Ángel

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 20/09/2016
Fecha Actualización: 01/02/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 93742
Capítulos: 38

La hermosa y caprichosa Isabella Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Bella en este lío?

 

Edward Mase, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Bella de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje a un lugar que ella jamás imagino y se propone domarla.

 

Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

 

Algunos personajes le pertenecen a Stephanie Meyer la mayoría son propiedad de Susan Elizabeth Phillips. Esta historia es una adaptación del libro Besar A un Ángel de Susan Elizabeth Phillips. 

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Capítulo 17: Necesitas un nuevo número

Edward levantó la vista del escritorio cuando entró Heather. La jovencita llevaba metidos los pulgares dentro de los bolsillos de unos pantalones cortos de cuadros, que quedaban casi cubiertos por completo por una enorme camiseta blanca. Se la veía pálida e infeliz, como un hada con las alas cortadas. Sintió pena por ella. La trataban de una manera muy dura, pero a pesar de eso seguía luchando y a él le gustaba que lo hiciera. 

— ¿Qué te pasa, cariño?

Ella no le respondió. En vez de eso deambuló por la caravana, tocando el brazo del sofá o cogiendo un archivador. Edward vio una imperceptible mancha naranja en la mejilla, donde había intentado tapar una espinilla, y sintió un atisbo de ternura. Algún día, muy pronto, Heather se convertiría en una auténtica belleza.

— ¿Problemas?

Ella levantó la cabeza de golpe.

— No.

— Bien.

Heather tragó saliva y se aclaró la garganta.

— Es sólo que pensé que tal vez quisieras saber. . . —La jovencita inclinó la cabeza y comenzó a mordisquearse una uña ya comida.

— ¿Saber qué?

— Vi lo que Bella te ha hecho hoy —dijo Heather con rapidez. —Sólo quiero que sepas que sé que no puedes evitarlo y todo eso.

— ¿Y qué me hizo Bella?

— Ya sabes a qué me refiero.

— Pues me temo que no.

— Ya sabes —ella clavó la vista en un punto sobre la mesa. —Te ha besado donde todos podían verlo y todo eso. Te ha humillado.

Tal y como Edward lo recordaba, había sido él quien la había besado a ella. No le gustaba la manera en la que todos miraban el vientre de su esposa y contaban los meses con los dedos. Tampoco le gustaba la manera en que la ridiculizaban a sus espaldas, en especial cuando sabía que él tenía la culpa.

— No sé qué tiene que ver eso contigo, Heather.

Ella se agarró las manos y habló atropelladamente.

— Todos saben lo que sientes por ella y todo eso. Que no te gusta. Y cuando mi padre me dijo que no estaba embarazada ni nada, no pude entender por qué te casaste con ella. Luego recordé que los tíos os volvéis locos si tenéis una chica cerca y no podéis. . . ya sabes. . . mantener relaciones con ella, pero a veces os dicen que no conseguiréis nada a menos que os caséis con ellas. Así que me imaginé que fue por esa razón por la que te casaste con ella. Pero lo que quiero decir es que. . . si quieres que se vaya y todo eso. . .

Por primera vez desde que comenzó su acalorada perorata, lo miró directamente a los ojos y él vio desesperación en ellos. Heather hizo una mueca y soltó a borbotones el resto de las palabras.

— Sé qué piensas que soy una niña, pero no lo soy. Tengo dieciséis años. Puede que no sea tan bonita como Bella, pero ya soy una mujer y puedo hacer que. . . te dejaría mantener relaciones sexuales conmigo y todo eso, así no tendrías que hacerlo con ella.

Edward se quedó pasmado y no supo qué decir. Heather se había puesto colorada como un tomate —probablemente igual que él— y no hacía otra cosa que mirar el suelo.

Él se puso en pie lentamente. Se había enfrentado a sucios borrachos y camioneros con navajas, pero nunca a nada semejante. Heather había confundido su amistad con otra cosa y tenía que aclararlo de inmediato.

— Heather. . . —Edward se aclaró la garganta y rodeó el escritorio. Cuando se detuvo, Bella apareció en la puerta detrás de Heather, pero la adolescente estaba tan absorta en lo que había dicho que no se dio cuenta. Bella debió de notar que estaba ocurriendo algo importante porque se detuvo y esperó.

— Heather, cuando una jovencita se encapricha. . .

— ¡No es un encaprichamiento! —Heather levantó la cabeza con los ojos suplicantes y llorosos.

— Me enamoré de ti a primera vista, y creía que quizá tú también me querías, pero que, como era tan joven y todo eso, no te decidías a dar el primer paso. Por eso he venido a decírtelo.

Edward deseó que Bella le echara una mano, pero ella seguía inmóvil y en silencio, asimilando lo que acababa de oír. Por el bien de Heather, él tenía que hacerle ver la realidad de la situación.

— No me amas, Heather.

— ¡Sí te amo!

— Sólo crees que me amas. Pero eres una niña, es sólo un encaprichamiento absurdo. Lo superarás. Créeme, dentro de un par de meses los dos nos reiremos de esto.

Heather lo miró como si la hubiera abofeteado y Edward se dio cuenta de que había metido la pata. La chica respiró hondo y se le llenaron los ojos de lágrimas. Pensó con consternación en cómo podría reparar el daño.

— Me gustas, Heather, en serio. Pero sólo tienes dieciséis años. Yo soy adulto y tú eres todavía una niña. —Se dio cuenta por su expresión de que sólo estaba empeorando las cosas. Nunca se había sentido tan indefenso y le lanzó a Bella una mirada suplicante.

Para irritación de Edward, su esposa puso los ojos en blanco, como si él fuera la persona más estúpida de la tierra. Luego se plantó delante de Heather como un vaquero en un duelo.

— ¡Sabía que te encontraría aquí, lagarta! ¡Piensas que porque eres joven y muy guapa puedes robarme al marido sin que yo te lo impida!

Heather la miró boquiabierta y dio un paso atrás. Edward clavó los ojos en Bella con incredulidad. De todas las idioteces que la había visto hacer, y eran unas cuantas, ésta se llevaba la palma. Incluso un retrasado mental se habría dado cuenta de lo histriónico de sus palabras.

— ¡No me importa lo joven y guapa que seas! —exclamó Bella. —¡No dejaré que arruines mi matrimonio! —y con aire dramático alargó el brazo y señaló la puerta con un dedo. —Ahora te sugiero que te largues de aquí antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirme.

Heather cerró la boca de golpe. Corrió a ciegas hacia la puerta y huyó de allí.

Pasaron varios segundos antes de que Edward se hundiera bruscamente en el sofá y preguntara:

— ¿La he cagado?

Bella lo miró con algo parecido a la piedad. 

— Para ser un hombre listo no pareces tener demasiado sentido común.

 

 

Edward clavó los ojos en la puerta por donde acababa de desaparecer Heather, luego miró a su esposa.

— La tuya ha sido la peor actuación que he visto en mi vida. ¿De verdad has dicho que le vas a impedir que te robe el marido o me lo he imaginado?

— Heather se lo ha creído y eso es lo único que cuenta. Después de lo que le has dicho era necesario que alguien la tratara como a una mujer adulta.

— No pretendía herir sus sentimientos, pero ¿qué querías que hiciera? No es una adulta. Es una niña.

— Te ha ofrecido su corazón, Edward, y tú lo has rechazado como si no valiera nada.

— No sólo me ha ofrecido su corazón. Un poco antes de que llegaras me dejó bien claro que su cuerpo también iba incluido en el lote.

— Está desesperada. Si hubieras aceptado, se hubiera desmayado del susto.

Él se estremeció.

— Una quinceañera no está en mi lista de perversiones favoritas.

— ¿Qué clase de perversiones. . .? —Bella se mordió la lengua. ¿Cuándo iba a comenzar a pensar antes de hablar?

Edward le brindó una sonrisa enloquecedora que le puso la piel de gallina.

— Será más divertido que lo vayas averiguando poco a poco.

— ¿Por qué no me lo dices ahora? 

— Espera y verás. 

Bella lo observó.

— ¿Incluye algo con. . .? No, claro que no.

— Estás pensando en los látigos otra vez.

— No, por supuesto que no —mintió.

— Bien. Porque no tienes por qué preocuparte de eso. —Edward hizo una pausa significativa. —Si lo hago bien no duele en absoluto.

Bella abrió los ojos de par en par.

— ¡Deja de hacer eso!

— ¿El qué?

La expresión inocente de Edward no la engañó ni por un instante.

— Deja de plantar todas esas dudas en mi cabeza.

— No soy yo quien planta dudas en tu cabeza. Lo haces tú sólita.

— Sólo porque tú sigues diciendo esas cosas. No me gusta que me tomes el pelo. Sólo tienes que responderme sí o no. ¿Alguna vez le has dado latigazos a una mujer?

— ¿Sólo sí o no?

— Eso he dicho, ¿no?

— ¿Sin ninguna aclaración?  

— Sin ninguna aclaración.

— Bueno, entonces sí. Sí, definitivamente le he dado latigazos a una mujer.

— Vale, será mejor que me lo aclares —dijo ella débilmente tragando saliva.

— Lo siento, cariño, pero ya te he respondido. —Con una amplia sonrisa, él se sentó detrás del escritorio. —Tengo mucho trabajo que hacer, quizá sea mejor que me digas para qué querías verme.

Pasaron varios segundos antes de que Bella lograra recordar lo que la había llevado hasta allí.

— Se trata de Glenna.

— ¿Qué pasa con ella?

— Es un animal grande y su jaula es muy pequeña. Necesita una nueva.

— ¿Nada más? ¿Sólo quieres que compremos una jaula nueva? —replicó él con ironía.

— Es inhumano que la pobre viva en un lugar tan estrecho. Se la ve muy deprimida, Edward. Tiene esos deditos tan suaves, y los saca por los barrotes como si necesitara el contacto de otro ser vivo. Y ése no es el único problema que tenemos. Las jaulas son tan viejas que no son de fiar. La del leopardo se cierra sólo con un alambre.

Edward cogió un lápiz y tamborileó con él la gastada superficie del escritorio.

— Estoy de acuerdo contigo. Odio esa condenada exposición de fieras, me parece inhumana, pero las jaulas son caras y Sheba aún se está pensando si deshacerse de esos anímales o no. Por ahora tendrás que arreglártelas como puedas. —Edward desplazó la mirada a la ventana y la silla rechinó cuando se reclinó para ver mejor. —Vaya, mira ahí fuera. Parece que tienes visita.

Ella siguió la dirección de la mirada y vio a un elefantito con la correa colgando delante del vagón rojo,

— Es Tater. —Cuando ella lo miró, el elefante levantó su trompa y bramó como un trágico héroe que vagara por el mundo en busca de su amor perdido.

— ¿Qué hace ahí?

— Supongo que estará buscándote. —Edward sonrió. —Los elefantes crean fuertes vínculos familiares, y Tater parece haberlo establecido contigo.

— Es un poco grande para ser mi mascota.

— Me alegra oír eso, porque por mucho que me lo pidas jamás dormirá en nuestra cama.

Bella se rio. Pero se abstuvo de recordarle que aún no estaba segura de si ella dormiría o no con él. Había demasiadas cosas por resolver entre ellos.

 

 

Sheba estaba de un humor de perros cuando se acercó a Edward. Esa mañana Brady le había dicho que Bella no estaba embarazada. La idea de que esa mujer llevara a un Masen en su vientre era tan aborrecible que debería haberse sentido aliviada, pero por el contrario se le había puesto un nudo de angustia en la boca del estómago. Si Edward no se había casado con Bella porque estaba embarazada, entonces lo había hecho porque quería. Lo había hecho porque la amaba.

La bilis la corroía por dentro. ¿Cómo podía Edward amar a esa pobre e inútil niña rica cuando no la había amado a ella?

¿No veía lo indigna que era Bella? ¿Habría perdido Edward todo su orgullo?  

En ese momento la intención de Sheba era poner en práctica el plan que hacía días que le rondaba la mente. Tenía cabeza para los negocios —siempre pensaba en lo mejor para el circo, por encima de sus sentimientos perenales, —pero lo que se le había ocurrido haría que Edward viera con otros ojos a su esposa.

Se detuvo detrás de él mientras éste estaba trajinando en la grúa de montaje del circo. La camiseta húmeda se le pegaba a los firmes músculos de la espalda. Recordó el tacto de esa piel tensa bajo las manos, pero en lugar de excitarla ese recuerdo hizo que sintiera asco de sí misma. Sheba Vulturi, la reina de la pista central, le había rogado a ese hombre que la amara y él la había rechazado. El rencor hizo que se le revolviera el estómago.

— Tenemos que hablar sobre tu número.

Él cogió un trapo grasiento y se limpió las manos con él. Edward siempre había sido un mecánico de primera y reparar la grúa no era un problema para él, aunque hora mismo Sheba no sentía ningún tipo de gratitud por el dinero que le ahorraba. 

— Dime.

La mujer levantó la mano para protegerse los ojos del sol, tomándose su tiempo, haciéndole esperar. Tardó un buen rato en hablar.

— Deberías hacer algún cambio. No lo has hecho desde la última gira y aún queda demasiada temporada para seguir repitiendo lo mismo.

— ¿Qué has pensado?

Sheba cogió las gafas de sol con las que se retiraba el pelo de la cara.

— Quiero que Bella intervenga en tu número. 

— Olvídalo.

— ¿Crees que no podrá hacerlo?

— Sabes muy bien que no. 

— Bueno, pues tendrá que hacerlo. ¿O es que ahora es ella quien lleva los pantalones en tu casa? 

— ¿Qué pretendes, Sheba?

— Bella es ahora una Masen. Es hora de que comience a comportarse como tal.

— Eso es asunto mío, no tuyo.

— No mientras yo siga siendo la dueña del circo, Bella sabe cómo meterse al público en el bolsillo y tengo intención de aprovecharlo. —Le dirigió a Edward una larga y dura mirada. —Quiero que actúe en el espectáculo, Edward, te doy dos semanas para prepararla. Si se niega a hacerlo recuérdale que, si quiero, todavía puedo denunciarla.

— Estoy harto de tus amenazas.

— Entonces limítate a pensar en lo que es mejor para el espectáculo.

 

 

Capítulo 16: Un beso inesperado Capítulo 18: Nueva ayudante

 
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