EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 60950
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 10: NUEVE

HOLA GUAPAS, ¿COMO ESTAN?, LES PIDO UNA DISCULPA, SE QUE ME HE PERDIDO DOS DIAS, PERO FUE POR UNA CAUSA DE SUMA IMPORTANCIA, NO SE SI SABEN PERO AQUI EN MEXICO, ESTAMOS PASANDO POR UNA CRISIS, ALGUNOS DE NUESTROS ESTADOS FUERON PERJUDICADOS POR EL PASO DEL HURACAN, Y PARA COLMO SE NOS VIENEN OTROS DOS, NO PARA DE LLOVER, ASI QUE POR MI TRABAJO NOS TUVIMOS QUE TRASLADAR A UNAS DE ESAS ZONAS PARA AYUDAR, LAS COSAS ESTAN TAN FEAS QUE EN LA MAYORIA NO HAY INTERNET, Y EN ALGUNOS NI SIQUIERA LUZ. ASI QUE ESTUVE INCOMUNICADA, PERO SABEN QUE SOLO POR UNA CAUSA DE FUERZA MAYOR NO ACTUALIZARIA, ESPERO ME COMPRENDAN.

 

AQUI LES DEJO DOS CAPITULOS, PARA PONERME AL DIA OKIS BESITOS

 

 

 

Isabella se preparó para la ira de Edward cuando se abrió la puerta del dormitorio. Estuvo a punto de desvanecerse de alivio cuando Nana, y no él, entró en la habitación.

 

-¿Qué has hecho, muchacha?

 

No había nada en la expresión de Nana que pudiera ofrecerle consuelo. Isabella sólo vio compasión y preocupación.

 

-No he hecho nada, Nana. Jacob quería que matara a Edward y que abriera la puerta de atrás, pero no pude hacerlo. Ni siquiera traje al dormitorio de Edward el cuchillo que Jacob me dio.

 

-¿Por qué no me lo advirtieron mis voces? -gimió Nana-.

 

Sabía que algo no iba bien, pero la tensión entre lord Edward y tú era tan fuerte que no pude llegar al corazón de las cosas. Tendría que haber estado más alerta.

 

-No podrías haber hecho nada, Nana. Jacob entró en el patio disfrazado de comerciante y esperó a que me quedara sola para acercarse a mí. Me entregó un cuchillo y me dijo que tenía que matar a Edward, hacerle una señal cuando hubiera acabado y abrir la puerta posterior.

 

-No pudiste matar a lord Edward -dio por hecho Nana.

 

-Así es. Ni tampoco pude hacer la señal cuando Edward se hubo dormido. No quiero que muera. Lo que hiciera en Culloden no importa.

 

-¿Qué va a ser de ti, muchacha? -preguntó Nana con ansiedad.

 

-Nada bueno, supongo.

 

Nana se la quedó mirando fijamente, sus amables ojos azules clavados en algo que sólo ella podía ver. Cuando por fin habló, su voz sonaba aguda y hueca, como si hubiera atisbado el futuro y tuviera miedo de las consecuencias.

 

-Ah, muchacha, te esperan tiempos difíciles.

 

-No pueden ser más difíciles de lo que son ahora -se mofó Isabella.

 

-Temo por ti -dijo Nana escudriñando el rostro de la joven. -Pero eres fuerte, sobrevivirás. Tu hijo traerá la paz a Cullen ya los Swan.

 

Isabella se quedó muy quieta. -¿Mi hijo y el de Jacob?

 

Nana se rió entre dientes. Pero cuando iba a explicarse, la puerta se abrió de golpe y Edward entró en la habitación.

 

-¡Fuera de aquí, mujer! -bramó señalando a Nana con furia. Nana pasó por delante de él.

 

-No le hagas daño, mi señor -le advirtió-. O destrozarás tu propio futuro.

 

-Vieja chismosa -murmuró Edward cerrando de un portazo tras ella. Se dio la vuelta y miró a Isabella con los ojos entornados.

 

Isabella aspiró con fuerza el aire para calmarse, pero no sirvió para tranquilizar el errático latido de su corazón.

 

-Se han escapado -le espetó Edward-. Todos y cada uno de ellos, maldita sea. Mi instinto me pide que ataque su baluarte, pero mi corazón sabe que otro Culloden no favorecería los intereses de Inglaterra.

 

Isabella no dijo nada y calculó la ira de Edward. Esperó con respiración entrecortada a que diera rienda suelta a su terrible mal humor mientras se movía arriba y abajo por delante de ella como un toro rabioso. No tuvo que esperar mucho.

 

-¡Todo lo que sucedió anoche entre nosotros fue una mentira! -arremetió contra ella. -Tu querido Jacob me hubiera asesinado en la cama mientras tú le animabas a hacerlo.

 

Isabella reculó ante su furia.

 

-¡No! Iba a advertirte, no a matarte.

 

El sarcasmo de Edward le dolió en lo más profundo del alma. -Por supuesto que sí. Me dejaste que te hiciera el amor mientras planeabas mi muerte. ¿Por qué no dejaste entrar a Black a través del túnel secreto?

 

Isabella palideció.

 

-¿Lo has encontrado?

 

Edward le dirigió una mirada petulante.

 

-Por supuesto. Te dije que lo encontraría. Está debajo de las escaleras de la sala de las mujeres.

 

-A pesar de lo que pienses, nunca deseé tu muerte. Nunca le contaría a Jacob lo del túnel. Es un secreto familiar.

 

Edward no parecía en absoluto convencido. -¿Dónde está el cuchillo que te dio Black?

 

-Sigue en mi habitación. No tema ninguna intención de utilizarlo.

 

-¿Cuál era tu intención cuando entraste en mi dormitorio? Isabella se mordió el suave interior del labio.

 

-No estoy segura.

 

-Mientes -la acusó Edward-. Creo que querías matarme y permitirle a Black el acceso al castillo. Para tu información, te diré que el ataque nunca habría tenido éxito. Black ha sido un estúpido al pensar que Cullen podría tomarse con tanta facilidad. Aunque hubiera tenido éxito, Jazz habría vengado mi muerte y hubiera defendido con éxito el castillo -la voz de Edward resultaba áspera y condenatoria. -Tú, dulce tigresa, habrías sido condenada. Y no quiero ni imaginar qué habría sido de tu madre y de tu hermana si me hubieras despachado con un cuchillo.

 

-Te lo juro, mi señor, no quiero verte muerto. Edward la zarandeó con rabia y luego la apartó de sí. -¿Qué... qué vas a hacer?

 

-Sé lo que debería hacer, pero entonces tendría una rebelión entre manos. No quiero convertir a los Swan en mis enemigos, así que pensaré en un castigo que ellos acepten. Mientras tanto, te quedarás confinada en mi habitación. Nadie excepto yo podrá visitarte.

 

-¿Cuánto tiempo estaré encerrada?

 

-Para siempre, si depende de mí.

 

-¡No puedes!

 

-Puedo hacer lo que me plazca.

 

Girándose sobre los talones, Edward salió precipitadamente de la habitación.

 

Edward sentía que su vida se estaba viniendo abajo. ¿Cómo podía Isabella haberle hecho algo así? Era una feroz tentación y un tormento absoluto. Todavía estaba asombrado por la certeza de que hacerle el amor a Isabella había sido la experiencia más satisfactoria de toda su vida. Una experiencia a la que no estaba muy seguro de querer poner fin. Sin embargo, Isabella lo había traicionado, y ese hecho no podía quedar sin castigo.

 

Edward necesitaba estar un tiempo a solas para pensar, así que se dirigió a los establos y ordenó que ensillaran su caballo. No tenía ni idea de dónde iba a ir, sólo sabía que tenía que marcharse. Estaba bastante lejos del fuerte cuando escuchó a alguien galopando tras él. Mirando hacia atrás, vio a Jazz pisándole los talones. Edward se detuvo para permitir que Cosmo bebiera mientras esperaba a que su amigo lo alcanzara.

 

-¿Qué vas a hacer con ella? -le preguntó Jazz sin preámbulos cuando tiró de las riendas para detenerse al lado de Edward.

 

-Ojalá lo supiera -respondió Edward con escasa convicción. -Los continuos desafíos de Isabella me desconciertan. Creí que conocía a las mujeres, pero ella es un enigma.

 

-Una afirmación muy profunda, teniendo en cuenta tu experiencia con las mujeres -bromeó Jazz-. Podrías considerar la posibilidad de enviarla a Londres.

 

-Este asunto no es para tomárselo a broma, Jazz -argumentó Edward-. No pudo enviarla a Londres. Eso podría significar su muerte, teniendo en cuenta la forma de pensar del rey respecto a los jacobitas.

 

-Hay una solución que no has considerado. Edward emitió un sonido gutural de incredulidad.

 

-He considerado todas y cada una de las soluciones razonables.

 

-¿Qué te parece esta? Casa a la dama con uno de tus caballeros, preferiblemente con uno que pueda mantenerla a raya. Después de un hijo o dos, te aseguro que ya no seguirá haciendo travesuras.

 

Edward se quedó mirando fijamente a Jazz, como si hubiera proferido una blasfemia. La idea era ultrajante. ¿Casar a Isabella con otro? ¿Permitir que otro hombre se la llevara a la cama y le hiciera el amor?

 

-Tienes que admitir que es una buena idea -continuó Jazz despreocupadamente.

 

Edward alzó una de sus oscuras cejas. -¿Tienes a alguien en mente?

 

-Sí -dijo Jazz asintiendo vigorosamente- Cásala con alguien que no baile al son que ella toca. Un hombre fuerte capaz de poner fin a sus artimañas. Creo que sir Carlisle es ese hombre. Se trata de un caballero curtido por la batalla, famoso por su irascibilidad y su mano dura. Deja que él se encargue de la dama.

 

Edward soltó una carcajada amarga.

 

-¿No te has dado cuenta de que los afectos de sir Carlisle se inclinan más hacia la madre que hacia la hija?

 

Jazz se encogió ostensiblemente de hombros.

 

-Importa poco hacia dónde se inclinen sus afectos. Sir Carlisle hará lo que tú le digas.

 

Edward descartó al instante la sugerencia de Jazz. Era una idea absolutamente imposible. Él sospechaba que bajo el duro exterior de sir Carlisle se escondía un buen corazón. Si Isabella iba a casarse con un inglés, tenía que tratarse de un hombre que la manejara con dureza sin acabar con su espíritu. Un hombre como... ¿él mismo?

 

Una violenta sacudida de cabeza liberó su mente de aquella ridícula idea. Pronto tendría una prometida que le proporcionaría riqueza a sus arcas, una mujer escogida especialmente para él por el rey. No necesitaba una mujer que lo odiara, una tigresa a la que habría que vigilar con ojos de halcón si no quería acabar asesinado mientras dormía.

 

-Consideraré tu sugerencia, Jazz -dijo Edward con ambigüedad-. Pero sir Carlisle no es el hombre adecuado para Isabella.

 

-Lo pensarás seriamente, ¿verdad, Edward?

 

-Sí. ¿Continuamos cabalgando?

 

Edward y Jazz regresaron al castillo a tiempo para la comida del mediodía. Edward se dejó caer en su silla con una expresión pensativa en el rostro. Se sirvió a sí mismo de una bandeja de carne y masticó pensativo. Pero tras el primer bocado, su apetito por la comida desapareció bruscamente.

 

Su apetito por Isabella, sin embargo, seguía siendo potente e inevitable. Edward recordaba cada matiz del acto amoroso que habían realizado la noche anterior, cada pequeño suspiro que le había arrancado, cada gemido, y el grito final cuando alcanzó la cima del éxtasis. ¿Había estado fingiendo? Parecía poco probable, teniendo en cuenta su inexperiencia. Pero daba lo mismo, real o fingido, sabía que Isabella volvería a traicionarle una y otra vez en cuanto tuviera oportunidad.

 

-Prepara una bandeja para lady Isabella -le pidió con un gruñido a la sirvienta que pasó a su lado-. Yo mismo se la subiré.

 

Edward volvió a centrarse en la comida, pero fue interrumpido cuando Renesmee entró corriendo en el salón con Nana siguiéndola de cerca.

 

-¿Llego tarde, Edward?

 

A pesar de su mal humor, Edward sonrió a la encantadora niña.

 

-Llegas justo a tiempo, Renesmee -retiró su propia silla hacia atrás. -Vamos, ocupa mi lugar.

 

Renesmee se subió a la silla de Edward y luego miró a su alrededor, como si estuviera buscando a alguien.

 

-¿Dónde está Isabella?

 

-Tu hermana no se sentará hoy a la mesa -proclamó Edward con voz lo suficientemente alta como para que se escuchara por todo el salón. -Está confinada en la torre.

 

-¿Otra vez?-protestó Renesmee-. ¿Qué ha hecho ahora?

 

-Eres una niña, no lo entenderías -dijo Edward con más aspereza de la que pretendía.

 

Alice apareció con una bandeja cubierta con un paño. Edward se la quitó de las manos, asintió con la cabeza para darle las gracias y salió a grandes zancadas de allí.

 

-Hablaremos más tarde, Renesmee -dijo girando la cabeza mientras se marchaba.

 

Isabella escuchó pasos acercándose y reunió todo su valor. Apretó los puños a los costados y se sintió preparada cuando se abrió la puerta y entró Edward. Tenía una expresión fría e implacable, carente de toda emoción. Isabella observó cautelosamente cómo dejaba la bandeja en una mesa cercana.

 

-Pensé que podrías tener hambre.

 

-Gracias.

 

Edward la miró con tal fría hostilidad que Isabella le espetó: -Adelante, haz lo que quieras, mi señor.

 

-¿Lo que quiera? Me temo que lo que yo quiero no te iba a gustar.

 

Edward avanzó hacia ella hasta que estuvieron casi pegados Isabella se negó a moverse ni un centímetro.

 

-¿Por qué lo hiciste, Isabella? Yo no te he hecho ningún daño. Viniste a mí y te proporcioné placer. ¿Fue todo una farsa, una actuación para hacerme bajar la guardia? ¿Tanto me odias?

 

¿Odiar a Edward? No. No le odiaba, ella...

 

-No te odio, Edward. Mi respuesta hacia ti fue auténtica. Te deseaba. Admito que no tenía muy claras mis intenciones cuando entré en tu habitación, pero nunca hubo ninguna duda en mi cabeza respecto a asesinarte. No podría hacer algo así. No lo haría nunca.

 

Edward unió las cejas hasta formar una línea negra y gruesa.

 

-¿Se supone que debo creerte? Has dicho que me deseabas. ¿Me sigues deseando? ¿Me responderás como lo hiciste la noche anterior si te hago ahora mismo el amor?

 

Isabella le dirigió una mirada de asombro.

 

-Supongo que no querrás decir que... no pretenderás... ahora...

 

-Sí, Isabella, ahora.

 

Edward la acorraló contra la cama, inclinándose hacia delante hasta que ella se vio obligada a doblarse bajo su peso. Isabella cayó sobre el colchón y se quedó mirando fijamente el rostro de Edward. Tenía una expresión indescifrable, pero sus ojos brillaban como dos monedas recién acuñadas. Ella lo observó con creciente alarma mientras Edward comenzaba a desvestirse. ¿Cómo podía desearla si estaba tan furioso, tan frío? ¿Era aquel, entonces, su castigo... sufrir sus atenciones sabiendo que no había calor en el acto? ¿Cómo podría ella soportarlo después de la noche anterior?

 

Sus pensamientos se hicieron añicos cuando sintió el colchón hundirse bajo el peso de Edward. Estaba desnudo, era un hombre de carne y hueso de magníficas proporciones. El calor de su cuerpo la asaltó a pesar de las capas de ropa. Isabella no pudo evitarlo; su cuerpo buscó el de Edward por su propia voluntad. Escuchó a Edward soltar una carcajada, pero no había ni asomo de regocijo en su risa.

 

-Sigue moviéndote así, cariño, y esto terminará antes de que tú recibas placer.

 

Las manos de Edward se movieron por su cuerpo, desvistiéndola a una velocidad que la dejó sin respiración.

 

-Edward, no...

 

Su súplica cayó en saco roto. Isabella sentía la pasión crecer en el interior de Edward, sintió sus manos temblorosas, y supo que no era tan indiferente como pretendía estar. La certeza de que esta vez no le haría daño surgió desde dentro como un destello brillante. Isabella dejó de luchar y permitió que el deseo imposible hacía aquel inglés la arrastrara.

 

Sintió los labios de Edward en el cuello, y el pulso de su propio corazón en el latido de su sangre. La punta de la lengua de Edward saboreó su piel, abriendo un sendero entre sus senos, un camino sensual y lento que terminó centrándose en el pico de su pezón. El roce de su lengua y de sus dientes, le hizo saber que se estaba tomando su tiempo para excitarla en lugar de utilizarla con cruel indiferencia hacia sus sentimientos.

 

El líquido calor de la boca de Edward encendió llamas de fuego en lo más profundo de su interior. Isabella se estiró contra él, murmurando palabras sin sentido, consciente del fuego que ardía en él, del pulso vital de su interior. Debería apartarlo; pero lo que hizo fue atraerlo hacia sí, acariciándolo con los dedos por todas partes.

 

La lengua de Edward le lamió el ombligo mientras la dura parte inferior de la palma de su mano se deslizaba por su montículo y sus dedos se introducían entre sus pliegues húmedos e hinchados. El pulgar de Edward encontró un punto sensible y se lo recorrió, lo acarició. Isabella abrió la boca y contuvo un gemido mientras se apretaba contra él. Un instante después, la boca de Edward estaba allí, su lengua la seducía, penetrándola. Un gemido surgió de labios de Isabella mientras ella se tensaba como la cuerda de un arco.

 

Un calor increíble y erótico la atravesó como un cuchillo. -Edward, no puedes...

 

Él alzó la cabeza y sonrió.

 

-Sí, claro que puedo. Túmbate y disfruta.

 

Entonces volvió a inclinar la cabeza y su boca regresó a su suculento festín.

 

Isabella se arqueó y se retorció contra él, sus protestas no eran ya más que un recuerdo borroso mientras el látigo húmedo de la lengua de Edward enviaba fragmentos de relámpagos a través de ella. Isabella se agarró convulsivamente a su pelo mientras se rendía a un maravilloso éxtasis.

 

Fue vagamente consciente de que Edward estaba encima de ella, abriéndole las piernas, hundiéndose profundamente en su interior. Isabella cerró los ojos, no quería revelar la profundidad de sus sentimientos, pero Edward no estaba dispuesto a permitírselo.

 

-Abre los ojos, Isabella.

 

Ella abrió lentamente los párpados y se quedó mirándole fijamente a los ojos. Vio confusión en ellos, y se preguntó en qué estaría pensando.

 

-Eres una hechicera -susurró Edward con voz ronca. -¿Me has lanzado un hechizo? Debes haberlo hecho, porque me has embrujado.

 

-No soy ninguna bruja. No sé nada de encantamientos. Esto no está bien. No debería estar sucediendo.

 

Edward puso los ojos en blanco.

 

-Esto está bien, cariño, mejor que bien.

 

Se impulsó hacia delante, hundiéndose profundamente en ella. Isabella suspiró, consciente de su calor, de la plenitud de su sexo dentro de ella.

 

El pulso del corazón de Edward latía al unísono con el de ella. Sintió su fuerza, la textura de su piel, el roce de su piel. Cada detalle de aquel hombre era suyo, podía saborearlos. Lo único que importaba era el placer de estar unidos, y el inexplicable deseo de algo más profundo.

 

Isabella alcanzó el clímax con un grito de rendición. La habitación se llenó de truenos, el fuego la consumió; una llama se asentó en el punto en el que estaban unidos, e Isabella sintió cómo se evadía de la realidad. Unos instantes más tarde, sintió el calor líquido de Edward filtrándose dentro de ella, y lo escuchó jadear su nombre.

 

Isabella recobró lentamente el sentido. Estiró las extremidades y se dio cuenta de que ya no tenía encima el peso de Edward. Giró la cabeza y lo observó con solemnidad. Estaba tumbado de espaldas, cubriéndose los ojos con un brazo, y tenía la respiración agitada y salvaje. Edward la sacó de su contemplación, sobresaltándola cuando se incorporó y dijo:

 

-Eres una hechicera. Esa es la única explicación. -Edward se puso de pie. -No puede salir nada bueno de esto. ¿Y si te he dejado embarazada?

 

-Un hombre de tu experiencia debería saber cómo evitar algo así -lo atacó Isabella.

 

Edward se puso los pantalones.

 

-No tengo control en lo que a ti respecta. Me tienes en un constante torbellino. Me debato entre el deseo de estrangularte y el de hacerte el amor. Cuando estoy dentro de ti, no hay vuelta atrás.

 

Isabella se llevó la mano al vientre.

 

-Sólo hemos hecho esto dos veces. Tal vez debería pedirle a Nana una poción para expulsar tu semilla en caso de que haya echado raíces en mi vientre. No quiero traer un bastardo al mundo.

 

Edward se giró con el rostro negro de furia. Le colocó las manos en los hombros, manteniéndola pegada a la cama.

 

-¡No! ¡Te lo prohíbo! No matarás a un hijo mío.

 

Isabella dejó escapar un suspiro de alivio. Era un pecado matar a un niño inocente. A veces, alguna mujer del pueblo le pedía a Nana una poción para librarse de un hijo no deseado, pero Nana siempre se negaba y les aconsejaba a cambio que practicaran la abstinencia.

 

-Hay muy pocas posibilidades de que hayas concebido -dijo Edward, como si quisiera convencerse a sí mismo. -Quédate tranquila, te aseguro que esto no volverá a suceder de nuevo. Mientras tanto, permanecerás bajo llave y cerrojo hasta que decida tu destino. Un duro castigo no es la respuesta, puesto que sólo serviría para enfurecer a los miembros de tu clan. Pero te juro que nunca tendrás una nueva oportunidad para volver a traicionarme.

 

Las palabras de Edward quedaron colgando del aire enrarecido mucho tiempo después de que hubiera salido de la habitación.

 

 

 

El día transcurrió lentamente. Isabella echaba de menos a su madre y a su hermana. Se llevó una sorpresa cuando apareció Alice con ropa limpia y una jarra de agua. ¿Habría cambiado de opinión Edward respecto a permitir la entrada de visitantes?

 

En el tiempo que le permitieron estar, Alice le contó el último chisme. Isabella se enteró de que habían doblado las patrullas pero que Edward seguía pensando en enviar de regreso a Londres al regimiento real de las Tierras Altas. Isabella pensó que Alice tenía algo más en mente, pero por desgracia, el guarda hizo salir a su pariente de la habitación antes de que ella pudiera preguntarle nada más. Alice le envió una mirada de simpatía por encima del hombro cuando la puerta se cerró tras ella.

 

Isabella se pasó el día mortalmente aburrida, sin otra cosa que hacer más que mirar por la ventana. Se llevó una gran sorpresa cuando el propio Edward llegó con la cena.

 

Ella le lanzó una mirada cautelosa. -¿Dónde está Alice?

 

-Dando una vuelta con sir Jasper.

 

-Yo debería haberlo sabido.

 

-¿Tienes alguna objeción?

 

Isabella se encogió de hombros.

 

-¿Serviría de algo? Vosotros los ingleses siempre os salís con la vuestra.

 

Edward dejó la bandeja sobre la mesa y la vigiló mientras ella tomaba asiento en una silla y picoteaba con delicadeza las tajadas de carne de venado con verduras. Detuvo el tenedor a mitad de camino de su boca cuando se dio cuenta de que Edward se había quitado la chaqueta y la camisa.

 

-¿Qué estás haciendo?

 

-Preparándome para irme a la cama.

 

-¿Vas a dormir aquí?

 

-Esta es mi habitación.

 

-Pero creí que habías dicho que nosotros... no íbamos a estar juntos nunca más.

 

-Y no lo estaremos. Me estoy poniendo a prueba a mí mismo.

 

Quiero pensar que no soy tan débil como para no poder controlarme cuando te tengo cerca. Lo que ha ocurrido antes no volverá a suceder porque a partir de ahora estaré en guardia contra tus artimañas.

 

Isabella dejó el tenedor.

 

-¡Mis artimañas! ¿Cómo te atreves? Fuiste tú quien me atacó. Edward frunció el ceño.

 

-Come, señora, se está haciendo tarde y estoy muy cansado.

 

Se sentó al borde de la cama y se quitó las botas y los pantalones.

 

Isabella lo ignoró conscientemente mientras se estiraba encima de las mantas. La comida le sabía a paja, pero se obligó a sí misma a comer y a beber en un intento de demostrar su desprecio por el hombre al que muchos llamaban el Caballero Demonio.

 

Cuando hubo comido todo lo que pudo, apartó de sí el plato y preguntó:

 

-¿Dónde voy a dormir yo?

 

-Puedes compartir la cama conmigo, si quieres.

 

-No, gracias. Me conformaré con la alfombra que hay frente al hogar. ¿Puedes darme una almohada y una manta?

 

-Por supuesto -aseguró Edward-. Encontrarás todo lo que necesitas en el baúl que haya los pies de la cama. Buenas noches.

 

Isabella encontró la ropa de cama y la extendió delante del hogar.

 

Luego se tumbó completamente vestida y se subió la manta hasta el cuello. No se permitió relajarse hasta que escuchó la rítmica cadencia de la respiración de Edward. Pero cuanto intentó dormirse, el recuerdo de cómo había hecho el amor con él apareció como un intruso.

 

Isabella nunca imaginó que anhelaría las caricias de un hombre como anhelaba las de Edward. Estaba maldita. Desear al enemigo era la peor traición posible. Sin embargo, la idea de casarse con Jacob y tener relaciones íntimas con él le resultaba repulsiva. El deseo de su padre había sido unir el clan de los Swan con el de los Black, y ella había dado por supuesto que se entregaría virgen a su prometido.

 

El respeto que Isabella sentía por Jacob se había venido abajo cuando él le sugirió que sedujera a Edward para después poder matarlo. En honor a la verdad, ella había hecho el amor con Edward porque quiso, no porque Jacob le hubiera exigido que lo hiciera. Pero Isabella era muy consciente de que no podía tener a Edward. Era su enemigo, y lo que habían hecho juntos la convertía a ella en una traidora a su clan. Además, Edward estaba prometido a una rica heredera, e Isabella no tenía ni idea de qué le esperaba en el futuro, excepto que ese futuro no incluía a un inglés.

 

Durante los interminables días del encierro de Isabella, Edward regresaba siempre puntualmente a su habitación, lo que no le hacía la vida más fácil a ella. Para entonces ya sabía cuándo llegaba, y se aseguraba de estar acurrucada ante el hogar dándole la espalda cuando Edward entraba. Aunque no solía hablar con ella mientras se preparaba para meterse en la cama, Isabella sentía su mirada, y se preguntaba cuánto tiempo transcurriría antes de que el deseo destruyera las buenas intenciones de Edward.

 

Edward sentía como si se estuviera balanceando al borde de un abismo. Un paso en falso lo enviaría a la perdición, y teniendo en cuenta cómo se sentía en aquellos momentos, lo agradecería. Cualquier cosa sería mejor que aquella necesidad perversa y molesta que le llevaba a dormir en la misma habitación que Isabella cuando sabía que no podía tenerla. ¿Qué le estaba sucediendo? Él no creía en hechizos ni en brujerías, pero no había otra explicación para su obsesivo deseo por aquella tigresa escocesa.

 

 

 

Un día, Edward estaba en el patio observando cómo sus hombres practicaban con la espada cuando un mensajero que llevaba el estandarte del rey atravesó la puerta. Mientras esperaba a que el mensajero desmontara, Edward se fue poniendo cada vez más tenso por la aprensión.

 

-Saludos. Soy sir Lowell. Traigo un mensaje del rey para lord Edward.

 

-Bienvenido, sir Lowell. Yo soy lord Edward. Debéis estar exhaustos tras el largo viaje. Os esperan cerveza y comida.

 

-Gracias, lord Edward. Debo admitir que tengo la boca seca. Edward abrió camino hacia el castillo, preguntándose qué querría esta vez el rey de él. Se sentó a la mesa e invitó a sir Lowell a hacer lo mismo. Una sirvienta se acercó con dos espumosas jarras de cerveza. Sir Lowell bebió profundamente y luego se reclinó hacia atrás con un suspiro satisfecho.

 

-Se trata de un mensaje verbal, mi señor -comenzó a decir sir Lowell-. Yo he salido de Londres dos días antes que vuestra prometida y su séquito. Llegarán dentro de unos días.

 

-¿Mi prometida? -repitió Edward, atragantándose con las palabras.

 

-Lady Tanya Denali, una heredera de belleza excepcional e inmejorable posición social. El rey Jorge os envía saludos y desea que sepáis que no se ha olvidado de vos. Confía en que aprobéis la prometida que os ha escogido.

 

Al ver que Edward permanecía en silencio, sir Lowell dijo: -Algo que yo haría si estuviera en vuestro lugar, mi señor. Lady Tanya es una de las favoritas de la corte. Os envidio.

 

Edward fue capaz de encontrar finalmente la voz.

 

-El rey me hace un gran honor. Todo estará preparado para la llegada de lady Tanya. Si me disculpáis, debo reunirme con mi administrador. Hay que preparar las habitaciones para los invitados. ¿Os quedaréis vos mucho tiempo con nosotros?

 

-Sólo por esta noche -respondió sir Lowell-. Debo regresar de inmediato y entregar un informe de las condiciones de Cullen. El Consejo me ha dado instrucciones para hacer hincapié en la importancia de conservar Cullen en manos inglesas.

 

-Todo está como debe estar -mantuvo Edward.

 

Edward dejó a sir Lowell con su cerveza y fue en busca de sir Jasper. Encontró a su amigo en el patio, practicando con la espada con sus soldados.

 

-Quiero hablar un momento contigo, Jazz -dijo Edward interrumpiendo el juego.

 

Jazz bajó su espada.

 

-¿Qué ocurre, Edward? He visto llegar al mensajero. ¿Ha traído malas noticias?

 

-No, las noticias son buenas -aseguró Edward con fingida jovialidad-. El rey Jorge me envía una heredera. Está de camino mientras nosotros hablamos.

 

-¡Felicidades! -exclamó Jazz dándole una palmada en la espalda-. Espero por tu bien que sea una gran belleza.

 

-Debo preparar su llegada -aseguró Edward-. Eres el primero en saberlo.

 

-¡Espera, Edward! ¿Y qué pasa con lady Isabella? Edward frunció el ceño.

 

-¿Qué pasa con ella?

 

-Seguramente tu prometida se enterará del chisme. Mantener a Isabella encerrada en tu habitación no ha sido la decisión más inteligente. Todo el mundo está al tanto de que dormís juntos. Y han llegado a la lógica conclusión de que ya la has hecho tuya. ¿Qué crees que va a decir tu prometida? Deberías enviarla lejos, Edward. Te lo digo por tu propio bien.

 

Edward se puso tenso. Era muy consciente de sus defectos sin necesidad de que Jazz se los expusiera con palabras. Había escuchado los cotilleos referentes a su relación con Isabella y los había ignorado sin considerar las consecuencias. Hasta la llegada del mensajero, había relegado cualquier pensamiento sobre su prometida a un futuro remoto... mucho después de que se hubiera saciado de Isabella.

 

Pero ahora su prometida se había convertido en una realidad, y estaba igual de lejos que antes de tomar una decisión sobre el destino de Isabella. De pronto su deseo hacia ella se hizo más agudo, más cortante, nacido de la frustración y de una pasión hacia ella no correspondida. Aquel deseo fue lo que dirigió sus pasos hacia la torre.

 

 

 

Isabella observó la llegada desde la ventana de la torre y se preguntó qué significaba. Seguro que nada bueno para los Swan. Se colocó las manos a la espalda y se estiró; el dolor agudo le recordó las noches incómodas que había pasado dando vueltas en el suelo delante del hogar. ¿Cuánto tiempo la retendría Edward prisionera? ¿Qué iba a ser de ella?

 

Seguía dándole vueltas a cuál sería su destino cuando Alice entró en la habitación. Dejó una jarra de agua fresca sobre la mesa y se entretuvo con su colocación, negándose a mirar a Isabella a los ojos. Isabella se dio cuenta al instante y se puso en guardia.

 

-Alice, ¿qué ocurre? ¿Ha pasado algo?

 

Alice levantó por fin la cabeza. Los ojos le brillaban por la compasión.

 

-Sí, Isabella. Y me temo que no son buenas noticias.

 

-Cuéntamelas.

 

-Ha llegado un mensajero. La futura prometida de lord Edward viene de camino hacia Cullen.

 

Isabella sintió como si una mano gigante le estrujara el corazón. -Su señoría está con los preparativos de la llegada. Van a acondicionar la torre sur para ella y su séquito.

 

-¿Y qué hay de mi familia, Alice? ¿Qué va a ser de ella?

 

Alice se encogió de hombros.

 

-Su señoría no lo ha dicho, pero... hay algo que deberías saber. Isabella escudriñó el rostro de Alice y no le gustó lo que vio.

 

-Puedes contármelo, Alice. Sea lo que sea, lo soportaré.

 

-Los miembros de nuestro clan van contando que... perdóname, Isabella, pero dicen que eres la amante del Caballero Demonio.

 

Isabella reculó como si la hubieran abofeteado. ¿Cómo podría explicar sus juegos amorosos con Edward? No podía, así que permaneció en silencio.

 

-Entonces es cierto -susurró Alice-. Te ha deshonrado. -Eres una mujer valiente, Isabella. ¿Crees que Jacob querrá seguir contigo?

 

Isabella soltó un gruñido de repugnancia.

 

-No menciones ese nombre delante de mí. A él no le importa que me convierta en la amante de Edward siempre y cuando lo ayude en sus propósitos.

 

-Oh, Isabella, no puede ser.

 

Edward escogió aquel momento para irrumpir en la habitación. Señaló con el dedo a Alice y dijo con impaciencia: -Fuera.

 

Alice se dio la vuelta y salió huyendo como alma que lleva el diablo. Edward cerró tras ella de un portazo y se apoyó contra la puerta con los brazos cruzados sobre el ancho pecho.

 

-¿Qué te ha dicho?

 

-Me ha dicho que tu futura prometida está de camino. Confío en que sea de tu agrado, Edward. Sólo tengo una pregunta que hacerte. ¿Qué va a ser de mí y de mi familia?

 

Isabella supo por la expresión de sus rostro que Edward no tenía ni la más remota idea de cómo manejar la situación, y por alguna razón, aquello la aterrorizó.

 

Capítulo 9: OCHO Capítulo 11: DIEZ

 
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