EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 60933
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 13: DOCE

Casarse con Isabella.

Las palabras de sir Carlisle resonaron por la cabeza de Edward como el estruendo de una trompeta mucho tiempo después de que hubiera regresado a su habitación. En lugar de meterse en la cama, se dejó caer en una silla con una copa de brandy en la mano y las piernas extendidas hacia el hogar.

Casarse con Isabella. Absolutamente ridículo.

El rey nunca lo consentiría.

Edward se echó el brandy a la garganta y lo tragó ruidosamente.

Luego se sirvió otro. Estaba asombrado de haber siquiera tomado en consideración una idea tan ridícula. Con la mente sumida en la indecisión, se quedó mirando las parpadeantes llamas hasta que dejó caer la cabeza hacia delante y el sueño lo reclamó por fin. Se despertó cuando se le cayó la copa de la mano y se hizo añicos contra el suelo de losa. Entonces se puso de pie y se tumbó en la cama completamente vestido.

Los siguientes días transcurrieron demasiado rápido para la paz mental de Edward. Dentro de unos días, Tanya y él se unirían en matrimonio ante una asamblea de ingleses y habitantes de las Tierras Altas. A medida que se acercaba la fecha señalada, más exigente se volvía Tanya. Nada le complacía. Se quejaba constantemente de la comida, de la ausencia de pequeños lujos, de lo lejos que estaba Cullen de Londres y de la falta de control de Edward sobre los criados.

Edward estaba perdiendo la paciencia con la mujer con la que se suponía que tenía que casarse, acostarse y engendrar herederos. Su rencor no venía al caso y su descaro le disgustaba. Lo buscaba como una perra en celo, decidida a seducirle. A Edward no le costaba trabajo resistirse, porque sabía que su propósito, independientemente del aspecto sexual, era persuadirlo para que enviara lejos a Isabella y a su familia.

Durante la última semana, Tanya se había mostrado excesivamente exigente, pidiendo comida especial para el banquete de la boda, dejando muy clara su opinión respecto a la decoración que quería y expresando cómo deseaba que se desarrollara la ceremonia de la boda. Todos los sirvientes disponibles estaban limpiando, fregando y puliendo hasta que el salón resplandeció. Y resultaba descaradamente obvio que Tanya disfrutaba especialmente encargándole a Isabella las tareas más difíciles.

Edward trató de no intervenir porque deseaba que hubiera una coexistencia pacífica con Tanya, pero le resultaba difícil ver a Isabella bregar con las tareas que Tanya le había asignado. En un par de ocasiones se sintió obligado a interceder y pedirle a alguno de sus hombres que se hiciera cargo de las tareas de Isabella cuando la vio de rodillas fregando las escaleras de la sala de las mujeres.

Edward tenía los nervios al límite. El día anterior a la boda, acompañó a Tanya a su habitación para hablar un momento a solas. En cuanto la puerta se cerró tras ellos, Tanya se lanzó a sus brazos. -Sabía que cambiarías de opinión, Edward -sus dedos se afanaron frenéticamente en los botones de su abrigo. -Me deseas y no puedes esperar a hacerme tuya.

Edward le quitó las inquietas manos y las mantuvo apartadas. -Te equivocas, Tanya. Sólo quiero dejarte claras unas cuantas cosas antes de que nos casemos.

Los labios de la joven compusieron un puchero. -¿Qué quieres decir? ¿No me deseas?

-Deseo Cullen -replicó Edward-. Dado que tú estás incluida en el trato, me veo obligado a casarme contigo. Has puesto a prueba mi paciencia hasta el límite estas últimas semanas, Tanya. Dios sabe que he sido más paciente contigo de lo que te mereces. Pero escúchame bien, mi señora: tu comportamiento es inaceptable y no lo toleraré.

Tanya curvó los labios hacia abajo y abrió mucho los ojos. -Yo soy el amo aquí -continuó Edward-. Vas a dejar de destrozar la paz que estoy tratando de preservar en mi hogar. Tus quejas son infundadas y la dureza con la que tratas a Isabella y a los miembros de su clan resulta intencionadamente cruel e injusta.

Tanya reculó como si la hubieran golpeado.

-¡Cómo te atreves! El rey tendrá noticias de esto. Es a mí a quien debes lealtad, no a esos jacobitas traidores. Cuando el rey me dijo que iba a convertirme en tu condesa, me mostré dispuesta a venir a esta tierra salvaje para la boda, pero no tenía ninguna intención de dejar atrás la sociedad londinense para siempre, ni de fundar mi hogar en este país de salvajes.

-Será mejor que dejemos esto claro aquí y ahora.

"Sería mejor que no nos casáramos", pensó Edward. Pero no lo dijo, porque tenía que casarse con Tanya tanto si le gustaba como Si no.

-Debo tener un heredero -dijo Edward torciendo el gesto ante la idea de acostarse con aquella zorra mimada. -Te quedarás en Cullen hasta que me des uno.

Tanya le dirigió una sonrisa deslumbrante, deslizando su ávida mirada por su inmenso pecho y bajándola después hacia su entrepierna. -No tendré problemas para hacer el amor contigo, Edward. Los hombres fuertes y poderosos me excitan.

-¿Eres virgen, Tanya?

Tanya se sonrojó y apartó la vista.

-Por supuesto, mi señor, ¿qué te hace pensar lo contrario? Edward no se lo creyó ni por un momento, pero el tiempo lo diría. -Quiero hacer un trato contigo, Tanya. Un trato que nos satisfaga a ambos.

-¿Un trato, Edward?

-Sí. Cuando me hayas dado un hijo, puedes seguir por tu camino, vivir donde quieras y hacer lo que te plazca. Pero el niño se quedará conmigo.

-¿Vas a seguir con tu amante en Cullen? -lo desafió Tanya con desprecio. -¿Crees que estoy ciega? Sé que te acuestas con Isabella. Por eso no me deseas a mí.

-Te estás engañando a ti misma, Tanya. Desde que llegaste no has hecho otra cosa que quejarte. A todo le encuentras fallos y dejas demasiado claro tu desprecio hacia Cullen y su gente.

-Cullen no es Londres -aseguró ella con desdén.

-Ese es mi trato, Tanya. ¿Aceptas?

Ella le dedicó una sonrisa maliciosa.

-Sólo si me prometes enviar lejos a Isabella y a su familia. Edward se dio la vuelta para marcharse.

-Confiaba en que encontraríamos un terreno común, pero ya veo que estaba equivocado.

-¿Amas a Isabella? -lo retó Tanya, deteniendo a Edward sobre sus pasos. El silencio de Edward resultaba absolutamente condenatorio-. ¿Cómo puedes? Luchaste contra los jacobitas en Culloden; perdiste a tu padre allí.

Edward se giró para mirarla.

-Aquella batalla se libró y se ganó hace mucho tiempo. Yo no guardo rencor. Lord Cumberland ha diezmado las mas de los habitantes de las Tierras Altas; sólo quedan unos cuantos supervivientes afortunados para seguir adelante con la tradición, y la mayoría están escondidos. Me entregaron Cullen para que lo conservara para Inglaterra y mantuviera la paz en este remoto rincón de Escocia. Confiaba en que tú fueras una compañera para mí.

-Seré tu condesa y compartiré la pasión contigo, pero, sencillamente, me niego a pasar mi vida en Cullen -Tanya apartó la vista. -Déjame sola. Hay muchas cosas que hacer antes de la boda de mañana.

Si Tanya no se hubiera dado la vuelta, habría visto cómo se endurecía la expresión de Edward antes de que saliera precipitadamente de la habitación, cerrando tras él con un portazo.

¿Cómo diablos iba a sobrevivir a aquel matrimonio?

El destino intervino.

Los Black aparecieron al día siguiente en Cullen. A Edward lo habían despertado al alba con la noticia de que un hombre que llevaba una bandera blanca se estaba acercando a la puerta. Edward se vistió y corrió hacia allí para recibir al mensajero.

Sam había llegado antes que él. -Este es jefe de los Black -le dijo.

Edward observó a Jacob Black con ávida curiosidad. Era un hombre atractivo, reconoció de mala gana. Alto y de duras facciones, se alzaba orgulloso bajo el tartán prohibido de su clan, que llevaba cuidadosamente colocado sobre el hombro. Edward entendió la fascinación que Isabella sentía por él.

Jacob Black se acercó a una distancia de varios metros, y entonces se detuvo.

-¿Qué es lo que quieres, Black? -inquirió Edward.

-A mi prometida -gritó Black-. Envíala aquí fuera y nos marcharemos pacíficamente.

-Sabes que no puedo hacer eso -respondió Edward.

-El padre de Isabella la prometió a mí. Déjala libre. Si no me envías ahora mismo a Isabella, atacaremos. Tenemos suficientes fuerzas de nuestro lado como para ganar.

-Si quieres intentado, adelante, Black -le retó Edward-. Pero no lo conseguiréis.

-Hay más de cien habitantes de las Tierras Altas acampados en el bosque, inglés. ¿Qué me dices a eso?

-Vete al infierno.

Black se quedó mirando a Edward durante un largo instante.

Luego giró su montura y se dirigió hacia el denso bosque situado más allá de Cullen.

-¿Está diciendo Black la verdad, Sam? -le inquirió Edward al anciano. -¿Es posible que haya podido reunir a tantos habitantes de las Tierras Altas para su causa?

-Hay clanes proscritos que viven exiliados en las montañas -dijo Sam-. No haría falta mucho para persuadirlos de que tomaran represalias contra los asesinos ingleses que mataron a su familia y les arrebataron sus hogares y sus tierras. No me sorprendería que Black hubiera reunido a cien hombres o más para que se unan a su causa.

-Sabe que no puede ganar -dijo Edward.

-Los habitantes de las Tierras Altas son gente extraña -murmuró Sam-. Su fuerza reside en su tenacidad y en su inquebrantable creencia en sí mismos. Black cree que Isabella es suya y que Cullen debería pertenecerle por derecho de su matrimonio con la hija de Charlie Swan.

Sir Jasper apareció al lado de Edward.

-He puesto en alerta a los soldados mientras negociabas con Black. Están esperando tus órdenes.

-Siempre puedo contar contigo, Jazz -dijo Edward dándole una palmada en el hombro al caballero. -Quiero guardias las veinticuatro horas y dobles patrullas en los torreones. Por ahora esperaremos y observaremos.

-¿Y qué pasa con los aldeanos? ¿Corren peligro?

-Lo dudo. La mayoría de los aldeanos son granjeros y pastores.

No creo que Black ataque a los miembros del clan de Isabella. -¿Puedes confiar en que los aldeanos no se unan a Black y se levanten en armas contra ti?

-No lo sé, Jazz. Sólo me queda confiar en que se den cuenta de que puedo hacer más por ellos que el jefe de los Black.

Otra voz se unió a la conversación. Edward se dio la vuelta de golpe.

-¡Isabella! No te he visto acercarte. ¿Has oído de lo que estábamos hablando?

-He oído lo suficiente como para saber que Jacob no se irá a menos que me envíes con él.

-Olvídalo -dijo Edward con sequedad. Luego se giró hacia sir Jasper-. Ya tienes tus órdenes, Jazz.

Jazz saludó con elegancia y se marchó. Sam lo siguió de cerca. Edward agarró a Isabella del brazo y la apartó de la puerta. -¿Por qué debería ceder a las exigencias de Black?

-Porque es lo lógico. No sabes cuántos hombres ha reunido Jacob para su causa.

-¿Tan ansiosa estás de irte con él, Isabella?

-No. Es cierto que quiero recuperar mi hogar, pero no a costa de tu muerte. He cambiado de idea respecto a... muchas cosas. Jacob es una de ellas.

-¿Debo tomarme esto como que ya no me odias?

-Odio lo que representas y lo que tus paisanos le han hecho a mi tierra natal. Odio la destrucción que han provocado el Hannover y su carnicería. Y odio ser prisionera en mi propia casa.

-Pero no me odias a mí.

Isabella lo miró de frente con el rostro rígido. -Te odio.

-Mentirosa.

-Tu prometida te espera, ve con ella.

¡Por todos los diablos! Había olvidado que aquél era el día de su boda. Llevándose a Isabella con él, regresó al castillo. En la puerta se cruzó con el reverendo Trilby.

-¿Qué está ocurriendo, mi señor? Parece que hay confusión en el salón.

-Estamos bajo asedio, reverendo. Hoy no se celebrará ninguna boda. Por favor, informad a lady Tanya.

-Sí, mi señor, lo comprendo perfectamente. No sería apropiado celebrar una boda con el enemigo a nuestras puertas. Estoy seguro de que lady Tanya lo comprenderá.

-¿Qué es lo que tengo que comprender? -preguntó Tanya uniéndose a ellos.

-Hoy no se va a celebrar ninguna boda, mi señora -le explicó Trilby.

Las delicadas cejas de Tanya se alzaron mientras clavaba la vista en la mano de Edward, que descansaba en el brazo de Isabella. -¿Serías tan amable de explicarme por qué estás posponiendo nuestras nupcias, lord Edward?

-En caso de que no lo hayas oído, mi señora, la fortaleza está bajo asedio. No es el mejor momento para celebrar una boda.

Tanya dio una patada al suelo en una infantil demostración de mal genio.

-¡No lo permitiré! ¿Quién se atreve a atacarte?

-Jacob Black y los miembros de su clan -dijo Edward tenso.

-¿Por qué?

-Quieren que lord Edward me deje libre -explicó Isabella.

Tanya le lanzó a Isabella una mirada envenenada.

-Entonces, Edward, por lo que más quieras, dales lo que quieren y sigamos adelante con la boda.

-Escucha a lady Tanya, mi señor -le aconsejó Isabella-. En cuanto yo salga por la puerta, Jacob dejará Cullen en paz.

-Si crees eso, eres una ingenua, Isabella. No vas a ir a ninguna parte. Black no tiene ni una sola oportunidad frente a mis entrenados soldados.

-¿Has considerado la posibilidad de que los hombres de Jacob sean superiores en número a los tuyos? Cullen nunca ha sufrido ningún ataque. Su seguridad radica en su lejanía. Mi padre era el gran Charlie Swan, señor de Cullen; ningún clan hostil se atrevió jamás a invadir sus tierras.

Edward sopesó las palabras de Isabella. Era cierto que Cullen tenía sus fallos, pero los soldados que estaban bajo su mando eran más que capaces de derrotar a Black y a su poco entrenada banda de salvajes. No enviaría a Isabella con el jefe de los Black.

-No, Isabella, te quedarás aquí. Lady Esme y Renesmee deben estar preguntándose qué ocurre. Tal vez deberías ir con ellas. Diles que no se preocupen, que yo las protegeré.

Isabella se lo quedó mirando fijamente un instante y luego se giró sobre sus talones y se marchó.

-Esto no me gusta, Edward. ¿Por qué eres tan protector con Isabella? -quiso saber Tanya-. Mándasela a Black y olvídate de ella.

-Estoy de acuerdo con lady Tanya, mi señor -intervino el reverendo Trilby-. Si el jefe de los Black quisiera hacerle daño, entonces entendería que os mostrarais reacio. Pero la joven es de los suyos; dudo mucho que le haga daño.

-Agradezco vuestra preocupación, reverendo -dijo Edward con creciente impaciencia. -Su Majestad ha prohibido el matrimonio entre Isabella y Jacob Black, y yo me limito a cumplir sus órdenes. Ahora, si me disculpáis los dos, mis hombres me necesitan.

El primer ataque de los Black llegó una hora más tarde con una tentativa de escalar los muros. Una lluvia de flechas precedió al ataque, pero los hombres de Edward lo rechazaron, y ellos se retiraron a la relativa seguridad del bosque. Pero Isabella sabía que Jacob no se había rendido. También pensaba que Jacob no se hubiera arriesgado a atacar si no tuviera hombres suficientes como para garantizarse el éxito. Ahora lamentaba que Edward hubiera enviado al regimiento real de las Tierras Altas de regreso a Londres.

Isabella se acurrucó al lado de lady Esme y Renesmee mientras la batalla se desarrollaba abajo, pero tenía la cabeza puesta en Edward. Tenía que saber qué estaba ocurriendo. Podría estar herido. O, Dios no lo quisiera, muerto.

-No puedo seguir aquí sentada, mamá -dijo. –Voy a bajar a ayudar a Nana con los heridos. Por mucho que desprecie a los ingleses, odio ver a nadie sufrir.

-Ten cuidado -le advirtió Esme cuando Isabella salió. Lady Tanya abordó a Isabella al pie de las escaleras.

-¿Por qué no estáis en vuestra habitación? -le preguntó Isabella.

-Te estaba buscando. ¿Dónde podemos hablar en privado?

-¿No puede esperar? Me necesitan para ayudar a los heridos.

-Esto es importante. Tengo una idea que creo que te va a gustar.

Isabella no creía que nada de lo que Tanya le dijera pudiera gustarle, pero decidió escuchada de todas maneras.

-Podemos hablar aquí mismo, no hay nadie alrededor que pueda oímos. ¿Qué queréis decirme?

-Tu casa es tan poco hospitalaria como estas tierras. Cuando Edward y yo estemos casados, le convenceré para que me lleve a Londres. Estoy segura de que podré persuadir al rey para que nos deje establecer nuestra residencia en la ciudad.

-¿Por qué me contáis esto?

-Quiero ayudarte a escapar para que mi boda pueda tener lugar tal y como estaba planeado.

-Edward nunca accederá a dejar Cullen de forma permanente. Tanya le dirigió una sonrisa de complicidad.

-Yo me arriesgaría a sufrir la ira del rey por Edward. Seguro que estás al tanto de que Edward es un amante excepcional -Tanya hizo un gesto coqueta-. Me complace mucho, y yo a él. Yo no quería consumar nuestro matrimonio antes de la ceremonia, pero ya sabes lo persistente que puede llegar a ser Edward. Tú eres una distracción que no necesita. Por lo tanto, he decidido ayudarte a reunirte con tu prometido.

Isabella sintió cómo el dolor la atravesaba. Tenía la sospecha de que Edward y Tanya habían compartido intimidad, pero escuchar la verdad de labios de Tanya hacía que el dolor resultara todavía más insoportable. Armada con aquel conocimiento, Isabella supo que no podía... no debía rechazar la oferta de Tanya. Eso significaría dejar a su madre y a Renesmee atrás, pero estaba convencida de que Edward no les haría ningún daño. Una vez que Isabella se hubiera marchado, seguramente Tanya lo convencería para que enviara a su madre y a su hermana al convento.

Isabella asintió despacio con la cabeza.

-Muy bien. Decidme cómo vais a ayudarme.

Dado que Edward ya conocía el túnel secreto y había apostado a un guardia cerca de la entrada, Isabella se mostró dispuesta a escuchar el plan de Tanya. Estaba convencida de que reunirse con Jacob era la única manera de poner fin al asedio.

-Escucha -dijo Tanya bajando el tono de voz-, esto es lo que vamos a hacer.

 

Los Black se retiraron al bosque bajo el abrigo de la oscuridad; podía verse el fuego de sus campamentos desde los torreones. Se estaba sirviendo una comida caliente a los hombres que había dentro del castillo que no estaban en el servicio de guardia. Cuando hubieron comido, se acomodaron ante el fuego para dormir lo poco que pudieran antes del probable ataque de los Black al castillo al amanecer. Los heridos habían sido atendidos, y no se había registrado ninguna muerte. Después de cenar, Edward se reunió con Jazz en los torreones.

Vestida con la camisa de su padre, pantalones anchos sujetos con un amplio cinturón de piel y una chaqueta demasiado grande, Isabella se escabulló por la puerta de la cocina. Calándose la vieja boina de su padre hasta las cejas, abrazó las sombras mientras rodeaba el castillo para llegar a la puerta delantera. No estaba tan oscuro como le hubiera gustado, porque una pálida luna colgaba baja en el cielo. Isabella rezó para que Tanya mantuviera su parte del acuerdo, porque sin su ayuda, la fuga estaba condenada al fracaso.

Isabella le había explicado el plan a su madre, y también la razón por la que consideraba necesario ponerse en manos de Jacob. Lady Esme se había opuesto firmemente, pero no consiguió disuadirla.

Isabella dejó escapar un suspiro de alivio cuando Tanya surgió de entre las sombras.

-El reverendo Trilby me prometió que distraería a los guardas -susurró Tanya-. Está de acuerdo conmigo en que lo mejor para todos los que estamos en el castillo es que te vayas. Escucha atentamente -continuó Tanya-, cuando lleguemos a la caseta de vigilancia, distrae al centinela para que no me vea deslizándome detrás de él. Cuando lo haya dejado inconsciente, te ayudaré a levantar la puerta. A partir de entonces serás libre. Nadie sospechará que yo te he ayudado, y no creo que te echen de menos hasta mañana.

Tanya le dio un empujón a Isabella. -Date prisa.

Isabella miró hacia su casa una vez más antes de acercarse sigilosamente hacia la puerta. El plan de Tanya no era perfecto, pero podía funcionar si todo salía como estaba planeado, pensó Isabella. Atisbó al guarda nocturno hablando con el reverendo Trilby en voz baja y los rodeó en círculo.

Con el corazón latiéndole frenéticamente al acercarse a la caseta de vigilancia, Isabella se dio cuenta del momento en el que Tanya ya no estuvo detrás de ella. Con los hombros inclinados y la barbilla gacha, se acercó al centinela, que la interceptó al instante.

-¿Quién va?

-El chico de la cocina, señor -dijo Isabella con marcado acento escocés.

-¿Qué estás haciendo aquí, muchacho? Será mejor que regreses al castillo.

-Hacía mucho calor en la cocina y necesitaba tomar el aire -Isabella pasó por delante del centinela y miró a través de las estrechas tablillas de hierro de la puerta, fingiendo interesarse por algo que estaba ocurriendo más allá de los muros. -¿Qué es eso? -preguntó con entusiasmo.

El centinela la echó a un lado.

-Yo no veo nada, muchacho, ¿estás seguro de que...? -su frase terminó en un gemido cuando Tanya lo golpeó por detrás con una piedra.

-Ayúdame -dijo Tanya luchando con el mecanismo que accionaba la puerta.

Juntas consiguieron levantar la puerta lo suficiente como para que Isabella pudiera deslizarse por debajo. La puerta bajó tras ella, e Isabella se apoyó un momento en el muro para tomar aliento. Al ver que no sonaba ninguna alarma, dejó escapar un suspiro de alivio y se apartó de la sombra del muro.

El guarda que estaba conversando con el reverendo Trilby debió escuchar algo sospechoso, porque le aconsejó al reverendo que regresara al castillo antes de correr hacia la caseta de vigilancia. Cuando se hubo marchado, Tanya surgió de entre las sombras.

Edward se apoyó contra el torreón, observando los numerosos fuegos del campamento, que resultaban visibles a través de los árboles. -¿Crees que atacarán esta noche? -preguntó Jazz.

-No, parece que se han instalado para pasar la noche. Espero un ataque al amanecer.

De pronto, un grito rasgó el aire. Edward miró por encima de los torreones hacia el patio que quedaba abajo.

-No veo qué está ocurriendo -afirmó mientras se daba la vuelta y corría hacia las escaleras-, pero voy a averiguado.

Jazz lo siguió por los escalones de piedra en dirección al patio. Edward se puso tenso cuando Tanya se lanzó sobre él. Trató de quitarle los brazos del cuello, pero ella se colgó de él como una lapa. -Cálmate, Tanya -le espetó Edward-. ¿Qué estás haciendo aquí fuera? ¿Eres tú la que ha gritado? ¿Qué ha ocurrido?

-Espías, Edward. Espías de los Black. Los escuché planeando una traición. Hablaban de levantar la puerta y dejad pasar a los Black. Los seguí hasta fuera pero me asusté y decidí regresar al castillo para advertirte. Entonces alguien gritó y no supe que hacer, así que grité.

-Entra. Yo me encargaré de esto.

Los soldados salieron del castillo, siguiendo muy de cerca a Edward cuando cruzó a toda prisa la puerta de entrada. Tanya lo seguía a una distancia prudencial, aunque Edward se lo había prohibido.

-Por aquí -gritó una voz.

Alguien levantó una luz en alto. El círculo de luz dejó al descubierto a dos hombres, uno apoyado contra el muro y a otro inclinado sobre él. Para alivio de Edward, la puerta estaba bajada.

-¿Qué ha ocurrido, Betts? -preguntó Edward.

-Estaba hablando aquí cerca con el reverendo Trilby cuando escuché un ruido sospechoso. Corrí hacia la caseta de vigilancia y me encontré a Corbin inconsciente -dijo Betts-, pero parece que está volviendo en sí.

-Échate a un lado -le ordenó Edward-. Quiero hacerle unas preguntas -se dejó caer de rodillas. -¿Qué ha pasado, Corbin? ¿Has visto a tu agresor?

-Era un muchacho, mi señor -respondió Corbin aturdido. -Pero él no fue quien me golpeó. Otro me atacó por la espalda mientras hablábamos. El chico debía tener un cómplice.

Tanya se abrió camino hasta llegar al lado de Edward.

-Te dije que había una traición en ciernes. Debieron salir por la puerta.

-Sí -reconoció Betts-, fue el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose lo que me puso en alerta. Cuando llegué, me encontré con Corbin inconsciente.

-Tienes que detenerlos, Edward -dijo Tanya con premura. -No sabemos qué tienen planeado los traidores. No deben llegar al campamento de los Black.

-Sacaré una patrulla -se ofreció Jazz.

Edward apretó los labios. Quería a los espías de Black vivos. -¿Puedes describir a esos hombres, Corbin?

-El único con el que hablé dijo que era el chico de la cocina -recordó Corbin-. Eso es todo lo que puedo decirte. Estaba demasiado oscuro para ver con claridad.

-¿Cuáles son tus órdenes, Edward? -preguntó Jazz.

-Voy a ir yo solo tras los espías -decidió Edward-. Es más probable que un hombre solo llame menos la atención.

-Yo voy contigo -insistió Jazz-. ¿Mando a alguien a por los caballos?

-No, iremos a pie. Betts, abre la puerta.

-Mátalos, Edward -susurró Tanya-. Son traidores.

Edward le lanzó una mirada de exasperación. -Regresa al castillo, mi señora.

La puerta se abrió movida por una manivela, y Jazz y Edward la atravesaron.

-No le abras la puerta a nadie hasta que nosotros volvamos -ordenó Edward-. Los demás, volved a vuestros puestos.

-Mantente en las sombras -susurró Edward-. Los espías no pueden haber ido demasiado lejos. Si hubieran cruzado por campo abierto, los guardas de los torreones los habrían visto.

Edward observó la estrecha zona abierta que había entre los muros de la fortaleza y el bosque que quedaba más allá. Nada se movió. Los fuegos de los campamentos todavía parpadeaban en la distancia y el lastimero gemido de una gaita prohibida flotaba a través del aire.

-Algo se ha movido allí adelante -susurró Jazz-, cerca del muro.

Edward escudriñó intensamente la oscuridad. Al principio no vio nada, luego una forma menuda emergió de entre las sombras. Seguramente se trataba del muchacho que Corbin había descrito, pensó Edward. Observó fijamente cómo el chico se apartaba del muro y se escabullía hacia el bosque. Agradeciendo la luz de la luna, se sacó la pistola del cinturón y apuntó cuidadosamente. No quería matar al muchacho, pero la distancia era demasiado grande para garantizarle que no sucedería así.

Edward apretó el gatillo al mismo tiempo que una ráfaga de aire sopló desde las montañas, levantando el polvo alrededor de sus pies y despeinándole el cabello. En el momento en que la bala salió disparada de su pistola, el viento arrancó la boina del espía de su cabeza. Una terrible premonición atravesó a Edward cuando un manantial de cabello rojo cayó por la espalda del espía. Edward maldijo furiosamente al ver que el muchacho caía al suelo y se quedaba inmóvil, y luego salió corriendo hacia él.

-¡Le has dado! -exclamó Jazz con entusiasmo.

Edward cayó de rodillas delante del muchacho y lo giró para ponerlo boca arriba. Le nació un grito de la garganta.

-¿Qué he hecho? -el hermoso rostro bañado en luz de luna era el de Isabella.

Al ver que no se movía, Edward la cogió en brazos y corrió de regreso a la fortaleza. No sabía lo gravemente herida que estaba, pero sintió su sangre mojándole el brazo.

-¿Quién es? -le preguntó Jazz.

-Isabella -gritó Edward mientras pasaba por delante de un asombrado Jazz, quien se dio la vuelta para seguirlo.

La puerta se abrió gracias a la manivela. Edward corrió a toda velocidad hacia el castillo con una inerte Isabella en brazos.

-¡Jazz, ve a buscar a Nana! -le gritó girando la cabeza. Tanya estaba esperando a Edward en la puerta, pero él no le prestó ninguna atención.

-¿Está muerta?

Si Edward no hubiera estado tan fuera de sí por la preocupación, le habría parecido extraño que Tanya supiera al instante quién había resultado herido.

Nana bajó precipitadamente las escaleras de la sala de mujeres.

Apartó a Tanya a un lado para llegar hasta Edward.

-Dicho y hecho, señoría -arremetió la anciana. -Llévala a su habitación mientras yo voy a buscar mis hierbas y mis medicinas. Debería haberte detenido antes de que esto ocurriera, pero no creí que Isabella actuara tan pronto.

Un destello de ira oscureció los ojos de Edward.

-¿Sabías cuáles eran las intenciones de Isabella y no me dijiste nada?

-Sí, tenía mis sospechas, pero no hubo tiempo para advertirte.

-Juro que no sabía que era Isabella la que estaba allí afuera. De haberlo sabido, no habría disparado.

-Aquí hay alguien que sí lo sabía -dijo Nana señalando a Tanya con uno de sus huesudos dedos. -Busca respuestas en tu prometida antes de señalar culpables.

Sin darle tiempo a Edward a pedirle que se explicara, Nana se dio la vuelta y salió corriendo de allí.

-Esa mujer está loca -arremetió Tanya-. No escuches nada de lo que te diga.

-Ahora no tengo tiempo para esto, Tanya -dijo Edward pasando por delante de ella. -Pero ten por seguro que más tarde exigiré respuestas. Busca a Alice y envíala a la habitación de Isabella. Tal vez Nana la necesite.

Edward subió los estrechos escalones de dos en dos. Isabella seguía inconsciente cuando la dejó sobre la cama. Su pálido rostro estaba bañado en sangre y estaba tan quieta como una muerta. Edward le acarició el rostro y le murmuró palabras tranquilizadoras hasta que llegó Nana unos minutos más tarde.

-¿Vivirá? -preguntó Edward con ansiedad.

-Échate a un lado, mi señor. Necesito examinarla antes de poder decirte nada.

-¡Maldita sea! No tenía ni idea de que le estuviera disparando a Isabella -se defendió él. -¿Por qué lo hizo? ¿Quién era su cómplice?

-Mi muchacha ha sido traicionada -le espetó Nana-. Puso su confianza en la persona equivocada.

-¿Está herida de gravedad? -Edward se estremeció. -Hay mucha sangre.

-Tu bala ha abierto un surco en el cuero cabelludo de Isabella. Se recuperará, pero la cicatriz le quedará para el resto de su vida.

Edward dejó escapar un suspiro de agradecimiento. -¿Estás segura de que eso es todo?

Nana le lanzó una mirada inescrutable.

-No temas, señoría, Isabella no morirá. Vivirá para dar a luz a tu hijo.

Edward pensó que había entendido mal a Nana y lo dejó pasar.

Tenía cosas más importantes en mente.

Alguien quería ver muerta a Isabella.

 

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AAAAAAAAAAAA DEFINITIVAMENTE ISABELLA ES TONTA, TONTAAAAAAAA DE REMATE, COMO SE LE OCURRE CONFIAR EN TANYAAAAAAA, !!!POR DIOS!!!, LA MALDITA BRUJA DEFINTIVAMENTE MERECE QUE LA ALNCEN DE LAS ALMENAS, MALDITA BRUJA COMO LA ODIO, PERO TAMBIEN ISABELLA SE MERECE UNA BUENA PALIZA POR TONTA, GRRRRRRR QUE CORAJE, ¿QUE HARA EDWARD? UUUUUUUUUUUUY QUE NERVIOS,

LAS VEO MAÑANA CHICAS BESITOS

Capítulo 12: ONCE Capítulo 14: TRECE

 
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