu clan. Tal vez le atestó el golpe mortal a uno de tus seres queridos. Tienes que hacerlo, muchacha. Por tu clan y por tu honor.
Isabella se retiró mentalmente. Su relación con Edward podría ser imprevisible, pero no podía matarle.
-No puedo.
-Toma, coge este cuchillo. Escóndelo bajo tu ropa. El acto debe llevarse a cabo pronto. A partir de esta noche, te estaré observando desde el bosque, esperando a que me hagas una señal.
-¿Qué señal?
-¿Se ha quedado el Demonio con la torre norte sólo para él?
-Sí.
-Muy bien. Cuando le hayas matado, sostén una vela encendida delante de la ventana abierta. Esa será la señal para que nosotros nos acerquemos a la puerta de atrás, en la que no hay guardas, y esperemos a que tú nos dejes entrar. Eres inteligente, muchacha, no deberías tener problemas para escabullirte del castillo y abrirnos la puerta. Una vez dentro, nos dispersaremos y mataremos a los soldados ya los guardias dormidos. Cuando se encuentren con el enemigo dentro del castillo y a su señor muerto, se creará una gran confusión que al final se convertirá en su derrota. Los asesinaremos antes de que puedan armarse.
Rígida por la impresión, Isabella cerró los ojos y susurró: -No puedo hacerla.
-¡Tienes que hacerlo! Toma -Jacob le puso el cuchillo en la mano. -Coge el cuchillo. Estaré esperando tu señal.
A pesar de su reticencia, Isabella agarró el mango del cuchillo con los dedos. Abrió los ojos de golpe.
-No, no me mancharé las manos con su sangre -pero cuando trató de devolverle el arma, Jacob había desaparecido.
Isabella se estremeció. No podía hacerlo. No lo haría. Jacob estaba loco al pedirle una cosa semejante. A ella le gustaba tan poco como a él que hubiera ingleses en tierra escocesa, pero lo que Jacob le estaba pidiendo era un asesinato, y eso iba más allá de su capacidad. Turbada por el asombroso giro que estaban tomando los acontecimientos, Isabella regresó al castillo en un estado de aturdimiento. Cuando llegó a la puerta de la cocina, entró a hurtadillas, igual que había salido, y se dirigió hacia su dormitorio.
Isabella se dejó caer sobre la cama. Su mente era un torbellino.
Transcurrió mucho tiempo antes de que encontrara la energía suficiente para levantarse y quitarse la capa. Se dio cuenta con creciente horror de que seguía agarrando con fuerza el cuchillo que Jacob le había puesto en la mano.
Lanzando un grito de terror, arrojó el cuchillo lejos. Fue a caer al suelo con un ruido metálico. Aquel sonido la sacó de su estado de confusión. Isabella recogió el cuchillo y buscó a su alrededor un lugar para esconderlo. Desesperada, lo guardó debajo del colchón.
Trató de no pensar en Jacob Black a la mañana siguiente. Se dedicó a sus quehaceres diarios y se negó a contestar a las preguntas de su madre sobre su encuentro con Jacob. Transcurrió un día más. Y otro. Y cuanto más trataba de evitar a Edward, más sospechaba él de lo distraída que estaba.
Isabella estaba compartiendo la comida con su madre cuando Esme dijo:
-Pareces inquieta, hija. ¿Tiene algo que ver con Jacob Black? ¿Qué quiere de ti? Confiaba en que me contaras cómo había transcurrido tu encuentro con él sin que tuviera que preguntártelo.
-Jacob sólo quería... preguntarme qué tal nos estaba yendo. Esme puso sus bellos ojos verdes en blanco
-No te creo. ¿Está molestándote lord Edward, entonces? -escudriñó el rostro de Isabella-. ¿Te ha ofendido de alguna manera?
-Me ofende el hecho de que esté aquí -aseguró Isabella con fiereza. Pero luego dulcificó el tono de voz. -No temas, mamá. No pasa nada, estoy bien. Sólo estoy ansiosa porque estoy deseando que te recuperes y podamos marcharnos antes de que lord Edward descubra el túnel. Lo ha estado buscando con ahínco.
-¿De verdad quieres marcharte, cariño?
Isabella haría cualquier cosa para escapar del sensual encanto de Edward.
-Sí, eso es lo que quiero.
-Entonces haré un esfuerzo para levantarme de esta cama y estar lo suficientemente fuerte como para huir con Renesmee y contigo.
A Isabella se le iluminaron los ojos.
-Oh, mamá, yo quiero que te pongas bien por mí y por Renesmee, y también por ti misma, porque yo no me marcharé de Cullen sin ti.
-Mañana le pediré a Alice que me ayude a caminar un poco para ejercitar las piernas.
-Te quiero, mamá -dijo Isabella dándole a su madre un rápido abrazo.
La puerta se abrió de golpe y Renesmee entró precipitadamente. -¡Mamá! ¡Edward me ha dejado montar su caballo! ¿Sabías que Cosmo cargaba con él durante las batallas? -la niña dirigió la mirada hacia atrás. -Cuéntale a mamá lo valiente que he sido, Edward.
Isabella se quedó paralizada cuando Edward apareció en el umbral. -Confío en no molestar, lady Esme.
-En absoluto, mi señor. Por favor, pasa y cuéntame la aventura de mi hija.
Edward sonrió a Renesmee.
-La verdad es que Renesmee ha sido muy valiente, y Cosmo se ha comportado como un perfecto caballero. La senté delante de mí y dimos una vuelta por el patio.
Isabella bajó la vista cuando la mirada plateada de Edward se cruzó con la suya. ¿La habría delatado su expresión de culpabilidad? -Lady Isabella -dijo Edward con tono autoritario. -Quiero hablar un momento a solas contigo, por favor.
-Ve, hija -intervino Esme-. Renesmee y yo estaremos bien aquí. No puedes imaginarte lo contenta que estoy al ver que su salud mejora. Gracias, lord Edward, por lo bien que la has cuidado.
-No hay de qué, mi señora -dijo Edward-. Y ahora, si nos disculpas, hablaré con Isabella.
Edward salió con Isabella por la puerta y llegaron al corredor de la habitación de ella. Edward abrió la puerta y la urgió a entrar. Él la siguió y cerró con fuerza tras de sí.
-No deberíamos estar aquí solos -dijo Isabella dando un paso hacia atrás.
-Sólo quiero hablar un momento contigo -los ojos de Edward se oscurecieron. -Aunque en realidad quiero mucho más de ti.
"Lo harás mejor en el dormitorio", le había dicho Jacob. "Mátalo. Nadie te culpará." No podía hacerlo. No a Edward. Estaba tan lleno de vida. Que otra persona blandiera el cuchillo, porque ella no podía hacerlo... no lo haría.
-¿Qué deseas decir me, mi señor? Edward suspiró ostensiblemente.
-Ya veo que sigues tan obstinada como siempre. Bien, pues en ese caso te diré lo que quiero lo más sucintamente posible. Se trata de tu madre. Parece que está recuperando las fuerzas. ¿No estás de acuerdo?
Isabella se puso inmediatamente a la defensiva.
-Tal vez. ¿Por qué lo preguntas? ¿Sigues pensando en enviar a mi madre y a mi hermana al convento?
-Eso es lo que el rey desea, pero estoy dispuesto a retrasar el viaje hasta que lady Esme haya recuperado completamente las fuerzas. Parece que ha mejorado mucho, por lo que estoy muy satisfecho. No quiero la muerte de ninguna mujer sobre mi conciencia. Les he cogido cariño a tu hermana y a tu madre y creo que estarán a salvo en el convento. El brazo del rey es muy largo, no quiero que les suceda nada malo.
-¿Y qué pasa conmigo, mi señor? ¿No quieres que yo esté a salvo? Una lenta sonrisa se asomó a los labios de Edward.
-Yo puedo mantenerte a salvo, Isabella. Ven a mi cama y te protegeré del rey con mi vida.
-Debo rechazar tu oferta, ni señor. Ambos sabemos que el rey se saldrá con la suya tanto si me conviertes en tu amante como si no. Envíame al convento con mamá y con Renesmee.
La expresión de Edward se endureció.
-¿Para que puedas escaparte y casarte con Jacob? No.
-Entonces no tenemos nada más que hablar, mi señor.
-Tenemos muchas cosas de las que hablar. Entre ellas, el modo en que respondes a mis besos. ¿Por qué te resistes a lo inevitable?
Sí, ¿por qué?, se preguntó Isabella. Jacob quería que se acostara con Edward, pero por una razón que ella no podía tolerar. ¿La convertía su negativa en una traidora? No le gustaba cómo sonaba eso. Ella era una escocesa leal. Matar a uno de los odiados ingleses, un usurpador de su hogar y de sus tierras, no debería ser una tarea difícil, entonces, ¿por qué negarse tan obstinadamente cuando tanta gente dependía de ella?
-Si ya has terminado, mi señor, puedes marcharte -lo invitó Isabella. La presencia de Edward en su dormitorio resultaba peligrosa... y demasiado intimidatoria.
Un gruñido surgió de la garganta de Edward cuando la agarró de la cintura y la estrechó contra sí. Isabella abrió la boca para protestar al mismo tiempo que Edward estampaba la suya en ella. No fue un beso suave, pero tampoco brutal. Fue un beso ardiente, duro y ansioso. Y excitante. Los labios de Isabella habían empezado a suavizarse bajo los suyos cuando Edward se apartó. Una sonrisa de satisfacción le curvaba los labios.
-Ya sabes dónde encontrarme si quieres más, mi señora -dijo con una arrogancia que provocó que a Isabella le rechinaran los dientes. La dejó allí de pie con los labios apretados y la rabia que hervía dentro de ella en plena ebullición. Sin embargo, su rabia no era suficiente como para convencerla de matarlo.
Aquel mismo día más tarde, Isabella estaba atravesando el gran salón cuando Sam la interceptó. Miró a su alrededor para comprobar si había alguien escuchándole, y luego susurró:
-Tengo un mensaje para ti, muchacha.
-¿Un mensaje? ¿De quién?
Sam se inclinó más.
-He visto a Jacob Black hoy en el pueblo. Me ha pedido que te diga que el tiempo se agota. Tiene que ser esta noche. ¿Qué ha querido decir, muchacha?
-No lo sé.
-Estás mintiendo, muchacha. Lo veo en tus ojos. ¿Detrás de qué anda Black?
Isabella llevó a Sam a un aparte y susurró:
-Jacob quiere que mate a lord Edward, pero no puedo hacerlo.
-Gracias a Dios -aseguró Sam fervientemente-. Tú no eres una asesina, muchacha. ¿Cómo se suponía que ibas a llevar a cabo ese acto si el único momento en que el señor es vulnerable es cuando está acostado?
Sam abrió los ojos de par en par cuando le vino a la cabeza la respuesta.
-Si lo que estoy pensando es verdad, Jacob está loco por pedirte que te comprometas así.
-Jacob cuenta conmigo -murmuró Isabella.
Sam escudriñó el rostro de ella, y el suyo se suavizó por la compasión.
-Eres tú quien debe tomar la decisión, muchacha. Soy consciente de que no es fácil aceptar que un inglés te quite lo que es tuyo, pero no eres la única habitante de las Tierras Altas que tiene que sufrir un destino semejante. Me encantaría que se marchara hasta el último soldado de Cullen, pero no quiero volver a vivir otro Culloden jamás.
-Ni yo -dijo Isabella-. Pero tampoco quiero a los ingleses en tierra de los Swan.
Su expresión se endureció. ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Podría ir aquella noche en busca de Edward y vengar a los miembros de su clan?
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AAAAAAAA DE VERDAD QUE NO ME LO CREO, JAJAJ SI ME PINCHAN AHORA NO SANGRO, ¿COMO PUEDE SER POSIBLE QUE ISABELLA SEA TAN FRIA Y ESTE CONSIDERANDO LA IDEA DE AYUDAR A JACOB? !!!!!QUE HORROR!!!!!!!!!!, ESTA TONTA, TARADA, ¿COMO SE LE OCURRE?, PERO TAN DISPUESTA ESTA QUE DE VERDAD CREO QUE LA ODIO EN ESTE PRECISO MOMENTO.........
SABEN UNA COSA, LOS HIGNALNDERS SON CONOCIDOS POR SUS SENTIDO DE LEALTAD Y POSESION, SON SUPER CELOSOS CON SUS MUJERES, ¿QUE RESPETO MERECE JACOB COMO HIGLANDER SI LE ESTA PIDIENDO ESO A SU PROMETIDA? ESO MIS CHICAS ERA UNA VERGUENZA EN ESA EPOCA, ESEEEEEEEEE NO ERA UN GUERRERO DIGNO.
AAAAAAA QUE CORAJE JAJAJA, LAS VEO MAÑANA CHICAS, BESITOS.
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