EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 60966
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 9: OCHO

 

El gran salón se vació rápidamente tras la cena. Sentado cómodamente en un banco frente al fuego, Edward se quedó mirando melancólicamente la pinta de cerveza recién servida. Sir Jasper estaba sentado frente a él en silenciosa camaradería. A pesar de que Edward estaba distraído, no le cabía duda de que Jazz tema algo en mente.

-¿Hay algo que te preocupe, Jazz? Jazz se aclaró la garganta.

-¿Has pensado en mandar de regreso a Londres a los soldados del regimiento real? No son felices en las Tierras Altas y desean regresar a sus antiguos puestos.

-Yo he llegado a la misma conclusión, Jazz. Las cosas ya están bajo control por aquí. No hemos visto a nadie escondido ni se le ha visto el pelo a ningún miembro del clan de los Black, y seguramente no se lo veremos. Podemos defender Cullen sin ayuda exterior.

-Las cosas te están saliendo bien, no cabe duda -reconoció Jazz-. Según Alice, lady Esme se está recuperando, y la pequeña Renesmee ha recobrado ya la salud. Debes estar deseando enviarlas al convento.

Edward no estaba tan seguro. Echaría de menos la charla amistosa de Renesmee. Y al contrario que Isabella, lady Esme no le responsabilizaba personalmente de lo ocurrido en Culloden.

-Lady Esme y Renesmee no son el problema de esta casa -murmuró Edward-. Lady Isabella debería aprender de ellas.

Jazz sonrió.

-Supongo que eso significa que tu seducción no está funcionando.

-Tómatelo como quieras. Esa pequeña tigresa no se rendirá. ¿Cómo te va a ti con tu Alice? ¿Sigue resistiéndose? No es propio de ti perder tanto tiempo con una muchacha poco dispuesta, Jazz.

-Yo podría decir lo mismo de ti, Edward. Tal vez debería probar suerte en el pueblo. Las mujeres son iguales en todas partes... algunas están dispuestas y otras no.

Justo entonces, Alice cruzó el salón para hacer algún recado y asintió para saludar a los dos hombres. Edward observó divertido cómo Jazz se ponía de pie de un salto y corría tras ella. ¿Dónde quedaban los planes de Jazz de encontrar a una chica dispuesta en el pueblo?

Se estaba haciendo tarde. Edward levantó su largo cuerpo del banco y fue en busca de su cama.

 

Recién bañada y vestida con un camisón de lino y bata, Isabella miraba por la ventana. ¿Estaría esperando Jacob su señal? No importaba lo mucho que esperara de ella, no podía matar a Edward, ¿verdad? Con las manos a la espalda, comenzó a recorrer la habitación arriba y abajo.

Isabella dudaba de que hubiera llegado tan lejos para rendirse ahora.

Sin duda tendría lugar una batalla sangrienta tanto si Edward estaba vivo como si estaba muerto. Se estrujó el cerebro buscando un plan para ayudar a Jacob que no implicara un asesinato. No se le ocurrió ninguno. Aquella noche iría a la habitación de Edward y le permitiría que hiciera con ella lo que quisiera. Cuando se quedara dormido... que Dios la ayudara.

Fuera inglés o no, Isabella estaba en contra de asesinar a un hombre en la cama. Ella prefería una estratagema sin sangre, pero no se le ocurría ninguna forma de llevada a cabo.

Isabella se quitó las horquillas del cabello y se pasó los dedos por la salvaje mata hasta que cayó en largas y gruesas ondas sobre la espalda. En un estado de ensoñación, cogió una palmatoria y salió del dormitorio.

Descendió a paso ligero las escaleras de caracol y cruzó el salón vacío. El corazón le latía de forma errática y la sangre le golpeaba furiosamente las venas mientras subía las escaleras que llevaban a la torre. Le temblaba la mano cuando la levantó para golpear suavemente en la puerta.

Edward no respondió al instante, e Isabella se dio la vuelta, más aliviada de lo que quería reconocer. Entonces se abrió bruscamente la puerta. Más alto que una torre y el doble de amenazador, Edward se asomaba al umbral. Su inmensa figura quedaba apenas cubierta por una bata atada muy suelta a la altura de la cintura.

La mirada asombrada de Edward se deslizó sin ninguna prisa sobre el cuerpo apenas vestido de Isabella. Le costaba trabajo creer lo que veían sus ojos, y la sorpresa lo dejó momentáneamente sin palabras. Isabella había ido a verle en camisón, con su glorioso cabello suelto y una actitud falsamente sumisa. ¿Sumisa? Eso Edward no se lo creía ni por asomo. Todo lo que hacía Isabella resultaba sospechoso.

Edward se apoyó en el quicio de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho desnudo.

-¿A qué debo el placer?

Edward maldijo entre dientes al ver el destello de rabia en sus ojos a pesar de su voz calmada y sus compuestas facciones.

-Si no me deseas, señor, puedo marcharme.

¿No desearla? Tendría que estar loco para dejarla marchar ahora.

Edward mantuvo la puerta abierta y se apartó a un lado. Isabella pasó por delante de él con regia elegancia, dejando a su paso un aroma a violetas. Edward cerró la puerta y se apoyó contra ella.

-¿Puedo atreverme a pensar que me encuentras de pronto irresistible?

-Puedes pensar lo que te plazca. Estoy aquí. ¿Qué más necesitas saber?

Edward avanzó hacia ella y la estrechó entre sus brazos.

-Nada de juegos esta vez, Isabella. No habrá marcha atrás ni protestas de doncella. Lo que hagamos esta noche en esta habitación, sucederá porque tú así lo quieres.

Edward vio cómo abría los ojos de par y en par y trató de calmar sus miedos.

-Y también lo deseo yo, cariño, lo llevo deseando mucho tiempo.

El placer que vamos a compartir esta noche es sólo el principio. Habrá muchas noches como esta.

Entonces la besó, sujetándole la cabeza con firmeza con una mano mientras que con la otra le rodeaba la cadera, atrayéndola con fuerza hacia el floreciente empuje de su virilidad. Isabella tenía los labios húmedos y dulces, pero Edward podía saborear su miedo. ¿Tan aterrador resultaba? ¿O se trataba de algo más? De nuevo, la sospecha se alzó entre ellos como un espectro oscuro.

-Relájate, cariño -le susurró contra los labios. -Tú quieres esto, ¿verdad?

-Sí, estoy aquí, ¿no es cierto?

Edward le desató el lazo que mantenía unida la bata y esperó su reacción. Resultó casi imperceptible, pero en cualquier caso él sintió el leve estremecimiento que Isabella trató de contener. Edward le deslizó la bata por los hombros y la apartó a un lado. El camisón era tan ancho que podía no haber tenido un cuerpo con formas debajo, pero Edward sabía que no era así.

Ella lo estaba mirando fijamente, sus ojos verdes resultaban traslúcidos bajo la parpadeante luz de la vela. Edward le sostuvo la mirada, consciente de que su fiero deseo se reflejaba en ellos.

-Isabella, tú sabes cuánto te deseo, ¿verdad?

Ella asintió en silencio.

-Entonces entrégate a mí. Déjame llevarte a un lugar donde nunca antes has estado.

Isabella se relajó entre sus brazos y él exhaló un suspiro de gratitud. -Llévame donde quieras, Edward. Estoy dispuesta a seguirte donde quiera que nos lleve la noche.

Parecía sincera, pero Edward no era tan estúpido como ella creía. ¿Llevaba un arma encima? ¿Tenía intención de matarlo esta vez? No había llevado vino adulterado, así que no podía repetirse lo ocurrido la última vez que estuvo en su habitación.

Edward dejó caer los brazos y se apartó.

-Quítate el camisón, Isabella. Quiero verte sin trabas.

Ella vaciló durante tanto tiempo que Edward le susurró arrastrando las palabras:

-¿Quieres que lo haga yo por ti? Isabella alzó la cabeza de golpe. -No, yo lo haré.

Edward temblaba literalmente de impaciencia. Su sexo creció fuerte y osado entre sus muslos. Apenas había empezado a levantarle el bajo del camisón cuando su paciencia llegó al límite. Agarrando metros de tela con las manos, tiró del camisón por encima de su cabeza y se lo quitó. Isabella alzó los brazos para cubrirse los senos, pero él le agarró las muñecas y se las sujetó a los lados. Su ardiente mirada se deslizó entonces lentamente por sus tentadoras curvas.

Cuando la hubo mirado hasta saciarse, volvió a dirigir los ojos hacia su rostro. Isabella tenía los ojos cerrados y el rostro muy pálido. Edward le soltó las muñecas, se soltó el cinturón de la bata y se la quitó.

-Abre los ojos, Isabella.

Ella abrió muy despacio los ojos. Su gemido de asombro reverberó con fuerza en medio del expectante silencio.

-Sí, ninguno de los dos tiene nada que ocultar ahora. Ya has visto mi cuerpo con anterioridad. ¿Te gusta?

¿Gustarle? Isabella no podía ni empezar a explicar cómo le afectaba su cuerpo... como le afectaba él. La boca se le secó. No podía apartar la vista. No debería sentirse así. Le daba la impresión de estar traicionando a los suyos.

-Te he hecho una pregunta, Isabella. ¿Te gusta mi cuerpo? A mí el tuyo sí.

-Tu cuerpo está... muy bien, mi señor -murmuró apartando la vista de su entrepierna.

-¿Así de formal, Isabella? Mi nombre es Edward. Me gustaría escuchar el sonido de mi nombre en tus labios -estiró la mano y le acarició un seno. Sus dedos se entretuvieron en el pezón, que de pronto se había hinchado y se había puesto erecto. -Yo creo que tu cuerpo es muy bonito también. No puedo esperar a descubrir todos sus secretos.

Estrechándola entre sus brazos, Edward la atrajo hacia sí mientras su boca saboreaba la suya, suavemente al principio, aunque fue creciendo en ardor. Le separó los labios y le introdujo la lengua para saborearla más profundamente. El calor se apoderó de ella en forma de olas salvajes que la hicieron desear más. Entonces llegó la desesperación. Estaba disfrutando demasiado de sus besos. Le gustaba el cálido y delicioso tacto de la piel de él contra la suya, y el embriagador placer que le proporcionaba.

Edward la sujetó entre las piernas, reteniéndola con fuerza con los largos y poderosos músculos de los muslos. Sintió la dura pared de su pecho contra los senos y escuchó el acelerado latido de su corazón. Edward tenía la boca dura, pero sentía sus labios suaves. Una combinación irresistible. La gruesa cresta que se apretaba contra su vientre resultaba intimidante, y también un tanto aterradora. No habría forma de que pudiera recibirlo dentro de sí.

Isabella sabía perfectamente qué cabía esperar. La noche anterior a su fallida boda con Jacob, su madre le había contado lo que iba a ocurrir en su noche de bodas. Esme le había dicho que no debía tener miedo, y con el tiempo incluso llegaría a disfrutarlo. Isabella supo instintivamente que con Edward disfrutaría, y aquel pensamiento la enojó. No quería disfrutar de nada con el Caballero Demonio.

Edward siguió besándola sin cesar, hasta que no le quedó aire en los pulmones. Ella le rodeó el cuello con una mano; le sintió una vena latiendo con fuerza a lo largo del cuello. El calor del deseo de Edward encendió un camino ardiente en el vibrante centro de su cuerpo. Y en un instante estuvo flotando, atrapada entre los fuertes brazos de Edward. Sintió el frío del cubrecama que tenía bajo la espalda y el sólido peso de Edward cuando se colocó sobre ella.

Los pulmones de Isabella se quedaron sin aire al primer contacto de la boca de Edward en su seno. Se lo succionó, deslizándole la lengua por el hinchado pezón antes de prestarle al otro seno la misma embelesada atención. Isabella se revolvió inquieta, estirándose, arqueándose bajo aquellas manos que la acariciaban. Edward la tocó desde los senos hasta la cintura y luego le cubrió las nalgas con sus largas manos.

La tensión la hizo ponerse rígida cuando la boca de Edward dejó sus senos y viajó hacia abajo. Luego deslizó la cabeza y la besó allí, en aquel rincón húmedo y deseoso que tenía entre los muslos. El placer que había estado intentando retener dentro de ella hizo explosión. Isabella echó la cabeza hacia atrás y un grito le vibró en la garganta.

-¡No, Edward! Esto es perverso. Él alzó la cabeza.

-Sí, cariño, perverso y maravilloso. Pero tal vez tengas razón.

Guardaremos este placer para otro momento. Necesito estar dentro de ti.

Se acomodó entre sus piernas, abriéndoselas con las rodillas. Edward giró las caderas; se hundió hasta el fondo. Un rubor comenzó a formarse bajo la piel de Isabella, calentándole el cuerpo desde dentro hacia fuera. Se quedó un instante sin respiración mientras aguardaba el dolor de su entrada. Fue un dolor que recibió contenta, porque era un castigo muy pequeño a cambio de permitir que Edward la sedujera. Se sentiría mucho menos culpable si no disfrutaba de lo que le estaba haciendo.

-Relájate -le susurró Edward contra la sien. -El dolor durará sólo un instante, y luego dará comienzo el placer que te prometí.

Deslizó una mano entre ellos. Isabella la sintió en la parte baja del vientre, y luego cómo bajaba a través del grueso vello inferior. Edward la acarició, ella dejó escapar un hilo de aire mientras sus dedos se deslizaban sobre su piel hinchada y húmeda.

-Dulce, dulce tigresa -murmuró él. -Tengo los dedos mojados con tu miel. Déjame entrar en ti, Isabella.

Sus eróticas palabras se llevaron por delante la vergüenza y la culpabilidad como un barco ante un fuerte viento. Un deseo feroz se apoderó de su mente; la urgencia de experimentar aquel acto supremo con Edward, sólo con Edward, controlaba su cuerpo. Isabella se le agarró a los hombros y abrió completamente las piernas. Él se instaló profundamente en la cuna de sus muslos, flexionó las caderas y embistió, atravesando cada punto de resistencia.

Isabella abrió los ojos de golpe. Gritó y trató de apartado de sí. El dolor de su entrada la había sobresaltado, aunque lo estuviera esperando.

-Quédate quieta -le dijo Edward con voz estrangulada. -Deja que tu cuerpo se ajuste a mi tamaño.

-Eres demasiado grande... me estás matando.

-El dolor pasará si te relajas -Edward se retiró un tanto y luego volvió a introducirse en ella.

Isabella se retorció para tratar de escapar del dolor. -Detente, Edward, por favor.

-Pídeme cualquier cosa menos eso. ¿Recuerdas lo que te dije sobre darte placer? No te mentí, cariño.

Edward volvió a moverse, entrando y saliendo con una sutileza que dejó a Isabella sin respiración. Volvió a salir de ella y luego le embistió más profundamente. Isabella volvió a respirar y experimentó una sensación de plenitud, de estiramiento, cuando su cuerpo se ajustó para acomodarse al suyo. Empezó poco a poco a relajarse; sintió cómo se suavizaba alrededor de Edward aunque él se iba haciendo más grande, más duro. Entonces comenzó a sentir el tenue comienzo de algo que la llevó a alzar la vista hacia él, interrogándolo con los ojos.

-Van a venir cosas mejores -le dijo. Y entonces se dispuso a mostrárselas.

Edward se puso de rodillas, colocándole sus fuertes manos bajo las caderas y alzándolas para que recibiera sus duros y seguros embistes. Isabella no pudo evitarlo; gritó a cada movimiento de sus caderas. Entonces dio comienzo. El calor lento que subía en espiral, la embriagadora pulsación en el punto en el que estaban unidos y que se extendía en toda direcciones por su cuerpo. Cuando Edward dejó caer la cabeza y le succionó el pecho, fue como acercar astillas al fuego. A la siguiente embestida de sus caderas, fragmentos de placer atravesaron su cuerpo, e Isabella gritó.

Todo su cuerpo convulsionó, se puso tenso. Edward embistió hasta el fondo, se mantuvo suspendido dentro de ella durante un instante sin aliento y luego alcanzó el éxtasis en un torrente de calor liquido.

Isabella hizo un esfuerzo por recuperar la respiración, conmocionada por lo que acababa de experimentar. Se suponía que su rendición tenía que ser un sacrificio, pero Edward había convertido el acto en algo memorable, algo que atesoraría para siempre. Todo su cuerpo tembló mientras unas oleadas de placer ondulaban a través de ella. Apenas fue consciente de que Edward se apartaba de ella y se tumbaba a su lado.

Isabella apartó la cabeza. No podía mirado, sabiendo lo que iba a hacer en cuanto él se durmiera. Entonces lo traicionaría de la peor de las maneras.

Edward se giró y la estrechó entre sus brazos.

-¿Ha sido muy terrible, cariño? ¿Te arrepientes de haber dejado que te ame?

-Ha sido... nunca imaginé que... ¡Madre del Amor Hermoso! Eres inglés.

Edward sonrió.

-Nunca he presumido de ser nada más. Niégalo todo lo que quieras, pero te he dado placer. Eres demasiado poco experimentada como para fingir.

Isabella apartó la mirada.

-Sí. Para mi eterna vergüenza, he encontrado placer entre tus brazos.

Edward se quedó muy quieto.

-¿Eso te resulta vergonzoso? ¿Así es como describes lo que hemos hecho? -su expresión se endureció. -Si no recuerdo mal, tú has venido a mí esta noche. ¿Hay alguna razón oculta tras tu capitulación? ¿Algún plan del que yo no estoy al tanto?

A Isabella se le aceleró el corazón. "No debe sospechar nada".

-¡Oh, no, no! -aseguró-. Vine a tu habitación porque te deseaba. Quería conocer el placer, y quería que fueras tú quien me lo diera.

La realidad que se escondía tras sus palabras hizo que Isabella se detuviera durante un instante. ¿Aquello era cierto? ¿Había deseado secretamente que Edward le hiciera el amor? Con razón estaba consumida por la culpa.

-¿Por qué será que no te creo? -murmuró Edward mordisqueándole el cuello. -En cualquier caso estás aquí, sea cual sea el motivo, y la noche todavía es joven.

Isabella abrió los ojos de par en par.

-¿Quieres decir que... otra vez? ¿Eso es posible?

-Confía en mí.

Edward se puso de pie y se acercó descalzo al lavabo. Isabella observó con recelo cómo vertía agua en un cuenco, humedecía un paño y volvía a la cama.

-Relájate, no voy a hacerte daño -aseguró.

Le abrió las piernas con delicadeza y limpió todos los restos de sangre y semen. Luego dejó el paño sucio en el lavabo y se unió a ella en la cama. Isabella estaba demasiado avergonzada como para mirarle. -Mírame, cariño.

La súplica de su voz resultaba irresistible. Isabella alzó la barbilla mientras miraba fijamente las brillantes profundidades de sus ojos plateados. El audaz deseo de Edward la sobrecogió. Isabella dio un respingo violento cuando él la estrechó entre sus piernas y presionó la parte inferior de su palma suave e insistentemente contra el centro de su cuerpo, acariciándole con los dedos sus sedosos pliegues internos.

-Qué suave -susurró Edward-. Eres muy suave. Sabía que responderías así. Hay un fuego en ti que me empuja hacia el abismo. Me haces arder, Isabella. Sólo tú puedes saciar este anhelo que hay en mi interior.

Una voz dentro de Isabella la advirtió de que no se creyera las bonitas palabras de Edward, porque no significaban nada. Eran enemigos, lo serían siempre. Pero sus pensamientos se hicieron añicos cuando Edward giró con ella en brazos y la colocó encima de él.

-Tómame en tu interior, Isabella -murmuró con voz ronca. -Luego embistió hacia arriba, empalándola.

Se sintió mareada, ansiosa, cuando Edward la llevó hasta el límite y la dejó allí suspendida. Unos instantes más tarde Isabella entró en el paraíso, su cuerpo temblando de arrebato. Sintió cómo Edward se convulsionaba violentamente y luego se quedaba inmóvil.

Isabella debió quedarse adormilada, porque cuando se despertó, Edward estaba profundamente dormido con la respiración acompasada y la frente lisa y sin muestras de preocupación. Un mechón de cabello oscuro le colgaba de la frente húmeda e Isabella sintió el repentino deseo de apartárselo, pero temía despertarlo si lo hacía.

Levantándose de la cálida cama, Isabella se estremeció, sobrecogida por un frío que nada tenía que ver con el frío aire de la noche. Buscó a tientas la bata y se la puso. Luego miró por la ventana. La noche estaba tan oscura como el interior de una tumba, era una noche diseñada para la traición. Había llegado el momento de la verdad. Jacob le había pedido que matara a Edward y que le hiciera una señal cuando hubiera cumplido con aquella tarea.

¡El cuchillo! Se le había olvidado en su habitación. Isabella se dio cuenta sobresaltada de que nunca había sido su intención matar a Edward. Todavía podía hacer lo que le había pedido el jefe de los Black y abrir la puerta de atrás. Pero, ¿podría echarse a un lado y permitir que los Black mataran a Edward porque ella era demasiado débil para hacerlo? ¿A quién debía traicionar? ¿A los miembros de su clan, o a Edward? ¿Podría seguir viviendo consigo misma si no focalizaba su lealtad en Jacob Black y su causa?

La indecisión la atravesó sin piedad cuando cogió la palmatoria.

Miró a Edward. Seguía dormido. Isabella dio un paso hacia la ventana. Muchas cosas dependían de ella. Para traicionar a Edward, lo único que tenía que hacer era mostrar la luz en la ventana y escabullirse para abrir la puerta posterior.

Seguiría un baño de sangre. Morirían hombres asesinados mientras dormían. Los propios miembros de su clan sufrirían. ¿Valía la pena tal cantidad de vidas pérdidas para defender su honor?

¿A quién le debía su lealtad? ¿A los habitantes de las Tierras Altas que habían sido humillados de forma tan triste por los ingleses, o al hombre que acababa de hacerle el amor como si de verdad ella le importara? Isabella sabía dentro de su corazón que entre Edward y ella había mucho más que una simple atracción. Había sucumbido deseosa a su seducción, había respondido con una pasión que la disgustaba y al mismo tiempo la llenaba de gozo. Nunca imaginó que hacer el amor pudiera ser tan reconfortante para una mujer, y tenía la sospecha de que no lo habría disfrutado si hubiera sido Jacob quien le hubiera hecho el amor.

No, sólo quería a Edward, su enemigo declarado.

Isabella apretó con más fuerza la palmatoria. Le temblaba la mano.

Desgarrada por la indecisión, no parecía ser capaz de dar aquel último paso hacia la ventana. La palmatoria se hizo demasiado pesada de pronto como para poder levantarla.

"Estás traicionando a tu gente". Aquellas palabras resonaron en su cerebro. "Sólo una prostituta podría hacer el amor con un hombre y luego traicionarlo sin ninguna piedad".

En algún lugar recóndito de su mente, Isabella escuchó las palabras de Jacob recordándole a su padre y a sus hermanos, caídos en Culloden. ¿Habría blandido Edward la espada que los había asesinado?

Le pesaban las piernas cuando dio otro paso hacia la ventana. Dividida.

Oh, Dios, estaba dividida, desgarrada entre la lealtad hacia los miembros de su clan y su recién descubierta simpatía por el hombre que era su enemigo. Sus opciones eran tristemente escasas; ninguna de ellas le complacía. Maldita fuera si lo hacía, y maldita también si no lo hacía.

Isabella dio otro pequeño paso hacia delante y entonces se detuvo, un grito silencioso de negación se abrió paso en su garganta. No podía seguir adelante con esto. Su corazón le exigía que despertara a Edward y le contara el plan de Jacob y su participación en él. Se dio la vuelta para hacer exactamente eso y se tropezó con un muro sólido de carne humana.

-Tan encantadora y al mismo tiempo tan mentirosa -susurró Edward-. No soy tan estúpido como para confiar en ti, señora -Edward le quitó de la mano la palmatoria y apagó la llama. -¿A quién ibas a hacerle la señal, señora?

-¡A nadie! -un sollozo se le quedó retenido en la garganta. -No podía hacerlo. Jacob quería que...

-¿Qué quería? ¿Que me mataras?

-Si... no... no he traído ningún arma, Edward.

Su voz estaba teñida de burla.

-Una vez trataste de envenenarme y no lo conseguiste.

-Sólo te dormí.

Las manos de Edward le agarraron los hombros; ella se encogió, pero no apartó la mirada de la suya. Estaba asustada, pero sabía de alguna manera que no le haría daño, aunque tuviera una buena razón para ello.

Edward la zarandeó con dureza.

-¿Qué traición estabais urdiendo Jacob y tú? A Isabella se le secó la boca. Sacudió la cabeza.

La expresión de Edward se volvió asesina, y su voz grave y amenazante.

-Cuéntamelo. No más mentiras. Tienes demasiado que perder.

Isabella sabía perfectamente a qué se estaba refiriendo. Edward podría hacer lo que quisiera con su madre y su hermana, y con la bendición del rey. Y todo sería culpa de ella.

-Jacob atravesó hace unos días las puertas con un grupo de comerciantes -le espetó. -Me cogió en un momento a solas y me contó su plan.

Edward entornó los ojos. -Adelante, sigue.

-Me dio un cuchillo y me pidió que te matara. Me sugirió que viniera a tu dormitorio y dejara que te acostaras conmigo, después yo te mataría mientras dormías. Cuando hubiera terminado con lo que debía hacer, se suponía que tenía que hacerle una señal con la vela. Luego abriría la puerta posterior para que lo Black pudieran asesinar a tus hombres mientras estuvieran dormidos.

-¿Todavía siguen esperando la señal?

-Supongo que sí. Pero no iba a hacerlo, Edward. No podría.

-¿Dónde está el cuchillo que te dio Black?

-Lo olvidé, pero aunque hubiera tenido el arma, nunca te habría matado, Edward.

¿Por qué no la creía? Isabella se puso tensa mientras las largas manos de Edward se deslizaban por su cuerpo en busca del cuchillo.

-Me sorprende que no utilizaras mi propia espada para matarme. Está colocada en la esquina. ¿Te dijo Jacob que me sedujeras?

Ella apartó la vista. La espada de Edward estaba efectivamente apoyada contra la pared, pero nunca se le había pasado por la cabeza la idea de utilizada.

-Jacob sugirió que hiciera lo que fuera necesario. Pero esa no es la razón por la que vine a ti esta noche. Te deseaba, Edward. Yo... quería que me hicieras el amor.

Él la apartó de sí con un feroz gruñido en los labios. Isabella se tambaleó hacia atrás y fue a caer sobre la cama.

-Mentirosa. No me fié de ti cuando entraste en mi dormitorio, toda dulzura y seducción, y tampoco me fío de ti ahora.

-Edward, por favor. Yo no soy capaz de matar a sangre fría.

-¿Ni siquiera a tu enemigo?

Ella lo miró con solemnidad. Tenía los ojos llorosos. -¿Somos enemigos, Edward? ¿De veras lo somos?

-Yo nunca he sido tu enemigo, Isabella. Eres tú la que decidió que esa fuera la relación entre nosotros.

Edward se puso los pantalones y la camisa y cogió la espada y su funda de la esquina. Se las ató a la cintura y se dirigió hacia la puerta. -¿Dónde vas?

Él no se dio la vuelta.

-Más te vale estar aquí cuando regrese, o lo lamentarás.

Y entonces se marchó. El hueco sonido de los tacones de sus botas resonó con fuerza a través del espeso silencio. Isabella escuchó un estruendo en el salón y luego nada más. Cuando se atrevió a abrir la puerta, un guarda avanzó hacia ella.

-¿Necesitas algo, mi señora?

-No... no, gracias.

Isabella cerró la puerta y se apoyó contra ella. Un ruido en el patio hizo que corriera hacia la ventana. Ahogó un grito en la garganta cuando vio a Edward y a una compañía de guardas del castillo salir al galope de la fortaleza. La oscuridad los engulló, e Isabella ya no vio nada más.

No tenía ni idea de cuántos hombres se habían aliado con la causa de Jacob, o si todavía estaban en el bosque esperando su señal. Lo que sí sabía era que si se enzarzaban en una batalla, Edward podía resultar muerto, y eso la destrozaría. Empezó a temblar, atemorizada por las consecuencias que traería consigo aquella noche.

 

Edward guió la carga hasta el bosque. Mientras los espesos arbustos bajos le golpeaban, le dedicó un pensamiento a Isabella y a lo que había estado a punto de hacerle. Por fortuna, él tenía el sueño ligero. Edward emitió un sonido gutural de disgusto. ¿Tenía Isabella el coraje de matar a sangre fría? Lo dudaba. Si poseyera el instinto de una asesina, ya estaría muerto a aquellas alturas. Lo que de verdad le dolía era la certeza de que había ido a él con un propósito en mente, para traicionarle, no porque lo deseara, mientras que Edward... bueno, mejor sería no profundizar demasiado en su corazón en busca de la respuesta.

¿Por qué insistía Isabella en convertirlo en su enemigo? Él no le había hecho desde luego ningún daño... todavía. Resultaba muy triste que no fuera capaz de superar Culloden y mirar hacia el futuro.

Los pensamientos de Edward se hicieron añicos cuando atisbó unas figuras oscuras atravesando las sombras del bosque. Daba la impresión de que Black había conseguido movilizar suficientes hombres como para intentar un asalto a Cullen. Por suerte, Edward había cortado el plan de raíz, pero le dolía que Isabella hubiera sido capaz de abrir la puerta de la fortaleza a las hordas salvajes de Black.

-¡A por ellos! -gritó Edward mientras se lanzaba al interior del bosque. Pero nada más decirlo supo que sería inútil. Los habitantes de las Tierras Altas conocían aquel lugar como la palma de su mano, y podían desaparecer a voluntad.

A pesar de ello, Edward continuó la búsqueda hasta el amanecer.

Entonces, cansado y hambriento, ordenó a sus hombres que regresaran al castillo. Los preparativos para servir el desayuno estaban en marcha cuando Edward entró en el gran salón. Ignorando la comida, se sirvió él mismo una jarra de cerveza y clavó la vista en el fuego del hogar.

La furia que sentía hacia Isabella no había disminuido. Cuando pensaba en todos los buenos ingleses que habrían sido asesinados mientras dormían si ella le hubiera abierto la puerta a Black, le entraban deseos de... ¿de qué? ¿De zarandeada hasta que le castañearan los dientes? ¿O de hacerle el amor hasta que el nombre de Edward temblara en sus labios?

-¿Cómo sabías que los Black estaban escondidos en el bosque? -le preguntó sir Jasper cuando se reunió con él unos minutos después.

Edward no dijo nada.

-Sospecho que Isabella tiene algo que ver -aventuró Jazz-. No habrás...

-No le he hecho ningún daño... todavía. Discúlpame, Jazz. Poniéndose de pie, Edward se alejó de allí con el rostro marcado por la determinación

 

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AAAAAAAAA SABEN UNA COSA, POR UN LADO ESTOY EMOCIONADA POR LO QUE SUCEDIO CON EDWARD E ISABELLA, AUNQUE NO ME ALEGRAN MUCHO LAS CIRCUNSTANCIAS, AAAAAAAAAA ¿COMO PUEDE SER QUE ISABELLA HAYA CONTEMPLADO LA POSIBILIDAD DE MATAR A EDWARD? PORQUE AUNQUE AL FINAL NO LO HIZO, O SE ARREPINTIO, ESTABA MAS QUE TENTADA A TRAICIONARLO, ESTABA DECIDIDA A AYUDAR A JACOB UUUUUUUUUURRRRRR QUE CORAJE.

DE SEGURO EDWARD NO SE QUEDARA TAN TRANQUILO, VEREMOS QUE SUCEDE,

BESITOS GUAPAS, LAS VERE MAÑANA

Capítulo 8: SIETE Capítulo 10: NUEVE

 
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