Ángel

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 20/09/2016
Fecha Actualización: 01/02/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 93312
Capítulos: 38

La hermosa y caprichosa Isabella Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Bella en este lío?

 

Edward Mase, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Bella de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje a un lugar que ella jamás imagino y se propone domarla.

 

Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

 

Algunos personajes le pertenecen a Stephanie Meyer la mayoría son propiedad de Susan Elizabeth Phillips. Esta historia es una adaptación del libro Besar A un Ángel de Susan Elizabeth Phillips. 

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Capítulo 15: Repetimos?

 

— ¿Qué has dicho? —Edward se incorporó sobre ella con rapidez.

Bella quiso morderse la lengua. ¿Cómo podía habérsele escapado aquello? Había estado tan somnolienta y feliz que había pensado en voz alta.

— N-nada —tartamudeó, —no he dicho nada.

— Te he oído claramente.

— Entonces, ¿para qué preguntas?

— Has dicho que ya no eres virgen.

— ¿En serio?

— Bella. . . —la voz de Edward tenía un ominoso tono de advertencia. —¿Lo has dicho literalmente? 

Ella intentó adoptar un tono de superioridad. 

— No es asunto tuyo.

— Bobadas. —El saltó fuera de la cama, agarró los vaqueros y se los puso como si fuera obligatorio poner algún tipo de barrera entre ellos. Se giró para enfrentarse a ella. —Dime, ¿a qué estás jugando?

Bella no pudo evitar fijarse en que él no se había subido la cremallera de los vaqueros y tuvo que obligarse a apartar la vista de la tentadora V de aquel duro y plano vientre.

— No quiero hablar de eso.

— ¿No esperarás en serio que crea que eras virgen?

— Claro que no. Tengo veintiséis años.

Él se pasó la mano por el pelo y se paseó de un lado a otro del estrecho espacio que había a los pies de la cama. Parecía como si no la hubiera oído.

— He notado que eras muy estrecha. He creído que era porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuviste con alguien, pero nunca hubiera imaginado.... ¿Cómo coño has llegado a los veintiséis años sin echar un polvo?

Ella se incorporó bruscamente.

— No es necesario usar esa clase de lenguaje. ¡Quiero que te disculpes ahora mismo!

Él la miró como si se hubiera vuelto loca.

Ella le sostuvo la mirada. Si Edward pensaba que se iba a acobardar, podía esperar sentado. Durante los años que había vivido con Renée había oído suficientes palabras obscenas para toda una vida y no pensaba dejar pasar aquel tema por alto.

— Estoy esperando.

— Responde a la pregunta.

— Después de que te disculpes.

— ¡Lo siento! —gritó él, perdiendo su rígido control. —O me dices la verdad ahora mismo o voy a estrangularte con las medias y a arrojar tu cuerpo en una zanja al lado de la carretera después de pisotearlo.

Como disculpa no valía mucho, pero Bella no esperaba conseguir nada mejor.

— No soy virgen —repuso con suavidad.

Por un momento, Edward pareció aliviado, luego la miró con suspicacia.

— No eres virgen ahora, pero ¿lo eras cuando entraste en la caravana?

— Puede que lo fuera —masculló ella.

— ¿Puede que lo fueras?

— Vale, lo era.

— ¡No te creo! Nadie con tu aspecto llega a los veintiséis años sin echar. . .

Ella le dirigió una mirada fulminante.

—. . . sin hacerlo. ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué?

Ella jugueteó con el borde de la sábana.

— Mientras crecía vi cómo mi madre se liaba con un tío tras otro.

— ¿Y eso qué tiene que ver contigo?

— La promiscuidad no es nada agradable, y me rebelé.

— ¿Te rebelaste?

— Decidí ser todo lo contrario a mi madre.

Edward se sentó a los pies de la cama.

— Bella, tener un amante de vez en cuando no te hubiera convertido en una mujer promiscua. Eres muy apasionada. Mereces tener una vida sexual.

— No estaba casada.

— ¿Y qué?

— Edward, yo no creo en el sexo fuera del matrimonio. 

Él la miró anonadado.

— No creo en el sexo fuera del matrimonio —repitió ella. —Ni para las mujeres. Ni para los hombres. 

— ¿Estás de coña?

— No pretendo juzgar a nadie, pero eso es lo que pienso. Si quieres reírte, adelante.

— ¿Cómo puedes pensar algo así en los tiempos que corren?

— Soy hija ilegítima, Edward. Eso hace que vea las cosas de otra manera. Probablemente me consideres una puritana, pero no puedo evitarlo.

— Después de lo que ha pasado entre nosotros esta noche, no me atrevería a llamarte puritana. —Él sonrió por primera vez. — ¿Dónde aprendiste todos esos trucos?

— ¿Qué trucos?

— Lo de poner las manos contra la pared y cosas por el estilo.

— Ah, eso. —Bella notó que se sonrojaba. —He leído algunos libros guarros. 

— Bien hecho.

Ella frunció el ceño, preocupada. 

— ¿No te ha gustado? Acepto críticas constructivas. Quiero aprender, puedes decirme la verdad. 

— Me ha gustado.  

— Pero quizá no he sido lo suficientemente imaginativa para ti. —Bella pensó en los látigos. —Para ser sincera, no creo que pueda ser mucho más atrevida. Y deberías saber que el sadomasoquismo no es lo mío.

Por un momento Edward pareció confundido, luego sonrió.

— ¿Te dan miedo los látigos? 

— Es difícil no pensar en ellos cuando los veo por todas partes.

— Supongo que tan difícil como me resulta a mí pensar que alguien tan interesado en el sexo fuera todavía virgen.

— No dije que estuviera interesada. Sólo estaba tratando de que nos entendiéramos. Y en lo que se refiere a mis creencias, poco antes de morir mi madre tenía amantes más jóvenes que yo. De verdad que lo odiaba.

Edward se levantó de la cama.

— ¿Por qué no me has dicho que eras virgen?

— ¿Hubiera cambiado algo?

— No sé. Tal vez. Sin duda alguna no hubiera sido tan rudo.

Bella abrió los ojos con sorpresa.

— ¿Estabas siendo rudo?

Edward relajó las duras líneas de su boca. Se sentó al lado de ella y le pasó el pulgar por los labios. 

— ¿Qué voy a hacer contigo? 

— Tengo una idea, pero a lo mejor no te gusta.

— Dime.

— ¿Podríamos. . . no sé exactamente cuánto tiempo lleva recuperarse, pero. . . cuando lo hagas. . .?

— ¿Estás intentando decir que te gustaría repetir? 

— Sí.

— Está bien, cariño. —Él sonrió, pero parecía preocupado. —Supongo que alguien que ha esperado tanto, tiene que recuperar el tiempo perdido.

Bella abrió los labios, ansiosa por besarlo, pero él retiró la sábana y la avergonzó diciéndole que no haría nada hasta asegurarse de que estaba bien. Ignorando las protestas de la joven, Edward se deshizo de las medias e hizo justo lo que le había dicho. Cuando finalmente comprobó que no le había hecho daño, comenzó a seducirla de nuevo. La lluvia repiqueteaba contra las ventanas y, después de amarse, Bella se hundió en el primer sueño reparador en meses.   

 

 

Capítulo 14: Nuestra primera noche Capítulo 16: Un beso inesperado

 
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