EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 60932
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 7: SEIS

Edward deambuló por el salón, se le estaba acabando la paciencia mientras esperaba a que aparecieran los miembros del clan de Isabella. Si se negaban a regresar a la fortaleza, tal vez tuviera que obligarles, pero realmente no quería hacerla. Para su alivio, la gente empezó a entrar por la puerta. En menos de una hora, los aldeanos estaban reunidos en el gran salón, esperando a que Edward se dirigiera a ellos.

Edward hizo un gesto para pedirles que guardaran silencio. -¿Quién es vuestro portavoz? -preguntó.

Sam se abrió paso entre la multitud.

-Yo hablo por los Swan, mi señor. Nos pediste que viniéramos, y aquí estamos. ¿Qué deseas decimos?

-Sólo esto. Os necesito, a todos vosotros -hizo un gesto teatral con la mano-. Os he llamado para ofreceros una salida a este punto muerto.

-Lo único que queremos es que liberes a nuestra muchacha -lo retó Sam.

-Eso es exactamente lo que pretendo hacer -reconoció Edward-. Regresad a vuestras tareas en el castillo y en los campos, y lady Isabella recuperará su libertad.

Con las manos en las caderas, Alice pasó por delante de Sam.

-¿Libertad para entrar y salir cuando a ella le plazca, mi señor? Edward frunció el ceño.

-No puedo proporcionarle amnistía total. Debo obedecer los deseos del rey. A lo que me refería era a que tendrá libertad dentro del castillo y los muros que rodean Cullen. Vuestra dama no sufrirá ningún daño por mi parte.

-¿Dónde está nuestra muchacha? -exclamó Billy.

-Aquí estoy -respondió Isabella en voz alta desde detrás de Edward.

Edward se la quedó mirando cuando avanzó hacia él. Lo que les dijera a los miembros de su clan sería vital para su permanencia como señor de Cullen.

-¿Estás bien, Isabella? -preguntó Sam ansioso.

-Estoy bien, Sam.

-Dinos qué debemos hacer -le pidió Billy-. ¿Debemos cooperar con su señoría? No tienes más que decirlo, muchacha.

-No me gusta estar encerrada en una torre -replicó Isabella lanzándole a Edward una dura mirada.

-Como ya he explicado, sólo tenéis que regresar a vuestras tareas para conseguir la libertad de lady Isabella.

-¿Y qué sucede con lady Esme y la pequeña Renesmee? -quiso saber Winifred, la cocinera.

-Haré todo lo que esté en mi mano para devolverles la salud -prometió Edward-. Lady Isabella puede corroborar que han mejorado bajo mis cuidados.

Todos los ojos se giraron hacia ella

-Dice la verdad -admitió Isabella a regañadientes.

Edward dejó escapar el aire que no sabía que estuviera conteniendo.

-Ya habéis oído a la dama. Como señor de Cullen, prometo trataros con justicia y mantener la paz para las futuras generaciones. -Para tus herederos, no para los nuestros -rezongó Sam.

-Siempre habrá Swans en Cullen -mantuvo Edward-. Os doy mi palabra.

-La palabra de un inglés -murmuró Isabella entre dientes. Por suerte, nadie la escuchó excepto Edward.

-¿Qué va a ser de nuestra muchacha? -inquirió Billy. Edward no tenía una respuesta preparada, porque ni él mismo la sabía. Así que se limitó a repetir:

-No voy a hacerle ningún daño. Trabajará aquí, con los miembros de su clan, y nos servirá a mi futura esposa y a mí.

-¡Trabajar! -protestó Winifred con rabia. -¿Como sirvienta? Eso no está bien.

-Trabajaré -dijo Isabella lanzándole a Winifred una mirada de advertencia. -¿Acaso no me he puesto a trabajar siempre que se me ha necesitado? Esto no será diferente.

-¿Estás segura, muchacha? -preguntó Sam.

Isabella asintió lentamente y Edward se permitió tener la esperanza de que tal vez pudiera restablecerse la armonía.

-Completamente segura. Colaborad con lord Edward hasta que yo encuentre la manera de recuperar Cullen para los Swan.

A Edward no le gustó cómo sonó aquello. ¿Qué diablos quería decir? Sam alzó sus peludas cejas hacia el cielo, como si entendiera perfectamente lo que Isabella había intentado expresar. Luego le guiño un ojo. A Edward no se le pasó por alto nada de todo aquello.

-Tú ganas, mi señor -reconoció Sam-. Trabajaremos para ti, pero si le tocas un pelo de la cabeza a nuestra muchacha, tendrás que responder ante nosotros.

-No me gustan las amenazas, Sam -aseguró Edward-, pero me obligas a que yo también te lance una. Que ni se os pase por la cabeza aliaros con los rebeldes y sus causas. Tengo hombres y armas con los que responder. Y ahora volved todos a vuestras tareas.

Sin que Edward la viera, Isabella asintió imperceptiblemente con la cabeza. Tras un instante de indecisión, el salón se fue vaciando, dejando sólo a Edward, a Isabella, a Sir Jasper y al contingente de soldados que había llevado sir Jasper por si se presentaban problemas.

-Has estado muy cerca, Edward -aseguró sir Jasper. Edward le lanzó una rápida mirada a Isabella.

-Lady Isabella ha sido muy inteligente al evitar un problema. Envía a los soldados de regreso a sus quehaceres, Jazz, hoy no los vamos a necesitar.

Jazz asintió y salió de allí a grandes zancadas.

-Te has salido con la tuya, mi señor -dijo Isabella-. Espero que estés satisfecho.

-La paz me complace. Estoy harto de la guerra, cansado de matar. Me creas o no, Isabella, durante más años de los que quiero recordar sólo he conocido guerra y derramamiento de sangre. El único hogar que he conocido desde Culloden ha sido una tienda militar. La vida del caballero es dura, no tenía una tierra a la que llamar mía, y sólo podía apoyarme en mis habilidades y en mi astucia. Deseo Cullen más de lo que he deseado nada en toda mi vida.

Tras haberle dicho a Isabella más de lo que era su intención, Edward apretó los labios y se dio la vuelta. ¿Qué le estaba ocurriendo? Le estaba contando a Isabella cosas que no eran de su incumbencia. De pronto se sintió expuesto y vulnerable, una sensación absolutamente ajena a él. El Caballero Demonio no era un hombre conocido por desnudar su alma. Cuando recuperó el control sobre sí mismo, se dio la vuelta para enfrentarse a Isabella, pero ella ya se había marchado.

 

Isabella regresó a la cocina con una nueva visión respecto a la áspera realidad de la mente del Caballero Demonio. Cuando le mencionó su vida anterior, le había parecido muy solitaria. Pero, ¿cómo podía ser? Los hombres como Edward nunca estaban solos. Era un hombre guapo, Isabella sabía sin necesidad de que se lo dijeran que no le faltaba compañía femenina. Y con amigos como sir Jasper, Edward era más afortunado que la mayoría.

Isabella se preguntó si la falta de tierras sería la fuerza que se escondía tras él. Todos los hombres querían poseer sus propias tierras. Pero, ¿por qué tenían que ser las tierras de Isabella? Cuando llegara la prometida de Edward, una inglesa se convertiría en la señora de Cullen. Sería un alarde de imaginación creer que la prometida de Edward quisiera que Isabella y su familia se quedaran.

Edward se apoyó pesadamente contra el ornamental respaldo labrado de la silla. Su mirada plateada seguía a Isabella mientras ella se movía entre las mesas distribuyendo bandejas de comida.

A excepción de alguna sonrisa ocasional dirigida a uno de los miembros de su clan, ella lo ignoró descaradamente, aunque tenía que ser consciente de su intenso escrutinio.

Parecía cansada, pensó, y se preguntó por qué eso tenía que importarle. La respuesta no le sorprendió: le importaba porque quería llevársela a la cama. Estaba convencido de que si la tuviera una sola vez se curaría de la obsesiva atracción que existía entre ellos. Isabella podía negarlo hasta el día del juicio final, pero Edward era capaz de distinguir cuándo una mujer estaba lista para ser tomada. Isabella no era inmune a él; su boca le había sabido a dulce rendición cada vez que la había besado.

Edward se revolvió en el asiento. Resultaba ridículo cargar constantemente con una erección. Nada le impedía tomar a Isabella, entonces, ¿por qué no lo hada?

Acostarse con la muchacha lo curaría del incómodo picor que lo aquejaba. Tal vez incluso lo librara del deseo que le inspiraba. Debía concentrarse en Cullen, y albergar pensamientos eróticos respecto a aquella tigresa ponía a prueba su cordura.

Edward vio a Isabella moviéndose por las mesas sirviendo cerveza, y alzó su jarra para que se la llenara. Ella hizo lo que le pedía, pero cuando se giró para marcharse, Edward le agarró el brazo, evitando que pudiera alejarse.

-Suéltame -susurró Isabella.

-Todavía no.

-¿Qué quieres de mi?

-Creí que estaba claro -aseguró Edward marcando mucho las palabras. -Te quiero en mi cama.

-No me avergüences delante de los miembros de mi clan.

-Lo que desconocen no puede hacerles daño -se defendió Edward.

Los hombros de Isabella se pusieron rígidos.

-No puedes exigirme eso. Estoy prometida a otro hombre.

Se hizo el silencio a su alrededor. Todo el mundo dejó de comer para observar el número entre Isabella y Edward. Él no pretendía avergonzarla en público, pero tampoco quería que lo rechazara. Él era el señor de Cullen, su palabra era ley. Tomar a Isabella no le haría daño a nadie. Seria cuidadoso con ella y se aseguraría de que experimentara placer con su unión.

-Lo exijo -insistió Edward-. Ve a mi habitación y prepárate para mí.

Sam, Billy y varios Swan más miraron a Edward con hostilidad. Los soldados de Edward se pusieron en alerta al instante. Edward sintió crecer la tensión y se dio cuenta de que había creado sin quererlo una situación potencialmente explosiva.

-Si quieres evitar problemas -le susurró a Isabella en un aparte-, más te vale obedecerme.

-Muy bien, mi señor -dijo ella recompensándole con una sonrisa cautivadora. Seguía sonriendo cuando le vertió la jarra de cerveza en el regazo.

-¡Que el diablo te lleve! -gritó Edward poniéndose de pie de un salto. Intentó agarrarla; ella se zafó.

Edward empezó a seguirla, pero Jazz le agarró la manga. -Déjala ir, Edward. No quedes como un estúpido delante de los miembros de su clan. He oído cómo le ordenabas que se metiera en tu cama. Eso no ha estado bien por tu parte. ¿Estás seguro de que esto es lo que quieres?

-No estoy seguro de nada en lo que se refiere a la doncella de Cullen -gruñó Edward-. Sólo una vez, Jazz, eso es lo único que pido. Ella no es inmune a mí, y yo haré que lo disfrute.

-Ten cuidado, amigo mío. Ella no te lo pondrá fácil. Mira a tu alrededor. Los miembros de su clan la defenderán si la deshonras. -Isabella es demasiado lista como para buscar ayuda entre los suyos. Desea tan poco como yo que haya derramamiento de sangre. Los miembros de su clan no están bien preparados para una confrontación con soldados profesionales.

-Yo no pasaría por alto la inteligencia de la dama. No te envidio, Edward. Llévate a otra mujer a la cama, pero te pido por favor que no pongas tus ojos en Alice.

Edward abrió mucho los ojos.

-Así que esas tenemos. Alice, ¿eh? Bueno, podrías haber elegido peor. Es una muchacha atractiva. ¿Está ella interesada en ti?

-No en convertirse en mi amante -se lamentó Jazz-. Pero acabará entrando en razón.

Edward se rió.

-Siempre tan optimista, ¿verdad, Jazz? Te deseo suerte -Edward miró hacia la cocina y se preguntó qué estaría haciendo

Isabella, pero se forzó a terminar de comer. Le resultaba difícil tragar cuando tenía la cabeza en otro sitio y ciertas partes de su cuerpo tan duras como una piedra.

Se imaginó a Isabella en su cama, su cuerpo desnudo mostrándose para él bajo la brillante luz de la vela. Él seria dulce pero insistente, y la llevaría al clímax a pesar de la inexperiencia de Isabella. Tras una noche de felicidad entre sus brazos, estaba convencido de que su inexplicable deseo por ella dejaría de perturbarle.

Isabella acorraló a Nana en la cocina. -Necesito tu ayuda -le susurró.

Nana la miró con sus inteligentes ojos azules.

-Así que el Caballero Demonio ha sucumbido finalmente al deseo que siente por ti.

Isabella se quedó petrificada. -¿Lo sabes?

Nana se rió.

-Sí, no sabía cuándo, pero sabía que iba a pasar. Está claro que lord Edward quiere llevarte a la cama.

-Eso no es lo que yo quiero, Nana.

Los nudosos dedos de Nana acariciaron la mejilla de Isabella. -Ah, muchacha, ¿estás segura?

-Por supuesto que estoy segura -dijo ella indignada. -Lord Edward sólo quiere que me meta en su cama hasta que llegue su prometida. No permitiré que me utilice así. ¿Por qué no me envía al convento?

-Ya conoces la respuesta a eso. No puede confiar en que te quedes allí, y no puede arriesgarse a que corras hacia los brazos de Jacob Black. Si fracasa en cumplir los deseos del rey, podría perder Cullen.

-¿Qué voy a hacer, Nana? -sollozó Isabella-. Espera que vaya a su cama esta misma noche. Tengo miedo de que vaya a buscarme si no voy.

-¿Deseas la muerte de lord Edward? -le preguntó Nana con astucia-. Tal vez pueda ayudarte a conseguirlo. Podría darte una poción...

¿La muerte de Edward?

-¡Oh, no, no, no quiero cargar con su muerte en mi conciencia! No... no podría soportarlo.

Era cierto. Había muchas cosas que le molestaban de Edward, pero no le deseaba la muerte.

-Tiene que haber otra manera de evitar que... que me viole.

-Podría darte una poción adormecedora para que se la echaras en el vino. No lo matará -añadió Nana cuando Isabella empezó a protestar. -Sólo le hará dormir.

Isabella pensó rápidamente.

-Si bebe suficiente vino, ¿se dormirá antes de que pueda... hacerme daño?

Nana escudriñó el rostro de Isabella. -¿Es eso lo que quieres, muchacha?

-Por supuesto que es lo que quiero. ¿Cuándo puedes tenerla preparada?

-Todo lo que necesito está en mi habitación. Llévame una jarra de buen vino francés y te la adulteraré.

Isabella fue rápidamente a la despensa y llenó una jarra con el vino que se utilizaba sólo en ocasiones especiales. Luego se reunió con Nana en la pequeña habitación que ocupaba detrás de la cocina. Isabella había estado con anterioridad en el cuarto de Nana y sabía con qué se iba a encontrar. El aire estaba fragante con el aroma de las hierbas. Había racimos de ellas colgando de las vigas para secarse y otras extendidas sobre la mesa, esperando a ser machacadas para crear diversas mezclas y pociones.

Nana había aprendido sus artes sanadoras de su madre, que era una herborista muy respetada. Había gente que decía que Nana era una bruja blanca, pero nadie le tenía miedo, porque utilizaba sus poderes con buena intención.

Isabella encontró a Nana en su estrecha mesa de trabajo.

-Aquí tienes, muchacha -dijo alzando un frasquito que contenía polvo blanco. -Valeriana. Sirve para tranquilizar a la gente. La dosis suficiente induce un sueño profundo.

-Espero que tengas razón -dijo Isabella con un profundo suspiro.

Nana vertió una pequeña cantidad en la jarra y revolvió suavemente con una cuchara de madera para mezclar los sabores. -Esto se encargará de su señoría esta noche, pero, ¿qué pasará mañana? No puedes drogarle todas las noches. Te desea, muchacha, y no es de los que se rinden.

-Ya se me ocurrirá algo -dijo Isabella con falsa bravuconería-.

Ahora mismo no puedo pensar más allá de esta noche. -Entonces ve, muchacha. Se está impacientando.

Isabella asintió con brusquedad y salió a toda prisa. Apretando la jarra contra sí por miedo a derramar el contenido, se dirigió como un rayo hacia la torre. El corazón le latía con fuerza en los oídos mientras subía por la estrecha escalera. "Esto tiene que funcionar", reflexionó pensando en el líquido que se agitaba dentro de la jarra. Necesitaba cada preciosa gota si quería escapar de las atenciones de Edward.

Isabella llegó al final de la escalera y se detuvo frente a la puerta cerrada de Edward. Aspiró con fuera el aire para armarse de valor y alzó la mano para llamar, pero la retiró a toda prisa cuando la puerta se abrió de golpe. Alzó la vista hacia el rostro de Edward y dio un paso hacia atrás. La luz de la vela iluminaba su dura expresión, y un escalofrío de miedo le recorrió la espina dorsal.

-¿Por qué has tardado tanto? -preguntó él dando un paso atrás para dejada entrar. -Estaba a punto de ir a por ti.

Isabella pasó por delante de él y colocó cuidadosamente la jarra de vino sobre la mesa.

-Creí que tendrías sed y he ido a la despensa a por una jarra de vino.

Edward la observó con desconfianza. -Supongo que le habrás echado veneno. ¿Lo habría adivinado?

-¿Por qué iba a hacer algo tan estúpido mientras mantienes a mi hermana y a mi madre como rehenes?

-Mm -dijo Edward mirando el vino con recelo. -¿Doy por hecho, entonces, que deseas esto tanto como yo?

Isabella se enfadó.

-Da por hecho lo que quieras.

Edward sirvió vino en dos copas y le tendió una a Isabella. -Tú beberás también, por supuesto.

-Por supuesto -dijo Isabella dando el primer sorbo... que fue muy pequeño. No tenía ningún sabor extraño, y se relajó.

Edward la observó durante un largo instante y luego bebió ávidamente de su propia copa. Paladeó el vino en la lengua y dejó que se le deslizara por la garganta.

-Excelente. Francés, creo. Tu padre tenía buen gusto -con el siguiente sorbo vació la copa y la dejó sobre la mesa. Luego se giró hacia ella. Isabella dejó su copa y se apartó.

-No puedo hacer esto, mi señor. Me estás obligando a hacer algo que no quiero.

-Yo puedo hacer que quieras -dijo Edward con una convicción que provocó que a ella le temblaran las piernas.

La expresión dura y firme de su rostro hizo que Isabella fuera demasiado consciente de su propia vulnerabilidad.

-No te haré daño, Isabella. Te prometo que encontrarás placer entre mis brazos.

-No quiero ningún placer de ti.

-Tú no me odias. Puedo sentirlo.

Isabella sacudió la cabeza.

-No puede gustarme un inglés. Va contra todo lo que es sagrado para mí.

-Dame tu mano, Isabella.

Al ver que ella se negaba, Edward le agarró el brazo y tiró de ella hacia la cama.

-Seré cuidadoso. No hay prisa, tenemos toda la noche.

Isabella fue consciente de dos cosas: del susurro sibilino de las brasas en el hogar y del distante estruendo de un trueno. Y de algo más: el desnudo deseo que reflejaban los ojos de Edward.

-¿Quieres que te desvista, Isabella?

La cabeza de la joven dio vueltas a toda prisa. -¡No! Yo... ¡mi vino! Quiero bebérmelo.

-Bebe -dijo Edward cogiendo su copa y pasándosela.

-¡Espera! No quiero beber sola. Bebe conmigo.

Edward le lanzó una dura mirada y luego volvió a llenar su propia copa.

-Si te complace lo haré, pero si confías en que me emborrache, olvídalo. No suelo beber en exceso, y menos en ocasiones especiales como esta.

Edward le puso la copa entre las manos e Isabella le dio otro sorbo, satisfecha al ver que él había vaciado la suya de un largo trago. Temiendo beber más de lo que ya lo había hecho, Isabella dejó caer deliberadamente la copa de entre sus manos. Se hizo añicos, tal y como ella pretendía, dejando una mancha rojo sangre sobre la alfombra.

Edward le lanzó a Isabella una mirada de impaciencia. ¿Sospecharía algo?

-¿Te sirvo otra? Sólo servirá para prolongar lo inevitable, ya lo sabes.

-Ya he tomado suficiente, gracias -murmuró Isabella.

Lo observó detenidamente, esperando a que el vino adulterado le hiciera efecto. Rezó para que Edward hubiera consumido la suficiente droga, porque dudaba mucho que pudiera conseguir que bebiera más vino.

Edward le dio la vuelta y comenzó a desatarle lazos y botones. El vestido cayó e Isabella trató de sujetarlo, pero Edward no lo permitió. Le apartó las manos y la prenda cayó a sus pies. Edward no hizo amago de quitarle la combinación, que le llegaba a la altura de las rodillas. La sacó del vestido y la estrechó entre sus brazos.

-No puedes ni sospechar cuánto te deseo.

-No sé de qué estás hablando. Tú has sido el primer hombre que me ha besado.

Edward adquirió una expresión avergonzada, tal y como correspondía.

-¿Quieres decir que Jacob Black nunca...? No me lo puedo creer. Eres una mujer preciosa, Isabella. Resulta difícil entender que ningún hombre haya intentado besarte.

Edward consideraba que era preciosa, pensó Isabella complacida.

Pero el placer desapareció rápidamente cuando se dio cuenta de que un granuja zalamero como el Caballero Demonio diría cualquier cosa para conseguir lo que quería. Por suerte, ella no era tan tonta como para creerse sus halagos. No había ningún hombre inglés vivo capaz de estar a la altura de una brava dama de las Tierras Altas.

Los labios de Edward se cernían a escasos centímetros de los suyos; Isabella olió el vino en su respiración, y algo más: su propio aroma especial, que reconocería en cualquier parte. Iba a besada. Oh, Dios, no podía soportarlo. ¿Por qué estaba todavía de pie? Se suponía que ya debía estar inconsciente... o al menos, adormecido. Isabella disimuló una sonrisa cuando él se tambaleó.

Entonces sus labios cayeron en picado sobre los suyos y los pensamientos de Isabella se hicieron añicos. No era consciente de otra cosa más que del sabor de Edward, de sus manos deslizándose libremente sobre ella, de su cuerpo duro apretándose con ansia contra el suyo. Isabella cerró los ojos, y cuando volvió a abrirlos, se lo encontró mirándola con intensidad. Ella contuvo el aliento. No podía respirar, no podía moverse. Reunió toda su fuerza y trató de apartarlo de sí, pero su resistencia no era completa, un hecho del que Isabella era demasiado consciente.

-No escaparás de mí -murmuró Edward contra sus labios. -He estado preparado para ti desde el día que nos conocimos.

Edward le agarró la mano y se la puso en la entrepierna.

-Así es como se siente un hombre excitado, Isabella. ¿Hasta qué punto eres consciente de lo que ocurre entre un hombre y una mujer cuando están en la cama?

-Conozco lo suficiente como para saber que está mal cuando se hace fuera del vínculo del matrimonio -le espetó.

-Estoy hablando del aspecto físico. ¿Sabes lo que va a ocurrir esta noche?

-No va a ocurrir nada.

-Estás equivocada, cariño. Es imposible que te deje marcharte ahora.

Antes de que Isabella pudiera formar un pensamiento coherente, Edward la cogió en brazos y la colocó en el centro de la cama. Respiraba con dificultad. No hacía falta ser una mujer experimentada para saber que era un hombre en celo, completamente cargado y deseoso de tomar lo que quería.

Isabella alzó la vista para mirarlo, hipnotizada por su tirante expresión. Sus ojos tenían una expresión adormilada, y un sesgo indolente y sensualmente pecador le cruzaba la sonrisa. ¿Cómo era posible que siguiera de pie? ¿Le había fallado Nana? Entonces lo miró más de cerca. Tenía las pupilas dilatadas y la sonrisa algo marchita. Rezó a Dios para que se desvaneciera pronto.

No lo hizo. Su sonrisa de ganador aumentó el pánico de Isabella, que se alzó sobre los codos. Edward deslizó la mirada hacia sus labios entreabiertos y luego la bajó lentamente hacia sus senos cubiertos de lino y le abrió las piernas desnudas. Cuando Edward se colocó de cuclillas a su lado y le susurró en tono bajo y arrebatado exactamente lo que quería hacer con ella, Isabella perdió la capacidad de respirar.

Tragó saliva convulsivamente cuando Edward cubrió su cuerpo con el suyo y su boca volvió a encontrar la suya. Sus besos produjeron espirales de calor que le atravesaron el cuerpo, y se odió a sí misma por ello. Era un inglés quien la estaba besando, un hombre que robaba y saqueaba a los habitantes de las Tierras Altas, y sí, los mataba.

La culpa se apoderó implacablemente de Isabella mientras renovaba sus esfuerzos para resistirse a él, pero su fuerza era muy superior. Y entonces ocurrió algo extraño y aterrador: ella empezó a devolverle los besos. Le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia sí, y sus labios se suavizaron y se amoldaron a los suyos. Lo escuchó reírse con un sonido oscuro y seductor que le surgió de lo más profundo de la garganta, e Isabella supo que aquel canalla malnacido había ganado.

-Deja que me quite primero la ropa -jadeó Edward en su oído.

Se quitó la ropa y la apartó a un lado.

Si Isabella hubiera tenido el control de su mente, habría saltado de la cama y hubiera huido. Y sin embargo, no pudo hacer otra cosa que quedarse mirándolo boquiabierta. Miró hasta saciarse su ancho y esculpido pecho, los abultados bíceps y las piernas fuertemente musculadas. Aunque trató de evitarlo, la mirada de Isabella se deslizó hacia su gruesa virilidad. Le surgió un gemido de entre los labios. Nunca imaginó que un hombre completamente en celo fuera tan grande. La mataría.

El miedo se apoderó completamente de ella. Pero antes de que pudiera salir huyendo, Edward le agarró el bajo de la combinación y tiró de ella para quitársela. Una mano oscura mantenía a Isabella en su sitio mientras que con la otra, buscaba entre sus piernas y la acariciaba en aquel punto.

-¡No! -Isabella tembló, sacudida por violentos estremecimientos de excitación. Que el diablo se la llevara, pero aquello le estaba gustando demasiado.

-Shh -Edward se dejó caer a su lado y luego sacudió la cabeza, como si estuviera desconcertado por algo.

-¿Qué ocurre? -preguntó Isabella, confiando, rezando para que el vino adulterado con la droga estuviera por fin funcionando.

Edward volvió a sacudir la cabeza. -Es extraño.

-¿Qué es extraño? ¿Quieres un poco más de vino?

-No, quiero estar en pleno uso de mis facultades cuando te haga el amor. Abre las piernas, cariño -le susurró.

Edward la colocó debajo de él y se situó entre sus muslos. Sus labios le rozaron un seno y se introdujo uno de sus tiernos pezones en la boca. Isabella gimió y se arqueó contra él cuando empezó a succionárselo. Entonces sintió algo cálido, duro y grande que se apretaba contra el centro de su cuerpo, y esperó con miedo a que llegara el dolor. Sabía muy poco respecto a cómo se llevaba aquello a cabo, y había confiado en que se enteraría el día de su boda. Ahora un despreciable inglés iba a echarla a perder, y, por alguna extraña razón, lo único que lamentaba era haber permitido que la sedujera el enemigo. ¿Qué clase de mujer era, si se veía capaz de traicionar sus principios por un momento de placer?

La culpa se apoderó de ella sin ninguna piedad. -Isabella, mírame.

Edward arrastraba de forma extraña las palabras. Ella alzó la vista para mirarlo y se dio cuenta de que tenía los ojos vidriosos. Sus cejas estaban unidas, formando una raja oscura que le cruzaba la frente. -Así es como quiero tenerte. Debajo de mí, mirándome con esos maravillosos ojos verdes. ¡Por todos... los diablos! ¿Qué... qué me pasa? Yo… no puedo... pensar.

"Por fin", pensó Isabella aliviada. La droga que había en el vino funcionaba. Sin embargo, todavía la asaltaban puñaladas de mala conciencia por haber encontrado placer en los besos de Edward y disfrutar excesivamente de sus caricias.

Isabella dejó escapar un suspiro cuando Edward se desplomó encima de ella. Comenzó a escabullirse de debajo de él, y entonces Edward levantó la cabeza y la miró fijamente con una claridad que contradecía el hecho de que estuviera drogado.

-¡Maldita seas! ¿Qué... qué me has... hecho? -entonces puso los ojos en blanco y se quedó completamente quieto.

Isabella lo empujó y salió del colchón, tambaleándose hasta que estuvo lejos de su alcance. Pero no tenía de qué preocuparse. Edward no iba a moverse durante bastante tiempo. Cuanto más lo miraba, más temía que la droga lo hubiera matado, y eso no era lo que quería. Se vistió rápidamente sin apartar en ningún instante la mirada del rostro de Edward.

Aspirando con fuerza el aire para tranquilizarse, Isabella se acercó con cautela a la cama. Al ver que Edward no hacía ningún movimiento amenazador, se aproximó más a él y le puso la mano en el pecho, aliviada al sentir la rítmica cadencia de su corazón bajo su palma. De repente se revolvió, e Isabella se retiró bruscamente hacia atrás, pero Edward no dio ninguna muestra de que se hubiera despertado. Entonces ella se dio la vuelta y salió de allí. Cuando estuvo a salvo en su propia habitación, Isabella se permitió el lujo de relajarse.

-¿Ha funcionado la droga, muchacha?

Isabella se giró sobre sus talones, asombrada al ver a Nana de pie detrás de ella.

-Sí, Nana, gracias. Pero tardó más de lo que esperaba.

-Lord Edward no es un hombre pequeño. Debería haberte advertido de que no funcionaba de manera instantánea -le dirigió a Isabella una mirada perspicaz. -¿Estás bien?

Isabella se sonrojó y apartó la vista.

-Sí, él no... bueno, se quedó dormido antes de... de que sucediera.

-No necesito decirte que va a ponerse furioso cuando se despierte. Si yo fuera tú, muchacha, me mantendría apartada de su camino hasta que se le enfríe la ira.

-Esa es mi intención.

Nana gruñó.

-La mía también, pero me temo que serás tú la que sufrirá su furia. No debería haberte ayudado. Esto sólo pospondrá lo que el destino ya ha decretado.

Isabella levantó la cabeza de golpe.

-¡Nana! ¿Qué estás diciendo? Estás insinuando que Edward y yo... que nosotros...

-Sí, muchacha. Eso es lo que va pasar.

-Entre Edward y yo no va a suceder nada. No lo permitiré.

-¿Me estás diciendo que las caricias del Demonio te han disgustado? No puedo creerlo.

-No lo comprendes, Nana -gimió Isabella-. Las caricias de Edward no me disgustaron, todo lo contrario. He disfrutado de sus besos, he recibido gustosa sus manos en mi cuerpo y me he odiado a mi misma por ello. Me siento como una traidora. Si la droga no hubiera funcionado, habría permitido que me tomara como a una... prostituta.

Los sollozos sacudieron a Isabella. Nana le dio una palmadita en el hombro y le susurró palabras de consuelo. La culpa era una emoción muy poderosa, e Isabella estaba sufriendo una doble dosis.

-No te asustes, muchacha. Estás experimentando la pasión por primera vez.

-Pero yo quería vivir la pasión con Jacob Black, no con un abominable inglés -sollozó Isabella-. ¿Desear a alguien me convierte en una desvergonzada, Nana?

-No, muchacha. Eres una mujer que se siente atraída por un hombre al que quiere odiar. Deberías haberme escuchado cuando te dije que no te casarías con Jacob Black.

Isabella observó a la anciana con miedo.

-¿Voy a convertirme en una solterona para el resto de mi vida? Nana se rió para sus adentros.

-¿Una solterona? Este mismo año le darás un hijo a tu esposo. Isabella retrocedió, consternada.

-¡Estás loca! Déjame en paz, tus tonterías me están levantando dolor de cabeza -le dio deliberadamente la espalda a su vieja nodriza.

-Muy bien, muchacha, pero no pierdas el tiempo buscando marido; lo tienes delante de tus propias narices.

Cuando Isabella se dio la vuelta para soltarle una repuesta mordaz, Nana ya se había marchado por la puerta.

 

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JAJAJAJA, LO HA DROGADO, JAJAJA, AUNQUE ADORO A EDWARD SE LO MERECE POR PEDANTE JAJAJA MIRA QUE EXIGIRLE QUE VALLA A SU CAMA, SERA MUY EL SEÑOR DEL CASTILLO, PERO ESO NO SE HACE JAJAJA, ¿CUAL SERA SU REACCION AL DESPERTAR? UUUUUUUUUY MAS VALE QUE TODO MUNDO CORRA A ESCONDERSE JAJAJA.

CHICAS ALGO MUY MALO ESTA A PUNTO DE SUCEDER, AQUI LES DEJO UN ADELANTO DEL PROXIMO CAPITULO PARA QUE SE ANIMEN JAJAJA MAS APARTE PARA DEJARLAS EN SHOCK JAJAJA

-¿Has venido para llevarme contigo?

-Todavía no, muchacha. Hay algo muy importante que puedes hacer por mí y por los miembros de nuestros clanes que perdieron la vida en Culloden.

-¿Qué puedo hacer yo, Jacob? No soy libre de ir a venir como me gustaría. Hay alguien vigilándome constantemente.

-Sí, el Caballero Demonio te vigila -bajó la voz en tono malicioso-. Te he visto con él hoy. Te desea, muchacha. Podemos volver su deseo contra él si sigues mis órdenes.

Isabella arrugó su suave frente. -¿Cómo es eso?

Aunque no podía ver el rostro de Jacob, podía sentir el veneno que lo alimentaba por dentro.

-Entregándote a él, y luego matándolo cuando esté más vulnerable. Ya nos ocuparemos de los demás. He dedicado mi vida a matar ingleses y a perseguir a los supervivientes para que regresaran a suelo inglés. Los Black, los Swan y sus aliados están en posición de convertirse de nuevo en una fuerza mayor en las Tierras Altas. Cuando Edward Masen esté muerto y Cullen sea mío, convertiré la fortaleza en un lugar inexpugnable a los ataques ingleses.

A Isabella le costaba trabajo respirar. ¿Cómo podía Jacob sugerirle semejante plan... y semejante papel para ella en él? ¿Eran necesarias tanta muerte y tanto asesinato? Quería recuperar Cullen, pero no a expensas de las vidas de los miembros de su clan... o de la de Edward.

-Al Caballero Demonio le gustas mucho -continuó Jacob-. Lo he visto con mis propios ojos. ¿Te ha poseído ya?

-¡Jacob!

-Discúlpame, muchacha, pero tú eres la única que puedes colocar al inglés en una posición vulnerable, y es mejor llevarlo a cabo en su dormitorio.

Isabella se quedó paralizada. Se sentía entumecida, traicionada. Su propio prometido quería que se acostara con el enemigo. -¿Quieres que asesine a Edward? ¿A sangre fría?

-Sí. Haz todo lo que sea necesario, ningún habitante de las Tierras Altas te juzgará con dureza.

 

AAAAAAAAAAA SERA TANTO EL ODIO DE ISBELLA POR LOS INGLESES QUE ATENTARA CONTRA LA VIDA DE EDWARD??????, COMO PUEDE SER POSIBLE QUE SIGA GUARDANDOLE RESPETO AL QUE FUE SU PROMETIDO, QUE HORRORRRRRRRR,

LAS VEO MAÑANA CHICAS BESISTOS.

Capítulo 6: CINCO Capítulo 8: SIETE

 
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