Ángel

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 20/09/2016
Fecha Actualización: 01/02/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 93766
Capítulos: 38

La hermosa y caprichosa Isabella Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Bella en este lío?

 

Edward Mase, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Bella de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje a un lugar que ella jamás imagino y se propone domarla.

 

Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

 

Algunos personajes le pertenecen a Stephanie Meyer la mayoría son propiedad de Susan Elizabeth Phillips. Esta historia es una adaptación del libro Besar A un Ángel de Susan Elizabeth Phillips. 

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Capítulo 33: Reencuentro

  

Veinticuatro horas después estaba frente a la verja de la zona tropical del zoo Brookfield de Chicago mirando a Glenna. La gorila estaba sentada sobre la montaña rocosa del centro del recinto y comía un tallo de apio. Edward llevaba horas vagando por las pasarelas que rodeaban el hábitat. Le picaban los ojos por la falta de sueño, le dolía la cabeza y notaba como si le ardiera el estómago.

¿Y si se equivocaba? ¿Y si ella no estaba allí después de todo? Había pasado por la oficina de empleo del zoo y sabía que no trabajaba allí. Pero estaba seguro de que Bella querría estar cerca de Glenna. Además, no tenía más pistas y no perdía nada por intentarlo.

«Tonto.» La palabra resonaba en su cabeza como el ruido de una taladradora. «Tonto. Tonto. Tonto. Tonto.»

El pesar que sentía era demasiado privado para ser exhibido y, cuando oyó el murmullo de otro grupo de niños, subió por la senda curva, bordeada por vegetación tropical y una verja de hierro pintada de verde como el bambú y unida por una cuerda. Arriba estaría solo. Glenna se agarró con fuerza a una de las pesadas cuerdas que colgaba de los troncos que coronaban la cima de la montaña de los gorilas y se acercó a él. Parecía sana y feliz en su nuevo hogar. Se bajó, esta vez con una zanahoria.

De repente, la gorila alzó la cabeza y comenzó a emitir ruiditos. Edward siguió la dirección de su mirada y vio cómo Bella se acercaba por el sendero de abajo hacia el animal.

El corazón le palpitó contra las costillas, pero la alegría que amenazó con hacerlo estallar fue sustituida casi de inmediato por ansiedad. Incluso a quince metros era evidente que Bella no llevaba maquillaje y que las líneas de fatiga marcaban su rostro. Llevaba el pelo recogido en la nuca y, por primera vez desde que la conocía, parecía marchita. ¿Dónde estaba la Bella que disfrutaba maquillándose y echándose perfume? ¿La Bella que disfrutaba untándose loción de albaricoque y pintándose los labios de color frambuesa? ¿Dónde estaba la Bella que gastaba toda el agua caliente en una ducha dejando una densa capa de vapor en el cuarto de baño? A Edward se le secó la boca mientras se empapaba con la imagen de su esposa y algo se desgarró en su interior. Ésta era la Bella que él había creado.

Ésta era la Bella con la luz del amor extinguida.

Se acercó más y vio que se le habían hundido las mejillas; se dio cuenta de que había perdido peso. Deslizó la mirada a su vientre, pero la chaqueta floja y los pantalones oscuros le impidieron ver si su cuerpo había experimentado algún cambio. Edward se asustó. ¿Y si había perdido al bebé? ¿Sería ése el castigo que le esperaba a él?

 

 

 

Bella estaba tan concentrada en la silenciosa comunión con la gorila que no vio cómo él se abría paso entre los niños y se acercaba a ella.

— Bella —dijo en voz baja.

Bella se puso tensa antes de volverse. La vio palidecer todavía más y cerrar los puños. Lo miró como si se estuviera preparando para escapar y él dio un paso adelante para detenerla, pero la fría expresión de su esposa lo detuvo. Sólo había visto unos ojos tan vacíos como ésos cuando se miraba en el espejo.

— Tenemos que hablar. —Aquellas palabras imitaron inconscientemente las que ella le había dicho tantas veces, y la expresión fría con que lo miró debía de ser un reflejo de la manera en que él la había mirado con frecuencia.

¿Quién era esa mujer? En su cara no asomaba la animación que acostumbraba. Sus enormes ojos chocolate estaban tan vacíos que parecía que nunca hubiera llorado. Era como si algo hubiera muerto en su interior y él comenzó a sudar. ¿Habría perdido al bebé? ¿Era ésa la causa de su cambio? «Por favor, que no le haya pasado nada al bebé.»

— No hay nada de qué hablar. —Se volvió y se alejó atravesando la cortina de cuerda que servía de entrada al hábitat. Él la siguió y la tomó del brazo sin pensar.

— Suéltame.

¿Cuántas veces le había dicho eso Bella cuando él la arrastraba por el recinto del circo o la sacaba de la cama al amanecer? Pero en ese momento las palabras carecían de la fuerza anterior. Miró la cara pálida e inexpresiva de su esposa. «¿Qué te he hecho, mi amor?»

— Sólo quiero hablar contigo —dijo él con rapidez, apartándola de la gente.

Ella miró en silencio la mano con que le rodeaba el brazo.

— Si lo que quieres es que aborte, es demasiado tarde.

Edward quiso echar la cabeza hacia atrás y aullar. Bella había perdido el bebé y era culpa suya.

— No sabes cuánto lo siento —dijo a duras penas, dejando caer la mano.

— Oh, ya lo sé —dijo ella con una extraña calma, —me lo dejaste muy claro.

— Yo no te dejé claro nada. No te dije que te amaba. Lo único que te dije fue un montón de estupideces. Cosas que no sentía de verdad. —A Edward le dolían los brazos por el deseo de abrazarla, pero Bella había erigido una barrera invisible a su alrededor. —Olvidémonos de todo eso, cariño. Vamos a empezar de cero. Te prometo que todo será distinto esta vez.

— Tengo que irme. No puedo llegar tarde al trabajo.

Fue como sí él no hubiera hablado. Le había dicho que la amaba, pero no había servido de nada. Bella sólo quería irse y no volver a verlo nunca más.

La determinación de Edward se hizo más fuerte. No podía dejar que ocurriera eso. Ya se ocuparía más tarde de su pesar. Antes haría lo que fuera necesario para recuperar a su esposa.

— Te vienes conmigo. 

— Ni hablar. Tengo que ir a trabajar. 

— ¿Y qué pasa con nuestro matrimonio? 

— No es un matrimonio de verdad. Nunca fue más que un acuerdo legal.

— Ahora es de verdad. Hicimos unos votos, Bella. Unos votos sagrados. Y eso es tan cierto como que estamos aquí.

A Bella le tembló el labio inferior.

— ¿Por qué haces esto? Ya te he dicho que es muy tarde para que aborte.

Sufría por ella. A pesar de lo intenso que era su dolor, sabía que no podía ser tan intenso como el de Bella.

— No te preocupes, cariño. Lo intentaremos otra vez. En cuanto el médico nos lo permita. 

— ¿De qué estás hablando?

— Quería a este bebé tanto como tú, pero no me di cuenta de ello hasta que desapareciste. Sé que es culpa mía que lo hayas perdido. Si te hubiera cuidado mejor nunca habría ocurrido.

Bella frunció el ceño.

— No he perdido al bebé. —Lo miró a los ojos. —Aún estoy embarazada.

— Pero has dicho. . . cuando te dije que quería hablar contigo, dijiste que era demasiado tarde para que abortaras.

— Estoy de cuatro meses y medio. El aborto ya no es legal.

Mientras él se sentía inundado por la alegría, Bella torció la boca en un gesto de cinismo que nunca hubiera imaginado en ella.

— Eso cambia las cosas, ¿no, Edward? Ahora que sabes que el pastel sigue en el horno y que va a quedarse ahí, supongo que ya no estarás tan ansioso por que regrese.

Edward se vio embargado por tantas emociones que no sabía cómo asimilarlas. Aún estaba embarazada. Lo odiaba. No quería volver con él. No podía manejar tal caos emocional, así que recurrió a lo práctico.

— ¿Estás yendo al médico?

— Voy a una consulta no lejos de aquí.

— ¿A una consulta? —Él tenía una fortuna en el banco y su esposa iba a una consulta. Tenía que llevársela a un lugar donde pudiera borrar a besos esa implacable y resuelta mirada de su cara, pero la única manera de hacerlo era intimidándola.

— No creo que hayas estado cuidándote demasiado. Estás delgada y pálida. Y tan nerviosa que parece que te vaya a dar un ataque.

— ¿Y a ti qué te importa? No quieres al bebé.

— Oh, claro que quiero al bebé. Puede que actuara como un bastardo cuando me diste la buena nueva, pero te aseguro que he recuperado la cordura. Sé que no quieres volver conmigo ahora, pero no tienes otra opción. Es peligroso para a ti y para el bebé, Bella, y no voy a permitir que sigas así.

Edward supo que había encontrado su punto débil, pero ella se siguió oponiendo a él con terquedad.

— No es asunto tuyo.

— Claro que sí. Voy a asegurarme de que tanto tú como el bebé estéis bien. —En los ojos de Bella apareció una mirada recelosa. —No me importa jugar sucio —añadió Edward en voz baja, — pienso descubrir dónde trabajas y me encargaré de que te despidan.

— ¿Me harías eso?

— Sin pensarlo dos veces.

Bella hundió los hombros y él supo que había ganado, pero no sintió ninguna satisfacción.

— Ya no te amo —susurró ella. —No te amo en absoluto.

A él se le puso un nudo en la garganta. 

— No importa, cariño. Yo tengo amor suficiente por los dos.

 

 

 

Edward acompañó a Bella a una casa modesta en una calle de un barrio obrero bastante alejado del zoológico. Había una escultura de escayola de la Virgen María en el diminuto patio delantero, al lado de unos girasoles que rodeaban un parterre de petunias rosadas. Bella había alquilado una habitación en la parte trasera con vistas a la vía del tren. Mientras ella recogía sus escasas pertenencias, él fue a pagar a la casera sólo para descubrir que Bella ya había pagado el alquiler por adelantado.

Gracias a la charlatana mujer se enteró de que Bella trabajaba como recepcionista en un salón de belleza durante el día y de camarera en una cafetería del barrio por la noche. No era de extrañar que pareciera tan cansada. No tenía coche y tenía que ir andando o en autobús a todas partes; ahorraba todo lo que ganaba para cuando naciera el bebé. El hecho de que su esposa hubiera vivido en la miseria mientras él tenía dos automóviles de lujo y una casa llena de obras de arte de incalculable valor sólo contribuyó a hacerlo sentir más culpable.

Antes de ponerse en camino, Edward consideró por un momento llevarla a su casa en Connecticut, pero al instante rechazó la idea. Ella necesitaba más que una curación física, necesitaba una curación emocional y tal vez los anímales que amaba la ayudarían a conseguirlo.

 

 

Capítulo 32: Nada tiene sentido sin ti Capítulo 34: Tienes que comer

 
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