Ángel

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 20/09/2016
Fecha Actualización: 01/02/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 93778
Capítulos: 38

La hermosa y caprichosa Isabella Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Bella en este lío?

 

Edward Mase, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Bella de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje a un lugar que ella jamás imagino y se propone domarla.

 

Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

 

Algunos personajes le pertenecen a Stephanie Meyer la mayoría son propiedad de Susan Elizabeth Phillips. Esta historia es una adaptación del libro Besar A un Ángel de Susan Elizabeth Phillips. 

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Capítulo 24: Dónde está?

Esa noche, a mitad de la función, se levantó viento. Cuando los laterales de la lona de nailon del circo comenzaron a hincharse y deshincharse como un gran fuelle, Edward ignoró la afirmación de Sheba de que la tormenta amainaría y ordenó a Jack que suspendiera la función.

El maestro de ceremonias lo anunció de manera discreta, diciéndole al público que necesitaban bajar la cubierta del circo como medida de seguridad, garantizando a todos el reembolso de la entrada. Mientras Sheba echaba humo por el dinero perdido, Edward dio instrucciones a los músicos de tocar una alegre melodía para acelerar la salida de la gente.

Parte del público se detuvo bajo el toldo de entrada para no mojarse y tuvieron que animarlo para que continuara saliendo. Mientras ayudaba a la evacuación, Edward sólo pensaba en Bella; en si habría seguido sus órdenes de permanecer en la camioneta hasta que amainara el viento.

¿Y si no lo había hecho? ¿Y si estaba ahí fuera en ese momento, bajo el viento y la lluvia, por si se había perdido algún niño o para ayudar a un anciano a llegar hasta su coche? ¡Maldición, seguro que era así! Bella tenía más corazón que sentido común y se olvidaría de su propia seguridad si sabía que alguien estaba en problemas.

Un sudor frío le cubrió la piel y tuvo que recurrir a todo su control para mirar con gesto tranquilo al público que pasaba por su lado. Se dijo a sí mismo que ella estaría bien, e incluso esbozó una sonrisa cuando recordó la jugarreta que le había hecho antes. Se había reído más en el tiempo que llevaban juntos que en toda su vida. Nunca sabía cuál sería la próxima ocurrencia de su esposa. Lo hacía sentirse como el niño que nunca había sido. ¿Qué haría cuando ella se fuera? Se negaba a pensar en ello. Lo superaría y punto, tal como había hecho con todo lo demás. La vida lo había convertido en un solitario, y era así como le gustaba vivir.

Cuando el último de los espectadores abandonó el circo, el viento había arreciado y la empapada lona se abombaba por las ráfagas. Edward tenía miedo de perder la cubierta si no la aseguraban con rapidez, y se movió de un grupo a otro para ordenar y ayudar a aflojar las cuerdas. Uno de los empleados soltó la cuerda antes de tiempo y le dio en la mejilla, pero Edward ya había sentido latigazos antes e ignoró el dolor. La fría lluvia cayó sobre él cegándole, el viento le revolvió el pelo y, durante todo el tiempo que estuvo trabajando, pensaba en Bella. «Será mejor que estés en la camioneta, ángel. Por tu propia seguridad y por la mía.»  

 

 

Bella estaba agazapada en el centro de la jaula de Sinjun con el tigre acurrucado a su lado y la lluvia entrando por los barrotes. Edward no confiaba en la seguridad de la caravana durante la tormenta y le había dicho que se metiera en la camioneta hasta que amainara el viento. Se dirigía allí cuando había oído el rugido aterrorizado de Sinjun. Se dio cuenta de que la tormenta lo había asustado.

El tigre estaba a la intemperie, expuesto a los elementos mientras todos ayudaban a desmontar el circo. Al principio Bella se había quedado junto a la jaula, pero el embate de la lluvia y del viento hacía que le resultara difícil mantenerse en pie. Sinjun se puso frenético cuando ella intentó resguardarse debajo de la jaula y, sin que le quedara otra elección, se había metido dentro con él.

Ahora la rodeaba como si fuera un gato grande. Bella sentía la vibración de la respiración y del ronroneo del felino en la espalda y gracias al calor del animal no tenía frío. Se acurrucó contra él y se sintió tan segura como unas horas antes, cuando se encontraba entre los brazos de Edward.  

 

 

Bella no estaba en la camioneta.

Bella no estaba en la caravana.

Edward atravesó el recinto buscándola frenéticamente. ¿Que habría hecho esta vez? ¿Dónde se habría metido? ¡Maldita sea, todo eso era culpa suya! Sabía de sobra lo loca que estaba; debería haberla acompañado a la camioneta y, ya puestos, atado al volante.

Edward siempre se había sentido orgulloso de mantener la cabeza fría ante una crisis, pero ahora no podía pensar. La tormenta amainó después de que aseguraran la carpa y pasaron unos cuantos minutos revisando los daños superficiales; el cristal delantero de uno de los camiones estaba salpicado de escombros y uno de los puestos se había volcado por el viento. La lona del circo tenía algún desgarrón, pero no parecía haber sufrido daños serios. Tras asegurarse de que todo estaba en orden decidió ir a buscar a Bella. Sin embargo, cuando llegó a la camioneta, y vio que no estaba allí, sintió cómo el pánico le atenazaba las entrañas.

¿Por qué no la había vigilado de cerca? Era demasiado frágil, demasiado confiada. «Dios mío, que no le haya ocurrido nada.»

Vio un destello de luz al otro lado del recinto, pero uno de los remolques le bloqueaba la vista. Mientras corría hacia allí, oyó la voz de Bella y se le aflojaron los músculos de puro alivio. Rodeó el vehículo con rapidez y pensó que nunca había visto nada más hermoso que Bella sosteniendo una linterna y dirigiendo a dos de los empleados para que cargaran la jaula de Sinjun en la parte trasera del camión que transportaba a las fieras.

Quiso sacudirla por haberle hecho pasar tanto miedo, pero se contuvo. No era culpa suya que él se hubiera convertido en un debilucho y un cobarde.

Cuando lo vio, Bella esbozó una sonrisa tan llena de felicidad que hizo que el calor alcanzara los dedos de los pies de Edward.

— ¡Estás bien! Estaba tan preocupada por ti.

Él se aclaró la garganta y tomó aliento para tranquilizarse.

— ¿Necesitas que te eche una mano?

— Creo que ya estamos acabando —dijo Bella, subiéndose al camión.

Aunque Edward quería llevarla a la caravana y amarla hasta la mañana siguiente, la conocía lo suficiente como para saber que ninguna baladronada por su parte la apartaría del camión hasta que estuviera totalmente segura de que los animales a su cargo estaban bien resguardados. Si se lo permitía, incluso les habría leído un cuento antes de arroparlos.

Bella salió por fin y, sin ninguna vacilación, estiró los brazos y se dejó caer desde la parte superior de la rampa hacia él. Cuando Edward la estrechó contra su pecho, decidió que eso era lo que más le gustaba de ella: nunca dudaba de él. Bella había sabido que la atraparía entre sus brazos costara lo que costase.

— ¿Te quedaste en la camioneta durante la tormenta como te dije? —le preguntó plantándole un beso duro y desesperado sobre el pelo mojado.

— Mmm. . . estuve a salvo, te lo aseguro.

— Bien. Volvamos a la caravana. Los dos necesitamos una ducha caliente.

— Antes necesito. . .

— Saber cómo está Tater. Iré contigo.

— Pero no vuelvas a mirarlo con cara de pocos amigos.

— Nunca lo miro con cara de pocos amigos.

— La última vez que lo miraste así heriste sus sentimientos.

— No tiene. . .

— Por supuesto que tiene sentimientos. 

— Lo mimas demasiado.

— Es cariñoso, no mimado. Hay una gran diferencia. 

Edward le dirigió una mirada significativa. 

— Créeme, conozco la diferencia entre cariñoso y mimado.

— ¿Estás insinuando. . .? 

— Ha sido un cumplido. 

— No ha sonado así.

Discutió con ella hasta que llegaron al remolque donde se encontraba el elefante, pero Edward no le soltó la mano en ningún momento. Ni se le borró la sonrisa de la cara.

 

 

Capítulo 23: Déjame amarte Capítulo 25: El tiempo pasa y las cosas cambian

 
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