Ángel

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 20/09/2016
Fecha Actualización: 01/02/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 93784
Capítulos: 38

La hermosa y caprichosa Isabella Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Bella en este lío?

 

Edward Mase, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Bella de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje a un lugar que ella jamás imagino y se propone domarla.

 

Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

 

Algunos personajes le pertenecen a Stephanie Meyer la mayoría son propiedad de Susan Elizabeth Phillips. Esta historia es una adaptación del libro Besar A un Ángel de Susan Elizabeth Phillips. 

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Capítulo 9: Dos almas perdidas

Mientras Sheba comprobaba la recaudación y hojeaba un montón de periódicos en la oficina, Bella vendió las entradas de la segunda función. Lo hizo de una manera mecánica, sonriéndoles a los clientes automáticamente, pero, aunque habló sin parar, sólo podía pensar en el apasionado beso que había compartido con Edward y apenas prestó atención a lo que la gente decía. Se derretía ante el recuerdo, pero al mismo tiempo se sentía avergonzada. No debería haberse entregado a Edward con tal abandono cuando él no sentía ningún respeto por su matrimonio.

En cuanto dejó de sonar la música de la presentación del espectáculo, Sheba abandonó el vagón rojo sin decir ni una palabra y Bella cerró la taquilla. Se encontraba contando el efectivo del cajón de la recaudación cuando apareció Heather. Llevaba puesto un maillot de lentejuelas doradas; el recargado maquillaje hacía que pareciera mayor de lo que era. Cinco aros rojos le colgaban de la muñeca como si fueran pulseras gigantescas y Bella se preguntó si iría a algún lugar sin ellos.

— ¿Has visto a Sheba? 

— Se fue hace unos minutos. 

Heather miró a ambos lados para cerciorarse de que estaban solas.

— ¿Me das un cigarrillo?

— Me fumé el último esta mañana. Es un vicio horrible y además caro. Te arrepentirás de engancharte a él, Heather.

— Aún no lo he hecho. Fumo sólo por distraerme. —Heather se paseó por la oficina, tocando el escritorio, la parte superior del archivador, hojeando el calendario de la pared.

— ¿Sabe tu padre que fumas?

— ¿Acaso vas a decírselo?

— No he dicho eso.

— Pues hazlo si quieres —repuso en tono agresivo. —De todos modos volverá a enviarme con la tía Terry.

— ¿Vives con ella?

— Sí. Pero tiene cuatro niños y la única razón por la que está dispuesta a acogerme es por el dinero que le envía papá. Además, así tiene una canguro gratis para el bebé. Mi madre no podía ni verla —su expresión se volvió amarga, —pero mi padre sólo quiere deshacerse de mí.

— No creo que sea así.

— Y tú qué sabes. A él sólo le importan mis hermanos. Sheba dice que no es culpa mía, sino que Brady no sabe cómo tratar a las mujeres con las que no se puede acostar, pero sé que lo dice para que me sienta mejor. Creo que sí fuera buena con los malabarismos, él dejaría que me quedara.

Ahora comprendía Bella por qué Heather siempre llevaba los aros consigo. Estaba tratando de ganarse el afecto de su padre. Bella lo sabía todo sobre cómo intentar complacer a un padre y lo lamentó por esa jovencita con cara de duende y boca sucia.

— ¿Has hablado con él? Quizá si supiera cómo te sientes no te haría volver con tus tíos. 

Ella puso su cara de chica dura. 

— Como si fuera a importarle. Y mira quién va a darme consejos. Todo el mundo habla de ti. Dicen que Edward se casó contigo porque estás embarazada.

— Eso no es cierto. —repuso Bella, pero antes de que pudiera añadir nada más, sonó el teléfono y se volvió para contestar. —Circo de los Hermanos Vulturi...

— Con Edward Masen, por favor —dijo una voz masculina.

— Lo siento, en este momento no está aquí. 

— ¿Podría decirle que lo llamó Jasper Hale? Ya tiene mi número. Y dígale también que el doctor Carlisle está intentando ponerse en contacto con él.

— Le daré el recado. —Colgó y se preguntó quiénes serían esas personas mientras anotaba el mensaje para Edward. Había demasiadas cosas sobre él que no sabía y tío parecía que se las fuera a contar.

Heather se había ido mientras hablaba por teléfono. Con un suspiro, cerró con llave el cajón de la recaudación, apagó las luces y salió de la caravana.

Los trabajadores ya habían desmantelado la casa de fieras y Bella pensó en el tigre. Se encaminó hacia el lugar donde estaba situada la jaula, dejándose llevar hacia allí como si no tuviera ningún control sobre su destino.

La jaula estaba situada sobre una pequeña plataforma a un metro de altura. La luz de los reflectores iluminaba el interior. A Bella le latía con fuerza el corazón mientras se acercaba lentamente. Sinjun se levantó y se giró hacia ella.

La joven se quedó paralizada ante el impacto de esos ojos azules. La mirada del tigre era hipnótica, directa, sin parpadeos. Sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda y cómo se ahogaba en los ojos azules del animal.

«El destino.»

La palabra atravesó la mente de Bella como si no fuera ella quien la hubiera puesto allí, sino el tigre. «El destino.»

No fue consciente de lo mucho que se había acercado a la jaula hasta que percibió el olor almizcleño del animal, un aroma que debería de haber sido desagradable pero que, sin embargo, no lo era. Se detuvo a menos de un metro de los barrotes y se quedó inmóvil. Los segundos dieron paso a los minutos y Bella perdió la noción del tiempo.

«El destino.» La palabra volvió a resonar en la mente de la joven.

El tigre era un macho enorme, tenía las patas gigantescas y una marca blanca en la parte inferior del cuello. Bella comenzó a temblar cuando el aplastó las orejas dejando a la vista las ovaladas marcas blancas de estas; de alguna manera ella supo que aquel era un gesto de amistad. El tigre desplegó los bigotes y le ensenó los dientes. El sudor se deslizó entre los pechos de Bella cuando el animal emitió un rugido; el sonido diabólico de una película de terror.

No pudo apartar la vista del tigre, aunque supo que era eso lo que él quería. El animal le lanzaba una mirada de desafío: ella debía apartar la vista primero. Y Bella quería hacerlo —no era su intención desafiar al tigre, —pero se había quedado paralizada.

Los barrotes parecieron desvanecerse entre ellos y ella sintió como si no tuviera ninguna protección ante él. El tigre podía abrirle la garganta de un zarpazo, pero aun así, Bella no podía moverse. Miró directamente a los ojos del animal y sintió como si éste le leyera el alma. Pasó el tiempo. Los minutos. Las horas. Los años. Con ojos que no parecían suyos, Bella vio sus propias debilidades y defectos; los miedos que la mantenían prisionera. Se vio en su privilegiada vida, doblegándose ante voluntades más fuertes que la suya, asustada de enfrentarse a cualquiera, intentando complacer a todo el mundo menos a sí misma. Los ojos del tigre le revelaron todo lo que quería mantener oculto. 

Y luego parpadeó. 

El tigre. 

No ella.

Bella observó con asombro cómo desaparecían las marcas blancas de las orejas. El animal estiró su enorme cuerpo y se dejó caer sobre el suelo de la jaula, desde donde la miró con gravedad y le dio su veredicto:

«Eres débil y cobarde.»

Bella comprendió la verdad que le dictaban los ojos del tigre, y la sensación de victoria por haber sido capaz de sostenerle la mirada se evaporó dejándole las piernas débiles y flojas. La joven se hundió en la hierba, donde se sentó en silencio y se abrazó las rodillas, observando al animal sin miedo, aunque con cierto recelo.

Oyó la música que anunciaba el fin del espectáculo, las voces de los trabajadores que iban de un lado para otro del recinto y los sonidos habituales mientras recogían los puestos. Casi no había dormido la noche anterior y se fue adormeciendo poco a poco. Se le cayeron los párpados, pero no llegó a cerrarlos por completo. Apoyó la mejilla en las rodillas y continuó observando al tigre con los ojos entrecerrados mientras él le sostenía la mirada.

Estaban solos en el mundo; dos almas perdidas. Bella percibió cada latido. El aire le llenaba los pulmones y el miedo se evaporó lentamente. Experimentó un profundo sentimiento de paz. El alma de la joven se unió a la del animal y se convirtieron en uno solo; en ese momento podría haber sido la comida y el sustento del animal, porque no existía ninguna barrera entre ellos.

Y entonces, más rápidamente de lo que hubiera podido imaginar, la paz se rompió y se sintió golpeada por una explosión de dolor que la hizo gemir. En el fondo de su mente supo que ese dolor provenía del tigre, no de ella, pero eso no hizo que le doliera menos.

«Santo Dios.» Se agarró el estómago y se dobló sobre sí misma. ¿Qué le estaba ocurriendo? «¡Dios mío, haz que se detenga!» No podía soportarlo.

Cayó de bruces en el suelo y en ese momento supo que iba a morir.

Tan bruscamente como había empezado, el dolor desapareció. Respiró hondo y se puso de rodillas temblando.

Los ojos del tigre ardieron de furia contenida. «Ahora sabes cómo se siente un cautivo.»

Capítulo 8: Perfecta Capítulo 10: A mí nadie me roba!

 
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