Ángel

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 20/09/2016
Fecha Actualización: 01/02/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 93768
Capítulos: 38

La hermosa y caprichosa Isabella Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Bella en este lío?

 

Edward Mase, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Bella de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje a un lugar que ella jamás imagino y se propone domarla.

 

Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

 

Algunos personajes le pertenecen a Stephanie Meyer la mayoría son propiedad de Susan Elizabeth Phillips. Esta historia es una adaptación del libro Besar A un Ángel de Susan Elizabeth Phillips. 

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Capítulo 28: Díselo ya

Tres días después, Bella se dirigía a la casa de fieras con una bolsa de golosinas que había comprado cuando había pasado con Edward por la tienda de comestibles. Tater iba detrás y los dos se detuvieron para admirar la voltereta que Peter Tolea, de tres años, estaba haciendo frente a su madre, Elena. La rumana, esposa del acróbata, sólo hablaba un poco de inglés, así que Bella y ella se saludaron en italiano, un idioma que ambas dominaban a la perfección.

Tras hablar con Elena unos minutos, Bella siguió caminando hacia la casa de fieras, donde pasó unos pocos minutos con Sinjun.

«Díselo.»

«Lo haré.»

«Díselo ya.»

«Pronto.»

Le dio la espalda escapando de la reprimenda que creía haber visto en los ojos de Sinjun. Durante los últimos días Edward había sido tan feliz como un niño y ella no había sido capaz de aguarle la fiesta. Sabía que a él le costaría acostumbrarse a la idea de un bebé, así que era importante elegir el momento adecuado para darle la noticia.

Cogió las ciruelas que había comprado para Glenna y entró en la carpa. Pero la jaula de la gorila había desaparecido.

Salió con rapidez. Tater abandonó el heno y trotó felizmente tras ella mientras se acercaba al camión que transportaba a las fieras. Troy estaba echando una siesta dentro de la cabina y ella se inclinó sobre la ventanilla abierta para sacudirle el brazo.

— ¿Dónde está Glenna?

Troy se despertó sobresaltado y su desgastado Stetson chocó contra el espejo retrovisor cuando se enderezó.

— ¿Eh?

— ¡Glenna! No está en su jaula. 

Él bostezó.

— Vinieron esta mañana por ella. 

— ¿Quien?

— Un tío. Sheba estaba con él. Cargó la jaula de Glenna en una camioneta y se piró.

Aturdida, Bella soltó al muchacho y dio un paso atrás. ¿Qué había tramado Sheba?

Bella encontró a Edward revisando la lona del circo por si había desgarrones.

— ¡Edward! ¡Se han llevado a Glenna!

— ¿Qué?

Le explicó lo que había averiguado, y Edward la miró con gravedad.

— Vamos a hablar con Sheba.

La dueña del circo estaba sentada tras el escritorio del vagón rojo ocupándose del papeleo. Tenía el pelo recogido y estaba vestida con un mono color caqui con el cuello adornado con un bordado de estilo mexicano. Bella se puso delante de Edward para enfrentarse a ella.

— ¿Qué has hecho con Glenna?

Sheba levantó la vista.

— ¿Por qué quieres saberlo?  

— Porque soy yo quien se encarga de la casa de fieras. Es uno de mis animales y está bajo mi cuidado.

— ¿Perdón? ¿Uno de tus animales? Me temo que no.

— Ya basta, Sheba—la interrumpió Edward. —¿Dónde está la gorila?

— La he vendido.

— ¿La has vendido? —la increpó él.

— Por si no lo sabíais, el circo de los Hermanos Vulturi está de rebajas. Como todos os quejabais de la casa de fieras, he decidido venderla.

— ¿No crees que deberías habérmelo dicho?

— Pues la verdad es que ni se me pasó por la cabeza. —Se levantó del escritorio y llevó un fajo de documentos al archivador.

Bella dio un paso adelante cuando Sheba abrió uno de los cajones.

— ¿A quién se la has vendido? ¿Dónde está?

— No sé por qué estás tan disgustada. ¿No era a ti a quien le gustaba decir a todo el mundo lo inhumana que era nuestra exhibición de fieras?

— Eso no quiere decir que quisiera que vendieras a Glenna. Quiero saber adónde se la han llevado.

— A un nuevo hogar. —Sheba cerró el cajón.

— ¿Adónde?

— ¿Estás interrogándome?

Edward apoyó la mano en el hombro de Bella.

— ¿Por qué no vuelves con los animales y dejas que yo me encargue de esto?

— Quiero saber dónde está. Edward, tengo que decirle un montón de cosas sobre las costumbres de Glenna al nuevo propietario. Odia los ruidos fuertes y le dan miedo las personas que llevan sombreros grandes. —Se le puso un nudo en la garganta al pensar que no vería otra vez a la dulce gorila. Quería que Glenna tuviera un nuevo hogar, pero le habría gustado poder despedirse de ella. Recordó la manera en que a la gorila le gustaba asearla y se preguntó si alguno de sus nuevos cuidadores le dejaría hacerlo. Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. —Le encantan las ciruelas. Tengo que decirles lo de las ciruelas.

Edward le dio una palmadita en el brazo.

— Escribe una lista y me aseguraré de que la lean. Venga, ahora tengo que hablar con Sheba.

Bella quiso protestar, pero se dio cuenta de que Edward tendría más posibilidades de conseguir que Sheba colaborara si estaban solos. Se dirigió a la puerta, pero se detuvo en el umbral y volvió la mirada hacia la dueña del circo.

— Ni se te ocurra hacerlo de nuevo, ¿me has oído? La próxima vez que vendas un animal, quiero saberlo antes. Y también quiero hablar con el nuevo propietario.

Sheba arqueó las cejas.

— No puedo creer que te atrevas a darme órdenes.

— Pues créetelo. Y será mejor que me hagas caso. —Se dio la vuelta y los dejó solos.

 

Durante un rato, ni Sheba ni Edward abrieron la boca. Edward dudaba que el discurso de Bella hubiera intimidado a Sheba, pero se sintió orgulloso de que su esposa se hubiera defendido sola. Observó a su antigua amante y sólo sintió asco.

— ¿Qué te pasa, Sheba? Siempre has sido una mujer dura, pero nunca fuiste cruel.

— No sé de qué te quejas. A ti tampoco te gusta la exposición de fieras.

— No te hagas la tonta. Querías hacer daño a Bella y lo has conseguido. La utilizas a ella para hacerme daño a mí y no pienso consentirlo.

— No seas creído, no eres tan importante.

— Te conozco, Sheba. Sé cómo piensas. Todo iba bien mientras la gente pensaba que Bella era una ladrona, pero ahora que saben la verdad, no puedes soportarlo.

— Hago lo que me da la gana, Edward. Siempre lo he hecho y siempre lo haré.

— ¿Dónde está la gorila?

— No es asunto tuyo. —Sheba salió de la caravana tras fulminarle con la mirada.

Edward se negó a ir tras ella, no pensaba darle la satisfacción de tener que pedirle nada. Se acercó al teléfono.

Tardó un día en localizar al distribuidor al que Sheba había vendido la gorila. El distribuidor le pidió el doble de lo que le había pagado a Sheba por el animal, pero Edward no regateó.

Buscó un hogar confortable para Glenna y, el miércoles de la semana siguiente, pudo decirle a Bella que su gorila se acababa de convertir en la nueva residente del zoo Brookfield de Chicago. Lo que no le dijo fue que había sido su dinero el que lo había hecho posible.

Bella rompió a llorar y le dijo que era el marido más maravilloso del mundo.  

 

 

Brady y Heather se detuvieron en el mostrador de la TWA en el aeropuerto de Indianápolis. La chica embarcaría en un avión de esa compañía rumbo a Wichita. No se habían dirigido la palabra desde que habían salido del recinto esa mañana, y a Brady le corroía la culpa, algo que no le gustaba nada. Sheba lo había insultado de todas las maneras que sabía y, el día anterior, Bella lo había acorralado contra uno de los tenderetes para ponerlo de vuelta y media. Lo habían hecho sentir un canalla. Pero ninguna de ellas sabía lo que era tener una hija ni quererla tanto que haría cualquier cosa por ella. Miró enfadado a su hija.

— Haz caso a tu tía Terry, ¿me oyes? Te llamaré todas las semanas. Si necesitas dinero me lo dices, y no se te ocurra empezar a salir con chicos todavía.

Ella miró hacia delante, con la mochila agarrada firmemente entre las manos. Se la veía tan bonita, delgada y resentida, que a él le dolió el corazón. Quería proteger a su hija, protegerla y hacerla feliz. Daría su vida por ella.

— Te enviaré un billete de avión para que vengas a Florida a pasar las vacaciones de Navidad con nosotros —dijo bruscamente. —Quizá podríamos ir a Disneylandia. ¿Te gustaría?

Heather se volvió hacia él con la barbilla temblorosa.

— No quiero volver a verte en mi vida.

Brady sintió un dolor desgarrador en las entrañas.

— No lo dices en serio.

— Ojalá no fueras mi padre.

— Heather. . .

— No te quiero. Nunca te he querido. —Sin derramar ni una sola lágrima y con la cara inexpresiva, Heather lo miró directamente a los ojos. —Quería a mamá, pero a ti no.

— No digas eso, cariño.

— Deberías sentirte feliz. Ya no tienes que sentirte culpable por no quererme.

— ¿Quién te ha dicho que no te quiero? Maldita sea, ¿te lo han dicho los chicos?

— Eres tú quien me lo ha dicho.

— Jamás he hecho tal cosa. ¿De qué diablos hablas?

— Me lo has demostrado de mil maneras. —Se puso la mochila al hombro. —Lamento lo que sucedió con el dinero, pero ya te lo dije. Ahora me piro al avión. No te molestes en llamarme. Siempre estaré demasiado ocupada para ponerme al teléfono.

Se dio media vuelta y se alejó de él. Le enseñó el billete a la azafata y desapareció por la puerta de embarque.

Santo Dios, ¿qué había hecho? ¿Qué había querido decir su hija con que le había demostrado de mil maneras que no la quería? Jesús, María y José, lo había jodido todo. Él sólo quería lo mejor para ella. Aquel era un mundo duro y tenía que ser exigente con ella o acabaría convirtiéndose en una vaga. Pero todo había salido mal.

En ese momento se dio cuenta de que no podía dejar que se fuera. Sheba y Bella habían tenido razón desde el principio.

Empujó a la azafata al pasar por su lado y se coló por la puerta de embarque dando voces.

— ¡Heather Pepper, vuelve aquí ahora mismo!

La alarmada azafata se interpuso en su camino.

— Señor, ¿puedo ayudarle en algo?

Los pasajeros que se interponían entre Heather y él se giraron para ver qué pasaba, pero ella siguió caminando.

— ¡Vuelve aquí inmediatamente! ¿Me has oído?

— Señor, voy a tener que llamar a seguridad. Si tiene algún problema. . .

— Venga, llámelos. Esa chica es mi hija y quiero que vuelva.

Heather casi había llegado a la puerta del avión cuando Brady la alcanzó.

— No pienso tolerar que ninguna hija mía me hable así. ¡Ni hablar! —La apartó a un lado con intención de decirle lo que se merecía. —Si crees que adoptando esa actitud conseguirás volver con tu tía Terry, estás muy equivocada. Mueve el culo, nos volvemos al circo, jovencita, y espero que te guste limpiar porque es lo que vas a hacer de camino a Florida.

Ella se lo quedó mirando con los ojos tan abiertos que parecían caramelos azules de menta.

— ¿Me quedo?

— Por supuesto que te quedas. Y no quiero volverte a oír hablar así. —Se le quebró la voz. —Soy tu padre, y si se te ocurre no quererme de la misma manera que yo te quiero, te arrepentirás.

A continuación, Brady la abrazó y ella le devolvió el abrazo mientras los pasajeros que intentaban subir al avión los empujaban con sus bolsas y carritos, pero a ninguno de los dos pareció importarle. Brady siguió abrazando con fuerza a esa hija que amaba con locura y de la que no pensaba separarse nunca.

 

 

Capítulo 27: Lo siento Capítulo 29: Una noche especial

 
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